Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 281. ENERO-FEBRERO.
Año 1992 |
SUMARIO |
PALABRAS y obras; creer y
hacer. La fe queda |
reducida a mero concepto
si no resplandece |
positivamente en las
obras, que la confirman. |
La fe es el
"qué" y las obras son el "cómo". |
Ahí es donde podemos
fallar y donde la tentación |
acecha a cada creyente y a
toda la Iglesia. La ne- |
cesidad de hacer real esta
coherencia es lo que dis- |
tingue a la Iglesia, a sus
instituciones y a sus hijos, |
de los reinos y poderes
del mundo, de las empresas y |
negocios que en él se
montan, de los hombres que |
desconocen o que,
confesado o negado, en la reali- |
dad, prescinden de Dios.
No podría ser Iglesia de |
Dios, ni obra de Dios, ni
hijo de Dios, cualquier |
asamblea, o empresa, o
fiel, que disociara la fe de |
Cristo del estilo de
Cristo, que no es el del mundo. |
VIOLENCIAS |
EL MAYOR ESCÁNDALO DE LA
IGLESIA |
LOS EJEMPLOS DE SAN FELIPE |
PREFERENCIAS DEL CRISTIANO |
BASTAN LAS ESCRITURAS |
SAN FELIPE NERI Y LOS
ANIMALES |
«PARA COMPRENDER EL
ECUMENISMO» |
1 |
Tiempo de oración: |
ORACIÓN |
DE UN CRISTIANO RUSO
PERSEGUIDO |
Señor, a ti acudimos
errantes bajo el peso del dolor, |
perseguidos sin piedad en
nuestro propio suelo. |
Nuestros días de desamparo
se han prolongado, |
con demasiados
sufrimientos, imposibles de calmar. |
Señor у Dios
nuestro, ten piedad de nosotros. |
Rezamos, Señor, por
nuestras familias perdidas. |
Vemos cómo lloran y
languidecen aquellos que amamos... |
Te rogamos por todos los
que padecen infamias |
y sin temor dan testimonio
de compasión por nosotros. |
Señor y Dios nuestro, ten
piedad. |
Te rogamos por los que han
sido fusilados, |
por los que han sufrido
torturas y los sometidos a duros trabajos, |
dispersados en las minas,
los pantanos, los canales, |
y se han mantenido fieles,
o te han descubierto en el dolor. |
Señor Dios, ten piedad de
nosotros. |
Acuérdate, Señor, de los
perseguidores, |
y perdónaselo todo, porque
están ciegos. |
Basta con que pongas fin a
su furia persecutoria |
y concedas descanso a los
extenuados por la prueba. |
Te lo pedimos porque tu
mano está llena de bondad, |
y porque eres omnipotente. |
Por eso, te glorificamos
ahora y siempre |
y por los siglos de los
siglos. Amén. |
Michel Polski |
2 |
Violencias |
EL SEÑOR también habló de
violencia: la violencia de la conversión, que es la |
primera palabra con la que
introduce el anuncio del Reino de Dios, su Evan- |
gelio. Este anuncio es un
don, pero ha de ser recibido; lo reciben los sencillos |
de corazón, los
transparentes, y todos los demás con tal que antepongan el |
mensaje divino a cualquier
añadidura que pudiera reemplazarlo o disminuirlo. No se |
puede regatear, no puede
ser y no ser a la vez, no puede condicionarse ni depender |
de nada en este mundo;
incide en la conciencia para hacerse luz de la vida, entera- |
mente. Se acepta o se
rechaza. Si lo primero, es una violencia agónica que desemboca |
en paz profunda, en vida y
libertad interior, que una mayor esperanza va dilatando |
con la fidelidad, y el
Señor se contempla como única herencia, como tesoro de amor |
que nada puede destruir ni
los ladrones robar. Si lo segundo, dependerá de los mie- |
dos, de las cobardías, de
las ignorancias no desveladas a tiempo, y dejará todavía |
aplazada, entre
inconsciencias y oscuridades, la llegada hipotética de un amanecer |
que se demora o
―¡Dios no lo quiera!― se compromete. |
Pero este descuido o
rechazo que se niega a desprenderse y abandonar todo |
cuanto pueda enturbiar la
visión y poner dificultades a la aceptación infragmentada |
de la verdad que quiere
abrirse paso en la conciencia despierta, conocerá otras vio- |
lencias diferentes de la
asumida por el Reino: las violencias del corazón partido, de |
pretender servir a dos
señores, de las ambigüedades que no se quieren vencer, de |
los pactos conceptuales,
incluso a nivel de la misma honestidad natural y humana, |
y la reducción de Dios,
negando prácticamente su gratuidad y seleccionando de tal |
falsificación, solamente o
principalmente, lo que tenga de útil y complementario para |
esta vida, que es la que
más interesa, si no es que ya se extinguieron fe y esperanza |
sobrenaturales, o ni
siquiera se las dejó nacer, o jamás existieron. |
Se dan muchos males en el
mundo: falta de justicia, paces precarias, abuso de los |
poderosos, falsificaciones
de la virtud, mentiras que el cinismo ampara... No puede |
extrañarnos tal confusión
si se produce allí donde se niega o se desconoce a Dios, o |
3 |
en los casos en que se ha
corrompido la misma racionalidad y el verdadero y espon- |
táneo deseo de la
felicidad compartida, que es esencial a la naturaleza del hombre. |
Pero ese "pecado del
mundo" debiera alarmarnos, sobre todo, cuando puede salpicar |
y salpica incluso a
creyentes que rebajan el radicalismo sobrenatural de la fe y les |
basta utilizarla como
complemento ideológico de sus propios intereses mundanos y |
pasiones humanas
barnizadas de religiosidad. Ahí se invierte el sentido de la violen- |
cia evangélica. Se
violenta, se recorta o se silencia el Evangelio para hacerlo compa- |
tible y hasta adorno del
orgullo, de la riqueza, del triunfalismo mundano, del poder |
arrollador, y no se acepta
la violencia de la conversión, que se aplaza o se finge, o se |
substituye por la victoria
de un voluntarismo espartano, que es otra forma de sober- |
bia, convergente con la
idea mágica de los sacramentos, equivocadamente entendidos |
como en los viejos ritos
de los cultos paganos y las más antiguas supersticiones, e- |
najenadoras e incapaces de
responder a Dios. |
No hay cristianismo sin la
violencia de la conversión. Hay otras violencias, las |
cuales, a falta de fe o
desde una fe desvirtuada, podrían llevarnos engañosamente a |
creer que servirían para
el crecimiento y dilatación del Reino, de la Iglesia, encar- |
gada de iniciarlo desde el
tiempo. Violencias que imitan los estilos mundanos: propa- |
gandas, astucias,
estrategias políticas, presiones desde el poder, halagos a las debili- |
dades humanas, seducciones
proselitistas, compras del prestigio, técnicas de mercado, |
dinero... Pero todo esto
sería un juego que no pasaría de reino de este mundo y, |
cualquiera que fuese el
nombre con que se inscribiera, solamente haría adheridos |
a la Iglesia o clientes de
sus instituciones, pero no hijos de Dios, no cristianos. Se |
violentaría el Evangelio y
la misma libertad humana de los reclutados; se emborro- |
naría la imagen de la
Iglesia frente a los no creyentes y se escandalizaría a los senci- |
llos de corazón. |
La Iglesia de Jesucristo
no es una instancia humana |
distribuidora de verdad,
sino el pueblo de los que |
creen en la resurrección
de Jesucristo, y viven de |
ella y dan testimonio de
ella, cada cual según la |
medida de la gracia y la
propia vocación. La |
Iglesia llamada jerárquica
no es la guardiana de |
verdades abstractas, sino
de una Palabra que |
cambia la vida de los
creyentes y se hace resonancia |
por medio de ellos, tal
como dice san Pablo. En una |
palabra, es vida. |
Carlo M. Martini, |
card. arz. de Milán |
4 |
El mayor escándalo |
de la Iglesia |
EN enero hacemos memoria
de |
san Antonio abad, que la
le- |
yenda ha querido
relacionar- |
lo con los animales; pero
resultaría |
muy difícil justificar lo
que la de- |
voción popular le
atribuye, si acu- |
dimos a la historia de
este santo. |
Otra cosa sería si nos
apoyamos en |
la fantasía con que se han
descrito |
las tentaciones que
padeció, signi- |
ficadas en figuras de
animales in- |
mundos y feísimos, que la
icono- |
grafía ―no sin
precipitación— |
incorporó a la
representación plás- |
tica de san Antonio. Por
inmun- |
do se tenía el gorrino y
los en- |
gendros diabólicos. En
sucesivas |
pinturas y esculturas se
fueron |
corrigiendo las fealdades
hasta el |
candor del "gorrinico
de san An- |
tón" que le
acompañaba. Al ser es- |
te animal parte importante
de la |
alimentación proteínica,
principal- |
mente rural, a partir del
medioevo, |
se le tomó a san Antonio
como pro- |
tector de éste y otros
animales, so- |
bre todo de tracción, que
eran úti- |
les al hombre; pero la
grandeza y |
santidad de este santo
tienen otras |
bases, ciertamente
históricas. |
San Antonio vivió aquella
época |
de la Iglesia
―segunda mitad del |
siglo tercero y primera
mitad del |
cuarto― en la que
cesaban las per- |
secuciones contra los
cristianos. |
Las persecuciones habían
dado a |
la Iglesia la gloria de
los mártires, |
y mantenido pura la fe
crecida en |
medio de las adversidades.
Cuando |
el emperador Constantino,
guiado |
por el sentido común y la
táctica |
política, reconoció al
clero católi- |
co los mismos derechos que
a los |
sacerdotes del culto
pagano, dio un |
respiro a la Iglesia y
favoreció el |
establecimiento de la
misma, reco- |
nocida legalmente y
eximiéndola |
de cargas civiles, lo cual
no siem- |
pre redundó en beneficio
espiri- |
tual del cristianismo,
aunque sí |
consolidó su
jerarquización, que |
aseguraba internamente el
ejerci- |
5 |
cio de la autoridad y
disciplina, y |
protegía la unidad de
doctrina. Y |
aquí comenzaron otra serie
de pro- |
blemas: por una parte, los
poderes |
civiles no acababan de
compren- |
der que el poder de la
Iglesia de- |
bía distinguirse
completamente del |
poder político civil, que
casi nunca |
se libra de la tendencia
acumula- |
tiva ejercida sobre los
demás po- |
deres; y también, en el
seno de la |
Iglesia, no siempre ni
todos com- |
prendieron la absoluta
necesidad |
de salvar la propia
independencia, |
aun a costa de grandes
renuncias y |
atractivas ventajas
económicas y |
sociales. Los partidarios
de la efi- |
cacia, como les
llamaríamos hoy, |
pensaban que si la Iglesia
se codea- |
ba con los poderosos
lograría más |
rápidamente la conversión
al cris- |
tianismo de las masas
paganas, |
merced a la presión
ejercida sobre |
ellas; los políticos veían
en la aso- |
ciación y dominio sobre el
poder |
de la Iglesia la
unificación de es- |
fuerzos para robustecer el
estado. |
No siempre hubo mala fe,
aunque |
sí, en verdad, falta de
pura y ver- |
dadera fe cristiana en el
Evangelio, |
y olvido, por lo menos en
parte, |
del ejemplo del mismo
Jesucristo, |
que nunca empleó estos
métodos y |
los criticó y rechazó
abiertamente, |
y por esto murió condenado
por |
la asociación de los
poderes reli- |
gioso y político, que lo
considera- |
ron, respectivamente,
blasfemo y |
subversivo. |
En esta situación hay que
encua- |
drar el movimiento del
monaquis- |
mo y la crisis arriana. |
El monaquismo surge de una |
protesta pacífica ejercida
por bue- |
nos y fieles hijos de la
Iglesia, que |
se sienten incómodos de
concien- |
cia frente a demasiadas
ambigüe- |
dades que enturbian la
pureza del |
Evangelio en la
realización histó- |
rica y real ―como se
diría hoy— |
Del proyecto de Cristo. No
se pue- |
de decir que la Iglesia de
la paz |
constantiniana fuese una
Iglesia co- |
rrompida, pero sí muy
salpicada |
por la mundanidad. En esta
situa- |
ción, algunos cristianos
fervorosos, |
sin quererla infamar, van
al desier- |
to, y allí inician la
"práctica de una |
vida de austeridad,
oración y po- |
breza, atraídos por la
imitación de |
Cristo en sus propias
personas, sin |
que se den colisiones con
la Iglesia |
jerárquica, que no puede
negarles |
este derecho a la
santificación, y |
que tampoco es molestada,
porque |
los que van al desierto
carecen de |
ambición de poder. No
faltan obis- |
pos que incluso alaban ese
floreci- |
miento de la vida
evangélica. Pues |
bien, san Antonio abad es
un ejem- |
plo paradigmático de esos
cristia- |
nos que, en la crisis de
fervor y de |
verdadera fe producida por
efecto |
del bienestar, buscan la
santidad |
en el desierto. Más tarde
este mo- |
vimiento pasará a
occidente y evo- |
lucionará en diversas
formas de |
6 |
vida de consagración para
vivir |
los consejos evangélicos;
forma de |
vida que, como dice el
concilio |
Vaticano II, «pertenece a
la santi- |
dad de la Iglesia». |
Pero es preciso completar
el cua- |
dro de esta situación
haciendo re- |
ferencia a la gravísima
crisis pro- |
ducida por el arrianismo,
en esta |
misma época. No trataremos
aquí |
de la discusión doctrinal,
aunque |
importante, que quedó
resuelta en |
el concilio de Nicea; si
bien tam- |
poco a este primer y
trascendental |
concilio le faltó la
reacción anti- |
conciliar, que hizo
temblar a la |
Iglesia entera... porque
los here- |
siarcas, que habían
conquistado |
con suma astucia los
puestos claves |
del poder de la Iglesia y
lo mismo |
se infiltraron en los de
la adminis- |
tración imperial civil,
conseguían |
lo que podía llamarse el
secuestro |
práctico de la Iglesia,
hasta anular |
la fuerza de los obispos
más fieles |
a la fe cristiana. San
Jerónimo, |
cuando se refiere a este
momento |
dé la Iglesia, en el cual
la mayoría |
de la jerarquía católica
estaba in- |
fectada de herejía,
exclama enfáti- |
camente: «Todo el mundo se
dolió |
y quedó asombrado al darse
cuenta |
de que era arriano». Es
decir, |
hereje. |
Esta gran defección de la
jerar- |
quía eclesiástica fue, ha
sido, el |
mayor escándalo producido
jamás |
en la Iglesia de
Jesucristo, cierta- |
Aunque todas las cosas |
den vueltas y cambien |
en torno a nosotros, es |
necesario que |
permanezcamos |
constantemente con los |
ojos puestos en Dios y |
tender a él y |
acercarnos siempre a |
él. Tanto si tenemos el |
alma triste o alegre, en |
consuelo o en |
amargura, en paz o en |
turbación, en claridad |
o en tinieblas, en |
tentaciones, en reposo, |
en gusto o disgusto, en |
sequedad o confortada, |
que el sol la tiemple o |
el rocío la hiele..., |
siempre y en todo |
momento nuestro |
corazón, nuestro |
espíritu, nuestra |
voluntad superior, que |
ha de ser nuestra |
brújula, debe poner la |
vista incesantemente |
y mantener |
perpetuamente la |
tendencia hacia el |
amor de Dios. |
SAN FRANCISCO DE SALES, |
fundador del Oratorio de
Thonon |
7 |
mente mayor que el causado
por |
la escisión protestante de
Lutero, |
más tarde. ¿Cómo pudo ser? |
Las razones hay que
buscarlas |
en los pecados y los
errores de los |
hombres, principalmente de
la mis- |
ma Iglesia. El primer
pecado es la |
fascinación consentida por
el po- |
der; el gran error es
suponer, en |
las cosas del espíritu,
que el poder |
es el medio adecuado para
hacer |
el bien. En ambos casos se
substitu- |
ye a Dios, o se prescinde
del estilo |
de Dios. Podría repetirse
aquello |
de «no es eso, no es así». |
En las grandes crisis
provocadas |
por cismas y herejías,
éstas han |
servido en buena parte de
pretexto |
para justificar las
primeras. Han |
sido disputas de poder o
contra el |
poder, o para secuestrarlo
por el |
monopolio de una facción
sectaria, |
fanatizada, la cual, aun
siendo mi- |
noría, se ha creído
enviada por |
Dios para imponerse a todo
el |
«pueblo de Dios». |
Cuando en el caso del
arrianis- |
mo se llega a la
desviación de la |
mayor parte de la
jerarquía, no |
hay que pensar en la
multiplica- |
ción maliciosa de tantos
obispos, |
sino en una minoría de
ellos, muy |
influyente, que consiguió
dominar |
al resto, poco instruido o
miedo- |
so y hasta cobarde, porque
no se |
quiso crear problemas y
enemigos |
que pudieran destronarle
de su po- |
sición honorable en la
Iglesia. Hu- |
bo, si acaso, en esta
debilidad y co- |
bardía, la materia de un
pecado de |
silencio y mudez de muchos
pasto- |
res, imitadores de la
falsa pruden- |
cia aprendida de los
políticos, entre |
los que andaban revueltos
y de |
quienes ya comenzaban a
depen- |
der para los nombramientos
de |
cargos en la Iglesia, a la
vez que |
adquirían relevancia
social y ho- |
nores paralelos a los
cargos de las |
autoridades civiles. No
obstante, |
no faltaron obispos
santos, que hi- |
cieron la opción por el
Evangelio |
y, aun a costa de grandes
penalida- |
des y humillaciones,
conservaron, |
con la mayoría de los
fieles, la fe |
de la Iglesia: san
Basilio, san Grego- |
rio Nacianceno, san Juan
Crisósto- |
mo, el español Osio, san
Atanasio... |
Este último, amigo de san
Antonio, |
fue alentado por él
durante las so- |
ledades y sufrimientos,
como en |
otros, de una vida
verdaderamente |
martirial. Aquella lucha
constituyó |
una primera y sorprendente
expe- |
riencia histórica, que ha
quedado |
como lección para no
olvidar en |
las sucesivas pruebas que,
desde |
dentro o fuera de la misma
Iglesia |
de Cristo, ésta tendría
que sopor- |
tar. Por eso es bueno
hacer memo- |
ria de los santos,
especialmente de |
los de las primeras
generaciones |
cristianas, cuando no
cabían los |
estímulos para la vanidad
y el |
triunfalismo orgulloso que
supie- |
ron desechar a costa de la
pobreza, |
la persecución y el
martirio. |
8 |
Los ejemplos de s. Felipe |
y sus primeros discípulos |
LOS HIJOS de san Felipe
debemos leer y |
releer con la mayor
frecuencia su vida y |
la de nuestros más
antiguos discípulos |
suyos, para recordarnos a
nosotros |
mismos los santos ejemplos
que nos han |
dejado, y seguirlos. Y si
nosotros los |
observamos con la misma
fidelidad que |
ellos hicieron, en todas
las normas y |
laudables usos de la misma
Congregación |
del Oratorio, de modo que
atendamos |
juntamente a la vida
activa y |
contemplativa, propia de
nuestro santo |
Instituto, cuidando de no
perder el espíritu |
de caridad y la
mortificación interior; |
poseyendo el debido celo
por el bien y |
santificación de las
almas, sin alegar |
excusas a la hora de
trabajar por ellas, |
llegaríamos a merecer el
honor y la gloria |
que consiguieron ellos y
honraríamos a |
nuestra Congregación, para
que Dios |
fuese glorificado y
enriquecidos con |
bienes espirituales los
prójimos. |
Y si alguno quisiera ir
por diverso camino |
y degenerar de aquella
perfección de vida |
que han profesado nuestros
mayores, y |
con diversas costumbres y
desorden |
hacer perder el buen
recuerdo de la |
Congregación, su Madre,
acabaría fuera |
de ella, como ha sucedido
a muchos. |
(Del libro «Pregi della
Congr. dell'Oratorio») |
9 |
Preferencias desde una
mentalidad cristiana, |
No el poder, sino la
humildad. |
No la diversión, sino la
conversión. |
No la burla, sino el
humor. |
No el racionalismo, sino
el Misterio. |
No la mediocridad, sino la
santidad. |
No la introspección, sino
la contemplación. |
No la riqueza, sino la
pobreza. |
No el purismo, sino la
inocencia. |
No el "mal
menor", sino la justicia. |
No el "bien
común", sino el "bien de todos". |
No la interpretación, sino
la Palabra. |
No la
"prudencia", sino la Caridad. |
No el abuso de bienes,
sino el uso de bienes. |
No la agitación, sino el
silencio. |
No la picardía, sino la
simplicidad. |
No el fanatismo, sino la
fe. |
No la opresión, sino la
libertad. |
No el Hombre, sino el
hombre. |
No dios, sino Dios. |
No la letra, sino el
espíritu. |
No el primer lugar, sino
el último. |
No el tratado, sino la
poesía. |
No el egocentrismo, sino
el humanismo. |
No el coche, sino la cruz. |
No la instalación, sino la
persecución. |
10 |
No la institución, sino el
Espíritu. |
No una Iglesia instalada
en el mundo, sino perseguida. |
No el absurdo, sino el
Misterio. |
No la separación, sino la
comunicación. |
No mi voluntad, sino la
voluntad del Padre. |
No el refinamiento, sino
el pan. |
No la contemplación de uno
mismo, sino el olvido. |
No yo, sino el Cuerpo
Místico. |
No la autosuficiencia,
sino la colaboración. |
No el acomodo en la
verdad, sino buscar la Verdad. |
No el oro, sino la Piedra. |
No el desprecio o el odio,
sino el Amor. |
No la fuerza del rico,
sino la debilidad del pobre. |
No la evasión, sino la
participación. |
No el individualismo, sino
la comunión. |
No el Mal, sino el Bien. |
No el Príncipe de este
Mundo, sino el Creador. |
No la casuística, sino la
Parábola. |
No el desprecio, sino la
compasión. |
No la magia, sino el
Sacerdocio. |
No "mi Iglesia",
sino la Iglesia. |
No la huida, sino la
presencia. |
No el esquema, sino la
realidad. |
No la publicidad, sino el
testimonio. |
No el molde, sino la
levadura. |
Alfonso Comín, |
El Ciervo, 1960 |
11 |
BASTAN |
LAS ESCRITURAS |
LOS DISCÍPULOS de Antonio |
se acercaron a él para oír
sus |
palabras. Y él les habló
de |
este modo: «Bastan las
Escrituras |
para instruirse; pero es
bueno que |
nosotros nos exhortemos
mutua- |
mente en la fe y nos
animemos |
unos a otros con palabras.
Voso- |
tros, como corresponde a
hijos, ex- |
poned a vuestro padre todo
lo que |
sabéis, y yo, que por la
edad soy |
vuestro anciano, os haré
partícipes |
de lo que sé y de mi
experiencia. |
Sobre todo, que este celo
sea co- |
mún a todos; que no
decaigamos |
poco a poco, ni dejemos
que cunda |
el desaliento en nuestros
trabajos. |
No digamos que ya llevamos
mu- |
cho tiempo en la ascesis.
Al con- |
trario, vivamos como si
cada día |
empezáramos de nuevo, y
así el |
fervor aumentará. Porque
la vida |
entera de los hombres es
muy bre- |
ve, si la comparamos con
los siglos |
venideros; no representa
nada todo |
nuestro tiempo al lado de
la vida |
eterna... Por lo tanto,
hijos míos, |
no seáis cobardes; que no
se os ha- |
ga largo el tiempo, ni
deis dema- |
siada importancia a lo que
estáis |
haciendo, porque no hay
propor- |
ción entre los
sufrimientos del |
tiempo presente y la
gloria que se |
nos ha revelado. Además,
si mira- |
mos lo del mundo, no
podemos |
creer que hemos dejado
grandes |
cosas, porque todo lo de
esta tierra |
es muy poco comparado con
el cie- |
lo, aunque fuésemos los
dueños de |
toda la tierra». |
Los discípulos de Antonio
se da- |
ban a la lectura, al
ayuno, a la ora- |
ción; se alegraban en la
esperanza |
de los bienes futuros,
trabajaban |
para poder hacer el bien a
otros, y |
vivían en concordia y gran
cari- |
dad. Eran muchos y, a la
vez, uno |
solo, por la tendencia de
todos a |
la vida virtuosa. |
Durante la persecución de
Maxi- |
mino, Antonio dejó su
retiro, por- |
que decía: «Vayamos para
compar- |
tir la suerte de los
mártires o, al |
menos, contemplar su
ejemplo». Y |
mostraba gran celo para
ayudar a |
los perseguidos... Rezaba
para ser |
también él mártir y se
entristecía |
de no ser llamado al
martirio. Aca- |
bada la persecución,
volvió al de- |
sierto, donde era mártir
cada día a |
los ojos de su conciencia
y luchaba |
en el buen combate de la
fe, dán- |
dose intensamente a la
ascesis: ayu- |
naba y vestía pobremente. |
Una vez, acudieron a él un
par |
de filósofos paganos
curiosos. Él se |
dio cuenta de qué clase de
hombres |
eran, y se adelantó a
decirles: «¿Por |
qué os fatigáis con un
pobre hom- |
bre?» Le replicaron que,
al con- |
12 |
trario, le tenían por muy
inteligen- |
te. Dijo Antonio: «Si me
veis como |
infeliz, os habéis
molestado en va- |
no; pero si me tenéis por
inteligen- |
te, haceos como yo, porque
hay que |
imitar lo bueno. Si yo
hubiese ido |
a vosotros, os habría
imitado; pero |
si habéis venido, imitadme
a mí, |
que soy cristiano». |
Abominaba la herejía
arriana y |
amonestaba a todos para
que no se |
adhirieran a aquella
perversión de |
la fe. |
En cierta ocasión,
mientras esta- |
ba trabajando, se extasió
en la ora- |
ción y se echó a llorar
con gran |
llanto durante largo
tiempo, mien- |
tras le duró la visión.
Luego se |
volvió hacia los que tenía
cerca, |
tembloroso y suspirando,
mientras |
rezaba arrodillado largo
tiempo. |
Cuando se levantó, lloraba
todavía. |
Los presentes,
atemorizados, le pe- |
dían explicaciones, y,
tras la insis- |
tencia, se vio obligado a
decirles, |
entre lamentos: «Hijos
míos, val- |
dría más perder la vida en
vez de |
que ocurra lo que he
visto». Y co- |
mo le insistían, al fin
les dijo: «La |
Ira está a punto de
invadir la Igle- |
sia, que será entregada a
manos de |
hombres parecidos a seres
irracio- |
nales. Porque he visto la
mesa del |
Señor rodeada de mulas que
daban |
coces contra todo lo que
contenía, |
lo mismo que hacen los
animales |
indómitos cuando se
alborotan». Y |
añadió: «No os extrañe que
me ha- |
yáis visto gemir; es que
he oído |
una voz diciéndome: Mi
altar será |
profanado»... Después
quiso conso- |
larles y les dijo: «Hijos
míos, no |
perdáis el ánimo; del
mismo modo |
que el Señor ha permitido
este mal, |
también pondrá el remedio,
y de |
nuevo la Iglesia recobrará
su es- |
plendor y brillará como de
cos- |
tumbre; y veréis cómo los
que la |
han perseguido se hacen
atrás, y |
la impiedad se repliega en
sus es- |
condrijos, y la fe se
expandirá de |
nuevo libremente. Pero os
reco- |
miendo sobre todo una
cosa: no os |
contaminéis con los
arrianos, por- |
que su doctrina no viene
de los |
apóstoles, sino de los
espíritus del |
mal, y su padre es el
diablo; es es- |
téril, irracional y ajena
a la recta |
razón». Y la última vez
que habló |
a sus hermanos
espirituales, les de- |
cía: «No os relajéis en el
trabajo y |
en la ascesis; vivid como
si cada |
día tuvieseis que morir,
vigilad...; |
no tengáis trato con los
arrianos, |
porque su impiedad es
evidente. Y |
aunque veáis que los
jueces les fa- |
vorecen, no os inquietéis,
porque |
su aparición pasará,
durará poco. |
Manteneos puros vosotros
mismos |
y conservad la tradición
de vues- |
tros padres, sobre todo la
fe en |
Jesucristo, Señor nuestro,
tal como |
lo habéis aprendido de las
Escri- |
turas y que tantas veces
os he re- |
cordado.». |
San Atanasio, |
Vida del Abad Antonio |
13 |
SAN FELIPE NERI |
Y LOS ANIMALES |
EL CARDENAL de Santa Fiora
decía, no |
sin cierto retintín, de
nuestro Padre san |
Felipe Neri: A este hombre
no le basta con |
cambiar la vida de mis
servidores, sino |
que incluso conquista a mi
perro. El tal |
perro se llamaba Capricho
―en italiano, |
Capriccio― el cual,
un buen día, despreció il bo- |
cato di cardinale de las
sobras de la bien servida |
mesa de su eminentísimo
amo y prefirió los mendru- |
gos y alguna caricia de
nuestro Santo, sin que éste |
empleara ningún arte
especial para retenerlo. |
Historia de |
"Capriccio" |
La cosa sucedió de este
modo. A la sazón pulu- |
laban por la corte
pontificia romana, como sucede |
en todos los centros de
poder, ese género de corte- |
sanos que componían la
clientela de personajes |
distinguidos
―nobles, eclesiásticos, hacendados― |
que incluso pasaban al
servicio de las casas de tales |
señores con el propósito
de hacer carrera o esperar |
ser promovidos a cargos en
realidad mundanos, |
aunque a costa del
escalafón eclesiástico. Una de |
estas personas tocadas por
esa ambición era un tal |
Costanzo Tassone, colocado
ya como mayordomo |
del citado cardenal de
Santa Fiora; pero Tassone |
se encontró con san
Felipe, el cual le curó de ambi- |
ciones y vanidades, y dejó
a su distinguido amo |
para hacerse sacerdote y
entregarse verdadera y |
14 |
totalmente a Dios y a las
almas. En la casa del car- |
denal de Santa Fiora
―como en otras parecidas― |
también había otros
cortesanos artistas, literatos o |
músicos, que buscaban
protección a su esperanza |
de gloria y reconocimiento
público, pero que, de |
momento y en general,
ejercían de adorno en las |
reuniones de sus señores,
con frecuencia casi recor- |
dando el papel de los
bufones medievales, aunque |
más elegantes. Poder
blasonar de la amistad con |
sus distinguidos señores
era el precio pagado por la |
ostentación de la
elegancia participada en la corte |
que les acogía. El músico
Animuccia fue uno de es- |
tos artistas a punto de
ser cazado entre las redes |
de tales vanidades
cortesanas. Y lo mismo Simone |
Grazzini y el sienés
Alessandro Salvi, también com- |
pañeros de Costanzo
Tassone. |
Conversión |
de buscadores |
de gloria |
Felipe los ganó para |
la vida espiritual e hizo
de ellos hombres de profun- |
da oración y caridad. En
cuanto a Giovanni Ani- |
muccia, sabemos que, con
Palestrina y el español |
Soto, dedicaron su talento
musical a la elevación |
del espíritu y al fervor
de sus composiciones religio- |
sas, guiados por san
Felipe. Y dejamos otros nom- |
bres, para no perder el
hilo de la historia de Ca- |
pricho, perro del cardenal
citado, hermoso animal |
que también, a su modo,
ornamentaba aquellas reu- |
niones en las que se
mezclaba lo clerical con lo ar- |
tístico y literario, y el
siempre presente toque de dis- |
tinción y vanidad
señorial. |
La conquista |
de "Capriccio" |
Sucedió que un día el |
buen perro acompañó al
todavía mayordomo Tas- |
sone a san Jerónimo de la
Caridad y Felipe lo aca- |
rició. Al despedirse el
empleado del cardenal, el |
animal no quiso irse con
él, ni valieron más estra- |
tegias, y siguió fiel y
cerca de san Felipe. Por esta |
razón, el cardenal de
Santa Fiora se lamentaba de |
haber perdido un servidor
y otros secuaces y, enci- |
ma, el hermoso perro, que
se sentía mejor en medio |
de la pobreza libre y
alegre del Santo que en los |
salones y con las tajadas
y golosinas del príncipe de |
la Iglesia. |
15 |
Síntomas |
de crueldad |
San Felipe Neri decía que
los niños que maltra- |
tan a los animales
demuestran instintos de crueldad |
que luego de adultos se
reproducen en sus relacio- |
nes con las personas. |
No podía soportar con
indiferencia que se cau- |
sara daño a estos seres
que con facilidad desprecia |
el hombre. Su sensibilidad
reaccionaba inmediata- |
mente frente a cualquier
crueldad cometida con |
ellos. A uno del Oratorio
que acababa de pisar una |
lagartija, le dijo: Eres
cruel. ¿Por qué la matas? ¿En |
qué perjudica? ¿Qué mal te
ha hecho? A un niño |
que le trajo unos
pajaritos caídos del nido, le dijo: |
Debes soltarlos. Pero
antes aliméntalos para que se |
puedan valer por sí mismos
y tengan fuerzas para |
volar. De lo contrario,
les ocurriría algo peor. En |
una ocasión entró un
pájaro en la capilla donde |
estaba celebrando la misa,
y lograron cogerlo; pero |
dijo al que lo apresó: Ten
cuidado y no le hagas |
daño y déjalo en libertad.
Y el pájaro echó a volar |
hacia fuera. Luego, como
si se arrepintiera, añadió |
el Santo: Temo que sea
demasiado joven y que el |
pobrecito no sabrá ganarse
la vida. |
Apostolado |
y animales |
Un devoto penitente
francés le regaló dos jilgue- |
ros y un canario que
cantaban de maravilla. El |
Santo los aceptó, pero a
condición de que el mismo |
joven fuese cada día a
darles de comer. De este |
modo obtuvo que, poco a
poco, el generoso donante |
pasara de un cristianismo
mediocre a una vida de |
servidor fervoroso del
Señor. |
San Felipe Neri, además
del perro Capricho, |
que entraba y salía de San
Jerónimo y pasaba las |
noches tendido a la puerta
del cuarto de su nuevo |
amo, tenía una gata, la
cual, cuando en los últimos |
años se traslado de San
Jerónimo de la Caridad, |
cuna del Oratorio, a la
Vallicella, no quiso seguirle |
a la nueva morada. Sin
embargo, san Felipe orde- |
nó que todos los días
fuese alguien a su vieja man- |
sión, para llevar comida a
la gata y se interesara |
16 |
por ella. San Felipe se
burlaba de la gente dedicada |
a cosas demasiado
importantes, a la vanidad de |
personajes y de sabios, y
quería que los suyos des- |
cendieran a las cosas
sencillas. En ello se empleaba, |
y, cuanto más sabios eran
o más distinción afecta- |
ban, mayores acciones y
ejercicios de humildad les |
imponía, para curarles del
orgullo que, con frecuen- |
cia, se ceba precisamente
en los buenos y adorna- |
dos de cualidades. El
cuidar de esos animalillos |
servía muy bien a su
pedagogía espiritual. Acepta- |
ba siempre los que le
regalaran, y los enviaba en- |
seguida a alguno de sus
penitentes para que tuviera |
cuidado de ellos; tanto
mejor si lograba colocarlos |
a personas distinguidas,
si le habían insistido en |
pedirle que podrían hacer
por él: los mandaba ir |
a ayudar al cuidado de los
enfermos en los hospi- |
tales, entonces muy
desatendidos, a hacer limosna, |
o a cuidar algún
animalito, según las capacidades. |
El accidente |
de borrico |
Pero san Felipe desde niño
tuvo amor a los ani- |
males. Sabemos que una vez
que sus parientes fue- |
ron a Castelfranco, cerca
de Florencia, de donde |
eran originarios sus
familiares, en un corral encon- |
tró suelto un borrico y se
montó en él. Felipe, en |
este caso, no resultó ser
un buen jinete, y el asno y |
él mismo fueron a caer en
un foso, por fortuna no |
muy profundo. Una vecina
se dio cuenta del suceso |
cuando vio abajo al
jumento encima del niño, del |
que sólo aparecía un brazo
extendido. Le creyeron |
muerto; pero al sacar al
animal y al niño pudieron |
comprobar que ambos
estaban sanos, y Felipe no |
recibió ni una sola coz,
seguramente porque el ani- |
mal tampoco se sintió
maltratado. |
Estrellitas de |
los caminos |
Durante sus largas
caminatas nocturnas hacia |
la campiña romana, se
admiraba de la fosforescen- |
cia de las luciérnagas,
como pequeñitas estrellas flo- |
tando en el aire a la
orilla de los caminos que le |
llevaban a las catacumbas
romanas de los mártires. |
Así lo recordaba de mayor
y reñía a quienes las pi- |
17 |
saban en los bosques,
cuando se hacía alguna ex- |
cursión en el Oratorio. |
Tenía dos pájaros en su
habitación, con la jaula |
siempre abierta, y
entraban y salían alegremente. |
El vuelo |
al cielo |
Próximo a morir aquel
cortesano que abandono |
el "far
carriera" a la sombra del influyente carde- |
nal al que Felipe robó
―en frase de un coetáneo― |
palaciegos y animales, san
Felipe entró en el cuar- |
to donde yacía y le llevó
uno de los jilgueros, el |
cual, de las manos de
Felipe, revoloteó hasta la al- |
mohada del moribundo y se
posó un instante sobre |
la frente del enfermo,
extendiendo sus alas, acari- |
ciándole el rostro. El
enfermo sonrió, Felipe lo ben- |
dijo, y el pajarillo
levantó el vuelo, como si acom- |
pañara la primera
elevación del alma que acababa |
de expirar de aquel hijo
espiritual del Santo. |
Los animales son
inocentes, son criaturas de |
Dios, decía san Felipe,
San Felipe Neri no pensaba |
en la utilidad y
explotación de los seres inferiores |
al hombre, sino en la
bondad y belleza que refleja- |
ban, como obra del
Creador. San Felipe Neri no |
era un ser melindroso y
extravagante, sino profun- |
damente sensible, que veía
la huella de Dios en to- |
das las cosas, las cuales,
cuanto más naturalmente |
se contemplan, más
fácilmente despiertan la admi- |
ración que la inteligencia
del hombre puede sentir |
ante ellas, y mayor la
gratitud hacia el hacedor de |
todo lo creado. |
El Evangelio |
En una época en la que la
eficacia mundana y |
la fabricación de
grandezas parece que también |
quisiera presentarse como
garantía o señal de san- |
tidad, es oportuno
recordar a los verdaderos santos, |
parecidos al Señor, que
alababa las flores de los |
campos y las aves del
cielo, y los propone como |
ejemplo de humildad y de
confianza en la divina |
providencia, a pesar de
ser criaturas inferiores res- |
pecto al hombre. Todo lo
cual es más que poesía, |
aunque siempre andemos
escasos de poetas puros. |
18 |
«Para comprender |
el ecumenismo» |
ÉSTE es el título de la
obra es- |
crita por el teólogo
dominico |
Juan Bosch y publicada
hace |
unos meses por la
editorial Verbo |
Divino. Nos parece
oportuno men- |
cionarla aquí, no
solamente por su |
mérito, sino también
porque en el |
mes de enero de cada año
todas |
las Iglesias dedican una
«Semana |
de Oración por la Unidad
de los |
Cristianos»: nada mejor
que una |
buena introducción como
ésta para |
acercarnos con la mente y
el cora- |
zón al ecumenismo, ese
«movi- |
miento suscitado por el
Espíritu |
Santo y dirigido a
restaurar la uni- |
dad de todos los
cristianos» —así |
lo describe el Concilio
Vaticano |
II—, pero que quizá no
conocemos |
ni apreciamos lo
suficiente. |
El libro comienza
delimitando al- |
gunos conceptos básicos
—ecume- |
nismo, unidad,
diálogo― usados |
frecuentemente con poca
precisión |
e incluso banalizando su
auténtico |
significado, profundo y
comprome- |
tedor porque tiene que ver
con los |
planes de Dios y con
nuestra dis- |
ponibilidad para acoger y
cons- |
truir su reino. Sigue una
presenta- |
ción de las causas
históricas y la |
situación actual de
división de los |
cristianos en Iglesias
separadas, |
hecho manifiestamente
contrario a |
la voluntad de Cristo y
obstáculo |
para la predicación del
Evangelio |
(cf. Jn 17, 21: «que todos
sean uno… |
para que el mundo crea»).
Los tres |
últimos capítulos se
centran en |
quien es el verdadero
protagonista |
del movimiento ecuménico:
el Es- |
píritu Santo de Dios, que
inspira |
él afecto recíproco y la
plegaria |
conjunta, hace surgir
instituciones |
que encarnan la comunión
ya exis- |
tente, e impulsa a todos
los cristia- |
nos hacia la verdad plena
y la uni- |
dad perfecta. |
Pero esta unidad, según
las céle- |
bres palabras de Paul
Couturier, |
tendrá «la forma que Dios
quiera» |
y llegará «en el momento y
por los |
medios que él quiera»...
¿Hemos de |
dar la razón, entonces, a
los que |
piensan que el ecumenismo
«no |
sirve para nada» o que, en
todo |
caso, sólo tiene sentido
si lo referi- |
mos al final de los
tiempos? Ello |
supondría recaer una vez
más en |
la visión utilitaria y
pragmática |
―mundana― que
con tanta fre- |
cuencia aplicamos a las
cosas de |
Dios, las cuales, sin
embargo, no |
pueden ser objeto de
cálculo ni de |
política alguna, aun
eclesiástica, si |
no queremos pervertir la
pureza |
del Evangelio. El
ecumenismo es, |
tal como nos hace ver J.
Bosch, un |
acto de obediencia a la
voluntad |
del Señor, de docilidad y
confianza |
en la acción del Espíritu,
y de ca- |
ridad hacia nuestros
hermanos en |
Cristo. |
19 |
En los últimos cuatro o
cinco siglos, se da un modo de hablar |
un tanto intelectualista.
Esta tendencia a la abstracción no |
existía en la Iglesia
primitiva, más viva y concreta, y menos |
todavía en la Biblia. Se
comenzó a insistir en las verdades |
abstractas en el siglo VI,
con el catecismo. En la actualidad, |
los medios de comunicación
nos muestran que un cierto |
lenguaje abstracto no es
el mejor o, por lo menos, no puede |
ser el único. Conviene un
lenguaje que sea concreto, vivo, que |
pueda cambiar el corazón;
un lenguaje de corazón a corazón. |
Tenemos necesidad de la
verdad, de su misma presencia, |
sensible, emocional, y en
perfecta autenticidad, en limpieza |
expresiva, en la claridad
de lo que se pretende. Por |
consiguiente, no podemos
usar los medios de comunicación |
reducidos a formas de
publicidad. Es preciso ser muy claros |
respecto a esto. La
Iglesia es, por encima de todo, el pueblo de |
los que creen en
Jesucristo; es un pueblo concreto de gente que |
tiene fe, y que vive y
muere por esta fe. |
Carlo M. Martini, |
card. arz. de Milán |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 10.2.92 |
20 |
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