Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 267. MAYO. Año 1990
SUMARIO
SOMOS pueblo de Dios y familia de santos. La
sacramentalidad de la Iglesia no se agota con
los "signos de gracia" que ella distribuye, por
mandato de Cristo, sino que él mismo sigue
presente en medio de nosotros, misteriosa pero ver-
daderamente. Presencia que se hace, en particular,
activa a partir del sello bautismal que nos incorpo-
ra a él, y que se manifiesta en la santidad de los
que, admirados y agradecidos «a su Padre y a
nuestro Padre», corresponden' con fidelidad a sus
gracias. Estos son los santos, hermanos nuestros, en
los que alienta la vida y reverbera la claridad de
Cristo, luz y vida para todos. Por eso nos acorda-
mos de ellos y celebramos el triunfo del milagro que
los transformó en imagen suya, mientras sigue con
nosotros.
ORACIÓN A N. P. SAN FELIPE NERI
EDUCADORES
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
SAN FELIPE NERI PRECEDENTE DE NEWMAN
LETANÍA DE N. P. SAN FELIPE NERI
NEWMAN Y LA ORACIÓN
SER DEL ORATORIO
1 (81)
Tiempo de oración:
ORACIÓN
A N. P. SAN FELIPE NERI
OH mi querido y santo Patrón, Felipe: acudo a ti y me pongo en
tus manos, y, por el amor de Jesús ―el mismo por el cual te
eligió y te hizo santo―, te imploro que intercedas por mí, para
que, así como Él te condujo al cielo, también me lleve a mí, cuando sea
mi hora.
Y te suplico que me alcances una verdadera devoción al Espíritu
Santo, Tercera Persona de la Trinidad gloriosa, por los medios de la
gracia que Él dispensa. Te ruego que me obtengas poder participar de
esa sobreabundante devoción que tú experimentaste hacia El, en la
tierra, que te distingue, oh querido padre mío, de modo especial, entre
los demás santos.
Alcánzame, oh san Felipe, que de tal modo tenga parte de esa
devoción hacia El, para que, ya que se dignó habitar milagrosamente
en tu corazón, hasta inflamarlo con el fuego del amor sobrenatural,
también a nosotros nos haga el beneficio especial de los dones de la
gracia divina.
No permitas, oh san Felipe, protector nuestro, que nosotros
permanezcamos fríos, siendo hijos de un Padre de tan ferviente
caridad. Casi sería en deshonor tuyo que tú no hicieras algo para que
se te parezcan tus hijos. Implora para nosotros la gracia de la oración y
el gusto de contemplar las cosas divinas, con la fuerza necesaria para
dominar nuestros pensamientos, de modo que alejemos las
distracciones. Consíguenos, también, el don de conversar con Dios, sin
jamás cansarnos de estar con Él.
Oh san Felipe, corazón de fuego, flor de pureza, mártir de la
caridad, ruega al Señor por nosotros.
John Henry Newman, C. O.
2 (82)
Educadores
LA SANTIDAD es como la educación, entendida en el mejor sentido y elevada al
mundo sobrenatural: dirigir, encaminar y doctrinar, para desarrollar y perfec-
cionar las facultades y capacidades del ser inteligente y libre, ordenado a Dios.
En la buena educación, incluso entendida en el sentido corriente y natural,
no basta envolver al ser con la forma, o limitarse a ofrecer principios y enunciar
verdades. Todo esto resultaría inútil y resbalaría si previamente no se despertara la
capacidad receptiva y disposición de la libertad a admitir, con sinceridad de cora-
zón, el don divino de la gracia; gracia por la que se nos incluye en los proyectos de
Dios, que nos llama para su gloria y nuestra felicidad.
Los santos comenzaron a serlo a partir de la gratitud y admiración de sentirse
llamados por Dios. Su vida fue una correspondencia espiritual, perseverante y pro-
funda a este llamamiento divino: fue una fidelidad convertida en amor, en el cual se
resumía toda su energía de bien, empleada en Dios y para Dios. Ellos tenían de Dios
una idea muy grande; su entrega a él era sin condiciones. A nosotros, incluso para el
bien, nos corroen las miradas a nuestro rededor, con envidias, miedos, criticas, com-
paraciones y egoísmos que nos paralizan o destruyen el poco bien que emprendemos,
en sus mismos comienzos. Los santos miraban a Dios; sólo él les interesaba; por eso
Au amor a los demás no es otro acto de su corazón. Su amor es único: Yen a Dios en los
demás, y ven a los demás en Dios. E igualmente aman a Dios y a los demás, y aman
en Dios y en los demás, como en una comunión, en un abrazo único en el misterio
de Dios expresado en Cristo, a quien se esfuerzan en repetir en su vida, como el ami-
go vive en el Amado, que ce más que como el discípulo recuerda al maestro o el hijo
imita al padre.
Inevitablemente influyeron en su rededor; pero su acción apostólica era mucho
más sencilla que las que nosotros tomamos como mejores o más eficaces. A ellos les
habría resultado difícil dar definiciones o inventar técnicas, temerosos de sofocar el
3 (83)
Espíritu. Aunque sí es cierto que, cuando nos acercamos a los grandes santos, descu-
brimos que se portaron como verdaderos "educadores" sobrenaturales, en el sentido
más pleno. Comenzaron con su palabra, y, todavía más, con el ejemplo de su vida,
solicitar un cambio de mente y de corazón, para vencer el espíritu del mundo. Luego,
nos mostraron a Dios para que, desde la limpieza del alma convertida, le pudiéramos
contemplar, admirarnos de él y amarle. Después nos enseñaron a tratarle, hasta ha-
cer de lo que llamamos fe ―es decir, conocer y fiarnos de Dios― una respiración es-
piritual, una oración, una relación consciente y viva de persona a persona. Finalmen-
te, intentaron enamorarnos de él, para que nada pudiéramos amar que no fuera parte
o esperanza de él. Y lo hicieron porque creían que el hombre era capaz de abrirse a
Dios y aceptar su gracia.
Ese optimismo es el que presidió la vida de san Felipe Neri, verdadero educador
en la oración y el amor de Dios. Educar en este sentido pleno era también la obse-
sión de Newman.
Nos conviene volver a los santos para aprender de ello, a incorporar a Cristo en
nuestra vida: para quererle aceptar, conocerle, tratarle, amarle y saber darlo a cono-
cer y a hacerlo amar de los demás, agradecidos de que se haya mostrado a nosotros
y nos haya amado.
Cristo comunica su vida a cada uno de nosotros; no sabemos có-
mo, pero sabemos que es una comunicación real, aunque invi-
sible... Podemos alegrarnos; el mundo no podrá quitarnos este
gozo que es incapaz de comprender, y debemos ser sobrios en
nuestro regocijo, si bien, en una conjetura como la nuestra, nues-
tra paz y nuestra alegría serán más profundas y más plenas,
porque nada dañará a quienes llevan a Cristo en sí mismos.
Tenemos la historia de los que sufrieron con él, de todos los
confesores, de todos los mártires de los primeros tiempos y de
las épocas posteriores, para demostrarnos que la fuerza de Cris-
to no se ha echado atrás (Is., 59, 1), que la fe y el amor tienen su
morada en la tierra, y que, suceda lo que suceda, su gracia basta
a la Iglesia, y su fortaleza se perfecciona triunfando
de la flaqueza (2 Co., 12, 9).
John Henry Newman, C. O.,
P.S., II, 13.
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CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990):
Noticias y conmemoraciones
• En Londres, se abrió al público, el 2 de marzo, una exposición de re-
tratos de Newman, en la «National Portrait Gallery», que permane-
cerá abierta hasta el día 20 del presente mes de mayo. Los retratos
han sido cedidos, para esta ocasión, principalmente, por los Oratorios
de Birmingham y de Londres. La misma «National Gallery», ha edita-
do un magnífico libro en el que se recogen a todo color los retratos
exhibidos.
• En Escocia, en la «St. Andrews University», Fife, tuvo lugar, del 21
al 24 del mes de marzo, un Congreso interdisciplinar sobre el «Pen-
samiento e influjo de Newman en nuestro tiempo».
• En Birmingham, del 1 al 15 de mayo, se celebra un «Congreso New-
maniano para sacerdotes, en el Centro diocesano de Educación «Ma-
ryvale». Como es sabido, el mismo Newman vivió en Maryvale, des-
de febrero de 1846 a octubre de 1848. También en Birmingham, el 17
de mayo, y en la «St. Philip's Anglican Cathedral», tendrá lugar una
conferencia, por el profesor Sir Henry Chadwick, sobre «Newman en
su período anglicano».
• En Woodcote, cerca de Reading, en la «Oratory School», para cele-
brar el Centenario de Newman, tendrá lugar una Misa y la ejecución
del oratorio musical «The Dream of Gerontius», escrito por Newman
y con música de Elgar, para voces, coros y orquesta. Esta escuela,
originariamente fundada por Newman en Edgbaston, fue posterior-
mente trasladada a Woodcote.
• En Leonforte (Sicilia), en recuerdo de la grave enfermedad que New-
man padeció en aquella isla, y que tanto tuvo que ver con la orien-
tación de su vida y el espíritu con que "lideró" el «Movimiento de
5 (86)
Oxford», tendrán lugar diversas celebraciones, con participación de
las autoridades civiles.
• En la «University of Pensylvania», de Estados Unidos, se celebra un
Congreso, del 14 al 17 de mayo, con el tema de «La vida y el pensa-
miento de J. H. Newman». El evento coincide con el 250 aniversario
de la fundación de dicha Universidad.
• En Valencia, y organizado por el «Newman Centre», de esa ciudad,
se ha programado, para el día 2 de mayo, fiesta de san Atanasio, una
celebración litúrgica en la Capilla universitaria de la Sapiencia, pa-
ra recordar la relación de este Padre de la Iglesia con la figura del
cardenal Newman. Como se sabe, la primera gran obra de Newman,
basada en la patrística, fue «The Arians of the fourth Century»,
que constituye un estudio capital para toda su evolución religiosa
posterior.
La esencia del modelo oratoriano reside en la
interacción de los laicos (del Oratorio, en
términos filipenses) con aquellos miembros que
son ordenados para servirlos (la Congregación).
Se trata, más que de una mera asociación o
colaboración, de una comunión en Cristo.
El tipo de personas que Newman concibe sólo
puede desarrollarse en comunidades así,
donde sea posible para la creatividad y para
las conciencias «obedecer al Espíritu y, de
este modo, difuminar y disipar los hábitos y
restricciones que se opongan al crecimiento y
al desarrollo. Newman, por el contrario, se
enfrentó a lo que él llamaba «nihilismo
católico», cuyos representantes «prohíben, pero
no instruyen ni crean».
John Coulson, en el VIII Congreso Internacional
sobre Newman (1978)
6 (86)
SAN FELIPE NERI
PRECEDENTE DE NEWMAN
LA PROVIDENCIA trabaja la
vida de los hombres, con una
sabiduría que éstos no sue-
len descubrir inmediatamente, sino
sólo pasado algún tiempo, cuando,
a la luz de la fe, la memoria rastrea
la sucesión de acontecimientos y
circunstancias que han urdido el
tramado de la historia de cada uno.
Sólo entonces es posible descubrir
el misterio del sentido de Dios en
la existencia humana, y admirarse
de la armonía sobrenatural con
que los planes divinos se han ido
abriendo paso, a pesar, incluso, de
oscuridades, contrariedades y re-
sistencias. Puede darse cuenta de
ello cada cristiano, en sí mismo, si
logra contemplar su propia vida
por encima de apasionamientos
personales, desprendidamente, hu-
mildemente. Pero, sobre todo, se
comprueba cuando se observa el
itinerario de almas grandes y de
los santos. Y esto sucede con John
Henry Newman.
Cuando pensamos en san Felipe
Neri y en Newman, descubrimos
también que han existido disposi-
ciones providenciales recíprocas,
que prepararon su encuentro, lle-
gado el tiempo, cristalizando en la
vocación filipense del gran conver-
tido de Oxford.
Si las piedras hubiesen podido
hablar, la primera vez que New-
man estuvo en Italia, al caminar
por «la ciudad más maravillosa del
mundo» ―«the first city»―, le
habrían ayudado a descubrir la
figura de san Felipe, desconocida
todavía para él, que saludaba, al
encontrar en la calle, casi puerta
con puerta con la iglesia de San
Jerónimo de la Caridad, cuna del
Oratorio, a los jóvenes estudiantes
del colegio de Santo Tomás de Can-
terbury, en la vía Montserrato. El
mismo papa Gregorio XIII, que
intervendría en la fundación del
Oratorio, había creado aquel cole-
gio para ayudar a la Iglesia en In-
7 (87)
glaterra, sacudida por la escisión
protestante. Dicen los biógrafos de
nuestro Santo que Felipe saludaba
a aquellos jóvenes rubios, más bien
altos y delgados ―los «angli, ange-
li» que siglos atrás había bendeci-
do san Gregorio Magno―, con el
primer verso del himno de los san-
tos Inocentes, levantando las manos
y sonriendo, diciéndoles: «Salvete,
flores martyrum!» Y, en efecto,
una cincuentena de ellos sufrió el
martirio, al ser reintegrados, ya sa-
cerdotes, a su patria. Sabemos que
san Felipe iba a veces a aquel co-
legio, y hablaba con ellos. Y hemos
de suponer que les tendría en lugar
preferente en sus oraciones. Si en
nuestros días san Felipe volviera
al mismo lugar, se entristecería al
ver que la iglesia de San Jerónimo
de la Caridad, el primer Oratorio,
junto con las habitaciones que fue-
ron su morada ―su «nido», diría
Newman―, han sido arrebatadas a
sus hijos.
Newman pisaba aquellas mismas
calles dos siglos y medio después,
todavía anglicano, y ya escribía,
desde allí, vencido por Dios, pala-
bras como éstas a su hermana Ha-
rriet: «Todo cuanto he visto, com-
prendida mi querida Oxford, no
es más que polvo, comparado con
esta ciudad... ¿Es posible que aquí
se albergue tanto mal? No lo cree-
ré hasta que tenga pruebas. En San
Pedro, ayer, en San Juan de Le-
trán, hoy, me he sentido humilla
do...» Años más tarde, Newman
recibiría la ordenación sagrada en
San Juan de Letrán, donde había
sido ordenado Diácono san Felipe
Neri, dos siglos y medio antes. Des-
pués, en el camino de regreso a
Inglaterra, quería asirse a Dios en
sus dudas, y escribía el inolvidable
poema, ya famoso, «Lead, Kindly
ligth». Esta luz sería la luz de Dios,
y, en ella, san Felipe, «corazón de
fuego, esplendor de vida divina,
luz de alegría santa». Newman lo
declararía explícitamente a los que
le siguieron en la fundación del
Los Santos son el ejemplo feliz y completo de la nue-
va creación que nuestro Señor ha hecho desarrollar
en el mundo moral; y así como «los cielos pregonan la
gloria de Dios», su Creador, del mismo modo, los San-
tos son la propia y verdadera evidencia del Dios del
Cristianismo, y proclaman en toda la tierra el poder y
la gracia de Aquel que los ha hecho.
John H. Newman, C. O.,
L. D., XII, 399.
8 (88)
Oratorio inglés, apoyándose en la
coincidencia de que la iglesia de
Santa María in Vallicella ―sede
del Oratorio romano― está dedi-
cada al papa san Gregorio, el mis-
mo de los «angli, angeli», protector
de Inglaterra.
Por otra parte, en la vida de
Newman existen dos figuras esti-
madísimas, de decisiva influencia
en su itinerario espiritual, a pesar
de que ellas mismas no se llegaran
a convertir al catolicismo: en su
adolescencia, ese venerado maes-
tro, Mayer, guía primero en el des-
cubrimiento del «Dios personal»;
luego, la figura oxfordiana de Ke-
ble, para Newman, precedente an-
glicano del dulcísimo san Felipe.
Por lo cual exclamaría: «Oh, Dios
mío..., me has dado a san Felipe,
creación maravillosa de tu gracia,
para que sea mi patrono y mi maes-
tro; y yo me he entregado a él, y él
ha hecho en mi favor grandes co-
sas, hasta más allá de lo que pudie-
ra pensar».
Cuando la fe nos hace descubrir
y agradecer la novedad y el gozo
de los dones de Dios, suele tratar-
se, siempre, de la resurrección
magnificada de gracias preceden-
tes, como la espiga lo es de una se-
milla, y el tejido de los hilos, y la
perla de la luz. Todo emerge del
tesoro escondido de siembras pre-
cedentes dispuestas sabiamente por
la misericordia del Señor.
La fe sola es la que prolonga
la existencia del hombre, y lo
hace vivir, en sus propios
sentimientos, en el futuro,
además del presente. Los
hombres de este mundo
están llenos de planes para
cada día. Incluso en la
religión solamente
ambicionan resultados
inmediatos, y no se mueven
para hacer algo si no
sienten que pueden hacerlo
todo, o sea, a su manera,
eligiendo sus métodos, y ver
su final. Sin embargo, el
cristiano se entrega
confiadamente al futuro,
porque cree en Aquel que es,
y que era, y que será. Puede
soportar la compañía eterna,
tanto en este mundo como en
el futuro. Se contenta con
empezar y dar el primer
paso, con hacer lo que estén
de su parte, y no más; con
proyectar lo que otros
tendrán que realizar; con
sembrar lo que otros
cosecharán. Nadie puede
acabar su propia obra, ni
interrumpirla por su propio
derecho, sino Aquel en quien
todo se contiene.
,
P.S., VI, 274-275.
9 (89)
LETANÍA DE NUESTRO PADRE SAN FELIPE NERI,
por John Henry Newman.
Newman compuso multitud de pequeños textos devocio-
nales, para servir a la piedad de la gente sencilla que fre-
cuentaba el Oratorio. A su muerte, con lo que se recogió
de este material disperso, se compuso un precioso libro,
MEDITACIONES Y DEVOCIONES, impregnado de un-
ción y transparencia espiritual. De él extraemos la si-
guiente letanía a N. P. san Felipe Neri, que traducimos
ofrecemos a nuestros lectores.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten compasión de nosotros.
Hijo de Dios, Redentor del mundo, ten compasión de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten compasión de nosotros.
Trinidad Santa, Dios único, ten compasión de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
Vaso del Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Apóstol de Roma, ruega por nosotros.
Consejero de Papas, ruega por nosotros.
Voz de Profecía, ruega por nosotros.
Hombre de los primeros tiempos, ruega por nosotros.
Santo amable, ruega por nosotros.
Santo victorioso, ruega por nosotros.
Héroe escondido, ruega por nosotros.
Padre amabilísimo, ruega por nosotros.
Flor de pureza, ruega por nosotros.
Mártir de caridad, ruega por nosotros.
Corazón encendido, ruega por nosotros.
Discernidor de espíritus, ruega por nosotros.
Sacerdote escogido, ruega por nosotros.
Espejo de la luz divina, ruega por nosotros.
Modelo de humildad, ruega por nosotros.
Ejemplo de sencillez, ruega por nosotros.
Luz de santa alegría, ruega por nosotros.
10 (90)
Imagen de infancia espiritual, ruega por nosotros.
Decoro de senectud, ruega por nosotros.
Director de almas, ruega por nosotros.
Guía amable de jóvenes, ruega por nosotros.
Patrono de tus hijos, ruega por nosotros.
Tú, que observaste castidad en tu juventud, ruega por nosotros.
Tú, que llegaste a Roma guiado por Dios, ruega por nosotros.
Tú, que habitaste largamente en las Catacumbas, ruega por nosotros.
Tú, que recibiste el Espíritu Santo en tu corazón, ruega por nosotros.
Tú, que tuviste gracias extraordinarias de oración, ruega por nosotros.
Tú, que serviste a los humildes con tanta amabilidad, ruega por nosotros.
Tú, que lavaste los pies a los peregrinos, ruega por nosotros.
Tú, que deseaste ardientemente el martirio, ruega por nosotros.
Tú, que repartías a diario la palabra de Dios, ruega por nosotros.
Tú, que condujiste tantos corazones a Dios, ruega por nosotros.
Tú, que hablabas dulcemente con María, ruega por nosotros.
Tú, que salvabas de la muerte, ruega por nosotros.
Tú, por quien se han erigido muchas casas de hijos tuyos en el mundo,
ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
V. Acuérdate de tu Congregación.
R. Que poseíste desde el principio.
Oremos: Oh, Dios, que enalteces a tus siervos con la gloria de la san-
tidad, concédenos que el Espíritu Santo nos encienda con el
mismo fuego con que abrasó el corazón de N. P. san Felipe
Neri. Por Cristo, Señor nuestro. Amén.
11 (91)
NEWMAN:
NEWMAN
Y LA ORACIÓN
EN las exhortaciones a su comunidad del Oratorio, Newman establecía,
sin rebajas, la prioridad de la oración, incluso frente al ministerio de
la Palabra. Seguramente quería hacer verdad en los suyos aquel prin-
cipio tan repetido sobre la esencia de todo apostolado, consistente en trans-
mitir a los demás lo que antes hemos contemplado en la presencia de Dios:
«contemplata aliis tradere». Es oportuno no olvidarlo en una época marcada
por la competitividad, el activismo y el elogio de lo inmediatamente (en apa-
riencia, por lo menos) eficaz, que temporaliza lo eterno, en lugar de penetrar
de sentido de eternidad lo temporal y sensible, de modo que espiritualice la
vida de los creyentes lo mismo que la actividad toda de la Iglesia.
Dios, en el curso de la historia, ha dado a la Iglesia santos y almas verda-
deramente espirituales que han servido de ejemplo a los cristianos y que han
influido en ella de modo que pudiera defenderse del contagio, a veces muy
sutil, con que el mundo quisiera desvirtuar su misión y el estilo mismo con
que debe llevarla a cabo. Newman, lo mismo que san Felipe Neri, fue uno de
estos ejemplos. Por esta razón, ofrecemos un fragmento de un excelente es-
tudio debido al padre carmelita Philip Boyce, de la Pontificia Facultad Teo-
lógica del Instituto Teresianum, de Roma, que nos presenta a Newman como
ejemplo de hombre de oración.
Filósofo eminente, teólogo, educador, Newman fue
lo que nosotros solemos llamar un hombre de ora-
ción. Los laicos católicos lo veneraron por su vida
de entrega a Dios y de desprendimiento de las cosas
del mundo. Ellos lo consideraron, también, como
su padre espiritual y como un guía en el camino de
la santidad.
12 (92)
La oración,
estructura
de la vida
Podemos decir, con verdad, que la oración cons-
tituyó la estructura espiritual de la vida de New-
man. Paralelamente con sus cualidades intelectua-
les y universitarias, habla en él una inclinación
espiritual y religiosa que animó y guio los dones
recibidos, los preservó del error y confirió a sus es-
critos un gran poder de persuasión. Este toque espi-
ritual fue el centro de su vida personal. Vida de fe,
virtuosa, comprometida, que la plegaria continuada
sostuvo y animó.
Para Newman, la oración no era otra cosa que
conversación del hombre con su Creador. La voz de
la fe, las alas del alma, una realidad que está en el
corazón de toda religión. La oración mete al hom-
bre en comunión con un mundo superior; ella per-
mite al cristiano la afirmación de su ciudadanía
celestial. «Nuestra conversación está en los cielos»,
dice san Pablo (Flp. 3, 20). La oración de alabanza
constituye las palabras y las expresiones de esta
conversación con el Cielo.
Presencia
y santidad
de Dios
La oración fue un hábito que mantuvo durante
toda su vida. Desde su más joven edad, Newman
tuvo la conciencia aguda de la Presencia y de la
Santidad de Dios. Incluso desde niño él experimen-
tó la irrealidad de las cosas materiales y visibles, y
la verdad y autenticidad fundamental, por el con-
trario, de las invisibles y espirituales, es decir, los
ángeles, el alma inmortal, Dios. Contaba solamente
seis años y ya se preguntaba el porqué de su exis-
tencia, y qué cosa era él. A la edad de quince años
habla de sí mismo y de su Creador como de «dos
seres únicos, cuya existencia se le presenta como
evidentemente luminosa». La necesidad de rogar y
alabar a Dios nació de esta conciencia de la pre-
sencia y de la santidad de Dios, y del sentimiento
de su total dependencia respecto de él.
Esta verdad de la Santidad de Dios, el amor y el
cuidado de las almas que él guiaba, el sentimiento
13 (93)
de una total dependencia respecto a la providencia
divina, se encuentra en esta plegaria escrita por él:
«Oh Dios mío, desde toda la eternidad tú te bastas
a ti mismo. El Padre colma al Hijo y el Hijo satis-
face plenamente al Padre; entonces, ¿por qué no has
de bastarme a mí, pobre criatura, si Tú eres tan
grande y yo tan pequeño? Oh Dios poderoso, for-
tifícame con tu fuerza, consuélame con tu paz eter-
na, sosiégame con la belleza de tu rostro, ilumina-
me con la claridad eterna de tu luz, purifícame con
el halo de tu santidad inefable. Sumérgeme en las
corrientes de tu vida y calma mi sed en tanto que
le sea lícito desearlo a un mortal, en las riberas de
la gracia que manan del Padre y del Hijo, en la gra-
cia de tu amor consubstancial, coeterno...
Oh Dios mío, mi vida entera ha sido una sucesión
de gracias y de bendiciones concedidas a quien no
era digno de ellas. La fe me es útil, puesto que he
experimentado desde siempre tu Providencia con-
migo. Año tras año, tú me has llevado, tú has apar-
tado los peligros de mi camino, tú me has corregi-
do, tú me has llamado, tú me has reconfortado, tú
me has soportado pacientemente, tú me has dirigi-
do, tú me has sostenido. Oh, no me abandones cuan-
do las fuerzas me faltan...» (M. D.).
De la infancia
a la vejez
No es sorprendente, pues, que Newman se haya
entregado a la oración en todas las etapas de su vi-
da. Nos hemos referido ya al origen de su oración,
en la misma infancia, oración que brotaba de su in-
tuición de una presencia y de una santidad divinas.
En su diario íntimo podemos leer una lista de plega-
rias y de súplicas que él escribió y utilizó desde su
adolescencia. Los Padres del Oratorio de Birming-
ham conservan todavía tres pequeños cuadernos,
manchados por el continuo contacto con los dedos,
en los cuales él escribía largas listas de personas y
de intenciones por las que rogaba habitualmente.
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Dichos cuadernos contienen algunas plegarias inti-
mas, las primeras que él compuso, cuando contaba
solamente dieciséis años, con ocasión de su primera
comunión, en la Iglesia anglicana. La última ano-
tación lleva la fecha de setenta años más tarde, uno
antes de su muerte.
No abundan tanto los que conservan y repiten
sus plegarias a lo largo de más de cincuenta años.
Esas humildes páginas amarillentas son el testimo-
nio elocuente de la vida interior de Newman en
comunión con Dios. Nos revelan el alma sencilla y
modesta que se oculta bajo la noble apariencia de
este célebre convertido de Oxford.
Nos puede parecer sorprendente que un hombre
tan inteligente haya rogado de una forma tan sen-
cilla y natural, hasta el punto de que el más humil-
de de los creyentes pueda hacer suyas, sin dificulta-
des ni tropiezos, las oraciones de Newman.
Simplicidad
y sencillez
Y sin embargo, es cierto que la verdadera gran-
deza tiende a la unificación, a la simplicidad, a ha-
cerlo todo más fácil.
Newman habría podido escribir plegarias y me-
ditaciones que dieran la impresión de haber recibi-
do grandes gracias. Al contrario, él huyó de la
elocuencia mística y eligió las palabras que expre-
saban mejor la verdad de sus sentimientos; amaba
las palabras sinceras, los sentimientos auténticos,
las decisiones claras; por más sencillas y ordina-
rias que fueran, las prefería al vocabulario apa-
rentemente sublime, aunque artificial, desdeñando
las mínimas huellas de hipocresía. Él desconfiaba
de la piedad sentimental y condenaba a quienes
creían que debían estimular sus emociones para ro-
gar. Es verdad que los sentimientos tienen su papel;
Newman los llama la belleza de la santidad y pre-
tende que nos mantengan joven el espíritu mientras
nuestro cuerpo envejece. Sin embargo, la sensibili-
15 (95)
dad no está siempre a nuestro alcance y en ningún
caso puede convertirse en el test de nuestra oración.
Así, pues, cuando él pide el fervor, no lo imagina co-
mo una emoción pasajera y estéril, sino que desea
una parte de ese Amor eterno de Dios que el espíri-
tu derrama en las almas.
El fervor
«Cuando yo pido el fervor, busco la fortaleza,
la coherencia y la perseverancia. Pido la fe, la es-
peranza y la caridad en su expresión más celestial.
Cuando pido el fervor, pido verme libre de miedos
humanos y de las alabanzas de los hombres. Pido
el don de la plegaria... Señor, cuando pido el fer-
vor, te pido a ti mismo; que nada me separe de ti,
oh Dios mío, tú que te has entregado totalmente a
nosotros... Tú eres la llama de la vida, que arde de
amor por el hombre: entra en mí y enciéndeme a
semejanza tuya y según tu voluntad». (M. D.)
Newman ganaba amigos con facilidad y los reu-
nía a todos en una cadena de plegarias de interce-
sión a la que permaneció fiel toda la vida, como
hemos visto. Ahijados, seres queridos, indiferentes,
bienhechores, convertidos, difuntos, amigos irlan-
deses, etc. No desdeñaba utilizar oraciones tradi-
cionales, tal como gusta a las almas sencillas.
Breviario
Newman amaba el breviario romano y lo utili-
zaba regularmente desde que recibió un ejemplar,
el de su amigo Hurrell Froude, en 1836. Todavía
miembro de la Iglesia anglicana, ya consideraba
el breviario portador de una tal excelencia y belle-
za que pudo despertar un prejuicio en favor de la
Iglesia católica en un anglicano sin desconfianza.
Las plegarias, la distribución de las lecturas, las
intercesiones y los salmos repartidos en las horas
del día, le atrajeron de modo particular. La abun-
dancia de textos inspirados le cautivó, por más que
lamentara el abandono de la integridad del Oficio
monástico. Seguramente que hubiera acogido favo-
16 (98)
rablemente la nueva Liturgia de las Horas, enri-
quecida con textos bíblicos y patrísticos, publicada
después del Concilio Vaticano II. Sobre todo, él sa-
boreó los salmos. Lo mismo que los Padres de la
Iglesia, él meditó su significado espiritual y cristia-
no, y los aplicó a la Iglesia y a sus condiciones ac-
tuales de la vida cristiana.
Los Salmos
Para él, estas plegarias judías del Antiguo Tes-
tamento abundan en testimonios edificantes y res-
piran a Cristo. El libro de los Salmos, con sus temas
esenciales ―la derrota de los enemigos de Dios y
el sufrimiento del pueblo de Dios―, le parecía des-
cribir exactamente el estado permanente de la Igle-
sia y el de sus miembros más leales: siempre débiles
en sí mismos y siempre fuertes en el Señor, siempre
perseguidos y despreciados y siempre amados de
Dios y refloreciendo. Cuando estaba triste y en
dificultades, Newman buscaba en los salmos luz y
consuelo. En algunas ocasiones encuentra alivio y
confianza renovada en el salmo 121 (120): «Levanto
mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el
auxilio? / El auxilio me viene del Señor, que hizo
el cielo y la tierra». La recitación cotidiana del Of-
icio divino, más que un deber, fue una fuente de
gozo espiritual y un apoyo. Uno de sus amigos del
Oratorio dejó este testimonio: «Él estuvo siempre
fuertemente aficionado a la recitación del Oficio;
y muy particularmente feliz los Domingos o cuan
do el Oficio era más largo, de lo cual nunca se la-
mentó...» (Ward II, 533). En la vejez, cuando ya
sus ojos no le permitían leer, le fue muy penoso
dejar el breviario, y lo suplía con la recitación del
rosario.
La dilatada vida de Newman fue una oración
constante y de comunión con el mundo invisible.
No se trataba de un viaje místico, salpicado con fe-
nómenos sobrenaturales, sino un esfuerzo perseve-
rante desde la oscuridad y la debilidad de la condi-
17 (97)
ción humana. Él vivió horas de grandes amarguras
y desaliento, pero también tuvo momentos de ado-
ración pacifica y plegaria gozosa.
Para resumirlo, diríamos que la formulación de
su plegaria fue sencilla: fue una oración de inter-
cesión, centrada en la Eucaristía y hecha en el re-
cogimiento interior.
El mismo,
su oración
Al envejecer, la pureza de su oración y de su es-
piritualidad aumentó, hasta invadir del todo su al-
ma. Al fin, él mismo se había convertido en oración.
Como otros grandes amigos de Dios, John Hen-
ry Newman es, para nosotros, un ejemplo y un apo-
yo en el camino sencillo y a la vez exigente de la
oración perenne.
Oratorio: llama del Espíritu
y corazón de san Felipe.
Resulta difícil dar respuestas breves y completas de aquello que es
fruto de experiencias extraordinarias, sobre todo de experiencias
de los santos. Nosotros mismos, en el Oratorio, al margen de las de-
finiciones legales con que la Iglesia describe sus obras, no tenemos
más remedio, cuando se nos pregunta por nuestro espíritu y estilo,
que remitirnos a san Felipe, nuestro fundador. Es imposible hacer-
se una idea del Oratorio prescindiendo del conocimiento de nuestro
Santo. La misma singularidad que, como forma de vida evangélica,
ocupa en la Iglesia de Dios se debe al respeto que la Iglesia tuvo, a
partir de Gregorio XIII, por san Felipe, que inauguraba, casi sin
pretenderlo, una nueva forma de entregarse a Dios y de proyectar-
se en las almas, en servicio de la Iglesia. Nosotros diríamos que en
el centro del Oratorio está ―debe estar― el corazón de san Felipe;
corazón de fuego y fuego del Espíritu de Dios. Amor, caridad, ora-
ción, entrega apostólica... Los padres del Oratorio de Rock Hill, en
Estados Unidos, han querido resumir lo que es central en el Orato-
rio, es decir, san Felipe y el Espíritu Santo, en un logotipo que no-
sotros reproducimos, este mes, en cubierta.
18 (98)
Ser del
Oratorio
ES un consuelo poder decir que hemos participado en el
mismo trabajo apostólico de san Felipe Neri. Nos han
conducido aquí el corazón y el sentimiento del deber, y
hemos comenzado como san Felipe comenzó. Hemos
comenzado sin esperar recompensas ni buscar palabras
de alabanza. Con la gracia de Dios, hemos procurado
prescindir de la popularidad que da el mundo, en
armonía con el precepto de nuestro santo Padre «de
llegar a ser desconocidos».
Si me pidierais, queridos Padres del Oratorio, que
alcanzara de nuestro Santo una señal que nos
distinguiera en los tiempos futuros, no suplicaría
persecuciones, porque podrían darnos cierta notoriedad
y ser incluso tentación. Yo quisiera este privilegio para
todos vosotros: que el público no os conozca, ni para
alabaros ni para denigraros, sino que pudierais hacer
una gran labor en beneficio de la generación de la que
formamos parte, hacer mucho bien en la religión y
llevar muchas almas al cielo, ni dejar indiferentes, para
Dios, a cuantos hombres encontréis en vuestro camino;
pero de modo que pasarais con indiferencia, como
sobrevolando el mundo, sin destacar por ninguna fama,
reconocidos sólo en la propia casa, trabajando
exclusivamente para el Señor, con corazón puro, sin
buscar aplausos, y que Dios sea vuestra única
esperanza.
John Henry Newman, C. O.,
A su comunidad del Oratorio (1850)
19 (99)
26 DE MAYO
FIESTA DE
NUESTRO PADRE
SAN FELIPE NERI
FUNDADOR DEL ORATORIO
INVITAMOS A NUESTROS AMIGOS
A LA EUCARISTÍA
DE LAS OCHO DE LA TARDE
Y A PARTICIPAR
EN EL GOZO FRATERNAL
QUE NOS CONGREGA
PARA DAR GRACIAS A DIOS
LAUS
Director: Ramon Mas Cassanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Pl. San Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - 2080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 20.5.90
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