Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 287. MARZO-ABRIL. Año
1993 |
SUMARIO |
RESURRECCIÓN equivale, en
Cristo, a recu- |
peración gloriosa de su
posición escondida, |
hasta ese momento, de Hijo
de Dios. Su santa |
humanidad ya no es barrera
del espíritu. En |
el cristiano, resurrección
es vida renovada por don |
de Dios, como morir para
nacer de nuevo a otra |
dimensión, la de la
santidad. La santidad no es |
una asepsia respecto del
mal, sino injerto de bien, |
gracia de Dios mantenida
en amor de hijos, que |
imitan al Primogénito. Lo
meramente moral es to- |
davía paganismo y regateo
por los mínimos; no en- |
trega total a Dios, es
decir, proyección a la santi- |
dad. De otro modo, Dios
permanecería lejano al |
hombre, sin que éste
llegue a ser verdadero cristia- |
no, porque el misterio de
la muerte y resurrección |
de Cristo, carecería de
sentido para él. |
EL SUFRIMIENTO INMERECIDO |
PERDONES |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
CONVERTIRSE, ÉSA ES LA
CUESTIÓN |
LA CONVERSIÓN DE GAUDÍ |
1 (25) |
EL SUFRIMIENTO |
INMERECIDO |
Siento aprensión a
referirme a mis sufrimientos personales. |
Pero considero de algún
modo justificado hacerlo, en |
razón del bien que pueda
reportar a otros, si confieso que |
he sufrido realmente los
embates de la persecución: he |
sido encarcelado,
agredido, amenazado, despreciado... Y |
tuve miedo. Pero el
Maestro me hizo llevadero su yugo. |
Mis angustias personales
me han mostrado el valor del |
sufrimiento inmerecido.
Cuando las penas aumentaban, |
descubría que existen dos
maneras de enfrentarse a ellas: |
o bien reaccionar con
acritud, o tratar de transformar el |
sufrimiento en fuerza
creadora. Así he llegado a reconocer |
la necesidad del
sufrimiento y hacer de él una virtud. |
Últimamente me he
convencido del valor redentor que se |
encierra en el sufrimiento
inmerecido. Cuando hay gentes |
que todavía consideran la
Cruz como un estorbo o una |
locura, yo creo, más
firmemente que nunca, que la Cruz es |
el poder de Dios ordenado
a la salvación de cada hombre |
y de toda la humanidad.
Con el apóstol Pablo puedo decir |
humildemente, pero con
gozo y dignidad: «Llevo en mi |
cuerpo los estigmas del
Señor Jesús». Las angustias |
pasadas me han acercado a
Dios y, en medio de arideces y |
temores, he percibido una
voz interior que me decía: |
«Animo, estaré contigo».
Mientras que el poder de Dios |
transformaba la fatiga en
plenitud de esperanza. |
Martin Luther King |
2 (26) |
Perdones |
NOS ESCANDALIZA esa
representación de amnistías y perdones que se ha te- |
nido en la república de El
Salvador. Se hace evidente que lo único que se |
pretende es blanquear unos
crímenes que no se han podido ocultar del todo, |
cuyo horror permanece en
aquellos ambientes que se resistieron a las mani- |
pulaciones informativas de
los hipócritas de siempre, creadores profesionales de |
opinión que falsea la
realidad cuando compromete intereses más importantes para |
ellos que la misma verdad.
Ahora se intenta usar las palabras perdón y pacificación |
para confundir a los más
sencillos y acallar a todos con la invocación simbólica de |
sentimientos nobilísimos y
aun cristianos ―en los cuales podemos presumir que no |
creen los que los
declaman―, y justificar o borrar con ello la memoria de hechos y |
verdades incontestables. |
Pero el escándalo de lo
ajeno no debe hacernos olvidar el de lo propio, aunque |
las proporciones sean
menores por más que la raíz es la misma. Debemos recoger la |
lección y aplicárnosla, si
llega el caso, en los perdones que los humanos debemos |
concedernos unos a otros
y, todavía más, si somos cristianos, en cuyo caso Dios va |
implicado en ello, puesto
que los agravios y las injurias, los odios y resentimientos, |
las envidias, difamaciones
y desprecios padecidos por los más indefensos, el Señor |
nos dice que «a mí me lo
hacéis», y son pecado, aunque la víctima jamás hubiese pen- |
sado en vindicar el daño
sufrido. El perdón, la misericordia del ofendido no disuelve |
la culpa del ofensor. Dios
nos ha hecho libres y responsables a la vez, nos recordaría |
Newman. Es la libertad,
precisamente, la que más nos obliga a «dar cuenta de lo que |
hacemos y de lo que
somos». No basta «quedar bien», sino que es necesario ser bue- |
nos. La reducción o el
énfasis que depositáramos en cualquier acción o declamación |
simbólica resultaría
ineficaz en el pecador, si permanece en la salvedad de los míni- |
mos sin verdadero deseo
reparador en el corazón. Esto reviste especial importancia |
en los pecados contra el
amor fraterno, el cual, junto y fundido con el amor a Dios, |
resume y contiene toda la
santidad y obra la justificación o salvación del hombre |
3 (27) |
Solamente el verdadero
amor, es decir, el amor hecho verdad, da libertad y paz a la |
conciencia del hombre. |
El mundo monta y, a veces,
le bastan los espectáculos y apariencias formales en- |
gañosas; pero al hombre
justo, sobre todo si es cristiano, la paz sólo puede venirle |
de la verdad y la justicia
reconocida y restablecida en la propia conciencia, sin más |
testigo que Dios y, por lo
tanto, transparente y rigurosa, con hambre y sed de la ver- |
dad divina, y no por mucho
imaginar que Dios acepta la nuestra, sino porque nos- |
otros queremos
sinceramente la suya. |
Andamos sobrados de
apologías y escasos de conversiones. Tenemos el corazón |
soberbio. Nos creemos los
buenos, convencidos de que sólo les corresponde cambiar |
a los otros. Hablamos de
amor, pero no amamos, como le sucedía al fariseo de la pa- |
rábola. Ello hace, con
frecuencia, que trivialicemos nuestras reconciliaciones sacra- |
mentales, convirtiéndolas
en una suerte de mecanismo para perdones automáticos, |
lejos de creer y
respetarlo como un encuentro personal con Cristo, por medio del |
signo que nos lo hace
presente: |
La conversión, el cambio
del hombre creyente que acepta la gracia de Dios y ce- |
de a su influjo, actúa
desde el alma, es interior, y no presiona desde fuera de nuestra |
conciencia; no hace
adeptos, sino hijos de Dios; no clientes de la Iglesia o de sus aso- |
ciaciones, sino hermanos
en Cristo y familia santa que anticipa el cielo, mientras lo |
espera y pide la llegada
del Reino. Nada valen los modelos del hacer humano para |
algo que es divino. No
valen las apariencias salvadas, ni las estadísticas, ni las canti- |
dades ―Dios no es
cantidad―, sino la autenticidad, el ser. El mundo es apariencia y |
no sirve para modelo de
trascendencia; mutante y fugaz, le basta parecer y es enga- |
ñoso. Lo que en él nos
escandaliza es lección que debemos tener en cuenta. Como el |
contraste de la sombra
cuando ayuda a reconocer mejor la luz; y la mentira, la ver- |
dad; y la muerte, la vida.
No nos duela necesitar ser perdonados y perdonar. El per- |
dón es más que un don, un
don doblado, sobre todo cuando nos viene de Dios. La |
Iglesia no cesa de
recordarlo en cada acto de culto y alabanza al Señor para que es- |
peremos el cielo como el
lugar definitivo donde cantemos todas sus misericordias. |
Pero, en la espera, no
cedamos a ningún engaño, no engañemos a nadie y, sobre todo, |
no creamos jamás que, al
modo como es posible engañar a los hombres, también po- |
dríamos engañar a Dios. |
VIERNES SANTO, |
a las 9 de la mañana, |
VÍA CRUCIS |
4 (28) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
EL DON DEL ESPÍRITU |
El Salvador no dejó el
mundo en |
el mismo estado en que se
encon- |
traba antes de su venida.
Pues él |
sigue permaneciendo con
nosotros, |
no sólo en una serie de
dones par- |
ticulares, sino en el
mismo Espíritu |
que lo ha reemplazado,
tanto en la |
Iglesia como en las almas
de cada |
uno de los cristianos.
(Desde que |
Cristo fue glorificado,
está comuni- |
cando su Espíritu. P. S.
II, 221). |
La acción misericordiosa
de Cristo |
tiene dos momentos
fundamentales: |
lo que hizo por todos los
hombres, |
y lo que hace
continuamente por |
cada uno de ellos; lo que
hizo de |
una vez por todas, y lo
que hace por |
cada uno continuamente; lo
que hi- |
zo de una manera exterior
a noso- |
tros, y lo que hace dentro
de nos- |
otros; lo que hizo en la
tierra, y lo |
que hace en el cielo; lo
que hizo en |
su propia Persona, y lo
que hace |
mediante su Espíritu; su
muerte, |
y después el agua y la
sangre; los |
méritos de sus
sufrimientos, y los |
diversos dones comprados a
ese |
precio: el perdón, la
gracia, la re- |
conciliación, la
renovación, la san- |
tidad, la comunión con
Dios. Es de- |
cir, la expiación y la
aplicación de |
la misma, o sea, su muerte
redento- |
ra y nuestra
justificación. El nos re- |
dime al entregarse a sí
mismo en la |
Cruz y nos justifica
enviando su Es- |
píritu. (Cristo murió por
nuestros |
pecados y resucitó para
nuestra |
justificación. Jfc.,
205-206). |
Así como en los designios
de Dios |
era necesario para la
redención que |
se diera de una vez por
todas el |
sacrificio del Hijo,
localizado en el |
tiempo y en el espacio,
así también |
ha de haber una
comunicación per- |
manente, espiritual y
universal, de |
ese sacrificio. Hubo una
sola expia- |
ción; hay innumerables
justifica- |
ciones... Su resurrección
era nece- |
saria para aplicar a sus
elegidos |
el poder de la expiación
que su |
muerte consiguió para
todos los |
hombres. Así, pues, él
murió para |
comprar lo que después
comunicó |
gracias a su resurrección.
(El Hijo |
de Dios nos redime, el
Espíritu San- |
to nos santifica. Jfc.,
205-206). |
11 Ser justificado es
justamente esto: |
recibir la Presencia
divina dentro |
5 (29) |
de nosotros, y
convertirnos en tem- |
plos del Espíritu Santo.
Dios está |
en cada lugar de una forma
tan |
absoluta y total como si
no estu- |
viera en ningún otro
sitio. Y así se |
nos dice, por lo que se
refiere a la |
humanidad, que «en él
vivimos, |
nos movemos y existimos»
(Hch 17, |
28). Pues bien: aquel que
vive en |
todas las criaturas de la
tierra, para |
darles una vida mortal,
vive en |
los cristianos de una
forma más |
divina, comunicándoles una
vida |
inmortal. (La Buena
Noticia es |
que tenemos un Dios que
habita |
en nosotros. Jfc., 144). |
Cuando esta noción de un
Dios |
que habita en nosotros,
tanto de un |
modo natural como por
medio de |
la gracia, es denigrada
como una |
especie de misticismo, yo
pregun- |
taría si, dado que él está
presente |
en todo lugar y habita en
todo, no |
hemos de admitir como una
verdad |
necesaria su presencia
junto a nos- |
otros y en nosotros. Y si
está pre- |
sente en todo lugar y
habita en to- |
do, no hay ninguna
objeción que |
nos impida tomar la
Escritura lite- |
ralmente, no existe
dificultad algu- |
na para admitir que la
verdad es |
tal como dice la
Escritura: que así |
como habita en nosotros de
una |
determinada manera, por
naturale- |
za, así también él está en
nosotros |
de otra manera, por medio
de la |
gracia. El misticismo del
Nuevo |
Testamento. Jfc., 145). |
El verdadero cristiano,
pues, po- |
dría ser definido como
aquel que |
tiene un sentido normativo
de la |
presencia de Dios en su
interior. |
Ya que únicamente los
justificados |
tienen tal privilegio,
sólo ellos pue- |
den percibir esta
realidad. Un cris- |
tiano verdadero, el que se
halla en |
un estado aceptable a
Dios, es el |
que, en este sentido,
tiene fe en él, |
de tal manera que vive con
el pen- |
samiento de que Dios está
presente |
junto a él, aunque no de
una ma- |
nera externa, no meramente
en la |
naturaleza, o en la
providencia, si- |
no en lo más íntimo de su
corazón, |
en su conciencia. (Dios
habita en |
el alma, y en ella ha de
buscarlo el |
cristiano. P. S. V,
225-226). |
Y nosotros, en la medida
en que |
adquiramos esa visión
interior más |
elevada ―la cual
podemos creer |
con humildad que es la
única ver- |
dadera―, obremos en
consecuen- |
cia. Adoremos su sagrada
Presen- |
cia dentro de nosotros con
todo |
temor, con un «júbilo
estremece- |
dor». Ofrezcamos nuestros
mejores |
dones a quien, en vez de
aborre- |
cernos, ha venido a
habitar en nues- |
tros corazones
pecadores... En esto |
consiste todo nuestro
deber: pri- |
mero, en contemplar a Dios
todo- |
poderoso, tanto en el
cielo como en |
nuestros corazones y en
nuestras |
almas, y después, mientras
lo con- |
templamos, en actuar por y
para |
él en las tareas de cada
día. (Amor |
6 (30) |
afectivo y efectivo. P. S.
III, 269). |
Esta visión, ¿no aumenta
nuestra |
responsabilidad, en vez de
dismi- |
nuirla? ¿No nos hace más
vigilan- |
tes y más obedientes, a la
vez que |
nos conforta y eleva?...
¿Cuándo es |
más fácil que seamos
sobrios y este- |
mos en vela: cuando
poseemos un |
tesoro que podemos perder,
o cuan- |
do tenemos una recompensa
remo- |
ta que ganar? (La verdad
del Evan- |
gelio es premio y
exigencia. Jfc., |
190-191). |
LOS SACRAMENTOS, |
SIGNOS DE UNA PRESENCIA |
Nuestro Señor, al hacerse
hombre, |
instituyó el medio para
santificar la |
naturaleza de la cual su
humanidad |
es el modelo. Él habita
personal- |
mente en nosotros, y lo
hace me- |
diante los sacramentos...
Permane- |
ciendo en nosotros, llega
a ser el |
principio inmediato de la
vida es- |
piritual en cada uno de
sus elegi- |
dos... Es evidente que
existe una |
presencia especial de Dios
en quien |
es miembro del Señor... El
alma y |
el cuerpo, por la
permanencia de la |
Palabra en ellos, superan
su estado |
natural y se convierten en
algo tan |
sagrado que profanarlos
sería un |
sacrilegio. (Los
sacramentos son los |
medios de nuestra unión
con el |
Señor. Ath. II, 193-195). |
Aunque ahora está sentado
a la |
derecha de Dios, en
realidad no |
abandonó el mundo una vez
que |
hubo venido a él, pues
poseemos la |
donación del Espíritu
Santo, que se |
da siempre a aquellos que
lo bus- |
can. Y de la misma forma
que sigue |
permaneciendo con
nosotros, aun |
cuando está en el cielo,
así también |
la hora de su pasión y su
cruz es- |
tá siempre presente
místicamente, |
aunque hayan pasado mil
ocho- |
cientos años. Tiempo y
espacio no |
forman parte del reino
espiritual |
que él ha fundado, y los
ritos de la |
Iglesia son los misterios
maravillo- |
sos mediante los cuales
supera am- |
bos... Así, Cristo brilla
a través de |
ellos como a través de
cuerpos |
transparentes, sin
impedimento al- |
guno. Él los tocó y exhaló
su alien- |
to sobre ellos al
instituirlos, y des- |
de entonces tienen fuerza
en ellos |
mismos. (Cristo se nos
hace próxi- |
mo por medio de los
sacramentos. |
P. S. III, 277-278). |
Ciertamente, nuestro
misericordio- |
so Salvador hizo muchas
más cosas |
por nosotros de lo que
revelan las |
maravillosas doctrinas del
Evange- |
lio: nos ha hecho capaces
de poner- |
las en práctica... Pero,
¿qué hemos |
de hacer nosotros para
obtener su |
gracia? ¿Cómo tendríamos
la cer- |
teza consoladora de que
nos ama |
7 (30) |
personalmente y de que
cambiará |
nuestros corazones
―que nosotros |
sentimos tan
mundanos― y nos |
limpiará de nuestros
pecados que |
reconocemos tan abundantes
si |
no nos hubiera dado los
sacramen- |
tos, medios y prendas de
la gracia, |
llaves que abren el tesoro
de la |
misericordia? (Nuestros
pecados |
son perdonados mediante
los sa- |
cramentos. P. S. III,
290-291). |
¿Qué diremos de esta nueva
crea- |
ción del alma, por la cual
Dios nos |
hace hijos suyos, nos da
una natu- |
raleza celestial, infunde
en nosotros |
su Espíritu Santo y nos
limpia de |
nuestros pecados? He aquí
lo que |
es propio del cristiano,
sea cual sea |
su condición; todas las
glorias de |
este mundo se desvanecen a
su la- |
do. El rey y el vasallo
están a la |
misma altura en el reino
de Cristo. |
(El que no nazca del agua
y del |
Espíritu no puede entrar
en el rei- |
no de Dios. P. S. VIII,
52-53). |
¡Cuántas son las almas en
tribula- |
ción, en angustia o en
soledad, cuya |
única necesidad es
encontrar a |
alguien a quien confiar
sus senti- |
mientos, a los que el
mundo no |
quiere atender! Han de
expresarlos, |
pero no pueden hacerlo a
quienes |
ven habitualmente. Quieren
con- |
tarlos, y al mismo tiempo
no quie- |
ren; desean
exteriorizarlos, y sin |
embargo quieren permanecer
como |
si no lo hubieran hecho.
Desean |
manifestarlos a alguien lo
suficien- |
temente fuerte para poder
soportar- |
lo, pero no tan fuerte que
los des- |
precie, expresarlos a
alguien que |
les pueda aconsejar y que
a la vez |
los pueda compadecer.
Desean ver- |
se aliviados de una carga
y alegrar- |
se al ser consolados. (La
confesión |
de los pecados, una
realidad celes- |
tial en la Iglesia.
Prepos., 351). |
Voy a referirme a una gran
acción, |
la más grande que puede
darse so- |
bre la tierra. No se trata
simplemen- |
te de la invocación, sino
―si me |
permitís decirlo así, de
la evoca- |
ción que hace presente lo
eterno. |
En el altar se hace
presente en car- |
ne y sangre aquel a quien
los ánge- |
les reverencian y ante el
cual los |
demonios se estremecen.
(En la |
Eucaristía ofrecemos la
víctima del |
Calvario glorificada. L.
G., 328). |
El oficiante avanzaba, se
situaba al |
otro lado del altar, donde
ahora se |
ponen los cirios, de cara
al pueblo, |
y entonces comenzaba el
santo sa- |
crificio. Primero
incensaba la obla- |
ta, es decir, los panes y
el cáliz, co- |
mo reconocimiento del
dominio |
soberano de Dios y signo
de la ora- |
ción que se eleva hacia
él. Después |
le traían el volumen con
las oracio- |
nes, mientras el diácono
iniciaba la |
llamada plegaria de
intercesión, |
una lista de diversas
intenciones |
por las que se debía
orar... La ple- |
garia acababa con una
mención |
8 (32) |
particular de los
presentes, para |
que pudieran perseverar en
el Se- |
ñor hasta el fin. Entonces
el sacer- |
dote comenzaba el Sursum
corda |
y recitaba el Sanctus. El
canon o |
Actio parece haberse dicho
casi con |
las mismas palabras que
hoy... Se |
ponía un gran énfasis en
la oración |
del Señor, la cual en
cierto modo |
concluía la celebración y
era dicha |
en voz alta por los
fieles, que se gol- |
peaban el pecho a las
palabras «Per- |
dona nuestras ofensas».
(La liturgia |
eucarística de finales del
s. III, evo- |
cada por Newman y en buena
par- |
te restaurada hoy. Call.,
340-341). |
¿No hay en todas las
iglesias cató- |
licas algo que va más allá
de la de- |
voción escrita, cualquiera
que sea |
su fuerza o dramatismo?
¿No cree- |
mos en su Presencia en el
taberná- |
culo, no en el sentido de
una sim- |
ple expresión o de una
mera idea, |
sino como un objeto tan
real como |
nosotros mismos?... Y ante
esta Pre- |
sencia no necesitamos la
ayuda de |
una profesión de fe, ni
siquiera un |
manual de devoción. (La
presencia |
de Cristo en la reserva
eucarística. |
D. A., 388) |
Nuestro Señor... está
presente en |
el sacramento únicamente
en sus- |
tancia, y la sustancia no
requiere |
ni implica tener que
ocupar un es- |
pacio... Nuestro Señor,
pues no des- |
ciende del cielo a
nuestros altares, |
ni se mueve cuando se le
lleva en |
procesión. Las especies
visibles |
cambian de posición, pero
él no se |
mueve, está en la Sagrada
Eucaris- |
tía de una forma
espiritual. No sa- |
bemos cómo, ni encontramos
pa- |
rangón en nuestra
experiencia para |
explicar ese cómo.
Únicamente po- |
demos decir que está
presente, |
aunque no según la forma
natural |
de los cuerpos, sino de un
modo |
sacramental. (Cristo está
presente |
real y verdaderamente bajo
las es- |
pecies de pan y vino. V.
M. II, 228). |
A veces nos parece
entrever en fi- |
gura al que un día veremos
cara a |
cara. Nos acercamos, y a
pesar de |
la oscuridad, las manos,
la cabeza, |
la frente y los labios se
nos vuelven |
sensibles al contacto con
algo supe- |
rior a lo terreno. No
sabemos dón- |
de estamos, pero hemos
sido baña- |
dos en agua, y una voz nos
dice que |
es sangre. O tenemos una
señal en |
la frente que nos habla
del Calva- |
rio. O recordamos una mano
exten- |
dida sobre nuestra cabeza,
y cierta- |
mente tenía en ella la
marca de los |
clavos y era como la de
aquel que, |
sólo con tocar, daba la
vista a los |
ciegos y resucitaba a los
muertos. O |
hemos estado comiendo y
bebien- |
do, y en verdad no era un
sueño |
que alguien nos alimentaba
de su |
costado herido, y renovaba
nuestra |
naturaleza mediante la
carne celes- |
tial que nos daba.
(Podemos expe- |
rimentar el encuentro con
Cristo en |
sus sacramentos. P. S. V,
10-11). |
9 (33) |
Convertirse, ésa es la
cuestión |
EL CRISTIANISMO, heredado
meramente como tradi- |
ción, no cambia la
conciencia del hombre; puede |
afectarle solamente, a lo
sumo, como un fenómeno |
cultural, como una
filosofía moralizante con filacte- |
rias estoicas, aun como
una ideología para justificar |
poderes, al estilo de los
mitos que inventan y cultivan los po- |
líticos en sus
propagandas; puede ofrecerse a los más débiles |
como enajenación
sentimental y consoladora, para desplazar |
indefinidamente las
exigencias concretas de la justicia y las |
transparencias de la
verdad en los sencillos de corazón, en los |
más pobres del mundo...
Por esto no basta una religiosidad que |
no vaya más allá de la
cultura o de un sistema de ideas o de |
referencias que hipotecan
el presente, sin inscribirlo en la |
eternidad. No construimos
la eternidad desde el tiempo, sino |
que en éste descubrimos la
semilla de la gracia que nos im- |
pone un tránsito a otra
forma vital, a la conversión. Y esta |
gracia es Jesucristo, que
se nos da generosamente, en la vida |
y en la muerte, para ser
incorporado, como un injerto al árbol, |
con savia nueva. Por eso
los verdaderos santos, antes que |
ideas, que proyectos, que
obras y sistemas, han buscado, en- |
contrado, tenido y creído
en un Ser personal. La Verdad es el |
Ser. Como en el ciego de
nacimiento: «Señor, ¿quién es, para |
10 (24) |
que crea en él?» El resto
es una consecuencia de dejarse llevar |
por Dios, admirados por
dónde nos conduce, en los consuelos |
tanto como en las penas,
que nunca lo son del todo, porque |
preparan para claridades
mayores, para el crecimiento de la |
fe, de modo que no parece
que "se va a Dios», sino que Dios |
ha venido y viene todo de
él, con él». Santo Tomás pensaba |
que todo lo que había
escrito de Dios no valía nada, como la |
paja; san Felipe
desconfiaba del exceso de proyectos; san Juan |
de la Cruz, cuando
esperaba la muerte, elegía el camino del |
desprecio; san Pablo lo
tenía todo por pérdida y sólo le impor- |
taba Cristo; Newman
prefería un barrio pobre de Birmingham |
y dejaba a otros el
Londres de lores y ladies... Y todo esto no |
como quien se somete a un
ejercicio ascético, sino para "estar" |
con el Señor y para
"ser" con el Señor. A ellos les importaba |
más el ser que el tener,
el poder, el saber, y no digamos el pa- |
recer. Eran positivos y la
brevedad de la vida no la desprecia- |
ban, aunque tampoco la
medían: «Me da lo mismo vivir que |
morir», exclamaba san
Pablo, que experimentaba a «Cristo |
viviendo en él» y sólo él
le bastaba, como a santa Teresa. |
Se dirá que el listón se
pone demasiado alto. Pero es que |
la santidad no admite
rebajas y es indispensable para la con- |
templación y comunión con
Dios en el Cielo. Por eso pode- |
11 (35) |
mos decir que es sabio
quien se entregue a responder a la |
gracia que se recibió en
el bautismo para ser secundada con |
buena voluntad, «buscando
el rostro de Dios» con amor y |
perseverancia, por encima
de cualquier otro amor. Es decir, lo |
necesario es convertirse y
mantenerse en estado de conver- |
sión hasta el encuentro
definitivo con Dios, cuando nos reciba |
en su regazo. Todo lo
demás es lo de menos. |
SEMANA SANTA, |
CONFERENCIAS |
EN EL ORATORIO |
LUNES, |
MARTES |
Y MIÉRCOLES, |
DÍAS 5, 6 Y 7 DE ABRIL, |
A LAS 8,30 DE LA TARDE |
ORACIÓN DEL CRISTIANO |
ORACIÓN DE LA IGLESIA |
ORACIÓN DE JESÚS |
12 (36) |
LA CONVERSIÓN DE GAUDÍ |
EN la ceremonia inaugural
de los pa- |
sados Juegos Olímpicos de
Barcelona |
pareció que, por un
momento, el mar |
había subido ruidosamente
por la |
ladera de la montaña hasta
convertir |
en lago el estadio de
Montjuic, anegándolo |
en el azul y blanco
espumoso de las olas del |
Mediterráneo, deteniendo
aquí su fogosa ca- |
rrera, a saltos desde la
Grecia clásica, pa- |
ra fingir que volvía a
nacer el mundo con el |
estruendo de su fuerza
derramada en belleza |
para sumarse al gozo de la
ciudad en fiesta. |
Presencia |
que perdura |
O, si se prefiere, que
había resucitado a la |
vida la extensa hilera
ondulante, resplande- |
ciente, de miles de
azulejos troceados y polí- |
cromos, que por una noche
dejaban de ser |
diadema que ceñía el
éxtasis del Parque |
Güell, diseñado por Gaudí,
y se deshilvana- |
ba en olas de júbilo, de
fuegos y de luces |
más arriba, aplaudían las
estrellas. |
Gaudí estaba presente
aquella noche, en |
La que todo parecía joven;
pero esa juventud |
de ahora tenía más de un
siglo, aunque la |
acabaran de descubrir
extranjeros llegados |
de muy lejos, de donde las
estrellas guían los |
caminos de los peregrinos,
muchos de los cua- |
les no sólo acababan de
venir para aplaudir |
13 (37) |
a los campeones del
deporte, sino atraídos |
por el renombre de la
poesía en piedra de un |
arquitecto ciertamente
singular, que apenas |
había salido de su país,
que pretendió extraer |
de la tradición de sus
propias raíces y hacer |
realidad plástica y
concreta su identidad, |
que siempre entendió como
profundamente |
cristiana. |
La generación |
de La |
Renaixença |
Él pertenecía a la
generación de |
artistas, industriales,
literatos, eclesiásticos |
y políticos del último
tercio del siglo pasado |
catalán, conocido
culturalmente como La |
Renaixença; un movimiento
de recupera- |
ción histórica y de
expresión de la conciencia |
colectiva que reaccionaba
afirmándose a sí |
misma, segura de su
derecho (leyes, lengua, |
instituciones), negado
desde la implantación |
en España del modelo
político francés (1714). |
El no haber participado
Cataluña en la con- |
quista de América le
benefició en el sentido |
que hubo de buscar su
prosperidad en su pro- |
pia y proverbial
laboriosidad, de la que fue |
una muestra la Exposición
universal de Bar- |
celona de 1888, emplazada
precisamente en |
el espacio de la poco
afortunada y amena- |
zante Ciudadela, una vez
derribadas las mu- |
rallas que atenazaban el
crecimiento de la |
ciudad, ya próspera, que
se extendía hacia |
arriba en la zona conocida
por L'Eixam- |
ple. En ella crecerían la
mayor parte de |
edificios del período
modernista, caracterís- |
tico de la arquitectura y
el arte barcelonés, y |
la figura más destacada
sería nuestro perso- |
naje, Antoni Gaudí. |
14 (38) |
Los orígenes |
de Gaudí |
Gaudí había nacido en Reus
(Tarragona), en |
1852. Allí fue alumno del
Colegio de los Escolapios. |
Sus primeras aficiones
artísticas pudo ejercerlas, to- |
davía adolescente,
planeando y pintando decorados |
para las representaciones
infantiles escolares. Era |
buen dibujante,
fantástico, partiendo siempre de lo |
natural, dominándolo, como
los hierros casados con |
la piedra de la casa Milá
(Pedrera), que nos descu- |
bren el oficio de su
padre, herrero y forjador, en |
su taller doméstico
reusense. Tenía diecisiete años |
cuando fue a Barcelona con
el propósito de estudiar |
arquitectura. Combinó el
estudio con el trabajo y |
conoció a varios
arquitectos, alguno de los cuales |
le daba trabajo de
delineante, como en el caso de |
Francesc de Paula Villar,
autor de un primer pro- |
yecto de lo que luego
sería, con grandes transfor- |
maciones, el templo de la
Sagrada Familia, en |
cuyo encargo le sucedería
Gaudí. Se puede discu- |
tir si esta colosal obra
expresa mejor que otras el |
genio de Gaudí, pero es
cierto que influiría enorme- |
mente en su religiosidad
personal, y fue como una |
vocación a la que se
consagra todo. |
Espiritualmente no se
puede decir que Gaudí, |
en sus primeros años de
profesión, se mostrara ex- |
cesivamente fervoroso. Fue
siempre creyente, aun- |
que algo crítico con la
Iglesia, si bien se sintió com- |
prometido en una
arquitectura proyectada para los |
más humildes, de la cual
queda como testimonio |
muy relevante el diseño y
construcción de la colo- |
nia Güell, que echaba por
tierra el desacreditado |
diseño de casas baratas,
para dar lugar a espacios |
habitables, sencillos,
hermosos y cómodos, que te- |
nían por corazón una
iglesia, cuya parte edificada |
contiene en germen cuanto
posteriormente desarro- |
llaría su fantasía
creadora. |
Güell, |
el mecenas |
La realización de este
proyecto fue posible por |
la iniciativa de Eusebio
Güell, prendado de Gaudí |
después de descubrirlo al
contemplar el escaparate |
de una tienda de Barcelona
que Gaudí había dise- |
15 (39) |
ñado. Güell se convirtió
para Gaudí más que en un |
cliente: sus negocios le
obligaban a viajar al ex- |
tranjero y regresaba
siempre con libros y revistas |
que ofrecía y comentaba
con el amigo arquitecto, |
que actualizaba su
conocimiento sobre las corrien- |
tes artísticas en boga.
Güell era uno de aquellos |
burgueses entusiasmados
con el progreso económi- |
co, social y cultural de
Cataluña. En el aspecto |
religioso sobresalía y
concitaba a todos el obispo |
Torres a Bages. En
política Prat de la Riba, muy |
buen cristiano, que en una
ocasión quiso hacer di- |
putado a Antoni Gaudí, y
éste le dijo: No. Yo os ha- |
ré una catedral nueva. |
Constructor de |
"bosques |
de piedra" |
Gaudí tenía treinta y un
años cuando en 1883 |
acepta hacerse cargo del
proyecto de la Sagrada |
Familia. No había tenido
apenas encargos ni pre- |
mios o reconocimientos
oficiales —tal vez porque |
su fantasía desconcertaba
y su juventud asustaba—, |
pero enseguida se le
ofrecieron diversos proyectos |
de particulares, si bien
procuró concentrarse en |
Barcelona. El dibujaba
planos y hacía pruebas y |
cálculos con maquetas,
pero sobre todo estaba pre- |
sente en las obras y
discutía y enseñaba a los ar- |
tesanos y albañiles. Para
él un arquitecto es un |
artista que domina
ordenadamente el espacio y la |
luz, e imita y respeta la
espontaneidad de lo natu- |
ral: En la naturaleza no
hay líneas rectas, repite, |
pero sí un orden interior
de fuerzas que hay que |
respetar. A él jamás se le
cayó ninguna columna tor- |
cida, y casi construyó
bosques de piedra con ellas |
―arquitecto de
bosques le llamó Pla―; en cambio, |
los que le imitaron o
quisieron corregirlo fracasa- |
ban cuando salían de la
verticalidad. Es bueno te- |
ner en cuenta los estilos,
pero no pueden repetirse, |
sino que hay que construir
en concordancia con la |
diversidad del entorno o
marco de la obra a reali- |
zar. Muchas veces se
desechan materiales y piedras |
rotas que, ordenándolas,
resultarían bellas. La ele- |
gancia es la pobreza
limpia. |
16 (40) |
Gaudí, |
arquitecto |
religioso |
El primer Gaudí que
gustaba de frecuentar salo- |
nes elegantes, asistir a
la ópera del Liceo, y no per- |
derse los mejores
conciertos a los que acudía lo más |
selecto de la sociedad
barcelonesa, fue haciéndose |
más retirado y laborioso.
La Sagrada Familia tenía |
que representar el sentido
cristiano de una sociedad |
que la prosperidad podía
hacer materialista, y la |
nobleza del trabajo
redentor de la condición huma- |
na sería allí ensalzada no
sólo con el homenaje |
explícito a san José
obrero, sino con el ejemplo de |
la familia santa: Jesús,
María y José. Y no sola- |
mente en esa nueva
catedral, sino en los edificios |
civiles que construía,
figuraban ostensiblemente |
estos nombres, o la cima
esmaltada de la cruz vuel- |
ta a inventar, o palabras
del Evangelio... Su oficio |
de arquitecto formaba
parte de su religiosidad, y |
ésta llegó a impregnar la
totalidad de su vida. La |
Sagrada Familia, en
sentido general y más espiri- |
tual, completaba las
primeras preocupaciones socia- |
les, que inspiraron el
encargo de la colonia Güell, |
en la que mecenas y
artista andaron perfectamente |
de acuerdo. Trabajo,
religión, familia: he aquí tres |
pilares para dar sentido
al crecimiento de una ciu- |
dad que, en cincuenta
años, había multiplicado por |
cuatro su población, en
gran parte, de recién llega- |
dos de zonas más pobres,
con el resabio de injusti- |
cias padecidas y el dolor
del desarraigo que agita |
los ánimos y propicias
rebeldías. Fenómeno que se |
repetiría en vísperas de
la Guerra Civil del 36, des- |
pués de la Exposición del
29. |
La Sagrada |
Familia |
Gaudí ya no abandonaría el
proyecto durante |
el resto de su vida y,
después de algunos años en los |
que simultaneaba su
dedicación a la Sagrada Fa- |
milia con otras obras, fue
poco a poco deshaciéndose |
de más compromisos (una
misión franciscana en |
Tánger, un hotel en Nueva
York...), hasta consa- |
grarse exclusivamente a la
Sagrada Familia. Céli- |
be, puede decirse que se
desposó con ella. |
17 (41) |
Tenía su morada en una
vivienda accesoria del |
parque Güell y todas las
mañanas bajaba andando |
a Gracia, para oír misa y
comulgar, y luego seguía |
su camino hacia la Sagrada
Familia, donde perma- |
necía hasta promediada la
tarde, dirigiendo los tra- |
bajos y resolviendo
problemas con los obreros y ar- |
tesanos; luego, gran
andador, cruzaba oblicuamente |
la ciudad hasta la iglesia
del Oratorio de San Feli- |
pe Neri, sumergiéndose una
hora larga en su pe- |
numbra, a solas con Dios.
Allí tenía un buen amigo |
y mentor espiritual, el
padre Agustín Mas Folch, |
por tantos motivos de
venerable memoria, el cual, |
como otros filipenses,
murió mártir en la pasada |
contienda. Este sabio
maestro supo guiarle por los |
caminos del trabajo
ofrecido a Dios, por la pobreza |
y austeridad de vida, por
el amor a la Virgen y |
liturgia. Un hombre sin
religión, decía Gaudí, es |
un hombre mutilado, un
hombre en ruinas. Este |
plan de vida le iba
acercando cada día más a Dios, |
y llegó la ocasión en que
renunció a todo otro tra- |
bajo que no fuese la
edificación de su templo: a él |
consagraría todo su
tiempo, todo su dinero y lo pe- |
diría como limosna cuando
ya no le quedaba nada |
que dar de lo propio. Ya
había muerto su amigo y |
protector, el conde de
Güell. Desde la pobreza podía |
decir con franqueza
evangélica: Para conocer y |
valorar a los hombres es
preciso ver y fijarse en |
qué hacen con el poco o
mucho dinero que tienen. |
Los últimos años |
y la muerte |
entre los pobres |
En julio de 1909 estalla
en Barcelona el brote |
anarquista de la Semana
Trágica, y se incendian |
varias iglesias. Algunos
de los que habitan en casas |
que ostentan símbolos
religiosos se asustan, y no fal- |
ta quien reproche a Gaudí
su imprudencia (?) al |
coronar todas sus obras
civiles con signos cristianos. |
Gaudí se siente dolido y
decide no aceptar ninguna |
otra construcción y
consagrarse en cuerpo y alma |
a la Sagrada Familia, y se
traslada a vivir allí. La |
obra es grande y, cuando
le recuerdan que se tar- |
18 (42) |
dará demasiado en verla
terminada, contesta siem- |
pre que su cliente no
tiene prisa, porque es Dios. |
Doce años más tarde de
esta total dedicación, el |
7 de junio de 1926, al
atardecer, cuando iba cami- |
no de San Felipe Neri,
para su meditación vesperti- |
na, fue atropellado por un
tranvía. De momento na- |
die le reconoció y le
tomaron por un mendigo. Ya en |
el hospital, cuando
descubrieron su identidad y lo |
querían mudar a una
habitación más confortable, |
replicó: No, ya estoy bien
aquí, como los pobres, |
con los pobres. Y expiró
repitiendo el nombre de |
Jesús. Su entierro
constituyó un acontecimiento |
popular de veneración por
un hombre justo, de cuyo |
amor a la ciudad todos
estaban agradecidos. |
Un templo |
que contemplan |
los ángeles |
Un día, un obispo que
visitaba la obra le objeto |
a Gaudí, que, francamente,
le parecía excesivo su |
afán por llevar tan arriba
las primeras cuatro torres |
que ya tomaban altura. Los
hombres no las mira- |
rán, dijo el obispo. Pero
los ángeles sí, Excelencia, |
replicó. Torres, del
gótico mediterráneo, decía Gau- |
dí. Torres para un remate
altísimo florecido en luz |
rozando el cielo,
convertidas en manos —cuatro |
y cuatro dedos—, para
bendecir la ciudad y elevar |
las súplicas de los
hombres a Dios, recogidas en el |
cuenco de las manos de
piedra viva que entre todos |
levantan. Templo rematado
por cruces policromas: |
blandones alados con
llamas perpetuas y anhelos de |
paz. Más alta todavía y
mayor, una cruz invisible, |
pero siempre presente, de
sacrificios y generosida- |
des espontáneas y
anónimas, según el deseo de |
Gaudí, para que mejor
expresaran la comunión y el |
abrazo de todos y la
bendición de Dios sobre la ciu- |
dad. Un donante ufano y
rico le dijo: Para mí no es |
un sacrificio ayudarle en
este hermoso proyecto. A |
lo cual respondió
sinceramente Gaudí: Este templo |
se hace con grandes
sacrificios. Dé usted más y au- |
mente su limosna hasta que
represente un verda- |
dero sacrificio. Sólo así
se lo agradecerá Dios. |
19 (43) |
PASCUA CRISTIANA |
JUEVES SANTO |
CENA DEL SEÑOR |
A LAS 8 DE LA TARDE |
VIERNES SANTO |
A LAS 8 DE LA TARDE |
PASIÓN DEL SEÑOR |
VIGILIA PASCUAL |
NOCHE DEL SÁBADO, A LAS 11 |
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR |
LA CELEBRACIÓN CONTINÚA
DURANTE EL DOMINGO |
DE PASCUA Y EL TIEMPO
PASCUAL |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1
Apartado 182 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 1.493 |
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