Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 265. MARZO. Año 1990
SUMARIO
MISTERIO de muerte y de vida; de pecado y de
misericordia. Cristo que muere por el mundo,
a causa del pecado de todos. Las codicias, las
mentiras, las injusticias y los pactos explícitos
o implícitos que hacen posible el mal, todavía no
vencido. Por esto Cristo sigue padeciendo y murien-
do en los más pobres, en los más ignorantes, en los
que la mentira puede hacer mella, en la masa enor-
me de indefensos y desprevenidos, que nadie o po-
cos aman, que nadie o pocos defienden. Todavía el
hombre no es hermano para el otro hombre, sino ob-
jeto o referencia económica. Sin que ellos mismos lo
sepan, Cristo sigue sufriendo en los más miserables
de cuerpo o de espíritu. Es la Pasión cristiana del
mundo. Pero los cristianos creemos en la resurrec-
ción y la esperamos. Cristo, muerto y resucitado, es
la garantía de nuestra esperanza.
LA GRACIA
REDUCCIONES
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
EL PECADO DEL MUNDO
NEWMAN, UNA PRESENCIA VIVA
1 (41)
LA GRACIA
EXISTE algo todavía peor que tener una mala
conciencia. Es tener una conciencia cerrada, completa.
Hay algo peor que tener un alma mala
pervertida. Es tener un alma que ya no necesita nada.
Se han podido ver los modos extraordinarios de
que se vale la gracia para conseguir penetrar en un
alma en la que anida la maldad o la perversión, y
se ha visto cómo se salvaba lo que parecía perdido.
Pero nunca se ha visto que el agua atraviese las
superficies barnizadas, impermeables.
De ahí vienen tantos fallos que constatamos sobre
la eficacia de la gracia de Dios, la cual, mientras
logra victorias insospechadas transformando las almas
de grandes pecadores, permanece inoperante, sin
embargo, en gentes tenidas por más honestas. Y es
porque las gentes más honestas, o simplemente
honestas, o las que se denominan así y aman que se les
tenga por tales, viven metidas en su propia coraza. Son
invulnerables. La piel de su moral constantemente
intacta se les ha convertido en puro cuero y armadura
impenetrable...
No les falta nada, y no pueden recibir lo que lo es
todo. Los tan honestos no pueden ser "mojados" por la
gracia.
Charles Péguy
2 (42)
Reducciones
LA LÁSTIMA no está en que no seamos mejores cristianos, sino en que nos re-
signemos permaneciendo en el límite de lo que imaginamos que ya nos basta,
o que no queramos despejar duda, o errores por miedo a que la conciencia pu-
diera exigirnos más de lo que, egoístamente, nos hemos propuesto. Somos bau-
tizados, pero profesamos un cristianismo reducido. Reducciones que nos sugiere el
espíritu del mundo cuando, confundiendo categorías y sin oposición directa a la fe,
anestesia su vigor o lo desplaza por medio de palabras o conceptos que, sin ser con-
denables por sí mismos, anulan y substituyen la correlación de otros más radicales y
más exactos. Por ejemplo: no es lo mismo cultura que fe, no es lo mismo reunión que
comunión, no es lo mismo poder que justicia y que razón: no es lo mismo estética que
ética, ni convencionalismo que moral; no es lo mismo sentimiento que amor, no es lo
misma beneficencia que caridad y misericordia, no es lo mismo ideología que verdad,
no es lo mismo secta que comunidad y que Iglesia; no es lo mismo socio que herma-
no, ni sociedad que familia; no es lo mismo organización que organismo, no es lo mis-
mo propaganda que evangelización, no es lo mismo "evitar" pecados que practicar
virtudes, no es lo mismo «salvarse de la condenación eterna» que amar a Dios «con
todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser», no es lo mismo crédito social de
la santidad que la santidad, no es lo mismo ser cliente de la Iglesia que ser hijos de
Dios... Y podríamos alargar la lista de distinciones.
¿Por qué los que nos contemplan de fuera de la Iglesia, y también los de dentro,
confunden y confundimos, no raramente, ideas, acomodando el vigor de la original-
mente cristiana tales miserables reducciones? En los primeros puede ser porque
tengan del cristianismo un concepto demasiado natural: en nosotros, porque seamos
cristiano # medio convertir. Y haber ellos entendido el cristianismo como cultura,
como moral o como política; mientras que nosotros nos hayamos detenido en ambi-
güedades descomprometidas en el intento, nunca abdicado del todo, de servir u dos
señores. Lo que no sería tanto de extrañar, moviéndonos en medio de un mundo tec-
nificado, empeñado en el milagro de convertir las piedras en pan, siempre abierto a
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la seducción de las riqueza, con las que se puede comprar todo y ser poderosos en la
tierra, con una fuerza que suplante in fe o la domestique: un mundo en el cual solo el
que alcanza el éxito en admirado y honrado, sin que importe cómo se llegue a alcan-
zarlo; un mundo que tiene poco o nada que esperar del cielo, porque se apunta a los
paraísos, al prestigio y a los éxitos terrenos, que, por lo tanto, se resiste a renunciar
al dinero, al orgullo y a los placeres un mundo que adormece o adecenta su mala con-
ciencia con sofismas, que la mirada de Dios y la palabra de Cristo nunca justificarían.
Frente a tales peligros, no basta un cristianismo sociológico ni individualista. Es
necesario acabar la conversión, cambiar; un cambio para el que no basta un modo de
distanciamiento simbólico del mal y del error, sino que ha de ser y consistir en la reo-
rientación fundamental de la voluntad hacia Dios y su reino, tal como nos ha sido re-
velado en Jesucristo. La persona entera debe enraizarse en Dios y, desde la total ad-
hesión a Dios, disponerse a emprender un camino nuevo, como vida que se estrena.
DE LA ANTIGUA A LA NUEVA .
Conservo el recuerdo de la primera Semana Santa
en la que tomé parte, en 1941. Había ido con un
grupo de compañeros del liceo a la casa de
formación de los oratorianos, en Montsoult.
Cantamos durante tres tardes seguidas, con la
comunidad, todo el Oficio de Tinieblas, un oficio
compuesto de salmos y de lecturas bíblicas.
Cantando estos salmos, escuchando las
lamentaciones de Jeremías, me parecía evidente
que los católicos recogían la herencia que Dios
había destinado en un principio a Israel, su hijo
mayor, el primogénito.
En la capilla de Montsoult había vidrieras que
ilustraban la relación entre los dos
Testamentos... No estaba en una tierra
extranjera. Formaba parte de los hijos mayores
y no hacía sino entrar a disfrutar de la herencia
que se me había prometido.
Cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de Paris,
convertido del judaísmo, en el libro LA ELECCIÓN DE DIOS (1987).
4 (44)
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990):
Noticias y conmemoraciones
• En el Oratorio de Albacete, durante los días dos y tres de febrero (ani-
versario de la fundación del Oratorio en Inglaterra, por John Henry
Newman), tuvo lugar una convivencia de los jóvenes del Oratorio se-
cular, con reflexiones sobre «Newman joven y su vida de fe».
• La Facultad de Teología de Barcelona, en colaboración con la Funda-
ción de la Enciclopedia Catalana, el Instituto Británico de la misma
ciudad y los Padres del Oratorio, conmemoró, el 14 de febrero pasa-
do, el primer centenario de la muerte de Newman con una disertación
del Dr. Josep Vives, jesuita, que desarrolló el tema «Newman, fidelidad
amorosa a la verdad». En el mismo acto se hizo la presentación de la
traducción de la «Apologia pro vita sua», a la que hicimos referencia
el mes pasado desde estas mismas páginas.
• En la Universidad de Valencia, y organizado por el Newman Centre
de la misma ciudad, tuvo lugar el día 21 de febrero, en el marco de la
universitaria Capilla de la Sapiencia, un acto académico en el cual
el Dr. Augusto Monzón, Profesor titular de aquella Universidad y pres-
bítero del Oratorio de Albacete, pronunció la conferencia «Newman,
una presencia viva (cuya transcripción ofrecemos en este mismo nú-
mero de Laus). Esta conferencia fue precedida por unas palabras del
Dr. Sebastià Janeras, director de «Clásicos del Cristianismo», en cuya
colección acaba de aparecer la «Apología» de Newman, y del traductor
Aureli Boix. Por el Newman Centre de Valencia hizo la presentación
Agustí Colomer.
• En este año de conmemoraciones newmanianas se han podido ver ter-
minadas las restauraciones de algunas iglesias y lugares especialmente
unidos al recuerdo de Newman, como la iglesia del Oratorio de Bir-
mingham, que él mismo edificó. También la catedral de esta ciudad,
en la que predicó varias veces: fue memorable la serie de sus sermo-
nes de la cuaresma de 1818, así como el que el obispo le pidió que
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hiciera con ocasión de la apertura del primer Sínodo Diocesano de
Birmingham. También ha sido restaurada, en atención al recuerdo de
Newman, la que fuera su capilla privada cuando, todavía anglicano,
era "fellow" del Oriel College, en Oxford. Igualmente, en Dublín, se ha
emprendido la restauración de la iglesia de la Universidad fundada allí
por él, si bien en este caso se deba a la coincidencia del milenario de
la ciudad de Dublín.
• También en la iglesia del Oratorio de Birmingham, el miércoles día
21 del pasado mes de febrero, el cardenal Basil Hume presidió la ce-
lebración de la santa Misa, con la participación de más de cincuenta
sacerdotes. Estuvieron presentes, además, varios profesores universi-
tarios y admiradores de Newman, llegados de Roma, de América y de
varios países europeos. El sermón fue predicado por el P. Vicent Fe-
rrer Blehl, jesuita, postulador de la causa para la canonización de
Newman. Es de notar que el día 21 de febrero era la fiesta de san Va-
lentín, un mártir romano cuyo cuerpo fue hallado en las catacumbas,
y regalado por el papa Pío IX a Newman cuando dejó Roma, a finales
de 1847, con la misión papal de fundar el Oratorio en Inglaterra. El
cuerpo de este santo yace en la iglesia del Oratorio, en Birmingham.
Además, coincide su fiesta con el día del nacimiento de Newman (21
de febrero de 1801).
CONVERSIONES EJEMPLARES
(San Pablo, San Agustín, Newman)
TRES CONFERENCIAS
POR EL P. RAMÓN MAS
DÍAS 9, 10 Y 11 DE ABRIL (LUNES, MARTES
Y MIÉRCOLES), A LAS 8'30 DE LA TARDE,
EN ESTE ORATORIO DE ALBACETE
6 (46)
El pecado
del mundo
EL MUNDO somos los hombres.
El pecado del mundo es ese
mal que se opone a Dios, y
que resulta de la culpa participa-
da, por las omisiones generalizadas,
por los asentimientos indirectos,
por el silencio de las implícitas
complicidades que hacen posible
que sigan las injusticias e hipocre-
sías disfrazadas de falsa dignidad.
El pecado del mundo es el arte del
blanqueamiento de la perversión
que se mantiene apoyada en alian-
zas interesadas, de las que trae be-
neficio, a costa de los más pobres,
de los más ignorantes, de los inde-
fensos y forzados a resignarse al
dominio de los clanes minoritarios
en los que se aglutina el poder y la
capacidad de corrupción, a la vez
que persisten en absolutizar, y acu-
mular y retener para sí mismos, to-
do cuanto ofrece esta vida terrena,
convencidos de
que tienen derecho
indiscutible, o por lo menos pre-
ferente, a ello. Clanes que temen y
alejan de sí cualquier hipótesis o
esperanza práctica de otro paraíso
más alto y espiritual. El pecado del
mundo es una forma de idolatría:
su dios es el dinero, su culto las ce-
remonias del prestigio, su aposto-
lado la propaganda, su ejemplo la
vanidad, sus méritos las estadísti-
cas, su moral el arte de triunfar en
la vida, frente a los demás y aun a
costa de los demás; su cielo está en
la tierra. No existe otro absoluto, y
la insaciabilidad es su infinito.
El pecado del mundo es sutil y
pretende legitimarse no sólo es-
condiendo su propio nombre, sino
recurriendo, según la oportunidad
que mejor convenga a su estrate-
gia, a denominaciones con que se
designan realidades nobilísimas, ta-
les como patria, dignidad del hom-
bre, derechos de la persona, ideales,
cultura, libertad de los pueblos,
civilización, valores filosóficos, re-
ligión... Sin embargo, suelen ser
invocaciones cuyas exigencias el
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mundo no lleva más allá, en cual-
quier caso, de pequeños gestos
simbólicos, de escaparate, sin des-
cender a la realidad comprometi-
da y concreta que debería deri-
varse de las proclamaciones abs-
tractas con que se adorna, porque
sabe que pondría en peligro sus
verdaderos intereses, encubiertos
y cordialmente irrenunciables. Lo
que está por encima de lo terreno
y de la satisfacción de la propia
codicia, individual o de grupo,
solamente se admite hasta donde
consiente ser domesticado y con-
vertido en ideología o sofisma dia-
léctico útil para el egoísmo inme-
diato, sin alterar la proporción que
ha de resultar siempre ventajosa
en orden al mantenimiento del po-
der, el crecimiento de la riqueza y
la seguridad de la instalación pri-
vilegiada.
Hay situaciones de penalidad y
de desazón en esta vida temporal
que no son imputables a las volun-
tades de los hombres, sino conse-
cuencia natural de la limitación
en que se desenvuelve todo ser
creado. Cuando hablamos de peca-
do del mundo, no queremos refe-
rirnos a las consecuencias de tales
limitaciones, sino a los aspectos es-
tructurales de la sociedad y de la
convivencia humana que son con-
secuencia de la libertad de los
hombres, los cuales, acumulando
dejaciones y egoísmos, han llegado
a construir y a consentir la institu-
cionalización de la injusticia, cau-
sa de tantas violencias y padeci-
mientos, de guerras y opresiones,
de desamor, de explotación, de
mentira. Según el mundo pecador,
el hombre no es para el otro hom-
bre un ser para amar, sino para
utilizar, y así ocurre entre pueblos
ricos y pobres, a pesar de las pro-
clamas de los políticos. Insinuamos
el gesto de lanzar la primera pie-
dra cuando nos atrevemos a emitir
un juicio sobre un contencioso dis-
tante, que no nos afecta; pero más
veces hemos de avergonzarnos,
cuando se trata de conflictos que
nos conciernen y de situaciones
injustas de las que nos aprovecha-
mos, con las que cooperamos y cu-
ya legitimación sólo disfrazada y
aparente transmitimos con hipo-
cresía y hasta cinismo. Cuando es-
to ocurre a nivel colectivo, es el
pecado del mundo que hemos co-
metido o a cuyo contagio hemos
cedido. Pecado que está enraizado
en la intimidad de la conciencia
humana, pero que no depende de
un solo hombre.
Todo verdadero pecado es siem-
pre sólo del hombre. Pero es preci-
so advertir que, cuando se exagera
la individualización de los pecados
personales, cuando se ciñe con pre-
tensiones exhaustivas y casi mecá-
nicas el listado de preceptos per-
fectamente medidos para tranquili-
zar conciencias que así ven descri-
tos pecados y culpas, corremos el
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riesgo de privatizar tanto los con
tenidos morales que nos plantea-
mos como baremo para separar el
bien del mal, hasta un subjetivis-
mo socialmente y eclesialmen-
te-aséptico, en el que se da la no
extraña trivialización del sacra-
mento del perdón, reducido a prác-
tica casi mágica, sin conversión, o
con propósitos de enmienda mera-
mente voluntaristas, distantes del
cambio de mente y de la verdadera
conversión, la del corazón.
Podemos encontrarnos inmersos
en situaciones de injusticia y de
pecado en las que no tengamos res-
ponsabilidad y que, de haberlo ad-
vertido, habríamos evitado partici-
par en ellas. Los primeros cristia-
nos eran muy cuidadosos no sólo
en evitar toda participación, sino
que su "conversión" comprendía el
rompimiento de los lazos que les
impedían recibir con sinceridad el
bautismo que iba a cambiar sus vi-
das. El cristiano actual, a la hora
de elegir profesión y programar su
vida, debe responsablemente no
contaminarse del pecado del mun-
do. Es un escándalo, por ejemplo,
que una tercera parte de toda la
riqueza que genera la humanidad
se destine a armamentos. Se escon-
den hasta donde sea posible las
cifras de las industrias de guerra,
pero es evidente que las razones
siempre discutibles en las que
basan su justificación sus apolo-
gistas son demasiado débiles para
que puedan disimular el pecado de
las guerras y conflictos que no
cesan, y que no disimula los fines
económicos, de opresión y coloni-
zación, de los gobiernos fuertes
que las alientan, a costa del ham-
bre de los países pobres que explo-
tan y empobrecen, mientras pro-
claman falsos ideales de liberación
de justicia en el intento de enga-
ñar a los más pobres, que nadie
defiende o que, si lo hace de modo
positivo y comprometido, le tildan
de político o subversivo porque
no observa el silencio doméstico
que le imponen.
No solamente las guerras, con
gobernantes e intermediarios que
se hacen ricos en el comercio de
armas. Hay otros campos. Ni va-
mos a repetir las comparaciones
entre lo que vale un tanque y una
escuela (aunque una buena escuela
sea más "peligrosa" que un tan-
que). Pero es cierto que existen
profesionales metidos en situacio-
nes estructurales de pecado o harto
ambiguas, que no pasarían hambre
con otra dedicación positivamente
Si tenemos riquezas y honores, ¿no es fácil que con ello comprometamos
uno de los distintivos de la Iglesia? ¿No habrá que temer que el mundo se
una a nosotros amistosamente, porque también nosotros, amistosamente,
nos hemos unido a él?― John H. Newman C.O. (SD, 18, 260)
9 (49)
provechosa para el bien de la so-
ciedad; sin embargo, difícilmen-
te se decidirían a renunciar a las
ventajas materiales alcanzadas o de
prestigio que su colaboración al
pecado o a la ambigüedad les brin-
da. Tal vez presumen de cristianos,
pero nunca renunciarían a nada
que mermara su sueldo o su altura
en el escalafón. Se consuelan con
la moral subjetivista, con el volun-
tarismo de la eficacia aparente-
mente virtuosa, pero no se con-
vierten de corazón". No faltan, en
ocasiones, los que pretenden redi-
mir a los demás del mal del mun-
do precisamente haciéndose ellos
mismos más mundanos.
San Juan habla de Cristo «Cor-
dero que quita el pecado del mun-
do». Ese "pecado" debe ser el que
comentamos y que podría ejempli-
ficarse en tantos otros aspectos. Pe-
cado del que todavía no estamos
descontaminados y que nos opri-
me; pecado que los cristianos sabe-
mos que es el que causó la muerte
a Cristo. Si él hubiese hablado del
pecado hipersubjetivado, y aun en
el supuesto de que hubiesen sido
más sus milagros, nadie lo habría
condenado. Pero tropezó con las
estructuras de pecado, con la ins-
titucionalización legitimadora de
perversiones sociales, políticas y
religiosas, y, al final, todos se unie-
ron contra él. Y Cristo sigue mu-
riendo tras el sufrimiento de todos
los que, todavía hoy, padecen por
la misma razón.
El cristiano contemporáneo debe
estar atento, más que en otras épo-
cas, al "pecado del mundo". Si lo-
gra tomar conciencia, relacionan-
do las propias experiencias con las
de Cristo, y su época con la nues-
tra, podrá comprender mejor el
Evangelio y cuanto el mismo exi-
ge y le exige. El mundo necesita
una liberación salvadora que sola-
mente está en el Evangelio. No bas-
ta remitir la eficacia de tal salva-
ción a la sola acción de Cristo, que
resultaría infructuosa para el bau-
tizado que se inhibiera a la hora
de incorporarlo en la propia vida.
La salvación no es un efecto mági-
co, sino resultado de una asimila-
ción a Cristo, de formar cuerpo y
vida con él. La virtualidad defini-
tiva está en él, pero la realización
de esta fuerza transformadora que
parte de él está todavía moviéndo-
se y desarrollándose en cada uno
de los cristianos y de los que suce-
sivamente irán incorporándose a él
por el Bautismo. Todo, más que una
moral, más que un voluntarismo,
más que las estructuras tempora-
les, más que la política y las técni-
cas de captación y persuasión. Se
trata de revivir a Cristo, con todos
los riesgos, con toda la esperanza
de gloria con él, en el misterio, to-
davía no concluido, de su pasión,
muerte y resurrección.
10 (50)
NEWMAN:
NEWMAN
UNA PRESENCIA VIVA
Texto de la conferencia pronunciada por el P. Augusto Monzón, de este Ora-
torio de Albacete, el pasado día 21 de febrero, en la Universidad de Valencia
(ver referencia en pág. 5), con el título que encabeza esta página.
NOS HEMOS reunido aquí para
conmemorar el centenario de la
muerte de John Henry Newman,
y lo hacemos precisamente el día
21 de febrero, aniversario de su
nacimiento. ¡Todo un símbolo! Porque New-
man es hoy, sin duda, una presencia viva
para muchos hombres y mujeres en todo el
mundo. Una buena prueba de ello la consti-
tuye la publicación constante de nuevas edi-
ciones de sus escritos, como esta de la Apo-
logia "pro vita sua", tan oportuna, y de
numerosas obras de investigación sobre su
vida y sobre su extensísima y variada pro-
ducción. 0, también, la labor que llevan a
cabo las Asociaciones y Centros dedicados
al estudio de su obra e inspirados en sus
ideas y en sus actitudes.
Newman
y el último
Concilio
Pero, si queremos ir más al fondo, hemos
de constatar un aprecio creciente por New-
man como maestro del pensamiento y a la
vez como guía espiritual para nuestro tiem-
po, en un sentido análogo a como lo fueron
11 (60)
los Padres de la Iglesia respecto a los primeros si-
glos. Christopher Hollis ha escrito que el Concilio
Vaticano II constituyó la aceptación por el episco-
pado universal de la «interpretación newmaniana
del cristianismo», y quizá no se trata de una exa-
geración (de hecho, en 1964, después de los debates
correspondientes a la segunda etapa, se pudo cons-
tatar que Newman había sido el autor más citado
en el aula conciliar, sin exceptuar al mismo Tomás
de Aquino). Ahora bien, tal como sucedió con los
Padres, el magisterio de Newman no se agota en
su reconocimiento eclesiástico, aunque éste se haga
al más alto nivel. Antes que eso, existe la interpela-
ción que suscita su pensamiento encarnado, vivido:
existe, en definitiva, su propia persona. Para mu-
chos, Newman ha sido un descubrimiento y un en-
cuentro personales.
Dios
"de corazón
a corazón"
Ha sido «el corazón que habla
al corazón» (por decirlo con las palabras que él mis-
mo escogió como lema cuando fue creado cardenal:
cor ad cor loquitur).
Newman no es demasiado conocido entre noso-
tros, en los medios culturales latinos. Nos enfrenta-
mos con la barrera de la lengua ―hoy ya no tan
infranqueable―, y también con la distancia en el
tiempo y con la diferencia de mentalidad. Sin em-
bargo, vale la pena que entremos en su vida
su corazón el encuentro no será sólo alecciona-
dor o provechoso, sino que llegará a suscitar nues-
tro entusiasmo. No vamos a detallar su dilatada
biografía (ochenta y nueve años...), pero segura-
mente sí que es útil esbozarla y comentar algunos
de sus rasgos más significativos para nosotros, aquí
y ahora.
John Henry Newman nace en Londres, en 1801,
en el seno de una familia acomodada, de padres
religiosamente observantes, dentro de la Iglesia ofi-
cial anglicana, con una piedad centrada en la Bi-
blia y en el Book of Common Prayer, pero sin
12 (62)
estridencias. Después de una infancia feliz ―des-
pués, también, de haber leído algunos escritos es-
cépticos―, a la edad de quince años tuvo la ex-
periencia más decisiva de su vida, lo que ha sido
denominado su «primera conversión». John Henry
se dio cuenta de la presencia inmediata del Dios
personal. Esto fue ya un encuentro «de corazón a
corazón»: no una emoción repentina, ni tampoco
una deducción intelectual, sino una experiencia
propiamente personal, que afectaba, desde las raí-
ces más profundas, a todas las dimensiones --ra-
cionales, afectivas― de sí mismo.
Esbozo
biográfico
La vida y el
pensamiento de Newman crecen y se desarrollan a
partir de esta experiencia fundamental, en el sen-
tido más preciso del término. A partir de entonces,
todo consistirá en la profundización de este encuen-
tro entre los «dos seres escribe Newman que
son absolutamente y luminosamente evidentes pa-
ra mí: yo y mi Creador». Es lo que la tradición
cristiana llama «conversión», aunque a menudo se
hayan separado los aspectos morales y los intelec-
tuales, que para Newman constituyen un todo:
cambiar y convertirse es una tarea, una experien-
cia personal, dice, que «cada uno debe comenzar,
proseguir y acabar por él mismo. La historia reli-
giosa de cada hombre es tan única y completa co-
mo la historia del mundo».
La necesidad ineludible del solus cum solo,
esa antropología implícita que ha sido denominada
«personalista», la fuerte impresión que había deja-
do en él algún maestro de tendencia evangélica y
un incipiente interés por la Iglesia antigua consti-
tuían su bagaje espiritual cuando ingresó en el Tri-
nity College, de la Universidad de Oxford. Oxford
fue ya siempre para Newman su universidad, y
hasta una parte sustancial de él mismo. En 1822 fue
elegido fellow o miembro de la comunidad docente
del Oriel College, cargo que incluía entonces la or-
13 (63)
denación en la Iglesia anglicana. Cuando, en 1828,
fue nombrado Vicar o rector de la iglesia univer-
sitaria de Santa María, su personalidad y su orien-
tación estaban ya prácticamente definidas, a tra-
vés de la amistad que mantuvo, inseparable de un
«acuerdo mental» profundo, con otros hombres de
Oxford, como Keble, Pusey y Froude (señalemos,
porque tiene su importancia, que la palabra friend,
amigo, es una de las que aparecen con más fre-
cuencia en los diarios y en los poemas de Newman).
El Movimiento
de Oxford
Para todos ellos era urgente poner freno a la dege-
neración espiritual de la Iglesia de Inglaterra, po-
líticamente subyugada por la autoridad secular, y
teológicamente amenazada por el liberalismo ra-
cionalista. La solución no podía consistir en el cris-
tianismo evangélico, protestante, ya que éste no
reconocía a la razón los derechos que sin duda le
correspondían. Se imponía, como única salida, una
confrontación con el cristianismo de los primeros
siglos y con sus testigos autorizados, los Padres de
la Iglesia. La década siguiente, Newman se había
convertido en el líder de este impulso de renovación
del anglicanismo que en seguida fue conocido como
« Movimiento de Oxford».
Es bien conocido, y la Apología nos lo cuenta
paso a paso, cómo el estudio y la meditación de los
Padres condujo a Newman a encontrar la plenitud
de la fe cristiana en la Iglesia católica, donde fue
recibido el 9 de octubre de 1845. Desgraciadamen-
te, una mentalidad triunfalista ha favorecido el
desinterés por el Newman católico. Y, sin embargo,
se ha dicho, con razón, que su evolución como ca-
tólico es más importante―más significativa― que
la que tuvo como anglicano. En cualquier caso, se
trata, con seguridad, del período que resulta más
instructivo para nosotros en el momento actual.
La incorporación de Newman a la Iglesia ca-
tólica debe ser entendida como el término de una
14 (64)
larga maduración, caracterizada por una búsqueda
abnegada, honesta y sincera de la verdad. New-
man no rehuyó las rupturas ineludibles ―la fami-
lia, los amigos, la consideración social―, pero su
conversión al catolicismo no puede ser considerada
ella misma como una fractura interior, ni mucho
menos. Él mismo nos lo dice en la Apología:
Newman
católico
«Cuando me convertí no fui consciente de que
se efectuara en mi cambio alguno, ni intelectual ni
moral. No tuve conciencia de adquirir una fe más
firme en las verdades fundamentales de la revela-
ción, o un mayor dominio de mí mismo; tampoco
experimenté más fervor. Fue como llegar a puerto
tras haber atravesado una tempestad. Y la felici-
dad que entonces sentí continúa sin interrupción
hasta el día de hoy».
Newman y
San Felipe Neri
El benedictino Placid Murray, en su estudio
Newman the Oratorian, ha puesto de manifiesto
la continuidad existente entre su ministerio angli-
cano y el que ejerció como presbítero católico des-
de que fue ordenado en 1847. La atracción que
Newman sintió por san Felipe Neri —«sin el que
no habría podido ni sabido hacer nada», escribe―
respondía a muchos rasgos comunes: carácter jo-
vial; desconfianza de las leyes y las constricciones
externas; amor a la libertad; talante humanista y
gusto por la belleza, que no era contradictorio con
la admiración que ambos sentían por las primeras
generaciones cristianas de los mártires y los asce-
tas... Como señaló Richard W. Church, deán de la
catedral anglicana de San Pablo de Londres, en el
elogio fúnebre de Newman que escribió para el Ti-
mes, «en san Felipe, Newman encontró ensambla-
dos el Evangelio y el mundo moderno». Incluso la
vida en comunidad del Oratorio le pareció a New-
man la prolongación natural, en la Iglesia católica,
de la vida común que él y sus seguidores habían
llevado en los colleges de Oxford o de Cambridge.
15 (55)
(Resulta significativo, en este sentido, que el primer
Oratorio inglés fuera establecido, cerca de Birming-
ham, la fiesta del 2 de febrero del año 1848, fiesta
que es también la patronal del Oriel College).
Esta continuidad entre la primera y la segunda
mitad de su vida, perceptible también en muchos
otros aspectos, responde al único impulso que rigió
todas sus actividades: el anhelo de fidelidad a la
verdad y ―como consecuencia― la voluntad firme
de renovación de la Iglesia mediante el retorno a
las fuentes. Esto, que fue para él la puerta del ca-
tolicismo, constituyó también la causa de sus sufri-
mientos como católico. Alguien ha hablado, en este
sentido, del «martirio» de Newman. Seguramente
la expresión no es inadecuada. Fijémonos en sus
propias palabras: «Desde que soy católico, no he
tenido sino fracasos»; o también aquella frase terri-
ble de su diario, escrita el año anterior a la publica-
ción de la Apología: «Cuando yo era protestante,
mi religión era angustiosa y mi vida tranquila; aho-
ra que soy católico, mi religión es tranquila y mi
vida angustiosa».
El "martirio"
de Newman
¿Qué habla sucedido? Durante su periodo an-
glicano, Newman combatió resueltamente la mun-
danización de su Iglesia, y se opuso al liberalismo
doctrinal que la legitimaba. Como católico, encon-
traba ahora una Iglesia concebida como fortaleza
frente al mundo moderno, con una actitud muchas
veces dura y arrogante. Newman, que había llega-
do al catolicismo a través del estudio del desarrollo
de la doctrina cristiana, no podía admitir la identi-
ficación abusiva entre dogma y dogmatismo fixista
que propugnaba el minoritario, pero poderoso, sec-
tor ultramontano. Fueron precisamente los ultra-
montanos ingleses quienes lo tildaron de «poco en-
tusiasta por la causa católica y lo acusaron de no
hacer conversiones. Newman respondió entonces:
*Para mí, lo primero no son las conversiones, sino
16 (56)
la formación de los católicos; los convertidos han
de prepararse para entrar en la Iglesia, pero tam-
bién la Iglesia debe prepararse para recibir a los
convertidos». Y explicó ―previo― que la exigencia
de una fides implicita a cualquier precio acabaría
produciendo «la indiferencia en las clases superio-
res y la superstición en las inferiores». La fe, decía,
no puede ser sólo material ―una mera aceptación
de sus proposiciones―, sino que debe ser también
formal ―adulta, consciente y libremente asumida.
Conflictos
Cuando Newman señaló que la centralización
romana en materia doctrinal era excesiva porque
paralizaba el trabajo intelectual, y cuando sostuvo
que no resultaba razonable imponer formas de de-
voción italianizantes en perjuicio de las tradiciones
espirituales propias, tuvo que sufrir la doble acusa-
ción de liberal y nacionalista. Recordemos, final-
mente, la fuerte reacción que suscitó su sugerencia
de consultar a los laicos en cuestiones de impor-
tancia: los laicos, argüía Newman, en virtud de
la función profética común a todos los bautizados,
no son una parte meramente pasiva dentro de la
comunión que es la Iglesia, y por ello deben ser es-
cuchados.
Newman, en efecto, tenía en una gran conside-
ración a los laicos y pensaba que era necesario, an-
tes que cualquier otra cosa, posibilitarles el acceso
a una educación integral y lo más completa posible,
incluso a nivel superior. Por eso, cuando los obispos
irlandeses le encargaron establecer una Universi-
dad católica en Dublín, creyó que era la oportuni-
dad de poder plasmar sus puntos de vista. La filoso-
fía newmaniana sobre la Universidad se encuentra
expuesta en la obra The idea of a University, uno
de los clásicos del humanismo cristiano, publicado
en 1852 y que agrupa los textos de las conferencias
que pronunció en Dublín. Newman, que habría de-
seado «vivir morir» dentro de los muros de su
17 (67)
amado Trinity College, como escribió en un poema
de juventud, nunca dejó de ser un gentleman uni-
versitario. En una frase célebre, pudo llegar a de-
cir: «Oxford nos ha hecho católicos». Oxford, es
decir, la Universidad, el rigor intelectual, antes que
la relación con este o con aquel católico.
La Universidad
Newman proyectaba una Universidad donde la
plena autonomía de la ciencia tenía cabida junto
a las disciplinas teológicas, porque «universidad»
significa tanto como saber universal, integral, que
no deja de lado ningún aspecto de la naturaleza ni
de la cultura. Frente a la hiperespecialización téc-
nica que ya entonces apuntaba, quería preservar
este carácter humanístico. Era lo que Newman lla-
maba «educación liberal», dirigida a la constitu-
ción de un intelecto equipado críticamente más que
a la consecución de la utilidad inmediata. La edu-
cación liberal, por otro lado, está ligada indisolu-
blemente a la formación ética y religiosa. (De ello
tenemos un bello símbolo en el hecho de que el
titular de la Capilla universitaria de Dublín sea
―al igual que en esta Capilla de la Universidad
de Valencia― la Virgen María, como Sedes Sa-
pientiae, la advocación mariana preferida de New-
man).
Ahora bien, según la concepción newmaniana,
la Universidad debía dotar a los laicos de un cono-
cimiento real del mundo, y no intentar protegerlos
alejándolos de él mediante la censura o la prohibi-
ción de la literatura profana, o de los filósofos no
cristianos. Newman, además, introdujo la participa-
ción de los laicos en la docencia, en el gobierno y
en la gestión económica de la Universidad; promo-
vió el trabajo en equipo, las agrupaciones musi-
cales y las actividades deportivas; y estableció un
régimen disciplinario que algunos consideraron ex-
cesivamente flexible. En conjunto, los planteamien-
tos de Newman resultaban difíciles de asumir en
18 (68)
aquellos momentos, y en 1857 hubo de dimitir co-
mo Rector. Casi veinte años después, llegó a la
conclusión de que la educación universitaria no
confesional, complementada por una acción apostó-
lica rigorosa, era probablemente la más adecuada
para una sociedad pluralista,
Reconocimiento
anglicano y
católico
El reconocimiento le llegó a Newman, durante
su vida, tarde y sólo de una manera parcial. En
1877 recibió el título de fellow honorario del Trini-
ty, y volvió a Oxford después de casi treinta años
(aunque nunca había roto sus relaciones de amis-
tad con muchos anglicanos). El año siguiente era
creado cardenal por León XIII ―fue el primer pur-
purado que hizo―, y ello supuso su rehabilitación
definitiva frente a las pretensiones de los ultramon-
tanos. A raíz de su muerte, acaecida el 11 de agos-
to de 1890 en su querido Oratorio de Birmingham
―my nest, «mi nido», como él decía― se pudo
afirmar que en Inglaterra nadie había contribuido
tanto como él a la comprensión mutua ya la re-
conciliación entre todos los cristianos.
Hubo que esperar, sin embargo, hasta el Conci-
lio Vaticano II para que las ideas de Newman fue-
ran oficialmente asumidas, y de hecho podemos
descubrirlas prácticamente en cada documento con-
ciliar. Pero sabemos que ello no implica, de una
manera automática, su recepción efectiva en la
práctica. Esta recepción está todavía por hacer en
gran parte, y Newman continúa urgiéndonos a rea-
lizarla.
El papa Pío XII dijo en una ocasión que llega-
ríamos a ver a Newman no solamente proclamado
santo, sino también doctor de la Iglesia. Cualquie-
ra que sea el honor que se le tribute en el futuro,
sí podemos afirmar que para muchos de nosotros
Newman constituye, cada vez más, una presencia
viva.
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PASCUA CRISTIANA
JUEVES SANTO
a las 8 de la tarde,
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
VIERNES SANTO
a las 8 de la tarde,
PASIÓN DEL SEÑOR
noche del sábado, a las 11,
VIGILIA PASCUAL
LA CELEBRACIÓN DE LA RESURRECCIÓN
DEL SEÑOR CONTINÚA DURANTE EL
DOMINGO DE PASCUA,
Y EL TIEMPO PASCUAL
LAUS
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Pl. San Felipe Neri, 1. Apartado 182 - 02000 Albacete - D. L. AB 108/62 - 45.3.90
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