Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 266. ABRIL. Año 1990 |
SUMARIO |
LA IGLESIA nace de los
sufrimientos de Cristo, |
recibe la vida de sus
sacramentos, surge de las |
aguas del bautismo, y
surca los mares del tiem- |
po, conducida por las
corrientes de la gracia, |
empujada por los vientos
del Espíritu, arrastrando |
en pos de sí, hasta la
orilla donde amanece la eter- |
nidad, el milagro de la
pesca de almas. Allí la espe- |
ra Cristo, vencedor de
todas las muertes y corona |
de los mártires y justos
que oyeron su voz, creyeron |
en su palabra, dieron la
vida en testimonio de la |
verdad, e intentaron
amarle con sincero corazón. |
Todo lo demás se
desvanece, como las brumas de la |
mañana cuando el sol está
en lo alto del día, y las |
sombras ceden a la
plenitud de la luz. |
CRISTO ESTÁ EN NOSOTROS |
REGRESAR A DIOS |
LA MEDITACIÓN CRISTIANA |
CENTENARIO DE NEWMAN
(1890-1990) |
LA CRUZ Y LA LUZ |
1 (61) |
CRISTO ESTÁ |
EN NOSOTROS |
CRISTO misino se complace
repitiendo, en cada |
uno de nosotros, en figura
y en misterio, cuanto |
hizo sufrió en su carne.
Se forma en nosotros |
nace en nosotros, sufre en
nosotros, resucita en |
nosotros; y todo esto
sucede no a modo de |
Acontecimientos
encadenados, sino al mismo |
tiempo, puesto que viene a
nosotros como un |
espíritu que muere,
resucita y vive a la vez. Nos |
alcanza sin cesar el
nacimiento, la justificación, |
la renovación; sin cesar
morimos al pecado, sin |
cesar resucitamos a la
justicia. A la vez se |
encuentran en nosotros
todas las partes del |
plan divino. Esta
presencia divina constituye, |
para cada uno de nosotros,
nuestro derecho al |
cielo. Ésta es la señal
que Cristo reconocerá y |
aceptará como suya el
último día: se reconocerá |
a sí mismo, acogerá su
imagen reflejada en |
nosotros. Mirando en torno
suyo, discernirá |
inmediatamente a quienes
le pertenecen, es |
decir, a los que le
devuelven su propia imagen. |
Él imprime en nosotros el
sello del Espíritu para |
garantizar que le
pertenecemos... y nos separa |
del mundo y nos designa
para el reino de los |
cielos. |
John H. Newman, C. O., |
PS V, 139-140 |
2 (82) |
Regresar |
a Dios |
DIOS es el único santo. El
pecado es la negación de este principio. En esta nega- |
ción incurrieron los que
rechazaron a Cristo. No les valió afirmar que creían |
en el Dios verdadero. Su
fe se había paralizado mirando a Dios solamente de |
lejos, detenidos en los
meros signos y en los solos anuncios de una esperanza |
que no quería llegar a
término. De esta manera, convertían el medio en fin, cubierto |
por la hipocresía de un
rechazo que se oponía al encuentro de Dios con su criatura. |
Era pecado porque Dios
había hecho al hombre inteligente y podía darse cuenta de |
la lógica de las
exigencias divinas. Por lo demás, exigencias de amor, mostrado en |
toda la historia de su
relación con el hombre, desde la creación. |
Dios se acercó otra vez al
hombre, para hacerse comprender hasta donde la in- |
teligencia pudiera
reconocerle. Se hizo hombre, usó su lenguaje, y resumió en Cristo, |
Dios y hombre a la vez,
todo lo que de sí mismo había revelado y cuanto pudiéra- |
mos necesitar saber sobre
el amor que no tenía. La ignorancia tendría que desapa- |
recer, la malicia se
disolvería, el pecado sería derrotado, y la acción liberadora |
de Cristo inauguraría una
época nueva, la Redención, y de ésta surgirían un cielo |
nuevo y una tierra nueva,
cuyas primicias se resumen en Cristo, ungido de Dios, u |
quien el Padre todo se lo
había dado para retomarlo recuperando el sentido origi- |
nalmente puro con que la
creación entera había salido de las manos divinas. Así se |
resumía toda la acción
liberadora y santificadora de Cristo. Tal es la obra que ha co- |
menzado en él. |
Pero lo que Cristo es por
la unión personal con Dios, en la convergencia de dos |
naturalezas ―la
humana y la divina― en un solo ser personal, lo es el cristiano por |
la unción bautismal,
convertido en hijo de Dios mediante la gracia que se le infunde, |
capacitándolo para
continuar y completar In obra de Cristo, entrando en su misterio |
de muerte y resurrección.
Cristo recibió la gloria del Padre porque cumplió su en- |
cargo, y el cristiano será
también glorificado en Cristo si prosigue el proceso que el |
inauguró. La aceptación de
esta vida en Cristo y de su dinámica es lo que hace su |
3 (83) |
santidad, como en Cristo
lo era su unión con el Padre. Unión indisoluble, incompa- |
tible con cualquier
rechazo, puesto que ya poseía inamisiblemente la visión de la di- |
vinidad, que orientaba
definitivamente a Dios su naturaleza humana. Nuestra orien- |
tación n Dios no es tan
sólida, aunque el suficiente y abundante por la gracia y la luz |
de la fe, hasta llevarnos
a comprender que no podemos detenernos solamente en los |
dones recibidos, sino que
estamos abiertos al desarrollo de nuestra semejanza con |
Cristo, ordenada a la
plenitud y transformación espiritual de todo nuestro ser, que |
alcanzará su medida
definitiva en la resurrección gloriosa, como participación de la |
resurrección de Cristo.
Queremos decir esto cuando confesamos nuestra fe en la re- |
surrección. |
Entonces Dios será como un
sol que reverbera en todos los seres, y especialmen- |
te en el hombre, hijo
suyo, que regresa a él en un eterno aplauso de luz. |
¿Por qué amo a la Iglesia? |
EN primer lugar, porque
ella ce mi madre, el hogar y la |
patria de mi ser
espiritual. Varias veces me he |
preguntado que sería mi
oración o a qué se habría |
reducido mi fe si ellas
hubieran dependido de lo que |
pudiera valerme yo solo.
Pero tengo, afortunadamente, |
las respuestas: la de la
Biblia, que muestra la relación |
religiosa como una
alianza, inaugurada una vez por |
todas y vivida por un
pueblo, formando un solo cuerpo; |
la de la psicología, que
muestra cómo la personalidad se |
forma por la integración
de todo un pasado y todo un |
presente que recibimos de
otros. |
En la Iglesia se ha
engendrado mi fe y mi plegaria, |
alimentadas con las de
Abraham, de David, de los |
profetas, y de Pablo,
Atanasio, Agustín... |
Es preciso ver a la
Iglesia en perspectiva, como una |
historia que es preciso
continuar, como una tarea y |
como una misión. |
Yves Congar, O. P., |
(«Vraie et fausse réforme
dans l'Église», p. 10-11) |
4 (84) |
LA MEDITACIÓN |
CRISTIANA |
El catorce de diciembre
pasado, el cardenal Ratzinger, pre- |
fecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, presentó |
a los periodistas una
carta dirigida a los obispos de la Iglesia |
católica, sobre algunos
aspectos de la meditación cristiana. |
Extraemos de ella los
siguientes párrafos. |
EN muchos cristianos de
nues- |
tro tiempo existe el vivo
de- |
seo de aprender a rogar de |
una manera auténtica y
profunda, |
a pesar de que existan no
pocas |
dificultades que la
cultura moder- |
na opone a la evidente
necesidad |
de silencio, de
recogimiento y de |
oración. |
La oración cristiana
siempre es- |
tá determinada por la
estructura |
de la fe cristiana, en la
cual res- |
plandece la misma verdad
de Dios |
y de la criatura. Por esto
se confi- |
gura, propiamente
hablando, como |
un diálogo personal,
íntimo y pro- |
fundo, entre el hombre
у Dios. |
La misma Biblia contiene
la ense- |
ñanza de cómo debe hacer
oración |
el hombre que acoge la
revelación |
bíblica. En el Antiguo
Testamento |
se encuentra una
maravillosa co- |
lección de oraciones, que
ha per- |
manecido viva a lo largo
de los |
siglos también en la
Iglesia de Je- |
sucristo, hasta
convertirse en la |
base de su plegaria
oficial: el Libro |
de los salmos o Salterio.
Plegarias |
del tipo de los salmos se
encuen- |
tran ya en textos más
antiguos o |
resuenan en otros más
recientes |
del Antiguo Testamento
(ver, por |
ejemplo, Ex 15, Dt 32, 1S
2, 2S 22, |
y algunos proféticos, como
1Cro |
16). Las plegarias del
Libro de los |
salmos narran
principalmente las |
grandes obras de Dios en
favor del |
pueblo elegido. Israel
medita, con- |
templa y hace nuevamente
presen- |
tes las maravillas de Dios
a través |
del recuerdo que hace de
ellas por |
la oración. |
En la revelación bíblica,
Israel |
llega al reconocimiento y
alabanza |
5 (65) |
de Dios, presente en toda
la crea- |
ción y en el destino de
cada hom- |
bre. Así lo invoca, por
ejemplo, |
como auxiliador en el
peligro y en |
la enfermedad, en la
persecución |
y en la tribulación. En
fin, siempre |
a la luz de sus obras
salvíficas, lo |
alaba en su divino poder y
bon- |
dad, en su justicia y
misericordia, |
en su infinita majestad. |
En el Nuevo Testamento, la
fe |
reconoce en Jesucristo
―merced a |
sus palabras, a sus obras,
a su pa- |
sión y resurrección―
la definitiva |
autorrevelación de Dios,
la Palabra |
encarnada que muestra las
profun- |
didades más íntimas de su
amor. |
Los autores del Nuevo
Testa- |
mento se manifiestan
siempre ple- |
namente conscientes de la
revela- |
ción de Dios en Cristo
dentro de |
una visión iluminada por
el Espí- |
ritu Santo. Los Evangelios
sinópti- |
cos (es decir, Mateo,
Marcos y Lu- |
cas) narran las obras y
las palabras |
de Jesucristo a partir de
la base de |
una comprensión más
profunda, |
adquirida después de la
Pascua, de |
aquello que los discípulos
habían |
visto y oído; todo el
Evangelio de |
Juan está impregnado del
aliento |
de la contemplación de
aquel que, |
desde el principio, es el
Verbo de |
Dios encarnado; Pablo, a
quien Je- |
sús se apareció en el
camino de Da- |
masco en su majestad
divina, trata |
de educar a los fieles
para que, con |
todos los santos, puedan
«compren- |
der la anchura, la
extensión, la altu- |
ra y la profundidad (del
misterio de |
Cristo) y conocer el amor
de Cris- |
to, que supera todo
conocimiento, |
para poder ser colmados de
toda la |
plenitud de Dios» (Ef 3,
18 s). Para |
Pablo, el «misterio de
Dios es Cris- |
to, en el cual están
escondidos to- |
dos los tesoros de la
sabiduría de |
la ciencia» (Col 2, 3), y
―precisa |
el Apóstol― «Os digo
esto para |
que nadie os engañe con
argumen- |
tos seductores» (v.4). |
Esta revelación se ha
llevado a |
cabo por medio de palabras
y de |
obras que se remiten
siempre, re- |
cíprocamente, unas a
otras; desde |
el principio y
continuamente to- |
do se encuentra en Cristo,
pleni- |
tud de la revelación y de
la gracia, |
y hacia el don del
Espíritu Santo. |
Éste es el que capacita al
hombre |
para que dé acogida y
contemple |
las palabras y las obras
de Dios, y |
le dé gracias y lo adore
en la asam- |
blea de los fieles y en la
intimidad |
del propio corazón
iluminado por |
la gracia. |
Por este motivo, la
Iglesia reco- |
mienda siempre la lectura
de la Pa- |
labra de Dios como fuente
de la |
plegaria cristiana, y
exhorta a des- |
cubrir el sentido profundo
de la |
Sagrada Escritura por
medio de la |
oración, con el fin de que
tal co- |
mo dice el Concilio
Vaticano II, |
DV 25) «se entable el
diálogo entre |
Dios y el hombre, pues «a
él ha- |
6 (66) |
blamos cuando oramos; a él
oímos |
cuando leemos sus palabras
(san |
Ambrosio). |
Los Padres insistieron en
la en- |
señanza de que la unión
del alma |
en oración con Dios se
realiza en |
el misterio; en
particular, por los |
sacramentos de la Iglesia.
Unión |
que puede realizarse,
también, por |
medio de experiencias de
aflicción |
e incluso de desolación. |
Toda la oración
contemplativa |
cristiana remite
constantemente al |
amor al prójimo, a la
acción y a |
la pasión, y, precisamente
de este |
modo, acerca más a Dios. |
Desde la antigüedad
cristiana se |
hace referencia a la
«iluminación» |
recibida en el bautismo.
Ilumina- |
ción que introduce a los
fieles, ini- |
ciados en los divinos
misterios, en |
el conocimiento de Cristo,
a través |
de la fe que actúa por la
caridad. |
Todavía más: algunos
escritores |
eclesiásticos (Justino,
Clemente de |
Alejandría, Basilio de
Cesarea, Gre- |
gorio de Nacianzo) hablan
explíci- |
tamente de la iluminación
recibida |
en el bautismo y hacen de
ella el |
fundamento de aquel
sublime co- |
nocimiento de Jesucristo
(cf. Flp 3, |
8), que se define como
«theoria» o |
contemplación. |
Los fieles cristianos, con
la gra- |
cia del bautismo, son
llamados a |
progresar en el
conocimiento y en |
el testimonio de las
verdades de la |
ORACIÓN, |
CIMIENTO |
DE LA IGLESIA. |
El hecho de que la oración |
ocupara un lugar tan |
esencial en su |
organización debió
parecer, |
en un principio, uno de
los |
aspectos más notables del |
cristianismo, cuando lo |
observaba un pagano |
sincero; el hecho de que,
a |
pesar de la dispersión de |
sus miembros por el |
mundo, y la dificultad
para |
sus jefes y súbditos de |
poder obrar en una mutua |
unión, pudieran, sin |
embargo, experimentar el |
consuelo de las relaciones |
espirituales, y de una |
unidad verdadera, rogando |
unos por otros. Rogar por |
el bien de la Iglesia
entera |
era también rogar por el |
bien de la humanidad y por |
todas las clases sociales
y |
todos los individuos. La |
oración era el cimiento |
sobre el cual fue
edificada |
la Iglesia |
J. H. NEWMAN, C. O., |
Diff. II, p. 68. |
7 (67) |
fe, cuando «comprenden
interna- |
mente los misterios que
viven». Las |
verdades de la fe no
quedan supe- |
radas por ninguna
iluminación di- |
vina, sino que, al
contrario, las |
eventuales gracias de
iluminación |
que Dios pueda conceder
están or- |
denadas a ayudar a hacer
más luz |
sobre la dimensión todavía
más |
profunda de los misterios
procla- |
mados y celebrados por la
Iglesia, |
mientras el cristiano vive
en la es- |
peranza de llegar a
contemplar a |
Dios en la gloria, tal
como es (cf. |
1Jn 3,2). |
Por último, el cristiano
que hace |
oración puede, si Dios
quiere, ele- |
varse a una experiencia
particular |
de unión. Los sacramentos,
princi- |
palmente el bautismo y la
eucaris- |
tía ―«fuente y
culminación de |
toda la vida cristiana»
(LG 11), que |
«nos eleva a la comunión
con Dios» |
(LG 7)—, constituyen el
comienzo |
objetivo de la unión del
cristiano |
con Dios. Sobre este
fundamento, |
por una especial gracia
del Espíri- |
tu, el que ruega puede ser
llamado |
a aquel tipo particular de
unión |
con Dios que, en el ámbito
cristia- |
no, es calificado de
mística. |
Ciertamente, el cristiano
tiene |
necesidad de disponer de
algún |
tiempo de retiro en la
soledad pa- |
ra recogerse y encontrar,
cerca de |
Dios, su camino. Sin
embargo, dado |
el carácter de criatura, y
de cria- |
tura consciente de no
estar segura |
si no es por medio de la
gracia, su |
modo de acercarse a Dios
no se |
fundamenta en una técnica,
según |
el sentido estricto de
esta palabra. |
Ello estaría en
contraposición con |
el espíritu de infancia
que exige |
el Evangelio. La auténtica
mística |
cristiana no tiene que ver
nada |
con la técnica: es,
siempre, un don |
de Dios, y quien se
beneficia de él |
experimenta la propia
indignidad |
de recibirlo. |
Todos los fieles deberán
buscar |
y podrán encontrar el
propio ca- |
mino, la propia manera de
hacer |
oración, dentro de la
variedad y |
riqueza de la plegaria
cristiana, |
tal como la enseña la
Iglesia; pero |
todos estos caminos
personales |
confluyen, finalmente, en
aquel ca- |
mino que lleva al Padre y
que |
Jesucristo ha dicho que
es. En la |
búsqueda del propio
camino, cada |
uno se dejará conducir,
pues, no |
tanto por sus gustos
personales co- |
mo por el Espíritu Santo,
que, a |
través de Cristo, lo guía
hacia el |
Padre. |
La justificación nos llega
a través de los sacramentos, |
es recibida por la fe,
consiste en la presencia interior de |
Dios, y vive en la
obediencia.- J. H. Newman, C. O. Jfc., p. 278. |
|
8 (68) |
CENTENARIO DE NEWMAN
(1890-1990): |
Noticias y conmemoraciones |
• A las varias ediciones
de las obras de Newman, en esta primavera, |
se añade la edición
crítica de VIA MEDIA: THE PROPHETICAL |
OFFICE OF THE CHURCH, con
introducción y notas del P. Halbert |
Weidner, del Oratorio de
Rock Hill (USA), editada por la Oxford |
University Press. Se trata
de una obra escrita por Newman anglica- |
no, reeditada
posteriormente con un prefacio y notas de Newman ca- |
tólico, interesante para
el ecumenismo. Sigue a las recientes edicio- |
nes críticas de la
APOLOGÍA, IDEA OF A UNIVERSITY y la GRAM- |
MAR OF ASSENT, con el
mismo formato. |
• En Roma, el «Centro
Internazionale degli Amici di Newman» ha or- |
ganizado un Simposio
Académico, bajo el título de «John Henry |
Newman, amante de la
verdad», para los días 26 al 28 de este mes de |
abril, con la colaboración
del Oratorio romano y el Oratorio Secular |
de San Felipe Neri. Los
actos se desenvuelven en la Sala Borromini, |
aneja a la Chiesa Nuova, y
en este mismo templo de los oratorianos. |
Las ponencias a
desarrollar serán estas: «Newman y la teología de la |
revelación», por monseñor
Michael Sharrey, de la Universidad Gre- |
goriana, de Roma; «El
misterio y la crítica del racionalismo del |
liberalismo en el
pensamiento de J. H. Newman», por John Crosby, |
de la Academia
Internacional de Filosofía, de Liechtenstein; «La au- |
toridad en la Iglesia y la
libertad de conciencia, por monseñor Jean |
Honoré, arzobispo de
Tours, en Francia; «Las bases teológicas del De- |
recho canónico según las
obras de J. H. Newman, por Peter Erdo, de |
la Facultad Teológica de
Budapest, en Hungría; «Newman tal co- |
mo lo vieron sus
contemporáneos en el tiempo de su muerte, por |
Philip Boyce, O. C. D., de
la Pontificia Facultad Teológica del Insti- |
tuto de Espiritualidad
Teresianum, de Roma; «John Henry Newman |
(1801-1890) cien años
después, por Vincent F. Blehl, S. I., postulador |
de la causa de
beatificación de J. H. Newman. Participarán en las se- |
siones los eminentísimos
cardenales Paul Poupart, Joseph Ratzinger, |
y Opilio Rossi, y el
arzobispo Edward I. Cassidy. Moderarán las reu- |
niones los profesores
Bogdan Dolenc, de la Facultad de Teología de |
Ljubljana (Yugoslavia);
Jean Stern, M. S., de la Pontificia Universidad |
Urbana de Roma; Miss
Lutgart Govaert, de la comunidad The Work |
(Austria); Howard Root,
del Centro Anglicano de Roma, y Paul Cha- |
vasse, C. O., del Oratorio
de Birmingham. Y terminará con una au- |
diencia especial concedida
por el papa Juan Pablo II y una Eucaris- |
tía junto al sepulcro de
san Felipe Neri, en la basílica de Santa María |
in Vallicella, del
Oratorio de Roma. |
9 (69) |
NEWMAN |
LA CRUZ Y LA LUZ |
LA CONFESIÓN de Newman
según la |
cual, humanamente
hablando, había |
sido menos feliz en su
vida de católico |
que como anglicano (1) no
ha impedido el |
reconocimiento de la
Iglesia, a partir del |
momento en que el papa
León XIII, con evi- |
dente intencionalidad,
quiso disipar toda |
sospecha al crearlo
cardenal, en 1879, pri- |
mero en la lista de los de
su pontificado. |
Reconocimiento que no fue
sólo una gran |
alegría para la gran
mayoría de los católi- |
cos, sino también para
Inglaterra, para la |
Universidad de Oxford y
para sus amigos |
anglicanos, de los que,
poco antes, ya había |
recibido un homenaje (2),
que aceptó con |
sencillez. |
Motivos de |
Incomprensión |
Pero incluso el mismo
cardenalato se vio |
envuelto de pequeñas
miserias de celosos in- |
trigantes. No es extraño
que, al enfrentarse |
con el estudio de Newman,
algunos hayan |
(1) «As a Protestant, I
felt my religion dreary, but not my life; but, as a Catholic, my |
life is dreary, not my
religion. Of course one's earlier years as (humanly spea- |
king) best ―and
again, events are softened by distance― and I look back on my |
years at Oxford and
Littlemore with tenderness, AW, p. 384. |
(2) En diciembre de 1877
recibió la invitación para ser investido primer fellow ho- |
norario del Trinity
College, de Oxford, que recuerda como uno, si no el mayor |
de sus afectos. LD XXVIII,
284. |
10 (70) |
preferido silenciar o
pasar elípticamente por |
encima de referencias
embarazosas, y que- |
darse sólo en el campo
especulativo de las |
ideas que el paso del
tiempo ha forzado a |
aceptar, porque se ha
demostrado que ni era |
modernista ni liberal en
ninguna de sus an- |
ticipaciones intuitivas, a
las que se resistían |
o temían, desde posiciones
interesadas, los |
que, menos lúcidos e
incapaces de ser crea- |
tivos, vivían del celo
negativo y cultivador |
de la sospecha, como era
el caso de los ultra- |
montanos románticos
italianizantes y más |
bien aduladores |
que devotos y obedientes
de |
quienes ejercían alguna
autoridad en la |
Iglesia. Otras veces era
por temor a causar |
daño al prestigio del
catolicismo; otras, por |
motivos partidistas o de
escuela. Era una |
época en la que se daba
mucha importancia |
a lo institucional, sin
que en todo momento |
bastara distinguir entre
lo que es solamente |
humano y lo que constituye
el elemento di- |
vino en la Iglesia, o
porque la distinción ca- |
recía de serenidad
depurada de fanatismos. |
Algo que Newman, con rigor
mental у sin |
mengua de su fidelidad y
devoción a la Igle- |
sia y su amor sincero a
las personas, siempre |
11 (71) |
tuvo muy claro; pero
Newman no era un político |
frecuentador de curias
(3), ni un estratega clerical, |
ni tampoco un ambicioso.
Era «un trabajador» in- |
teligente y generoso (4).
Los que recelaban de la |
sinceridad de su
conversión a la Iglesia católica se |
pudieron dar por
tranquilizados después de la pu- |
blicación de la Apologia
pro vita sua, que apare- |
cía tras un largo
silencio, al que le habían reducido |
incomprensiones y
envidias. |
Reconocimiento |
de la figura |
de Newman |
Al cabo de un siglo,
después de las repetidas |
ediciones de su treintena
de libros, la figura de New- |
man ha crecido, y se ha
podido comprobar que los |
planteamientos que hacían
estremecer a los ultra- |
montanos de entonces eran
ahora admitidos y pro- |
clamados en los grandes
debates del Concilio Vati- |
cano II, donde
reiteradamente se le tenía en cuenta, |
como a un asistente
invisible que recobraba actua- |
lidad no discutida (5). |
No obstante, todavía hoy
algunas voces aisladas |
estiman que es menos
importante la biografía de |
Newman que el legado de
sus ideas. Pero éstas, en |
su conjunto, deben
necesariamente ponerse en rela- |
ción con su historia
personal de católico y, como él |
también insiste en
afirmar, de oratoriano. Si bien su |
vocación oratoriana merece
un capítulo aparte. |
La grandeza de Newman
aparece no sólo a par- |
tir de su elevación al
cardenalato por León XIII y |
(3) «I have not pushed
myself forward, because I have not dreamed of saying "See |
what I am doing and have
done". I have no friend at Rome» AW, 374. |
(4) Como recordaba en una
carta a Catherine Ward, el catolicismo no debe entender- |
se cono cuna vaga
generalización o una idear, sino, prácticamente, como «a wor- |
king religion». LD XII,
336. |
(5) Ahora, a propósito de
Newman, «it is not merely a question of restoring a portrait. |
It is to some extent
rather a matter of recognising that a situation is come into |
existence which Newman
foresaw and which few others of his day were able to |
foresee». Christopher
Hollis. NEWMAN AND THE MODERN WORLD, P. 8. El |
mismo autor se refiere a
Pablo VI, cuando, a propósito de la beatificación de Do- |
menico Barbieri (oct.
1963), unió este nombre al de Newman para decir que cons- |
tituían «dos santas
figuras». |
12 (72) |
la confirmación
prácticamente otorgada por el Va- |
ticano II, sino tras la
publicación, además de sus |
libros, ampliamente
difundidos, por el tesoro de sus |
escritos personales,
diarios y cartas, mérito del |
Oratorio de Birmingham, y
muy particularmente de |
los padres Tristam,
Dessain y Mr. Tracey. |
La verdad |
entera |
Tal vez, respecto de
Newman, sea oportuno re- |
petir las palabras de León
XIII al historiador Lud- |
wig Pastor (1854-1928),
temeroso de trasladar a su |
gran obra de la Historia
de los Papas lo que has- |
ta entonces se guardaba en
lo secreto de los archi- |
vos vaticanos y de otras
fuentes: «No tema la ver- |
dad, pero dígala entera».
El contexto es otro y más |
sencillo; pero para
entender a Newman hay que |
descender a su biografía y
hasta diríamos que hay |
que entrar en su corazón,
tomado como centro y |
referencia vital de todo
el hombre. Entonces nos da- |
mos cuenta que este
hombre, por encima de todo, |
aspiraba a la santidad,
pues se había dedicado, |
desde su adolescencia, a
hacer verdadero para si |
aquel principio que
cautivó tempranamente su al- |
ma: «Holiness rather than
peace» (6), es decir, la |
santidad antes que la
instalación en la mediocridad |
honrada, que suele ser la
propensión de la vanidad |
y el egoísmo humano, aun
entre creyentes a medio |
convertir, o sólo
culturalmente cristianos. Lo que |
en adelante hiciera o
escribiera nada tendría que |
ver con lo rutinario y la
inercia profesionalizada. |
Por ello le esperaba la
cruz, y se abrazó a ella. No |
fue por modo de
resignación fatalista, sino camino |
de comunión con el Señor:
«Mantén todo mi ser fi- |
jo en ti. Que no aparte de
ti mis ojos, y haz, Señor, |
que aumente mi amor a ti,
día tras día» (7). |
Su vida de protestante no
había estado libre de |
pruebas. Cuando habla de
ellas en sus sermones, se |
trasluce su experiencia
personal. En su adolescen- |
(6) APO, p. 5. |
(7) MD, p. 218. |
13 (73) |
cia, en la misma
Universidad, luego en la crisis de |
su viaje a Italia y
Mediterráneo, fue sometido a |
prueba, y él así lo
entendió, con espíritu sobrenatu- |
ral. La entrada en la
Iglesia católica supuso un |
gran desarraigo, un nacer
de nuevo. Poseía la se- |
renidad interior de «haber
alcanzado el puerto, |
pero se hacía de nuevo a
la mar sin haber concebi- |
do previamente plan
alguno; presumiblemente, ima- |
ginaba que permanecería
laico (8). Sin embargo, en |
seguida se le encaminó al
sacerdocio, lo cual fue |
un consejo prudente, si
bien, tal como dedujo más |
tarde (9), fue exhibido
como presa capturada ―«as |
if some wild
incomprehensible beast, caught by the |
hunter»― por su
primer obispo. |
No tardó en darse cuenta
de que se le quería in- |
activo y, hasta donde
fuese posible, en silencio. |
Pruebas |
Un autor (10) intenta
explicarse la razón de los |
repetidos fracasos de
Newman en las tareas que |
asumió en la Iglesia.
Parecía como si no se pudiera |
prescindir de él, pero al
mismo tiempo se desconfia- |
ba y se le condenaba a la
inactividad. Él hablaba |
de incomprensión (11); sin
embargo, había algo más, |
que se acumulaba en esa
nube que eclipsaba todo |
resplandor: «Yo no puedo
ya imaginar continuar |
viviendo sin alguna cruz.
Estaría como fuera de |
mi elemento si me
encontrara fuera de la sombra |
fría de la autoridad
eclesiástica, bajo la cual me he |
mantenido casi toda la
vida» (12). Se le encarga- |
ban tareas absurdas o se
le ponían condiciones que |
desembocaban en el
fracaso. ¡Menos mal que tenía |
el cobijo de san Felipe,
«su nido», en el Oratorio |
amado! Aunque también aquí
tuvo su ración de pe- |
nas, venidas, por lo
común, desde fuera, |
(8) APO, pp. 235-236. |
(9) AW, 386. |
(10) Louis Cognet, NEWMAN
OU LA RECHERCHE DE LA VÉRITÉ, Paris, 1967. |
(11) AW, 374. |
(12) AW, 408. |
14 (74) |
Estaba Newman en Roma,
preparándose para |
ser ordenado sacerdote,
cuando ocurrió un hecho |
que podría ser tenido como
símbolo de futuros do- |
lores. Había muerto una
nieta de Lady Shrewsbury, |
emparentada con el
príncipe Borghese, y éste tuvo |
gusto en que Newman
hablara a la colonia inglesa |
reunida, protestantes y
católicos. Newman preparo |
su sermón y lo dio a leer
a un sacerdote inglés esta- |
blecido en Roma, que
conocía a través de Wiseman. |
Dicho sacerdote, George
Talbot, le aprobó sin repa- |
ros el discurso. Y así lo
pronunció, al estilo de co- |
mo lo hacía en Oxford.
Pero el sermón no fue del |
agrado de los oyentes, no
se sabe si porque no era |
del estilo florido, según
la elocuencia de los roma- |
nos, o porque había dicho
«que todos tenemos |
necesidad de conversión».
Lo sorprendente para |
Newman fue que a las voces
de quienes lo desa- |
probaron se unió la del
sacerdote George Talbot..., |
que previamente lo había
leído y animado a pro- |
nunciarlo. Newman nunca
hubiera podido ima- |
ginarse que iba a ser
víctima de tal duplicidad. |
Por desgracia, este
personaje, relacionado con Wi- |
seman y Manning y amigo de
Pío IX, aparecería |
en más de una de las
estaciones del calvario de |
Newman. |
Las conversiones |
Wiseman y todavía más
Manning (ambos carde- |
nales y, sucesivamente,
arzobispos de Westminster) |
hubieran querido de Newman
que les sirviera de |
cebo para más
conversiones. Para Newman, sin |
embargo, las conversiones
no era lo más importan- |
te, sino la formación de
los católicos. «De tal modo |
he puesto en lo segundo mi
objetivo, que todavía |
persisten en decir que yo
recomiendo a los protes- |
tantes que no se
conviertan al catolicismo...» (13). |
Él creía que tanto debía
prepararse a la Iglesia pa- |
ra recibir a los
convertidos como a éstos para lle- |
(13) AW, 394. |
... |
15 (75) |
varlos a la Iglesia. «Hay
algunos que sólo querrían |
hacer conversiones, para
luego abandonar a sí mis- |
mos a los pobres
convertidos, respecto al conoci- |
miento de su religión. Si
debemos convertir a las |
almas de manera segura,
deberán tener la debida |
preparación de corazón»
(14). Todo esto chocaba |
con las miras
triunfalistas, dirigidas a la caza de |
personas encumbradas e
influyentes, tal como pre- |
tendía Manning para
agradar a Roma. Era la fal- |
sa teología del poder y de
la propaganda, más que |
la de la gracia y la
evangelización. Newman creía |
menos en la presión social
y en los efectos de la |
habilidad política, y sí,
en cambio, en la conversión |
desde las conciencias, sin
olvidar la formación de |
la inteligencia. Mientras
le acusaban de poco fervo- |
roso, él se entretenía o
robaba de su sueño esa lista |
piadosa de pequeñas joyas
constituida por plega- |
rias, himnos traducidos
del Breviario o poesías para |
ser musicadas, con el fin
de dar alimento seguro a |
la piedad y a la
inteligencia de la liturgia a las |
gentes sencillas que
acudían al Oratorio, mayor- |
mente obreros. Después
formarían el volumen pós- |
tumo de Meditaciones y
Devociones. |
Roma y los italianizantes
ingleses esperaban la |
conversión en masa de
Inglaterra, la hija rebelde |
de la Iglesia. Newman cree
que en Roma no com- |
prenden a los ingleses, a
pesar de los entusiasmos |
del ultramontanismo que la
quiere representar. Pa- |
ra Roma, «Manning y otros
que viven en Londres |
son grandes porque
convierten a Lores y Ladis |
debido a su posición e
influencia. Y esto es lo que |
esperan de mí... Ellos
quieren conversiones esplén- |
didas
―"immediate show"― de grandes personajes, |
de nobles, de sabios, no
de gente sencilla y pobre... |
Pero yo soy diferente. Yo
no persigo a los hombres; |
son ellos los que vienen a
mí» (15). |
(14) LD, XXV, 3. |
(15) AW, 392. |
16 (76) |
"Fracasos" |
de Newman |
Nos referimos al problema
de las conversiones, |
en la imposibilidad de
fijarnos en otros. Pero éste |
denota ya la diferencia de
miras entre Newman y |
quienes «no le
comprendían». No podían acusarle |
de ostracismo; porque
siempre que le llamaban pa- |
ra algún proyecto, él
acudía, aunque suponía, a la |
postre, otro fracaso. Así
sucedió con la frustrada |
fundación de un Oratorio
en Oxford. Querían un |
Oratorio en aquella
Universidad, con el prestigio |
de Newman, pero... sin
Newman; le llaman para |
la fundación de la
Universidad católica de Dublín, |
pero los obispos
pretendían que tuviera la aparien- |
cia de universidad, si
bien imponiendo criterios se- |
minarísticos; querían
prensa para los laicos, pero |
que éstos fueran la mano
invisible del clericalismo |
disfrazado; le encargan la
versión moderna de la |
Biblia, y luego le
desasisten y dejan que se muera |
el proyecto comenzado... Y
otras penas e incom- |
prensiones, y otros
malentendidos que sería prolijo |
desmenuzar. La cuestión de
la infalibilidad, la con- |
sulta a los laicos en
materia de fe, etc. |
La "Apología" |
Cuando publica la Apología
(1864), defiende la |
sinceridad de sus ideas
religiosas para defenderse |
de la acusación de
falsedad e hipocresía descarga- |
da contra el conjunto de
todos los sacerdotes católi- |
cos. Manning la lee y dice
que el libro de Newman |
«es una voz de
ultratumba». Talbot, en Roma, si- |
«La Providencia de Dios ha
sido maravillosa conmigo a lo largo de |
toda mi vida. Esta mañana
me he sentido de golpe impresionado |
por una antítesis en
relación con algo cuyas circunstancias y deta- |
lles he pensado con
frecuencia, sin haber observado los contraste, |
que presenta. A saber: que
mis penas me han venido de parte de |
persona, a los que he
favorecido y ayudado, y que mis |
éxitos me los han causado
mis contrarios». |
John H. Newman, C. O., |
AW, 420 |
17 (77) |
gue pensando y diciendo
que Newman «es el sujeto |
más peligroso de
Inglaterra»..., pero quiere aprove- |
charse del renombre que
despierta el libro, invitán- |
dole a unas conferencias
frente a un auditorio se- |
lecto, de lo cual,
naturalmente, Newman se excusa, |
porque es cuaresma y debe
atender a sus propios |
fieles, «que también
tienen un alma» (16). |
La vida de Newman fue
larga y necesitaría de |
muchos capítulos. Es
posible elegir algunos aspec- |
tos y relegar otros.
Creemos, sin embargo, que hay |
que acudir a su biografía
y a sus escritos persona- |
les. Ellos nos revelan al
verdadero Newman, santo |
y fiel a la verdad,
sincero consigo mismo y humilde |
y perseverante en su
camino hacia la luz. |
León XIII |
Al final de su vida, no
obstante, hubo un papa, |
León XIII, que quiso
acabar con los malentendidos |
y sospechas provenientes
de la ignorancia disfraza- |
da de pompa, o,
simplemente, de la mezquindad y |
la envidia, y le nombró
cardenal. Aun en esta oca- |
sión, se pretendió
tergiversar su protesta de humil- |
dad, hasta hacer llegar al
papa la especie de que |
«rechazaba» el
cardenalato. Afortunadamente, un |
laico católico, el Duque
de Norfolk, corrió a de- |
shacer el equívoco, y ya
nadie más se atrevió a |
propagar sospechas. Por lo
demás, muchos de sus |
detractores habían
desaparecido, y los últimos que |
quedaban se olvidaron de
los tiempos pasados y se |
sumaron al reconocimiento
universal de aquel an- |
ciano venerable, humilde y
sabio, que solamente |
buscaba la luz de Dios. |
Tiempo atrás, cuando le
faltaba poco para cum- |
plir los sesenta años,
había escrito en su Diario: |
«Cuando era joven creía
que abandonaba el mun- |
do de todo corazón, por
ti, Señor. En lo que se re- |
fiere a la voluntad, al
propósito e intención, creo |
(16) Ward 1,358. |
... |
18 (78) |
que lo hice. Rezaba de
todo corazón para que no se |
me diera ningún cargo
eclesiástico. |
Nada ambicioso, |
pero incomprendido |
Este deseo mío |
lo expresaba, treinta años
antes, en una poesía, así: |
Niégame la riqueza, aleja
de mí, muy lejos, toda |
ambición de poder y de
fama, porque la esperanza |
madura en las
dificultades, el amor en la debilidad, |
y la fe en avergonzarnos
del mundo. Y esto no era |
sólo poesía, sino mi deseo
habitual. Así lo pienso, |
Señor, y tú lo sabes»
(17). «No he sido comprendi- |
do, he aquí el problema.
He visto que entre los ca- |
tólicos hay grandes
necesidades a las que había |
que intentar poner
remedio, en particular por lo |
que respecta a la
educación. Y, por supuesto, los |
que más necesidad tenían
de ello eran los que me- |
nos se daban cuenta de su
situación; y como no |
veían o no comprendían en
absoluto su necesidad, |
ni la causa de tal
deficiencia, no tenían el menor |
agradecimiento o
consideración hacia un hombre |
que estaba tratando de
poner remedio a dicha si- |
tuación, sino que más bien
le juzgaban inquieto, |
desequilibrado o
inconveniente. Esto me ha lleva- |
do a encerrarme más en mí
mismo, o, mejor, me ha |
hecho pensar en volverme
más hacia Dios» (18). |
(17) AW, 368-370. (18) AW,
374-378. |
|
19 (79) |
¡Resucitad! |
A TI te lo digo:
levántate, tú que duermes, porque yo no |
te creé para que te
retuvieran, atado, en los abismos. |
Levántate de entre los
muertos, que yo soy la vida pa- |
ra todos. Levántate,
plasmación mía; levántate, figura mía, |
creada según mi imagen.
Despierta y salgamos de aquí, por- |
que tú estás en mí y yo en
ti, indisolublemente unidos. |
Por ti, yo, tu Dios, me
hice hijo tuyo; por ti, yo, el Señor, |
tomé la forma de siervo;
por ti, yo, que resido en lo más alto |
del cielo, he bajado a la
tierra, y aun a lo más profundo; por |
ti, oh hombre, he agotado
mis fuerzas y he sido abandonado |
entre los muertos; por ti,
que saliste de un paraíso, he sido |
entregado y crucificado en
un huerto... |
Levántate y partamos de
aquí. El enemigo te sacó de la |
tierra del paraíso, pero
yo te reintegraré, ya no en aquel |
paraíso, sino sentándote
en un trono celestial. Te privó del |
árbol de la vida, pero he
aquí que yo mismo, la vida, te he |
unido a mi destino. He
ordenado a los ángeles que te sirvan |
y custodien. En una
palabra: tienes el Reino de los |
cielos preparado desde
toda la eternidad. |
Anónimo griego antiguo, |
(PG 43, 462-463) |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1.
Apartado 182 - 02000 Albacete - D. L. AB 108/62 - 29.4.90 |
20 (80) |
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