Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 284.
SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1992 |
SUMARIO |
EL que rechaza la verdad o
teme y desprecia sus |
exigencias,
espiritualmente es un esclavo y, si |
tiene poder, hace esclavos
a los demás. Al final, |
la verdad siempre
resplandece, aunque pueda |
ser más allá del tiempo;
pero resulta inevitable que, |
en el camino, hayan sido
sacrificados o engañados |
muchos inocentes. La peor
de las violencias que ha |
padecido y padece el ser
humano es la mentira, y |
luego la persecución de la
envidia y la explotación |
e injusticias de la
codicia. Ellas solas explican los |
mayores males que afligen
todavía a la humanidad. |
SAN PIETRO IN VATICANO |
PRINCIPIOS |
PENSAMIENTOS DE J, H.
NEWMAN |
APOSTOLADO Y
DESPRENDIMIENTO |
PERMISO PARA SER CRISTIANO |
CONVERSIÓN DE BARTOLOMÉ DE
LAS CASAS |
SOBRE RENGLONES TORCIDOS |
1 (65) |
SAN PIETRO IN VATICANO |
...Aquí has llegado,
peregrino, |
al sepulcro vacío, con un
dulce |
olor de lienzos todavía.
Pasa, |
no pretendas morar, calor
no pidas, |
cumple tu reverencia entre
las púrpuras |
cansadas que revisten las
pilastras. |
Vuelve a tus horas, a tu
tierra, Acaso |
es un inmenso andén, es
una sala |
de espera y de festejo,
con distintos |
cristianos cada día. En el
extremo |
de los caminos, un vacío,
el hueco |
más grande de la tierra,
resonante |
con eco ya no humano. Aquí
la pompa |
en volutas perfectas se
aniquila; |
se queman las exactas
ceremonias; |
es el tapiz por su revés
de industria, |
con la verdad cayendo al
otro lado. |
Marcharé. No venía a
confortarme, |
sino a aprender mejor lo
que sospecho; |
vine a pedir amor para
llevar |
mis ropajes de vivo sin
romperlos, |
a aceptar otra vez mi
triste forma |
de ser, como de un rey;
vine a buscar |
algo de la ironía sin
escudo |
de Cristo, al enredarse en
nuestros años. |
José M. Valverde |
2 (66) |
Principios |
NEWMAN, antes que las
ideas, por encima de los sistemas y más que la fuerza |
de los valores, estimaba y
se guiaba por lo que él llamaba "principios". Gracias |
a esto, quedó inmunizado
frente a cualquier fanatismo mental, no se cerró a |
explícitos o disimulados
universos sectarios, ni se endureció esclavizándose a |
sí mismo o a los demás
enarbolando la hipótesis de una pasión religiosa. Ese peligro |
que corren las
personalidades con don de gentes y pretextos teológicos, cuando no |
desembocan en la santidad
verdadera y evangélica, y llevan a confundir el reino de |
Dios con los reinos del
mundo. |
Newman era un hombre de
principios, que es más que ser un teórico, aun del bien |
y de la verdad; los
principios no son encasillables en la organización de modos, prác- |
ticas y tácticas de
"ganarse el cielo", ni de captación o seducción de adeptos como si |
fueran logros apostólicos;
los principios no son energía o conciencia de fuerza mono- |
polizada para imponer a
los débiles lo que hoy podríamos llamar un fascismo espiri- |
tual. Newman fue acusado
de que "no hacía conversiones" porque no tenía éxitos |
estadísticos, y se atrevía
a decir que, a la vez que preparar a los convertidos para la |
Iglesia, había que
preparar y convertir a la Iglesia para que ésta los pudiera recibir. |
Y lo decía por amor a las
almas y por verdadero amor a la Iglesia, de la que nunca |
quiso aprovecharse, porque
su amor era puro. |
Para Newman, "the
first principles" eran actitudes previas al discurso del pensa- |
miento, a la decisión de
la voluntad, para proteger la pureza del primero y sostener |
la honestidad de las
decisiones del querer humano. Es posible desarrollar toda una |
teoría sobre Newman y
"los principios"; pero el más importante de ellos era segura- |
mente "el principio
de la conciencia", entendido no como el acoplamiento, o limita- |
ción, del querer o
voluntad de Dios a lo que éste deja al arbitrio del hombre, sino |
como "resonancia de
la voz de Dios en el corazón del hombre", de quien Dios espera |
una respuesta que no puede
ser desoída sin traicionar a quien nos habla. Esta res- |
puesta no la puede dar
nadie, en substitución del hombre, de cada uno. |
3 (67) |
Educar para el
cristianismo es enseñar a responder a Dios con la sinceridad re- |
querida; es
"desinfantilizar" y preparar para ser verdaderamente personas, que
res- |
pondan con la vida a la fe
en un Dios también personal. No a una idea ni a un sistema, |
no a la mayor utilidad de
un proyecto terreno, para cuyo fin se instrumentaliza a |
Dios y, en cuyo nombre,
podría llegarse al abuso de reducciones sectarias incompa- |
tibles con la
universalidad y espiritualidad del cristianismo. Universal y, por ello, |
espiritual; y espiritual
para poder ser universal, de todo el hombre y de todos los |
hombres. El principio de
la conciencia no ampara la anarquía, no es la egolatría, no |
es el capricho o escudo
detrás del cual se oculta el egoísta. En la vida del hombre |
todo es juego y permanece
sin sentido ni valor si no nace "del corazón y va dirigido |
al corazón" de Dios
mismo. Dios nos ha dado corazón para establecer con él este |
puente. Por esto Newman
llega a decir que la conciencia no solamente es la voz de |
Dios en el corazón, sino
el vicario de Dios y verdadero vicario de Cristo en el inte- |
rior de cada uno de
nosotros. |
Buena noticia: |
Cátedra Newman, en
Salamanca. |
Se acaba de establecer en
la Universidad Pontificia |
de Salamanca una cátedra
de teología para el |
estudio de John Henry
Newman, cuyo objetivo es |
dar a conocer mejor las
obras y el pensamiento del |
gran convertido de Oxford
y eminente oratoriano, |
en los ambientes
culturales de los países de habla |
hispana. Los rectores del
English College, de |
Valladolid, y del Royal
Scots College, de |
Salamanca, firmaron en
junio un contrato con el |
rector de esta
Universidad, para sostener la |
cátedra y promover, entre
otras actividades, |
encuentros anuales sobre
temas newmanianos |
específicos y simposios
cuyos trabajos y relaciones |
serán publicados. El curso
se inaugura el 19 de |
octubre por el arzobispo
Couve de Murville, en |
representación de los
obispos de Inglaterra y Gales. |
Monseñor Couve de Murville
es el diocesano de |
Birmingham, sede del
Oratorio fundado por |
Newman, después de su
conversión al catolicismo. |
4 (68) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
EL CAMINO HACIA LA FE |
Buscad la verdad por el
camino |
de la obediencia y tratad
de actuar |
de acuerdo con vuestra
conciencia; |
que vuestros criterios no
sean el |
resultado de meros
razonamientos |
o suposiciones, sino del
perfeccio- |
namiento del corazón.
Porque este |
camino nos manifestará por
sí mis- |
mo que es el correcto, si
es que al- |
gún camino lo es; y que
hay un ca- |
mino recto y otro desviado
nos lo |
dice también la
conciencia. No hay |
duda de que Dios escuchará
sólo a |
los que se esfuercen en
obedecerle. |
(La obediencia conduce a
la fe y la |
preserva. P.S. VIII,
198-199). |
Desde el principio hasta
el final de |
la Escritura, la voz única
de la ins- |
piración mantiene
continuamente |
no la existencia de
discrepancia |
alguna entre fe y
obediencia, sino |
esta única doctrina: que
sólo hay |
un camino de salvación
accesible |
a nosotros, a saber, la
entrega total |
de nosotros mismos a
nuestro Crea- |
dor, y eso en todas las
cosas; lo |
cual significa fidelidad
máxima, |
sumisión de nuestra
voluntad, con- |
versión a Dios con todo el
corazón. |
En la Escritura esta
actitud espiri- |
tual se atribuye unas
veces al que |
cree, y otras al que
obedece, según |
el pasaje concreto, sin
importar a |
cuál de las dos actitudes
es imputa- |
da... Porque no podemos
llamar ac- |
to de fe sino a aquel que
responde a |
la naturaleza de la
obediencia, es |
decir, que implica la
realización de |
un esfuerzo dirigido a
obtener una |
victoria. (La fe es
proporcional a la |
obediencia. P. S. III,
82-83, 85-86). |
Nuestra forma más natural
de ra- |
zonar no es pasando de
proposicio- |
nes a proposiciones, sino
de cosas a |
cosas, de lo concreto a lo
concreto, |
de un todo a otro todo...
Ésta es la |
manera según la cual
razonamos |
ordinariamente: tratamos
las cosas |
de un modo directo, y tal
como en |
sí mismas son...; de ello
podemos |
encontrar buenos ejemplos,
tanto |
en personas sin cultura
como en |
los grandes genios. (El
pastor es |
capaz de predecir el
tiempo y el |
hombre bueno puede
comprender |
la verdad religiosa. G.
A., 330-331). |
5 (69) |
He aquí, pues, dos
procesos dis- |
tintos: el proceso inicial
de razona- |
miento y el proceso
posterior de |
profundización en nuestros
razona- |
mientos. Todos los hombres
razo- |
nan, puesto que razonar no
es nada |
más que obtener una verdad
a par- |
tir de la verdad
precedente...; pero |
no todos reflexionan
acerca de sus |
razonamientos —y mucho
menos |
de una forma sincera y
cuidado- |
para hacer justicia a su
autén- |
tico significado; lo hacen
solamente |
en proporción a sus
aptitudes y |
conocimientos. Dicho de
otra ma- |
nera: todo hombre está
dotado de |
razón, pero no todos
pueden pre- |
sentar razones. (La razón,
si deja- |
mos que actúe según su
naturaleza, |
nos llama a creer. U. S.,
258-259). |
Un juez no hace honrados a
los |
hombres, sino que los
absuelve y |
los rehabilita; de la
misma manera, |
la razón no tiene por qué
estar en |
el origen de la fe, tal
como ésta |
existe en las personas que
creen, |
aunque la comprueba y la
verifica. |
(La razón puede ir después
de la fe. |
U.S., 183) |
¿Confía un niño en sus
padres |
porque se ha demostrado a
sí mis- |
mo que efectivamente son
sus pa- |
dres, y que son capaces y
están de- |
seosos de hacerle bien, o
porque |
parte de un afecto
instintivo?... La |
enseñanza del texto («Mis
ovejas |
escuchan mi voz») es,
pues, que |
aquellos que creen en
Cristo creen |
porque lo reconocen como
el Buen |
Pastor; lo conocen por su
voz, y |
reconocen su voz porque
son sus |
ovejas... La mente
iluminada por |
Dios ve en Cristo aquel a
quien |
desea amar y adorar —aquel
que |
sacia sus anhelos―,
y confía, cree |
en él, porque lo ama. (El
amor con- |
duce a la fe. U. S., 236). |
«Muchas veces se siente
uno inca- |
paz de creer, aun
deseándolo, por- |
que no posee una evidencia
sufi- |
ciente para convencer a su
propia |
razón. ¿Qué es lo que
podrá hacer- |
le creer?» Su compañero de
viaje |
había mostrado inquietud
durante |
algunos momentos; y cuando
Char- |
les acabó de hablar, le
dijo inme- |
diatamente, aunque con
calma: |
«¿Qué es lo que podrá
hacerle |
creer? La voluntad, su
voluntad...; |
no es la evidencia lo que
falla...; |
hay evidencias más que
suficientes |
para llegar a la
convicción moral |
de que la Iglesia católica
o romana, |
y ninguna otra, es la voz
de Dios»... |
«Eso significa», dijo
Charles, mien- |
tras el corazón le latía
más deprisa, |
«que esa persona no tiene
el deber |
de esperar que lo ilumine
una luz |
más clara. Es que no
tendrá, no |
puede esperar más luz
antes de |
convertirse. La certeza,
en su senti- |
do más alto, es la
recompensa de |
aquellos que, por un acto
de la |
voluntad, y siguiendo el
dictamen |
de la razón y de la
prudencia, abra- |
6 (70) |
zan la verdad precisamente
cuando |
los estímulos naturales se
acobar- |
dan. Hay que arriesgarse.
Para uno |
que aún no es católico la
fe es una |
aventura; cuando ya lo es,
la fe es |
un don. Te aproximas a la
Iglesia |
por el camino de la razón,
y entras |
en ella a la luz del
Espíritu». («Veo |
que he de creer». L. G.,
383-385). |
Puedo darme cuenta de que
debo |
creer, y sin embargo ser
incapaz |
de hacerlo... Considerad
el caso |
paralelo de la obediencia.
Muchas |
personas saben que han de
obede- |
cer a Dios, pero no lo
hacen ni |
pueden hacerlo por culpa
suya, |
ciertamente, pero no
pueden |
Pues sólo por la gracia de
Dios son |
capaces de esa obediencia.
Ahora |
bien, la fe no es una mera
convic- |
ción racional; es un
asentimiento |
firme, una certeza más
clara que |
cualquier otra. Y eso no
puede ser |
realizado en el hombre más
que |
por la gracia de Dios, y
sólo por |
ella. Así como los hombres
pueden |
estar convencidos de algo,
y sin |
embargo no actuar de
acuerdo con |
esa convicción, así
también pue- |
den no creer a pesar de
estar con- |
vencidos... Su razón está
conven- |
cida; sus dudas tienen
carácter |
moral, y tienen su raíz en
un defec- |
to de la voluntad. En una
palabra, |
los argumentos en favor de
la reli- |
gión no obligan a nadie a
creer, de |
la misma manera que los
argumen- |
tos en favor de un
comportamiento |
De una carta de san |
Pedro Claver, jesuita. |
Ayer, 30 de mayo de este
año |
de 1627, fiesta de la
Santísima |
Trinidad, desembarcó una |
grandísima nave de negros
de |
"Los Ríos".
Acudimos allí con |
cestos de frutas, galletas
y |
otras comidas. Nos abrimos |
paso hasta llegar a los |
enfermos, que eran muchos, |
tendidos sobre la tierra |
húmeda y enlodada,
cubierta |
de basura y otros
desechos; |
ésta era la cama para sus |
cuerpos totalmente
desnudos. |
Dejamos los manteos y
fuimos |
a por maderas y entablar
el |
lugar; con nuestros brazos |
trasladamos allí a los |
enfermos, dos de ellos ya |
moribundos; hicimos una |
lumbre para darles calor y
los |
cubrimos con nuestros |
manteos, y abrieron los
ojos y |
nos miraban. Nos pusimos a |
lavar sus caras y sus
cuerpos, |
y mi compañero y yo
hacíamos |
a todos tantas
demostraciones |
de afecto como nuestra |
naturaleza es capaz para
dar |
alegría a un enfermo.
Ellos |
tenían la idea de que
habían |
sido llevados allí para
ser |
comidos; por eso, intentar |
hablarles de otro modo no |
habría servido de nada. |
7 (71) |
correcto no obligan a
nadie a obe- |
decer. La obediencia es
consecuen- |
cia de la voluntad de
obedecer; la fe |
es consecuencia de la
voluntad de |
creer. (La voluntad de
creer. Mix., |
224-225). |
Podríamos decir que la fe
verda- |
dera es como el aire o el
agua, in- |
colora. No es sino el
medio a través |
del cual el alma ve a
Cristo. En |
realidad, el alma no puede
descan- |
sar en ella y
contemplarla, como |
tampoco el ojo puede ver
el aire. |
Por eso, cuando los
hombres inten- |
tan, por así decirlo,
cogerla en sus |
manos..., la están
sustituyendo por |
una sensación, una idea,
un senti- |
miento, una convicción o
un acto |
de la razón, que pueden
manipular |
y pervertir. Prefieren
sentir "expe- |
riencias" en ellos
mismos que en- |
contrar aquel a quien no
tienen. |
(La fe unida al amor
conduce a |
Cristo, pero puede ser
oscura y sin |
emociones sensibles. Jfc.,
336). |
Desde que tenía quince
años, el |
dogma ha sido el principio
funda- |
mental de mi religión: no
conozco |
otra. Y no puedo concebir
la idea |
de una religión de otro
tipo; la re- |
ligión como mero
sentimiento se |
me antoja un sueño o una
broma. |
La religión sin la
realidad de un |
Ser supremo, sería como si
se qui- |
siera pretender el amor
filial sin |
la realidad de un padre.
(El testi- |
monio personal de Newman.
Apo., |
49). |
EL SENTIDO DE LOS CREDOS |
Y LOS DOGMAS |
Para poder sentir amor,
temor, es- |
peranza o confianza en
Dios, pri- |
mero hemos de conocerlo.
La de- |
voción ha de tener un
objeto, y |
este objeto, puesto que es
de índo- |
le sobrenatural, si no
está repre- |
sentado ante nuestros
sentidos por |
un símbolo material, ha de
ser pre- |
sentado a la mente en
forma de |
proposiciones. La fórmula
que para |
el teólogo contiene un
dogma insi- |
núa espontáneamente un
objeto |
de culto para el fiel. (La
fe busca |
comprender. G. A.,
120-121). |
La esencia misma del
cristianismo, |
en lo que profesa ser y en
su his- |
toria..., es un mensaje
concreto de |
Dios al hombre, comunicado
ine- |
quívocamente por medio de
los |
instrumentos escogidos por
él y |
que debe ser recibido como
tal |
mensaje revelado. Por
tanto, ha de |
ser reconocido, abrazado y
mante- |
nido como verdadero de
forma ca- |
8 (72) |
tegórica, en razón de su
origen di- |
vino; no como una verdad
relativa, |
probable o parcial, sino
como un |
conocimiento absolutamente
cier- |
to, y ello en un sentido
en el que |
ninguna otra cosa lo puede
ser, |
pues proviene de aquel que
no se |
puede engañar ni
engañarnos. (La |
certeza de la fe. G. A.,
386-387). |
Dios es uno, y por tanto
la huella |
de sí mismo que él ha
dejado im- |
presa es también una. No
es una |
suma de diversas partes;
no es un |
sistema; no es tampoco
algo imper- |
fecto que necesitara ser
completa- |
do. Es la visión de una
realidad. |
Cuando rezamos, no lo
hacemos a |
un conjunto de nociones, o
a un |
credo, sino a un ser
personal. Y |
cuando hablamos de él,
hablamos |
de una persona, no de una
Ley o |
de una Manifestación. Así,
pues, to- |
dos nuestros intentos por
delimitar |
esa impresión que de él
tenemos |
han de ir dirigidos a
obtener una |
sola imagen, no dos, tres
o cuatro; |
no una filosofía, sino una
realidad |
concreta en sus diversos
aspectos. |
(Tenemos un conocimiento
parcial |
del Dios infinito. U. S.,
330). |
La mente que está
habituada al |
pensamiento de Dios, de
Cristo, del |
Espíritu Santo, se
concentra de un |
modo espontáneo, con un
interés |
devoto, en la
contemplación de |
quien es objeto de su
adoración, y |
comienza a elaborar
formulaciones |
sobre él, sin saber hacia
dónde irá |
ni hasta dónde llegará.
Una propo- |
sición lleva
necesariamente a otra, |
y ésta a una tercera...,
hasta que lo |
que al principio era una
impresión |
en la imaginación se
convierte en |
un sistema o credo en la
razón. |
(Vamos clarificando
nuestras creen- |
cias. U. S., 329). |
Los credos y los dogmas
existen |
sólo en virtud de la
realidad esen- |
cial que se proponen
expresar y |
que es la única que posee
consis- |
tencia propia. Son
necesarios sola- |
mente porque la mente
humana no |
puede reflexionar sobre
ella si no |
es por partes; no puede
tratarla en |
toda su unidad e
integridad, a no |
ser que la descomponga en
una se- |
rie de aspectos y
relaciones...; así, |
los dogmas eclesiásticos
son, a fin |
de cuentas, símbolos de
una reali- |
dad divina que, lejos de
permane- |
cer limitada por tales
fórmulas, no |
quedaría totalmente
agotada o ex- |
plicada por muchísimas más
que |
añadiéramos. (La doctrina
se desa- |
rrolla cuando ha de ser
enseñada |
o defendida. U. S., 331-
332). |
Si el cristianismo es una
religión |
universal, que ha de ser
adecuada |
no sólo a un país o a un
tiempo de- |
terminado, sino a todo
tiempo y lu- |
gar, no podrá dejar de
cambiar en |
su relación y trato con el
mundo |
9 (73) |
que lo rodea; es decir,
habrá de de- |
sarrollarse. (En un mundo
superior, |
las cosas son de otro
modo, pero |
aquí abajo ser perfecto es
haber |
cambiado muchas veces.
Dev., 58). |
¿Quién ha de ser el
contrincante |
que opondrá resistencia
cara a cara |
y será capaz de contener
la energía |
feroz de las pasiones y el
escepti- |
cismo que todo lo corroe y
disuelve |
en materia religiosa?...
La necesi- |
dad de alguna forma de
religión en |
interés de la humanidad ha
sido ge- |
neralmente reconocida.
Pero, ¿dón- |
de estaba el representante
concreto |
de las realidades
invisibles, con la |
fuerza y la firmeza
necesarias para |
hacer de dique frente a la
inunda- |
ción? (La Iglesia católica
con sus |
credos es ese
"representante con- |
creto". Apo.,
243-244). |
El mundo es un adversario
violen- |
to de la verdad
espiritual... Lo que |
dice puede ser verdadero,
hasta el |
límite de su capacidad,
pero no es |
toda la verdad ni la
verdad más |
importante. Las verdades
funda- |
mentales son aquellas que
el cora- |
zón del hombre acepta
aunque no |
las pueda demostrar: la
existencia |
de Dios, la certeza de la
retribución |
futura, las exigencias de
la ley mo- |
ral, la realidad del
pecado, la espe- |
ranza del auxilio
sobrenatural. De |
estas verdades la Iglesia
es la única |
firme defensora. (La
Iglesia defien- |
de tanto la religión
natural como |
la revelada. Idea,
515-516). |
El cristianismo es
primordialmen- |
te una religión objetiva.
Nos habla |
sobre todo de personas y
aconteci- |
mientos con palabras
sencillas, y |
deja que este anuncio
produzca su |
efecto sobre los corazones
que se |
encuentran preparados para
reci- |
birlo. (Cómo actúa la
religión reve- |
lada. Diff. II, 86-87). |
Los artículos del Credo
son enun- |
ciados y ejemplos breves
de algu- |
nas de las más importantes
gracias |
que han sido concedidas al
hombre |
en el Evangelio. Son
verdades lle- |
nas de significado, con
consecuen- |
cias prácticas y directas
para la |
vida y el comportamiento
de los |
cristianos. Esto lo
percibimos in- |
mediatamente cuando
decimos, por |
ejemplo, «un solo Bautismo
para el |
perdón de los pecados» o
«la resu- |
rrección de la carne». Tal
debería |
ser también nuestra
profesión de |
catolicidad. Consideradas
de esta |
manera, las dos verdades,
«la Igle- |
sia católica» y «la
comunión de los |
santos», deben ser
explicadas recí- |
procamente: una nos
presenta a |
nuestros hermanos y
protectores |
en el cielo, la otra nos
indica dón- |
de hemos de buscar la
verdadera |
doctrina y los medios para
obtener |
la gracia en la tierra.
(Los credos |
son luz en la oscuridad.
Ath. II, 65). |
10 (74) |
Apostolado |
y desprendimiento |
Los Apóstoles hicieron
conversiones, no |
solamente porque eran
Apóstoles, sino |
porque estaban
desprendidos de todo. El |
Santo Padre Felipe Neri ha
pretendido |
este desprendimiento en
sus hijos, no sólo |
para santificarse más
fácilmente ellos |
mismos, sino para ganar
para Dios las |
almas de los otros. Ha
establecido |
también que cada miembro
de la |
Congregación provea con lo
suyo a los |
propios vestidos
necesarios y muebles y |
ajuar de su aposento, y al
sostenimiento |
de la Casa, y que no
solamente no reciba |
ningún estipendio por el
servicio que |
presta al pueblo, sino que
pague de lo |
suyo, para poder tener el
honor de servir |
a las almas, que son tan
preciosas a los |
ojos de Dios. Prerrogativa
en verdad bien |
singular y muy apreciada,
por la cual el |
que piense bien puede
conocer que un |
filipense trabaja no de
modo forzado, sino |
voluntariamente, sin
esperar |
recompensa, y que incluso
paga de lo |
suyo para poder trabajar
en beneficio de |
los otros; no trabaja por
la tierra, sino |
solamente por el cielo.
Por eso san Felipe |
decía: «Si queréis hacer
bien a las almas, |
no toquéis las bolsas». |
Del libro «Pregi della
Congr. del' Oratorio» |
11 (75) |
Permiso |
para ser |
cristiano |
LA HISTORIA de la
humanidad y, |
en especial, la de la
Iglesia, está |
llena de figuras que, sin
preten- |
derlo, fueron semilla de
grandes |
realizaciones o influyeron
decisi- |
vamente en lo que otros
emprendieron. Así |
ocurrió, por ejemplo, con
nuestro Padre san |
Felipe Neri, que se
encontró con que había |
fundado el Oratorio, casi
como resultado |
del interés y presión del
papa Gregorio |
XIII, con una determinada
base jurídica, |
luego imitada por otros
fundadores, más o menos fieles a la |
fórmula canónica que
prescinde de los votos religiosos pú- |
blicos o sociales,
proclamando que basta con la fidelidad al |
Evangelio. Este influjo e
imitaciones se han extendido, a lo lar- |
go de cuatro siglos,
después de san Felipe, en un importante |
número de congregaciones o
sociedades de vida apostólica, |
incluidos, como una última
y reciente derivación aprobada |
por el papa Pío XII, que
comprende el amplio fenómeno de |
los llamados institutos
seculares, aunque distantes y diferen- |
tes en las finalidades,
espíritu y obras propias que caracteri- |
zan a cada uno de ellos,
cuando se les compara con el "tipo" |
original, mantenido con
bastante fidelidad, que surgió de san |
Felipe. |
Pero nuestro mismo
fundador debe rasgos de su origina- |
lidad a influencias que le
precedieron. Citamos de pasada la |
de los benedictinos, que
en Occidente han influido en todas |
las formas posteriores
surgidas como un regreso corporativo |
al Evangelio, al impulso
del Espíritu, y también a los domi- |
nicos («¡Todo lo bueno de
mi vida se lo debo a ellos!»), sin ol- |
vidar a los hijos de san
Francisco, omnipresentes en la Euro- |
12 (78) |
pa de la baja Edad Media
у del Renacimien- |
to. De cada una de estas
referencias podría |
escribirse un extenso
capítulo. Si lo hicié- |
ramos de la última,
tendríamos que cerrar |
la memoria con la tristeza
de haber perdi- |
do hace poco la pequeña
iglesia romana |
de San Jerónimo de la
Caridad, cuna del |
Oratorio. Pero
afortunadamente nos queda, |
además de la amistad de
san Felipe con el |
capuchino san Félix de
Cantalicio, algo que |
debió causar un profundo y
decisivo impac- |
to en el joven Felipe,
recién llegado a Roma, cuando había |
abandonado las
perspectivas de heredar a sus parientes de |
San Germán y se decide a
entregarse totalmente a Dios. |
Era el año 1534. Toda
Europa, desde hacía tres lustros, |
estaba conmocionada, y en
la Iglesia, pueblo y jerarquía no |
cesaban de hablar de
"reforma", sin acabar de aclararse. No |
hacía mucho que un fraile
franciscano lego, Matteo da Bascio, |
había llegado a Roma, y
dejado atrás su convento de Umbría |
porque, según él, allí se
había relajado la vida evangélica y |
olvidado a san Francisco.
Este pobre y místico hermano lego |
no se veía capaz de
congregar y regir a otros, y solamente |
había pedido al papa
permiso para no abandonar su condi- |
ción de fraile, enseñar
los mandamientos de la ley de Dios, |
«más con el ejemplo que
con las palabras, y exhortar a todos |
con sencillez para que los
cristianos siguieran los caminos de |
Dios y las buenas obras». |
Sin él proponérselo, su
ejemplo cundió y, en poco tiem- |
po, se formó en Roma un
crecido número de imitadores у se- |
guidores, a veces a pesar
suyo, que el pueblo romano llamó |
"ermitaños".
Algunos de ellos no se recataban en predicar, |
13 (77) |
denunciar y profetizar,
hasta causar inquietud, molestia y |
rechazo a clérigos y
prelados con frecuencia necesitados de |
reforma. Finalmente se
promulgó un edicto de expulsión. El |
pueblo romano, que les
tenía afecto, pudo contemplar la pro- |
cesión con la cual,
precedidos de la cruz, abandonaban la ciu- |
dad, cantando himnos
espirituales. No faltó quien gritara: «Los |
los delincuentes vienen a
Roma, y los buenos y los |
virtuosos son expulsados».
Un biógrafo de Felipe se imagina |
a éste emocionado,
vibrante, mientras contempla, en medio |
de la agitación popular,
aquel espectáculo, y recordaba, una |
vez más, al dominico
Savonarola, castigado con la hoguera |
por atreverse a denunciar
la corrupción. Los expulsados cons- |
tituyeron la rama
franciscana de los frailes capuchinos. |
San Felipe, después de
esto, no fue a ningún convento, ni |
pensó en hacerse
sacerdote. Se hizo, pacíficamente, "ermita- |
ño". Vivió varios
años en limpia pobreza, aseado en el porte |
y vestido, austero en el
sueño y la comida, y constante en la |
oración. Fue preceptor de
dos niños, con lo que ganaba poco, |
pero le bastaba para la
vida de pobre que había elegido. Era |
libre para el bien, y al
bien del Evangelio consagró esa liber- |
tad. Seguramente pensó
que, si se hacía clérigo, esa libertad |
para el bien podía
peligrar. Cuando cambiaron los tiempos e |
incluso se ordenó de
sacerdote, siguió creyendo en la libertad |
para el bien, la verdad y
el Evangelio. Y al tener que estruc- |
turar la vida común y
fraterna entre los primeros discípulos |
que se le congregaron,
insistió en los caminos de sencillez y |
en la prevalencia del
espíritu sobre las formas, los títulos, las |
posesiones y el poder.
Debía bastar el permiso para vivir el |
Evangelio. |
«Se poseen bienes ajenos
cuando se poseen bienes superfluos» |
(SAN AGUSTÍN Sal 147, 12).
Lo que ocurre es que somos muy há- |
biles en inventar bienes
necesarios. |
14 (78) |
LA CONVERSIÓN |
DE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS |
Responder |
sinceramente |
a Dios |
LA CONVERSIÓN es un
milagro de |
la gracia que se produce
cuando el |
hombre se abre al
aldabonazo espi- |
ritual de Dios en el alma;
es como |
atreverse a caminar sobre
las aguas |
del mar, fiados sólo en la
voz de Dios que |
nos llama, a la vez que
nos tiende la mano |
para salvarnos de nuestros
miedos. Le cuesta |
responder sinceramente a
Dios a quien cree |
en él solamente por miedo,
sin darse cuenta, |
o sin querer ver, que esa
fe esconde y surge |
de una falsificación del
verdadero Dios; por |
otra parte, más exigente
de como él se lo |
imagina. A veces ampliamos
el nombre de |
cristianos a los meramente
adheridos, a los |
partidarios, o a los que
pagan por no darse |
a sí mismos, y calman de
este modo sus es- |
crúpulos, manteniendo
indefinido cualquier |
compromiso y posponiendo
una y otra vez la |
conversión, el pasar de
vida a muerte y de |
muerte a vida. Querrían un
cristianismo |
15 (79) |
condicionado por cuotas de
mundanidad, y |
hasta alaban a Dios y a
los santos, pero co- |
mo los que se quedan en la
orilla, viendo el |
mar, y sin nadar dentro.
Puede ser que toda- |
vía sigan en ayunas, sin
mensajero que les |
haya anunciado el Dios
cristiano, o puede |
ser que el anuncio les
haya rebotado al oír |
que «es imposible servir a
dos señores a la |
vez». |
Descubrir |
la verdad |
limpia |
Pero Dios llama a veces
tan fuertemen- |
te al corazón del hombre,
que éste descubre |
el tesoro de la verdad
limpia y se consagra |
a ella sin remilgos, ni
más demoras, que la |
vanidad, o el prestigio de
la riqueza y la |
sabiduría, o la tentación
corruptora del po- |
der hubieran podido echar
por tierra. Esa |
clase de conversión se
obró en Bartolomé de |
las Casas, nombre
interesadamente oscure- |
cido porque empañaba la
leyenda del des- |
cubrimiento de América y
del trato dado a |
sus pobladores por los
colonos que allá co- |
rrieron a establecerse,
llevados de la pasión |
del oro. Bartolomé de Las
Casas comenzó |
siendo uno de estos
colonos. |
Las grandes |
pasiones |
del s. XVI |
Aquel siglo se caracterizó
por las pasio- |
nes que agitaron el mundo
europeo: la pasión |
política plasmada en la
"razón de estado" |
que Maquiavelo teoriza y
se hace práctica |
en los Reyes Católicos, el
mayor poder del |
momento, hasta conseguir
de un papa espa- |
ñol una bula que «les dé,
de parte de Dios», |
el dominio de las tierras
por ellos conquista- |
das en el Nuevo Mundo; la
Inquisición, de |
16 (80) |
origen secular, para que
el estado pueda someter |
a unidad no solamente los
cuerpos, sino también |
las almas de sus súbditos;
en la práctica eran los |
reyes los
"jefes" de las Iglesias, pues ellos nombra- |
ban obispos y
seleccionaban misioneros colaborado- |
res, si bien no siempre
resultaron serlo en la medida |
de las pretensiones
reales. |
La pasión |
del oro y las |
"encomiendas" |
La pasión del oro. Colón
llegó a escribir: Del oro |
vienen las demás riquezas;
el que tiene oro puede |
hacer cuanto le place en
este mundo, y con oro in- |
cluso puede hacer entrar
las almas en el cielo. La |
suerte de ir a América y
alcanzar una "encomien- |
da" era un privilegio
para hacerse rico y adornarse |
con títulos nobiliarios.
La organización de las "en- |
comiendas" por los
colonos se basaba en estructu- |
ras de esclavitud. Se
decían cristianos, pero, para |
justificar la explotación
de los indígenas, buscaban |
argumentos en Aristóteles,
el cual se refiere a cate- |
gorías de hombres
"naturalmente esclavos". Es así |
como, víctimas de las
batallas (de flechas contra |
pólvora), infectados por
contagios de enfermedades |
europeas, sucumbiendo en
el trabajo forzado de las |
minas, disminuyó y a veces
desapareció completa- |
mente la población
indígena, como ocurrió con los |
naturales de las Antillas
a mediados del s. XVI. |
Entonces comenzó la caza
de negros en África y las |
deportaciones a América,
hacinados y a veces asfi- |
xiados y muertos en las
bodegas de los barcos; eran |
el relevo de la diezmada
mano de obra necesaria |
para seguir la explotación
de riqueza, en beneficio |
de los colonos, y asegurar
la parte que había que |
mandar a la metrópoli.
Hasta la descolonización, |
en el s. XIX, se calcula
que unos 20 millones de |
esclavos negros fueron
llevados desde África hasta |
América. El colono o
"encomendero" tenía a su |
disposición tierras y
minas y un número de esclavos |
sometidos a los que exigía
trabajo, pero dándoles a |
cambio la posibilidad de
ser bautizados y así "sal- |
17 (81) |
vados". En Europa no
faltaron los que pensaban |
que era éste un modo de
compensar a la Iglesia por |
la pérdida estadística que
había causado la Refor- |
ma de Lutero. |
Pasión por el saber. La
recuperación de los sa- |
beres clásicos y el
humanismo; las universidades, |
nacidas de la Iglesia y
comenzando a abrirse a los |
seglares, y el acceso de
los simples laicos a la cul- |
tura; facilitado todo con
la invención de la impren- |
ta, si bien inmediatamente
controlada por el poder |
y sometida a censura; el
crecimiento de las ciuda- |
des, los caminos abiertos
al conocimiento entre pue- |
blos diversos; la nueva
dimensión del mundo. |
Pasión religiosa. Crisis
protestante, aunque en |
algunos aspectos es
posible que Lutero hoy nos pa- |
reciera conservador.
Crítica del abuso del poder re- |
ligioso. Grandes santos.
Misiones. Una Iglesia que |
resurge en las órdenes y
nuevas congregaciones, |
deseosa de purificarse a
sí misma, a la que no fal- |
tarán retos futuros, pero
que demuestra, una vez |
más, que es desde la base
y más allá de las leyes, |
aun buenas, desde donde,
como ya hicieron los ver- |
daderos y grandes santos
de todas las edades, se |
vuelve siempre al
Evangelio. |
Origen y |
estudios |
de Bartolomé |
de Las Casas |
Pero volvamos a Bartolomé
de Las Casas. |
El padre del futuro fray
Bartolomé de Las |
Casas había acompañado a
Cristóbal Colón en el |
segundo viaje de éste a
América, y obtuvo una "en- |
comienda". Nueve años
más tarde (1502), quiso que |
le sucediera como
"encomendero" su hijo Bartolo- |
mé (1474-1566), a la sazón
brillante joven de 28 |
años, natural de Sevilla,
en cuya universidad había |
estudiado, lo cual le
permitió alcanzar una vasta |
cultura humanística, que
le fue muy útil en las po- |
lémicas futuras, como
defensor de la causa de los |
indios. Estas polémicas se
airearon entre los estu- |
diosos de la historia, a
raíz de la publicación pós- |
18 (82) |
tuma, en 1875, de una obra
de Bartolomé de Las |
Casas, que había
permanecido silenciada, hasta el |
siglo pasado, su Historia
de las Indias. En su na- |
rración descubrimos y
completamos noticias que, |
según Pedro Henríquez
Ureña, natural de Santo |
Domingo, gran pensador y
padre de la historio- |
grafía americana,
constituyen uno de los más ex- |
traordinarios
acontecimientos de la historia espiri- |
tual de la humanidad. |
Denuncia de |
los dominicos |
En 1510, los frailes
predicadores llegaron a San- |
to Domingo, y se
encontraron con la contradic- |
ción que, a los ojos de la
fe y la moral cristiana, se |
podía constatar allí, ante
el trato que los "enco- |
menderos" daban a los
indígenas tenidos jurídica- |
mente como siervos
explotados inhumanamente. La |
reacción de los religiosos
dominicos no se hizo es- |
perar, si bien fue
preparada con reflexión, pruden- |
cia y largas oraciones en
el interior de la comuni- |
dad. Finalmente el
superior mandó al que juzgaba |
mejor predicador entre los
presentes, fray Antón de |
Montesinos, para que el
domingo de Adviento in- |
mediato a la Navidad
condenara desde el púlpito |
aquella situación injusta,
de real sistema de escla- |
vitud: ...Todos vosotros
estáis en pecado mortal; vivís |
y moriréis en ese estado
por la crueldad y tiranía |
que demostráis con estos
pueblos inocentes. Decid, |
¿con qué derecho y en
virtud de qué justicia tenéis |
a esos indios en una tan
cruel y horrible servidum- |
bre? ¿Quién podía
autorizaros a hacer todas estas |
guerras detestables contra
unas gentes que vivían |
tranquila y pacíficamente
en su país, y a extermi- |
narlas en número que no
acaba, con matanzas y |
crueldades inauditas?
¿Cómo podéis oprimirlos y |
ahogarlos así, sin darles
de comer, y sin cuidarles |
cuando enferman al
exponerlos mortalmente a las |
tareas excesivas que
exigís de ellos, y aun debiera |
19 (83) |
decirse más exactamente
que vosotros mismos los |
matáis por sacar y
amontonar vuestro oro día tras |
día? ¿Y qué cuidado os
tomáis para asegurar su |
conversión? ¿Acaso esa
gente no son hombres y no |
tienen un alma, una razón?
¿Y no estáis obligados |
a amarles como a vosotros
mismos? |
Es comprensible que los
"encomenderos" reac- |
cionaran contra los
religiosos; igualmente, que los |
reyes de España y Portugal
se tomaran el derecho |
de seleccionar a los
misioneros mandados a Amé- |
rica. De todos modos,
aunque la esclavitud no se |
abolió hasta el siglo
pasado, es verdad que se pro- |
mulgaron leyes y
disposiciones, que en teoría de- |
bían mitigar aquella
situación, si bien en la prác- |
tica no se observaban. El
fin principal era sacar |
riqueza de la conquista. |
La conversión |
de Bartolomé |
de Las Casas |
Un día le llegó el turno
al "encomendero" Bar- |
tolomé de Las Casas, y fue
en Santo Domingo, |
cuando se acercó a
confesar, y el confesor le negó |
la absolución porque no le
era lícito, en conciencia, |
tener esclavos. El golpe
fue fulminante. Al fin la |
voz de la conciencia se
impuso y, a diferencia de la |
ira de otros colonos, o al
abandono de los sacra- |
mentos, Bartolomé de Las
Casas se convirtió y más |
tarde entró en la orden de
los dominicos dispuesto |
a hacer de su vida una
reparación de aquellos ma- |
les. Bartolomé de Las
Casas era ya un hombre ma- |
duro, todavía fuerte, que
se acercaba a los 50 años. |
Primero como simple fraile
y luego como obispo de |
Chiapa, en el sur de
México (nombrado por el re- |
gente cardenal Cisneros),
no cesó en su lucha, aun- |
que le valiera el haber
tenido que cruzar una doce- |
na de veces el océano en
ida y vuelta de las Indias |
Occidentales a España.
Aquí tuvo sus fuertes opo- |
nentes que, al servicio de
las ideas imperialistas del |
momento, le acusaban de
discriminar (?) a los co- |
lonos españoles, de raza
"superior" a la "inferior" |
20 (84) |
de los indios, defendidos
por Las Casas. Su contra- |
dictor más importante fue
el humanista vallisoleta- |
no Juan Ginés de
Sepúlveda, que pretendía con esta |
tesis obtener la
promulgación de leyes tutelares de |
esos imaginados derechos
de los españoles sobre los |
indígenas, y Sepúlveda
llegó a acusar formalmente |
de racista a Bartolomé de
Las Casas. Difícil lo tuvo |
éste, pero consiguió al
fin que se salvaran los prin- |
cipios, aunque claudicaban
en la práctica, entorpe- |
ciéndose con múltiples
conflictos de jurisdicción que |
los hacían inoperantes, o
simplemente se silenciaba |
al denunciante, o se le
procesaba o desacreditaba, |
para hacer inútil su
reclamación. |
La defensa |
de los indios |
Bartolomé de Las Casas no
estuvo solo en su |
lucha, ni ésta acabó con
él. Recientemente, los obis- |
pos latinoamericanos,
reunidos en Puebla, unieron |
a su nombre los de Juan de
Zumárraga, Vasco de |
Quiroga, Juan del Valle,
Julián Garcés, José de Ar- |
chieta, Manuel Nóbrega y
tantos otros que defen- |
dieron a los indios ante
conquistadores y enco- |
menderos, incluso hasta la
muerte. También el papa |
Juan Pablo II se ha sumado
al reconocimiento de |
Bartolomé de Las Casas, de
quien dijo en México, |
hace dos años, que estuvo
siempre dispuesto a ele- |
var su voz en defensa de
los más débiles y necesi- |
tados, en quienes veía el
rostro de Cristo. Tampoco |
puede pasarse por alto, en
España, la figura del |
teólogo dominico Francisco
de Vitoria, de fama |
universal, quien puso en
entredicho el "derecho de |
conquista" en la
colonización de América; pero su |
voz, si bien consiguió
inquietar la conciencia del ya |
anciano Carlos V, en
Yuste, no logró cambiar el |
sentido de aquellas
expediciones. Vitoria, en 1539, |
resumió en sus Lecciones
sobre los indios y sobre |
el derecho de guerra lo
que había explicado a sus |
alumnos en la universidad
de Salamanca; es un |
clásico del derecho de
gentes y de derecho interna- |
cional. |
21 (85) |
Como se ve, no faltaron
mentes lúcidas y cora- |
zones verdaderamente
cristianos que descubrieran |
las contradicciones de la
aventura americana, re- |
sueltos a no permanecer
mudos y traicionar el |
Evangelio. Pero tampoco
puede extrañarnos dema- |
siado que los europeos (en
este caso, españoles), con |
un cristianismo madurado a
lo largo de quince si- |
glos en el campo de la
cultura europea, que habían |
cruzado el océano por
intereses de "un reino de este |
mundo", hicieran
tabla rasa de otras culturas, len- |
guas, leyes y costumbres,
y calificaran de diabóli- |
cas las religiones de los
indios, sin haberse antes |
purificado de los propios
demonios o de los que ha- |
bían dejado en Europa. No
es ahora el momento de |
denunciar los excesos del
culto azteca, por ejemplo, |
y compararlos con el
sentido mágico con que a veces |
se administraban los
sacramentos cristianos. Sería |
otro discurso. |
Los reinos |
terrenos |
A mediados del siglo
pasado, John Henry New- |
man, en plena época
victoriana, aunque todavía |
anglicano, decía en un
sermón: |
Los reinos terrenos no
están fundados en la jus- |
ticia, sino en la
injusticia. Están establecidos por la |
espada, por el latrocinio,
la crueldad, el perjurio, |
la astucia y el fraude.
Nunca se ha visto un reino, |
aparte del de Cristo, que
no haya sido concebido |
y dado a luz, alimentado y
educado en el pecado...; |
o que no se haya
establecido, en su inicio, merced |
a una invasión o una
usurpación... Pero el reino |
de Cristo es diferente. La
Iglesia de Cristo perde- |
ría su gracia si buscara
el poder, la riqueza y los |
honores. Satán ofreció a
nuestro Señor la gloria de |
todos los reinos del
mundo, y nuestro Señor la re- |
chazó. |
Sólo la conversión permite
entender cómo es el |
reino de Cristo. |
22 (86) |
Sobre renglones |
torcidos |
DEJEMOS de lado el trato
que |
árabes y judíos recibieron |
de los blancos, y, por un
mo- |
mento, hagamos una rápida
alusión |
a la conquista de América.
Es ver- |
dad, desde la perspectiva
cristiana, |
que, una vez más, «Dios
escribió |
derecho sobre renglones
torcidos» |
y allí se anunció la fe en
Jesucristo; |
pero el precio fue muy
caro e in- |
justo, y no lo había
puesto Dios. |
Lo mismo que antes se
llamaba |
a los árabes infieles y a
los judíos |
deicidas, se decía que los
indíge- |
nas americanos eran
salvajes, ig- |
norantes e inferiores.
Pasemos por |
alto las grandes y atroces
guerras |
que hemos sabido montar
los blan- |
cos. Pero tal vez sea la
hora de |
preguntarnos si las
deficiencias y |
atrasos que allí arrastran
no sean |
acaso el resultado de
mestizajes |
que no han podido
serenarse ni su- |
ceder a la excelencia de
las cultu- |
ras que los blancos
arrasaron, con |
el pretexto de llevarles
la "civili- |
zación". Los blancos,
hasta donde |
han podido, han practicado
la po- |
lítica imperialista de
"tabla rasa" |
e imposición sucesiva de
su cultu- |
ra, como si aquellos
indígenas es- |
tuvieran entonces todavía
en el |
Neolítico, cuando el
pueblo maya |
había inventado el cero
antes que |
los europeos, y calculado
la du- |
ración del año solar con
mayor |
precisión que nosotros, y
habían |
construido grandiosos
monumen- |
tos religiosos y escrito
poemas be- |
llísimos, y el vigor de
sus cuerpos |
permanecía todavía
incontaminado |
de las enfermedades que
les conta- |
giamos. |
En la ciudad de Bogotá,
capital |
de Colombia, donde san
Pedro |
Claver tuvo con los
esclavos ne- |
gros la misma misericordia
que |
Bartolomé de Las Casas con
los |
indígenas de las Antillas
y México, |
existen dos lugares, como
ahora se |
dice, emblemáticos. Uno de
ellos |
es el Museo del Oro, único
en el |
mundo por los tesoros que
alber- |
ga. A otro lado de la
ciudad, en un |
cerro que la domina, el
Monserra- |
te, hay un templo con la
imagen |
de "Cristo
caído". Allí suben, en |
procesión interminable,
fieles hu- |
mildes de la ciudad y de
más le- |
jos, mientras los simples
turistas |
se limitan a admirar la
excepcio- |
nal suntuosidad del museo
dedi- |
cado al rey de los
metales. |
Un sacerdote colombiano
decía |
que esta imagen de Cristo
caído es |
símbolo de la historia y
las triste- |
zas de todos los indios;
el Museo de |
allá abajo, símbolo de la
pasión de |
cuantos habían cruzado el
mar, en |
busca de El Dorado,
ambiciosos de |
la riqueza, a cualquier
precio. |
23 (87) |
Oratorio Secular |
FORMACIÓN CRISTIANA |
DE GENTE JOVEN |
NIÑOS, |
de 8 a 12 años: |
Domingos, a la 1 del
mediodía. |
ADOLESCENTES, |
de 13 a 15 años: |
Viernes, a las 6,30 de la
tarde. |
JÓVENES, |
de 16 años en adelante: |
Sábados, Vigilia de la
Palabra, |
a las 10,30 de la noche. |
También se les recomienda
la participación |
en la Eucaristía, a las 12
del mediodía, |
y en las Vísperas
cantadas, |
a las 5,30 de la tarde, |
de domingos y festivos. |
EL CURSO COMIENZA EL
DOMINGO 18 DE OCTUBRE |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 9.10.92 |
24 (88) |
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