Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 270. NOVIEMBRE. Año
1990 |
SUMARIO |
TRIUNFAR. ¿Qué es
triunfar? Para el mundo es |
elevarse hasta los
primeros puestos, consolidar- |
se en ellos por encima de
los demás, impresio- |
nar, seducir, y ser
reconocido y aplaudido. Ni |
falta quien pueda pensar,
intoxicado por el mundo, |
que tales triunfos, bien
manejados, puedan servir a |
la causa de Dios. Sin
embargo, por elemental que |
sea la sinceridad en el
examen, no cuesta descubrir |
el error. No valen las
astucias y falacias del espí- |
ritu del mundo; se
derrumban las apariencias de la |
vanidad, frente al Dios de
la Verdad. El verdadero |
cristiano sabe que su
espíritu está en las bienaven- |
turanzas y su victoria en
la fe en el Dios personal. |
EL ÁNGEL DE LA GUARDA |
PARA SER SANTOS |
EL EVANGELIO, LOS SANTOS Y
NEWMAN |
CENTENARIO DE NEWMAN
(1890-1990) |
CORO DE ÁNGELES |
LA SANTIDAD DEL CALENDARIO
Y LA OTRA |
LOS SUYOS NO LE RECIBIERON |
1 (141) |
EL ÁNGEL DE LA GUARDA |
Oh viejo amigo, compañero
fiel |
desde el primer aliento de
mi vida; |
serás mi acompañante
permanente |
hasta la muerte. |
Siempre a mi lado, |
porque te ha confiado el
Creador |
el alma que infundió en el
polvo de mi ser |
sacado de la nada. |
Padrino misterioso en mi
bautismo, |
desde la fuente de la
gracia susurrabas |
a mi infantil oído las
verdades |
fundamentales de la fe, e
iba creciendo. |
Al llegar el ocaso de mi
vida |
quisiera que me
defendieras, vigilante, |
de miedos y de dudas |
y de impaciencias y
tristezas |
con que quiera aturdirme
el enemigo |
y envidioso de Dios. |
Y aún, hermano bueno de mi
alma, |
llegada la hora de
alumbrarla |
para nacer al cielo, ven, |
acércate, recógeme en tus
brazos |
y vuela altísimo |
hasta llevarme a la
mansión eterna. |
John H. Newman, C. O. |
(1853) |
2 (142) |
Para ser |
santos |
NO HAY recetas para ser
mantos, aunque todo cristiano esté destinado a la san- |
tidad, pues a ella se
ordena la regeneración bautismal, que nos hace hijos de |
Dios y nos prepara para la
felicidad de contemplarle en el cielo. Fácilmente |
admitimos que el reclamo a
la felicidad lo llevamos en lo más hondo y vivo de |
nuestro ser, como algo
imposible de renunciar. Ocurre, sin embargo, que la misma |
fuerza de esta exigencia
no puede hacer impacientes, sin dar tiempo a la reflexión, |
y engañarnos imaginando
que la felicidad la alcanzaremos con añadiduras de este |
mundo, sin fe verdadera,
sin esperanza y, sobre todo, sin amor de Dios. Corremos |
este peligro cuando nos
llamamos cristianos y lo somos simplemente por cultura o |
sociológicamente; cuando
nos hemos encontrado con un Dios al que no nos hemos |
convertido, porque tampoco
lo hemos buscado. Entonces queda, para no acabar de |
perder el nombre de
cristiano, el reduccionismo de la fe a ideología, el de la Iglesia |
rebajada a secta, y el de
la conducta limitada a moral, más convencional que teoló- |
gica, a pesar de las
denominaciones. |
No resulta difícil
desenmascarar este error o conjunto de errores, porque nos |
podemos dar cuenta que, en
realidad, se trata de un modo de ser cristianos que bar- |
niza la vida, pero no la
compromete y convierte revistiéndola de Cristo. Nada se deja, |
por la causa de Cristo o,
si parece que se deja, es para cambiar ganando ya en este |
mundo cosas del mundo:
prestigio, ascenso social, poder, dinero... con la falacia aña- |
dida de sacramentalizar
esa mundanización con pretextos para hacer el bien. Es la |
equivocación corrida por
algunos, incluso de buena fe, de la que puede ser ejemplo |
aleccionador la historia
de la Orden de los Templarios, en el siglo XIV. |
Newman, que después de
descubrir a Dios se convirtió en buscador incansable |
de nu Verdad, nos diría
que la santidad no consiste en lo extraordinario, a nivel per- |
sonal, ni en lo
espectacular, a nivel apostólico y de Iglesia, en la cual los crecimien- |
tos rápidos suelen ser
sospechosos y tumorales. Todo cuanto él nos dice de la con- |
ciencia, la sinceridad, la
nobleza y la auténtica caballerosidad tiene que ver con la |
3 (143) |
Verdad siempre buscada con
exquisita pureza, con celo perseverante, con compro- |
metedora reverencia y
fidelidad tal como nos demostró con su vida, desproporcio- |
nadamente obscura y
combatida en relación con su ciencia y sus virtudes y buenos |
ejemplos, pero tan
grandemente fecunda, cuando la perspectiva del tiempo nos hace |
que olvidemos los nombres
de los que no le comprendieron o le envidiaron, mien- |
tras que su vida y sus
escritor, y la visión que tenía de la verdadera Iglesia de Cristo |
han resultado, día tras
día, lúcidos y proféticos para la misma Iglesia de Inglaterra y |
sobre todo, para la
Iglesia católica. |
Se trataría, pues, de
anteponer a todo, comenzando por nosotros mismos, la hon- |
radez de la verdad siempre
buscada, perseverante y pacientemente, paso a paso, en |
tensión hacia Dios, sin
ceder a cualquier falsificación inspirada por las componendas |
egoístas o sugeridas desde
fuera, y seguir esa verdad «dondequiera que ella nos con- |
dujera», valientemente. Y
cierto que, desde la fe, nos llevaría a la santidad, que debe |
ser el término normal del
cristiano. |
Santa Cecilia y Newman. |
LA CLARA vocación intelec- |
tual de Newman no le impi- |
dió su afición y cultivo
de la música |
y la poesía. Dos aspectos
que bien |
merecen tratarse aparte,
pero que |
no es ocioso recordar
ahora de pa- |
sada. |
Pero santa Cecilia también
fue |
para Newman una
celebración me- |
morable y querida muy
especial- |
mente, puesto que su
fiesta fue ele- |
gida para la inauguración
de la |
iglesia propia del
Oratorio de Bir- |
mingham, el primero
fundado por |
él, poco antes de hacerlo
con el de |
Londres. La inauguración
tuvo lu- |
gar un 22 de noviembre,
fiesta de |
santa Cecilia del año
1853, cuando |
se había cumplido el
quinto aniver- |
sario de la fundación de
la Congre- |
gación del Oratorio, cerca
de allí |
mismo. Posteriormente esta
iglesia |
fue remodelada hasta
adquirir el |
aspecto de una basílica de
media- |
nas proporciones, pero
conservando |
el estilo que le diera
Newman a la |
antigua forma. |
La obra de la edificación
empren- |
dida por Newman hubo de
llevarse |
adelante en un período de
su vida |
lleno de dificultades y
pobreza, |
aunque confiaba en la
Providencia |
y esta fe le sostuvo por
encima de |
obstrucciones y escaseces,
hasta ver |
concluida la iglesia con
el gozo de |
haber armonizado la
variedad de |
sus detalles en un
conjunto de be- |
lleza, tal como decía
Newman, con |
palabras de la liturgia
del día era: |
"circumamicta
varietatibus". |
4 (144) |
El Evangelio, |
los santos |
y Newman |
LOS santos los hace el
Evan- |
gelio, decía Newman. Con
el |
pretexto de su interpreta- |
ción, los cristianos
tenemos el pe- |
ligro de acomodarlo a
situaciones |
de pre-conversión,
rebajando de |
este modo su exigencia
suficiente- |
mente clara, con el
resultado de |
profesar un cristianismo
de semi- |
convertidos o,
simplemente, de pa- |
ganoides, con un pie en el
pecado |
del mundo y el otro en el
segui- |
miento, siempre en
precario, de |
Cristo. Nuestra fe, en
tales casos, |
no hace posible la paz
interior ape- |
nas la conciencia nos
inquieta con |
fosforescencias de
verdadera since- |
ridad espiritual. Pero
aplazamos, |
una vez más, el creer del
todo y |
abandonarnos a Dios. No
acaba- |
mos de ser felices; no
renunciamos |
del todo a Dios, ni nos
fiamos de él, |
desde nuestra fe
vacilante. Quisié- |
ramos un Dios para esta
vida, que |
la complementara
multiplicando, |
en beneficio nuestro,
dones que se |
palpen, que se sientan,
que perdu- |
ren hasta desterrar todo
dolor del |
cuerpo y del alma, y
aplazar o bo- |
rrar para siempre la
certeza de la |
muerte inevitable, que
pende como |
una amenaza de la que
pretende- |
mos olvidarnos
narcotizando la |
propia razón y la
experiencia que |
nos la muestra evidente. |
Otros ni siquiera se
proponen el |
problema y resuelven
despreocu- |
parse de Dios, porque no
les sirve |
para medrar, enriquecerse,
domi- |
nar y gozar a tope en la
vida. Evi- |
tan a Dios, como evitan
todo lo que |
les molesta, aislándose en
su egoís- |
mo cerrado por la
soberbia. |
Pero miramos a los santos
y |
comprobamos que ellos
tuvieron |
la valentía de hacer
limpia su con- |
ciencia frente a la
verdad. Esa ver- |
dad jamás negada fue su
fuerza y |
también su consuelo. No
creyeron |
que Dios les quitara o
empobrecie- |
ra, sino que comprendieron
que a |
5 (145) |
él le debían todo. No
buscaron un |
Dios para propio provecho,
sino |
que, sencillamente, se
entregaron a |
él, porque creyeron en él
de ver- |
dad. Y tuvieron esperanza
para so- |
portar contradicciones,
desprecios |
y dolores. No creyeron que
las |
pruebas fuesen una
"injusticia" de |
Dios con ellos, sino una
purifica- |
ción que les desprendía de
munda- |
nidades, que les hacía
humildes, |
que les empobrecía, según
las apa- |
riencias del mundo,
enemigo de |
desprendimientos, pero
que, a cam- |
bio, les hacía ricos en
libertad, y |
agradecieron esa libertad
porque |
les daba mayor agilidad
para la en- |
trega amorosa a Dios. Si
tuvieron |
quien les persiguiera u
odiara, ta- |
les enemigos vencieron
"vencidos" |
y, lo que parecía un mal
en un pri- |
mer momento, acababa
siendo una |
bendición purificadora que
la pro- |
videncia de Dios había
dispuesto |
para mayor bien. Como
ocurrió |
con los que persiguieron y
lleva- |
ron el Señor a la cruz,
como ocu- |
rrió con los mártires,
cuya entrega |
maravillaba a la primera
pobre y |
humilde Iglesia, que
descubría en |
ellos una bondad y un
destino glo- |
rioso insospechado, como
el de pa- |
recerse y repetir a
Cristo, el hacer |
posible y verdadero el
Evangelio, |
que es más que historia
pasada, |
que recuerdo poético. Yo
estaré |
siempre con vosotros es un
estar |
como él estuvo, en medio
de los |
que todavía le seguían y
le siguen |
en el mundo; es la
comunión con |
él y la participación en
contradic- |
ciones y en el misterio de
la cruz |
aceptada para poder ser su
discí- |
pulo. |
Newman creyó en el
Evangelio. |
Se admiró de los primeros
cristia- |
nos y las primeras
generaciones |
cristianas de santos;
meditó en la |
pureza evangélica de los
mártires |
y descubrió los riesgos y
desvia- |
ciones de la Iglesia
apenas iniciaba |
su
"establecimiento" y admiró la |
fidelidad de los santos
que se esfor- |
zaron en reconducirla;
finalmente |
encontró a san Felipe y lo
quiso |
imitar y «no hacer nada
que estu- |
viera fuera del estilo de
san Feli- |
pe». Esto lo decía en los
primeros |
trabajos para la fundación
de la |
Universidad de Dublín.
Luego, pe- |
nas en esta ocasión, y
antes y des- |
pués, no le faltaron. Pero
las supo |
entender referidas al
Evangelio y |
a los santos que más
admiraba. «A |
san Felipe también le pasó
esto», |
escribe en su Diario. |
Sin el crisol de las
adversidades, |
no es posible vivir el
Evangelio, ni |
alcanzar la paz y libertad
interior |
del alma, ni crecer
acercándose a |
Dios, ni prepararse para
el cielo. |
No se trata de resignación
y fa- |
talismo, sino de que «el
árbol se |
poda para que de más
fruto». Así |
ha ocurrido siempre en la
Iglesia. |
Y también ocurrió con John
Henry |
Newman. |
6 (146) |
CENTENARIO DE NEWMAN
(1890-1990): |
Noticias y
conmemoraciones. |
• En el «Cardinal Newman
College», de Preston, Inglaterra, tuvo lugar, |
el 31 del pasado mes de
octubre, una conferencia pública sobre «La |
grandeza de John Henry
Newman», por Ian Ker, profundo conocedor |
y estudioso de Newman, el
cual, junto con los PP. Dessain y Bouyer, y |
Meriol Trevor, es el mejor
biógrafo del célebre convertido de Oxford. |
• El 23 de este mes de
noviembre, en la catedral anglicana de San Pa- |
blo, de Londres, tendrá
lugar una «Celebración Ecuménica de Acción |
de Gracias», con
representantes de las Iglesias anglicana y católica, |
puesto que a ambas
perteneció Newman, y amó y sirvió con sinceri- |
dad, en su peregrinar
hacia la Verdad total. |
• En este año del
Centenario también se han puesto los cimientos de |
un nuevo Oratorio que ya
fue un proyecto de Newman: en la ciudad |
universitaria de Oxford.
Intento que se frustró sin culpa suya y que |
ahora se lleva a cabo con
el entusiasmo del Arzobispo de Birmingham |
(cuya jurisdicción se
extiende a la ciudad de Oxford), el cual ha ofre- |
cido la iglesia de Saint
Aloysius y la casa adyacente. Son los caminos |
providenciales que han
recogido los oratorianos de Birmingham. |
«Crescant, floreant,
fructusque afferanti». |
• Y otro Oratorio se acaba
de fundar en Estados Unidos de América, en |
la ciudad de Philadelphia.
Lo componen sacerdotes que han vivido en |
comunidad para prepararse
a esta fundación, y a través de la oración |
y el estudio, ayuda y
consejo de los Oratorios de habla inglesa, cul- |
minaron su resolución el 8
de septiembre pasado. |
• El «Newman Centre», de
Valencia, ha organizado la celebración de |
unas vísperas cantadas, en
la Capilla universitaria de la Sapiencia, |
para el día 22 de este mes
de noviembre, fiesta de santa Cecilia y |
aniversario de la
inauguración de la iglesia del Oratorio de Birming- |
ham, querida por Newman
para esa fecha, por el amor que sentía por |
la música. |
7 (147) |
CORO DE ÁNGELES |
Praise to the Holiest in
the height, |
And in the depth be
praise: |
In all His words most
wonderful; |
Most sure in all His ways! |
O loving wisdom of our
God! |
When all was sin and
shame, |
A second Adam to the fight |
And to the rescue came. |
O wisest love! that flesh
and blood |
Which did in Adam fail, |
Should strive afresh
against the foe, |
Should strive and should
prevail. |
And that a higher gift
than grace |
Should flesh and blood
refine, |
God's presence and His
very Self, |
And Essence all-divine. |
O generous love! that He
who smote |
In man for man the foe, |
The double agony in man |
For man should undergo; |
And in the garden
secretly, |
And on the cross on high, |
Should teach His brethren
and inspire |
To suffer and to die. |
8 (148) |
¡Al Dios Santísimo
alabanza y gloria |
en lo más alto y en lo más
profundo: |
es admirable en todas sus
palabras, |
y en todos sus caminos es
veraz! |
¡Sabiduría amable la de
Dios! |
Cuando de la vergüenza y
del pecado |
nos vino a rescatar el
nuevo Adán, |
en lucha soportada en
favor nuestro. |
¡Cuán sabio fue su amor!
La carne y sangre |
que en el Adán primero
sucumbió, |
de nuevo al enemigo
retaría |
hasta vencer del todo en
la batalla. |
Sería el don más alto de
la gracia |
purificando toda carne y
sangre; |
sería la presencia de Dios
mismo |
volcando entera la
divinidad. |
¡Oh generoso amor que
destruyó |
al común enemigo de los
hombres!, |
pues soportó, para salud
de todos, |
doble agonía de pasión y
muerte: |
la oculta angustia del
sudor de sangre |
y la que todos vieron en
la Cruz, |
para enseñar a sus
hermanos cómo |
se sufre y muere por amor
del mundo. |
John H. Newman, C. O., |
(y Traducción) |
9 (149) |
La santidad del calendario |
y la otra |
LA IGLESIA ha tenido que
luchar, a través de los siglos, |
para corregir las
exageraciones y falsificaciones de la |
devoción y el
sentimentalismo colectivo de los fie- |
les, cuando éstos se han
precipitado en la creación |
de aureolas míticas, unas
veces espontáneas y conse- |
cuencia de la ignorancia,
y otras interesadas y favorecidas |
por el orgullo nacional,
la vanidad de las instituciones que las |
han patrocinado, u otras
razones o intereses más humanos y |
de la tierra que la gloria
de Dios repetidamente invocada en |
vano. Sería posible
demostrar el favor que ha ejercido el lu- |
gar geográfico, o la
política, o el interés de grupos sociales |
poderosos, en la
proclamación de santos que han pasado a |
engrosar la lista del
calendario. Es sospechosa toda presión |
interesada en empujar
hacia los altares ―como se dice― a |
los "siervos de
Dios". Un par de veces la Iglesia ha tenido |
que borrar nombres de la
lista. Otras veces, sin llegar a tan- |
to, ha suprimido
"milagros" atribuidos a ellos, por inverosí- |
miles, y, todavía en
nuestros días, no es raro que nos llegue |
a las manos alguno de esos
boletines propagandísticos para |
hacer ambiente a
canonizables, con el relato de "gracias" ob- |
10 (150) |
tenidas o
"milagros" alcanzados, verdaderamente fantasiosos |
o simplemente ridículos. |
No hace mucho, el cardenal
Ratzinger se lamentaba del |
excesivo número de
canonizaciones. En realidad, cuando |
abunda el número de ellas,
se favorece el olvido de las mis- |
mas a corto plazo. Aunque
siempre sea de recomendar volver |
a los grandes santos de la
Iglesia ―como decía san Felipe―, |
si bien después del
estudio de Jesús desde el Evangelio, que |
es insustituible, puesto
que de nada nos sirven los santos si |
no nos enamoran de la
palabra de Dios y del ejemplo de Je- |
sús en la vida concreta,
imitando su estilo, sus obras y sus ac- |
titudes, que la Iglesia,
precisamente en la fiesta de Todos los |
Santos, nos resume en las
Bienaventuranzas. Esa es la otra y |
la única verdadera
santidad, a la que todos debemos aspirar, |
no como un honor personal
o una gloria que legar a nadie de |
este mundo, sino como
lógica de la exigencia regenerativa |
a la que se orienta el
Bautismo que nos hizo cristianos. A |
esa santidad verdadera
estamos llamados todos, y es siempre |
eficaz para todos mientras
no sea impedida. |
11 (161) |
A veces se alaba a los
santos como si en ellos quisiéra- |
mos que resplandeciera,
por delegación, lo que no acabamos |
de ser nosotros. Un poco
como los paganos transferían a |
sus héroes mitológicos la
fuerza, la sabiduría o la gloria |
que cada uno no era capaz
de alcanzar, y de este modo cons- |
truían su Olimpo y lo
poblaban de falsas divinidades que da- |
ban a la ciudad o al
pueblo el prestigio que añoraban y con |
el que se envanecían
frente a otros pueblos. Y la vanidad es |
tan seductora, que
acababan creyéndose el error buscado |
con su propia complicidad.
Por eso nunca la Iglesia ha ad- |
mitido, para su culto
público, oración alguna dirigida a un |
santo, por grande que lo
pudiéramos imaginar, ni a la misma |
Virgen María, y pocas a
Jesucristo, sino siempre a Dios, Pa- |
dre de todos. |
Una de las razones para
instituir la fiesta de Todos los |
Santos fue, precisamente,
la de impedir en Roma la persisten- |
cia de cultos a los dioses
paganos, para hacer memoria, glori- |
ficando al único Dios, de
todos los hermanos en la fe y "san- |
tos" que ya gozan de
la visión divina. Entre ellos seguramente |
encontraremos a algunos
todavía mayores que el de muchos |
de los nombres de santos
de que tenemos noticia en la tierra. |
Es un secreto y un
consuelo que Dios nos reserva, mientras |
nos espera para tener por
hermanos a todos y sólo a él por |
Padre de misericordia y
amor, que nos reconocerá como hi- |
jos suyos, en la medida
que nos parezcamos y hayamos re- |
producido a Cristo —el del
Evangelio― en nosotros. |
El hecho del mal no puede
negarse... Si el mal no existiera, la revelación |
no habría sido necesaria.
Los desastres y crisis de la Iglesia se presuponen |
en la Escritura. Pero está
anunciado realmente que llegará un tiempo en |
que triunfe la Verdad,
aunque sólo Dios conoce ese momento. |
John H. Newman, C. O., |
L. D., XXVIII, 215 |
12 (152) |
LOS SUYOS |
NO LE RECIBIERON |
EI P. Juan María Laboa,
catedrático de Historia de la |
Iglesia en la Universidad
Pontificia de Comillas, ha pu- |
blicado un documentado
trabajo sobre John Henry New- |
man, en la revista «XX
SIGLOS», cuyos últimos párrafos |
reproducimos. |
EN TODA la historia de
New- |
man nos encontramos con un |
hecho dramático sólo
expli- |
cable desde la situación
anómala |
de la Iglesia durante la
segunda |
parte del siglo XIX y
desde el pre |
dominio de la mentalidad
integris- |
ta y, sobre todo,
ultramontana. |
Los anglicanos quedaron,
en su |
inmensa mayoría,
escandalizados y |
profundamente disgustados
por el |
abandono de una de sus
mentes |
más preclaras, pero no
parece que |
los católicos se sintieran
especial- |
mente satisfechos con una
conver- |
sión que durante toda su
vida les |
siguió pareciendo atípica.
De he- |
cho mantuvieron a Newman
en un |
ostracismo que hoy nos
resulta es- |
candaloso e inexplicable. |
Es verdad que Newman se
incor- |
poró a la Iglesia cuando
ésta pasa- |
ba uno de los momentos más
bajos |
de su historia,
incapacitada para |
descubrir los valores de
la diversi- |
dad, la necesidad de
iniciar nuevos |
caminos de comprensión, la
posi- |
bilidad de un diálogo
provechoso |
con otras filosofías,
orientaciones y |
mentalidades. Entre la
Iglesia del |
Syllabus y la mentalidad
de New- |
man los puntos de contacto
eran |
mínimos. Por otra parte,
en Ingla- |
terra había sonado la hora
de los |
neoconversos, pero de
aquellos que |
rechazan y aborrecen
cuanto antes |
creyeron, y adoptan las
formas |
más radicales del nuevo
credo |
aceptado. Obviamente,
Newman no |
era de éstos. |
Acerca de su conversión,
él de- |
cía que pasando de una
adhesión a |
otra, por ejemplo, de la
del filósofo |
a la del cristiano, de la
del cristia- |
13 (153) |
no a la del anglicano, de
la del |
anglicano a la del
católico, nunca |
tuvo la impresión de
cambiar de |
certeza. No había
abandonado a la |
Iglesia anglicana dando la
impre- |
sión de dejarla, al
contrario, según |
su espíritu, había seguido
hasta sus |
últimas consecuencias los
gérme- |
nes de verdad presentes en
la Igle- |
sia anglicana. Y estaba
convencido |
de haber permanecido
profunda- |
mente fiel al integrarse
en la Igle- |
sia romana, porque en
ella, la Igle- |
sia anglicana alcanza su
plenitud. |
Su conversión no era una
revolu- |
ción, sino una evolución
hacia la |
plenitud, es decir, un
desarrollo. |
Había sido el progreso de
una con- |
vicción. Newman ofrecía de
esta |
manera una idea nueva de
la con- |
versión. No implicaba un
abando- |
no, una renuncia, sino un
perfec- |
cionamiento continuo,
gradual y |
tranquilo. Tenía un
carácter posi- |
tivo, no negativo. Quien
se con- |
vierte no pierde lo que
tiene sino |
que gana lo que todavía no
posee. |
Hoy nos sentimos
identificados |
con esta actitud, pero en
aquellos |
días muchos ―sobre
todo neocon- |
versos― la veían con
profunda |
desconfianza. De hecho,
Newman |
abandonó lo que tanto
amaba en |
la Iglesia inglesa sólo
para encon- |
trar incomprensión y
oposición en |
la Iglesia que adoptó.
¿Por qué? |
Tras su conversión fue
conside- |
rado como un trofeo y sus
nuevos |
correligionarios pensaron
que ha- |
bía que domar su espíritu
y adap- |
tarlo a lo que esperaban
de él. Es- |
cribía a un amigo en 1851:
«Hemos |
sido tratados como niños,
siendo |
hombres maduros. Esto no
es una |
prueba para nuestro
orgullo en el |
peor sentido de la
palabra, pero sí |
lo es para nuestro deseo
de com- |
prensión y nuestras
costumbres de |
cortesía, buenos modales y
mutua |
consideración que la vida
univer- |
sitaria más o menos crea». |
Se le achacó con
frecuencia no |
haber conseguido
conversiones |
como lo hacían Manning y
Faber, |
también convertidos
famosos, y |
Newman se dio cuenta de
que no |
habían dado ningún valor a
su tra- |
bajo, principalmente
porque apun- |
taba, sobre todo, a la
educación o a |
la formación de los
católicos y no |
tanto a lograr
conversiones. |
Pío IX y buena parte de
los obis- |
pos hablaban como si el
mundo |
estuviese entregado al mal
y a la |
irreligión. Todas estas
formas de |
lenguaje le parecían a
Newman |
absurdas, falsas y
exageradas. Él |
pensaba, por el contrario,
que la |
Iglesia tenía que temer
mucho más |
por parte de los
incrédulos de den- |
tro de sus propias filas,
que de los |
incrédulos de fuera. En
este esfuer- |
zo podemos considerar a
Newman |
como el hombre que revisó
todo el |
método apologético
entonces exis- |
tente, y, desde este punto
de vista, |
14 (154) |
podemos afirmar que su
evolución |
como católico fue más
importante |
que la que tuvo como
anglicano, |
a pesar de las apariencias
contra- |
rias. |
Pero también en este tema,
fue |
incomprendido. No cabe
duda de |
que los primeros años de
Newman |
católico fueron de
inesperada y |
triste soledad, de
sorprendente y |
frustrante marginación, a
causa, |
fundamentalmente, de que
se des- |
confiaba de él. No era
como que- |
rían, no resultaba dócil. |
«No soy nadie, escribía a
un ami- |
go. No tengo ningún amigo
en Ro- |
ma. He trabajado en
Inglaterra |
donde no me han
comprendido y |
donde me han atacado y
despre- |
ciado. He trabajado en
Irlanda |
siempre con las puertas
cerradas |
delante de mí... Oh Dios
mío, me |
parece que he
desperdiciado los |
años que llevo siendo
católico. Lo |
que escribí de protestante
ha teni- |
do mucha más fuerza,
sentido y |
éxito que mis obras
católicas; y eso |
me preocupa mucho». Hacia
1860, |
a excepción de unos pocos
amigos |
íntimos, Newman se daba
cuenta |
de que le habían dejado
completa- |
mente solo. En enero de
1863 con- |
fesaba con desesperanza:
«Oh cuán |
desesperado y triste ha
sido el cur- |
so de mi vida desde que
soy católi- |
co. Aquí está el
contraste: como |
protestante sentía que mi
religión |
era triste, pero no mi
vida; como |
JAMÁS he dudado ni un |
solo momento, desde |
1845, de que era para mí
un |
cluro deber el entrar en
la |
Iglesia católica tal como
lo |
hice entonces, y lo sentía |
como una convicción que |
venía de Dios. Personas y |
lugares, incidentes y |
circunstancias de la vida, |
que forman parte de mis |
primeros cuarenta y cuatro |
años, permanecen |
profundamente impresos en |
mi memoria y en mi |
corazón; y todavía más, he |
tenido más pruebas y |
aflicciones de múltiples |
maneras cuando soy |
católico que cuando era |
anglicano; pero nunca, ni |
por un momento, he |
querido volver atrás,
jamás |
he cesado de dar gracias a |
Dios por su misericordia
al |
permitirme llevar a cabo |
tan profundo cambio, y |
jamás me ha permitido el |
Señor que me sintiera |
abandonado por él, o |
angustiado, o que me |
afligiera cualquier intima |
perturbación religiosa. |
JOHN H. NEWMAN, C. O., |
(L. D. XXVII, 334) |
15 (155) |
católico encuentro triste
mi vida, |
pero no mi religión». |
Se trataba de una inmensa
para- |
doja. Su carácter, su
formación y |
sus capacidades le
llevaban a espe- |
cializarse en una tarea
intelectual |
y universitaria, mientras
que en |
aquella Iglesia católica
inglesa for- |
mada mayoritariamente por
emi- |
grantes irlandeses, «los
prelados |
miran a un intelectual
como si es- |
tuviese en el camino de la
perdi- |
ción». De hecho, dedicó la
mayor |
parte de su vida a los
parroquia- |
nos sencillos de su
Iglesia de Bir- |
mingham, hasta el punto de
que |
allí le consideraban como
el adalid |
de los creyentes
sencillos, de los |
católicos sencillos y
corrientes... |
Sin embargo, aunque esta
labor ha- |
ya favorecido su santidad
personal, |
el Newman conocido y
admirado |
es el de sus escritos, su
capacidad |
polémica, su fuerza
apologética. Lo |
que queda de él y lo que
nos llena |
de admiración no es tanto
su capa- |
cidad de entrega y su
cercanía a |
los más pequeños, sino su
inteli- |
gencia y perspicacia, su
idea de |
Iglesia, su capacidad de
integra- |
ción y su asombrosa
intuición de |
lo que tenía que ser la
Iglesia del |
futuro: pensaba que
vendría un día |
en el que la humanidad se
dividi- |
ría en dos familias de
espíritus: los |
ateos por una parte, y los
católicos |
por otra; que llegaría al
punto en |
el que hay que elegir
entre el sí y |
el no. Había advertido
dentro de |
la fe lo que él llamaba
«la dificul- |
tad de creer», y aunque a
él la fe |
le parecía un acto
meritorio libre, |
lo contrario de la fe era
siempre |
una posibilidad. Buena
parte de su |
obra estará orientada a
explicar y |
a facilitar las
complejidades de la |
problemática de la fe. |
Newman no podía sentirse a
gus- |
to con la Iglesia cerrada
e intole- |
rante que le tocó vivir.
Por el con- |
trario, él defendió una
comunidad |
abierta en la que pudiesen
convi- |
vir diferentes talantes y
modos de |
ser, tal como escribió a
Ward: «No |
tengo la impresión de que
nuestras |
diferencias sean unos
problemas |
tan grandes como te
parecen, siem- |
pre ha habido estas
diferencias en |
la Iglesia: siempre las
habrá; los |
cristianos dejarían de
tener una vi- |
da espiritual e
intelectual, si tales |
diferencias
desaparecieran. Ningún |
poder humano puede
impedirlas; |
y, si lo pretendiera, no
obtendría |
otro resultado que un
desierto que |
llamarían paz. El ho1nbre
no pue- |
de y Dios no lo hará. Él
quiere que |
estas diferencias sean un
ejercicio |
de caridad. Desde luego,
deseo estar |
lo más de acuerdo con
todos mis |
amigos; pero si, a pesar
de mis ma- |
yores esfuerzos, ellos van
más allá |
de mí, o no me alcanzan,
no puedo |
remediarlo y lo tomo con
calma». |
Si observamos que estas
palabras |
están escritas dos años
después del |
16 (156) |
Syllabus y cuatro antes
del Vati- |
cano 1, comprenderemos que
este |
hombre haya sido mal visto
y mal |
interpretado por quienes
entonces |
dirigían la Iglesia,
preocupados, |
sobre todo, por conseguir
una uni- |
formidad tajante alrededor
de sus |
ideas. «No se corre como
un ferro- |
carril en asuntos
teológicos, ni si- |
quiera en el siglo XIX.
Hemos de |
ser pacientes por dos
razones: la |
primera para llegar a la
verdad; |
y la segunda, para que los
demás |
puedan ir juntos con
nosotros». La |
Iglesia se mueve como un
todo; no |
consiste en una simple
filosofía: es |
una comunión; no sólo
descubre |
sino que también enseña;
está obli- |
gada a consultar, por
caridad tanto |
corno por fe», escribía a
un amigo |
jesuita que se encontraba
en Roma |
durante las sesiones
conciliares. |
No resulta difícil
comprobar que |
en su pensamiento tienen
lugar |
central la idea de la
búsqueda de |
una comunidad plural y,
funda- |
mentalmente, la primacía
de la |
conciencia, tal como
declaró en la |
famosa proposición que
concluye |
la primera parte de su
carta al du- |
que de Norfolk: «Una
palabra más. |
Si después de una comida
me viera |
obligado a lanzar un
brindis religi- |
oso ―lo que
evidentemente no |
se hace― brindaría a
la salud del |
Papa, creedlo bien, pero
primera- |
mente por la conciencia y
después |
por el Papa». |
Para él «la conciencia es
la voz |
de Dios en la naturaleza y
en el |
corazón del hombre», el
«primero |
de todos los vicarios de
Cristo». Su |
elogio y defensa de la
libertad de |
conciencia, al tiempo que
sus equi- |
libradas distinciones hoy
forman |
parte de nuestro
patrimonio, pero |
entonces constituían una
novedad |
no siempre bien
comprendida. |
Fue libre en la Iglesia y
con la |
Iglesia, la quiso, la
obedeció, pero |
en ningún momento dejó de
llamar |
la atención cuando lo
consideró |
oportuno: «Aquellos que no
permi- |
tieron razonar a Galileo
hace 300 |
años no lo permitirán a
ningún |
otro ahora. El pasado no
constitu- |
ye ninguna lección para
ellos ni |
en el presente ni en el
futuro: y su |
noción de estabilidad en
la fe con- |
siste en repetir errores y
después |
en repetir sus
retractaciones». |
Conociendo como conocía
esta |
realidad defendió la
presencia y la |
participación responsable
de los |
laicos en todas las
facetas de la |
Los santos son una
creación del Evangelio y la Iglesia. |
John H. Newman, C. O., |
(P. S., IV, 157) |
17 (157) |
vida de la Iglesia. Esta
defensa le |
mereció en su tiempo la
censura |
episcopal y estuvo a punto
de ga- |
narle la condenación, pero
ahora |
ha sido adoptada por la
Iglesia co- |
mo una doctrina básica. Y
conside- |
ró oportuno que los
asuntos ecle- |
siales dejasen los aires
viciados de |
los gabinetes secretos
para salir a |
la luz pública: «Nunca
esperé ver |
tal escándalo en la
Iglesia. Sé que |
se han dado semejantes en
tiempos |
anteriores, incluso en
concilios, pe- |
ro creía que la Iglesia
estaba ex- |
puesta a demasiadas
miradas vigi- |
lantes y hostiles para
permitir que |
aun los eclesiásticos más
temera- |
rios, tiránicos y crueles
hiriesen y |
traspasasen de tal modo a
las almas |
religiosas, y cooperasen
así con los |
que quieren la caída de la
Iglesia». |
Esta libertad de espíritu,
conoci- |
da y reconocida, reforzó
su enor- |
me autoridad moral, tanto
cuando |
defendió la definición
dogmática |
del Vaticano I, como
cuando res- |
paldó otras decisiones
eclesiásticas. |
Todos están de acuerdo en
que su |
Apología constituye una de
las me- |
jores autobiografías
espirituales de |
la historia cristiana, y
no cabe du- |
da de que sus intuiciones
e ideas |
abrieron nuevos horizontes
a la |
teología de nuestro
tiempo. Por |
otra parte, la Iglesia
católica ingle- |
sa se aprovechó del
inmenso presti- |
gio que Newman fue
consiguiendo |
a lo largo de su
prolongada vida. |
En este sentido, el capelo
cardena- |
licio constituyó un
colofón casi na- |
tural y debido, a pesar de
que na- |
da en los años precedentes
lo hacía |
predecible. También en
este senti- |
do eran válidas unas
palabras es- |
critas por Newman
comentando las |
decisiones conciliares:
«Pío IX no |
es el último Papa. El 4º
concilio ha |
modificado al 3º... La
reciente de- |
finición no tiene
necesidad de ser |
reexaminada, sino de ser
comple- |
tada. Seamos pacientes.
Tengamos |
fe, y un nuevo Papa y un
concilio |
convocado de nuevo puede
orien- |
tar la barca». |
Su método consistía
siempre en |
descender dentro de sí
mismo, en |
referirse a su intuición
primordial, |
a su experiencia de vida
¿Cuáles? |
La certeza de la identidad
viviente |
entre la Iglesia del siglo
XIX y la |
de los apóstoles y de
Cristo. Cier- |
tamente vida, es decir,
modifica- |
ciones, adaptaciones,
coloraciones |
accidentales diversas,
pero en el |
fondo, permanencia,
constancia, |
identidad. Y siempre el
convenci- |
miento de que en medio de
la cri- |
sis se daba una asistencia
divina |
que no falta nunca,
convencimien- |
to que en todo momento le
dio |
fuerza y ánimo. «En lugar
de lan- |
zarnos al objetivo de ser
una fuer- |
za mundial, nos replegamos
en no- |
sotros mismos, cerrando
las líneas |
de comunión, temblando
ante la |
libertad de pensamiento y
usando |
18 (158) |
y usando el lenguaje de la
congoja |
y el desaliento ante la
perspectiva |
que tenemos por delante,
en lugar |
de salir a conquistar y a
vencer |
con la moral elevada del
guerrero». |
Muchos de los grandes
personajes |
que rodearon a Newman,
algunos |
de los cuales le hicieron
la vida |
más difícil de lo
conveniente, han |
caído en el olvido o han
sido redi- |
mensionados, pero Newman
ha ido |
adquiriendo una talla y un
influjo |
considerable a medida que
ha pa- |
sado el tiempo. Su causa
de cano- |
nización ha sido incoada,
su figura |
es recordada en las
historias de la |
Iglesia, su teología es
estudiada en |
los diversos tratados,
pero, sobre |
todo, es su concepción del
cristia- |
nismo y de la Iglesia la
que va ad- |
quiriendo, poco a poco,
carta de |
ciudadanía. Ojalá, la
conmemora- |
ción del centenario de su
muerte |
incite a más personas a
leer su obra, |
a captar su talante y a
esforzarse |
por conseguir una Iglesia
que vi- |
viendo de y en la verdad,
sea un |
lugar de comunión, de
compren- |
sión y de serena y alegre
convi- |
vencia, un lugar donde no
sólo la |
religión sino también la
vida sea |
alegre y esperanzadora. |
Le exhorto encarecidamente
a que entre en la Iglesia |
católica... Me dice usted
que deberán sufrir otras personas |
con las que se relaciona,
si usted da este paso. Es lástima, |
pero ésta es la prueba por
la que todos hemos de pasar. |
No obstante, piense que
difícilmente tendrá usted que |
causar a otros tantas
penas como han tenido que hacerlo |
algunos de mis amigos
convertidos, y ni siquiera, tal vez, |
como yo mismo he tenido
que infligir, para no hacerme |
atrás de mi deber. Pero le
aseguro que Dios le sostendrá en |
todas las pruebas a que le
someta, y usted tendrá a su |
disposición la fuerza de
toda la Iglesia con la de todos los |
santos que han existido.
Usted será miembro de un cuerpo |
que ha sido sometido a
sufrimientos muy superiores a los |
que ahora nosotros estemos
llamados a padecer, y las |
oraciones y la santidad de
estos santos tendrán en usted un |
efecto tal, que le harán
que se supere por encima de lo que |
sería capaz en solitario.
Es claro que no me refiero |
necesariamente a un
confort "sensible", sino a un poder |
real que estará con usted
en la presencia de Dios. |
John H. Newman, C. O., |
(L. D., XI, 71) |
19 (159) |
Newman, |
maestro de la Iglesia |
El rasgo característico de
este gran maestro, New- |
man, dentro de la Iglesia,
me parece que consiste |
no sólo en que él enseñó
por medio del pensamien- |
to y de la palabra, sino
también a través de su vi- |
da, de tal modo que
pensamiento y vida constituían |
la interpretación y
explanación reciproca de ambas |
cosas. Si esto es así,
resulta que Newman ocupa un |
lugar entre los doctores
de la Iglesia, porque a la |
vez que penetra nuestro
corazón, ilumina nuestro |
pensamiento. |
Card. Joseph Ratzinger, |
(27. 4. 90) |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e Imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02000 Albacete - D. L. AB 109/62 - 18.11.90 |
20 (160) |
|