Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 283. MAYO - JUNIO.
Año 1992 |
SUMARIO |
SANTOS como los de la
primera generación |
cristiana, que predicaron
sufriendo y con fre- |
cuencia muriendo por la
fe, sin gloriarse de sí |
mismos. Santos como los
que abandonaron los |
estilos, riquezas y
soberbia del mundo y siguieron |
las Bienaventuranzas.
Santos como Francisco de |
Asís y su "perfecta
alegría", o como Juan de la Cruz |
y su "noche
oscura", o como Javier y su "sed de al- |
mas", o como Felipe
Neri llenando de claridad su |
alma junto a las tumbas de
los mártires у la oscu- |
ridad de las catacumbas y
repartiendo luego liber- |
tad, alegría y paz a sus
hijos. Lo que no se parezca |
a esto ha de ser muy
tamizado, para librarnos de la |
sorpresa de tomar por
santos a mitos y fantasmas |
evanescentes. |
SAN FELIPE CADA AÑO |
EL ALTAR DE NUESTRA
IGLESIA |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
LUCES Y SOMBRAS EN LA
IGLESIA |
SAINT PHILIP NERI |
EL ESPÍRITU DE SAN FELIPE
ERI |
1 (41) |
SAN FELIPE CADA AÑO |
Cada año, entre el
recuerdo y la esperanza, la recurrencia de la fiesta |
de N. P. S. Felipe Neri
nos invita al agradecimiento que debemos a |
Dios por su providencia,
porque estamos aquí y, todavía más, por el |
Santo que nos ha dado y
porque sentimos, desde el primer día, la |
bendición de su amparo y
de su ejemplo. Las facilidades y consuelos, lo |
mismo que las pruebas y
dificultades, nos han servido siempre de |
estímulo para hacer
práctica de su talante y peculiar estilo espiritual y |
apostólico, con sabor de
novedad porque nos manda continuamente a |
la originalidad del
Evangelio, por gracia, por necesidad interior y por |
convicción, haciéndonos
claro el camino de la perseverancia gozosa. |
Cuando vinimos a Albacete,
recién entrado su primer Obispo, todo |
respiraba ingenuidad,
pobreza y hasta ilusión ignorante de la enorme |
escasez de medios y
conciencia de Iglesia; pero luego, poco a poco, |
hemos sido testigos del
lento desarrollo y consolidación propios de todo |
lo que crece sin hinchada
precipitación. Y todo ha servido para que sea |
más limpia la fidelidad a
un ideal del espíritu, con el deseo de hacer |
todo el bien posible, con
buena voluntad y dedicación desinteresada, |
mientras la bendición de
la Iglesia, que desde el principio nos daba |
garantía y serenidad en el
camino emprendido, alejaba dudas y hacía |
felices nuestros pasos. |
En otras fiestas de san
Felipe, desde la misma inauguración de |
nuestro establecimiento en
Albacete, hemos tenido el consuelo de ver |
plantados los hitos del
Oratorio, por la primera capilla, testigo |
consolador de tantos
recuerdos; por la casa que acoge la comunidad de |
esta Congregación, y por
la iglesia, tan hermosa, que todavía nos |
sorprende y nos parece
nueva, al cumplirse, este año de 1992, su XXV |
aniversario. Todo lo cual
nos recuerda lo que sería una larga lista de |
bondades anónimas que
hicieron bendita la generosidad espontánea de |
amigos de lejos y de
cerca, que ya desde el cielo y otros todavía desde |
la tierra dan gracias con
nosotros por tanta misericordia del Señor, y |
todavía más por el regalo
de sus dones invisibles. |
2 (42) |
EL ALTAR |
DE NUESTRA IGLESIA |
SAN Pablo llama al altar
"me- |
sa del Señor". En el
Cenácu- |
lo, el Señor instituyó la
Eu- |
caristía en la mesa. Por
eso, aun |
cuando el paso del tiempo
vaya mo- |
dificando su origen,
siempre, el |
altar cristiano tendrá la
forma de |
mesa. Pero he aquí que
pronto el |
altar se convirtió en mesa
sepul- |
cral, cuando los
cristianos comen- |
zaron a celebrar el Santo
Sacrificio |
sobre la tumba de los
mártires. Y |
tan profundamente arraigó
en la |
conciencia cristiana la
idea de unir |
en un mismo sacrificio el
de Cristo |
y el de sus mártires, o
sea, de sus |
santos, de su cuerpo
místico, que |
llegó a establecerse
regularmente |
la celebración de la Santa
Misa o |
sobre los sepulcros de los
mártires |
o sobre sus reliquias.
Así, la mesa |
sacrificadora llegó a ser
mesa se- |
pulcral, trocándose en
piedra. |
San Juan, en el
Apocalipsis, con- |
templa debajo del Altar de
Dios, |
en el cielo, las almas de
los santifi- |
cados, a propósito de lo
cual san |
Agustín establece una
relación en- |
tre las almas de los
santos y el |
Cuerpo de Cristo, que se
encuentra |
en el Altar, y san Pedro
Damián |
dice: «El unir en los
altares las re- |
liquias de los mártires al
Cuerpo |
del Señor significa el
cuerpo de la |
santa Iglesia unido a su
Redentor; |
así, en el Altar se
encuentra el Es- |
poso con la Esposa». |
Por esta razón, y para
cumplir |
con lo preceptuado en el
rito de la |
consagración del Altar, en
el de es- |
ta iglesia del Oratorio se
colocaron |
reliquias de los santos
mártires, a |
las que se añadieron
otras, aunque |
no necesarias para la
validez del ri- |
to, pero sí con
intencionado signifi- |
cado. |
De todos modos, cada una
de las |
reliquias depositadas en
la consa- |
gración de nuestro altar
está car- |
gada de significación
espiritual, |
que alguna vez tendremos
que co- |
mentar más detalladamente.
Por |
ahora, bástenos enumerar
las reli- |
quias, con sólo una breve
conside- |
ración para cada una. |
En primer lugar, se
depositó una |
reliquia de Santiago
Apóstol. No |
podemos ocultar nuestro
gozo y |
nuestro agradecimiento al
poder te- |
ner en el sepulcro de
nuestro altar |
a este testigo, amigo y
Apóstol del |
Señor, simbolizado en la
presencia |
de su reliquia. El
patronazgo que |
se le reconoce sobre
España (aun- |
que, por motivos que no es
oportuno |
aducir aquí, nos parecería
mejor |
fundado el de san Pablo)
también |
nos lo acerca más. Y no
digamos |
por su juventud, por su
impetuosi- |
dad, mezclada de
imprudencia y ge- |
nerosidades, que la gracia
de Dios |
iría purificando,
santificando... |
3 (43) |
Otra reliquia es del
mártir san |
Sebastián. Un hombre joven
tam- |
bién, cuya figura está en
todas las |
mentes que recuerdan la
famosa |
narración de Wiseman,
Fabiola. La |
Providencia ha querido
que, en es- |
ta "última
piedra" —el Altar― se |
completara una relación
iniciada al |
colocar la primera, cuando
junto a |
la misma depositábamos un
poco de |
tierra de las Catacumbas
romanas |
de San Sebastián, del
mismo lugar |
donde san Felipe Neri, en
su juven- |
tud, recibiera
sensiblemente el Espí- |
ritu Santo. |
La tercera reliquia es de
una |
Santa virgen y mártir,
santa Victo- |
ria. Ella representa a las
mujeres |
santas; es la Marta y
María junto |
a Cristo, con la gracia de
su juven- |
tud, con el perfume de su
pureza, |
con la generosidad y el
sacrificio |
de su martirio. |
Y siguen luego dos
reliquias |
intencionadas, colocadas
como un |
complemento simbólico; la
primera |
es la de nuestro Padre san
Felipe |
Neri, bajo cuya advocación
se de- |
dicaba el Templo
inaugurado. De |
esta manera, a sus hijos,
cada vez |
que subimos al Altar para
la cele- |
bración de la Eucaristía,
nos pa- |
rece estar más cerca de
aquel se- |
pulcro de nuestra iglesia
romana |
donde se guarda su cuerpo
entero, |
sobre el cual hemos
ofrecido otras |
veces el Santo Sacrificio,
y ante el |
cual hemos vertido las
súplicas más |
grandes de nuestra vida,
también |
por Albacete y por nuestra
labor de |
oratorianos aquí. |
La segunda de estas
reliquias |
complementarias es de un
santo |
barcelonés, san José
Oriol, del que |
nos puede bastar recordar,
por aho- |
ra, que fue un sacerdote
secular |
muy amigo de los Padres
del Ora- |
torio de Barcelona, cuyo
amor y fi- |
delidad evitó la extinción
de aque- |
lla casa, al poco de ser
fundada, en |
una época en que el Señor
la quiso |
probar con dolores y
persecuciones |
tan graves, hasta llegar
al encarce- |
lamiento de su benemérito
funda- |
dor y primer Prepósito, el
Padre |
Oleguer Montserrat, de
santa recor- |
dación. Por esta razón,
san José |
Oriol ha sido siempre
considerado, |
entre los oratorianos,
como un sím- |
bolo de la fraternidad con
el sacer- |
docio diocesano. |
La rica significación y
sublime |
ejemplaridad de estas
cinco reli- |
quias nos revelan que no
hacen fal- |
ta otros
"santos" a nuestra iglesia... |
La "Piedra", el
Altar, significa a |
Cristo, y ellos,
escondidos en la |
Piedra, «escondidos en
Cristo», co- |
mo diría san Pablo,
representan al |
Cristo total, al cual
todos rodeamos |
y hacia el cual —también
con frase |
paulina― todos
aspiramos, y del |
cual estamos tan cerca,
sobre todo |
si, además de sernos
símbolo, es |
Mesa del Señor que nos
alimenta, |
al comer el Sacrificio que
allí se in- |
mola, y al que podemos
unir la con- |
tinua ofrenda de nuestra
vida. |
4 (44) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
ESTAMOS HECHOS PARA DIOS, |
QUE NOS AMA |
Comprender que tenemos
alma su- |
pone percibir nuestra
separación |
de las cosas visibles,
nuestra inde- |
pendencia respecto a
ellas, nuestra |
existencia personal e
irreductible, |
nuestra individualidad...
Al prin- |
cipio prevalece el mundo
exterior: |
mirando las cosas que hay
a nues- |
tro alrededor, olvidamos
nuestro |
propio ser. Tal es nuestro
estado |
―un apoyarnos sobre
soportes d- |
ébiles, un olvido de
nuestro verda- |
dero fundamento— cuando
Dios |
comienza a llamarnos para
que nos |
demos cuenta de cuál es
nuestro |
lugar dentro del orden
inmenso de |
su Providencia..., y poco
a poco |
empezamos a darnos cuenta
de que |
no hay más que dos seres
en todo |
el universo: nuestra
propia alma y |
el Dios que la creó. (Las
realidades |
últimas. P. S., I, 19-20). |
Mirad el hombre instruido,
bien |
provisto de conocimientos,
de in- |
teligencia, de iniciativa,
pero sin |
· embargo con un corazón
de piedra, |
con sentimientos tan fríos
y duros |
como los que puede tener
cual- |
quier campesino sin
educación. Fi- |
jaos también en aquellos
otros que |
tienen sentimientos
cálidos, quizá, |
para con sus familiares, o
que son |
bondadosos con sus
prójimos, pe- |
ro que se detienen ahí.
Ponen su |
corazón en lo que
ciertamente se |
malogrará, porque es
perecedero. |
La vida pasa, las riquezas
se pier- |
den, la fama es inestable,
las fuer- |
zas fallan, el mundo
cambia, los |
amigos mueren. ¡Sólo uno
es siem- |
pre constante, sólo uno
nos es fiel, |
sólo uno puede serlo todo
para no- |
sotros! (Dios, todo en
todas las co- |
sas. P.S., V, 324-326). |
En cuanto a la filosofía,
se basaba |
solamente en conjeturas y
opinio- |
nes, mientras que la
verdadera |
esencia de la religión era
así lo |
sentía ella, un
conocimiento de |
los fieles por parte de
aquel mismo |
5 (45) |
que adoraban. La religión
no podía |
existir sin una esperanza
cierta. |
Dar culto a un ser que no
nos ha- |
bla, no nos conoce, no nos
ama, no |
sería religión; si acaso,
deber o mé- |
rito. La religión, tal
como ella la |
concebía espontáneamente,
era la |
respuesta del alma a un
Dios que |
se había fijado en ella.
Era una re- |
lación de amor, la
presencia intima |
de Dios en el corazón. Era
la amis- |
tad, el amor mutuo de
persona a |
persona (La religión, una
relación |
interpersonal. Call.,
293). |
La contemplación de Dios,
y nin- |
guna otra cosa, es la
felicidad del |
hombre. Pues, aunque hay
otras |
muchas realidades de las
que el |
hombre se sirve como
objeto de |
conocimiento, motor para
la acción |
o meta de sus deseos, la
capacidad |
afectiva pide algo más
grande y |
más duradero que cualquier
cosa |
creada... Sólo aquel que
creó el co- |
razón puede llenarlo.
Naturalmen- |
te, no estoy diciendo que
no haya |
nada inferior al Creador
todopode- |
roso que sea capaz de
suscitar y |
dar respuesta a nuestro
amor, en- |
trega y confianza. El
hombre puede |
hacer esto por el hombre:
puede, |
sin duda, despertar el
amor de su |
hermano y corresponderle
en esa |
misma medida. Más aún,
ello cons- |
tituye una obligación muy
impor- |
tante; tener esa
disposición para |
con nuestro prójimo es uno
de los |
dos deberes principales de
nuestra |
religión. (Dios es el fin
último de |
todas las cosas. P.S., V,
316). |
Hay, además, otra razón
por la |
cual sólo Dios es la
felicidad de |
nuestras almas. Únicamente
la con- |
templación de Dios puede
dilatar |
y saciar nuestro espíritu;
sólo ella |
es capaz de liberar,
satisfacer y |
conducir nuestros
sentimientos. Es |
cierto que podemos amar
inten- |
samente las cosas creadas,
pero |
este afecto, cuando está
desligado |
del amor al Creador, es
como una |
corriente que discurre por
un ca- |
nal angosto, y no una
expansión |
del hombre entero. Los
seres crea- |
dos no pueden estimular ni
absor- |
ber las innumerables
percepciones |
mentales que poseemos y a
través |
de las cuales vivimos
realmente. |
No hay cosa alguna, fuera
de la |
presencia del Creador, que
pueda |
llenarnos, pues a ninguna
puede |
abrirse y sujetarse el
corazón ente- |
ro, con todos sus
pensamientos y |
afectos. «Mira que estoy a
la puer- |
ta y llamo; si alguien oye
mi voz y |
abre la puerta, entraré, y
cenaré |
con él, y él conmigo» (Ap
3, 20). |
¡Esta confianza sencilla y
total, es- |
ta comunión, es lo que da
paz y |
sacia completamente a
aquellos a |
quienes ha sido concedida!
(Nos |
has hecho para ti. P. S.,
V, 317- |
318). |
6 (46) |
En cualquier situación, de
alegría |
o de pena, de esperanza o
de temor, |
hemos de saber reconocerlo
en lo |
más íntimo de nuestro
corazón, y |
no tener para el secreto
alguno. |
Hemos de saber descubrirlo
todo- |
poderoso dentro de
nosotros, en |
las fuentes mismas del
pensamiento |
y de los sentimientos. (Un
corazón |
entusiasmado. P. S., V,
236). |
Sabemos que ninguna
disposición |
de espíritu es aceptable
ante Dios |
si carece de amor; es el
amor lo que |
hace que el temor de Dios
sea dis- |
tinto del miedo servil, y
la fe ver- |
dadera distinta de la que
tienen |
los demonios. Sin embargo,
en los |
comienzos de la vida
espiritual, la |
gracia evangélica
dominante es el |
temor, y el amor no está
sino laten- |
te en el temor; es con el
transcur- |
so del tiempo cuando aquél
se va |
formando a partir de lo
que parece |
su opuesto. Entonces, una
vez que |
se ha desarrollado, el
amor ocupa |
el lugar principal
―aunque con- |
servando el temor, sin
sustituir- |
lo― (El lugar del
temor en la vida |
cristiana. Dev., 420). |
Si nos dejamos arrastrar
por la |
corriente del mundo,
viviendo co- |
mo los demás y elaborando
nues- |
tras ideas religiosas con
lo que |
vamos tomando de acá y de
allá, |
nuestra comprensión de la
Provi- |
dencia particular de Dios
será es- |
casa o nula. Entendemos
que Dios |
todopoderoso lleva a cabo
un plan |
de alcance universal, pero
en cam- |
bio no percibimos la
maravillosa |
verdad de que él ve a cada
perso- |
na y piensa en ella. No
acabamos |
de creer que se encuentra
presente |
en todas partes, que está
donde- |
quiera que estamos
nosotros, aun- |
que no lo veamos... No
llegamos a |
hacernos a la idea de este
hecho |
trascendental: que Dios ve
lo que |
está sucediendo en torno
nuestro |
en cada momento; que éste
cae y |
aquel otro es exaltado de
acuerdo |
con su designio silencioso
e invisi- |
ble. (La Providencia de
Dios no es |
solamente general, sino
también |
particular. P. S., III,
116). |
Aquel que piense que, en
conjun- |
to, sirve a Dios de una
manera |
aceptable debe mirar atrás
y con- |
siderar su vida pasada.
Entonces se |
dará cuenta de lo
decisivos que |
fueron momentos y hechos
que pa- |
recían completamente
indiferentes |
cuando tuvieron lugar. Por
ejem- |
plo, la escuela a la que
lo llevaron |
cuando era niño, la
ocasión en que |
encontró aquellas personas
que le |
han hecho tanto bien, las
circuns- |
tancias que determinaron
su voca- |
ción o sus proyectos, sean
los que |
sean. La mano de Dios está
siempre |
sobre los suyos, y los
conduce por |
caminos que son
desconocidos pa- |
ra ellos. (Confiad en la
protección |
amorosa de Dios. P. S.,
IV, 261). |
7 (47) |
LA FE, CLARIDAD DE DIOS |
El sentido de lo que está
bien y lo |
que está mal, que
constituye el pri- |
mer elemento en materia
religiosa, |
es tan delicado, tan
voluble, resulta |
tan fácilmente alterado,
oscureci- |
do, pervertido..., tan
sesgado por |
el orgullo y la pasión,
tan inestable, |
que, en la lucha por la
existencia, |
entre los diversos
esfuerzos y lo- |
gros de la inteligencia
humana, este |
sentido es el más elevado
de todos |
los maestros y a la vez,
sin embar- |
go, el menos luminoso. (La
Revela- |
ción es la respuesta a una
petición |
apremiante. Diff., II,
253-254). |
Una de las mayores
perplejidades |
del hombre natural es
precisamen- |
te ésta: la posibilidad de
que el |
Creador lo haya dejado
solo, aban- |
donado a sus propios
recursos. Sa- |
béis que hay un Dios, pero
al mis- |
mo tiempo os dais cuenta
de vues- |
tra ignorancia acerca de
él y de su |
voluntad, acerca de
vuestros debe- |
res y de vuestro destino.
Una reve- |
lación sería el don más
grande que |
podríais recibir. Después
de todo, |
no es que conozcáis
realmente la |
existencia de Dios, sólo
habéis lle- |
gado a esta conclusión. No
lo veis, |
solamente habéis oído
hablar de |
él. Pues el actúa tras un
velo; está |
en disposición de
manifestarse a |
vosotros en todo momento,
y sin |
embargo no lo hace. Ha
grabado |
en vuestros corazones unas
seña- |
les que anuncian su
majestad; en |
cada rincón de la creación
ha de- |
jado huellas de su
presencia y ha |
encendido destellos de su
gloria. |
(Tenemos la firme
persuasión de |
que nuestro Creador no nos
ha de- |
jado solos. Mix.,
276-277). |
Uno de los efectos más
importan- |
tes de la religión natural
como pre- |
paración para la religión
revelada |
es la expectación de la
Revelación |
que despierta en el alma.
Este fer- |
viente deseo sitúa a los
espíritus re- |
ligiosos en disposición de
espera. |
Los que no saben nada de
las heri- |
das del alma no llegan a
plantearse |
la cuestión ni a tomar en
conside- |
ración las circunstancias
que la ha- |
cen posible; pero, una vez
que se ha |
despertado en nosotros
esta inquie- |
tud, cuanto más seriamente
la tene- |
mos en cuenta, más
probable nos |
parece que hemos sido
objeto de |
una revelación, o que
vamos a ser- |
lo en el futuro. Este
presentimiento |
se basa en la conciencia
que tene- |
mos, por una parte, de la
bondad in- |
finita de Dios, y, por
otra, de nuestra |
miseria y necesidad
extremas. (Sin |
duda, Dios se ha dado a
conocer. G. |
A., 423). |
Si la autoridad y la
obediencia |
constituyen la cualidad
fundamen- |
8 (48) |
tal de toda religión, hay
que enten- |
der que la distinción
entre la reli- |
gión natural y la revelada
radica |
en que, mientras la
primera posee |
una autoridad que se da a
conocer |
al sujeto, la autoridad de
la segun- |
da tiene un carácter
objetivo. La |
Revelación consiste en la
manifes- |
tación del poder divino,
invisible |
en sí mismo; en la
substitución de |
la voz de la conciencia
por la voz |
de quien es el Autor de la
ley. La |
supremacía de la
conciencia es la |
característica esencial de
la reli- |
gión natural; la
supremacía del |
Apóstol, del papa, de la
Iglesia o |
del obispo, lo es de la
religión |
revelada. (La conciencia
es ilumi- |
nada por la verdad
revelada. Dev., |
86). |
¿Por qué transcurrieron
miles de |
años antes de que Cristo
viniera y |
sus dones fueran
derramados sobre |
la humanidad? Si
recapacitamos, |
no debería extrañarnos el
hecho |
de que el Juez de los
hombres haya |
cambiado su relación con
ellos en |
el tiempo, teniendo en
cuenta que |
ha cambiado la historia de
los cie- |
los en la eternidad. Si la
Creación |
ha comenzado en un momento
con- |
creto, ¿por qué no ha
podido suce- |
der lo mismo con la
Redención? (El |
misterio de la larga
preparación del |
mundo para la Revelación
definiti- |
va. Mix., 269-270). |
Martes |
26 |
de |
mayo |
festividad |
de |
SAN |
FELIPE |
NERI |
fundador |
del |
Oratorio |
9 (49) |
Si la religión ha de ser
verdadera |
devoción y no mero
sentimentalis- |
mo, si ha de constituir el
principio |
que gobierne nuestra vida,
si todos |
y cada uno de nuestros
actos, y |
nuestra conducta diaria
entera, han |
de estar siempre
orientados hacia |
un Ser a quien no vemos,
necesita- |
mos algo más que sopesar
argumen- |
tos para ordenar y dirigir
nuestras |
mentes. El sacrificio de
las rique- |
zas, de la fama, de la
posición social, |
la fe y la esperanza, el
dominio de sí |
mismo, la comunión con el
mundo |
espiritual, presuponen una
apre- |
hensión real y una
intuición habi- |
tual de los objetos de la
Revela- |
ción. Dicho con otras
palabras, |
presuponen la certeza. (La
religión |
ha de basarse en certezas.
G. A., |
238). |
El sentido común de la
humani- |
dad intuye que la idea
misma de |
revelación implica la
presencia de |
un guía o maestro
infalible: no una |
mera declaración abstracta
de ver- |
dades antes desconocidas
para el |
hombre, ni un fragmento de
histo- |
ria ya pasada, ni el
resultado de |
una investigación
arqueológica, si- |
no un mensaje y una
enseñanza |
que hablan a este hombre y
a aquel |
otro... Hemos oído que
Dios ha ha- |
blado. ¿Dónde? ¿En un
libro? He- |
mos intentado buscar en el
Libro y |
nos ha decepcionado, no
porque |
contenga defecto alguno,
sino por- |
que pretendemos utilizar
este don |
santo y bendito con un
propósito |
para el que no fue
otorgado. La res- |
puesta que dio el etíope
cuando Fe- |
lipe le preguntó si
entendía lo que |
estaba leyendo es la voz
de la natu- |
raleza humana: «¿Y cómo
voy a en- |
tenderlo, si alguien no me
guía?» |
(Hch 8, 31). La Iglesia es
la encarga- |
da de esta tarea.
(Necesitamos una |
orientación más clara.
Dev., 87-88). |
Los verdaderos Santos. |
¡Leed las vidas de los
Santos! Ellos han superado y vencido las tentaciones |
con decisión y vigor, con
prontitud y con éxito, mejor que cualquiera. Sus |
acciones son bellas y
ceñidas como una fábula, y no obstante poseen la |
realidad de los hechos:
abren la mente, proporcionándole nuevas ideas de |
las que carecía antes, y
muestran a todos lo que Dios puede hacer y lo que |
el hombre puede ser.
Aunque no siempre podamos repetir los detalles del |
ejemplo de los Santos,
ellos nos presentan siempre un modelo de justicia y |
de bondad, se elevan ante
nosotros como enseñanzas vivientes de |
monumental grandeza, nos
llaman a Dios, nos introducen en los misterios |
del mundo invisible, nos
enseñan a conocer lo que Cristo ama, trazando |
delante de nosotros el
camino que conduce al Cielo.— J. H. Newman, C. O. |
|
10 (50) |
Luces y sombras |
en la historia de la
Iglesia |
HAY escándalos en la
Iglesia, |
cosas censurables y
vergon- |
zosas. Ningún católico
podrá |
negarlo. Ella ha recibido
siempre |
el reproche y ha padecido
la ver- |
güenza de ser la madre de
hijos |
indignos. Tiene buenos
hijos, pero |
todavía es mayor el número
de los |
que le han resultado
malos. Tal es |
la voluntad de Dios puesta
de ma- |
nifiesto desde los
comienzos. |
Él habría podido instituir
una |
Iglesia que hubiese sido
pura; pero |
expresamente predijo que
la ciza- |
ña, sembrada por el
enemigo, per- |
manecería con el trigo,
hasta la co- |
secha, al fin del mundo.
Afirmó que |
su Iglesia se parecería a
una red de |
pescador que recogería
toda clase |
de peces, y que la
selección no se |
llevaría a cabo antes del
fin de la |
jornada. Y no solamente
esto, sino |
que declaró que los malos
y los im- |
perfectos superarían a los
buenos. |
«Muchos son los llamados»,
dijo |
él, «pero pocos los
elegidos»; y su |
Apóstol habla de «un resto
salvado |
por elección de gracia». |
Se encuentran siempre,
pues, en |
las vidas y en las
historias de los |
católicos, abundantes
materiales a |
disposición de los
contradictores, |
los cuales, partiendo del
concepto |
de que la santa Iglesia es
una |
obra diabólica, desean
encontrar |
la confirmación de esa
idea. Sus |
prerrogativas ofrecen una
especial |
oportunidad para ello, por
el mis- |
mo hecho de que se
extiende a |
todos los países y se hace
presente |
en todos los tiempos. |
¿Qué conclusión podemos
sacar |
si admitimos que en tal o
cual épo- |
ca, en un lugar u otro, la
acción de |
la Iglesia o sus
relaciones con sus |
hijos hayan podido parecer
deter- |
minadas por errores de
comporta- |
miento práctico, o medidas
inopor- |
tunas, o timidez, o
vacilación a la |
hora de actuar, o dejarse
llevar por |
criterios de este mundo, o
valerse |
de un rigor inhumano o de
incom- |
prensión y estrechez de
espíritu? |
Yo solamente sabría decir
que, da- |
da la naturaleza del ser
humano, |
sería un milagro que
escándalos de |
este género no se dieran
en la his- |
toria de la Iglesia.
Escándalos que |
son tanto más importantes
cuanto |
el terreno en que se
producen es |
más amplio, y tanto más
chocantes |
cuanto más disfrazados
aparecen |
bajo el color de una
santidad emi- |
nente. |
John H. Newman, C. O., |
O. S., 144-145 |
11 (51) |
SAINT PHILIP NERI |
This is the Saint of
gentleness and kindness, |
Cheerful in penance, and
in precept winning; |
Patiently healing of their
pride and blindness, |
Souls that are sinning. |
This is the Saint, who,
when the world allures us, |
Cries her false wares, and
opes her magic coffers, |
Points to a better city,
and secures us |
With richer offers. |
Love is his bond, he knows
no other fetter, |
Asks not our all, but
takes whate'er we spare him, |
Willing to draw us on from
good to better, |
As we can bear him. |
When he comes near to
teach us and to bless us, |
Prayer is so sweet, that
hours are but a minute; |
Mirth is so pure, though
freely it possess us, |
Sin is not in it. |
Thus he conducts, by holy
paths and pleasant, |
Innocent souls, and sinful
souls forgiven, |
Towards the bright palace,
where our God is present, |
Throned in high heaven. |
12 (52) |
Éste es el Santo de la
cortesía у la amabilidad, |
alegre al practicar la
penitencia, |
y nos conquista cuando da
preceptos; |
paciente sanador de los
orgullos y cegueras, |
de las almas cogidas en
pecado. |
Éste el Santo que denuncia
el mal del mundo; |
si nos atrae con sus
falsos bienes, |
y abre sus mágicos
tesoros, |
él nos señala una mejor
ciudad con garantías |
de riquezas más altas. |
Amar es para él el
compromiso único, |
pues no conoce sujeción
más fuerte; |
no nos exige nada, mas se
nos lleva todo |
lo que de corazón le
reservamos, |
gustosamente
conduciéndonos desde lo bueno a lo mejor, |
según consienten nuestras
fuerzas. |
Cuando él se nos acerca,
nos instruye y nos bendice; |
rezar con él es tan suave |
que el tiempo se hace
corto; |
tan pura es la alegría que
espontáneamente nos invade, |
sin contener pecado
alguno. |
Así, a las almas inocentes |
conduce por caminos santos
y agradables, |
y a las de pecadores
perdonados |
hacia la luminosa estancia
donde Dios está presente, |
entronizado en las alturas
celestiales. |
John H. Newman |
(1857) |
13 (53) |
El espíritu del santo
fundador |
de la Congregación del
Oratorio, |
Felipe Neri |
CUANDO nos referimos a la
"espiritualidad" de un |
santo, queremos decir, por
supuesto, que lo toma- |
mos sirviéndonos de tipo
para mostrarnos cómo él |
entendió la única
espiritualidad cristiana, la del |
Evangelio, en un tiempo y
en unas circunstancias |
determinadas. Por esto la
Iglesia canoniza a algunos cristia- |
nos insignes y nos los
propone como ejemplo de vida que nos |
haga más fácil la
referencia necesaria y universal a Cristo. Es |
algo que hay que tener
siempre presente para no elevar a |
mito las devociones y
preferencias que los santos puedan des- |
pertar. Por eso existen
tratadistas eminentes de espiritualidad |
y de su historia a través
de los tiempos que se detienen muy |
explícitamente en estas
reflexiones previas, antes de introdu- |
cirnos en sus dilatadas
investigaciones, en las que, de modo |
sistemático, nos hablan de
la espiritualidad cristiana, de su |
historia, de las escuelas
o manifestaciones más destacadas |
hasta constituir
corrientes principales, y de los santos que las |
han representado. También,
en las vidas de los santos, vemos |
cómo ellos, de manera
constante, se esforzaban para que |
cualquier alabanza que
pudieran recibir fuese enseguida |
referida a Dios, el único
Santo. Lo hacían convencidos y lle- |
vaban plenamente razón en
sus protestas. Su humildad «era |
la verdad», como habría
dicho castizamente santa Teresa. |
Espiritual es todo lo que
se refiere al espíritu, por lo tan- |
to a Dios, ser espiritual,
a los ángeles, al alma (componente |
14 (54) |
espiritual del hombre).
También llamamos espiritual a la cien- |
cia que estudia los
principios y las prácticas de que se compo- |
ne la piedad o servicio
tributado a Dios. Pero nosotros prefe- |
rimos tomar el concepto de
espiritualidad según el matiz o |
estilo que el seguimiento
e imitación de Cristo ha tenido en |
los santos y, más
concretamente, en nuestro Padre san Felipe |
Neri. En el servicio
cristiano a Dios, cada santo acentúa |
determinadas verdades de
la fe, o parece que da preferencia |
a algunas virtudes en el
modo de seguir el ejemplo de Cristo, |
o se preocupa de un fin
secundario específico (además de de- |
dicarse al primario e
indispensable de la alabanza divina y la |
propia unión con Dios), y
se sirve de medios y prácticas que |
impregnan de un estilo
particular hasta constituir determina- |
das notas que le
distinguen con características propias. |
En el caso de nuestro
Padre san Felipe, no es fácil deli- |
near o definir lo que
constituye su espíritu, porque parece |
como si él,
intencionadamente, hubiese hecho todo lo posible |
para no dar pie a ello.
Escribió muy poco, descuidó toda sis- |
tematización, nos quedan
sólo una treintena de cartas y algu- |
nas poesías. Aunque sí
permaneció el fuerte impacto de su |
personalidad sobrenatural
entre los que le conocieron, trata- |
ron y convivieron con él.
Uno quisiera tener en mano todo el |
montón de papeles,
escritos y cartas que mandó quemar en |
cierta ocasión. Hacía
escribir y exigía orden en el trabajo lite- |
rario e intelectual de los
suyos, pero él supo ocultar la mayor |
15 (55) |
parte de cuanto hubiera
podido le- |
garnos. A pesar de ello,
con su fiso- |
nomía espiritual, es el
más insigne |
representante de lo que,
en la histo- |
ria de la espiritualidad
cristiana, |
podríamos denominar la
"espiritua- |
lidad italiana", que
alcanza su mo- |
mento en el Renacimiento. |
Muy brevemente, puede
sernos |
útil una rápida síntesis
de esa his- |
toria de la espiritualidad
cristiana, |
comenzando por la primera
gene- |
ración de la Iglesia. ¿Qué
preocupó |
especialmente a los
primeros cris- |
tianos cuando pensaron en
tomar |
aspectos principales del
Evangelio |
y del recordado ejemplo de
Cristo, |
a la hora de imitarle y
vivir para sí |
la vida de Cristo? Porque
ésta era |
la exaltada preocupación
de san Pa- |
blo: «Vivo, pero no vivo
yo, es Cris- |
to quien vive en mi» (Gál
2, 20). |
Los primeros cristianos
—los |
primeros santos— pensaron,
sobre |
todo, en el martirio y,
enseguida, |
en la virginidad. Fue una
genera- |
ción de mártires, vírgenes
y asce- |
tas, que no necesitó de
ninguna es- |
tructura para soporte o
protección. |
Obviamente, no todos los
cristia- |
nos de los primeros
tiempos cono- |
cieron las cárceles, las
torturas, la |
misma muerte por la fe, ni
se lan- |
zaron a la total
generosidad, sin re- |
conocimiento ni
compensación so- |
cial alguna. Hubo también
fieles |
más vulgares, y también
pecadores; |
pero los santos surgieron
de ese |
espíritu, que está en la
misma raíz |
del primer despertar y
crecimiento |
de la Iglesia. Todo cuanto
el Señor |
había dicho v anunciado
respecto |
a padecimientos,
incomprensiones, |
persecuciones, injusticia
y odio a |
causa de su nombre, lo
pudieron |
comprender bien esos
seguidores |
insignes, a los que la
Madre Iglesia |
enseña a volver los ojos
siempre, |
como muestra de la mayor
pureza |
a la hora de vivir
sinceramente la |
espiritualidad del
Evangelio. |
Pasadas las persecuciones,
la |
Iglesia conoció la paz,
ciertamente |
merecida. Pero esta paz y
protec- |
ción temporal que también
obtuvo |
(cuya legitimidad tampoco
se pue- |
de condenar sin más)
provocó un |
decaimiento en el fervor,
como si |
ya no le faltara al fiel
otra cosa |
que tocar el cielo con las
manos. |
Esa falta de fervor
paganizó las |
costumbres de muchos
cristianos, |
en cuanto a las riquezas y
privile- |
gios, y a los honores
terrenos y |
la moral. Es la hora en
que algu- |
nos, tocados por el
Espíritu de |
Dios, intentan
"huir" de ese mun- |
do paganizante y relajado.
La "fu- |
ga mundi", que habría
podido pa- |
recer una deserción
apostólica, y |
hasta "una
protesta" contra la ex- |
cesiva
institucionalización de la |
Iglesia, que se
mundanizaba (cons- |
tantinismo), fue una
espiritualidad |
que encontró, en el
desprendimien- |
to, en la castidad, en la
humildad, |
en la pobreza y en la
oración prac- |
ticadas en el desierto, un
nuevo |
16 (56) |
"testimonio"
(una especie de mar- |
tirio continuado) que
despertó de |
nuevo los fervores de la
vida evan- |
gélica, no sólo en los que
habían |
"dejado el
mundo", sino en los que |
seguían en él. En este
sentido fue |
ejemplar la relación entre
san Ata- |
nasio y san Antonio, el
primero |
activo
—"comprometido", diría- |
mos hoy― y Antonio,
desde la so- |
ledad del desierto,
ayudándole con |
la plegaria y el consejo,
para sal- |
var de peligros a una
Iglesia fuer- |
temente amenazada por
disfraza- |
dos poderes
"protectores" de este |
mundo, que, en realidad,
la co- |
rrompían. |
Poco más adelante, en
Occidente, |
surge san Benito, que
reúne a soli- |
tarios al fundar los
primeros mo- |
nasterios. La soledad no
es el ideal |
de la Iglesia, familia de
Dios. El |
monasterio combina la
soledad pa- |
ra la contemplación, pero
convoca, |
sobre todo, para el
trabajo y la ple- |
garia común, en alabanza
de Dios. |
Con razón san Benito ha
sido pro- |
clamado patrón de Europa,
porque |
de sus monasterios surgió
la salva- |
ción del cristianismo y la
civiliza- |
ción medieval, en una
época dura |
de transformaciones,
guerras y ca- |
lamidades. La comunidad
ideada |
por san Benito será el
tipo luego |
repetidamente imitado y
adaptado |
a sucesivas circunstancias
y tiem- |
pos históricos,
conservando unas |
veces la denominación
benedicti- |
na, y otras dando lugar a
deriva- |
ciones formalmente nuevas,
piro |
que no podrían prescindir
total- |
mente de aquel primero y
genial |
modelo. |
Siete siglos más tarde
surgen las |
órdenes mendicantes
(franciscanos, |
dominicos,
mercedarios...). Sus fun- |
dadores comprenden que no
basta |
esperar a que vengan al
monasterio |
y aun a las catedrales e
iglesias los |
que necesitan ser
evangelizados, |
sino que es preciso salir
a la calle, |
por los caminos y plazas,
y anun- |
ciar a Cristo. Es también
el mo- |
mento que nacen las
universidades, |
amparadas ciertamente por
la Igle- |
sia, pero debidas al
interés y es- |
fuerzo de estudiantes y
maestros |
que las administran. En
los monas- |
terios se esperaba a que
los fieles |
fueran a ellos, y era
proverbial la |
hospitalidad con que eran
acogidos |
los huéspedes, «como al
Señor»; pe- |
ro cuando esto no basta,
hay que ir |
a las gentes, y de ello se
encargan |
los mendicantes. |
Un par de siglos más
tarde, en |
el mundo se opera una
grandio- |
sa transformación, con el
descu- |
brimiento de América, en
cuya |
evangelización tanta
importancia |
tendrían estas nuevas
órdenes. Se- |
guramente que en nuestra
época |
ellas mismas habrían
entendido no |
exactamente igual esa
misión evan- |
gelizadora, pero, en todo
caso, mi- |
tigó la rudeza de los
colonizadores |
y no faltaron numerosos
ejemplos |
de caridad y de esfuerzo
positivo |
17 (57) |
por evitar atropellos y
defender a |
los nativos de la codicia
y depre- |
dación de los
conquistadores, que |
no respetaron las culturas
ni los |
derechos de los sometidos,
preocu- |
pados en enriquecerse y
llevar oro |
a la metrópoli. Por lo
demás, co- |
mo ocurre en todas las
conquistas, |
cualquiera que sea el
poder que las |
impulse. |
La idea de
"Cristiandad" alcanza |
su cota más alta, pero
enseguida se |
va a resquebrajar. Se alza
la prime- |
ra gran teoría sobre el
poder po- |
lítico (Machiavelli), y
encuentra, |
en la grandeza de España,
la pri- |
mera adecuación. La
"razón de es- |
tado" pasará a ser la
filosofía de |
todos los que acumulen
poder. La |
Iglesia misma será
zarandeada y, |
en ocasiones, casi
asaltada, consi- |
derándola como una
instancia po- |
derosa de la que hay que
ser due- |
ño o hay que tener
dominada (los |
Medici), en provecho
propio. Pero |
aun así, habrá santos, y
grandes |
santos. |
En el mismo momento en que
se |
inicia la decadencia
española, sur- |
gen los grandes místicos
Juan de |
la Cruz y Teresa de Jesús.
Parece |
como si ya no quedara nada
"por |
conquistar", y se
alzaran para con- |
quistar, las moradas más
altas de |
Dios. Se agotan los
caminos de la |
tierra, pero entonces
ellos suben |
en alas de la
contemplación al cie- |
lo más alto. Tienen, a
pesar de lo |
sublime de su vuelo, la
sencillez |
directa del amor y el
trato con el |
Señor Jesús. Es un reflejo
derivado |
de la llamada
"devotio moderna" |
que, en Centroeuropa ha
enseñado a |
volver a la figura de
Jesucristo, en |
su santa Humanidad,
descendiendo |
un poco de aquellas por lo
demás |
espléndidas majestades
románicas |
y el dramatismo de las
figuras gó- |
ticas, para inaugurar el
trato de la |
oración de amigo y esposo
con |
Dios, Padre, pero además
amigo y |
hermano en Jesucristo.
Nadie co- |
mo santa Teresa nos lo ha
sabido |
expresar con más verdad,
más sen- |
cillez y más fuerza. |
Teresa de Jesús y Juan de
la |
Cruz tendrán un gran
influjo en |
toda la historia de la
espirituali- |
dad; pero, aunque a ella
la llama- |
ran "fémina inquieta
e andariega", |
son almas de convento, de
clausu- |
ra. La misma epopeya de
América |
y la ya sangrante escisión
protes- |
tante demuestran que hay
que |
volver otra vez a la
calle, a las |
plazas. El Espíritu de
Dios suscita- |
rá a más santos para que,
entre to- |
dos, cubran esa misión.
Destacará, |
en especial, san Ignacio
de Loyola, |
que transformará, a lo
divino, todo |
el bagaje de su naturaleza
de vasco |
y su condición de militar,
desarro- |
lladas en el marco de la
España |
imperial. |
En Italia las cosas son de
otro |
modo. Italia no existe
como estado. |
Es más bien un mosaico de
estados, |
de estados-ciudad,
enclaves, concu- |
18 (58) |
rrencias y competencias,
en aquel |
momento bajo las tensiones
de |
Francia (rival de España)
y el Im- |
perio Español, por una
parte, y el |
poder político del Papado,
que, por |
otra parte, había ejercido
una cier- |
ta moderación equilibrante
en Eu- |
ropa, gracias a su influjo
moral, en |
el círculo de la unidad
cristiana, |
que había logrado tener a
raya la |
presión musulmana. |
En Italia también existen
grande- |
zas, pero no son
políticas, ni siquie- |
ra hegemónicas. También
aquí hay |
una vuelta al hombre, al
hombre de |
este mundo, y a la cultura
de este |
hombre terreno. Una vuelta
a la |
humanidad clásica que ya
no to- |
ma, como en la Edad Media,
a Dios |
como centro del mundo,
sino pre- |
cisamente al hombre, sin
por ello |
despreciar a Dios. El
milenarismo |
se ha olvidado, el mundo
no acaba; |
comienza otra vez. Se deja
el éxta- |
sis de un triunfo
milagroso, de la |
apoteosis escatológica, y
se camina |
de nuevo. Se vuelve a
Grecia. Tal |
vez el Emperador de
entonces de- |
seara, para él, la
grandeza de Ro- |
ma, pero en Italia se
piensa más en |
Atenas, y Florencia, en
concreto, |
reflorece en sus estilos y
produce |
artistas, poetas, músicos,
pintores, |
arquitectos, políticos,
comercian- |
tes... y santos. |
Felipe será uno de estos
santos, |
que llevará siempre a
Florencia |
en su corazón —«natione
florenti- |
nus», declarará al
manifestar su |
origen―, y amará
siempre. No va- |
mos a repetir su vida,
pero en Ro- |
ma el primer apostolado lo
ejerce- |
rá, de seglar, entre los
de su misma |
"nación", que
son comerciantes y |
banqueros, por lo demás
servido- |
res del papa y de la
nobleza ecle- |
siástica de la corte
pontificia. Feli- |
pe es un hombre del
Renacimiento, |
nacido en la ciudad en que
el Re- |
nacimiento tiene su cuna y
desde |
la cual se irradiará,
primero sobre |
Roma, y luego a toda
Europa. El |
Renacimiento también es
una se- |
cularización. San Felipe
no piensa |
hacerse sacerdote, porque,
de mo- |
mento, le basta con ser
cristiano, |
no como una disminución,
sino co- |
mo usando, hasta agotarla,
una li- |
bertad que le facilita la
entrega a |
Dios, tal como él la va
entendien- |
do. Es florentino, y lleva
muy den- |
tro la idea de la
libertad, por la |
que siempre se batieron
los floren- |
tinos, cuando las codicias
extrañas |
envidiosas de su pujanza
la hosti- |
gaban y la asediaban y,
finalmente, |
«la compraban y vendían».
Mien- |
tras los dos grandes de
Europa |
pensaban en guerras y
conquistas, |
en dominios y grandezas,
Florencia |
se había empleado en la
honesta |
laboriosidad del mejor
comercio |
europeo, y de la riqueza
alcanzada |
con ese trabajo surgían
los mece- |
nazgos a los artistas y
poetas, las |
maravillas del arte con
que vestían |
la entera ciudad, menos
grande, |
pero más armoniosa y más
bella |
19 (39) |
que la Roma orgullosa que
pudo, |
a lo sumo, comprar
artistas floren- |
tinos para embellecerse
con lo que, |
por sí misma, jamás habría
sido ca- |
paz de crear. Porque
florentinos |
fueron especialmente los
artistas, |
pintores y arquitectos que
embe- |
llecieron Roma. |
Y también lo fue el Santo
que la |
curó de su paganismo,
Felipe Neri, |
que en Roma siguió siendo
floren- |
tino, aunque sin ánimo ni
gesto al- |
guno de prepotencia, ni de
despre- |
cio o resentimiento.
Felipe amó |
Roma, la ciudad de los
mártires y |
los santos, el corazón de
la Iglesia, |
la capital del mundo de
entonces, |
y le injertó el amor que
llevaba de |
la Florencia que nunca
había olvi- |
dado, envuelta en el
recuerdo del |
Angélico, de Savonarola,
del Dan- |
te, de Miguel Ángel, del
Donatello, |
de los de la Robbia, de
Brunelles- |
chi, del Giotto... |
Felipe era de mentalidad
abier- |
ta. Ése era su componente
florenti- |
no. Porque Florencia se
había preo- |
cupado más de la cultura,
de las |
actividades del espíritu,
del arte, |
que de perderse en sueños
de codi- |
cia y de grandezas
políticas. Cierto |
que, finalmente, sucumbió
al domi- |
nio de los extraños, pero
nunca ja- |
más lograron apagar su
esplendor |
cultural. Tal vez se lo
apropiaron |
y se aprovecharon de su
acervo, |
pero el valor de sus
creaciones era |
tan grande y tan puro que,
aun fal- |
sificado, recordaría para
siempre |
el origen de donde fue
extraído. |
Esa apertura de espíritu,
ajena del |
todo a mojigaterías, a
estrecheces |
y a raquitismos
provincianos, esta- |
ba completada, en Felipe,
por un |
espíritu profundo, por una
visión |
radical, desde Dios, que
ya se ma- |
nifiesta en algunos rasgos
de su |
infancia, y luego aparece
en su |
adolescencia o primera
juventud, |
en el momento en que
abandona |
una perspectiva halagüeña,
de por- |
venir honesto, pero de
lustre sola- |
mente humana, cuando se
despide |
de sus tíos, que le
ofrecían hacerlo |
heredero suyo, en San
Germán. |
Esta profundidad
espiritual se irá |
desarrollando a medida que
pro- |
gresa en la vida su
experiencia de |
Dios. Esa experiencia de
Dios es la |
oración. Dios le resulta
inmediato |
al alma, y por eso no
piensa, ni pa- |
ra hacerse más santo,
hacerse sa- |
cerdote o ingresar en
alguna de las |
órdenes existentes. En
realidad, |
durante su etapa de vida
seglar, |
está continuamente ocupado
en |
obras de bien, para las
almas y pa- |
ra servir a la Iglesia. Y
lo lleva a |
cabo con intensidad y sin
vanidad |
alguna. |
Fue en su época de seglar
cuan- |
do creció en él el gusto y
la prácti- |
ca de la oración. Espíritu
de ora- |
ción y sentido de la
libertad son las |
primeras notas que
encontramos en |
él, destacándose, en los
años de su |
juventud, y que luego se
manten- |
drán y pasarán a sus
obras. No es |
20 (60) |
extraño que, como
experiencia ex- |
traordinaria, el Espíritu
Santo ten- |
ga un puesto en sus años
jóvenes, |
de seglar. Si la oración
es la respi- |
ración del alma v la
libertad la |
condición para el amor,
aunque |
externamente llevara una
activi- |
dad verdaderamente
sorprendente, |
no nos puede resultar
demasiado |
extraño que necesitara
cinco y has- |
ta ocho horas diarias para
"pensar |
en Dios", porque esto
era, ya en |
la tierra, su cielo, y su
gozo. Y te- |
nemos, con la alegría, esa
otra no- |
ta de su espiritualidad.
No se trata |
de estar alegres porque
hay que |
hacer el esfuerzo de
ponerse ale- |
gre, o de parecerlo, sino
que el |
gozo también es del
Espíritu de |
Dios, porque nace de esta
presen- |
cia mantenida, en trato
que no |
cesa con el dulce huésped
del al- |
ma, Dios mismo. Y la
austeridad |
tampoco es el resultado de
una |
programación ascética,
sino de ha- |
ber elegido lo mejor.
«Sólo Dios |
basta», diría santa
Teresa, contem- |
poránea suya, y él mismo
asegura- |
ría, más tarde, que «quien
busca y |
ansía otra cosa que no sea
Jesús, |
está loco y no sabe lo que
busca». |
Pero la libertad, la
oración, el |
gozo, típicamente
filipenses, nos |
podrían hacer creer que
todo se |
contiene y agota en esa
interiori- |
zación de aspiraciones y
actitudes |
muy íntimas del alma,
abstraída |
de todo lo demás. Felipe
fue un |
santo activo, emprendedor,
imagi- |
nativo, abierto en el
trato, comuni- |
cativo. Hacer el bien,
dedicarse a |
obras de caridad, de
instrucción |
en la fe, de formación.
Fue muy |
exigente con los que
dependían de |
él, procurando que
adquirieran |
una verdadera cultura,
aunque hu- |
millándoles y
"premiando" sus éxi- |
tos, con verdaderas
penitencias, |
porque temía sobremanera
la so- |
berbia, especialmente de
sus hijos |
espirituales. Ante un
sermón que |
le parecía demasiado
fervoroso en |
la alabanza del martirio
cristiano, |
interrumpió al predicador
incre- |
pándole y recordando que,
en el |
Oratorio, nadie había dado
toda- |
vía ni una sola gota de
sangre por |
defender la fe, ni tampoco
había |
tenido especiales
sufrimientos a |
causa de ella. |
Quería a los jóvenes, con
una |
predilección dispuesta a
perdonar- |
les todas las molestias de
sus ino- |
portunidades. Pero,
profundamente |
realista, también
reconocía que sus |
fervores necesitaban ser
modera- |
dos, purificados y
corregidos mu- |
chas veces: «I giovani,
fuoco di pa- |
glia!» El entusiasmo de
los jóvenes |
es fuego de paja. Pero
eran la espe- |
ranza de mucho bien. Él
podía re- |
cordarlo de sus fervores
de juven- |
tud. «Dichosos vosotros,
los jóve- |
nes, porque tenéis tiempo
y fuer- |
zas para haceros santos».
Tal vez, |
la tristeza fuera que, a
veces, se |
ven tan desperdiciadas
esas fuer- |
zas que Dios da a los
jóvenes, pre- |
21 (61) |
cisamente cuando debieran
servir |
para el bien. |
En el fervor, en los
ejemplos y |
doctrinas de bien, era
estricto. Ha- |
bía que aprender de los
santos. No |
es que se fijara,
precisamente, en |
las listas de canonizados,
sino en |
las personas acreditadas,
porque él |
se había atrevido a
circundar con |
una aureola de santo una
estampa |
con el grabado de
Savonarola, san- |
to según él. Y los libros
que leía |
con frecuencia —Iacopone
da To- |
di, Bto. Colombini—,
curiosamente |
habían sido de personajes
que tu- |
vieron conflictos con las
autori- |
dades de la Iglesia, en
épocas difí- |
ciles, ciertamente, en las
que no |
siempre el buen ejemplo
resplan- |
decía en los puestos de
responsabi- |
lidad. |
Tenía un horror a la
avaricia. |
«El avaro nunca será
santo». Y a |
las mentiras. |
Para ser buenos y santos,
según |
él, uno había de estar
dispuesto a |
despreciarse a sí mismo, a
no des- |
preciar a nadie y a no
preocuparse |
de que le despreciaran. Es
posible |
que esto último fuese lo
más difí- |
cil. Y que él, afectuoso
como era, |
lo hubiese experimentado
en bue- |
na medida. Por otra parte,
esa fra- |
se, que es de san Bernardo
y que |
se la tenía bien sabida,
resume to- |
do lo más importante sobre
el ver- |
dadero desprendimiento
cristiano, |
que aconsejaba a todos. |
Sin desprendimiento, sin
humil- |
dad, solía decir, es
imposible la |
oración, la amistad con
Dios. |
En verdad fue un santo de
ora- |
ción. Cuando su obra se
llamó «el |
Oratorio», no fue porque
hubiese |
elegido ese nombre, sino
por la |
costumbre de que las
reuniones |
primeras, una vez
comenzaron a |
ser organizadas, se hacían
en un |
espacio que tenía este
nombre. Pe- |
ro le gustó. «Si tengo un
pequeño |
espacio de tiempo para
rezar, no |
tengo miedo de nada». La
oración |
también explica sus misas,
que |
tenía que celebrar en
privado, por- |
que se le hacían demasiado
largas |
y llamaba la atención, y
nada le ha- |
cía sufrir tanto como
convertirse |
en espectáculo de
curiosos. Hom- |
bre activísimo, pero tan
amante de |
la soledad, de subir a
lugares altos, |
de contemplar espacios
abiertos, |
de contemplar la
naturaleza, por- |
La verdadera religiosidad
so guarda en el corazón, y, aunque no |
puede existir sin que se
manifieste en hechos, éstos, sin embargo, |
son ocultos en su mayoría,
como la caridad que no ama el hacerse |
visible, la oración
secreta, la negación de sí mismo que no se mues- |
tra, las luchas que nadie
sospecho, y también las secretas victorias. |
J. H. Newman, |
P.S. IV, 243 |
22 (62) |
que así más fácilmente
pensaba en |
Dios. |
Hay en san Felipe un
aspecto |
que no se puede pasar por
alto. Es |
el pensamiento de la
muerte. No |
el de las calamidades
teatralizadas |
en el medioevo, con
amenazas te- |
rribles —«Dies irae, dies
illa / cala- |
mitatis et miseriae...»—,
sino de la |
muerte como encuentro con
el Se- |
ñor. Él supo así curar los
temores |
de muchos escrupulosos, y
hacer- |
los confiados en el amor a
Dios, |
todo misericordia. Pero
enseñaba |
que este encuentro debe
preparar- |
se, por el respetuoso amor
que me- |
rece Dios. Así a aquel
joven ambi- |
ciosillo y superficial que
le habla- |
ba contento de sus
esperanzas y |
perspectivas mundanas, a
las que |
Felipe iba preguntándole
«¿Y des- |
pués?», hasta que se
agotaron las |
respuestas a todo lo que
podía pa- |
recer un porvenir
espléndido en la |
profesión, la riqueza, el
honor, el |
amor... «¿Y después?» Le
respondió |
el joven, finalmente:
«¿Después?... |
Me moriré». Todavía añadió
san |
Felipe: «¿Y después?»...
Esta últi- |
ma pregunta fue terrible.
El joven |
la pensó, estalló en
lágrimas, se |
convirtió, dejó el mundo,
y se con- |
sagró enteramente a Dios. |
Después. |
Nos atrevemos a pensar
que, pa- |
ra san Felipe, casi no
existía el |
"después". A los
santos se les com- |
primen las cronologías,
las sucesio- |
nes y las esperas, en las
cosas que |
son de Dios. La oración ya
es, para |
ellos, un comienzo del
cielo, por- |
que el cielo se inicia y
contiene en |
el alma. El tiempo, bien
entendido, |
ya está inscrito en la
eternidad. |
«El reino ya está entre
vosotros, |
y hasta dentro de
vosotros. Los |
biógrafos que se refieren
a fenó- |
menos místicos o a
arrobamientos |
de san Felipe, en la
oración, en la |
celebración de la misa, en
la lectu- |
ra de libros santos...,
tal vez nos ex- |
presan, implícitamente,
que Felipe |
ya tocaba el cielo, ya lo
tenía, por |
lo menos comenzado, en el
alma. |
Todos explican lo que
sucedió |
con su muerte, y el
momento de |
su muerte. Cuando decían
los mé- |
dicos que iba a morir, no
murió. |
* Vosotros no entendéis».
Y, un día, |
se puso a decir que se
moriría, y |
dijo la hora, y fue
anunciando el |
momento, trasteando
pacíficamen- |
te por su cuarto,
confesando a al- |
gunos, recibiendo visitas,
rezando |
el Breviario, y, al paso,
iba contan- |
do y señalando cuándo iba
a mo- |
rir, y ocurrió todo como
había ido |
prediciendo, en paz, con
cara ba- |
ñada de cielo, o con cara
y rostro |
que, más que nunca,
verdadera- |
mente, era el espejo del
alma. |
Porque, el cielo, ¿qué
otra cosa |
puede ser, para quien ha
hecho |
oración, que la gran
contemplación |
serena y total de Dios
embebiendo |
el alma? |
23 (83) |
martes, 26 de mayo, |
fiesta de nuestro padre |
SAN FELIPE NERI. |
XXV ANIVERSARIO |
DE LA INAUGURACIÓN DE LA
IGLESIA |
Y CONSAGRACIÓN DE SU ALTAR |
DE ESTA CONGREGACIÓN DEL
ORATORIO DE ALBACETE. |
DAREMOS GRACIAS A DIOS |
EN LA EUCARISTÍA |
DE LAS OCHO DE LA TARDE, |
QUE PRESIDIRÁ EL OBISPO DE
ESTA DIÓCESIS, |
MONS. VICTORIO OLIVER
DOMINGO, |
EN EL CURSO DE CUYA
CELEBRACIÓN |
CONFERIRÁ EL ORDEN DEL
DIACONADO |
A NUESTRO HERMANO |
JESÚS GARCÍA SERRANO, |
DE ESTA MISMA
CONGREGACIÓN. |
LAUS DEO |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
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