Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 269. OCTUBRE. Año 1990
SUMARIO
CUANDO se adormece la fe, falta la respiración
del alma. La fe se adormece cuando, en vez
de mirar hacia Dios y, desde él y con él, mirar
el mundo y admirarnos de las obras divinas,
nos contemplamos y complacemos en nosotros mis-
mos. Yo y no Dios. Yo como Dios. O Dios solamen-
te como estética. Cercados por él, viniendo y regre-
sando a él, la fe se hace luz del alma y aliento de
alabanza agradecida, por todo lo que nos da, por
todo lo que contemplamos como reverberación de
su Presencia, y por todo lo que esperamos. Inmenso,
bueno, eterno.
EL PODER DE LA ORACIÓN
DIOS
SAN ATANASIO, NEWMAN Y NOSOTROS
HOMBRE DE ORACIÓN
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
REZAR CON NEWMAN
1 (121)
EL PODER DE LA ORACIÓN
No hay en la tierra un alma tan mezquina
que no pueda obtener,
con la oración de fe,
la gracia prometida
que alivie sus esclavitudes
y le anticipe algún consuelo
en prenda de la gran liberación
que va creciendo,
de don en don, hasta alcanzar, al fin,
el premio eterno.
Podrán salvarse todos.
No obstante, hay almas
cuyas plegarias suben hasta el cielo
y aspiran a un poder mayor
que se derrame luego en gracias
de bendición sobre este mundo.
Lo cual no se consigue en un instante,
sino después de ayunos, privaciones
y pruebas soportadas santamente;
con la pureza, buenas obras
los trabajos y fatigas del amor,
perseverando en la Verdad
y el celo santo
por Quien contempla todo desde lo alto.
John H. Newman
(24. 6. 1833)
2 (122)
Dios
SOBRE Dios existe un texto de Newman, admirable por su nitidez, sobrecogedor
por su grandeza. Reconocer la justeza de su pensamiento no libra al alma de
un profundo escalofrío. Acostumbrados como estamos a darle vueltas a Dios,
a jugar con la Iglesia, a mecernos en complacencias de supuestas bondades que
rozan el fariseísmo, o, por el contrario, a fatigarnos en la porfía por evitar "el infierno
tan temido", cuando no como defendiéndonos" del mismo Dios, demasiado justiciero,
nos choca tropezar de frente con la gran verdad de la fe que nos sitúa cara a cara
frente a Dios, en el supuesto de que honradamente no queramos rebajar su grandeza
basta manejarlo, reducido a ídolo, o a concepto lejano, para las filosofías o, a lo sumo,
para inspirar o sancionar sistemas morales que adecenten la vida humana hasta un
poco más allá de lo que consiga obtener el derecho de los hombres.
Newman escribía en 1864, en su Apología: «Ahora sé perfectamente que la Iglesia
Católica no consiente que ninguna imagen, de cualquier clase, material o inmaterial,
ni símbolo dogmático alguno, ni ningún rito, ni sacramento, ni Santo, ni siquiera la
bendita Virgen misma, intervengan entre el alma y su Creador. En todo cuanto se
refiere al hombre y Dios se da un cara a cara, "solus cum solo". Porque solamente él
crea, él solo redime; ante sus ojos, que nos juzgan, morimos, y en la visión de él solo
consiste nuestra eterna felicidad».
Newman no desprecia ningún signo ni mediación, pero establece justamente que
nada, aun santo, puede ser sucedáneo del único Dios, en cuya presencia existimos,
nos movemos y somos. Presencia de Dios en el alma del creyente, presencia luminosa
y envolvente, más que la luz en la superficie de los cuerpos y en la claridad de los
cielos; Dios, ser personal que es imposible evitar y que nos ama, que nos ha dado el
ser para que sea un poco, como dice san Ireneo, "su gloria" mientras nos hace felices.
Un encuentro que ya se anticipa de esta vida, pero que se hace definitivo en la eter-
nidad, y por eso hemos de prepararnos a ella. Presencia de Dios en el mundo, sin que
su reino sea de este mundo, presencia en la Iglesia, sin que ella sea Dios mismo; pre-
3 (123)
sencia en sus santos, sin que puedan substituirlo: presencia en las acciones sagradas,
en los sacramentos, sin que substituyan lo más grande que de nosotros espera, el amor
agradecido y la entrega total Amor de hijos en el que no puede agotarse la admira-
ción de ser elevados a él, inmenso, eterno, infinito, en bondad, fuerza, sabiduría y be-
lleza. Dios, ser personal, sin que puedan eclipsarlo ni figuras, ni razonamientos, ni
símbolos, ni personas Dios personal que habla a la conciencia y que ésta debe res-
ponderle, no desde la tangencialidad de una existencia que intenta eludirle o rele-
garle, sino centrando la vida entera en él, yendo derechos a él.
A este Dios hay que tratarle, porque nos espera ya, y sería una gran vergüenza,
y la raíz de la mayor infelicidad, llegar a él sin conocerle y sin haberle amado, luego
de haber desperdiciado la vida, tan corta, frente a la eternidad, tan larga.
Plan de vida.
COMENZAR el curso, una vez terminadas las fiestas o vacaciones
propias o de los que tenemos cerca, en la convivencia familiar o el
trato profesional, nos lleva a la vuelta a un orden a cuyo ritmo se
somete nuestra actividad y costumbres ordinarias.
Para el cristiano, esta "vuelta al orden" no puede prescindir de
Dios. Tampoco basta con una referencia teórica, o mantener, a lo
sumo, una implícita referencia cultural, o ampararse en la moral de
los mínimos. Es preciso concienciarnos de nuestra condición de hijos
de Dios dar a la vida el sentido concreto que responda a la re-
verencia y al amor constantes a él, en hermandad con los que pue-
den acompañarnos conviviendo con nosotros en la alabanza, en la
oración, en la participación de las celebraciones del culto. Newman
dice expresamente que desconfía de los hombres que «adoptan toda
clase de maneras extrañas de dar gloria a Dios» o se aficionan a no-
vedades o invenciones apostólicas, cuando les bastaría y sería mejor
seguir el camino de la Iglesia, perseverando en la oración, santifican-
do debidamente domingos y fiestas en unión con los hermanos en la
fe, incluso, si fuese posible, cada día (P. S., I, 154). Y aún añade, en
orden a dar testimonio a los demás, que el primer deber del cristiano
es convertirse y creer, para impregnar de fe la vida. Lo demás es una
consecuencia.
4 (124)
San Atanasio,
Newman
y nosotros
EL PASADO 2 de mayo, día en que la Iglesia hace memoria de san Ata-
nasio de Alejandría, tuvo lugar en la Capilla de la Sapiencia de la Uni-
versidad de Valencia la celebración del oficio de Vísperas, promovida
por el «Newman Centre» de aquella ciudad. Se trataba de poner de mani-
fiesto el lugar central que ocuparon los Padres de la Iglesia, y especialmente
san Atanasio, en la vida de Newman, así como el valor perenne que siguen
teniendo para los cristianos de todos los tiempos. Pero en primer lugar se
trataba de celebrar una liturgia de intercesión y de alabanza, como reflejan
estas bellas palabras del propio Atanasio: «Dios nos concede la alegría de la
salvación que nos hace más amigos cuando nos une espiritualmente a todos…
cuando nos concede rezar en comunidad y dar gracias juntos» (Cartas pas-
cuales, 5, 2). Transcribimos a continuación el texto de la homilía que en el
transcurso de dicha celebración fue predicada por un Padre del Oratorio.
Nos hemos congregado, en co-
munión con toda la Iglesia, para
conmemorar a uno de los santos
más queridos por John Henry New-
man: Atanasio de Alejandría. Qui-
zá os preguntaréis el porqué de este
aprecio de Newman por san Atana-
sio, y también, sobre todo, qué nos
puede decir a nosotros, europeos
de 1990, un obispo egipcio del siglo
IV. San Atanasio es un doctor y un
Padre de la Iglesia, y precisamente
aquel que influyó de manera más
decisiva en la definición dogmática
de la divinidad de Cristo, defini-
ción que fue proclamada por el I
Concilio Ecuménico, celebrado en
la ciudad de Nicea el año 325. An-
tes y después del concilio, Atana-
sio se enfrentó con firmeza a las
opiniones del presbítero Arrio y de
sus seguidores: según ellos, Cristo
no podía ser llamado, con propie-
dad, Dios, porque eso hubiera su-
puesto atribuir al Absoluto, impa-
sible y perfecto por definición, los
padecimientos y las limitaciones
de Cristo que nos describen los
Evangelios.
5 (125)
Llegados a este punto, muy bien
puede asaltarnos una inquietud: in-
troducirnos en estas disputas entre
teólogos, en lo que desde entonces
ha dado en llamarse "discusiones
bizantinas", ¿no será alejarnos de la
simplicidad del Evangelio de Jesús,
tan claro y tan concreto? Escuche-
mos, sin embargo, las palabras de
un hombre de acción, Emmanuel
Mounier, iniciador del movimiento
personalista contemporáneo: «Dos
siglos de controversias teológicas
para asegurar la Encarnación de
Cristo en su plenitud hicieron de
las civilizaciones cristianas las úni-
cas activas y creadoras». En Occi-
dente, muy pocos han entendido
el sentido práctico, personalizador,
que poseen las verdades proclama-
das por la Iglesia para ser creídas
por los fieles y que llamamos dog-
mas. Entre nosotros, excepto para
algunos espíritus más penetrantes,
los dogmas son considerados meras
fórmulas obligatorias, pero abstrac-
tas, objeto de especulación teológi-
ca, pero sin significado existencial,
sin conexión con la vida. Newman,
por providencia de Dios, fue una
de estas excepciones, y por eso
comprendió, más todavía, amó, la
Tradición de los primeros siglos,
que tuvo como primeros testigos a
los Padres de la Iglesia, y muy par-
ticularmente a san Atanasio. Ya
hace unas décadas, el P. Charles S.
Dessain, del Oratorio de Birming-
ham, eminente newmanista, carac-
terizó a Newman como el primer
introductor de la tradición patrísti-
ca oriental en el Occidente moder-
no. Y más recientemente, un teó-
logo ortodoxo griego, George Dra-
gas, ha podido decir que Newman
no sólo representa un punto de
encuentro para las Iglesias separa-
das de Occidente, sino que, como
"apóstol ecuménico" enviado por la
Iglesia de los Padres, puede aportar
una contribución importante a la
reconciliación entre el Oriente y el
Occidente cristianos, e incluso a
la misma renovación neopatrística
actual de las Iglesias Ortodoxas.
En el siglo IV, los planteamien-
tos de los arrianos difícilmente
podían ser impugnados en nombre
de algún argumento de autoridad,
porque las decisiones de la Iglesia
en materia doctrinal eran entonces
todavía escasas y su ámbito no pa-
saba de ser local o regional. El pun-
to de partida de Atanasio fue otro:
se trataba de preservar la expe-
riencia de salvación vivida por la
Así como la oración es la voz del hombre que se dirige a Dios,
la Revelación es la voz de Dios dirigida al hombre.
John H. Newman,
G. A., 404
6 (126)
comunidad cristiana («la experien-
cia —llegará a decir en su Tratado
sobre la Encarnación del Verbo―
es la prueba de la verdad»). Y era
es la experiencia salvífica ―el cen-
tro y el todo de su propia vida―
la que él veía amenazada por el
arrianismo. Desde el siglo II, a par-
tir de san Ireneo de Lyon, los teó-
logos cristianos venían repitiendo
un dicho tradicional: «Dios se ha
hecho hombre para que el hombre
se haga Dios» (es decir: Dios se ha
hecho hombre para que el hombre
se salve al participar de la vida
divina). Lo que hará Atanasio es
defender la Tradición, la experien-
cia viva de la Iglesia, frente al pe-
ligro de racionalización que repre-
sentaba el arrianismo; empleará,
ciertamente, el instrumental filosó-
fico griego, pero como medio de
expresión, siempre limitado, al
servicio de la Revelación de un
Misterio: al servicio de la Buena
Noticia que, precisamente por ser
salvadora, supera los horizontes
simplemente humanos.
«El hombre no sería divinizado
―argumenta Atanasio― si el que
se ha encarnado no fuera Dios».
Fijémonos en la finalidad práctica,
y no especulativa, de la doctrina
de los Padres: el Misterio de Dios
no es contemplado en sí mismo,
sino en tanto que es salvador
para los hombres. Para Atanasio,
hay que proclamar la divinidad
del Hijo, con la máxima claridad
y contundencia, porque sólo así
queda garantizada nuestra divini-
zación (o, si lo preferís, nuestra sal-
vación). Así lo hará el Concilio de
Nicea con el símbolo o credo que,
un poco ampliado por el II Concilio
Ecuménico (Constantinopla, 381),
es el que se recita tradicionalmen-
te en la Eucaristía dominical. El
credo de Nicea ―y lo mismo suce-
de con las demás formulaciones
dogmáticas― es una expresión
parcial de nuestra fe, porque res-
ponde a las dificultades peculiares
del siglo IV, pero también posee
un valor perenne, porque protege
a los fieles de una u otra tentación
permanente del espíritu humano
(Olivier Clément), en este caso la
de racionalizar el Misterio de Cris-
to.
San Atanasio, como Nicea, no lo
dijo todo sobre Cristo. Más toda-
vía: no todas sus ideas ni argumen-
tos, enmarcados en una teología
poco desarrollada, resultan satis-
factorios. Sin embargo, Atanasio,
dice Newman, «ha imprimido so-
bre la Iglesia una imagen que, por
la misericordia de Dios, no será bo-
rrada hasta el fin de los tiempos»
(Sermones universitarios, 5, 35). Es-
ta imagen o herencia perpetua es
la "traducción" del anuncio de
Cristo, su trasvase a los moldes de
la cultura filosófica griega. Atana-
sio "vuelve a decir" el Evangelio
para que resulte significativo, para
que sea realmente Buena Noticia,
7 (127)
Palabra viva y eficaz de salvación,
para sus contemporáneos.
Cristo, para Atanasio, es el deifi-
cador de los hombres, el que les
comunica de una manera plena,
total, la vida divina; es el que res-
taura en el hombre la imagen de
Dios, desfigurada por el pecado, y
lo salva así de la corrupción y de
la muerte, a las que está destinado
por naturaleza. Esta, y no otra, es
la Buena Noticia. Ser cristiano con-
siste en comenzar a vivir, por me-
dio de Jesucristo muerto y resuci-
tado, no ya una existencia mera-
mente natural, que acaba en la
muerte y está toda ella bloqueada
por el miedo a la muerte, sino una
existencia personal a imagen de
Dios, «según la manera de ser de
Dios», que es comunión y amor sin
límites en su vida trinitaria, entre
las Personas divinas.
Y por ello la Iglesia, el Cuerpo de
Cristo resucitado en la historia, es
el único espacio donde se hace po-
sible la realización personal plena
(o, como diría Atanasio, la divini-
zación). Las palabras de la Escritu-
ra no dejan lugar a dudas: «Si nos
amamos unos a otros, Dios perma-
nece en nosotros, y dentro de nos-
otros su amor es tan grande que ya
no nos falta nada... Dios es amor; el
que vive en el amor está en Dios, y
Dios está en él» (1 Jn 4, 12-16). «Ya
no nos falta nada», es decir, la vida
eterna ya ha comenzado en noso-
tros. Cristiano es el que experimen-
ta en él la potencia de la resurrec-
ción y la vida nueva en el amor.
Esto explica el gran aprecio que
Atanasio sentía por los primeros
monjes, egipcios como él, y su
amistad con san Antonio, el "abad"
o padre espiritual de los ascetas del
desierto de la Tebaida.(Como es sa-
bido, escribió la Vita Antonii, que
sirvió de modelo para las biogra-
fías de los santos escritas con poste-
rioridad, y tuvo el mérito, además,
de propagar el ideal monástico en
Occidente). Atanasio veía en los
monjes los continuadores de los
Tenéis que mirar más allá de este mundo, y de lo que del mundo
hay en la Iglesia, de lo que hay de tan imperfecto, y los vasos
terrenos en los que conservamos la gracia, y poner los ojos en
la misma Fuente de la Gracia, y pedirle a Dios que
os llene el alma con su Presencia.
John H. Newman, C. O.
L. D., XXV, 388
8 (128)
mártires de las generaciones ante-
riores: mártires y ascetas eran para
él la prueba viva e irrefutable de la
resurrección de Cristo, de la irrup-
ción de la eternidad en la historia.
Y consiguientemente, no podía ad-
mitir el moralismo de los arrianos,
a menudo bienintencionado, pero
que volvía insípida la sal del Evan-
gelio y llevaba a asimilar el cristia-
nismo a los criterios mundanos. De
hecho, el arrianismo fue rápida-
mente aceptado por el poder secu-
lar, y Atanasio tuvo que padecer
el exilio en cinco ocasiones.
Ya de joven, Newman había en-
contrado en los Padres «un paraíso
de delicias». Nunca los abandonó.
Es conocida su frase: «Los Padres
me han hecho católico». Ahora
bien, se sintió en presencia de los
Padres a lo largo de toda su vida:
era como si lo observaran desde sus
volúmenes, cuando leía o escribía
en la biblioteca. Alrededor de los
treinta años empezó a estudiar la
crisis arriana y en seguida quedó
cautivado por la figura de Atanasio.
Le impresionó su energía, su fe lu-
minosa y ardiente, su celo pastoral,
en definitiva, su amor por Cristo.
¿Cómo no había de encontrar
Newman un paralelismo entre la
mundanización arriana y la mun-
danización de la Iglesia oficial an-
glicana de su época? Así, pues, en
adelante Atanasio fue para New-
man un padre y un guía espiritual.
No solamente lo encontramos co-
mo protagonista principal de su
primera obra, Los arrianos del si-
glo IV (1833); la inspiración de
Atanasio se extiende, de una mane-
ra u otra, a toda la obra de New-
man, y sobre todo da unidad a su
pensamiento cristológico. Ya muy
anciano, seguía revisando su tra-
ducción al inglés de una selección
de los tratados atanasianos. Su de-
voción por él se encuentra refleja-
da en las oraciones que había com-
puesto para uso privado, donde no
faltaba una invocación a san Atana-
sio, o también en el icono del san-
to patriarca de Alejandría pinta-
do por los monjes griegos de Grotta
Ferrata, cerca de Roma, que hizo
colocar en una de las capillas del
Oratorio de Birmingham. El mismo
título de la Apologia "pro vita sua"
parece inspirarse en un escrito po-
lémico de Atanasio titulado Apolo-
gia pro fuga sua, y el prólogo a la
segunda edición (1865) está datado
precisamente el día 2 de mayo.
No se trata, sin embargo, de imi-
tar a san Atanasio, ni de imitar a
Newman. Se trata de experimentar,
por la conversión y la santidad,
que somos salvados en la comunión
de amor que es la Iglesia, en el in-
terior de la cual Atanasio y New-
man son para nosotros padres y
maestros, porque antes son herma-
nos, redimidos como nosotros por
Jesucristo, Señor nuestro.
9 (129)
HOMBRE DE ORACIÓN
UN HOMBRE no puede ser espiritual, religioso de ver-
dad en un momento determinado y olvidarse y
dejar de serlo en el siguiente. Sería lo mismo que
pretender gozar de buena y mala salud en horas
alternas. Un hombre que mantiene su espíritu de
religiosidad es religioso lo mismo por la mañana, por la tarde
y por la noche; su religiosidad le confiere como un carácter,
en el que se moldean sus pensamientos, palabras y acciones,
formando en conjunto una totalidad.
Ese hombre ve en todas las cosas a Dios; dirige todas sus
acciones hacia la finalidad espiritual que Dios le manifiesta;
todo lo que ocurre durante el día, cada suceso, cada persona
con la que se encuentra, las noticias de que se entera, todo
ello lo valora con la medida de la voluntad de Dios. Por ello,
de una persona que haga esto, se puede decir que está en la
presencia de Dios, dirigiéndose continuamente a él, reveren-
ciándolo, con el lenguaje interior de la oración y la alabanza,
reconociéndolo humilde y gozosamente confiado.
Todo esto puede admitirlo cualquier hombre reflexivo,
aunque se apoye en razones meramente naturales. En otras
palabras, para ser religioso es preciso tener el hábito de la
oración, lo que equivale a elevar la mente a Dios constante-
mente. Esto quiere decir la Escritura cuando exhorta a actuar
en todas las cosas para la gloria de Dios; es decir, ponernos
delante de la presencia de Dios y de su voluntad, y compor-
10 (130)
tarnos constantemente con referencia a él, de modo que to-
do cuanto hagamos se integre en un solo cuerpo y línea de
obediencia que exprese el reconocimiento incesante de que
somos criaturas suyas y siervos suyos. Lo cual, en cada una
de sus partes, promueve más o menos directamente la glorifi-
cación divina, en la medida en que se reviste de un carácter
religioso. Así, la obediencia del alma a Dios es, por decirlo de
alguna manera, un espíritu que se asienta en nosotros y que
dilata su influjo en todos los movimientos del alma. Y de la
misma manera que los hombres fuertes y sanos demuestran
su buen estado de salud en todo cuanto hacen, también los
que gozan de la verdadera salud y fuerza del alma evidencian
una fe transparente, sobria y profunda en Aquel en el cual
descansa su ser, su voluntad en todo lo que hacen; incluso
―como dice san Pablo— «cuando comen o beben» siguen
viviendo manteniendo la visión de Dios, viven en constante
oración.
El verdadero cristiano, a través del velo de este mundo,
contempla el más allá, y trata con él, dirigiéndose a Dios co-
mo un niño puede hacerlo con su padre, con la clara visión
que tiene de él y con inquebrantable abandono en sus manos;
con reverencia, respeto y confianza, porque, como dice tam-
bién san Pablo, «sabe en quién ha creído».
John H. Newman, C. O.,
P.S., VIII, 205...
11 (131)
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990):
Noticias y conmemoraciones.
• En Littlemore, cerca de Oxford, en la iglesia dedicada al Beato Dome-
nico Barbieri, que, como se sabe, fue quien recibió a Newman en el
catolicismo el 8 de octubre de 1845, se celebrará una solemne Euca-
ristía, el día 6 del presente mes, y luego se visitará el «Newman Col-
lege», situado en las inmediaciones, que fue el lugar donde Newman
habitó con sus primeros discípulos, con los que compartió una vida
de oración y estudio, poco antes de abandonar el anglicanismo y en-
trar en la Iglesia Católica.
• También en el presente mes de octubre, el día 30, tendrá lugar en
Birmingham una celebración ecuménica, en la iglesia de Santa Ana,
de Alcester Street, donde Newman ejerció su primera labor pastoral
después de hacerse católico.
• En Dublín, para este mismo mes, la «Newman House» ha organizado
varios actos académicos y la ejecución del oratorio «The Dream of
Gerontius», texto de Newman musicado posteriormente por Edward
Elgar.
• El Oratorio de Albacete publica, como suplemento de este número de
«LAUS», un librito que contiene una colección de esquemas oracio-
nales, cuyo título es «REZAR CON NEWMAN».
• Igualmente, el «Newman Centre», de Valencia, prepara, para antes de
finalizar el año, un libro antológico, de iniciación al conocimiento de
Newman, que se editará en lengua valenciana.
• La «Newman Society of Japan» celebrará en Tokio, el próximo mes de
noviembre, un ENCUENTRO CONMEMORATIVO, después de haber
participado, en agosto pasado, en las celebraciones centenarias que
tuvieron lugar en Inglaterra e Irlanda.
12 (132)
NEWMAN:
REZAR
CON
NEWMAN
PARA explicarnos la evolución de sus
ideas religiosas, Newman cita, en
las primeras páginas de la Apolo-
gía, algunos libros cuya lectura le
afectó principalmente.
Lectura de
la Biblia
No sólo sabe-
mos que había sido educado, desde niño, en
el gusto por la lectura de la Biblia y que se
sabía perfectamente el catecismo, sino que
poseyó un libro, desde los mismos años de la
infancia, al que, «humanamente hablando,
casi le debía el alma». Se trataba de The
Force of Truth, de Thomas Scott (1747-
1821). Newman creía que cualquier lector de
este libro autobiográfico, y de otros escritos
del mismo autor, «se admiraría de su des-
prendimiento de las cosas de este mundo у
de su libertad interior. Era fiel a la verdad
dondequiera que le llevara, comenzando
con la fe en Dios Uno y terminando en la
más viva confesión de la Santísima Trini-
13 (133)
dad. Él fue quien primero plantó profunda-
mente en mi alma esa verdad fundamental
de la religión» (1).
La verdad
de Dios
Inmediato
Hemos de retener esa in-
sistencia de Newman en destacar la verdad,
la sinceridad, el realismo de lo espiritual. En
modo alguno nos da pie a suponer que él bus-
ca o encuentra en Dios una evasión. New-
man es concreto, Dios le es inmediato. Ese fue
el gran descubrimiento de su adolescencia,
la que sus biógrafos llaman su primera con-
versión", el cara a cara con el Dios personal
―«Myself and my Creator»―.
Presencia
de Dios
Seguramente Newman pensaba en el libro de
Scott cuando, de regreso a Inglaterra, poco después
de haber escrito su famosa poesía Lead, Kindly
Light, compuso la titulada The power of prayer,
título paralelo al del libro de Scott. En esta poe-
sía (2) la fe obtiene las primicias de la liberación
interior, y se eleva hacia Dios para poder derramar
bienes sobre el mundo, habitando en la verdad, con
el celo por Dios. La fe es el contenido de esta verdad
salvadora y benéfica. Dios vivo está cerca de nos-
otros, nos inspira respeto, pero es inevitable que le
hablemos. La reacción de la fe ante la presencia di-
vina es la plegaria. El creyente y hombre religioso
es consciente de esta presencia de Dios, «y camina
llevando a Dios consigo» (3); no así los hombres que
contemplan a Dios de lejos, distante. Por eso «la
plegaria es la esencia de la religión» (4); ser reli-
gioso es ver a Dios en todas las cosas, es reconocerse
(1) APO., p. 15. Svaglic, que ha preparado la edición crítica de la Apología (Oxford,
1967), cree exagerado el juicio de Newman sobre la doctrina calvinista de Scott, 50-
bre la predestinación; según él, Scott se limita a sostener que los no elegidos per-
manecen simplemente al margen, sin caer en la reprobación divina.
(2) V. V., p. 186. Cf. la traducción de esta poesía en p. 2 de este mismo n. de LAUS.
(3) P. S., VI. p. 75. (4) DIFF.,
P. 68.
14 (134)
en su presencia, tratarlo y alabarlo humilde y go-
zosamente confiados en él; en otras palabras, «ser
religioso es tener el hábito de la plegaria, o rogar
siempre», porque «la plegaria es, para la vida espi-
ritual, lo que el latido del pulso o la respiración
para la vida corporal» (5).
Respiración
del alma
Se trata de tomar esa
verdad y de habitar y moverse en ella, con toda sin-
ceridad, sin descuidarla, sin volverle la espalda, sin
recortarla ni falsificarla, y dejarse llevar por toda
su fuerza, pura de reducciones idolátricas, tan pron-
to se pase de la teoría a la práctica, de la palabra a
los actos (6)
El mundo
Invisible
Para Newman, además de este mundo sensible,
que vemos y nos es próximo, existe otro mundo, el
espiritual, en cierto modo todavía más real, que no
solamente nos envuelve, sino que está en contacto
con nuestro interior, y del que espiritualmente for-
mamos parte, poblado de muchos elementos, y Dios
Altísimo en el centro (7). Nos relacionamos con él a
través de la fe y la oración. Poco después de su in-
greso en la Iglesia católica, Newman confiesa que
«nunca perdió el sentido íntimo de la Presencia di-
vina en todas partes» (8).
Para Newman, el creyente es un hombre funda-
mentalmente realista, que descubre y acepta toda la
verdad centrada en Dios y reflejada en el alma; la
verdad a la que corresponden dos gloriosos atribu-
tos: la belleza y la fuerza (9), de donde la armonía
(5) P. S., VIII, pp. 205-210.
(6) «Truth, indeed, has that power in it, that it forces men to profess it in words; but
when they go on to act, instead of obeying it, they substitute some idol in the place
of it». P. S., I, p. 62.
(7) Cf. P. S., IV, y también las primeras pp. de APO.
(8) «Neque vero perdidi intimum meum sensum Praesentiae divinae in omni locow.De
apuntes de Newman (Roma, mayo de 1847), cuando se preparaba para ser ordena-
do sacerdote. Cita del p. H. Tristram en WITH NEWMAN AT PRAYER.
(9) «Truth has two attributes: beauty and power... Pursue it, either as beauty or po-
wer, to its furthest extent and its true limit, and you are led by either road to the
15 (135)
entre lo que admira en Scott y lo que canta en la
poesía que hemos citado. Esa pasión por la verdad,
aun desde la base de búsqueda y disposición natu-
ral, prepara el acto de fe y la apertura y trato con
Dios.
Reverencia
y humildad
Cuando Newman declara que «nunca he pe-
cado contra la luz», en realidad proclama que ha
buscado siempre la verdad, desde "su" misma ver-
dad, es decir, desde su gran honestidad intelectual,
que consiste en no suplantar, no discutir, no relegar
a Dios; la verdad nos hace humildes (sta. Teresa),
y la humildad es la mejor disposición para aprender
a tratar con Dios en la oración (s. Felipe Neri). La
dignidad del cristiano no consiste en el sentimiento
de estima egoísta de sí mismo, sino más bien en el
principio de su leal devoción y reverencia hacia el
Señor, que condesciende a acercársele, dice el pro-
pio Newman (10).
Además, el que quiera conocer a Dios no sólo ha
de iniciarse en la meditación de su palabra inspira-
da, sino que ha de acercarse a aquellos hombres
que nos han precedido en esta tarea y le han sido
fieles. No fue poco, en Newman, el beneficio de una
educación doméstica cristiana; pero junto con otras
circunstancias dispuestas por la Providencia, tuvo
de joven un primer contacto con los santos Padres
de la Iglesia, esos personajes clásicos que suceden
a la época apostólica y que, junto a ella, permane-
cen como paradigma original del cristianismo. Fue
por la lectura de la Church History, de Joseph
Milner. «Poco me costó, dice Newman, enamorar-
me de los extensos extractos tomados de san Agus-
tín, san Ambrosio y otros Padres que encontré
Eternal and Infinite, to the intimations of conscience and the announcements
of the Church. IDEA, 217.
(10) «The self-respect of the Christian is no personal and selfish feeling, but rather a
principle of loyal devotion and reverence towards that Divine Master who con-
descends to visit him. S. D., 148.
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allí» (11). Era una semilla que más tarde daría mag-
níficos frutos, pero que, desde entonces mismo, ini-
ciaba su secreta germinación.
Los Padres
de la Iglesia
El interior del alma, el mundo invisible, la Igle-
sia de los santos: ese era el universo espiritual de
Newman. En sus Historical sketches nos habla de
estos santos preferidos, como de seres vivos, presen-
tes siempre en su referencia a Dios. Para conocer a
los demás, diría después Newman, hemos de compa-
rar a los otros con nosotros mismos (12), y eso hacia
con ellos; los tenía por amigos, presentes en su vida,
necesitaba «oírles conversar» y, por sus palabras,
penetrar en su vida oculta, hasta donde pueda esta
vida ser conocida por un hombre, allí donde los la-
bios hablan de la abundancia del corazón. Newman
se emociona y exulta cuando lee en los infolios los
escritos de los Padres (13). Lee, y reza siempre, con
el lápiz o la pluma en la mano, y escribe observa-
ciones en los márgenes de las páginas o anota pen-
samientos que luego convierte en temas de oracio-
nes que compone para su misma piedad y la de sus
hijos espirituales. Contemplando a estos santos que
le ayudan en su oración, imagina a la Iglesia como
elevando a Dios una sinfonía de voces diversas, pero
armónicas. Tal vez la idea le venga del violín que
guarda y le sirve de descanso entre apostolado y
libros: cuerdas y voces en la convergencia armónica
de la única fe. La suya es una voz más en el con-
curso de los santos y los ángeles elevando un Mag-
níficat universal a Dios (14).
Entre Newman y los Padres del s. IV, existe algo
más de lo que podría llamarse admiración o amis-
tad; se trata, dice Denys Gorge, como de una iden-
tificación (15). Newman descubría en ellos la Iglesia,
(11) APO., cap. 1, p. 20 (Svaglic). (12) G. A., 28-29. (13) H. S., II, p. 221. (14) U.S., 384.
(15) «Une sorte de connaturalité, seule explicable par les aspects variés de sa riche
personnalité l'apparentant aux grands modèles qu'il décrit». ESQUISES PATRIS-
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ella misma cimentada en la oración: «La oración
era el cimiento sobre el cual fue edificada... Duran-
te diez días, los Apóstoles reunidos perseveraban en
la oración, unánimes, con algunas mujeres, con Ma-
ría, la madre de Jesús, y los parientes de éste (Hch
1, 14); después, en Pentecostés (Hch 2, 1), los que
se habían convertido perseveraban en la oración
(Hch 2, 42); algún tiempo después, cuando Pedro
fue detenido y llevado a la prisión, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él, y cuando el ángel vi-
no a liberarlo se refugió en una casa donde estaban
muchos reunidos y orando (Hch 12, 5 y 12). Esta-
mos tan acostumbrados a leer estos textos, que ape-
nas nos damos cuenta de su significado particular,
aunque aparezcan luego desarrollados en diferentes
contextos de las cartas apostólicas: san Pablo ex-
horta a sus hermanos en igual sentido (Ef 6, 18; 1T:
5, 17; 1 Tm 2, 1)... y él mismo no cesa de dar gracias
a Dios por todos, a los que recuerda en sus oracio-
nes (1 Ts 1, 2 y ss.), siempre pidiendo con gozo por
ellos (Flp 1, 4)» (16).
La humildad, cuando se armoniza con la voz de
la Iglesia, se convierte en canto glorioso, y de todos
TIQUES, DDB (1982), intr., p. 32.
(16) DIFF., II, 67.
No mires el mundo como un vasto y gigantesco mal
que está lejos. Sus tentaciones rozan tu persona,
preparadas, a tu disposición, para ofrecerse
inmediatamente, dirigidas con sutileza hacia ti. Trata
de meter dentro de tu vida ordinaria las palabras
de la Sagrada Escritura, y te darás cuenta de cómo
el mal del mundo te envuelve, dentro mismo de tu
corazón.
John H. Newman,
P. S., VII, 40
18 (138)
los que nos han precedido, acompañan y seguirán
en el camino hacia Dios; desde los primeros creyen-
tes, de quienes da testimonio la Biblia, hasta noso-
tros mismos.
La oración
de la
Iglesia
La oración de la Iglesia se hace actual
y es pública, en la liturgia y en sus ritos. Ello ha de
verse como un anticipo o entrenamiento de lo que
ha de ser, finalmente, la contemplación celestial; se
equivocan los apresurados o iconoclastas que ceden
a la tentación de anular los ritos o suprimir las for-
mas, porque «las personas que intentan, según ellas,
hacer una oración más espiritual acaban con no ha-
cer ninguna oración» (17). Lo justo, no obstante, es
no detenerse en los símbolos y las formas y cambiar
gradualmente nuestros corazones, de siervos en hi-
jos de Dios (18). En la liturgia «aprendo a capaci-
tarme para la visión del Único Santo y sus servido-
res, a entrenarme para esta visión que me infunde
tanto respeto, y que solamente alcanzan, antes del
éxtasis eterno, aquellos a quienes ella no sorprende.
Yo trato de acostumbrarme para ser capaz de so-
portarla cuando me llegue la hora. Mientras, me es
dado tomar parte en ella, sin estar todavía en el
cielo, para que me disponga a él. Y, gracias a los
salmos y al canto sagrado, voy aprendiendo lo que
allí será mi ocupación» (19).
Podría ser muy larga la lista de referencias new-
manianas a la oración. Con ocasión del Centenario
de su muerte, se han evocado muchos aspectos inte-
resantes de su pensamiento y personalidad. Un estu-
dioso de Newman no duda en afirmar que «su más
alta dimensión se encuentra, seguramente, en que
vivió intensamente el Evangelio y fue un hombre de
oración (20)
(17) P. S., II, 74.
(18) P. S., III, 93-94.
(19) P. S., V, 9.
(20) Jean Honoré, NEWMAN, LA FIDÉLITÉ D'UNE CONSCIENCE, Chambray, 1986,
p. 108.
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Dos mártires cada mes.
A través de todo el mundo, la Iglesia sostiene, en tierras de
misión: 37.687 escuelas primarias, con 11.117.000 alumnos;
8.647 escuelas secundarias, con 3.598.000 alumnos; 484
institutos de bachillerato, con 270.000 alumnos; 87
universidades, con 134.900 alumnos; 2.879 dispensarios, con
más de 19 millones de atenciones por año; 765 leproserías, con
1.716.000 pacientes; 377 orfelinatos, con 24.442 huérfanos; 212
asilos de ancianos, con 11.200 asilados...
A pesar de tanta generosidad, abundan las dificultades, como
dice Mons. José Capmany, Director General de Misiones, pues
«frecuentemente surge la persecución solapada o abierta, que,
al intensificarse, puede llevar a la violencia destructiva...
Desde hace unos años, en la Iglesia en tierras de misión, se
sale a la inmolación de casi dos mártires por mes. He aquí
un gran testimonio, un gran enriquecimiento para toda la
Iglesia y una gran interpelación para todas las comunidades
y fieles».
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
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