Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 285. NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1992
SUMARIO
DIOS conmueve, sorprende y admira, cuando
descubrimos que nos dio la vida, cuando sabe-
mos que nos espera en la muerte, cuando nos
busca bajando a nuestro camino terrenal, cuan-
do nos acompaña y se hace experiencia en el alma.
Cuando se nos descubre más conocido y más nuevo,
más profundo y más elevado, próximo y sublime,
humilde y majestuoso, pobre y riquísimo en gracia
y misericordia, humano y divino, temporal y eterno,
de cada uno y de todos, en la fe, en la esperanza y
en el amor. Dios, en Jesucristo, es nuestro Hermano
y nuestra Paz.
PALABRA DE DIOS
UNGIDOS
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
PALABRA Y SILENCIO EN NEWMAN
UTOPÍAS
ÍNDICE DEL AÑO 1992
1 (89)
PALABRA DE DIOS
Señor Jesús, tú eres la única Palabra de Dios;
eres el Verbo encarnado que ha tomado forma en nosotros;
eres la Palabra clave de la humanidad у de la historia:
la Palabra que nos forma, que nos ata, que nos une,
para llevarnos a todos al Padre de todos.
Te pedimos que hagas de nuestra vida,
de nuestras obras y de todas nuestras actitudes
una realización renovada de esa Palabra sagrada
que eres tú mismo, encarnación de la Palabra sagrada.
Que al oír el anuncio de tu Evangelio
lo recibamos como la santa comunión,
como carne y sangre para el alma, y colme nuestra vida,
y que el mundo entero se transforme
en la realidad única de lo que es este Evangelio,
proclamado de Norte a Sur, de Este a Oeste,
y sea la medida de la anchura, la altura y la profundidad
de la humanidad entera y de toda la historia.
... Ya apunta la aurora, y el Señor está cerca.
Es la hora de la espera, de la plegaria
y de poner en él todas nuestras aspiraciones:
en esto consiste el reino que nos trae. ―Amén.
Erich Przywara, s. j.
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Ungidos
PARA Newman, la verdad central—«the central truth»— del Evangelio es la En-
carnación; de ella derivan las demás verdades, que son alimento de la fe, que
disponen la relación y comunión de sus miembros en Cristo, y los aspectos
sacramental, jerárquico y ascético: Cristo, en quien convergen la naturaleza
humana y la persona divina, con lo cual Dios añade a su eternidad la dimensión his-
tórica del hombre asumido, Jesús, Cristo, el Ungido convertido en «historia tangible
de la Divinidad». Es, dice Newman, la maravilla, el milagro y signo más estupendo de
todo lo realizado por Dios, tal como ha podido conocerlo el hombre. Pero este don, o
entrega y gracia personal de naturaleza a naturaleza ―la divina en la humana— es
arquetipo excelente, irrepetible, elevado a gran sacramento de lo que por la gracia
de adopción lleva a cabo Dios en todos los bautizados, asemejados al Hijo único y
primogénito, cuya unción, creada a partir de él, impregna a todos los hermanos. San
Pablo dice: «Somos el perfume suave de Cristo en el mundo», ungidos con el bálsamo
del Ungido.
La encarnación es la maravilla de Dios en el mundo; la santidad es la maravilla
de Cristo en el hombre cristiano. La encarnación es la unión de la naturaleza divina
y la naturaleza humana en el vértice personal del Hijo; la santidad es la unión del
hombre con Dios en la gracia. La admiración y la gratitud son la respuesta a tanta
maravilla: la respuesta de Cristo al Padre; la respuesta del bautizado a Cristo. Otros
niveles, distanciados de esta comprensión admirada, pertenecen al sueño de saberes
ayunos de fe, o a los miedos del fatalismo pagano todavía no liberado, o a oscuros
restos de superstición y fanatismo, de los que todavía no han descubierto al Dios
"personal", que se ha hecho concreto y próximo hasta invadir la morada interior del
corazón humano, para acompañarnos en el camino temporal de la vida terrena, para
hablarnos en la conciencia, y ser a la vez manifestación providencial en la experien-
cia de fe, y esperanza de bienaventuranza, más allá del tiempo, en el regazo de su
misericordia.
3 (90)
Un Dios que ha de ser amado por el hombre, como respuesta del amor primero
con que el hombre ha sido amado por Dios. Un amor que no equivale a una opción o
adhesión selectiva y calculada, sino que resulta del descubrimiento y aceptación de
una manifestación que entusiasma. Bien entendido que "entusiasmo" no es la mera
vibración emocional de un momento, sino el descubrimiento de una bondad ontoló-
gica, de una llenumbre de ser que me invade y transforma el mío propio, sin mutilar
mi libertad; entendida ésta como una agilidad mayor, para una respuesta más plena.
Este entusiasmo necesita del silencio en el que envuelve la gravidez espiritual del
don de Dios, la gracia con que él se nos comunica. Los santos y especialmente María,
"llena de gracia", nos lo podrían mostrar.
La encarnación es única, y es la "santidad" de Jesús, plena y definitiva. La gracia
es la semilla de nuestra santidad, por analogía y adopción, que nos hace hermanos
del Ungido, Jesús, y nos consagra en comunión con él. Se transforma el sentido natu-
ral de lo creado y estamos destinados a ser hijos y familiares de Dios, Jesucristo.
Felicidades
a todos los lectores
de LAUS
y a los amigos
del Oratorio
4 (92)
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
PARA PROTEGER LA VERDAD REVELADA
Si creemos que la Iglesia, iniciada
con los Apóstoles y continuada por
sus sucesores, ha sido instituida por
la providencia amorosa de Dios con
el fin preciso de proteger, preservar
y proclamar la Revelación, enton-
ces estamos afirmando con otras
palabras que, en todo aquello que
concierne al mensaje que le ha sido
confiado, la Iglesia es infalible. (Ne-
cesitamos una garantía válida para
siempre. Diff. II, 323).
La respuesta más obvia a la pre-
gunta de por qué nos sometemos a
la autoridad de la Iglesia en mate-
rias de fe es que cuando se nos da
una Revelación hace falta una au-
toridad, y no existe ninguna otra
sino la suya. Pues no podemos ha-
blar de Revelación sin una autori-
dad que determine qué es lo que ha
sido revelado. En palabras de Pe-
dro a su Maestro: «Señor, ¿a quién
iremos?» (Jn 6, 68). No hay que ol-
vidar tampoco que la Escritura de-
nomina expresamente a la Iglesia
«columna y fundamento de la ver-
dad» (1 Tm 3, 15)... Ciertamente, o
no ha habido una Revelación obje-
tiva o ésta ha sido dada junto con
los medios idóneos para que pueda
llegar al mundo. (Un mensaje tan
precioso ha de ser conservado en
medio de los avatares de la histo-
ria. Dev., 88-90).
En aquellos primeros tiempos, fue
simplemente el espíritu vivo de
miles de fieles, todos ellos anóni-
mos, quienes recibieron de los dis-
cípulos de nuestro Señor la fe apos-
tólica entregada de una vez para
siempre. Fueron ellos quienes con
tanto cuidado la conservaron, tan
extensamente la propagaron y tan
fielmente la transmitieron de gene-
ración en generación. Ellos la man-
tuvieron en toda su pureza y en su
integridad, e instruyeron incluso a
los iletrados para hacerlos capaces
de distinguir instintivamente la
verdad del error, de rechazar de
forma espontánea cualquier som-
bra de herejía y de resistir incluso
la fascinación de las mentes más
5 (93)
brillantes cuando éstas pretendían
desviarlas del camino estrecho del
Evangelio. (La fe verdadera es pre-
servada por los fieles. H. S. I, 209-
210).
A lo largo y ancho de la cristian-
dad, fue el pueblo católico, y no
precisamente los obispos, el autén-
tico y tenaz defensor de la verdad
católica... Quizás esto fue permiti-
do con el fin de inculcar en la Igle-
sia la gran verdad evangélica que
afirma que no son los sabios y po-
derosos, sino los humildes, los ig-
norantes y los débiles los que cons-
tituyen su verdadera fuerza. (La
Iglesia es una comunión formada
por todos sus miembros. Ari., 445-
446).
Tomad los anales de la historia de
la Iglesia y decidme: ¿hubo algún
tiempo en que sus obispos ignora-
ran que tenían un mensaje que en-
tregar al mundo? No debían sim-
plemente realizar tareas tales como
dar consuelo espiritual, confortar a
los enfermos, formar buenos miem-
bros de la sociedad o «servir las
mesas» (aunque todo esto se encon-
traba entre sus obligaciones), sino
que, de una forma especial y direc-
ta, debían comunicar un mensaje
concreto de parte del Creador del
mundo para todos los hombres,
tanto si éstos lo escuchaban como
si no. (La misión de la Iglesia. Diff.
II, 197).
Es mucho más verdadero afirmar
que la Revelación ha de contener
un mensaje que afirmar que ése
debe encontrarse en la Escritura.
Para las personas cultas y de vida
cómoda, con pocas preocupaciones,
y también en el tiempo alegre de
la juventud, resulta fácil discutir y
especular acerca de cuestiones ta-
les como «lo intangible y versátil»
del mensaje divino; lo capaz que
es de cambiar, cual si fuera un ca-
maleón; sus sucesivas «adaptacio-
nes» al entrar en contacto con cada
nueva mentalidad. Pero cuando el
hombre toma conciencia del peca-
do queda pesaroso, angustiado, de-
salentado, y pide algo donde apo-
yarse, algo exterior a sí mismo...,
quiere algo más santo, más divino y
más estable que su propia mente...,
y eso es un credo, un credo necesa-
rio para la salvación. Un credo que
se encontrará en la Escritura, o
bien fuera de ella; y si se encuen-
tra en la Escritura lo será, por su
propia naturaleza, de una forma
indirecta. (La verdad vivificante
nos ha de ser presentada. D. A., 133-
134).
La estructura de la Escritura es
tan irregular y asistemática que, o
bien debemos afirmar que la doc-
trina o mensaje del Evangelio no
está contenido en ella (y si así fue-
ra, o no se dio revelación alguna o
ésta fue comunicada por un medio
distinto de la Escritura) 0, por el
6 (94)
contrario, hemos de afirmar que sí
se encuentra en la Escritura, pero
de una forma indirecta y oculta, es
decir, bajo la apariencia exterior.
¿Por qué, por ejemplo, un determi-
nado número de cartas más o me-
nos privadas, escritas por san Pablo
y otros a personas o a comunida-
des, habrían de contener la totali-
dad de lo que el Espíritu Santo les
enseñó?... Ellos no intentaron po-
ner por escrito todo lo que tenían
que decir o todo lo que sabían so-
bre el Evangelio. (La Escritura
contiene la Revelación, pero no la
agota. D. A., 142, 148).
La experiencia muestra con toda
claridad que la Biblia no puede ser
utilizada para un propósito distinto
de aquel para el que fue pensada.
En algún caso puede servir de me-
dio para convertir a una persona,
pero lo cierto es que un libro, por
sí mismo, no posee la capacidad de
doblegar la mente inquieta y altiva
del hombre, ese poder corrosivo
universal que con tanto éxito está
actuando en nuestros días sobre las
religiones organizadas. (Biblia y fe.
Apo., 245)
San Atanasio no se propone, por
lo general, demostrar el dogma me-
diante la Escritura, ni tampoco
apelar al juicio particular de cada
cristiano para determinar el signi-
ficado de ésta. Tiene por indiscuti-
UTOPÍAS.
Sueño con ver la Iglesia
"inculturada", con su
renovación en la línea de la
oración y la contemplación.
En la línea de la pobreza,
simplicidad y sencillez, en la
línea de los pobres de la
tierra, de los pobres
empobrecidos de los
pueblos... En la promoción
de la paz fundamentada en
la justicia y,
consecuentemente, en el
diálogo abierto entre todas
las religiones y los
movimientos sociales y
políticos que promueven la
paz, la justicia y la defensa
de los derechos humanos y
entre los que defienden el
derecho de los pueblos, que
en la práctica no existe...
Es un sueño demasiado
utópico, como lo es el
Evangelio, la vida, la paz, el
amor a los hermanos. Pero
si Dios nos ha hecho a su
imagen y semejanza, es
evidente que nos ha hecho
muy utópicos. Jesús dice:
«Sed como mi Padre
celestial». ¡Qué mayor
utopía que ésa!
Mons. P. CASALDÁLIGA
7 (95)
ble que existe una Tradición esen-
cial, independiente y dotada de
autoridad, capaz de proporcionar-
nos el verdadero sentido de la
Escritura en materias doctrinales,
una Tradición transmitida de gene-
ración en generación mediante la
catequesis y los demás ministerios
de la Iglesia. No se preocupa de
discutir si son posibles o plausibles
significados distintos de los tradi-
cionales, por lo que se refiere a
pasajes concretos de la Escritura.
Afirma sencillamente que cual-
quier interpretación que no sea
compatible con el sentido católico
es falsa. Y ello porque el significa-
do tradicional es apostólico y deci-
sivo. Lo que aprendió en la escuela
y en la Iglesia, la voz del pueblo
cristiano, los escritos de los santos:
eso le basta. (La Iglesia viva nos
da la regla de la fe. Ath. II, 250).
El punto de partida de Atanasio
en la controversia es un profundo
sentido de la autoridad de la Tra-
dición, la cual posee para él fuerza
vinculante incluso cuando se trata
de interpretar la Escritura, aunque
al mismo tiempo parece considerar
que la Escritura así interpretada es
el documento al que hay que acu-
dir finalmente en caso de duda o
discusión... Para él, oponerse al
testimonio de la Iglesia, separarse
de su comunión, hacer que predo-
mine el juicio particular sobre la
enseñanza catequética oficial, las
sectas o «denominaciones», como
hoy decimos, todo eso supone con-
denarse uno mismo. (La Tradición
ininterrumpida comprende también
la Sagrada Escritura. Ath. II, 51).
LA IGLESIA, VISIBLE E INVISIBLE
En la Iglesia católica... reconocí
enseguida algo nuevo para mí. Me
di cuenta de que no me estaba
construyendo una iglesia por me-
dio de un esfuerzo mental. No ne-
cesitaba elaborar un acto de fe en
ella. No tuve que hacer fuerza al-
guna para mantenerme en una de-
terminada posición: mi espíritu re-
posó en sí mismo, relajadamente y
en paz. La contemplé casi de una
manera pasiva, como un gran he-
cho objetivo. Mirándola —sus ritos
y celebraciones, sus preceptos—
me decía a mí mismo: «Esto es real-
mente una religión». (Reacción de
Newman al hacerse católico. Apo.,
339-340).
Si se diera hoy en el mundo una
forma de cristianismo que fuese
acusada de superstición grosera, de
adoptar ritos y costumbres del pa-
ganismo, y de atribuir a formas y
8 (96)
ceremonias un poder oculto; una
religión que fuese acusada además
de oprimir y esclavizar la persona-
lidad humana con sus exigencias,
de dirigirse a los simples y a los
ignorantes, de estar basada en la
sofistería y en el engaño, de con-
tradecir la razón y exaltar mera-
mente la fe irracional; una religión
que intranquilizase a las mentes
sensatas con ideas angustiosas so-
bre la culpabilidad y las conse-
cuencias del pecado, imputando a
todas y cada una de las acciones
cotidianas, por pequeñas que sean,
un valor determinado que las hace
merecedoras de aprobación o de
condena, y ensombreciendo así el
futuro; una religión que propusiese
la renuncia a las riquezas como al-
go digno de encomio y pusiese obs-
táculos a la gente prudente para
que disfrutara de ellas a su arbi-
trio..., si esta religión existiera hoy,
sin duda no sería distinta del cris-
tianismo tal como el mundo lo co-
noció al principio, cuando su divi-
no Autor lo hizo nacer. (La Iglesia
se muestra de la misma manera
a amigos y a enemigos. Dev., 246-
247).
La Iglesia es siempre militante:
unas veces triunfa y otras fracasa,
y lo más frecuente es que esté
triunfando y fracasando casi al
mismo tiempo. ¿Qué es la historia
de la Iglesia sino un testimonio del
resultado de esa batalla, siempre
incierto ―aun cuando el resultado
final no lo sea—? Acabamos de
cantar un Te Deum y hemos de
volver a entonar el Miserere. Obte-
nemos la paz y enseguida somos
perseguidos de nuevo. Apenas he-
mos conseguido un éxito cuando
nos vemos sumidos en un escánda-
lo. Más todavía: avanzamos a tra-
vés de nuestros reveses. Nuestras
penas son nuestros consuelos. Per-
demos a Esteban para ganar a Pa-
blo, y Matías sustituye a Judas el
traidor. (La lucha constante de la
Iglesia. H. S. II, 1).
Z Es verdad que ha habido épocas
en las que, debido a causas inter-
nas o externas, la Iglesia ha caído
casi en un estado de deliquio. Pe-
ro sus portentosos resurgimientos,
acaecidos cuando el mundo estaba
triunfando sobre ella, constituyen
una evidencia más de que no existe
corrupción en el sistema de doc-
trina y de culto dentro del cual se
ha desarrollado... Se detiene en su
curso, y está a punto de suspender
su actividad; cuando se levanta, es
ella misma otra vez: todo está en
su sitio, dispuesto de nuevo para la
acción. La doctrina está donde es-
taba, y también los usos, la jerar-
quía, los principios, la manera de
actuar. Podrá haber cambios, pero
se tratará de consolidaciones o de
adaptaciones. Todo es inequívoco
y está determinado, con una identi-
dad que no admite confusión. (Los
9 (97)
límites de la desorientación en la
Iglesia. Dev., 444).
Todo el que anhela la unidad rue-
ga por ella, trabaja por promover-
la, testimonia en su favor, todo el
que se comporta cristianamente
con los miembros de las Iglesias
separadas de la nuestra y se man-
tiene en amistad con ellos ―sal-
vando siempre el cumplimiento de
sus deberes para con la propia
comunión y para con la verdad—,
todo el que se propone edificarlos
mientras edifica a los suyos y se
edifica él mismo, podemos decir
con seguridad que está derribando
el muro de la división y renovan-
do los antiguos lazos de unidad y
de concordia, por la fuerza de la
caridad. (Debemos trabajar y rezar
por la unidad. Ess. II, 374).
Cuando nuestro Señor ascendió al
cielo, nos dejó como representante
suyo a la santa Iglesia. Ésta es, mís-
ticamente, su Cuerpo y su Esposa,
una institución divina, el santuario
e instrumento del Paráclito, que
habla a través de ella hasta el fin
de los tiempos. La Iglesia es, en
palabras del poeta anglicano John
Keble, «su presencia misma aquí
abajo», en la medida en que los
hombres son capaces de realizar
tan altos ministerios, los cuales per-
tenecen primeramente y de forma
eminente a Cristo mismo. (La Igle-
sia es el Cuerpo de Cristo, V. M. I,
XXXIX).
Ésta es, pues, la gloria propia de la
Iglesia cristiana: que sus miembros
no dependen meramente de lo que
es visible, no son como piedras de
un edificio cualquiera, colocadas
unas sobre otras y unidas externa-
mente, sino que en todos y en cada
uno descubrimos los frutos y ma-
nifestaciones de una misma fuerza
y de un único principio espiritual
invisible: son «piedras vivas» (1Pe
2, 5), que están conectadas inter-
namente como las ramas de un
árbol y no como fragmentos apila-
dos. Son miembros del Cuerpo de
Cristo. La Persona divina que los
Apóstoles vieron y tocaron, des-
pués de ascender al cielo, llegó a
ser para los creyentes, por la dona-
ción del Espíritu Santo, el princi-
pio vital y el origen secreto de la
existencia... De manera que puede
decirse con verdad que desde el
día de Pentecostés hasta hoy no ha
habido en la Iglesia sino un solo
Santo, el Rey de reyes y Señor de
señores, que habita en todos los
creyentes y gracias al cual éstos
son lo que son. (Somos miembros
de Cristo y miembros los unos de
los otros. P. S. IV, 170).
2 La Iglesia es un conjunto de almas
reunido y unificado por la gracia
secreta de Dios, aunque esta gracia
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les llega mediante instrumentos vi-
sibles y las une a una jerarquía
visible. Lo que se ve no es la totali-
dad de la Iglesia, sino sólo su parte
exterior. Cuando decimos que Cris-
to ama a su Iglesia queremos decir
que ama no algo cuya naturaleza
es terrena, sino el fruto de su gra-
cia en corazones innumerables. (La
dimensión invisible de la Iglesia. O.
S., 57).
El reino de Dios se extiende exte-
riormente sobre la tierra porque
ejerce una acción interior en noso-
tros, pues, en palabras de la Escri-
tura, está dentro de nosotros (Lc 17,
21), en el corazón de cada uno de
sus miembros. Los que lo ven se
maravillan; los extraños intentan
escudriñar dónde tiene su origen,
acuden a toda clase de razones
humanas y de causas naturales pa-
ra explicarlo, porque no pueden
ver ni sentir, y no llegarán a creer
lo que es en verdad: un dinamismo
sobrenatural. (El poder oculto de
la gracia. 0. S., 56).
La verdadera felicidad.
Sabemos que la verdadera felicidad en esta vida se
encuentra solamente en los bienes espirituales, y no
en los temporales, que miran sólo a la vida presente.
¡Qué engañados estamos! Aunque queremos la
santidad, la quisiéramos sin que nos costase fatiga ni
pena; que se acomodase a nuestros placeres, y a las
comodidades que siempre deseamos tener. ¡Ah!, si yo
fuese como aquél, como aquélla, haría, tornaría... Y
entre tanto no hace lo que ya es posible allí donde
está. El pobre piensa que sólo el rico puede hacer
buenas obras y tiene tiempo para ello; el rico ya se
persuade de que nunca podrá ser santo; el joven
espera llegar a viejo para dejar los placeres; el viejo
se entristece de haber desperdiciado los medios que
tuvo cuando era joven... Y así, con estas falsas ideas
que todos se forman, pocos buscan y siguen el
camino de la santidad y perseveran en él.
Del libro «Pregi della Congr. dell' Oratorio»
11 (99)
PALABRA Y SILENCIO EN NEWMAN
«Cridá l'amic en alt a les gents, e dix
que amor los manava que amassen en
parlant e en callant, e en quals que
coses feessen» (1).
NOS SUGIERE el tema de la palabra y el silencio en
Newman lo que él mismo escribió, en Historical
Sketches, a propósito de las palabras y los silen-
cios de los santos, especialmente en las páginas in-
troductorias al estudio de san Juan Crisóstomo (2).
La vida es para la acción (3), dice Newman. E insistirá en
que hemos sido creados para la acción, y para la acción justa
―para el pensamiento, y para el pensamiento verdadero— (4),
mientras que el p. Henry Tristram no duda en afirmar que en
realidad, Newman era un hombre de acción, aunque obligado
por las circunstancias a convertirse en un hombre de letras (5),
es decir, de palabras. La síntesis nos la da seguramente el pro-
pio Newman, con esta sentencia: Hemos de contemplar de mo-
do constante la vida futura y actuar a la vez en ésta (6).
Para Nédoncelle, el principio fundamental del ser de New-
man ha sido el de la conciencia (7). Si a este principio añadi-
Ponencia tenida en el IV Coloquio Internacional de la ASSOCIATION FRANÇAISE
DES AMIS DE NEWMAN, en junio de 1992, en Lyon, por el p. Ramón Mas.
(1) Ramon Llull, Llibre d'Amic e Amat (Barcelona, Edit. Barcino, 1927), p. 41.— Ibíd.,
p. 31: «No cal que em parles; mas fe'm senyal ab tos ulls, qui són paraules a mon
cor, com te dó ço que em demanes».
(2) HS, II, pp. 217-231 pássim.— Véase también «Newman's Oratory Papers», n. 17, in-
cluido por P. Murray en NEWMAN THE ORATORIAN (Dublin, Gill & Macmillan
Ltd., 1969), pp. 255-258. (3) DA, p. 259. (4) Ibid., p. 214.
(5) Henry Tristram, LIVING THOUGHTS OF CARDINAL NEWMAN (London, Cassel
& Co., 1948), p. 1. (6) PS, VIII, p. 155.
(7) Maurice Nédoncelle, «Las diversidades de Newman», ORBIS CATHOLICUS, Bar-
12 (100)
mos el de la providencia —"ad intra" la conciencia, "ad extra"
la providencia—, estamos en posición de poder abarcar aque-
lla totalidad, as a whole, desde la cual le gustaba a él acercar-
se a los grandes santos, convencido de conversar con un alma
bella iluminada por la gracia, mirando a este mundo sensible,
entrando en él y transformándolo (8).
Dios nos lleva por medio de su gran sistema de la Provi-
dencia (9), Providencia que percibimos y nos hace conscien-
tes de la inmediata Presencia Divina (10) en todos los aconte-
cimientos que tienen lugar en el mundo, donde cada suceso
conlleva su propio significado (11). Junto a esta presencia ex-
terna, existe en la intimidad de todo ser racional un lazo que
ata a la criatura con su Creador (12), en forma de aprehensión
viva (13), es decir, la conciencia, gran maestro íntimo... y el
más cercano a mí mismo entre los demás medios de conoci-
miento (14).
Y aquí tocamos la relación entre conocimiento, verdad y
palabra. La verdad hace libre al hombre, porque equilibra la
conciencia con la realidad objetiva; pero la verdad es austera,
y exige plena sinceridad en su expresión. Excluida, bloquea-
celona, vol. I, 1960, p. 212.— También: Henry Brémond, THE MYSTERY OF NEW.
MAN (London, Williams & Norgate, 1907), pp. 332 ss. (8) HS, II, p. 229.
(9) PS, 1, pp. 19 y 54.— También: Mir., pp. 18 y 22, sobre los milagros como parte del
«sistema de la providencia». (10) GA, pp. 115-117. (11) US, p. 285. (12) GA, p. 117.
(13) Ibíd., p. 118.
(14) Ibíd., pp. 389-390.
13 (100)
da la verdad, desaparece el valor y la necesidad de la palabra.
La pasión de Newman por antonomasia sabemos que era la
verdad (15). A ella dedica las más contundentes alabanzas: es
hermosa, poderosa, sólida, fuerte, elevada..., y triunfa siempre,
al fin, como en un resurgimiento pascual, rompiendo el sello
de su tumba (16).
La pasión por la verdad es la razón de su amor y su res-
peto por la palabra (17). El respeto es la primera forma o, por
lo menos, la condición previa de todo verdadero amor (18).
En The Idea of a University, Newman se refiere con cier-
to detalle a la palabra en sí misma, y nos da pie para una cla-
sificación de la misma en función de la verdad que expresa:
palabra-símbolo, palabra personal y, como una forma eminen-
te y hasta trascendental de ésta, palabra inefable. Ésta alcanza
a Dios; la primera, los objetos propios de la ciencia (19). La
ciencia se ocupa de las cosas; la literatura, de los pensamientos;
la ciencia es universal, la literatura es personal (20).
Newman es bastante riguroso: cuando las palabras son
mero vehículo de la expresión de las cosas, nos encontramos
fuera del campo de la literatura; pero hace una excepción
cuando la ciencia teológica toma la forma de oratoria sagrada
(21). La distinción entre palabra científica y palabra o lengua-
je literario es importante, porque destaca la relación o catego-
ría personal en el concepto de lenguaje.
(15) Conf. MD, p. 264: «Ex umbris et imaginibus in veritatem»; inscripción elegida y
confirmada no sin cierta solemnidad, con la que desea expresar el sentido total
de lo que fue su vida.— También, en LOSS AND GAIN, el protagonista, Charles
Reding (trasunto de Newman), termina con la consecución de la esperada Ver-
dad, p. 431.— Hilda Graef, GOD AND MYSELF (London, Peter Davies, 1967), reco-
ge estas palabras de Newman: «I have all my life been speaking about suffering
for the Truth, and now it has come upon me».
(16) Idea, p. 217; sobre verdad y error, Ibíd., p. 478; VVO, pp. 97 y 148.
(17) Henry Tristram, Tillotson and others, JOHN HENRY NEWMAN: CENTENARY
ESSAYS (London, Burns Oates & Co., 1945), p. 178.
(18) PS, I, p. 304. (19) Idea, p. 274. (20) Ibíd. (21) Ibíd., p. 275.
14 (102)
Notemos, también, que Newman
toma distancias frente al concepto
de literatura como fin en sí misma.
Valga por lo que dice en otras par-
tes lo que afirma en uno de sus ser-
mones luego de hablar del peligro
del éxito que puede alcanzarse en
el mundo: Posiblemente san Lucas
(artista), si no hubiese sido cristia-
no, hubiera sido un sofista, los cua-
les escriben elegantemente, tanto
del bien como del mal (22). Lo pu-
ramente estético es ambiguo.
Literatura es el uso o ejercicio
personal del lenguaje (23). La cuali-
dad del escritor está en que más fá-
cilmente expresa lo que todos sien-
ten, pero no todos pueden decir..., y
en cuanto solamente ellos están en
condiciones de manifestar lo que es
común al entero género humano,
revisten el carácter de católico y
ecuménico (24), universal.
Podemos decir que Newman ya
pertenece a éstos, porque él, que no
era experto en idiomas contempo-
ráneos, sin embargo es ahora leído
en todo el inundo con pervivencia
creciente. He aquí unas palabras
que nos conciernen: Pienso que mi
influencia sobre las personas que
no me han visto ha sido ilimitada-
mente mayor que entre las que me
han visto (25). Nostálgicos o afor-
tunados, nosotros pertenecemos al
primero de estos grupos. Newman,
predicador de verdades olvidadas
(26), nunca se acaba de leer, e irre-
sistiblemente se vuelve siempre a
él con la seguridad de descubrirlo
todavía nuevo. Dicen que no era
un romántico o, en todo caso, un
clasicista con inclinaciones román-
ticas (27), y que más bien parecía
situado en el viejo medioevo. Si fue
así, convendría pensar que se hizo
atrás y regresaba al pasado para
tomar mejor perspectiva de futuro
y de eternidad, en el misterio de lo
inefable de Dios. De este modo se
convirtió, sin darse cuenta, en pro-
feta: veía el cielo desde la tierra y,
por su fidelidad a una superior cla-
rividencia, desde el cielo interior
de su alma veía la tierra. Y el profe-
ta se convirtió en erudito, no por
capricho..., y abrió sus labios profé-
ticos decididamente vuelto hacia
los cristianos de los primeros tiem-
pos (28).
Newman no era un fantasioso, y
(22) PS, 11, 375. (23) Idea, p. 275. (24) Ibid., p. 292. (25) LD, XIII, p. 99.
(26) «Newman showed that he was a preacher of forgotten truths and that he realized
the harm of an unbalanced or truncated presentation of Christianity», Charles S.
Dessain, JOHN HENRY NEWMAN (London, Nelson, 1966), p. 21.
(27) Así lo define Charles F. Harrold, JOHN HENRY NEWMAN (London, Longmans,
Green & Co. , 1946), p. 249.— Según Ian Ker, JOHN HENRY NEWMAN (Oxford―:
New York, Oxford University Press, 1988), p. 63, el viaje de Newman por el Me-
diterráneo pudo tener algún efecto precisamente antiromántico.
(28) «The prophet was turned scholar, and in no fashionable department (…) scarcely.
15 (103)
lo mismo desconfiaba del lenguaje
pietista, o de la superstición popu-
lar católica, que de la inteligencia
pura (29). Y también de las simples
palabras (30). Vivimos en un mundo
de hechos ( ... ) y los tomamos como
son (31). El mejor modo de razonar
no consiste en pasar de unas pro-
posiciones a otras, sino de unos
hechos a otros, de lo concreto a lo
concreto, de un todo a otro todo
(32). Ve a las cosas sinceramente,
y tus palabras surgirán justas, sin
que te des cuenta (33), humildes,
respetuosas, serenas, concisas (34).
Si Newman muestra reservas en
cuanto al uso de la poesía como
medio de comunicación con los
demás y de camino para el conoci-
miento, es porque la consideraba
como una forma de tensión estética
dirigida más bien a la complacen-
cia del propio artista. Hoy segu-
ramente cambiaría de opinión (35).
No le costaba versificar y compuso
himnos y tradujo algunos del Bre-
viario para hacer accesible al pue-
blo sencillo la unción de la liturgia.
Otras poesías fueron compuestas
durante pequeños huecos de tiem-
po, con el lápiz en la mano, como
cuando leía o rezaba. Tanto en és-
tas como en sus diarios, observa-
mos que respiran comunicación y
comunión con Dios, estado de ora-
ción, y no mera contemplación de
sí mismo. En estos escritos piensa
en los demás o piensa en Dios; o
mejor dicho, contempla a Dios y
piensa en los demás desde Dios.
Pero con ello entramos en lo que
hemos denominado palabra inefa-
ble, la cual, en rigor, también es
persona], pero en la que una parte
de la relación la constituye el Ser
que nos trasciende, Dios. Ya no se
trata de la persona humana que
habla a otros hombres, aunque sea
de temas divinos, sino de Dios que
had he opened those prophetic lips and he shocked High Church and Low Church
by a resolute turning towards the only Christians he could discover in primitive
ages». En W. Barry, NEWMAN (London, Hodder and Stoughton, 1904), pp. 256,
258.— Se trata de un «return to the sources. This implies, of course, that the sour-
ces must be rediscovered, non in a state of dead fixity, but rather one of unending
creativity. For Newman, such a "return" involved a renewed knowledge of those
first builders of the Church, in the post-apostolic age, who have been called the
"Fathers of the Church" because they achieved a constructive encounter of the
Gospel with a non Christian world». En Louis Bouyer, C. O., NEWMAN'S VISION
OF FAITH (San Francisco, Ignatius Press, 1986), p. 11.
(29) Owen Chadwick, NEWMAN (Oxford-New York, Oxford University Press, 1983),
pp. 10 y 37.
(30) Ian Ker, THE ACHIEVEMENT OF JOHN HENRY NEWMAN (London, Collins,
1990), p. 98. (31) GA, p. 346. (32) Ibid., p. 300. (33) PS, V, p. 44.
(34) Ibid., IV, p. 227. (35) Charles F. Harrold, op. cit., p. 270.
16 (104)
habla o se manifiesta al hombre, y
del hombre que habla a Dios. New-
man, en su Grammar of Assent,
donde vuelca su gran esfuerzo pa-
ra ayudar al paso de la religión
natural a la religión revelada, es-
cribe: Al modo como la oración es
la voz del hombre dirigida a Dios,
así es la revelación la voz de Dios
dirigida al hombre (36).
Dios nos habla por dos medios:
en nuestros corazones y por medio
de su Palabra (37). En The Idea of
a University, y a lo largo del es-
pacio que dedica a la palabra, la
verdad y el pensamiento, Newman
cita un par de veces el término
Logos, que es central en la filosofía
griega, y se limita a traducirlo por
pensamiento y palabra, distintos pe-
ro inseparables uno de otra /como/
la luz no se puede separar de la
iluminación, ni la vida del movi-
miento (38). Evita así toda referen-
cia al Logos divino, o Verbo, o Pa-
labra del Evangelio de san Juan,
En cambio, sería muy extensa una
antología en la que se recogieran
las repetidas referencias newma-
nianas a la Palabra de Dios, en sus
sermones, poesías, meditaciones y
demás escritos, cuando en ellos tra-
ta o cita la conciencia, o habla del
corazón, con tanta frecuencia. Por
eso llamamos a esta palabra inefa-
ble; es lo mismo que indecible, por-
que el valor y la fuerza de su ex-
presión no se agota en la medida
del lenguaje humano: Es el Señor
invisible, que se acerca en secreto
a los hombres, y habla al oído de
sus corazones (39); es una Palabra
que encontramos dentro de noso-
tros (40), que se percibe en la con-
ciencia. Por esta Palabra los hom-
bres son llevados a su Presencia
como a la presencia de una persona
viva y devienen capaces de conver-
sar con ella (41); es la resonancia
de una voz personal, exterior a mí
(...), un amigo que amo (42), a quien
no corresponderle sería una ofensa
y una ingratitud.
Las citas podrían multiplicarse
largamente, y todavía nos dejaría-
mos el mundo invisible, en el que
no solamente está el Dios de la re-
velación y el Jesús del Evangelio,
sino todos los santos y las almas de
los justos, y los ángeles amigos
nuestros, como él lo decía del suyo
―My oldest friend―, en una poesía
que habría podido servir de prólo-
go a su posterior The Dream of
Gerontius, al compartir el prota-
gonismo con él (43), en el definiti-
vo viaje hacia la presencia y pose-
sión de la Verdad eterna de Dios.
Y el mundo visible, la Naturale-
za, parábola inmensa en la que se
manifiestan realidades que superan
nuestros sentidos (44). Y la historia,
(36) GA, p.404. (37) PS, II, p. 104. (38) Idea, p. 277. (39) OS, p. 66. (40) Ibíd., p. 65.
(41) GA, p. 117. (42) Call., p. 314. (43) VVO, pp. 300, 323 y ss. (44) Apo., p 27. →
17 (105)
y las culturas aun las más alejadas
de la revelación, pero que prepa-
raban el tiempo del Evangelio. Y
la Iglesia, que ella misma no es la
Palabra, pero sí guía y dispensa-
dora de la revelación (45) y los sa-
cramentos, evocación de lo eterno
(46) ...Todo son susurros que prece-
den o resonancias que siguen a la
divina revelación; palabra, símbo-
lo, figura, imagen, voz, alegoría o
reclamo de Dios al hombre. San
Juan de la Cruz diría de cada una
de estas palabras, siempre incom-
pletas: ...mensajero, que no saben
decirme lo que quiero (47), como
expresa Newman, superando el ca-
mino de la lógica natural, al con-
cluir su Grammar of Assent (48),
y habla de argumentos demasiado
profundos para poder ser expresa-
dos en lenguaje, de palabras dichas
a nosotros, uno a uno, y mis ovejas
escuchan mi voz...
Es la palabra inefable, la voz del
misterio divino que se interioriza en
nosotros, hace de algún modo inte-
ligible la Palabra, con la luz de la
Sabiduría, el calor de su Presencia,
el resplandor de su Gloria, la fuer-
za y el aliento de su Espíritu (49),
y también desde ahí surge la debi-
da respuesta a un Dios que nos ha-
bla, que nos conoce, que nos ama y
quiere establecer con nosotros una
relación de amor, sin lo cual todo
quedaría malogrado (50). La res-
puesta a lo inefable solamente es
posible desde el silencio. Tu voz
soberana, Señor, ha despertado en
mí el amor divino (51). Cualquiera
que fuera, en la naturaleza de New-
man, su precedente psicológico, lo
cierto es que el mantendría siem-
pre una fidelidad vigilante ante la
divina Presencia (52).
Cuando Newman habla o escri-
be, lo hace siempre saliendo de su
silencio, de su contención reflexi-
va, y desde esta intimidad habla
de lo íntimo de su corazón (53), y
no por placer, cuando lo hace de
sí mismo. Así nos lo dice al romper
uno de sus grandes silencios, y lan-
(45) PS, II, p. 361.
(46) LG, p. 328, se refiere a la Misa, «the greatest action that can be on earth. It is no
invocation merely, but, if I dare use the word, the evocation of the Eternal».
(47) San Juan de la Cruz, POESÍAS (Madrid, Signo, 1936), «Canciones del Alma», p. 20.
(48) GA, p. 492. (49) PS, VI, p. 356. (50) Call., p. 293.
(51) VVO, p. 45, es la respuesta de la gratitud: «Lord, in this dust Thy sovereing
voice - First quicken'd love divine; - I am all Thine, Thy care and choice, - My
very praise is Thine».
(52) AW, p. 241: «Neque vero perdidi intimum sensum Praesentiae Divinae in omni
loco (...) Illa subtilis et delicata vis fidei et spei hebetata est in me usque ad hunc
diem».— MD, p. 52: «Every breath I breathe, every thought of my mind, every good
desire of my heart, is from the presence within me of the unseen God (...) I recog-
nise Thy voice in my own intimate consciousness». (53) Apo., Preface, p. XXV.
18 (106)
zarse a escribir el más famoso de sus
libros: Apologia pro vita sua (54).
Acompañar a Newman por los
caminos de sus silencios o entrar
en sus soledades, alargaría dema-
siado nuestro discurso. Pero hay
dos grandes silencios que resumen
todos sus amores y todos sus dolo-
res: Littlemore y Birmingham. En
Littlemore, puesto absolutamente
de cara al desierto (55), abandona-
do a las manos de Dios, entregado a
la oración y pidiendo la de sus ami-
gos, incomprendido por el mundo
y rechazado, como un hijo por su
madre, de la Iglesia de Inglaterra,
sin poder dejar de amarla, agrade-
cido, por las gracias que en ella
había recibido (56).
Más tarde, en Birmingham, my
nest, en el Oratorio, donde toma a
san Felipe Neri por Padre que ins-
pira su piedad y su vida de católi-
co. Desde allí le alcanzará la sor-
presa de más largos y todavía más
dolorosos silencios, además de las
dificultades y penalidades inme-
diatas de pobreza, de trabajo duro,
de solicitud constante, de viajes
incómodos, de soledades... A dis-
tancia de todo aquel drama, ya po-
demos afirmar que no fue motiva-
do por exceso de sensibilidad ante
simples malentendidos, o por no
tener amigos en Roma (57), sino
que la mezquindad y la envidia se
cebaron en él, que precisamente
no era ni había sido nunca ambi-
cioso (58). Pudo decirse que los su-
yos no lo recibieron.
Silencios que no fueron de des-
pecho ni de corazón resentido. Cito
un par de anécdotas que lo de-
muestran. Se refieren a la muerte
de Faber y a la del propio New-
man. La muerte es la hora de la
verdad; en la que nada valen ni
las obras ni las palabras si no están
escritas en el libro de la vida; de
otro modo, se borrarían como las
que se hubiesen escrito sobre arena
(59).
Newman fue a visitar al padre
Faber, en Londres, postrado ya en
(54) Ibid., p. XX.
(55) The Birmingham Oratory, CORRESPONDENCE OF JOHN HENRY NEWMAN
WITH JOHN KEBLE AND OTHERS, 1839-1845 (London, Longmans, Green & Co.,
1917), p. 351: «For three full years I have been in state of unbroken certainty,
Against this certainty I have acted, under the notion that it might be a dream, and
that I might break it as a dream by acting; but I cannot. In that time I have had
no ups and downs, though (...) the truth has often flashed upon me with unusual
force (...) I am setting my face absolutely towards the wilderness».
(56) SD, pp. 406-407: «O mother of saints! O my mother, whence is this unto thee, that
thou hast good things poured upon thee canst not keep them, and bearest chil-
dren, yet darest not own them?».
(57) AW, p. 251.
(58) Ibíd., pp. 252-253; conf. Vvo, p. 47; LD, XXVII, p. 334.
(59) VVO, p. 303.— También PS, II, p. 8: «The triumph of the Truth, in all its forms, is
19 (107)
el lecho de muerte; estuvo un rato
con él, hablaron del cielo, como
amigos que se encuentran; lo abra-
zó, le dio la bendición y se retiró en
silencio, sin poder ocultar las lágri-
mas (60). Años más tarde, Newman,
también el próximo a la muerte, y
cuando los jóvenes del Oratorio,
para consolarle, le propusieron
cantarle el ya entonces famosísimo
Lead Kindly Light, el moribundo
cardenal replicó dulcemente: No,
cantadme más bien The Eternal
Years, del padre Faber, porque he
pensado siempre cuánto me gusta-
ría escuchar ese himno al encon-
trarme cerca de la muerte (61).
En el funeral de Newman predi-
có el sermón el cardenal Manning,
el cual también había tenido que
ver con los sufrimientos de New-
man católico. Manning hizo un ser-
món magnífico (62), y sin duda sin-
cero. Pero, si en el cielo caben las
sonrisas, Newman insinuaría, en
medio de la Iglesia de los verdade-
ros santos, aquella que le era tan
propia, sin ironía alguna, dulce,
humilde, inocente e inteligente a la
vez, comprensiva, de contención
silenciosa, de cariño... y de miseri-
cordia.
La pasión por la verdad va aso-
ciada con el retiro y el silencio (63);
del silencio nace también la pode-
rosa Palabra que toca el cielo, pero
camina sobre la tierra (64). Se en-
carna, se hace vida, y se desarrolla,
en una evolución que la conduce a
la verdad total. Como de un puña-
do de semillas, de unas pocas pa-
labras pronunciadas por algunos
pescadores galileos, surge por ex-
pansión un universo de pensamien-
to (65). Así sucede en la Iglesia, y
así, a nivel de fe, en cada cristiano.
El modelo ―our pattern― es Ma-
ría, nos dice Newman en uno de
sus sermones emblemáticos; María,
tipo de la Iglesia y primera cristia-
na; personaje con más silencios que
palabras: O amore muto che non
vói parlare! (66).
Por esto, cualesquiera que fue-
postponed to the next world».
(60) Releigh Addington, FABER, POET AND PRIEST (London, Burns & Oates, 1974),
p. 342.— La entrevista fue breve, por precepto del médico. Los sentimientos que-
dan descritos en un memorándum de Newman (conf. LD, XIX, pp. 559-561): «Fa-
ber, poor fellow, is not much changed».
(61) Lo recordaban los padres más jóvenes, singularmente el p. Bellasis, en una carta
a su madre, y el p. Denis Sheil, fallecido en 1962, a los 96 años de edad, último
testigo de Newman, que fue quien le admitió en la Congregación. Lo reporta Ro-
nald Chapman, FATHER FABER (London, Burns & Oates, 1961), p. 344.
(62) John Moody, JOHN HENRY NEWMAN (London, Sheed & Ward, 1946), reproduce
íntegramente el sermón de Manning, al final del libro, pp. 263-266.
(63) Idea, Preface, p. XIII. (64) Sb, cap. XVIII, vv. 15-16. (65) US, p. 317.
(66) Iacopone da Todi, LE LAUDE (Milano, Le Edizioni di Uomo, 1945), p. 207.
20 (108)
ran las crisis de la Iglesia, los ma-
les del mundo, o las pruebas que
nos visiten a lo largo de la vida,
siempre nos queda salvada para la
Iglesia (67) y para nosotros la Pa-
labra de la verdad у el silencio que
la integra y transforma en vida.
Siempre existe un silencio que tam-
bién habla (68). Porque Newman
conocía bien este silencio, rezaba
para aprender a hablar también sin
palabras y llevar así a los demás a
Dios (69), porque, en ocasiones, hay
verdades inalcanzables si no es a
través del testimonio (70), como el
silencio de los primeros santos, los
mártires, que hablaban por su
muerte (71).
Jean Guitton se ha quejado, ha-
ce poco, del silencio de la Iglesia
del silencio en la Iglesia, y otros
lo hacen de la nueva, según ellos,
Iglesia del silencio (72). Desde el
lado de la cultura, Charles Moeller,
denuncia el silencio de Dios en la
literatura de nuestros días (73).
El primer antologista de New-
man, William Samuel Lilly, dijo,
con evidente exageración, que
aquellos que conocen solamente las
obras —es decir, las palabras— de
Newman conocen lo menos impor-
tante de él (74). Pensamos que so-
lamente podía estar en lo cierto si
tenía por mejor parte la misma que
describe Newman, a propósito de
la palabra, del silencio y de la ora-
ción, comentando la conocida esce-
na de Betania (75).
En cualquier caso, Newman nos
diría siempre que:
Llevemos la voluntad de Dios en el corazón,
el nombre de Dios en los labios,
y el Reino de Dios en la esperanza (76).
(67) PS, III, p. 319. (68) GA, p. 396. (69) MD, p. 54. (70) Ess., p.31. (71) HS, II, p. 225.
(72) Jean Guitton, SILENCIO SOBRE LO ESENCIAL (México, Claveria, s. d.), trad.
esp., pp. 10-11.
(73) Charles Moeller, LITERATURA DEL SIGLO XX Y CRISTIANISMO (Madrid, Edi-
torial Gredos, 1958), trad. esp., pp. 25-32.
(74) William Samuel Lilly, A NEWMAN ANTOLOGY, first published in 1875, under
the title CHARACTERISTICS FROM THE WRITINGS OF JOHN HENRY NEW.
MAN (London, Dennis Dobson Ltd., 1949), Introd., p.17.
(75) PS, III, «The good part of Mary», pp. 318-335. (76) SD, p. 289.
El miserable no piensa en la transfiguración de su alma, de su vida, del
mundo; el nuevo rico se satisface con el fácil y engañoso resplandor que
ven los ojos. Y al mismo tiempo comprobamos que, día tras día, desapare-
ce la libertad necesaria para una contemplación generosa del universo.
Emmanuel Mounier
21 (109)
UTOPÍAS
De una entrevista a mons. P. Casaldáliga
en la revista SERRA D'OR del pasado mes de octubre
EVIDENTEMENTE, no es posible
ser cristiano sin Iglesia. Ser
cristiano es pertenecer a la comu-
nidad de seguidores de Jesús. Pero
ocurre que la palabra "Iglesia" sig-
nifica muchas cosas; va cargada de
residuos de poder, de privilegio,
de mundanidad, y es necesaria la
purificación. Pero ser cristiano al
margen de la comunidad eclesial
es imposible. Los cristianos esta-
mos incorporados a Cristo comuni-
tariamente. Mi fe, a pesar de ser
algo tan personal, porque soy yo
mismo el que cree, es siempre una
fe comunitaria, eclesial.
TENGO la plena convicción teo-
lógica, bíblica y de fe, de que
no existe ningún argumento, ni bí-
blico, ni teológico, ni de verdadera
tradición, con que se pueda justifi-
car la exclusión de la mujer para
que sea en la Iglesia sacerdote,
obispo o papa, y que no tenga en la
Iglesia los poderes, las atribuciones
que tiene el hombre. Es evidente
que nuestra postura actual y nues-
tra doctrina son fruto de una mas-
culinidad, de una tradición que no
tiene que ver con "la" tradición de
la fe. Es una tradición cultural. So-
mos hijos del mundo hebreo, grie-
go, romano, sajón, con lo cual se
explica, pero no justifica, que exis-
tan dificultades.
SE DICE que carecemos de pro-
fetas. ¿O es que quiere decirse
que no tenemos bautizados? Los
bautizados deberíamos de algún
modo ser llevados del espíritu pro-
fético. Es verdad que la Iglesia se
mueve a la defensiva, y que aún
vivimos la sacramentalización de
forma harto rutinaria y de cumpli-
miento. Tal vez nos falte algo de li-
bertad de espíritu, un poco de crea-
tividad, de esperanza pascual..., y
nuestra vida se convertiría en testi-
monio de coherencia diaria, perso-
nal o colectiva, con algo de profe-
cía. Pero, eso sí, recordando que los
profetas normalmente tienen tam-
bién la vocación de mártires, de un
modo u otro. Es preciso vencer el
miedo a la incomprensión, a la per-
secución, al martirio... Es el modo
de preparar, poco a poco, la llegada
definitiva a la morada del cielo.
22 (10)
ÍNDICE DEL AÑO 1992
TIEMPO DE ORACIÓN |
La cruz de Cristo, medida del mundo (J. H. Newman) | 22
Oración de un cristiano ruso perseguido (M. Polski) | 2
Palabra de Dios (E. Przywara) | 90
San Pietro in Vaticano (J. M. Valverde) | 66
TEMAS |
El corazón | 23
El mayor escándalo en la Iglesia | 5
La conversión de Bartolomé de Las Casas | 79
Oración, ayuno, limosna | 32
«Para comprender el ecumenismo» (J. Bosch) | 19
Principios | 67
Sacerdocio | 33
Sobre renglones torcidos | 87
Violencias | 3
SAN FELIPE NERI Y EL ORATORIO |
Apostolado y desprendimiento | 75
El altar de nuestra iglesia | 43
El espíritu de san Felipe Neri | 54
La verdadera felicidad | 99
Los ejemplos de san Felipe y de sus primeros discípulos | 9
Permiso para ser cristiano | 76
Saint Philip Neri (J. H. Newman) | 52
San Felipe cada año | 42
San Felipe Neri y los animales | 14
NEWMAN |
Cátedra Newman, en Salamanca | 68
Los verdaderos Santos (J. H. Newman) | 50
Luces y sombras en la historia de la Iglesia (J. H. Newman) | 1
Palabra y silencio en Newman | 100
Pensamientos | 25, 45,48,69,72, 3,96
Responder a Dios (J. H. Newman) | 30
TEXTOS |
Bastan las Escrituras (san Atanasio) | 12
Decálogo de la no-violencia (Comisión Paz y Reconciliación | 39
Preferencias desde una mentalidad cristiana (A. C. Comín) | 10
23 (111)
DOMINGO DÍA 27 DE DICIEMBRE
A LAS 8 DE LA TARDE
CONCIERTO DE NAVIDAD
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
CORAL
UNIVERSITARIA
Director: Julio Sorribes
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita o imprimo: Congregación del Oratorio
Pl. San Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 1.12.92
24 (112)