Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 282. MARZO-ABRIL. Año 1992
SUMARIO
DEJARNOS convencer por el amor que Dios nos
tiene, y que nos ha demostrado. Dejarnos con-
vencer por el amor para saber amarle, su-
perando fantasías inútiles, sentimentalismos
hueros, angustias y miedos que paralizan la acción
de la gracia cuando nos empuja a la apertura hu-
milde, agradecida y gozosa a la oferta divina. Es
decir, convertirnos al amor, puesto que Dios nos ha
amado según la medida del amor de su Hijo, Cristo
Señor nuestro.
LA CRUZ DE CRISTO, MEDIDA DEL MUNDO
EL CORAZÓN
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
RESPONDER A DIOS
SACERDOCIO
DECÁLOGO DE LA NO-VIOLENCIA
1 (21)
LA CRUZ DE CRISTO,
MEDIDA DEL MUNDO
La muerte de la Palabra de Dios hecha carne es nuestra
gran lección sobre cómo pensar y cómo hablar de este
mundo. Su cruz ha dado su verdadero valor a todas las
cosas que vemos, a todas las fortunas, a todas las
ventajas, a todos los rangos, a todas las dignidades, a
todos los placeres; a la concupiscencia de la carne, a la
concupiscencia de los ojos y al orgullo de la vida. Ha
puesto precio a las conmociones, a las rivalidades, a las
esperanzas, a los temores, a los deseos, a los esfuerzos, a
los triunfos de los hombres mortales. Ha dado un sentido
al curso variado y oscilante de esta condición terrena, a
las pruebas, tentaciones y sufrimientos. Ha unido y dado
coherencia a todo lo que parecía discordante y sin
objetivo. Nos ha enseñado cómo vivir, como usar de este
mundo, con qué contar, qué desear, qué esperar. Es el
acorde final en que van a resolverse en definitiva todos
los temas y melodías de la música de este mundo... Así,
en la cruz, y en aquel que cuelga de ella, convergen
todas las cosas; todas están a su servicio y todas lo
necesitan. Es su centro y su interpretación. Porque él fue
levantado en ella para que pueda atraer a todos los
hombres y a todas las cosas hacia sí.
John H. Newman, C. O.
2 (22)
El corazón
LOS PRIMEROS escritores cristianos, cuando se referían al corazón, no lo hacían
en el sentido físico de órgano impulsor de la circulación de la sangre. Lo toma-
ban, generalmente, como asiento de la vida psíquica, tanto en sentido natural
como sobrenatural. Vida afectiva, vida de la inteligencia, sede de la voluntad
que se decide por el bien o por el mal, donde se acrisola y hace diamantina la fide-
lidad o donde la obstinación se endurece, donde el amor nace o la sombra del odio y
de los egoísmos lo enturbian y destruyen.
Por todo esto, en la Biblia y en los santos, el corazón ha servido para represen-
tar el lugar de donde parte el verdadero culto a Dios, el amor a él y al prójimo, la
intimidad donde él se encuentra con nosotros y desde la que nos habla. Es decir, el
corazón como centro de la vida y templo interior donde se inicia la vida de Dios en
nosotros, haciéndose luz de verdad y elocuencia de su amor; allí donde «el corazón
habla al corazón» ―«Cor ad cor loquitur»―. En una palabra, allí donde Dios se hace
centro en la vida del hombre, donde Dios se hace corazón y habla al nuestro.
Muchos hombres temen auscultar el propio corazón, porque temen que Dios les
hable y se muestre exigente con ellos. Temen que Dios les obligue, o les seduzca, y
buscan distraerse para evitar oír el aldabonazo divino. Tal vez cubiertos de cosas,
ricos de objetos y máquinas, blandos de comodidades y placeres, o solamente codi-
ciosos y envidiosos de todo esto, si les falta, siguen en la miseria de su corazón frío
y vacío, aunque se atrevan a pronunciar la palabra "amor" como burbuja hueca que
se rompe en el aire, como todos los adornos inútiles. De corazón a corazón. Entender
el corazón para entender la vida. Pero entender la vida como ejercicio de amor ver-
dadero. Entender para amar, y también amar para entender. No entenderá jamás na-
da de Dios el que no sea capaz de amor y, por lo tanto, de amarle. No entenderá el
sentido de la vida, los caminos de la humanidad, el que no ame a los hermanos. Siem-
pre, el problema será el corazón: el corazón que ha de entender y que ha de hablar
su propio amor, que ése es su lenguaje. El corazón que hable al corazón; el centro
3 (23)
de la vida al centro de la vida. De Dios al hombre y del hombre a Dios y al hombre.
Sólo el corazón será capaz de hablar al corazón.
Ni egoísmo ni debilidad, ni dureza ni sentimentalismo, sino la vida y la fuerza
del amor, del corazón. Entonces habrá idealistas, insobornables ante las codicias te-
rrenas; libres, ágiles y gozosos para oír y hablar de corazón a corazón, a Dios y a los
hombres. Ésa fue la divisa de Newman cuando hubo de poner lema a un escudo: «Cor
ad cor loquitur».
CONFERENCIAS
CUARESMALES
LUNES,
MARTES
Y MIÉRCOLES,
DÍAS 13, 14 Y 15 DE ABRIL,
A LAS 8'30 DE LA TARDE
VIRTUDES
Y VIDA ESPIRITUAL
CRISTIANA
4 (24)
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
LA EXPERIENCIA
DE LA CONCIENCIA
Todo hombre, tenga noticia o no
del Salvador del mundo..., posee
dentro de sí un mandato que le
obliga; no se trata de un mero sen-
timiento, no es solamente una opi-
nión, una sensación o un determi-
nado punto de vista sobre las cosas,
sino una ley, una voz que se impo-
ne con autoridad y que le obliga a
hacer ciertas cosas y a evitar otras.
No digo que sus mandatos concre-
tos sean siempre claros, o que apa-
rezcan siempre en armonía recí-
proca; pero insisto en que exige
obediencia: aprueba, acusa, prome-
te, amenaza, empuja a una acción
futura, presencia lo que los ojos
no ven. Es más que el mismo yo
del hombre. El hombre no tiene
poder sobre ella, a no ser que fuer-
ce la naturaleza; él no la creó, y no
puede hacerla desaparecer. (Un fe-
nómeno universal, O. S., 64).
Esto es la conciencia. Es su exis-
tencia misma la que, de un modo
natural, nos encamina hacia un ser
exterior ―de otra manera, ¿de
dónde procede?― y también su-
perior a nosotros —de otra mane-
ra, ¿de dónde su perentoriedad
misteriosa y molesta?― Sin entrar
ahora en la cuestión de "qué dice",
lo que deseo señalar es cómo su
sola existencia nos hace salir de
nosotros mismos para ir a indagar,
en la altura y en la profundidad,
por aquel de quien la voz procede.
(El sentido de la conciencia. O. S.,
65).
Digo, pues, que la naturaleza del
Ser supremo tiene carácter ético,
por decirlo en nuestro lenguaje hu-
mano. Posee los atributos de jus-
ticia, verdad, sabiduría, santidad,
bondad y misericordia como ca-
5 (25)
racterísticas eternas de su natura-
leza, como ley de su propio ser,
idéntica a sí mismo. Cuando dio
comienzo a la creación, implantó
esta Ley, que es él mismo, en la
mente de todas sus criaturas racio-
nales. (La conciencia es la fuente
de la ley natural. Diff., II, 246-247).
La conciencia no es un egocen-
trismo calculador, ni tampoco el
deseo de ser consecuente con uno
mismo, sino el mensajero de aquel
que, tanto en el ámbito de la natu-
raleza como en el de la gracia, nos
habla a través de un velo, y nos
enseña y dirige mediante sus re-
presentantes. La conciencia es el
primero de los Vicarios de Cristo.
(La supremacía de la conciencia.
Diff., II, 248)
La conciencia es un instructor
exigente, pero en este siglo ha sido
reemplazada por un impostor del
que los dieciocho siglos anteriores
no tuvieron noticia ―y a los que
no habría engañado, si lo hubieran
conocido―: el derecho de hacer la
propia voluntad. (El enemigo de la
conciencia. Diff., II, 250).
Acabo de referirme al menospre-
cio y aborrecimiento que un espí-
ritu cultivado siente hacia deter-
minados vicios, del enorme dis-
gusto y la profunda humillación
que sufriría si sucumbiera de al-
guna manera a ellos. Ahora bien,
este sentimiento puede tener su
raíz en la fe y en el amor, pero
puede también no tenerla aquí. En
realidad, no hay nada de religioso
en él, si lo consideramos por sí
mismo. Es verdad que la concien-
cia está implantada en nosotros
por naturaleza, y que nos inspira
tanto el temor como la vergüenza;
ahora bien, cuando el espíritu úni-
camente se enfada con él mismo,
lo que sucede es que ha quedado
olvidado el verdadero sentido de
la voz de la naturaleza y la serie-
dad de sus advertencias, y que una
filosofía falsa ha malinterpretado
las reacciones que deberían con-
ducirnos a Dios. El temor supone
la transgresión de una ley, y una
ley supone un legislador y un juez;
sin embargo, la tendencia de la
cultura intelectual es convertir el
temor en autorreproche, el cual no
puede ir más allá de una percep-
ción primaria sobre lo adecuado y
lo conveniente. (Un disfraz de la
conciencia. Idea, 191).
Me siento en su presencia. Él me
dice: «Haz esto; no hagas aquello».
Puedes asegurarme que este man-
dato es solamente una ley de mi
naturaleza, como lo es alegrarse o
estar apenado. No puedo aceptarlo.
6 (26)
No: es el eco de una persona que
me habla. Nada me persuadirá de
que, en último término, no procede
de alguien que no soy yo mismo.
Lleva en él la marca de su origen
divino. Mi naturaleza se sitúa ante
él como ante una persona. Cuando
le obedezco, siento temor; cuando
le desobedezco, dolor. Es el mismo
sentimiento que tengo cuando com-
plazco u ofendo a un amigo a quien
quiero. (Una descripción de la con-
ciencia. Call., 314).
El reflejo del cielo y de las mon-
tañas en el lago es una prueba de
que el cielo y las montañas lo ro-
dean. Pero el crepúsculo, la niebla
o la tormenta repentina hacen de-
saparecer esta bella imagen, que
no deja tras de sí rastro alguno...
¿Puede alguien negar la existencia
de la conciencia? ¿Quién no siente
la fuerza de sus mandatos? Y, sin
embargo, ¡con cuánta facilidad se
disipan las evidencias más claras
en materia moral! ¡Cómo puede re-
ducirse a la nada un determinado
precepto cuando no nos lo toma-
mos seriamente! Tan pronto como
se apaga en nuestro semblante el
reflejo de la limpieza del alma, de-
saparece de nosotros el temor al
pecado. Y es entonces cuando nos
decimos: «Se trata sólo de supersti-
ciones». (La fragilidad de la con-
ciencia. Idea, 514).
Si no fuera por esta voz que habla
tan claramente en mi conciencia y
en mi corazón, me convertiría en
un ateo, un panteísta o un politeís-
ta al contemplar el mundo. Hablo
únicamente por mí mismo, y estoy
lejos de negar la fuerza de los argu-
mentos en favor de un Dios único
construidos a partir de los hechos
generales de la sociedad humana
y del curso de la historia. Estos ar-
gumentos, sin embargo, no me con-
fortan ni me iluminan. (La fideli-
dad a la conciencia es el camino
hacia la verdad. Apo., 241).
El orden de las causas físicas es
mucho más tangible y gratificante
que el de las causas últimas. Por
ello, a no ser que haya un interés
previo e independiente en el in-
vestigador que le impulse a consi-
derar los fenómenos que apuntan
a un Creador inteligente, indagará
sin duda aquellos otros que con-
ducen a la hipótesis de un orden
natural fijo y de leyes que se ex-
plican por sí mismas. Ciertamente,
es una cuestión de gran importan-
cia dilucidar si, desde el punto de
vista filosófico, el ateísmo es tan
coherente con los fenómenos del
mundo físico como la doctrina que
afirma la existencia de un poder
creador y rector del mundo. Ahora
bien, estamos hablando de los fe-
nómenos físicos considerados en
7 (27)
ellos mismos, es decir, haciendo
abstracción de los fenómenos psi-
cológicos, las consideraciones mo-
rales y los principios que las ex-
plican, y también de la idea de
Dios que surge en la mente por esti-
mulo del ejercicio intelectual. (De-
bemos tener disposiciones morales
rectas. U. S., 194-195).
La conciencia es, efectivamente,
nexo entre la criatura y su Crea-
dor; la adhesión más perfecta a las
verdades teológicas se adquiere
mediante los hábitos de la religión
personal... Ese tal se hallará en su
presencia como ante una Persona
viva, y será capaz de conversar
con él, y ello de forma directa y
sencilla, con una confianza e inti-
midad tales... que es difícil decir
si nosotros sentimos la compañía
de nuestros semejantes con más in-
tensidad que la que hace capaces
a estos espíritus privilegiados de
contemplar y adorar al Creador
invisible e inabarcable. (Se requie-
re una mente pura y sensible. G. A.,
117-118).
Esta Palabra que encontramos en
nuestro interior no sólo nos ins-
truye hasta un determinado límite,
sino que conduce nuestras mentes
más allá, al pensamiento de un
Maestro invisible... En la medida
en que escuchemos la Palabra y la
pongamos por obra, no solamente
aprenderemos más de ella, no sólo
sus preceptos aparecerán con ma-
yor claridad, sus enseñanzas se nos
harán más ricas y sus principios
más consistentes, sino que, además,
esta voz será cada vez más intensa,
y aumentará en autoridad y fuerza.
Es cierto: a quienes usan lo que
tienen, se les da más. Han comen-
zado por la obediencia y conti-
núan hasta llegar a la percepción
íntima del Dios único, a creer en
él. Esa voz interior que hay que
seguir es su testimonio. Y de esta
manera el hombre cree en su exis-
tencia, no porque otros así lo afir-
man, no meramente por la palabra
humana, sino por una aprehensión
personal de la verdad. (La mente
del hombre está dotada para reco-
nocer a Dios. O. S., 65-66).
Creer en Dios es creer en la exis-
tencia y en la presencia de alguien
que es todo santidad, todo poder y
todo gracia. ¿Cómo puede un hom-
bre creer en él y, sin embargo, no
entregarse a su servicio, obede-
ciéndole? Es casi una contradic-
ción en los términos. De aquí que
incluso las religiones paganas ha-
yan considerado siempre que fe y
reverencia son una misma cosa.
(Creer en Dios comporta entregarse
a él. P. S., VIII, 5).
8 (28)
Sucede que muchas veces los hom-
bres no pueden discernir hasta qué
punto se trata de mandatos de esta
Guía interior verídica o bien de
insinuaciones procedentes de una
fuente meramente terrena. Así,
pues, el don de la conciencia sus-
cita el deseo de algo que ella mis-
ma no puede proporcionar del to-
do…, y provoca una sed, un anhelo,
por conocer a este Señor invisible,
soberano y juez, que habla a los
hombres en secreto, susurra en sus
corazones y les comunica algunas
cosas, pero no de un modo tan cer-
cano como ellos desean y necesi-
tan. De este modo... el hombre
religioso que no ha recibido la
bendición de la enseñanza infali-
ble de la Revelación es llevado a
esperar en ella. (¡Señor, que vea!
O. S., 66).
Cuanto más se esfuerza uno en
obedecer su conciencia, más se
alarma de sí mismo, porque se da
cuenta de lo imperfecta que es su
obediencia. Pero, además, mien-
tras progresa en su autoconoci-
miento, comprende cada vez con
más intensidad que la voz de la
conciencia no tiene nada de ama-
ble ni de misericordioso. Es severa
e incluso inflexible y dura. No ha-
bla de perdón, sino de castigo; ha-
ce pensar en un juicio futuro, pero
no dice cómo evitarlo. (Avanzan
quienes están insatisfechos con ellos
mismos. O. S., 67).
La guía de la vida implantada en
nosotros mismos, que discierne el
bien y el mal y dota al bien de au-
toridad y del poder de obligar: he
aquí nuestra conciencia, que la
Revelación no hace sino iluminar,
fortalecer y purificar. Estos dos
preceptores, uno interior y otro
exterior, provienen del único Au-
tor, y por ello se reconocen y se dan
testimonio recíprocamente. (Con-
ciencia y Revelación. H. S., III, 79).
La precedente serie de pensamientos extraídos de las obras de John
Henry Newman está recogida en el libro THE MIND OF CARDINAL
NEWMAN, preparado por el P. Charles Stephen Dessain, del Orato-
rio de Birmingham, fundado por el mismo Newman. Con el título EL
COR PARLA AL COR y precedido de una introducción escrita por
monseñor Jean Honoré, arzobispo de Tours, se hizo una edición ca-
talana, preparada por el «Newman Centre», de Valencia, y publicada
por Editorial Claret, de Barcelona, que ha tenido muy buena acepta-
ción. Ello coincidía con la celebración del Centenario de la muerte de
Newman (1801-1890). Mientras preparamos la correspondiente edi-
ción castellana, iniciamos aquí la publicación para nuestros lectores.
9 (29)
RESPONDER A DIOS
CRISTO nos llama a lo largo de toda nuestra vida. Nos
llamó al principio en el bautismo y también más
tarde; obedezcamos o no a su voz, de manera miste-
riosa, nos sigue todavía llamando. Si faltamos a las
promesas del bautismo, nos llama al arrepentimien-
to; si nos esforzamos por cumplir nuestra vocación, siempre
nos impulsa hacia adelante, de gracia en gracia, y de santidad
en santidad, mientras nos dure la vida.
A todos se nos llama sin cesar de una cosa a otra, siem-
pre para ir más lejos, «que no tenemos aquí morada perma-
nente» (Hebreos, 13, 14), sino que vamos subiendo hacia lo
eterno, amoldándonos a una disposición de Dios sólo para
disponernos a recibir otra. Nos llama constantemente a fin de
justificarnos sin cesar, y sin cesar hacernos más santos y más
capaces de participar de su gloria.
Sería estupendo comprender esto. Pero somos lentos en
darnos cuenta de esta gran verdad: que Cristo camina en
cierto modo como entre nosotros, y con sus manos, sus ojos y
su voz nos impulsa a seguirle...
Sucede que, entre las ideas que son en sí buenas, algu-
nas lo son sólo en parte, otras son imperfectas, otras andan
muy mezcladas con el mal; y una sola es la mejor. La verdad
es una sola, la verdad perfecta; nadie sabe cuál es, tal vez ni
los que la posean. Pero Dios sí la conoce, y nos va conducien-
10 (30)
do hacia esta sola y única verdad. Conduce a los redimidos,
impulsa a los elegidos, a cada uno y a todos, hacia el único y
perfecto conocimiento y obediencia de Cristo, aunque no sin
su cooperación, sino por incitaciones que deben ser secunda-
das; si no lo son, pierden su rango y se rezagan en su camino.
O también sucede algo que nos fuerza a tomar partido
por Dios o contra Dios, porque el mundo nos hace una oferta
tentadora, o porque se nos amenaza con algún reproche o
descrédito, o porque se nos piden sacrificios, o bien tenemos
que decidir у confesar dónde está el error y dónde está la
vanidad. Lo cierto es que, aunque contamos con lo necesario
para obrar como Dios querría vernos obrar, lo hacemos su-
midos en el temor y perplejidad. No vemos claro nuestro ca-
mino, no adivinamos el resultado de cuanto hemos hecho, ni
qué influencia tendrá sobre el conjunto de nuestras ideas y de
nuestra conducta; y, sin embargo, las consecuencias pueden
ser muy importantes. Una leve acción que se nos pide repen-
tinamente, que decidimos y ejecutamos casi al instante, puede
ser la puerta de entrada al segundo o tercer cielo, el paso a un
estado de santidad más elevado, a una visión de las cosas más
conforme con la verdad que la que hasta entonces teníamos.
Hay una cosa cierta: algunos hombres se sienten llamados
a cumplir deberes graves y a realizar grandes obras, mientras
que a otros no parece que se les exigen. Ignoramos la razón:
11 (39)
quizá porque los no llamados traicionan la llamada por haber
sucumbido en pruebas anteriores, porque fueron llamados
y no obedecieron; quizá porque Dios, aunque a todos da su
gracia, no elige a todos para lo mismo. Lo cierto es que ocu-
rre así: uno ve cosas aparatosas que permanecen ocultas a
otro, o tiene una fe más grande, un amor más ardiente, una
inteligencia espiritual más desarrollada. Pero, sea como sea,
nadie tiene derecho a tomar como ideal de su santidad el
ideal inferior de otro.
No temamos, por lo tanto, al orgullo espiritual cuando
seguimos la llamada de Cristo, si le seguimos con verdadero
celo. Si nuestro celo es auténtico, nos faltará tiempo para en-
tretenernos en comparaciones con el prójimo: la inquietud
sobrenatural que suscita es incompatible con el orgullo. El
celo busca, simplemente, hacer la voluntad de Dios. Y dice
con sencillez: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (I Sa-
muel, 3, 9); «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hechos, 9, 6).
John H. Newman, C. O.,
P.S., VIII, 2
ORACIÓN, AYUNO, LIMOSNA.
ORACIÓN.— Hay cristianos que nunca o apenas hablan con Dios.
O lo hacen sólo para pedirle, no para entregarse a él, para
conocerle mejor, para amarle de corazón.
AYUNO.— Cristianos que no comen para vivir, sino que viven
pendientes del gusto, hasta hartarse, de cabeza al pesebre,
esclavos de la gula. Nunca levantarán su corazón al cielo, nunca
serán espirituales, dice san Felipe.
LIMOSNA.— También cristianos que no dan ni se dan, a quienes
el nombre del Señor les sirve de adorno, o les trae provecho:
cristianos para quienes Dios es otro egoísmo.
¿Cuándo nos convertiremos, hasta cambiar de pensamiento y de
corazón?
12 (32)
SACERDOCIO
NO se puede negar el interés o curiosidad que
despiertan los hechos religiosos y, en parti-
cular, la figura del sacerdote cristiano. Los
equívocos con que se tropieza al juzgarlo dependen,
en buena parte, de que los que miran al sacerdote
no siempre saben ponerse en el punto de vista exac-
to para juzgar su realidad y, en general, la realidad
religiosa.
Con independencia de la fundamentación evan-
gélica del sacerdocio cristiano ―que es a la que
habría que referirse en todo momento―, existen
imágenes históricas, no solamente eclesiásticas, sino
paganas y judías, de las que no se está totalmente
purificado y a través de las cuales se mira y confun-
de la verdadera realidad cristiana. Puede seguirse,
a través de la historia de la Iglesia, todos los esfuer-
zos que, a partir del Evangelio, se han realizado
para acercarse a esta realidad: el celo de los pasto-
res, la vida de los santos, las órdenes religiosas y
los movimientos que despertaron nos lo atestigua-
rían. A pesar de todo, el sacerdocio cristiano se
mueve en medio de una realidad humana, que le
condiciona e influye, a la vez que también él influ-
ye y penetra en esta misma realidad en evolución,
marcada ya inevitablemente por el cristianismo.
Aunque se erijan con críticas o atacando a la
Iglesia, cada vez que al hacerlo defiendan ideas
13 (33)
de libertad, igualdad, fraternidad, paz, justicia,
unión, patria universal, hermandad de todos los
hombres, y otras, no pueden hacerlo sin reproducir
ideas cristianas, bien que no explicitadas. Al final,
inevitablemente, los caminos volverán a encontrar-
se. Lo dijo Cristo: Otros vendrán de Oriente y Oc-
cidente... 
Sacerdocio pagano
Primitivamente, las funciones cultuales y profé-
ticas eran realizadas por los jefes de los clanes o
tribus, o por carismáticos esporádicos. En la civili-
zación agrícola, al tener que dividirse el trabajo,
surgió la clase sacerdotal. Era competencia de la
misma ocuparse de los mitos, del derecho y de la
organización de la vida social. Función muy rela-
cionada con el ejercicio del poder; y como el poder
va unido a la riqueza, el sacerdocio pagano consti-
tuía una clase rica. Presidía; pero estaba separado
del pueblo, no sólo por esta diferencia social ―el
pueblo siempre ha sido pobre―, sino también por
la tendencia a la separación acusada entre lo con-
siderado sacro y lo profano: el mundo era consi-
derado cada vez más impuro y dependiente de fuer-
zas misteriosas y fatales. En medio de esta visión
pesimista, la clase sacerdotal, y solamente ella, te-
nía acceso a lo sagrado y desde allí ejercía su po-
der mágico. En realidad era el reflejo de la situa-
ción del mundo anterior a Jesucristo; un mundo
roto, separado de Dios.
Sacerdocio judío
El sacerdocio judío, frente al pagano, supone
un cambio trascendental: en él existe un poder per-
sonal de Dios, de modo que el hombre no puede
disponer de sí mismo de manera mágica: es él el
que está a disposición de Dios y abierto totalmente a
su poder. Ciertamente que el sacerdocio judío no es-
tará libre de las tentaciones paganas; pero la profe-
cía lo advierte, y salva de caer, una y otra vez, en el
sacerdocio mágico-ritualista del paganismo.
14 (34)
Existe una visión optimista de lo sagrado; todo
el pueblo de Israel es el pueblo santo de Yahvé.
Ello no obstante, existen limitaciones, como la de
una casta sacerdotal vinculada a la tribu de Leví,
al linaje de Aarón y a la familia de Sadoc (el sumo
pontífice); existe, todavía, la separación entre sa-
grado y profano; el ejercicio del poder no es ajeno
u la institución sacerdotal, de modo que, cuando
desaparece la monarquía, es la clase sacerdotal la
que toma el poder total sobre el pueblo y da lugar
al régimen teocrático.
Sacerdocio
de Cristo
En el Nuevo Testamento se nos presenta una fi-
gura de Cristo radicalmente diferente de la del sa-
cerdote judío: Jesús no pertenece a la casta sacer-
dotal ni a la tribu de Leví; aparece independiente
del poder sacro tanto como del político; se opone
a una interpretación abusiva de la Ley; posee una
dimensión profética inaudita y habla con el poder
de Dios; rompe la anquilosis farisaica y es recha-
zado como un cuerpo extraño por los que habían
organizado la predilección divina de su pueblo.
Se trata de un sacerdocio único y eterno; es Él
este único sacerdote. No ofrece en sacrificio cosas
materiales ni externas: se ofrece a sí mismo y se da
por amor. Este amor causa la reconciliación del
mundo con Dios. El mundo ya está salvado, el pue-
blo ya puede penetrar en el santuario, y desapare-
ce así la separación entre sagrado y profano, por-
que todo queda ya santificado, porque toda la vida,
como dirá san Pablo (Romanos, 12, 1), entera, se
hace materia de sacrificio, y todo el pueblo se hace
pueblo sacerdotal, profético y señor.
Pero para el servicio de este pueblo sacerdotal
ha de existir un ministerio visible, desde el mismo
inicio de la vida de la Iglesia. El Nuevo Testamento,
singularmente el libro de los Hechos de los Apósto-
les, nos habla de este ministerio, que fue la prime-
ra 15 (35)
ORATORIO DE ALBACETE
SEMANA SANTA DE 1992
• 12 de abril,
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR:
Mañana, a las 12, Eucaristía.
Tarde, a las 5'30, Vísperas.
• 13, 14 y 15 de abril,
LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTO:
Mañana, a las 7'45, Laudes y Eucaristía.
Tarde, a las 8'30, Conferencia.
• 16 de abril,
JUEVES SANTO:
Mañana, a las 9, Celebración penitencial y Laudes.
Tarde, a las 8, Eucaristía en la Cena del Señor.
• 17 de abril,
VIERNES SANTO:
Mañana, a las 9, Vía crucis y Laudes.
Tarde, a las 8, Celebración de la Pasión del Señor.
• 18 de abril,
SÁBADO SANTO:
Mañana, a las 9, Oficio de lectura y Laudes.
Tarde, a las 7, Vísperas.
• 19 de abril,
DÍA SANTO DE PASCUA:
Noche del sábado, a las 11, Vigilia Pascual.
Mañana del domingo, a las 12, Eucaristía.
Tarde, a las 5'30, Vísperas.
16 (38)
figura histórica del sacerdocio cristiano. Esta fi-
gura sacerdotal, administradora de los beneficios
inmutables obtenidos por Cristo, irá evolucionan-
do en matices importantes, aunque no esenciales a
su carácter radical; evolución arriesgada, pero be-
néfica, asociada a la extensión del reino de Cristo,
que no es como los reinos de este mundo.
La historia
La última figura histórica que ha llegado hasta
nosotros de este ministerio o sacerdocio cristiano
es, en conjunto, la que salió del Concilio de Trento,
portadora ciertamente de muchos valores contin-
gentes estimables, positivos, pero que, a medida que
ha prosperado la gran crisis de secularización del
mundo, también ella ha entrado en la necesidad de
evolucionar, a pesar de los cuatro siglos de actitu-
des defensivas, hasta desembocar en el Concilio
Vaticano II, el cual, por un lado, habla de la fun-
ción profética del ministerio sacerdotal y, por otro,
del sacerdocio de los fieles.
La figura tridentina, barroca, del sacerdote co-
mo persona relevante en la sociedad, como persona-
je, desaparece; desaparecen igualmente ciertas fun-
ciones sociales, con los honores y privilegios que las
acompañaban; desaparece la apariencia de casta
comprometida con el poder político, desaparece el
altar que sostiene al trono. Se va, en cambio, hacia
una presencia o inserción en la vida: se trata de
una opción de la Iglesia (basta repasar la Gaudium
et Spes), que está más de acuerdo con el fundamen-
to evangélico. Se camina hacia una figura de sa-
cerdocio cristiano que vive más cerca de los hom-
bres, no para mundanizarse, sino para ser sal de la
tierra.
Después de la Pascua de Cristo ya no hay ra-
zón para separaciones, excepto el pecado. Y se vis-
lumbra un pluralismo de figuras que, lejos de redu-
17 (37)
cir la eficacia del ministerio sacerdotal cristiano, la
enriquecerán notablemente.
Basta leer despacio el sermón de la montaña, o
meditar en las tentaciones del desierto, que venció
el primer Sacerdote, Cristo, para darse cuenta de
lo que ha de ser el sacerdocio de hoy. Caen con-
ceptos paganos, anacronismos judíos y polvo de los
siglos; pero cada vez es más nítida, si la referimos
al Evangelio, la figura del sacerdote.
Antes de Juzgar
Los que se atreven a juzgar y a exigir a los sa-
cerdotes de hoy, que miren cerca, en su misma casa,
en su familia; que revisen su conducta, sus ideas,
sus palabras, y deduzcan si, como consecuencia de
la rectitud que las inspira, puede allí despertarse
una auténtica vocación entre los que todavía no
han elegido camino en la vida.
Consagrarse a Dios es todavía más hermoso hoy
que siglos atrás, cuando lo hicieron san Benito, o
san Francisco, o santo Domingo, o san Felipe, o
san Bernardo, o santa Teresa, y tantos otros. Éstos,
dígase lo que se diga, no huyeron del mundo, sino
que lo santificaron. Y eran épocas parecidas a la
nuestra, que llamamos de crisis.
VIERNES SANTO,
a las 9 de la mañana,
VÍA CRUCIS
18 (38)
Decálogo de la no-violencia
«Sé cómo predicar la no-violencia a aquellos que saben
morir; a los que temen la muerte no puedo» (Gandhi).
La comisión de Paz y Reconciliación de la diócesis de Bilbao ha divul-
gado un decálogo, inspirado en los diez mandamientos del no-violento
escritos por el obispo brasileño Hélder Câmara, con aportaciones de Do-
minique Barbé y de Gandhi. Su texto es el siguiente:
1. Meditar todos los días en la predicación y en la vida de Cristo.
2. Tener presente que la acción no violenta tiene por fin la
reconciliación y la justicia, no la victoria.
3. Conservar en mi comportamiento y en mis palabras una actitud
de amor, porque Dios es Amor.
4. Orar todos los días y pedirle a Dios la gracia de ser un
instrumento para que todas las personas puedan ser libres y
hermanas. Orar, especialmente, por los enemigos. «La oración es
la llave de la mañana y el cerrojo de la noche» (Gandhi).
5. Sacrificar mis intereses personales para que todas las personas
puedan ser hermanas.
6. Desobedecer órdenes, leyes y consignas que lleven al
enfrentamiento y alimenten el odio en mi corazón.
7. Pedir perdón por toda palabra cruel o rencorosa que hayamos
podido pronunciar o por todo acto malévolo que hayamos
podido cometer.
8. Nunca matar ni desear la muerte, ni herir a través de
pensamientos, palabras o actos.
9. Saber arriesgar la vida. Dominar el miedo a la muerte. No huir.
Dar la cara.
10. No disimular ni engañar ni actuar con malevolencia ni "por la
espalda" (la no-violencia no puede ser clandestina, se negaría a
sí misma, pues toda su fuerza procede de la verdad. Esto forma
parte de la estrategia no-violenta).
19 (39)
PASCUA CRISTIANA
JUEVES SANTO
a las 8 de la tarde,
CENA DEL SEÑOR
VIERNES SANTO
a las 8 de la tarde,
PASIÓN DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL
noche del sábado, a las 11,
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
LA CELEBRACIÓN CONTINÚA DURANTE EL
DOMINGO DE PASCUA Y EL TIEMPO PASCUAL
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Pl. San Felipe Neri, 1. Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 5.4.92
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