Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 282. MARZO-ABRIL. Año
1992 |
SUMARIO |
DEJARNOS convencer por el
amor que Dios nos |
tiene, y que nos ha
demostrado. Dejarnos con- |
vencer por el amor para
saber amarle, su- |
perando fantasías
inútiles, sentimentalismos |
hueros, angustias y miedos
que paralizan la acción |
de la gracia cuando nos
empuja a la apertura hu- |
milde, agradecida y gozosa
a la oferta divina. Es |
decir, convertirnos al
amor, puesto que Dios nos ha |
amado según la medida del
amor de su Hijo, Cristo |
Señor nuestro. |
LA CRUZ DE CRISTO, MEDIDA
DEL MUNDO |
EL CORAZÓN |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
RESPONDER A DIOS |
SACERDOCIO |
DECÁLOGO DE LA
NO-VIOLENCIA |
1 (21) |
LA CRUZ DE CRISTO, |
MEDIDA DEL MUNDO |
La muerte de la Palabra de
Dios hecha carne es nuestra |
gran lección sobre cómo
pensar y cómo hablar de este |
mundo. Su cruz ha dado su
verdadero valor a todas las |
cosas que vemos, a todas
las fortunas, a todas las |
ventajas, a todos los
rangos, a todas las dignidades, a |
todos los placeres; a la
concupiscencia de la carne, a la |
concupiscencia de los ojos
y al orgullo de la vida. Ha |
puesto precio a las
conmociones, a las rivalidades, a las |
esperanzas, a los temores,
a los deseos, a los esfuerzos, a |
los triunfos de los
hombres mortales. Ha dado un sentido |
al curso variado y
oscilante de esta condición terrena, a |
las pruebas, tentaciones y
sufrimientos. Ha unido y dado |
coherencia a todo lo que
parecía discordante y sin |
objetivo. Nos ha enseñado
cómo vivir, como usar de este |
mundo, con qué contar, qué
desear, qué esperar. Es el |
acorde final en que van a
resolverse en definitiva todos |
los temas y melodías de la
música de este mundo... Así, |
en la cruz, y en aquel que
cuelga de ella, convergen |
todas las cosas; todas
están a su servicio y todas lo |
necesitan. Es su centro y
su interpretación. Porque él fue |
levantado en ella para que
pueda atraer a todos los |
hombres y a todas las
cosas hacia sí. |
John H. Newman, C. O. |
2 (22) |
El corazón |
LOS PRIMEROS escritores
cristianos, cuando se referían al corazón, no lo hacían |
en el sentido físico de
órgano impulsor de la circulación de la sangre. Lo toma- |
ban, generalmente, como
asiento de la vida psíquica, tanto en sentido natural |
como sobrenatural. Vida
afectiva, vida de la inteligencia, sede de la voluntad |
que se decide por el bien
o por el mal, donde se acrisola y hace diamantina la fide- |
lidad o donde la
obstinación se endurece, donde el amor nace o la sombra del odio y |
de los egoísmos lo
enturbian y destruyen. |
Por todo esto, en la
Biblia y en los santos, el corazón ha servido para represen- |
tar el lugar de donde
parte el verdadero culto a Dios, el amor a él y al prójimo, la |
intimidad donde él se
encuentra con nosotros y desde la que nos habla. Es decir, el |
corazón como centro de la
vida y templo interior donde se inicia la vida de Dios en |
nosotros, haciéndose luz
de verdad y elocuencia de su amor; allí donde «el corazón |
habla al corazón»
―«Cor ad cor loquitur»―. En una palabra, allí donde Dios se hace |
centro en la vida del
hombre, donde Dios se hace corazón y habla al nuestro. |
Muchos hombres temen
auscultar el propio corazón, porque temen que Dios les |
hable y se muestre
exigente con ellos. Temen que Dios les obligue, o les seduzca, y |
buscan distraerse para
evitar oír el aldabonazo divino. Tal vez cubiertos de cosas, |
ricos de objetos y
máquinas, blandos de comodidades y placeres, o solamente codi- |
ciosos y envidiosos de
todo esto, si les falta, siguen en la miseria de su corazón frío |
y vacío, aunque se atrevan
a pronunciar la palabra "amor" como burbuja hueca que |
se rompe en el aire, como
todos los adornos inútiles. De corazón a corazón. Entender |
el corazón para entender
la vida. Pero entender la vida como ejercicio de amor ver- |
dadero. Entender para
amar, y también amar para entender. No entenderá jamás na- |
da de Dios el que no sea
capaz de amor y, por lo tanto, de amarle. No entenderá el |
sentido de la vida, los
caminos de la humanidad, el que no ame a los hermanos. Siem- |
pre, el problema será el
corazón: el corazón que ha de entender y que ha de hablar |
su propio amor, que ése es
su lenguaje. El corazón que hable al corazón; el centro |
3 (23) |
de la vida al centro de la
vida. De Dios al hombre y del hombre a Dios y al hombre. |
Sólo el corazón será capaz
de hablar al corazón. |
Ni egoísmo ni debilidad,
ni dureza ni sentimentalismo, sino la vida y la fuerza |
del amor, del corazón.
Entonces habrá idealistas, insobornables ante las codicias te- |
rrenas; libres, ágiles y
gozosos para oír y hablar de corazón a corazón, a Dios y a los |
hombres. Ésa fue la divisa
de Newman cuando hubo de poner lema a un escudo: «Cor |
ad cor loquitur». |
CONFERENCIAS |
CUARESMALES |
LUNES, |
MARTES |
Y MIÉRCOLES, |
DÍAS 13, 14 Y 15 DE ABRIL, |
A LAS 8'30 DE LA TARDE |
VIRTUDES |
Y VIDA ESPIRITUAL |
CRISTIANA |
4 (24) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
LA EXPERIENCIA |
DE LA CONCIENCIA |
Todo hombre, tenga noticia
o no |
del Salvador del mundo...,
posee |
dentro de sí un mandato
que le |
obliga; no se trata de un
mero sen- |
timiento, no es solamente
una opi- |
nión, una sensación o un
determi- |
nado punto de vista sobre
las cosas, |
sino una ley, una voz que
se impo- |
ne con autoridad y que le
obliga a |
hacer ciertas cosas y a
evitar otras. |
No digo que sus mandatos
concre- |
tos sean siempre claros, o
que apa- |
rezcan siempre en armonía
recí- |
proca; pero insisto en que
exige |
obediencia: aprueba,
acusa, prome- |
te, amenaza, empuja a una
acción |
futura, presencia lo que
los ojos |
no ven. Es más que el
mismo yo |
del hombre. El hombre no
tiene |
poder sobre ella, a no ser
que fuer- |
ce la naturaleza; él no la
creó, y no |
puede hacerla desaparecer.
(Un fe- |
nómeno universal, O. S.,
64). |
Esto es la conciencia. Es
su exis- |
tencia misma la que, de un
modo |
natural, nos encamina
hacia un ser |
exterior ―de otra
manera, ¿de |
dónde procede?― y
también su- |
perior a nosotros —de otra
mane- |
ra, ¿de dónde su
perentoriedad |
misteriosa y
molesta?― Sin entrar |
ahora en la cuestión de
"qué dice", |
lo que deseo señalar es
cómo su |
sola existencia nos hace
salir de |
nosotros mismos para ir a
indagar, |
en la altura y en la
profundidad, |
por aquel de quien la voz
procede. |
(El sentido de la
conciencia. O. S., |
65). |
Digo, pues, que la
naturaleza del |
Ser supremo tiene carácter
ético, |
por decirlo en nuestro
lenguaje hu- |
mano. Posee los atributos
de jus- |
ticia, verdad, sabiduría,
santidad, |
bondad y misericordia como
ca- |
5 (25) |
racterísticas eternas de
su natura- |
leza, como ley de su
propio ser, |
idéntica a sí mismo.
Cuando dio |
comienzo a la creación,
implantó |
esta Ley, que es él mismo,
en la |
mente de todas sus
criaturas racio- |
nales. (La conciencia es
la fuente |
de la ley natural. Diff.,
II, 246-247). |
La conciencia no es un
egocen- |
trismo calculador, ni
tampoco el |
deseo de ser consecuente
con uno |
mismo, sino el mensajero
de aquel |
que, tanto en el ámbito de
la natu- |
raleza como en el de la
gracia, nos |
habla a través de un velo,
y nos |
enseña y dirige mediante
sus re- |
presentantes. La
conciencia es el |
primero de los Vicarios de
Cristo. |
(La supremacía de la
conciencia. |
Diff., II, 248) |
La conciencia es un
instructor |
exigente, pero en este
siglo ha sido |
reemplazada por un
impostor del |
que los dieciocho siglos
anteriores |
no tuvieron noticia
―y a los que |
no habría engañado, si lo
hubieran |
conocido―: el
derecho de hacer la |
propia voluntad. (El
enemigo de la |
conciencia. Diff., II,
250). |
Acabo de referirme al
menospre- |
cio y aborrecimiento que
un espí- |
ritu cultivado siente
hacia deter- |
minados vicios, del enorme
dis- |
gusto y la profunda
humillación |
que sufriría si sucumbiera
de al- |
guna manera a ellos. Ahora
bien, |
este sentimiento puede
tener su |
raíz en la fe y en el
amor, pero |
puede también no tenerla
aquí. En |
realidad, no hay nada de
religioso |
en él, si lo consideramos
por sí |
mismo. Es verdad que la
concien- |
cia está implantada en
nosotros |
por naturaleza, y que nos
inspira |
tanto el temor como la
vergüenza; |
ahora bien, cuando el
espíritu úni- |
camente se enfada con él
mismo, |
lo que sucede es que ha
quedado |
olvidado el verdadero
sentido de |
la voz de la naturaleza y
la serie- |
dad de sus advertencias, y
que una |
filosofía falsa ha
malinterpretado |
las reacciones que
deberían con- |
ducirnos a Dios. El temor
supone |
la transgresión de una
ley, y una |
ley supone un legislador y
un juez; |
sin embargo, la tendencia
de la |
cultura intelectual es
convertir el |
temor en autorreproche, el
cual no |
puede ir más allá de una
percep- |
ción primaria sobre lo
adecuado y |
lo conveniente. (Un
disfraz de la |
conciencia. Idea, 191). |
Me siento en su presencia.
Él me |
dice: «Haz esto; no hagas
aquello». |
Puedes asegurarme que este
man- |
dato es solamente una ley
de mi |
naturaleza, como lo es
alegrarse o |
estar apenado. No puedo
aceptarlo. |
6 (26) |
No: es el eco de una
persona que |
me habla. Nada me
persuadirá de |
que, en último término, no
procede |
de alguien que no soy yo
mismo. |
Lleva en él la marca de su
origen |
divino. Mi naturaleza se
sitúa ante |
él como ante una persona.
Cuando |
le obedezco, siento temor;
cuando |
le desobedezco, dolor. Es
el mismo |
sentimiento que tengo
cuando com- |
plazco u ofendo a un amigo
a quien |
quiero. (Una descripción
de la con- |
ciencia. Call., 314). |
El reflejo del cielo y de
las mon- |
tañas en el lago es una
prueba de |
que el cielo y las
montañas lo ro- |
dean. Pero el crepúsculo,
la niebla |
o la tormenta repentina
hacen de- |
saparecer esta bella
imagen, que |
no deja tras de sí rastro
alguno... |
¿Puede alguien negar la
existencia |
de la conciencia? ¿Quién
no siente |
la fuerza de sus mandatos?
Y, sin |
embargo, ¡con cuánta
facilidad se |
disipan las evidencias más
claras |
en materia moral! ¡Cómo
puede re- |
ducirse a la nada un
determinado |
precepto cuando no nos lo
toma- |
mos seriamente! Tan pronto
como |
se apaga en nuestro
semblante el |
reflejo de la limpieza del
alma, de- |
saparece de nosotros el
temor al |
pecado. Y es entonces
cuando nos |
decimos: «Se trata sólo de
supersti- |
ciones». (La fragilidad de
la con- |
ciencia. Idea, 514). |
Si no fuera por esta voz
que habla |
tan claramente en mi
conciencia y |
en mi corazón, me
convertiría en |
un ateo, un panteísta o un
politeís- |
ta al contemplar el mundo.
Hablo |
únicamente por mí mismo, y
estoy |
lejos de negar la fuerza
de los argu- |
mentos en favor de un Dios
único |
construidos a partir de
los hechos |
generales de la sociedad
humana |
y del curso de la
historia. Estos ar- |
gumentos, sin embargo, no
me con- |
fortan ni me iluminan. (La
fideli- |
dad a la conciencia es el
camino |
hacia la verdad. Apo.,
241). |
El orden de las causas
físicas es |
mucho más tangible y
gratificante |
que el de las causas
últimas. Por |
ello, a no ser que haya un
interés |
previo e independiente en
el in- |
vestigador que le impulse
a consi- |
derar los fenómenos que
apuntan |
a un Creador inteligente,
indagará |
sin duda aquellos otros
que con- |
ducen a la hipótesis de un
orden |
natural fijo y de leyes
que se ex- |
plican por sí mismas.
Ciertamente, |
es una cuestión de gran
importan- |
cia dilucidar si, desde el
punto de |
vista filosófico, el
ateísmo es tan |
coherente con los
fenómenos del |
mundo físico como la
doctrina que |
afirma la existencia de un
poder |
creador y rector del
mundo. Ahora |
bien, estamos hablando de
los fe- |
nómenos físicos
considerados en |
7 (27) |
ellos mismos, es decir,
haciendo |
abstracción de los
fenómenos psi- |
cológicos, las
consideraciones mo- |
rales y los principios que
las ex- |
plican, y también de la
idea de |
Dios que surge en la mente
por esti- |
mulo del ejercicio
intelectual. (De- |
bemos tener disposiciones
morales |
rectas. U. S., 194-195). |
La conciencia es,
efectivamente, |
nexo entre la criatura y
su Crea- |
dor; la adhesión más
perfecta a las |
verdades teológicas se
adquiere |
mediante los hábitos de la
religión |
personal... Ese tal se
hallará en su |
presencia como ante una
Persona |
viva, y será capaz de
conversar |
con él, y ello de forma
directa y |
sencilla, con una
confianza e inti- |
midad tales... que es
difícil decir |
si nosotros sentimos la
compañía |
de nuestros semejantes con
más in- |
tensidad que la que hace
capaces |
a estos espíritus
privilegiados de |
contemplar y adorar al
Creador |
invisible e inabarcable.
(Se requie- |
re una mente pura y
sensible. G. A., |
117-118). |
Esta Palabra que
encontramos en |
nuestro interior no sólo
nos ins- |
truye hasta un determinado
límite, |
sino que conduce nuestras
mentes |
más allá, al pensamiento
de un |
Maestro invisible... En la
medida |
en que escuchemos la
Palabra y la |
pongamos por obra, no
solamente |
aprenderemos más de ella,
no sólo |
sus preceptos aparecerán
con ma- |
yor claridad, sus
enseñanzas se nos |
harán más ricas y sus
principios |
más consistentes, sino
que, además, |
esta voz será cada vez más
intensa, |
y aumentará en autoridad y
fuerza. |
Es cierto: a quienes usan
lo que |
tienen, se les da más. Han
comen- |
zado por la obediencia y
conti- |
núan hasta llegar a la
percepción |
íntima del Dios único, a
creer en |
él. Esa voz interior que
hay que |
seguir es su testimonio. Y
de esta |
manera el hombre cree en
su exis- |
tencia, no porque otros
así lo afir- |
man, no meramente por la
palabra |
humana, sino por una
aprehensión |
personal de la verdad. (La
mente |
del hombre está dotada
para reco- |
nocer a Dios. O. S.,
65-66). |
Creer en Dios es creer en
la exis- |
tencia y en la presencia
de alguien |
que es todo santidad, todo
poder y |
todo gracia. ¿Cómo puede
un hom- |
bre creer en él y, sin
embargo, no |
entregarse a su servicio,
obede- |
ciéndole? Es casi una
contradic- |
ción en los términos. De
aquí que |
incluso las religiones
paganas ha- |
yan considerado siempre
que fe y |
reverencia son una misma
cosa. |
(Creer en Dios comporta
entregarse |
a él. P. S., VIII, 5). |
8 (28) |
Sucede que muchas veces
los hom- |
bres no pueden discernir
hasta qué |
punto se trata de mandatos
de esta |
Guía interior verídica o
bien de |
insinuaciones procedentes
de una |
fuente meramente terrena.
Así, |
pues, el don de la
conciencia sus- |
cita el deseo de algo que
ella mis- |
ma no puede proporcionar
del to- |
do…, y provoca una sed, un
anhelo, |
por conocer a este Señor
invisible, |
soberano y juez, que habla
a los |
hombres en secreto,
susurra en sus |
corazones y les comunica
algunas |
cosas, pero no de un modo
tan cer- |
cano como ellos desean y
necesi- |
tan. De este modo... el
hombre |
religioso que no ha
recibido la |
bendición de la enseñanza
infali- |
ble de la Revelación es
llevado a |
esperar en ella. (¡Señor,
que vea! |
O. S., 66). |
Cuanto más se esfuerza uno
en |
obedecer su conciencia,
más se |
alarma de sí mismo, porque
se da |
cuenta de lo imperfecta
que es su |
obediencia. Pero, además,
mien- |
tras progresa en su
autoconoci- |
miento, comprende cada vez
con |
más intensidad que la voz
de la |
conciencia no tiene nada
de ama- |
ble ni de misericordioso.
Es severa |
e incluso inflexible y
dura. No ha- |
bla de perdón, sino de
castigo; ha- |
ce pensar en un juicio
futuro, pero |
no dice cómo evitarlo.
(Avanzan |
quienes están
insatisfechos con ellos |
mismos. O. S., 67). |
La guía de la vida
implantada en |
nosotros mismos, que
discierne el |
bien y el mal y dota al
bien de au- |
toridad y del poder de
obligar: he |
aquí nuestra conciencia,
que la |
Revelación no hace sino
iluminar, |
fortalecer y purificar.
Estos dos |
preceptores, uno interior
y otro |
exterior, provienen del
único Au- |
tor, y por ello se
reconocen y se dan |
testimonio recíprocamente.
(Con- |
ciencia y Revelación. H.
S., III, 79). |
La precedente serie de
pensamientos extraídos de las obras de John |
Henry Newman está recogida
en el libro THE MIND OF CARDINAL |
NEWMAN, preparado por el
P. Charles Stephen Dessain, del Orato- |
rio de Birmingham, fundado
por el mismo Newman. Con el título EL |
COR PARLA AL COR y
precedido de una introducción escrita por |
monseñor Jean Honoré,
arzobispo de Tours, se hizo una edición ca- |
talana, preparada por el
«Newman Centre», de Valencia, y publicada |
por Editorial Claret, de
Barcelona, que ha tenido muy buena acepta- |
ción. Ello coincidía con
la celebración del Centenario de la muerte de |
Newman (1801-1890).
Mientras preparamos la correspondiente edi- |
ción castellana, iniciamos
aquí la publicación para nuestros lectores. |
9 (29) |
RESPONDER A DIOS |
CRISTO nos llama a lo
largo de toda nuestra vida. Nos |
llamó al principio en el
bautismo y también más |
tarde; obedezcamos o no a
su voz, de manera miste- |
riosa, nos sigue todavía
llamando. Si faltamos a las |
promesas del bautismo, nos
llama al arrepentimien- |
to; si nos esforzamos por
cumplir nuestra vocación, siempre |
nos impulsa hacia
adelante, de gracia en gracia, y de santidad |
en santidad, mientras nos
dure la vida. |
A todos se nos llama sin
cesar de una cosa a otra, siem- |
pre para ir más lejos,
«que no tenemos aquí morada perma- |
nente» (Hebreos, 13, 14),
sino que vamos subiendo hacia lo |
eterno, amoldándonos a una
disposición de Dios sólo para |
disponernos a recibir
otra. Nos llama constantemente a fin de |
justificarnos sin cesar, y
sin cesar hacernos más santos y más |
capaces de participar de
su gloria. |
Sería estupendo comprender
esto. Pero somos lentos en |
darnos cuenta de esta gran
verdad: que Cristo camina en |
cierto modo como entre
nosotros, y con sus manos, sus ojos y |
su voz nos impulsa a
seguirle... |
Sucede que, entre las
ideas que son en sí buenas, algu- |
nas lo son sólo en parte,
otras son imperfectas, otras andan |
muy mezcladas con el mal;
y una sola es la mejor. La verdad |
es una sola, la verdad
perfecta; nadie sabe cuál es, tal vez ni |
los que la posean. Pero
Dios sí la conoce, y nos va conducien- |
10 (30) |
do hacia esta sola y única
verdad. Conduce a los redimidos, |
impulsa a los elegidos, a
cada uno y a todos, hacia el único y |
perfecto conocimiento y
obediencia de Cristo, aunque no sin |
su cooperación, sino por
incitaciones que deben ser secunda- |
das; si no lo son, pierden
su rango y se rezagan en su camino. |
O también sucede algo que
nos fuerza a tomar partido |
por Dios o contra Dios,
porque el mundo nos hace una oferta |
tentadora, o porque se nos
amenaza con algún reproche o |
descrédito, o porque se
nos piden sacrificios, o bien tenemos |
que decidir у
confesar dónde está el error y dónde está la |
vanidad. Lo cierto es que,
aunque contamos con lo necesario |
para obrar como Dios
querría vernos obrar, lo hacemos su- |
midos en el temor y
perplejidad. No vemos claro nuestro ca- |
mino, no adivinamos el
resultado de cuanto hemos hecho, ni |
qué influencia tendrá
sobre el conjunto de nuestras ideas y de |
nuestra conducta; y, sin
embargo, las consecuencias pueden |
ser muy importantes. Una
leve acción que se nos pide repen- |
tinamente, que decidimos y
ejecutamos casi al instante, puede |
ser la puerta de entrada
al segundo o tercer cielo, el paso a un |
estado de santidad más
elevado, a una visión de las cosas más |
conforme con la verdad que
la que hasta entonces teníamos. |
Hay una cosa cierta:
algunos hombres se sienten llamados |
a cumplir deberes graves y
a realizar grandes obras, mientras |
que a otros no parece que
se les exigen. Ignoramos la razón: |
11 (39) |
quizá porque los no
llamados traicionan la llamada por haber |
sucumbido en pruebas
anteriores, porque fueron llamados |
y no obedecieron; quizá
porque Dios, aunque a todos da su |
gracia, no elige a todos
para lo mismo. Lo cierto es que ocu- |
rre así: uno ve cosas
aparatosas que permanecen ocultas a |
otro, o tiene una fe más
grande, un amor más ardiente, una |
inteligencia espiritual
más desarrollada. Pero, sea como sea, |
nadie tiene derecho a
tomar como ideal de su santidad el |
ideal inferior de otro. |
No temamos, por lo tanto,
al orgullo espiritual cuando |
seguimos la llamada de
Cristo, si le seguimos con verdadero |
celo. Si nuestro celo es
auténtico, nos faltará tiempo para en- |
tretenernos en
comparaciones con el prójimo: la inquietud |
sobrenatural que suscita
es incompatible con el orgullo. El |
celo busca, simplemente,
hacer la voluntad de Dios. Y dice |
con sencillez: «Habla,
Señor, que tu siervo escucha» (I Sa- |
muel, 3, 9); «Señor, ¿qué
quieres que haga?» (Hechos, 9, 6). |
John H. Newman, C. O., |
P.S., VIII, 2 |
ORACIÓN, AYUNO, LIMOSNA. |
ORACIÓN.— Hay cristianos
que nunca o apenas hablan con Dios. |
O lo hacen sólo para
pedirle, no para entregarse a él, para |
conocerle mejor, para
amarle de corazón. |
AYUNO.— Cristianos que no
comen para vivir, sino que viven |
pendientes del gusto,
hasta hartarse, de cabeza al pesebre, |
esclavos de la gula. Nunca
levantarán su corazón al cielo, nunca |
serán espirituales, dice
san Felipe. |
LIMOSNA.— También
cristianos que no dan ni se dan, a quienes |
el nombre del Señor les
sirve de adorno, o les trae provecho: |
cristianos para quienes
Dios es otro egoísmo. |
¿Cuándo nos convertiremos,
hasta cambiar de pensamiento y de |
corazón? |
12 (32) |
SACERDOCIO |
NO se puede negar el
interés o curiosidad que |
despiertan los hechos
religiosos y, en parti- |
cular, la figura del
sacerdote cristiano. Los |
equívocos con que se
tropieza al juzgarlo dependen, |
en buena parte, de que los
que miran al sacerdote |
no siempre saben ponerse
en el punto de vista exac- |
to para juzgar su realidad
y, en general, la realidad |
religiosa. |
Con independencia de la
fundamentación evan- |
gélica del sacerdocio
cristiano ―que es a la que |
habría que referirse en
todo momento―, existen |
imágenes históricas, no
solamente eclesiásticas, sino |
paganas y judías, de las
que no se está totalmente |
purificado y a través de
las cuales se mira y confun- |
de la verdadera realidad
cristiana. Puede seguirse, |
a través de la historia de
la Iglesia, todos los esfuer- |
zos que, a partir del
Evangelio, se han realizado |
para acercarse a esta
realidad: el celo de los pasto- |
res, la vida de los
santos, las órdenes religiosas y |
los movimientos que
despertaron nos lo atestigua- |
rían. A pesar de todo, el
sacerdocio cristiano se |
mueve en medio de una
realidad humana, que le |
condiciona e influye, a la
vez que también él influ- |
ye y penetra en esta misma
realidad en evolución, |
marcada ya inevitablemente
por el cristianismo. |
Aunque se erijan con
críticas o atacando a la |
Iglesia, cada vez que al
hacerlo defiendan ideas |
13 (33) |
de libertad, igualdad,
fraternidad, paz, justicia, |
unión, patria universal,
hermandad de todos los |
hombres, y otras, no
pueden hacerlo sin reproducir |
ideas cristianas, bien que
no explicitadas. Al final, |
inevitablemente, los
caminos volverán a encontrar- |
se. Lo dijo Cristo: Otros
vendrán de Oriente y Oc- |
cidente... |
Sacerdocio pagano |
Primitivamente, las
funciones cultuales y profé- |
ticas eran realizadas por
los jefes de los clanes o |
tribus, o por carismáticos
esporádicos. En la civili- |
zación agrícola, al tener
que dividirse el trabajo, |
surgió la clase
sacerdotal. Era competencia de la |
misma ocuparse de los
mitos, del derecho y de la |
organización de la vida
social. Función muy rela- |
cionada con el ejercicio
del poder; y como el poder |
va unido a la riqueza, el
sacerdocio pagano consti- |
tuía una clase rica.
Presidía; pero estaba separado |
del pueblo, no sólo por
esta diferencia social ―el |
pueblo siempre ha sido
pobre―, sino también por |
la tendencia a la
separación acusada entre lo con- |
siderado sacro y lo
profano: el mundo era consi- |
derado cada vez más impuro
y dependiente de fuer- |
zas misteriosas y fatales.
En medio de esta visión |
pesimista, la clase
sacerdotal, y solamente ella, te- |
nía acceso a lo sagrado y
desde allí ejercía su po- |
der mágico. En realidad
era el reflejo de la situa- |
ción del mundo anterior a
Jesucristo; un mundo |
roto, separado de Dios. |
Sacerdocio judío |
El sacerdocio judío,
frente al pagano, supone |
un cambio trascendental:
en él existe un poder per- |
sonal de Dios, de modo que
el hombre no puede |
disponer de sí mismo de
manera mágica: es él el |
que está a disposición de
Dios y abierto totalmente a |
su poder. Ciertamente que
el sacerdocio judío no es- |
tará libre de las
tentaciones paganas; pero la profe- |
cía lo advierte, y salva
de caer, una y otra vez, en el |
sacerdocio
mágico-ritualista del paganismo. |
14 (34) |
Existe una visión
optimista de lo sagrado; todo |
el pueblo de Israel es el
pueblo santo de Yahvé. |
Ello no obstante, existen
limitaciones, como la de |
una casta sacerdotal
vinculada a la tribu de Leví, |
al linaje de Aarón y a la
familia de Sadoc (el sumo |
pontífice); existe,
todavía, la separación entre sa- |
grado y profano; el
ejercicio del poder no es ajeno |
u la institución
sacerdotal, de modo que, cuando |
desaparece la monarquía,
es la clase sacerdotal la |
que toma el poder total
sobre el pueblo y da lugar |
al régimen teocrático. |
Sacerdocio |
de Cristo |
En el Nuevo Testamento se
nos presenta una fi- |
gura de Cristo
radicalmente diferente de la del sa- |
cerdote judío: Jesús no
pertenece a la casta sacer- |
dotal ni a la tribu de
Leví; aparece independiente |
del poder sacro tanto como
del político; se opone |
a una interpretación
abusiva de la Ley; posee una |
dimensión profética
inaudita y habla con el poder |
de Dios; rompe la
anquilosis farisaica y es recha- |
zado como un cuerpo
extraño por los que habían |
organizado la predilección
divina de su pueblo. |
Se trata de un sacerdocio
único y eterno; es Él |
este único sacerdote. No
ofrece en sacrificio cosas |
materiales ni externas: se
ofrece a sí mismo y se da |
por amor. Este amor causa
la reconciliación del |
mundo con Dios. El mundo
ya está salvado, el pue- |
blo ya puede penetrar en
el santuario, y desapare- |
ce así la separación entre
sagrado y profano, por- |
que todo queda ya
santificado, porque toda la vida, |
como dirá san Pablo
(Romanos, 12, 1), entera, se |
hace materia de
sacrificio, y todo el pueblo se hace |
pueblo sacerdotal,
profético y señor. |
Pero para el servicio de
este pueblo sacerdotal |
ha de existir un
ministerio visible, desde el mismo |
inicio de la vida de la
Iglesia. El Nuevo Testamento, |
singularmente el libro de
los Hechos de los Apósto- |
les, nos habla de este
ministerio, que fue la prime- |
ra 15 (35) |
ORATORIO DE ALBACETE |
SEMANA SANTA DE 1992 |
• 12 de abril, |
DOMINGO DE RAMOS EN LA
PASIÓN DEL SEÑOR: |
Mañana, a las 12,
Eucaristía. |
Tarde, a las 5'30,
Vísperas. |
• 13, 14 y 15 de abril, |
LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES
SANTO: |
Mañana, a las 7'45, Laudes
y Eucaristía. |
Tarde, a las 8'30,
Conferencia. |
• 16 de abril, |
JUEVES SANTO: |
Mañana, a las 9,
Celebración penitencial y Laudes. |
Tarde, a las 8, Eucaristía
en la Cena del Señor. |
• 17 de abril, |
VIERNES SANTO: |
Mañana, a las 9, Vía
crucis y Laudes. |
Tarde, a las 8,
Celebración de la Pasión del Señor. |
• 18 de abril, |
SÁBADO SANTO: |
Mañana, a las 9, Oficio de
lectura y Laudes. |
Tarde, a las 7, Vísperas. |
• 19 de abril, |
DÍA SANTO DE PASCUA: |
Noche del sábado, a las
11, Vigilia Pascual. |
Mañana del domingo, a las
12, Eucaristía. |
Tarde, a las 5'30,
Vísperas. |
16 (38) |
figura histórica del
sacerdocio cristiano. Esta fi- |
gura sacerdotal,
administradora de los beneficios |
inmutables obtenidos por
Cristo, irá evolucionan- |
do en matices importantes,
aunque no esenciales a |
su carácter radical;
evolución arriesgada, pero be- |
néfica, asociada a la
extensión del reino de Cristo, |
que no es como los reinos
de este mundo. |
La historia |
La última figura histórica
que ha llegado hasta |
nosotros de este
ministerio o sacerdocio cristiano |
es, en conjunto, la que
salió del Concilio de Trento, |
portadora ciertamente de
muchos valores contin- |
gentes estimables,
positivos, pero que, a medida que |
ha prosperado la gran
crisis de secularización del |
mundo, también ella ha
entrado en la necesidad de |
evolucionar, a pesar de
los cuatro siglos de actitu- |
des defensivas, hasta
desembocar en el Concilio |
Vaticano II, el cual, por
un lado, habla de la fun- |
ción profética del
ministerio sacerdotal y, por otro, |
del sacerdocio de los
fieles. |
La figura tridentina,
barroca, del sacerdote co- |
mo persona relevante en la
sociedad, como persona- |
je, desaparece;
desaparecen igualmente ciertas fun- |
ciones sociales, con los
honores y privilegios que las |
acompañaban; desaparece la
apariencia de casta |
comprometida con el poder
político, desaparece el |
altar que sostiene al
trono. Se va, en cambio, hacia |
una presencia o inserción
en la vida: se trata de |
una opción de la Iglesia
(basta repasar la Gaudium |
et Spes), que está más de
acuerdo con el fundamen- |
to evangélico. Se camina
hacia una figura de sa- |
cerdocio cristiano que
vive más cerca de los hom- |
bres, no para
mundanizarse, sino para ser sal de la |
tierra. |
Después de la Pascua de
Cristo ya no hay ra- |
zón para separaciones,
excepto el pecado. Y se vis- |
lumbra un pluralismo de
figuras que, lejos de redu- |
17 (37) |
cir la eficacia del
ministerio sacerdotal cristiano, la |
enriquecerán notablemente. |
Basta leer despacio el
sermón de la montaña, o |
meditar en las tentaciones
del desierto, que venció |
el primer Sacerdote,
Cristo, para darse cuenta de |
lo que ha de ser el
sacerdocio de hoy. Caen con- |
ceptos paganos,
anacronismos judíos y polvo de los |
siglos; pero cada vez es
más nítida, si la referimos |
al Evangelio, la figura
del sacerdote. |
Antes de Juzgar |
Los que se atreven a
juzgar y a exigir a los sa- |
cerdotes de hoy, que miren
cerca, en su misma casa, |
en su familia; que revisen
su conducta, sus ideas, |
sus palabras, y deduzcan
si, como consecuencia de |
la rectitud que las
inspira, puede allí despertarse |
una auténtica vocación
entre los que todavía no |
han elegido camino en la
vida. |
Consagrarse a Dios es
todavía más hermoso hoy |
que siglos atrás, cuando
lo hicieron san Benito, o |
san Francisco, o santo
Domingo, o san Felipe, o |
san Bernardo, o santa
Teresa, y tantos otros. Éstos, |
dígase lo que se diga, no
huyeron del mundo, sino |
que lo santificaron. Y
eran épocas parecidas a la |
nuestra, que llamamos de
crisis. |
VIERNES SANTO, |
a las 9 de la mañana, |
VÍA CRUCIS |
18 (38) |
Decálogo de la
no-violencia |
«Sé cómo predicar la
no-violencia a aquellos que saben |
morir; a los que temen la
muerte no puedo» (Gandhi). |
La comisión de Paz y
Reconciliación de la diócesis de Bilbao ha divul- |
gado un decálogo,
inspirado en los diez mandamientos del no-violento |
escritos por el obispo
brasileño Hélder Câmara, con aportaciones de Do- |
minique Barbé y de Gandhi.
Su texto es el siguiente: |
1. Meditar todos los días
en la predicación y en la vida de Cristo. |
2. Tener presente que la
acción no violenta tiene por fin la |
reconciliación y la
justicia, no la victoria. |
3. Conservar en mi
comportamiento y en mis palabras una actitud |
de amor, porque Dios es
Amor. |
4. Orar todos los días y
pedirle a Dios la gracia de ser un |
instrumento para que todas
las personas puedan ser libres y |
hermanas. Orar,
especialmente, por los enemigos. «La oración es |
la llave de la mañana y el
cerrojo de la noche» (Gandhi). |
5. Sacrificar mis
intereses personales para que todas las personas |
puedan ser hermanas. |
6. Desobedecer órdenes,
leyes y consignas que lleven al |
enfrentamiento y alimenten
el odio en mi corazón. |
7. Pedir perdón por toda
palabra cruel o rencorosa que hayamos |
podido pronunciar o por
todo acto malévolo que hayamos |
podido cometer. |
8. Nunca matar ni desear
la muerte, ni herir a través de |
pensamientos, palabras o
actos. |
9. Saber arriesgar la
vida. Dominar el miedo a la muerte. No huir. |
Dar la cara. |
10. No disimular ni
engañar ni actuar con malevolencia ni "por la |
espalda" (la
no-violencia no puede ser clandestina, se negaría a |
sí misma, pues toda su
fuerza procede de la verdad. Esto forma |
parte de la estrategia
no-violenta). |
19 (39) |
PASCUA CRISTIANA |
JUEVES SANTO |
a las 8 de la tarde, |
CENA DEL SEÑOR |
VIERNES SANTO |
a las 8 de la tarde, |
PASIÓN DEL SEÑOR |
VIGILIA PASCUAL |
noche del sábado, a las
11, |
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR |
LA CELEBRACIÓN CONTINÚA
DURANTE EL |
DOMINGO DE PASCUA Y EL
TIEMPO PASCUAL |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1.
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 5.4.92 |
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