Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 271. DICIEMBRE. Año
1990 |
SUMARIO |
TODAVÍA no ha alcanzado su
zenit la claridad |
amanecida, entre
esperanzas y dolores, que |
nos dejó el Concilio
Vaticano II, al clausurar- |
se, hace exactamente
veinticinco años. Juan |
XXIII lo había convocado,
dejándose empujar por |
el Espíritu y, con Dios en
el corazón, reavivó la es- |
peranza de todos, cuando
empezó a chirriar la rue- |
da de los cambios en la
historia más reciente, que |
lo transformaba todo, a
paso acelerado. Sorprendió |
al mundo, que añoraba a un
padre, y convulsionó a |
la Iglesia, guardadora
temerosa de tesoros divinos, |
y quiso salvarla del
miedo, dejándole por herencia |
el reto vivo del
Evangelio, creyendo firmemente que |
es posible que enamore
también a los hombres de |
nuestra generación, como a
los primeros cristianos. |
"EN TI, SEÑOR,
ESPERO" |
ESPERANZA |
AL TERMINAR EL ANO DE
NEWMAN |
JESUCRISTO |
EL HOMBRE, GLORIA DE DIOS |
SAN FELIPE, NEWMAN Y LA
MÚSICA |
ÍNDICE DEL AÑO 1990 |
JUAN XXIII Y EL CONCILIO
VATICANO II |
1 (161) |
Tiempo de oración: |
"EN TI, SEÑOR,
ESPERO" |
La tristeza me aturdía a
grandes gritos diciéndome: |
«¡La muerte es tu único
refugio, la muerte es tu único |
refugio!», Yo, al oírlo,
me horroricé y, cayendo en |
tierra, sin alzar los
ojos, clamaba: «¡Señor, ayúdame; |
Señor, no me abandones!
¡Ven, esperanza mía! ¡Ven a |
mí, esperanza mía!» |
Y, de repente, bajó del
cielo, resplandeciente, la |
esperanza, y me cogió, me
alzó del suelo, me puso en |
pie y me dijo: «¿Hasta
cuándo seguirás siendo niño? |
¿Cuánto tiempo querrás
comportarte como un |
novicio? Después de haber
empleado tu vida |
combatiendo y haber andado
por caminos de |
sombras y de muerte,
¿todavía no has aprendido a |
luchar? ¡No te conturbes,
no te asuste la gran justicia |
de Dios! ¡Ten ánimo y no
seas pusilánime! Deja el |
miedo para los que no se
convierten al Señor, para |
los que prefieren andar
por los caminos de su antojo, |
para los que van tras las
vanidades, los que no han |
querido conocer los
caminos de la Paz. Deja que |
teman los impíos, los que
cuando pecan se atreven A |
decir: "¿Qué mal he
hecho?", los que no se convierten |
de corazón, los que son
llamados y rechazan la |
llamada, los que
prescinden de Dios... Levántate y |
aleja de ti toda tristeza.
Abrázate a los pies del Señor |
y él te hará libre y te
dará la salvación». |
Dicho esto, subió otra vez
al cielo, quedando yo |
confortado y colmado de
consolación. |
Jerónimo Savonarola. O.
P., |
(1452-1498) en «Última
meditación» |
2 (162) |
Esperanza |
PREGUNTABAN a un hombre, a
punto de ser condenado a muerte, si creía en |
Dios. Él contestó: «La fe,
la religión, es sólo para los que tienen esperanza; yo |
carezco de ella». La
respuesta no podía ser más lógica ni más triste. No tienen |
esperanzas aquellos para
los que todo acaba cuando acaba la dimensión tem- |
poral en que nos movemos,
cuando más allá de esta vida solamente puede haber la |
nada. Son posibles sólo
las expectativas, codicias, ambiciones y el afán para luchar |
por hacerlas realidad
terrena, tomada ésta como un absoluto al que se someten todos |
los anhelos, todo cuanto
podamos proyectar ceñido a las medidas y cálculos de este |
mundo; pero esto no es
esperanza, ni siquiera aunque aceptáramos le existencia de |
un Dios remoto, que
olvidaríamos o despreciaríamos tan pronto nos diéramos cuen- |
ta de que no puede ser
utilizado para consolidar nuestra instalación temporal y lo |
que imaginamos que nos ha
de proporcionar la felicidad y el bienestar aquí mismo. |
La esperanza cristiana
tiene por objeto a Dios, ser personal e insustituible por nin- |
gún otro bien. |
Es claro que la esperanza
se muere o ni siquiera nace en el hombre que no se |
abre a Dios y, movido por
su gracia, le trata. En cierto sentido, se puede decir que |
se espera en la medida en
que se alcanza, se busca a Dios en la medida en que se le |
ha encontrado. |
La esperanza cristiana no
es solamente la virtud típica del tiempo de Adviento, |
sino necesaria toda la
vida, porque ésta es, para el fiel, el gran Adviento de la eter- |
nidad. Es de todo punto
necesario que caminemos hacia la Navidad del cielo desde la |
tierra. Nuestra verdadera
Navidad está alli. Nuestra esperanza es el cielo, y el cielo |
es Dios. |
Vivimos esta vida terrena
como lo que no es ni puede ser definitivo. La agrade- |
cemos a Dios, porque
constituye su primer don, pero la sometemos a él y queremos |
que nos sirva para mejor
conocerle y acercarnos a él. La fe y la esperanza nos ase- |
3 (163) |
guran y mueven hacia él, y
en esto consiste el único verdadero gozo de la existencia |
sobre la tierra. Todo lo
que Dios pudiera darnos, sin dársenos él mismo, no podría |
hacernos felices. E,
igualmente, todo lo que de él deseáramos, sin desearle a él mis- |
mo, serían pérdidas y
distracciones del único y verdadero Bien. A lo sumo, las bon- |
dades menores pueden
servirnos sólo de "mensajeros" que nos hablen o recuerden a |
Dios, pero jamás pueden
sustituirlo. Por eso el santo decía a Dios, su amado: «No |
mandes ya más mensajero /
que no sabe decirme lo que quiero». |
Vivimos tiempos de grandes
transformaciones y de admirables logros alcanza: |
dos por el esfuerzo
humano. Pero también vemos cómo el hombre, ilusionado con |
sus inventos y la rapidez
con que se suceden las novedades que se le ofrecen, se ol- |
vida con facilidad de
referir estas grandezas a Dios y de agradecerle las fuerzas con |
que ha podido
descubrirlas. Los cristianos debiéramos saber dar al mundo «razón de |
nuestra esperanza» para
que, no solamente sean reconocidos los dones divinos que |
derrama sobre el mundo,
sino, por encima de ellos, sea deseado, amado y esperado |
Dios mismo. |
LA PAZ |
LA FELICIDAD |
Y LA BENDICIÓN DEL SEÑOR |
PARA NUESTROS AMIGOS Y
LECTORES |
4 (164) |
Al terminar el |
«Año de Newman» |
AL finalizar este año de
1990, |
conmemorativo del primer |
centenario de John Henry |
Newman, el balance que se
ha de |
hacer de esta
conmemoración re- |
sulta altamente positivo y
hasta |
sorprendente por la
magnitud al- |
canzada y la significación
que se le |
reconoce dentro de la
Iglesia ca- |
tólica y también la
anglicana. En |
vida de Newman no faltó la
saga- |
cidad de quienes intuyeron
la re- |
percusión que tendrían en
el futu- |
ro de la Iglesia las ideas
de aquel |
hombre extraordinario;
pero sobre |
todo fue a partir de su
muerte, ha- |
ce un siglo, cuando fue
creciendo |
este presentimiento, en la
actuali- |
dad plenamente confirmado
con |
ocasión del Concilio
Vaticano II, |
que algunos no han dudado
en lla- |
mar "el Concilio de
Newman", cu- |
ya invisible presencia no
impidió |
que fuera el autor más
citado en los |
debates de la gran
asamblea de la |
Iglesia, por encima de las
referen- |
cias de todos los
teólogos, incluido |
el mismo santo Tomás de
Aquino. |
En estas páginas hemos ido
dan- |
do noticia de los
acontecimientos |
conmemorativos de este año
new- |
maniano, aunque sin la
pretensión |
de abarcarlos todos, que
hubiera |
sido prácticamente
imposible si- |
quiera nombrar. Libros,
artículos |
en revistas y periódicos,
conferen- |
cias, congresos... han
representado |
una gran oportunidad para
dar a |
conocer su figura y su
pensamien- |
to en amplios sectores de
la Iglesia, |
lo mismo que para poner en
con- |
tribución los estudios de
profesores |
y especialistas de todo el
mundo, |
interesados en la
profundización |
de su conocimiento. |
Es natural que los
oratorianos |
consideremos a Newman como
par- |
te de nuestro patrimonio
espiritual |
y cultural. Él mismo cuidó
celosa- |
mente de proclamar su
filiación fi- |
lipense y atribuyó a N. P.
San Feli- |
pe Neri la inspiración de
toda su |
actividad como católico, y
se ciñó |
5 (165) |
sabiamente a su estilo
espiritual y |
a su carácter haciéndolo
propio. |
Pero también sabemos, y
ello nos |
alegra como hijos de la
Iglesia, que |
su figura y la relevancia
de su pen- |
samiento se universaliza
para ilu- |
minar a muchos, desde los
intelec- |
tuales hasta el más
sencillo de los |
cristianos, porque a unos
y otros |
sirve admirablemente con
el ejem- |
plo de su vida y
dedicación. Fue, |
ciertamente, un hombre de
ideas, |
pero de ideas vivas,
extraídas de la |
reflexión sobre la propia
experien- |
cia, por encima de la mera
especu- |
lación de laboratorio de
teorías; fue |
un hombre de oración, de
pensa- |
miento ahondado en Dios,
buscador |
incansable y tenaz de la
verdad de |
Dios, del Dios de
Jesucristo, en la |
Iglesia de Cristo,
abriéndose paso |
por entre las sombras de
las contin- |
gencias, a veces muy
dolorosas, del |
tiempo y de este mundo, en
el cual, |
también la verdad de Dios
necesita |
ser esclarecida para
convertirse a |
ella y hacerla levadura de
la pro- |
pia conciencia, con
honestidad ra- |
dical y entrega de
corazón. |
Por esta razón, entre la
suma de |
lo que se ha dicho,
escrito y publi- |
cado sobre Newman, nos
inclina- |
ríamos, en todo momento,
del lado |
de cuantos lo han tratado
teniendo |
en cuenta su personalidad
cristia- |
na y su vida interior,
espiritual. |
Y dejaríamos más de lado a
cuan- |
tos, desde los prejuicios
de premi- |
sas excesivamente
reductoras y ra- |
cionalizadoras, se asomen
a él para |
usarlo de un modo parcial
y falsa- |
mente objetivo, y apoyar
corrien- |
tes apologéticas caducas,
porque |
ello sería tanto como
querer hacer |
de Newman un ultramontano,
lo |
contrario de lo que quiso
ser. Otros, |
―muy pocos― se
ruborizan de te- |
ner que admitir que Newman
tro- |
pezó con incomprensiones y
pade- |
ció por las envidias y
sospechas de |
adversarios dentro de la
misma |
Iglesia católica, y
pretenden salvar |
el honor de todos
emborronando |
la imagen de la víctima
para excu- |
sar a los causantes de sus
penas. |
No nos parece honesto
esconder la |
realidad, porque la fe de
cristianos |
nos enseña lo mismo a
perdonar a |
los perseguidores que a
reconocer |
los caminos providenciales
por los |
cuales Dios purifica y
santifica a |
los que más ama, como hizo
con |
Newman. |
Gracias a nuestros
hermanos del |
Oratorio de Birmingham,
que son |
evidentemente los que más
han |
trabajado por guardar y
dar a |
conocer la herencia de
Newman, |
disponemos ya de la casi
totalidad |
de la correspondencia de
Newman, |
conservada y recogida en
más de |
treinta volúmenes, que
suponen un |
inmenso tesoro, además de
muchos |
otros libros y trabajos
publicados, |
especialmente a partir de
la pre- |
positura del padre Richard
Philip |
Lynch, recientemente
fallecido, ca- |
si centenario,
(1891-1990). A partir |
6 (166) |
de esta inmensa
documentación |
epistolar, Ian Ker,
capellán católi- |
co de la Universidad de
Oxford ha |
escrito una
documentadísima bio- |
grafía. La diligencia de
Ker, con |
las casi tres mil notas
sacadas es- |
carbando principalmente en
las |
cartas de Newman, será sin
duda |
aprovechada por sucesivos
bió- |
grafos a quienes él, con
este con- |
cienzudo trabajo, ha
desbrozado y |
convertido en fácil el
camino y |
selección de los pasajes
de las fuen- |
tes y referencias
newmanianas. |
Junto a esa biografía
aparecida |
con ocasión del
centenario, hay |
que citar otra obra
publicada en |
1962, por la escritora
inglesa Me- |
riol Trevor, en dos
gruesos volú- |
menes, fruto de la
búsqueda y la |
abundancia de consultas a
docu- |
mentos y lugares. Es una
obra ori- |
ginal, hermosamente
escrita, since- |
ra, en la cual, la
admiración que |
Trevor ―también ella
convertida― |
siente por su biografiado,
transpa- |
renta una penetración
psicológica |
que ayuda a comprender
mejor al |
gran convertido de Oxford.
Estas |
dos biografías y la ya
clásica de |
Ward (1912), son de
necesaria refe- |
rencia para un
acercamiento, a la |
vez objetivo y global, a
John Hen- |
ry Newman. |
Afortunadamente, con
ocasión |
de este centenario,
disponemos, en |
España, de la traducción
de una |
obra menor de la Trevor,
pero su- |
Seríamos bastante |
infieles al suponer que la |
Iglesia es sólo lo que |
parece ser una |
miserable institución |
humana, impotente y |
despreciada, despreciada |
por los ricos, saqueada |
por los violentos, |
refutada por los sofistas, |
tolerada con lástima por |
los grandes, imaginando |
que no cumple su |
servicio en presencia del |
Rey eterno. |
Olvidaríamos que todos |
los esfuerzos de los hijos |
de los hombres, la |
descripción exacta |
de nuestras instituciones, |
la medida de nuestro |
territorio visible, el |
cálculo de nuestra |
fortuna y el censo de |
nuestros partidarios, |
todo esto no sirve como |
medida o límite de la |
Ciudad del Dios viviente. |
John H. Newman, |
P. S., IV, 180 |
7 (167) |
ficiente, de la que
oportunamente |
dimos cuenta desde estas
mismas |
páginas. Es de alabar la
meritoria |
labor del padre Aureli
Boix, del |
Oratorio de Barcelona,
que, ade- |
más de esta traducción, ha
llevado |
a cabo, en este mismo año,
la del |
libro del p. Stephen
Dessain, «Vida |
y pensamiento de Newman»,
y la |
versión catalana de la
«Apologia». |
También en España, para
conme- |
morar el Centenario de
Newman, |
el «Newman Centre» de
Valencia |
organizó un acto académico
en la |
capilla de La Sapiencia,
de la Uni- |
versidad de Valencia, y
otras dos |
celebraciones, en el mismo
lugar, |
con ocasión de la fiesta
de san Ata- |
nasio y la reciente de
santa Cecilia. |
Es de justicia resaltar la
labor |
llevada a cabo, por el
«Internatio- |
nal Centre of Newman
Friends», |
dirigido por un grupo de
mujeres |
consagradas a la causa del
ecume- |
nismo, que, al estudiar a
Newman, |
descubrieron en él el
talante para |
ayudar a todos los
buscadores de |
la verdad sobre Dios. A
ellas se de- |
be la mejor, sin duda, de
las cele- |
braciones centenarias
dedicadas a |
los estudiosos de John
Henry New- |
man, el Simposio Académico
que |
tuvo lugar en el marco de
la sala |
Borromini del Oratorio
romano, el |
pasado mes de abril, y
concluyó |
en la Basílica de Santa
María in |
Vallicella, luego de haber
recibido |
la bendición del papa Juan
Pablo |
II, en una audiencia
especial con |
un magnífico y alentador
discurso. |
En estas páginas de «LAUS»
nos |
seguiremos refiriendo a
John Hen- |
ry Newman, como hemos
hecho en |
toda nuestra trayectoria,
pero de- |
dicándole menos espacio
que en |
este año, que se cierra
con gozo y |
esperanza de que todos,
oratoria- |
nos, amigos del Oratorio,
y cristia- |
nos en general, estudien,
reciban |
las ideas y sigan los
ejemplos de |
sinceridad cristiana, de
este gran |
convertido y gran hijo de
la Igle- |
sia, cuya figura, a pesar
del tiempo, |
crece en actualidad y
beneficio de |
la Iglesia, que también
camina, des- |
de las sombras y las
imágenes tem- |
porales, hacia la posesión
del res- |
plandor de la verdad
divina. |
Cristo se digna repetir en
cada uno de nosotros, en figura |
y en misterio, cuanto hizo
y sufrió en su carne. Se forma |
en nosotros, nace en
nosotros, sufre en nosotros, resuci- |
ta en nosotros, vive en
nosotros. Y todo esto de obra, no |
por una sucesión de
acontecimientos, sino al mismo tiem- |
po, ya que viene a
nosotros como un espíritu que muere, |
resucita y vive a la vez.—
John H. Newman, P.S., V, 139 |
|
8 (168) |
JESUCRISTO |
NOSOTROS no conocemos de |
Dios más que las huellas
de |
sus pasos sobre la arena
de |
los hombres: lo que ellos
han di- |
cho o lo que ellos dicen,
lo que han |
amado o lo que aman, en su
pre- |
sencia o bajo su influjo.
Mas los |
hombres, signos de Dios,
son inde- |
finidamente diversos, de
todas las |
razas, de todas las
culturas, de to- |
das las religiones. Sin
embargo, pa- |
ra nosotros, los
cristianos, es de he- |
cho en el hombre Jesús
donde la |
presencia de Dios se
revela plena- |
mente, puesto que esta
presencia |
lo constituye en su mismo
ser. |
Tenemos la tendencia a
com- |
prender la "doble
naturaleza" de |
Jesús, hombre y Dios,
según el mo- |
delo de las composiciones
quími- |
cas: como una adición de
cuerpos |
simples que, al
combinarse, dan |
una substancia de nuevas
propie- |
dades, tal como del
oxígeno y del |
hidrógeno se obtiene el
agua, por |
ejemplo. Dios y el hombre,
combi- |
nados en un solo ser,
darían como |
resultado a Jesús. Pero no
es así |
como se ha de comprender a
un |
hombre, porque no es una
molécu- |
la, y menos todavía lo es
Dios. El |
hombre es una conciencia
abierta, |
un nudo de relaciones lo
que reco- |
ge y asimila para hacerlo
suyo... Es |
lo que habita en nosotros
lo que |
nos hace ser y define
nuestra iden- |
tidad. |
Imaginemos a un hombre que |
esté totalmente habitado
por la |
presencia de Dios y
tendremos a |
Cristo: «Mi alimento es
hacer la |
voluntad de mi Padre». |
Y ahí está lo que es el
hijo, es |
decir, aquel que tiene del
Padre su |
ser y su existencia. La
más profun- |
da filiación no es de
orden biológi- |
co. Por lo demás, cuando
se trata |
de Dios toda investigación
biológi- |
ca haría estallar
cualquier límite. |
Uo hijo no es llevado a la
existen- |
cia como tal al margen del
amor |
que le da el ser y camina
con él. |
Lo más auténtico de la
filiación es |
un asunto espiritual. No
es por azar |
que la Escritura asocia el
Espíritu |
al Mesías, hijo de Dios...
Concebido |
por el Espíritu Santo,
Cristo es hi- |
jo. Y todavía más,
totalmente uni- |
do al Padre, y por ello
penetrado |
por su espíritu, es
"el" Hijo, se iden- |
tifica al Hijo. |
René Boureau, C. O., |
en «Dieu a des problèmes» |
9 (169) |
El hombre, |
gloria de Dios |
EL SER humano, para ser
feliz, necesita compartir el |
gozo; no resiste la
soledad. El proselitismo de los ma- |
los se debe a esa
necesidad, aun en lo perverso. Dios, |
en cambio, es feliz en sí
mismo. Esto pone de mani- |
fiesto la exquisita
generosidad de Dios al decidir |
hacerse hombre en
Jesucristo. Jesucristo es un don —«Dios ha |
dado su Hijo al
mundo»―, un puro regalo, una "gracia"; más |
exactamente todavía,
Jesucristo es "la gracia", el gran don de |
Dios, por medio del cual
se abre y manifiesta a nosotros, sim- |
ples criaturas, para
darnos participación en su gozo, en su vi- |
da, entrando en la
nuestra. Esa es la "gran alegría" que anun- |
cian los ángeles,
mensajeros de Dios, cuando llaman a los |
primeros adoradores de
Jesús, recién nacido. |
Es más que un idilio; es
un misterio. Dios no solamente |
es el autor de la creación
entera, sino que viene a establecer |
un intercambio de vida
entre él mismo y la criatura inteli- |
gente, elevándola a la
capacidad de comprender algo y atis- |
bar en la abismal riqueza
de la bondad y sabiduría divina, su |
amor al hombre. Llevaría
razón Tertuliano cuando, en el si- |
10 (170) |
glo segundo, decía que
«Dios, al crear al hombre, pensaba en |
que también él se haría
hombre, en Jesucristo», y por eso |
encontró «buena, muy
buena», como dice el Génesis, su obra |
creada. |
Dios se hace hombre y
aparece como todos los hombres |
para darnos la medida de
nuestro regreso a Dios. Él se nos ha |
dado у debemos
igualmente darnos a él, restituirnos, nacer al |
cielo, donde nos recibirá
mejor que como los hombres hemos |
recibido a su Hijo en la
tierra. En el Apocalipsis se describe |
la alegría, el estruendo
musical, la cascada de melodías, el |
canto nuevo de los
bienaventurados, el aplauso de Dios en |
una apoteosis magnífica y
luminosa, sin daño ni tristezas, en |
una fiesta eterna de amor. |
Una fiesta de justicia,
porque todo y todos recobramos el |
sentido pleno de lo que
somos, elevados desde criaturas a hi- |
jos de Dios. Filiación
cuyo arquetipo es Cristo, Dios hecho |
hombre, «que siempre busca
la gloria del Padre». En la me- |
dida que nuestras
actitudes más profundas se asemejan a las |
de Cristo, seremos, como
él, gloria del Padre; glorificación → |
11 (170) |
que Dios no necesita, pero
que si necesitamos nosotros para |
liberarnos de la
absurdidad del egoísmo y del pecado. Se tra- |
ta de sabernos y querer
ser, gozosamente, glorificadores de |
Dios, tras admirarnos de
su generosidad para con nosotros. |
Se trata de ser
agradecidos, cuando se nos descubre un pano- |
rama nuevo, que supera lo
que pudiéramos esperar de nues- |
tra sola condición creada.
Como cuando el ciego que recobra |
la vista descubre un
inundo totalmente nuevo; como cuando |
el leproso palpa la
limpieza de su cuerpo sanado y se estre- |
mece a los pies del Señor;
como cuando el pecador, besado |
por la misericordia
divina, se ve y sabe enriquecido gratuita- |
mente por la amistad de
Dios, que invalida todos los tesoros |
de este mundo, que
posterga cualquier honor terreno, siem- |
pre efímero; como el gozo
de resucitar a una vida inmortal. |
Y todo este gozo
compartido con el gozo de Dios que se de- |
rrama sobre la criatura. |
Para todo eso Dios ha
entrado en nuestra vida de criatu- |
ras y se ha hermanado con
nosotros. Y así, incluso ya en la |
tierra, el hombre se hace
«gloria de Dios». |
LAUS |
es una publicación
periódica, propiedad de la |
Congregación del Oratorio
de San Felipe Neri, |
de Albacete, que se
reparte gratuitamente a los |
amigos del Oratorio, y se
sostiene, al igual que |
las demás actividades de
la Congregación, con |
el trabajo de sus miembros
y las aportaciones |
espontáneas de los fieles.
Esta Congregación del |
Oratorio, fiada en la
divina Providencia, no re- |
cibe ni ha recibido nunca
ninguna paga o sub- |
vención del Estado ni de
ningún otro organismo. |
12 (172) |
San Felipe, |
Newman |
y la música |
Terrena cessent organa.
«Callen los instrumentos terrenos: el corazón de |
Cecilia va a entonar un
cántico celestial». Así reza un himno propio de la li- |
turgia que la Iglesia
celebra en conmemoración de esta santa. Como clausura |
del año centenario de
Newman, y para expresar el aprecio que el universita- |
rio y oratoriano inglés
tuvo siempre por la música y el canto litúrgico, el 22 |
de noviembre pasado, día
de santa Cecilia, tuvo lugar la celebración cantada |
del oficio de Vísperas en
la Capilla de la Sapiencia de la Universidad de Va- |
lencia, organizado por el
Newman Centre de aquella ciudad. |
Gracias a las gestiones
del Dr. Daniel Benito Goerlich, Conservador del |
Patrimonio
histórico-artístico de la Universidad, y a la amabilidad del Real |
Colegio-Seminario del
Corpus Christi, fue colocada en el presbiterio una |
bella pintura de la santa,
obra de Antonio Ricci (h. 1600). Ello permitió, de |
acuerdo con la mejor
tradición de la Iglesia, integrar visiblemente la música |
y el arte en la alabanza
de Dios, manifestando así que todo lo que existe―la |
naturaleza, y también la
cultura― ha de ser devuelto a Dios junto con la ora- |
ción de acción de gracias
del hombre-sacerdote. Tras la proclamación de la |
Palabra, un Padre del
Oratorio pronunció la homilía cuyo texto reproduci- |
mos seguidamente: |
POSEEMOS pocas noticias
se- |
guras acerca de santa
Ceci- |
lia. En realidad, sólo
tenemos |
certeza de que fue mártir
(proba- |
blemente en el siglo II) y
una de |
las santas vírgenes más
veneradas |
por la Iglesia de Roma
durante los |
primeros siglos (su nombre
figura |
en el viejo canon, o
anáfora, de la |
misa romana). Santa
Cecilia es co- |
nocida sobre todo por ser
la patro- |
na de la música, y ello
debido se- |
13 (173) |
guramente a la lectura
equivocada |
de una de las antífonas de
su oficio |
en el antiguo Breviario,
que co- |
mienza con las palabras
cantanti- |
bus organis. El caso es
que desde |
«El interés de Newman |
por la música en general, |
y por la propiamente |
litúrgica o sacra, recibió |
un impulso especial a |
partir de su encuentro |
con san Felipe Neri». |
El caso es que desde |
el s. XV aparece
representada con |
diversos instrumentos, y a
partir del |
s. XVI se celebran en toda
Europa |
occidental festivales en
su honor |
(éste es el origen de la
célebre Oda |
a santa Cecilia, de
Purcell) y co- |
mienzan a fundarse
sociedades mu- |
sicales bajo su
patrocinio, como la |
establecida por Palestrina
en Roma. |
A finales del siglo pasado
surgió |
el llamado
"movimiento ceciliano" |
en pro de la reforma de la
música |
eclesiástica, que
propugnaba, fren- |
te a las composiciones sin
calidad |
y frecuentemente
concertísticas que |
se utilizaban en las
iglesias, la vuel- |
ta al gregoriano ya la
"polifonía |
clásica" de la época
de Palestrina, |
y que culminó, a
principios de si- |
glo, en el Motu proprio de
san Pío |
X sobre la música sacra. |
Newman eligió el día de
santa |
Cecilia de 1853 para
inaugurar la |
iglesia del Oratorio de
Birming- |
ham. Y no lo hizo por una
simple |
conveniencia cronológica.
Sabemos |
que amaba la música. Desde
los |
diez años tocaba el
violín, y lo si- |
guió haciendo a lo largo
de su vida, |
incluso durante sus años
de Oxford, |
donde la afición a la
música solía |
ser considerada signo de
frivolidad, |
o de un espíritu ingenuo o
infantil. |
De hecho, Newman dedica
hermo- |
sas páginas a la música
tanto en |
sus Sermones
universitarios del |
período de Oxford como
también |
en la Idea de una
Universidad. Le |
gustaba particularmente
Beetho- |
ven: alguien ha sugerido
que el |
famoso lema que compuso
cuan- |
do fue creado cardenal,
cor ad cor |
loquitur, podría estar
inspirado en |
las palabras con que
Beethoven |
encabeza su Misa solemne:
«lo que |
ha salido del corazón,
llegue tam- |
bién al corazón». |
«Todavía hoy, en los |
Oratorios de Birmingham |
y Londres, establecidos |
por Newman, se mantiene |
viva una magnífica |
tradición de música coral |
y de órgano». |
Newman com- |
prendía perfectamente, sin
duda, |
aquellas otras palabras de
Beetho- |
14 (174) |
ven: «daría todas mis
sinfonías |
por la melodía gregoriana
de un |
Pater noster o de un
Prefacio». |
El interés de Newman por
la |
música en general, y por
la música |
propiamente litúrgica o
sacra, reci- |
bió un impulso especial a
partir de |
su encuentro con san
Felipe Neri, |
cuando acababa de entrar
en la |
Iglesia católica (la mejor
prueba de |
ello la encontramos,
todavía hoy, |
en los Oratorios de
Birmingham y |
Londres, establecidos por
él, donde |
se mantiene viva una
magnífica |
tradición de música coral
y de ór- |
gano). |
«Tanto en san Felipe |
como en Newman se |
unían "un alma |
excepcionalmente interior |
y una mentalidad |
excepcionalmente |
abierta", en palabras
de |
L. Bouyer». |
Como en muchos otros as- |
pectos, también en cuanto
a la mú- |
sica Newman halló en san
Felipe |
la conjunción entre el
ideal de la |
Iglesia primitiva y el
mundo mo- |
derno. Y ello porque,
tanto en san |
Felipe como en Newman se
unían |
«un alma excepcionalmente
inte- |
rior y una mentalidad
excepcional- |
mente abierta», en
palabras de L. |
Bouyer. |
«En las reuniones del |
Oratorio romano no |
faltaba nunca la buena |
música, ni músicos que |
acudieran a ellas |
desinteresadamente». |
Es bien sabido que san
Felipe |
introdujo la costumbre
florentina |
de cantar laudi
spirituali, en las |
reuniones del Oratorio
romano, en |
las cuales —como cuenta
Tarugi, |
discípulo del santo―
«no faltaba |
nunca la buena música, ni
músicos |
que acudieran a ellas
desinteresa- |
damente». La música como
instru- |
mento de apostolado, sí,
pero más |
radicalmente, como
expresión del |
amor y la alegría
cristianos, según |
la frase de san Agustin:
«cantar es |
propio del que ama». |
«Algunos de los más |
grandes músicos de la |
Roma de aquel tiempo |
fueron penitentes de san |
Felipe, o recibieron su |
influjo». |
A partir de |
aquí se desarrollaría la
forma mu- |
sical conocida
precisamente con el |
nombre de
"Oratorio", contemporá- |
neamente a la denominada
"ópe- |
ra", la primera de
las cuales se |
15 (175) |
estrenó en la Vallicella,
en la sala |
del Oratorio de Roma, el
año 1600 |
(aproximadamente cuando A.
Ricci |
pintó el cuadro de santa
Cecilia |
que nos preside). |
Algunos de los más grandes
mú- |
sicos de la Roma de aquel
tiempo |
fueron penitentes de san
Felipe o |
recibieron su influjo:
Animuccia, |
compositor de laudi, amigo
de Fe- |
lipe, obtuvo de él los
últimos auxi- |
lios; Palestrina, animado
por san |
Felipe, acertó a demostrar
frente a |
los rigorismos de la
Contrarrefor- |
ma, con su música serena y
ar- |
moniosa, que también la
polifonía |
podía ocupar un lugar en
la li- |
turgia; Victoria reunió en
su mú- |
sica la naturalidad y el
fervor de |
un modo
característicamente fili- |
pense; Soto, conocido como
autor |
de oratorios, había
acudido a las |
reuniones de san Felipe
atraído por |
la música, y se convirtió
después en |
miembro de la
Congregación. |
«San Felipe en su época, |
como Newman en la |
suya, no dejaron |
marchitar el espíritu de |
las Bienaventuranzas y, |
con paciencia y |
humildad, suscitaron la |
esperanza». |
San Felipe en su época,
como |
después Newman en la suya,
no |
maldijeron los tiempos
que, provi- |
dencialmente, hubieron de
vivir. No |
se situaron a la
defensiva, no ca- |
yeron en la tentación más
peligro- |
sa, en la perversión del
Evangelio: |
«La Tradición apostólica, |
se conserva siempre |
nueva en la comunión de |
la Iglesia gracias a la |
presencia viva de los |
grandes santos». |
enfrentarse al mundo en
nombre de |
Dios y utilizar, sin
embargo, los |
medios mundanos
―poder, dinero, |
prestigio social―,
renegando del |
estilo de vida del Señor y
dejando |
marchitar el espíritu de
las Bien- |
aventuranzas: la
autenticidad, el |
desprendimiento, la
sencillez, la |
misericordia... Los dos
supieron |
acoger a sus
contemporáneos de un |
modo propiamente
cristiano: con |
paciencia y humildad,
paternal- |
mente, suscitando
esperanza, pu- |
rificando y elevando el
arte, la |
música, la cultura toda
que el hu- |
manismo moderno estaba
dando a |
Luz. |
Supieron integrar la
novedad de |
su tiempo en la tradición
apostóli- |
ca, conservada siempre
nueva en |
la comunión de la Iglesia
gracias |
a la presencia viva de los
grandes |
santos. Para ello,
dirigieron la mi- |
rada hacia las primeras
generacio- |
16 (176) |
nes creyentes. Se
enamoraron de |
los Santos Padres,
verdaderos pe- |
dagogos guías y maestros
del |
pueblo cristiano durante
siglos, |
cuando el culto era
celebrado con |
entusiasmo por las
asambleas de |
los fieles, en las que la
música sos- |
tenía la meditación
amorosa y co- |
munitaria del Misterio de
Cristo y, |
como poniéndole alas, la
convertía |
espontáneamente en una
alabanza |
gozosa que nacía del
corazón y ha- |
cia vibrar todo el ser
(«glorificad a |
Dios con vuestro cuerpo»,
había di- |
cho s. Pablo). Se
enamoraron tam- |
bién, y sobre todo, de los
mártires, |
como santa Cecilia, cuyo
«sacrificio |
de alabanza» fue
justamente lo que |
la liturgia no pretende
sino expre- |
sar y actualizar: la
ofrenda de la |
propia vida, a ejemplo del
Señor. |
La música y el arte, la
cultura, |
la civilización y todo
cuanto cons- |
tituye la obra de la
libertad y del |
esfuerzo humano son
preservadas |
de la tendencia mundana
que hace |
de ellas ídolos por sí
mismas, al re- |
cibir la sal del
Evangelio: cuando |
son vivificadas por la
cruz del Se- |
ñor, por el testimonio de
los márti- |
res, por la entrega
amorosa de los |
santos. Newman así nos lo
mues- |
tra, en su pensamiento y
en el ejem- |
plo de su propia vida.
Quiera Dios, |
en su gran bondad,
concedérnoslo |
también a nosotros y a la
Iglesia |
de nuestro tiempo, para
alabanza |
de su nombre y salvación
del mun- |
do. Laus Deo. |
NATIVIDAD |
DE |
NUESTRO |
SEÑOR |
JESUCRISTO |
Misa |
de |
medianoche |
Las |
demás |
celebraciones |
según |
el |
horario |
de |
los |
días |
festivos |
17 (177) |
ÍNDICE DEL AÑO 1990 |
TIEMPO DE ORACIÓN | |
Cristo está en nosotros
(J. H. Newman) | 62 |
El ángel de la guarda (J.
H. Newman) | 142 |
El poder de la oración (J.
H. Newman) | 122 |
En ti, Señor, espero (G.
Savonarola) | 162 |
La gracia (Ch. Péguy) | 42 |
Oración a Jesucristo
salvador (Lit. hispánica) | 2 |
Oración a N. P. Han Felipe
Neri (J. H. Newman) | 82 |
Para obtener los dones del
Espíritu Santo (J. H. Newman) | 102 |
Para pedir la luz de la
verdad (J. H. Newman) | 22 |
TEMAS | |
Aceptar el tiempo | 5 |
Dios | 123 |
Dos mártires cada mes | 3 |
Edificación de la vida
cristiana | 105 |
Educadores | 83 |
El hombre, gloria de Dios
| 170 |
El pecado del mundo | 47 |
Esperanza | 163 |
Jesucristo | 169 |
Justicia y Paz | 20 |
La santidad del calendario
y la otra | 150 |
Para ser santos | 143 |
Plan de vida | 124 |
Reducciones | 43 |
Regresar a Dios | 63 |
Sabiduría | 103 |
Signos | 3 |
Verdades | 23 |
SAN FELIPE NERI Y EL
ORATORIO | |
El Evangelio, los santos y
Newman | 145 |
|
18 (178) |
|
Newman es recibido en la
Iglesia católica (D. Barbieri) | 28 |
Santa Cecilia y Newman |
144 |
San Felipe Neri,
precedente de Newman | 87 |
Ser del Oratorio (J. H.
Newman) | 99 |
TEXTOS | |
Coro de Ángeles (J. H.
Newman) | 148 |
De la antigua a la nueva
Pascua (J. M. Lustiger) | 44 |
Derribar el muro (Lit.
caldea) | 8 |
Dios llama muchas veces
(J. H. Newman) | 111 |
Hombre de oración (J. H.
Newman) | 130 |
La meditación cristiana
(Congregación para la Doctrina de la Fe) | 65 |
Lo divino y lo humano en
la Iglesia (J. H. Newman) | 40 |
Oración, cimiento de la
Iglesia (J. H. Newman) | 67 |
¿Por qué amo a la Iglesia?
(Y. Congar) | 64 |
¡Resucitad! (Anónimo
griego antiguo) | 80 |
Signo y contrasigno en la
Iglesia (J. H. Newman) | 4 |
Síntesis (J. H. Newman) |
107 |
NEWMAN | |
El peligro de la riqueza |
10 |
La Iglesia de los santos |
31 |
Newman, una presencia viva
| 51 |
La cruz y la luz | 70 |
Newman y la oración (Ph.
Boyce) | 92 |
La vocación oratoriana de
Newman | 113 |
Rezar con Newman | 133 |
CENTENARIO DE JOHN HENRY
NEWMAN (1890-1990) | |
1990: año de Newman | 165 |
Al terminar el «Año de
Newman» | 27 |
Conmemoraciones del
Centenario de Newman | 25; 45; 69; 85; 109; 132: 147 |
Ideal de santidad (Juan
Pablo II) | 119 |
Log suyos no le recibieron
(J. M. Laboa) | 153 |
Newman, maestro de la
Iglesia (J. Ratzinger) | 159 |
San Atanasio, Newman y
nosotros | 125 |
|
19 (179) |
Juan XXIII, el papa
místico |
que convocó el Concilio |
EL DÍA 8 de diciembre se
cumplen veinticinco años de la |
clausura de aquel
concilio. Fue Juan XXIII quien lo con- |
vocó inesperadamente. La
iniciativa causó sorpresa y levan- |
tó un sinfín de esperanzas
en la Iglesia. Como hombre intuitivo |
que era, advirtió que ésta
debía hablar adecuadamente al |
mundo moderno. Más místico
que político, vio lejos con aque- |
lla mirada simple que no
repara en dificultades y desconoce |
complicaciones... El
Vaticano II inauguró una etapa irreversi- |
ble en la historia de la
Iglesia. Hoy sigue siendo un punto de |
referencia necesario e
imprescindible, dada su enorme impor- |
tancia. Allí, en el aula
conciliar, se trabajó duro y fuerte... |
¿Fue un ingenuo Juan XXIII
al afirmar que el Concilio «era |
como un alba naciente de
un día luminoso que se levanta |
en la Iglesia»? Porque al
correr de estos veinticinco años, ha |
aparecido un cierto
sentido de frustración y desencanto. Todos |
los cristianos jugaron la
carta de la ilusión. Sin embargo, po- |
cos entendieron y son
muchos los que todavía no lo acaban |
de entender que las
innovaciones en la Iglesia sólo tienen |
lugar "a flor de
verdad"; es decir, en su superficie |
no en la profundidad de su
esencia. |
NARCÍS JUBANY, cardenal, |
Ex-arzobispo de Barcelona,
(7.12.90). |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 03090 Albacete - D. L. AB 103/62 - 16.12.40 |
20 (180) |
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