Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 264. FEBRERO. Año 1990
SUMARIO
PENSAMIENTOS y sentimientos, ideas y verda-
des: he aquí lo que va conformando el corazón
y la vida del hombre. Los sentimientos con-
mueven, aunque a veces alteran el dominio de
la razón; las ideas, o representaciones intelectuales
de lo que puede ser objeto de nuestro conocimiento,
pueden ser falsas, falsificadas o incompletas, sobre
todo cuando se reciben o expresan con la interesa-
da presión de la propaganda. Solamente la verdad
ilumina y se difunde como pensamiento, libertad y
vida en el ser que la acepta. Buscar con esperanza
la verdad y abrirnos a ella, para que nos ilumine
corazón adentro, y desde el corazón, como centro
de la vida, a la vida entera. Newman, buscador in-
cansable de la verdad, nos advertiría: no todo lo que
deslumbra ilumina, sólo lo que ilumina salva.
PARA PEDIR LA LUZ DE LA VERDAD
VERDADES
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
JOHN HENRY NEWMAN
NEWMAN, RECIBIDO EN LA IGLESIA CATÓLICA
NEWMAN. LA IGLESIA DE LOS SANTOS
1 (21)
Tiempo de oración:
PARA PEDIR LA LUZ DE LA VERDAD
Yo haría siempre esta súplica:
Dios mío, creo firmemente
que tú puedes iluminar mi obscuridad,
que solamente tú puedes hacerlo.
Yo deseo, con todas mis fuerzas,
que se disipen mis tinieblas interiores.
Desconozco los caminos que has dispuesto para mí,
pero sé que tu poder y lo que anhelo
son razones suficientes para pedirte
lo que no puedes dejar de concederme.
Te prometo, desde ahora mismo,
que, ayudado por esta gracia que te estoy pidiendo,
abrazaré todo cuanto perciba como verdad cierta.
Y, con tu auxilio,
combatiré el peligro de engañarme y dejarme llevar
por lo que busca la naturaleza,
en contra de lo que la razón aprueba.
Amén.
John H. Newman, C. O.,
MD 262
2 (22)
Verdades
NADA apasiona tanto a los hombres como el problema de la verdad: buscada o
temida, está en todos los deseos y actuaciones de los mortales. Hasta la mentira
nace del artificio de querer ocultar el déficit de verdad. Todos queremos afir-
mar lo que somos. Después de descubrir la realidad de nuestro ser, enrique-
cemos nuestra mente si cuidamos de ser auténticos en nuestras relaciones con el
universo que nos circunda, tanto visible como espiritual. Mentimos cuando no acep-
tamos la medida y el límite de nuestro ser personal o nuestra razón y deformamos
nuestra identidad, temerarios y miedosos a la vez, huyendo de la lógica de la senci-
llez, ocultando todo o parte de la realidad o estragando el resto que nos resulta fa-
vorable. Las perversiones de la verdad son el contraluz de la necesidad que de ella
tenemos, hasta el punto de no dudar en traicionar nuestra conciencia y engañar a
los hombres, exhibiendo o cultivando apariencias, pero sin que podamos engañar a
Dios y ni siquiera a nosotros mismos. Podemos aplazar el conflicto que la verdad
nos plantes, pero no evitarlo absolutamente: no podemos destruir nuestra concien-
cia y, todavía menos, ocultarnos de Dios, ni aquí ni más allá del tiempo.
La verdad es herniosa, inevitable, necesaria. Es apetecida por la inteligencia «co-
mo su alimento» (s. Agustín). La grandeza del hombre consiste en que es un ser cons-
ciente y libre, y, por ello, semejante a Dios, pero la libertad es fruto de la posesión
de la verdad, como dijo Cristo. En realidad, nadie hay más esclavo que el ignorante.
El pecado es siempre una falsificación y una forma de esclavitud.
El hombre desea y necesita la verdad, pero la experiencia nos descubre que es
capaz de manipularla o de esconderla, cuando se propone triunfos mundanos dema-
siado rápidos, metas injustas, vanidades, o para huir de vergüenza y acusaciones.
Los mártires son los testigos pacíficos y heroicos que no solamente la buscan, sino
que la defienden y prefieren a todo. La verdad, cuando sorprende, exige adecuarnos
a ella, convertirnos hasta ajustarnos a su baremo. Pretender ignorarla, ocultarla, re-
chazarla, no impide jamás que, al fin, se imponga, y que lo que fuera un reclamo o
invitación se transforme en acusación y sentencia que confunde y condena.
3 (23)
Lo de «mi verdad y la tuya» no relativiza la verdad. El poeta escribió para ca-
minantes que buscan la luz, mientras andan y crece y se anuncia para un amanecer
próximo y único, que ha de bañar en claridades a todos los que la han deseado, con
respeto del esfuerzo de los demás y con fidelidad y perseverancia que no cede en el
esfuerzo propio.
Los que no pecan contra la verdad están siempre cerca de Dios, aunque no sepan
su nombre. Los que tienen hambre y sed de ella tienen hambre y ved de Dios, y se-
rán saciados. Un día verán que sólo él es la única Verdad que ha dado realidad a to-
do, que ha aureolado de belleza todas las cosas para convertir la realidad en magní-
fica gloria suya. Los santos son los hombres que han descubierto este orden y se han
admirado y han sido fieles a su sentido.
«Nunca he pecado contra la luz» pudo decir, con absoluta sencillez John Henry
Newman, al final de su camino de fe. Ése fue todo el misterio de su unión con Dios,
de su santidad; en él se resumía toda la densidad de su vida. Dios presente en su con-
ciencia y manifestándosele desde la penumbra de las sombras y a través de la fragi-
lidad de las imágenes hasta el resplandor de la verdad de Dios, evidencia interior
que anticipa sobrenaturalmente la fe, hasta que se hace visión, más allá de la vida,
cuando Dios es la Verdad de todas las verdades.
Es evidente que un requisito para encontrar la
verdad es tener ansia por encontrarla. La
verdad es algo demasiado sagrado y referido a
Dios, para que sea sacrificada a la mera
gratificación de la fantasía, o a la diversión de
la mente, o al espíritu de partido, o a los
prejuicios de la educación, o a la adhesión, por
amigable que sea, a las opiniones de los
maestros humanos. La modestia, la paciencia y
la prudencia son disposiciones de la mente tan
indispensables a la investigación filosófica como
la seriedad y el deseo más vehemente.
John H. Newman, C. O.,
US 7-8
4 (24)
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990).
Noticias y conmemoraciones.
● En este mes de febrero se celebra, en el Oratorio de Birmingham, la
inauguración oficial del primer centenario de la muerte del cardenal
John Henry Newman, con una Eucaristía de pontifical, que presidirá
el Sr. Arzobispo de aquella diócesis y en la que estará presente el Lord
Mayor (o presidente de la corporación municipal). A la celebración
litúrgica seguirá un acto solemne en el palacio del Ayuntamiento, de
modo que la Iglesia y la Ciudad de Birmingham muestren su herman-
dad, toda vez que el recuerdo de Newman es motivo de gozo tanto pa-
ra los católicos como para todos los ciudadanos, allí donde dedicó la
mayor parte de su prolífera vida, después de Oxford.
● En la Universidad de Oxford, durante los meses de enero y febrero de
este año, organizado por el «Provost» del Oriel College y el Presiden-
te del Trinity College, tienen lugar, los martes, una serie de siete con-
ferencias sobre los siguientes títulos: «Newman, el hombre», «Newman
y Oxford», «Significación de Newman como teólogo para la Iglesia
Anglicana», «Significación de Newman como teólogo para la Iglesia
Católica», «La labor de Newman como filósofo de la Religión», «New-
man como escritor» y «Newman como teórico de la educación».
● En Bélgica, promovidos por la Universidad de Lovaina y por el Cen-
tro «Godsheide», se han organizado una serie de «Estudios de Fin de
Semana», en lengua flamenca, que se prolongarán durante todo el pre-
sente año, sobre la vida y la obra de John Henry Newman. Además,
el profesor de la misma Universidad, Dr. Robrecht Baudens, dará va-
rias conferencias en Duffel, Heverlee, Averbode y Brujas, con iguales
temas.
● En Roma, el Centro de Amigos de Newman lleva a cabo una merito-
ria labor de difusión del conocimiento y estudio de la figura de New-
man. Dispone de una magnífica biblioteca específicamente newmania-
na, y ejerce un apostolado de información, difusión de las obras de
5 (25)
Newman y de relación con centros y estudiosos de la figura del gran
convertido de Oxford y preclaro hijo de san Felipe Neri.
● En Milán, la Universidad Católica del Sagrado Corazón, con la coope-
ración de la Interregional Facultad de Teología, también lleva a cabo,
a lo largo del presente año, varias series de conferencias sobre la figu-
ra, el pensamiento y la significación de Newman.
● En Alemania y Austria, Newman ha sido igualmente conmemorado en
diversos actos académicos, con ocasión de las aperturas de cargo, ade-
más de sesiones especiales de fin de semana, para divulgar la vida y
la obra del Cardenal Newman. Pero ya, en el año pasado junio y julio
de 1989), en la Universidad Albert Ludwigs, de Friburgo de Brisgovia
(Alemania Federal), tuvo lugar un simposio de profesores universita-
rios procedentes de aquélla y de las Universidades de Estrasburgo y
Bristol, en colaboración con la «Deutsche Newman-Gesellschaft». Esta
Asociación Newman Alemana tiene por finalidad la promoción del
intercambio científico de ideas sobre las obras de John Henry New-
man, su vida, y la historia de su influjo, y está en relación con las Aso-
ciaciones y Centros Newman de otros países.
● En Estados Unidos de América, la «University of St Mary of the Lake»,
en Mundelein (Illinois), tuvo un simposio sobre «Newman y la Con-
versión», en el verano pasado. También, la «Catholic University of
America», en Washington, organizó un simposio, en el mes de noviem-
bre de 1989, sobre «Relevancia actual del Cardenal Newman». Al dis-
curso científico de tal simposio siguió un magnífico concierto, con la
ejecución de «The Dream of Gerontius», oratorio musical compuesto
por Edward Elgar sobre el poema de Newman. El concierto tuvo lugar
en la St Matthews Cathedral, de Washington, por el coro y orquesta
de la Universidad y notables solistas.
● Otras conmemoraciones se prevén en el transcurso del presente año,
no sólo en Europa y América, sino también en Australia y el Japón. Por
supuesto, los Padres del Oratorio de San Felipe Neri, en todas partes,
le dedican especial atención y contribuyen con el trabajo de traduc-
ciones y comentarios que pongan de manifiesto la importancia que
para la Iglesia de su tiempo y para nuestros días tiene la figura de
John Henry Newman, no solamente en el mundo de las ideas y de sus
intuiciones renovadoras del cristianismo, sino de su vida espiritual y
el ejemplo de su santidad.
6 (26)
JOHN HENRY NEWMAN:
Crónica de un amor a la verdad
Meriol Trevor,
Ediciones Sígueme.
HE aquí un libro que era ne-
cesario para los interesados
de habla castellana sin acce-
so a las varias y buenas biografías
del gran convertido de Oxford que
existen en otras lenguas, principal-
mente en inglés, francés o alemán.
En medio de las muchas conme-
moraciones e iniciativas que en
diversas partes del mundo tienen
lugar en este «Año de Newman»,
también en España se han publica-
do, con motivo del centenario new-
maniano, algunas traducciones que
pueden considerarse esenciales pa-
ra aproximarse al conocimiento ar-
mónico de esta gran figura del cris-
tianismo moderno, que, desde la fe
recibida en el seno de la Iglesia An-
glicana, alcanza la plenitud del Ca-
tolicismo, al que se convierte a los
44 años, ecuador de su vida.
Meriol Trevor había publicado,
en 1962, dos gruesos volúmenes,
que, junto con la recentísima obra
de Ian Ker, venían a unirse a la
excelente francesa del oratoriano
Louis Bouyer. Más atrás quedaba
la extensa de Wilfrid Ward, y los
trabajos de Tristam y Dessain. Por
otra parte, existen en inglés y ale-
mán varias y buenas biografías y
estudios, traducidos a los principa-
les idiomas. Meriol Trevor tuvo el
acierto de resumir su extensa obra
en un libro asequible que, en 1974,
publicó bajo el título de Newman's
Journey y que acaba de ser publi-
cado por Ediciones Sígueme, según
la traducción del oratoriano Aureli
Boix. Hemos de felicitarnos, y pre-
sentimos que pronto será preciso
preparar otra u otras ediciones. En
su dimensión, es un libro indispen-
sable para introducir a otras lectu-
ras de o sobre Newman. En este
sentido recomendaríamos, en pri-
mer lugar, la Apologia pro vita
sua, de la B. A. C. (n° 394), edición
que nos parece un tanto defectuosa
(sin introducción, ni notas); por lo
cual, a personas medianamente cu-
ltas , no dudamos en sugerir la re-
ciente edición en catalán, publica-
da en la colección «Clàssics del
Cristianisme», de ed. Proa y Facul-
tad de Teología de Barcelona, tra-
ducida, presentada y documentada
también por Aureli Boix. Este mis-
mo oratoriano tradujo y ed. Herder
publicó en 1972 la obra de Christo-
pher Hollis titulada Newman y el
mundo moderno. Estos tres libros
nos parecen una primera biblio-
grafía suficiente para iniciarse en
el conocimiento de Newman.
7 (27)
Newman
es recibido en
la Iglesia católica
QUERIDO Padre: Heme aquí para darle una noticia
capaz de llenar de alegría no sólo el corazón de
Vuestra Paternidad Reverendísima, sino también
el de todos los buenos católicos dispersos por el
mundo entero.
Ya le escribí, desde Aston, que el día de S. Miguel tuve
la consolación de recibir en nuestra capilla de Aston Hall, la
abjuración y profesión de fe del Ilmo., señor John Debree
Dalgairns, que es aquel mismo señor de Oxford con el cual
he mantenido siempre correspondencia desde que estoy aquí;
ahora, al enterarse de que yo debía ir ahí, a Bélgica, me es-
cribió invitándome a pasar por Oxford, en mi viaje, diciéndo-
me que tal vez tendría algo que hacer.
Correspondiendo a tal invitación, salí de Aston el 8 del
#corriente y llegué de noche, a las diez, a Oxford, totalmente
calado por la lluvia, que soporté cuatro o cinco horas conti-
nuas. Apenas llegué a la fonda, encontré al señor Dalgairns,
que me esperaba para conducirme a Littlemore, o sea, a aquel
convento establecido allí, hace cerca de seis años, por el Rdo.
John Henry Newman, donde se encuentran varios señores de
Oxford, apartados del mundo y haciendo penitencia mucho
más severa que la que suele practicarse ordinariamente por
los Religiosos.
8 (28)
«Es una gracia grandísima, que supera toda expectación, y que es
preciso agradecer a Dios». Así se expresaba el beato Domenico
Barbieri, religioso pasionista, el 11 de octubre de 1845, en una breve
nota mandada a un hermano de comunidad, dos días después de
haber recibido en la Iglesia católica a John Henry Newman. Pero el
detalle de lo acontecido lo relata luego a su Superior General. El P.
Barbieri fue beatificado por Pablo VI, el 27 de octubre de 1963.
Cuando muchos años más tarde Newman recibió la noticia de su
muerte, exclamó: «Siempre he pensado y esperado que recibirá de
Roma la aureola de santo». La carta dice como sigue:
Llegamos a Littlemore una hora antes de medianoche, y
yo me acerqué a la lumbre para secarme. Pero ¡cuál fue mi
sorpresa ante el espectáculo de ver, ante mí, arrodillado a
mis pies, al señor Newman, que me pedía que quisiera oírle
en confesión y le admitiera en el seno de la Iglesia católica!
Allí mismo, junto a la lumbre, comenzó su confesión ge-
neral con sentimientos de humildad y devoción verdadera-
mente extraordinarios.
A la mañana siguiente, después de haberme conducido a
Oxford para celebrar la S. Misa en una capilla católica, y vuel-
to a Littlemore, en medio de una lluvia torrencial, terminé de
oír la confesión del señor Newman, y después de la suya oí la
de otros señores que estaban allí, es decir, el Rdo. Sr. Stanton
y el Rdo. Sr. Bowles, que habían sido ministros protestantes
como el Sr. Newman.
Así, en la tarde del nueve, cerca de las seis, recibí la pro-
fesión de fe de estos tres señores; a continuación les adminis-
tré el bautismo, sub conditione, y luego terminé la confesión
de todos y les di la absolución sacramental.
La mañana siguiente era la fiesta de S. Francisco de Borja
y celebré por primera vez la S. Misa en su oratorio privado,
luego que un buen sacerdote me prestó todo lo necesario
para ello, y administré la comunión al Sr. Newman y a otros
9 (29)
cuatro compañeros suyos, que eran protestantes y ahora son
fervorosísimos católicos.
Acabado esto, fui invitado a visitar a un caballero ante-
riormente protestante, vecino de aquel mismo lugar, y tuve el
placer de oírle en confesión, lo mismo que a cuatro hijas su-
yas solteras, de santa vida. En la misma noche del diez recibí
la profesión de fe y administré el bautismo, sub conditione, a
este señor, a su esposa y a dos de sus hijas, quedando las
otras dos a mitad de camino...
Éste es el detalle de mi misión en Oxford. Los que conoz-
can al Sr. Newman y a sus compañeros podrán juzgar del re-
sultado de lo sucedido. El Sr. Newman ha sido, hasta ahora,
diría que como el Papa de los protestantes, como su gran orá-
culo, el alma de este movimiento que llaman de los puseístas,
muy extenso y que abraza todo lo que hay de bueno, de serio
у de devoto en la Iglesia protestante. Él es considerado como
el hombre más docto que pueda hallarse en toda Inglaterra. A
mi juicio, él es el más humilde y el más amable de cuantos ja-
más haya yo encontrado a lo largo de mi vida. Confío en que
el resultado de tales conversiones sea incalculable.
Todo lo que he tenido que sufrir desde que dejé Italia lo
doy por bien compensado después de este felicísimo suceso.
Espero que ello animará a todos los buenos religiosos a rogar
con mayor fervor por nuestra querida Inglaterra. Ella fue una
vez «la isla de los santos», y volverá a serlo en el futuro. Desde
este reino, como de un centro, se expandirá el catolicismo fá-
cilmente por todo el universo. Esta hija, después de las desvia-
ciones de tres siglos, volverá llena de vigor a la Madre, la San-
ta Iglesia Católica Apostólica Romana, y será para esta Madre
consuelo y auxilio. Así lo deseo y espero. Amén.
Ere, 16 de octubre de 1845.
Humildísimo obbl. servidor y súbdito de Cristo,
Domenico de la Madre de Dios.
10 (30)
NEWMAN:
LA IGLESIA
DE LOS SANTOS
La verdad
y la santidad
ESE «gran cambio», como lo llama New-
man, comenzó cuando él tenía quince años
y descubrió a Dios como ser personal e in-
eludible, presente en su propia vida. Com-
prendió que la respuesta a este don gra-
tuito de la presencia divina no se podía
limitar a la mera asunción de un ideal ético, sino
que empeñaba toda la vida, hasta convertirla en
una comunión con Dios, es decir, proponerse la san-
tidad, y fue cuando tomó ese lema: «Antes la san-
tidad que la paz» (1). Aunque el mundo lo ignore,
esto es lo más importante y constituye la verdadera
vida del cristiano; parece una renuncia, pero quien
lo descubre encuentra, aun sin buscarla lo primero,
paz y consolación interior (2). Se trata, pues, de
abrirse a esta verdad y progresar en ella, sin con-
cesiones. Es así como su inquebrantable honestidad
interior pudo resumirse en aquel grito: «¡Yo nunca
he pecado contra la luz!»
(1) THE FORCE OF TRUTH, de T. Scott, uno de los libros que el Rev. Mayers puso
en sus manos, cuando era adolescente, y del que extrajo este lema. Cf. APO. 5.
(2) «The Christian has a deep, silent, hidden peace, which world sees not... What he
is when left to himself and to his God, that is his true life. He can bear himself; he
can, as it were, joy in himself, for it is the grace of God within him, it is the presen-
ce of the eternal Comforter, in which he joys... Never lens alone than when alone».
PPS V, 69-70.
11 (31)
El resplandor de la Verdad divina nos alcanza,
está en nosotros, y aquí entra todo el capítulo de la
conciencia, según Newman (3). Llega a nosotros,
pero nos viene de fuera; se nos muestra en «signos»
que hemos de reconocer y abrirnos a ellos (4).
Abrirnos a Cristo, al Evangelio, a la Iglesia. La
Iglesia fue el último estadio en el debate interior
de Newman.
Llegar a puerto
Todo cuanto la precedía lo tenía cla-
ro: Dios, «más evidente que él mismo» (5); Cristo,
por el bautismo, «se repite» en cada cristiano (6);
el Evangelio y la Iglesia «construyen» la santidad
de los fieles (7). Cuando entró en la Iglesia católi-
ca, terminó su peregrinación en busca de la verdad,
y por eso pudo decir que esa decisión no supuso
cambio alguno en su inteligencia y en la sustan-
cia de su fe (8); por eso todo fue, al fin, «como al-
canzar el puerto, después de atravesar un mar tem-
pestuoso».
La travesía fue esforzada, llevada adelante con
absoluta nobleza y profundidad espiritual. Tenía
sobrados motivos para agradecer, a la Iglesia donde
(3) Cf. LAUS n. 256, Marzo de 1989.
(4) «We know from history, 18 a matter of fact, that they did not receive Him, that
they did not come to him when He came to them; but He says that they would not
that they did not wish to come, implying that they, and none else but they,
were the cause of their not coming». PPS VII, 11. «Those whom Christ saves are they
who at once attempt to save themselves». PPS VII, 11-12.
(5) «I feel it (as a keystone, that no to hold it would it be to break my mind to pieces)..-
as easy to deny my own personality is the personality of God, and have lost my
grounds for believing that I exist myself if I deny existence to Him». MD 592.
(6) Christ himself vouchsafes to repeat in each of us in figure and mystery all that He
did and suffered in the flesh. He is formed in us, rises in us, lives in 118... All at once».
PPS V, 139.
(7) «An ordinary kind of religion, praise worthy and respectable in its way, may exist
under many systems; but saints are creations of the Gospel and the Church», PPP
II, 157.
(8) <From the time that I became a catholic... I was not conscious to myself, on my con-
version, of any change, intellectual or moral, wrought in my mind. I was not cons-
cious of firmer faith in the fundamental truths of Revelation, or of more self-com-
mand: I had not more fervours; but it was like coming into port after a rough sea:
and my happiness on that score remains to this day without interruptions. APO
238.
12 (32)
había nacido, la fe, la formación espiritual y haber
hallado en ella el ambiente desde el que se le pre-
sentó el ideal de la santidad. Otra cosa eran las im-
perfecciones, la burocratización a que se había re-
ducido el tesoro de su tradición cristiana. Cuando
moderaba las prisas de sus más adictos por entrar
en la Iglesia católica, lo hacía movido por la con-
vicción de que había de proceder con la máxima
seriedad y pureza de mente; la precipitación mide
menos la responsabilidad y suele ser imprudente,
desprovista de la necesaria reflexión. Era una cues-
tión de prudencia, no sólo para él, sino de cara a los
que en el depositaban su confianza y se inspiraban
en su conducta. La falta de reflexión no prepara
para la plenitud de la fe (9), porque los que dema-
siado implícitamente parece que lo creen todo sue-
len ser señal de que no creen nada.
Un oasis para
esperar la luz
Littlemore aparecía, a los ojos de los extraños,
como un monasterio excéntrico y misterioso. Era
una comunidad, un oasis espiritual, a la que acu-
dieron principalmente jóvenes, para estancias breves
o para permanecer junto al que, espontáneamente,
era reconocido y respetado como guía y superior,
no sólo por razón de la edad, sino por el protago-
nismo espiritual e idealista que le confería el Mo-
vimiento de Oxford, todavía no extinguido, pero ya
sin más que decir en el campo de las polémicas
eclesiástico-universitarias. Algunas exageraciones,
muchos malentendidos y la curiosidad de los que
se interesan por lo más superficial, sin detenerse en 151
ahondar en lo profundo de las razones y causas de
lo discutido. Littlemore debía ser un remanso, si no
oculto, por lo menos alejado del fragor de discusio-
nes y sospechas, con tiempo para dedicar a la ora-
ción, al estudio, a la reflexión. Contra lo que p-
(9) «It may also be the act of a man who will believe anything because he believes
nothing, and is ready to profess whatever his ecclesiastical that is his political--
party requires of him». En carta a McColl, de 15.8.1870, en WARD II, p. 332.
13 (33)
dieran imaginar los de fuera, el orden interno de
aquella pequeña comunidad de amigos era bastan-
te estricto (10). Austeridad, ayunos, oración y estu-
dio reflexivo, sin concesiones a la imaginación y al
sentimentalismo, sino buscando la razón de Dios
desde la purificación de la propia mente (11). New-
man escribía un libro (que dejaría inacabado) en el
que contemplaba a la Iglesia y la evolución de las
manifestaciones de su verdad. Miraba, a la vez, la
historia de la Iglesia y su propia historia personal,
Los primeros
cristianos
Era cierto, como siempre que cogía la pluma, que
«no escribía por escribir», sino que lo hacía obede-
ciendo a la fidelidad por ordenar la expresión de
las ideas en búsqueda de la verdad (12). Era histo-
ria de la Iglesia y, sin proponérselo, también bio-
grafía personal, pasos de un camino o evolución
que no había sospechado porque, al retirarse a Litt-
lemore y unírsele poco después algunos discípulos,
no lo había hecho con la intención de prepararse
para entrar en el catolicismo, a pesar de las acusa-
ciones de «romanismo» que algunos le dirigían (13).
Sin embargo, mientras reflexionaba y escribía su
Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina, fue
viendo que su amada Iglesia, madre de su fe, se ha-
bía apartado de la tradición del primer cristianismo,
como demostraba el estudio de los Santos Padres,
continuadores de la tradición apostólica; los prime-
ros cristianos eran los continuadores de los Apósto-
(10) Lo refieren los primeros en unírsele, desde 1842 (Lockhard, Dalgairns, Mark Pat-
tison, que estuvo allí diez días). Cf. LD XIII, 120. Dessain, en su JOHN HENRY
NEWMAN, p. 78, lo resume con estas palabras: «Four and half hours each day we-
re given to prayer, and nine to study and translation work+. Newman no tenía
conocimiento de la vida conventual más allá de lo que había estudiado de los Pa-
dres y la vida monástica clásica.
(11) «I determined to be guided, not by my imagination, but my reason». APO 119.
(12) «Since I was boy... I think have never written for writing wake: but my one single
desire and aim has been to do what is so difficult, viz. to express clearly and exac-
tly my meaning». LETTERS AND CORRESPONDENCE, ed. by A. Mozley, II, 427.
(13) «I never contemplated leaving the Church of England». APO 148.
14 (34)
les (14). Escribió años más tarde: «Creo haberme
preguntado siempre qué habrían hecho los Padres,
estos hombres cuyas obras rodeaban mi habitación,
cuyos nombres veían mis ojos constantemente, cuya
autoridad influía en mi juicio, ¿qué habrían hecho
y cómo hubieran obrado en mi lugar Atanasio, Ba-
silio, Gregorio, Hilario, Ambrosio?» (15). Newman
miraba hacia la primitiva Iglesia; si se hubiese fija-
do demasiado en el catolicismo de sus días, tal vez
habría encontrado un espectáculo menos atractivo;
pero él buscaba objetivamente los orígenes, la raíz.
Pensamiento,
plegaria y vida
Hay dos expresiones que resumen la razón y la fe,
la objetividad y la devoción, el esfuerzo de la inte-
ligencia crítica y laboriosa, que persevera en los
análisis que la van aproximando a la verdad gozo-
sa y retadora a la vez, y la meditación de la vida
conjunta de los que más de veras han seguido las
huellas de Jesús, cuando el Evangelio se hace con-
creto en la respuesta de sus seguidores: «La Uni-
versidad nos ha hecho católicos» (16), «Los Padres
me han hecho católico» (17). Newman no era el
universitario pedante, que exhibe su agilidad inte-
lectual polemizando inútilmente. Era la inteligen-
cia y el amor, que buscaban, ante todo, la Iglesia de
Dios, la Iglesia de Cristo. «La fidelidad a la Iglesia
―ya escribía ocho años antes de hacerse católico–
consiste más en amarla que en hablar o polemizar
sobre ella» (18). Los aferrados a la institución y las
ventajas que les reportaba, o los que no le seguían
en la pasión por la verdad, dondequiera que pudie-
(14) The first Christians are represented us continuing in the Fellowship of the Apos-
tles, LD XXV, 13.
(15) ESS II, 74.
(16) «Oxford made us catholics, es decir, «la Universidad». LD XIX, 325.
(17) «The Fathers made me a Catholic». DIFF II, 18-24.
(18) «He joins the Church of God, not merely who speaks about it, or defends it, or
who contemplates it, but who loves it... The test of our being joined to Christ is
love». PPS IV, 184.
15 (35)
ra hallarse, no le comprendieron. Él no buscaba el
catolicismo, sino la verdadera Iglesia.
Mirar a Dios
Pudo escribir
más tarde que la verdadera razón por la que se con-
virtió al catolicismo fue porque la Iglesia católica
era la que mejor se identificaba con la primitiva
Iglesia de los santos (19); aquella Iglesia en la que
«los fieles no pensaban en sí mismos, sino que mira-
ban, se dirigían a Dios» (20).
No nos detenemos en la descripción de las inci-
dencias, las más de las veces dolorosas, que rodea-
ban la vida interiormente pacífica y espiritualmente
elevada de aquel que los diarios llamaban proyec-
to de un monasterio «anglo-católico». Newman los
refiere en su Apología, hasta verse obligado a de-
fenderse diciendo que «se había retirado allí para
rogar» (21). Razón que parecía demasiado elemen-
tal a los extraños. Después de dar explicaciones al
propio obispo anglicano, decidió renunciar a su mi-
nisterio, reduciéndose, por lo tanto, a la condición
de laico.
El adiós
a los amigos
En la tarde del domingo día 24 de sep-
tiembre de 1845, predica su último sermón en la
iglesia de la Universidad. El lunes, 25, por la maña-
na, la iglesia de Littlemore aparecía llena a rebo-
sar: las gentes sencillas del lugar, amigos venidos
incluso de Londres, universitarios, y el Dr. Pusey
presidiendo la celebración. Newman pronunció el
famoso sermón «La despedida de los amigos». Su
voz era clara, contenida la serenidad que no le im-
pidió, entre pausa y pausa, leer las palabras segura-
mente más emocionantes de su vida, escritas desde
(19) «The very reason I became a Catholic was because the present Roman Catholic
Church is the only Church which is like, and it is very like, the primitive Church,
the Church of st. Athanasius...» LD XXIV, 325.
(20) «In the primitive way, the worshipper did not think of himself; he came to God,
God's house and altar were the sermon which addressed him and roused him. His
Sacraments were the objects of his regards. Words were unnecessary». LETTERS
AND C., ed. by A. Mozley, II, 208.
(21) APO 171.
16 (36)
la fuerza del silencio, con la belleza y el poder que la
misma verdad (22) inspira. Era el aniversario de la
consagración de la capilla, una fiesta para los pre-
sentes. Tomó el lema del salmista: «El hombre va a
su trabajo y permanece en él hasta el anochecer»
(23).
Madre Incapaz
de reconocer
al hijo
Comenzó enseguida refiriéndose al adiós de
Jesús a sus amigos, también al anochecer, y luego
evocó las despedidas de personajes bíblicos, y, hacia
el final, pasó a apostrofar a su propia Madre en la
fe, la Iglesia anglicana: «Oh Madre mía, ¿cómo pue-
de ser que hayas sido enriquecida con tantos dones
que no alcanzas a conservar, que hayas engendrado
hijos que no te atreves a reconocer? ¿Por qué no
sabes usar sus servicios, ni se alegra tu corazón
cuando te aman?».
La voluntad
de Dios
Y al pueblo que le oía: «Y voso-
tros, hermanos míos, corazones amables y afectuo-
sos, amigos que me amáis, si reconocéis a alguien
que por sus escritos o por sus palabras os ha ayu-
dado, de alguna manera, a actuar; si os ha dicho lo
que vosotros sabéis sobre vosotros mismos, o lo que
tal vez ignoráis; si él ha descifrado en beneficio
vuestro vuestros deseos y sentimientos, y con ello
os ha reconfortado; si os ha descubierto que existe
una vida más elevada que la cotidiana, y un mun-
do más hermoso que el mundo visible; si os ha ayu-
dado para vencer dificultades u os ha serenado; si
ha abierto para vosotros un camino en la búsque-
da o ha dado paz a vuestro corazón perplejo; si
lo que él os ha dicho o ha hecho os ha movido a
interesaros por él o a sentiros atraídos hacia él,
acordaos de este hombre cuando el tiempo pase, y
rogad por él, para que en todo pueda conocer la
voluntad de Dios y esté siempre dispuesto a cum-
plirla» (24).
(22) IDEA 217.
(23) SAL 104, 23.
(24) «The parting of friends», en SD, 407 y 409.
17 (37)
Dos años más tarde, en octubre de 1845, New-
man llamó al P. Barbieri, pasionista. Mientras le es-
pera, durante dos días, escribe un montón de cartas,
breves y expresivas: revelan todas que experimenta
haber llegado a la verdad, a la Iglesia verdadera,
al único verdadero rebaño de Cristo.
La Iglesia
de los Santos
Dios permanece; lo demás cambia. La santidad
también es la meta de un «cambio», ya que la per-
fección es cambiar varias veces (25). Sus conviccio-
nes se habían desarrollado en el curso del tiempo
(26). Cambiar y convertirse es una tarea, una expe-
riencia personal que «cada uno debe comenzar,
avanzar, y terminar por sí mismo. La historia reli-
giosa de cada individuo es tan solitaria y completa
como la historia del mundo» (27). Por esta razón
hay que respetar las conciencias, sin forzarlas a
cambios o «conversiones» precipitadas. Este plan-
teamiento no siempre fue comprendido, ni por algu-
nos que le admiraban, ni por muchos para quienes
la fe era tal vez asumida sin atender a la profunda
conversión interior. La misión de la Iglesia es hacer
santos, él había buscado la Iglesia de los santos, y
en los santos, y se encaró con la verdad grande, des-
garradora y felicísima, a la que le había ido condu-
ciendo Dios, desde que, por primera vez, a los quin-
ce años (28), lo descubrió en la íntima experiencia de
sí mismo. «¿Qué prueba puedo tener de la verdad
de los hechos revelados que supere la que poseo de
los hechos sobre mí mismo?» (29). Porque «Dios
(25) DEV 40.
(26) «My convictions have been the slow growth of years». LD XXI, Supl. 63.
(27) «In religion each must begin, go on, and end, for himself. The religious history
of each individual is a solitary and complete as the history of the world». PPS
VII, 248.
(28) «God changed me altogether when I was a boy of fiftee». LD XX, 543.
(29) «What proof can I have of the truth of revealed face more cogent than that which
I have of facts about myself?». LD, ibíd.
18 (38)
nos llama no sólo una vez, sino muchas veces; a lo
largo de la vida, Cristo nos está llamando... Nos lla-
ma una y otra vez, para justificarnos una y otra vez;
y una y otra vez, más y más, nos santifica y nos pre-
para para la gloria» (30).
Bienaventurada
visión de paz
En el mismo pupitre sobre el que había escrito su
Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina, el P.
Barbieri celebró por primera vez una misa católica
y dio la comunión a Newman y sus compañeros de
conversión. El libro quedó inconcluso. Pero luego
quiso añadir unas palabras. Eran éstas: «Tales eran
los pensamientos relativos a la "Bienaventurada
Visión de Paz", de un hombre que no cesaba de ro-
gar al Misericordiosísimo Señor, que no desprecia-
ra la obra de sus manos, que no la abandonara a sí
misma, cuando sus ojos se debatían faltos de clari-
dad y su corazón sufría, porque no podía valerse
más que de la razón para las cosas de la fe. Y ahora,
querido lector, el tiempo es breve, la eternidad lar-
ga. No abandones lo que aquí, en este libro, has en-
contrado. No pienses que se trate de mera contro-
versia efímera; no te obstines imaginando que es
producto del rechazo, del disgusto, de sentimientos
heridos, o de una sensibilidad exagerada o de cual-
quier otra debilidad. No te dejes arrastrar por el
recuerdo de años pasados; no pretendas que la ver-
dad es aquella que tú desearías que fuera, y no te
construyas un ídolo con los prejuicios a los que es-
tás apegado. El tiempo es breve, la eternidad larga».
Y concluía con el canto evangélico de Simeón:
«Ahora, Señor, según tu promesa, / puedes dejar a
tu siervo irse en paz; / porque mis ojos han visto
la salvación» (31).
(30) «We are not called once only, but many times, all through our life Christ is cal-
lings is... He calls us again and again, in order to justify us again and again; and
again and again, and more and more, to sanctify and glorify us». PPS VIII, 23-24.
(31) DEV 445.
19 (39)
Lo divino y lo humano en la Iglesia.
Concedo que el magisterio de la Iglesia —que en sus
declaraciones formales es divina— en algunas ocasio-
nes ha sido pervertida por los que oficialmente la repre-
sentan, o por sus súbditos ―ambos son humanos—, con
lo cual nos ofrece un blanco para críticas у acusaciones.
A pesar de ello, sostengo que ha hecho una cantidad
incalculable de bien, un bien de calidad tan especial
que ninguna otra sociedad o doctrina o religión hubie-
ra sido capaz de hacer; y sostengo que este bien se ha
derivado de los principios que profesa, y que sus omisio-
nes y deficiencias han sido causadas por el descuido o
por haber paralizado o impedido la eficacia de estos
principios. Queda la siguiente pregunta: ¿Lo que es
divino en la Iglesia ha aprobado los errores
humanos? Yo sostengo que no.
John Henry Newman, C. O.,
LD XXVII, 283
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
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