Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 288. MAYO-JUNIO. Año
1993 |
SUMARIO |
LOS SANTOS no perdieron
energías cultivando |
dudas para evitar o
retrasar su decisión capi- |
tal, que debiera coincidir
con la actitud del |
alma en presencia de la
última oportunidad, |
al alcanzar a Dios,
después de esta dimensión que |
llamamos "vida".
La tensión del diálogo humano-- |
divino, supuesta la fe, no
dejaron que se venciera |
del lado que busca forzar
la voluntad de Dios para |
que coincida con la
nuestra, y la justifique; sino que, |
con ardiente sinceridad,
ansiaban elevarse y coin- |
cidir con el designio
divino. Y así, enamorados de |
Dios, fueron libres y
felices para siempre. San Feli- |
pe preguntaba: «¿Y
después, y después?...» Después |
era siempre. |
ORACIÓN A SAN FELIPE NERI |
COMUNIDAD |
ORATORIO DE ALBACETE: 40
AÑOS |
PRELACÍAS Y DIGNIDADES |
DISCÍPULOS PRIVILEGIADOS
DE SAN FELIPE |
UNA CARTA DE SAN FELIPE
NERI |
1 (45) |
Tiempo de oración: |
ORACIÓN A SAN FELIPE NERI |
Oh san Felipe, amadísimo
protector nuestro, |
a ti acudimos y nos
ponemos en tus manos |
para pedirte que nos
alcances |
una verdadera devoción al
Espíritu Santo. |
Haznos participar de tal
manera del amor que tú le tenías, |
que, así como él descendió
de modo prodigioso en tu corazón, |
y lo abrasó en amoroso
fuego, |
también nosotros seamos
favorecidos |
con los dones especiales
de su gracia. |
No permitas que
permanezcamos fríos, |
ya que somos hijos de un
Padre tan fervoroso como tú. |
Implora para nosotros la
gracia de la oración |
y el gusto de contemplar
las cosas divinas; |
haz que adquiramos la
fuerza necesaria |
para dirigir nuestros
pensamientos a Dios |
y alejar las
distracciones, |
y el don de conversar con
él, sin jamás cansarnos. |
Vaso del Espíritu Santo, |
corazón ardiente, |
luz de santa alegría, |
ruega al Señor por
nosotros. |
J. H. Newman, |
MD, 257 |
2 (46) |
Comunidad |
LOS PRIMEROS cristianos
hablaban de "las Iglesias" y, cuando se referían a "la |
Iglesia", la
entendían como una comunidad de comunidades. La Iglesia no pue- |
de ser la substitución
abstracta, elevada a la categoría de organización univer- |
sal, de las comunidades.
Una idea universal que no se hiciera concreta a partir |
de la humilde y limitada
realidad de cada miembro, pero integrado, más allá de la |
pura teoría o del
simbolismo, en una comunidad original e inmediata, no podría |
formar parte de un
organismo vivo: la referencia espiritual seria sentimentalismo o |
fantasía; el acuerdo de la
fe, ideología; la gracia permanecería ignorada y la caridad |
inexistente o, de puro
teórica, demasiado implícita. Podría subsistir la organización, |
un poder jerarquizado y la
disciplina, pero Cristo permanecería en realidad ignora- |
do, por no haber podido
aprender a descubrirlo y reconocerlo en los hermanos y |
entre los hermanos. Los
hermanos que forman la comunidad, sin importar los nom- |
bres: hermanos en la
confesión de la fe, en la oración y alabanza a Dios, en la fracción |
del Pan, en la caridad y
el anuncio generoso del Reino. |
En un mundo donde el
dinero se utiliza para comprar y vender palabras y silen- |
cios, y el hedonismo y
ansia de bienestar temporal substituye la esperanza del cielo, |
puede parecer que una
religión solamente se legitima por la función de regular mo- |
ralmente las apetencias
exageradas y adecentar, para hacerlas perdurables, las situa- |
ciones afortunadas. Un
cristianismo radical, presentado como utopía, pero hacia |
el que es preciso encauzar
sinceramente la vida, no le resulta apetecible. Un mejor |
reparto de los bienes de
la tierra, o una gestión política más justa para la felicidad |
de los individuos y
pueblos, no bastan a colmar la llamada profunda del hombre a la |
libertad y a la felicidad.
Ni bastan las limosnas cuando son sobras para acallar al más |
pobre o tranquilizar la
conciencia del limosnero rico, si el limosnero no es, a la vez, |
también él limosna, como
Cristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros. En la |
utopía, en lo que todavía
no se ha realizado del todo, está el continuar a Cristo y el |
repetir a Cristo. La
comunidad cristiana es el modo. La comunidad cristiana no subs- |
3 (47) |
tituye a Cristo, pero
adverbializa el modo de iniciar y crecer en la comunión con él. |
El modo puede ser diverso,
porque, como decía san Felipe, tomándolo de un salmo, |
«la Iglesia se adorna con
la variedad». La esencia permanece, y se resiste a ser adul- |
terada por la modalidad.
Esa es la tensión, proclamada por Cristo —«Mi Reino no es |
de este mundo»― y
mantenida por los santos. Éstos nunca han surgido al margen de |
la comunidad, partiendo
siempre de lo humano concreto, y las circunstancias que |
depara el Espíritu para
que sean secundadas. |
El Oratorio surgió de san
Felipe como uno de estos modos, y puso el énfasis en |
la idea de comunidad
cristiana, inspirada, como recordaba Baronio, en el libro de los |
Hechos de los Apóstoles.
No existe comunidad concreta sin número; pero, por prin- |
cipio, no es el número lo
que cualifica la comunidad, sino la comunión. Newman de- |
cía que una comunidad
numerosa hace más difícil el conocimiento y el amor en la |
comunidad estable; y la
comunidad no es sólo un "estar en", sino un 'ser con". Los |
votos no hacen falta; por
lo demás, se generalizaron cuando estaba en peligro la vida |
comunitaria, en el siglo
XVI. Anteriormente, la comunidad ya contenía las virtudes |
que los votos luego
expresarían. En el Oratorio un traslado constituye una rareza. |
En él se mantiene lo
aprendido de la «estabilidad monástica» y el propósito de perse- |
verancia hasta la muerte,
sin votos ni promesas. El que no pueda amar no podrá |
perseverar. |
Pero la comunidad del
Oratorio no se concibe cerrada en sí misma. Newman, al |
iniciar la fundación del
Oratorio en Inglaterra, decía a sus hermanos: «Nuestra tarea |
principal, aquí, es darnos
a la oración, aun antes que al ministerio de la Palabra». En |
el sentido de que nadie de
lo que no tienes. Y el Oratorio es para dar y servir a las |
almas, y ayudarles a
formar comunidad cristiana, en la familia, en el trabajo, en el |
estudio, en esta vida,
para disponerse a la comunidad del cielo. La estabilidad de log |
miembros, su
perseverancia, mantiene la disponibilidad de servicio y caridad hacia |
fuera de sí misma, una vez
radicada en un lugar determinado, para difundir el bien |
espiritual que luego, en
Ósmosis de gracia y ejemplo, pasa al cuerpo de la Iglesia, |
aunque haya tenido su
origen en una comunidad modesta. |
Para ser más útiles a los
demás. |
Cuando san Basilio y san
Gregorio ya habían decidido consagrarse al |
servicio de la religión,
se preguntaron a sí mismos cómo podrían des- |
arrollar y utilizar mejor
los talentos que habían recibido. De todos |
modos, la idea de casarse
y ordenarse, o de ordenarse y casarse, de |
construir o mejorar sus
cualidades y hacer más visible la entrega a la |
caridad, el sentido humano
y la ternura de la vida de familia, no se les |
ocurrió. Y creyeron que
les convenía renunciar a tener esposa, hijos |
y propiedades, si querían
ser perfectos... y ser más útiles a los demás. |
J. H. NEWMAN, |
HS II, 55-56 |
4 (48) |
Pequeña |
historia |
del Oratorio |
de Albacete: |
cuarenta años |
AÑO tras año, la fiesta de
san |
Felipe Neri nos trae,
inevi- |
tablemente, el recuerdo de |
la fundación de este
Oratorio de |
Albacete, hace 40 años. En
estas fe- |
chas la S. Sede procedió a
su erec- |
ción canónica, después de
un breve |
tiempo inicial, inmediato
a la crea- |
ción de esta diócesis,
cuyo primer |
obispo fue el p. Arturo
Tabera |
Araoz, cordimariano, más
tarde |
elevado a la púrpura. Un
hermano |
suyo de Congregación, el
cardenal |
Arcadio Larraona, en Roma,
fue |
quien nos aconsejó
lanzarnos a esta |
aventura apostólica, en un
momen- |
to en que la relación
entre fieles y |
sacerdotes era aquí la más
despro- |
porcionada de España: sólo
unos |
sesenta sacerdotes (entre
diocesa- |
nos y religiosos) para más
de tres- |
cientas cincuenta mil
almas, espar- |
cidas en una extensión
(muy mal |
comunicada) que
triplicaba, por |
ejemplo, la de la diócesis
madrile- |
ña, según la dimensión que
abarca- |
ba entonces. |
No nos faltó la asistencia
y el |
aliento, en aquellos
arduos comien- |
zos, del Procurador
General del |
Oratorio, p. Edward
Griffith, luego |
Delegado de la S. Sede
para la Con- |
federación Oratoriana, ni
la de los |
que le fueron sucediendo
en el ofi- |
cio. |
Ya, transcurridos más de
cua- |
renta años, el panorama
eclesial de |
Albacete ha ido
evolucionando pa- |
ra bien, bajo el cayado de
sus Pas- |
tores. Y lo mismo la
ciudad, que |
ha doblado el número de
sus habi- |
tantes, se ha modernizado
y, en su |
expansión, ha envuelto y
dejado |
5 (49) |
nuestra casa e iglesia en
uno de lo |
lugares más bellos de la
ciudad |
junto al parque. |
Cuatro décadas que
encierran la |
historia, todavía
reciente, de este |
Oratorio, nacido cuando se
prepa |
raba el gran
acontecimiento de |
Concilio Vaticano II, y se
celebra- |
ba con el talante de los
papas Juan |
XXIII y Pablo VI, lo cual
no pudo |
menos que influir en el
propósito |
de la fundación, que veía
confir- |
mado el ideal de
renovación espi- |
ritual y apostolado según
la mente |
de san Felipe Neri, por lo
que nos |
concernía, y la apertura a
la mo- |
dernidad, tratando de
poner al día |
la esencia atesorada en la
mejor |
tradición oratoriana: la
liturgia, |
atención espiritual de los
fieles, |
formación y dirección
espiritual |
de los jóvenes y el
apostolado, con- |
vencidos de que éste era
nuestro |
deber el mejor servicio
que po- |
demos prestar, desde
nuestra mo- |
destia, a esta parcela de
la santa |
Iglesia. Pero cuando,
pasado este |
tiempo, contemplamos lo
que po- |
dría llamarse la dimensión
mate- |
rial del Oratorio
edificada poco a |
poco, pasamos
inevitablemente de |
lo sensible que ven los
ojos al pen- |
samiento agradecido vuelto
a Dios, |
y hacemos memoria de cada
etapa, |
desde la adquisición del
terreno, |
casi en descampado, a la
pequeña |
casa, luego la capilla,
después las |
ampliaciones de la casa y
los loca- |
les, por fin la
construcción de la |
iglesia... La Providencia
divina |
pudo bastar, en principio,
sin tener |
que pedir a nadie, hasta
bastante |
más allá de varios años, y
también |
para comenzar la iglesia,
aunque, |
más adelante, cuando ya no
habría |
bastado lo que quedaba,
las buenas |
gentes de aquí, podemos
decir que |
sin tener que pedirlo,
vinieron a |
completar donativos de más
lejos, |
y llegamos al feliz día
del 26 de |
mayo de 1967, en el que,
termina- |
da la iglesia, tuvimos,
con nuestros |
amigos, el gozo de
estrenar esta |
iglesia que nos parece
todavía nue- |
va y muy hermosa. |
Por todo ello, cada día,
pero más |
especialmente cada fiesta
de san |
Felipe, damos gracias a
Dios y a los |
hombres y, entre todos, no
pode- |
mos olvidarnos de aquellos
técni- |
cos y artistas que
llevaron a reali- |
dad y concreción plástica
lo que |
ahora consuela nuestros
ojos y |
agradece el corazón: la
arquitectu- |
ra de Josep M. Martorell
(del equi- |
po MBM), Adolfo Gil y
Antonio |
Escario; esculturas,
sagrario escul- |
pido y crucifijo de Jordi
Camps; |
custodia de Josep Mª.
Samsó; pro- |
yecto de vidriera plomada
de An- |
tonio Sánchez; orfebrería
y sagra- |
rio de cobre de Manuel
Capdevila; |
los ceramistas Jordi
Aguadé y Joan |
Vila Grau. Y cuantos
fueron labo- |
riosos artesanos
albaceteños cuyo |
esmero y profesionalidad,
aunque |
resulte anónima, no merece
menos |
gratitud y honran esta
ciudad. |
6 (50) |
Prelacías |
y dignidades |
LOS AMBICIOSOS sienten una |
atracción fascinante por
los |
centros de poder. El ideal |
cristiano de que el poder
solamen- |
te se legitima por el
servicio es difí- |
cil hacerlo realidad. Ni
siquiera la |
Iglesia, en el aspecto
humano, pue- |
de presentarse
absolutamente pura |
en este sentido. San
Felipe abando- |
nó su porvenir de
comerciante, al |
renunciar a la herencia de
un ne- |
gocio, y se fue a Roma
para estar |
junto a los santos,
sumergiéndose |
en la oración, entre los
sepulcros de |
los mártires, y
dedicándose a obras |
de caridad. Después de una
muy |
larga vida de seglar, se
ordenó sa- |
cerdote. El Oratorio
surgió como |
un efecto espontáneo de su
espiri- |
tualidad y su celo. Felipe
se dio |
cuenta de la Roma humana,
viva, |
que se movía entre templos
con al- |
tares y sepulcros de
santos y cata- |
cumbas de mártires, pero,
además, |
observaba a los que uno y
otro día |
llegaban a la ciudad de
los papas, |
no siempre como mendigos
huidos |
del hambre o como
refugiados de |
una persecución, sino con
afán de |
trepadores y con
suficientes buenos |
modales para disimular la
ambi- |
ción de honores y
prebendas o sim- |
plemente poder. Sería
injusto ha- |
cer generalizaciones y
extenderlas |
à todos los sectores y
épocas del |
postconstantinismo; pero
dada la |
condición humana y el
hecho de |
que la misma Iglesia,
precisada a |
organizarse visiblemente,
no lo ha |
podido hacer, todavía, a
suficiente |
distancia del modelo que
ofrece la |
organización civil, el
peligro de que |
la ambición y el afán de
medro se |
pueda dar en algunos de
sus miem- |
bros resulta inevitable.
Peligro que |
no siempre hay que
achacarlo a |
perversión, aunque sí de
ser, toda- |
vía, hombres de poca fe,
sobre todo |
en aquellas ocasiones en
las cuales |
el concepto del Reino lo
mediatiza- |
mos con la mundanidad,
como se- |
ría la creencia de que el
bien puede |
imponerse con el poder,
financiarse |
con el dinero, seducir
adeptos con |
el prestigio, conquistar
con el hala- |
go, resolver con la
ciencia, suprimir |
dificultades con la
astucia (no de la |
serpiente, sino como la
serpiente)..., |
7 (51) |
y, de semejante modo,
lanzarnos a |
sacramentalizar el cúmulo
de ambi- |
güedades, tomando por
patente y a |
cualquier precio el nombre
de Dios |
y de su Iglesia. Por este
camino, |
desde el primitivo Simón
Mago has- |
ta las modernas técnicas
de propa- |
ganda, tal vez sería
posible edificar |
una inmensa sociedad
anónima |
universal a modo de
dictadura del |
espíritu, pero muy alejada
de la |
verdadera Iglesia y de la
fidelidad |
debida a su divino
Fundador, aun- |
que erróneamente se
confundiera |
catolicismo con un
conglomerado |
humano que todavía no
habría lle- |
gado a ser cristiano. |
Lo que podía detectarse
como |
gran crisis de la Iglesia
en tiempo |
de san Felipe consistía en
la ex- |
periencia de esta amenaza,
de la |
cual, como siempre, la
salvaría la |
presencia invisible del
Señor y la |
abnegación de sus santos,
que cla- |
maban no sólo por la
reforma in |
capite (de la cabeza),
sino todavía |
más por la del corazón, o
conver- |
sión, empezando por ellos
mismos. |
Se trataba de la misma
tentación |
del diablo a Jesús, en el
desierto |
(signos, milagros, poder,
espectá- |
culo...), sin discutir
directamente |
el Reino, pero ofreciendo
medios |
más fáciles, como los que
dominan |
y fascinan a la multitud
acrítica y |
voluble, masa sin
espíritu, seducida, |
sin capacidad de respuesta
perso- |
nal, que ofrece medios más
fáciles: |
los del seductor y padre
de la men- |
tira, los falsos. |
La reticencia de san
Felipe a or- |
denarse sacerdote no
obedecía sim- |
plemente a la humildad,
sino al |
temor de entrar en el
torbellino cle- |
rical de la Roma cortesana
y dema- |
siado humana que tenía
ante sus |
ojos; reacción seguramente
exage- |
rada, que necesitaba ser
matizada, |
como lo hizo su confesor y
amigo |
Persiano Rosa, al resolver
con cla- |
rividencia las dudas de
Felipe, que |
recibió el presbiterado el
25 de ma- |
yo de 1551. |
Como también dirá más
tarde |
Newman, la misión de la
Iglesia |
no es la de ofrecer a los
hombres |
un espectáculo, o de
hacerse con el |
poder del mundo; éstos son
los úni- |
cos verdaderos peligros,
siempre al |
acecho, que tendrá que ir
sortean- |
do la Iglesia para ser
fiel a Cristo. |
Ello explica que en las
primeras |
Constituciones del
Oratorio, defini- |
tivamente aprobadas (por
un papa |
que, antes de serlo, ya
estaba al |
servicio de la Iglesia en
los últimos |
años de san Felipe) en
1612, figuren |
varios artículos
consecutivos desti- |
nados a atajar la búsqueda
de be- |
neficios eclesiásticos,
dignidades, |
prelaturas, oficios, tanto
para si |
mismo como para otros, ni
frecuen- |
tar curias con parecido
fin. Des- |
pués de casi cuatro
siglos, nuestra |
legislación propia actual,
revisada |
después del último
Concilio, dice |
8 (52) |
escueta, pero no con menor
elo- |
cuencia: Ninguno de los
nuestros |
puede aceptar dignidad
alguna. En |
otro apartado se refiere a
los oficios |
y beneficios que separan
de la vida |
común y del apostolado
propio del |
Oratorio. |
Es cierto, sin embargo,
que, entre |
los primeros hijos de san
Felipe, |
algunos de ellos, entre
los más in- |
signes, fueron promovidos
al car- |
denalato o consagrados
obispos. Pero |
se comprenderá enseguida
cuánta |
resistencia opusieron a
tales nom- |
bramientos y el drama,
compartido |
por todos, que supuso la
imposición |
del papa, por otra parte
perfecta- |
mente legitima. |
En primer lugar,
recordemos có- |
mo san Felipe consiguió
evitar pa- |
ra él mismo el
cardenalato. La pri- |
mera ocasión se produjo
durante |
el pontificado de Gregorio
XIV. |
Conocedor del criterio de
Felipe, |
en una audiencia,
inopinadamente, |
el mismo papa le impuso su
propia |
birreta, diciéndole: Os
creamos car- |
denal. Felipe agradeció al
papa la |
birreta y le dijo que se
la llevaba |
muy contento, pero que le
pedía la |
gracia de aguardar a la
imposición |
solemne y formal del
capelo car- |
denalicio en el mejor
momento, que |
ya le indicaría. El papa
anterior, |
Gregorio XIII, ya le había
querido |
nombrar canónigo de San
Pedro, |
pero Felipe pudo convencer
al papa |
de que él no era una
persona adap- |
table para usar aquellos
vestidos y |
Ornamentación coral. Más
difícil |
le fue, pero también lo
consiguió, |
que Baronio no fuese
nombrado |
obispo, la primera vez, en
tiempos |
de Sixto V, y la segunda,
con Gre- |
gorio XIV. Además, su
breve pon- |
tificado (1590-1591)
disipó peligros. |
Pero al acceder a la silla
de Pedro |
Clemente VIII (1592), tras
el fugaz |
pontificado de Inocencio
IX, rena- |
cieron los temores por las
dignida- |
des. Felipe pudo esquivar
el carde- |
nalato para sí mismo
cuando este |
papa quería que fuese el
primero |
en la lista, pero no pudo
evitar que |
Tarugi fuese nombrado
arzobispo |
de Aviñón. No valió ningún
argu- |
mento. Tarugi se sentía
culpable |
ante sus mismos hermanos y
ante |
Roma entera, como si aquel
suceso |
pudiera destruir, por el
mal ejem- |
plo, todo lo que él y el
Oratorio en- |
tero habían observado y
dicho en |
contra de las ambiciones y
búsque- |
da de dignidades y honores
en la |
Iglesia. |
El pensamiento de Felipe
queda |
claro en una anécdota que
refieren |
todos sus biógrafos. El
hermano le- |
go Bernardino Corona era
de los |
más antiguos, y había
entrado en |
la Congregación luego de
abando- |
nar su puesto de
gentilhombre del |
cardenal Sirleto. Felipe
le estimaba |
mucho porque no solamente
era |
recto y piadoso, sino que,
desde un |
principio, se había
avenido con di- |
9 (53) |
ligencia y sencillez a los
trabajos |
más humildes de la casa. Y
le dijo |
un día al volver del
Vaticano: ¿Sa- |
bes que el papa me quiere
hacer |
cardenal? ¿Tú qué piensas?
El her- |
mano se paró un poco a
reflexionar |
y al fin le dijo, sin
demasiado entu- |
siasmo: Padre, pienso que
a lo me- |
jor sería un bien para el
Oratorio. |
Pero Felipe concluyó: ¡Oh,
no! ¡Pa- |
raíso, Paraíso! Y lanzó al
aire su |
gorro una y otra vez y lo
recogía, |
como en un juego...,
mientras repe- |
tía: ¡Paraíso, Paraíso! |
En otra parte de estas
mismas |
páginas hacemos referencia
a Ba- |
ronio y a su nombramiento
de car- |
denal, que no repetimos ni
detalla- |
mos más, por mor de la
brevedad. |
Sólo baste añadir que
Tarugi fue |
con él también nombrado
cardenal. |
Es, sin embargo,
ilustrativo el |
caso de Juvenal Ancina,
que fue a |
Roma, desde la casa de
Nápoles, |
en trance de fundación,
para suplir |
el vacío de Baronio. No
pasó mu- |
cho tiempo sin tener
motivos de |
alarma, cuando alguien,
confiden- |
cialmente, le dijo saber
que iba a |
ser promovido a la
diócesis de Sa- |
luzzo. Estaba fuera de
casa y ya |
no quiso entrar ni en la
ciudad, |
para no ser visto, y huyó,
con el |
consentimiento de la
comunidad, |
vagando por la campiña
romana, |
acogido primero por los
benedicti- |
nos de San Pablo
extramuros y |
luego por los cartujos, y
se alejó |
cuando tuvo confirmación
cierta de |
sus temores, huyendo hacia
San- |
severino y luego a Fermo.
Sin em- |
bargo, su mismo celo en
hacer bien |
por doquier le delató y,
al cabo de |
cinco meses, después de
ser locali- |
zado, el papa le mandó
llamar. En |
principio él pensó huir
más lejos, |
pero sus hermanos de la
Congrega- |
ción le disuadieron. El
padre Án- |
gel Velli, prepósito,
aconsejó que |
volviera a Roma, que se
presentara |
al papa y expusiera todas
sus razo- |
nes y excusas, que
rehusara sin |
rodeos mientras no se le
mandara |
aceptar formalmente, y, si
llegaba |
este caso, no quedaba otro
remedio |
que someterse con
paciencia, como |
antes se había hecho con
los otros |
Padres. |
También cabe decir una
palabra |
del padre Tomás Bozzi, uno
de los |
primeros en el Oratorio.
Dos veces |
logró evitar ser obispo,
durante el |
pontificado de Pablo IV. Y
supo |
dejar claro que puede ser
una ten- |
tación el buscar y hasta
el aceptar |
prelaturas y dignidades en
la Igle- |
sia, con el pretexto de
hacer más |
bien. En el Oratorio,
decía, nuestro |
fin es servir a Dios, y
trabajar por |
el bien de las almas, y no
pretex- |
tar la exaltación o el
buen nombre |
de la Congregación. Lo
primero es |
atender a una humildad
profunda, |
ejercer la caridad entre
nosotros, |
y emplearnos en la
salvación del |
prójimo con las buenas
obras y |
10 (54) |
virtudes interiores, no
aparentes, |
porque el crecimiento no
lo dan |
los hombres, sino Dios. Es
decir, |
que la humildad individual
es sos- |
pechosa si no va
acompañada de |
la del grupo, institución
o comuni- |
dad a la que el individuo
pertene- |
ce, lo cual supone la
descalificación |
de los presupuestos
voluntaristas, y |
de los triunfalismos
colectivos pre- |
vios, porque no sirven
como garan- |
tía de la verdad y la
razón cristiana. |
No obstante todos esos
buenos |
ejemplos, se dieron
también, en la |
primera generación de los
hijos de |
san Felipe, un par de
casos de in- |
dividuos que, cualquiera
que fuese |
su intención al ser
admitidos en la |
comunidad filipense, luego
procu- |
raron sacar ventaja del
favor y |
prestigio que de ella
pudieron ob- |
tener y consiguieron
medros fuera, |
al margen del primer buen
espíritu, |
sin excluir los manejos
curiales pa- |
ra alcanzar ser nombrados
obispos. |
De uno de ellos ya había
dicho |
Felipe en vida: Cuando yo
muera |
no lo hagáis Prepósito,
porque no |
puede mandar quien no ha
sabido |
obedecer. |
Canción de la vanidad. |
Vanita di vanità, |
ogni cosa è vanita. |
Tutto il Mondo e ciò che
ha, |
ogni cosa è vanità... |
Dunque a Dio rivolge il
cuore- |
dona A Lui tutto il tuo
amore. |
Questo mai non mancherà, |
tutto il resto è vanità. |
Vanidad de vanidad, |
todo acaba en vanidad. |
Cuanto el mundo puede dar |
solamente es vanidad. |
Y el hablar todas las
lenguas |
y saber todas las
ciencias, |
tras la muerte, ¿qué
será?, |
porque todo es vanidad. |
Aun colmado de favores |
y los más altos honores, |
tras la muerte, ¿qué
será?, |
porque todo es vanidad. |
Y las fiestas, y los
juegos, |
los ocios palaciegos, |
a la muerte, ¿qué serán, |
cuando todo es vanidad? |
Si tuvieras los poderes |
de los césares y reyes, |
tras la muerte, ¿qué
será?, |
porque todo es vanidad. |
Vuelve, pues, a Dios tu
vida, |
dale tu amor sin medida, |
que esto nunca acabará, |
porque el resto es
vanidad. |
11 (56) |
Discípulos privilegiados |
de san Felipe Neri |
AL CABO de un tiempo de la
muerte de san Felipe, |
uno de sus discípulos más
queridos escribía al car- |
denal Borromeo, también
amigo del Santo, tomando |
unas palabras de san
Pedro, al referirse al Resucita- |
do: Nosotros, que hemos
comido y bebido con el Señor... (He- |
chos, 10, 41). El apóstol
quería explicar la familiaridad en |
compañía del Señor, esa
nostalgia pascual que tan bien ex- |
presó el poeta, iniciando
dulcemente la elegía de la presencia |
añorada: «...Y dejas,
Pastor santo, tu grey, en este valle hon- |
do, oscuro, y tú,
rompiendo el puro aire, te vas al inmortal |
seguro...» Sí, es
interesante recordar los nombres de los que |
tuvieron la suerte de
convivir con san Felipe. Los autores de |
la que puede considerarse
mejor biografía moderna de san |
Felipe, caracterizada por
el rigor crítico de las investigacio- |
nes que la documentan,
exclaman: «¡Cuánto nos hubiera gus- |
tado vivir junto a él, y
que nos comunicara su fervor y nos |
hiciera de maestro
espiritual, a sabiendas de que sería inexo- |
rable para atajar los
egoísmos, y, sin embargo, lleno de alegría, |
inspirando confianza y
derramando amor!» |
Citamos, en primer lugar,
a uno de los últimos y más |
joven de todos, Pedro
Consolino. Felipe ya era un anciano de |
12 (56) |
75 años, con los achaques
propios de la edad, pero conservan- |
do todavía su
característica viveza. Apenas vio a Consolino, le |
dijo que su lugar era el
Oratorio y lo tomó bajo su dirección. |
La primera sorpresa del
joven se convirtió en verdadero |
amor y fidelidad al Santo.
Este no solamente tomó muy en |
serio la tarea de moldear
su espíritu en orden a las virtudes, |
sino que le exigió una
sólida instrucción, no sólo en las cien- |
cias sagradas, sino que
también le hizo estudiar medicina |
(aunque luego no debiera
ejercerla). Felipe combinó perfec- |
tamente la dulzura con la
exigencia y el empeño que puso en |
su formación. Es posible
que Felipe viera en él al que tenía |
que sucederle como
prefecto de los jóvenes, o formador de |
los aspirantes o novicios
para el Oratorio, como así fue por |
acuerdo de la Congregación
cuando lo propuso san Felipe. |
De buen discípulo pasaba a
ser excelente maestro. Durante |
la vida del Santo fue como
su sombra, discípulo predilecto y |
consuelo y ayuda de su
vejez. A él debemos las noticias de |
gracias especiales
concedidas a Felipe en la oración. Éste, más |
bien reservado en las
cosas personales del espíritu, se descui- |
daba al hablar con
Consolino, dada su juventud y candor fi- |
lial que le profesaba.
Consolino era muy sencillo humilde, |
13 (57) |
exacto en la obediencia,
piadoso y de no común |
inteligencia. Como maestro
espiritual de los jóve- |
nes supo heredar de Felipe
el ser exigente en las |
cosas esenciales y antes
consigo mismo que con los |
demás, pero también con
benignidad y discerni- |
miento ante los diversos
caracteres. Puede decirse |
que él preparó la que
podríamos llamar segunda |
generación de oratorianos,
formada por los prime- |
ros que habían alcanzado a
ver y convivir con el |
Santo. |
Consolino: el |
heredero más joven |
del espíritu de |
San Felipe |
Otro gran servicio al
Oratorio que la Provi- |
dencia reservó a Consolino
fue su intervención en |
la redacción definitiva de
las Constituciones, cuan- |
do se hizo la primera
revisión de éstas, en 1612. |
Los demás padres o habían
muerto o eran muy an- |
cianos, mientras que él
había alcanzado la plena |
madurez y mantenía no
solamente la fidelidad y |
devoción al fundador del
Oratorio, sino que su re- |
cuerdo y sus consejos
pudieron servir para preser- |
var la esencia del ideal
de Felipe, de cuyo pensa- |
miento y confidencias
había sido un privilegiado |
depositario. |
Los biógrafos cuentan un
ejemplo de su recono- |
cida franqueza y buen
espíritu. Corría el año 1612 |
y Europa andaba envuelta
en guerras, cuando un |
obispo miedoso fue a
consultarle, fiado en la pru- |
dencia y santidad del
padre, que no olvidó de ala- |
bar: «Padre, estoy
convencido de que Dios os ha |
dado alguna luz acerca de
lo por venir; os suplico |
me digáis en confianza
algo de lo que sabéis. —¿Por |
qué deseáis conocer el
futuro? ―Pues para tomar |
precauciones y asegurar mi
vida y mis bienes. |
―Monseñor, se
equivoca Vuestra Excelencia; no |
soy hombre que tenga
revelaciones; pero, si lo fue- |
se, me guardaría mucho de
decir una sola palabra |
de cuanto supiese. En
realidad, es vergonzoso que, |
olvidándose de su
condición, Vuestra Excelencia |
piense en huir cuando la
Iglesia se encuentra fren- |
te a las más duras
pruebas». |
14 (58) |
Baronio: tal vez |
el más amado |
Si de algún modo podría
decirse que lo que fue |
el apóstol Juan para
Jesús, Consolino lo fue para |
Felipe, también cabría la
comparación del apóstol |
Pedro con el hijo
espiritual de Felipe, César Baro- |
nio. Como en todos los que
se aproximaron o con- |
quistó para Dios nuestro
Santo, en Baronio se operó |
una verdadera conversión.
Había dejado Nápoles, |
donde estudiaba derecho,
ante la inseguridad crea- |
da por la guerra entre
españoles y franceses. A su |
llegada a Roma (1556), con
sólo dieciocho años de |
edad, se proponía
proseguir sus estudios. Su tempe- |
ramento era fogoso, noble,
con un tesón que rayaba |
con frecuencia en la
terquedad. Menos mal que su |
inteligencia le advertía.
Conoció a san Felipe y le |
entusiasmó. San Felipe
tuvo por él un amor grande, |
pero hubo de dedicarse a
fondo para pulirlo y mo- |
derar sus ímpetus, a la
vez que iluminar su ingenui- |
dad. Pudo comprender que
Roma era una ciudad de |
santos de muchos sepulcros
de mártires, pero tam- |
bién una corte de
vanidades y pecadores, en parti- |
cular para los que
llegaban con ánimo de medrar a |
costa de prebendas y
dignidades eclesiásticas. Más |
tarde escribiría: «Para
muchos, Roma resulta ser |
una ciudad peligrosa para
el alma; para mí, sin em- |
bargo, ha sido mi bien y
mi felicidad. En ella empe- |
cé siendo un vagabundo,
pero me convertí luego en |
discípulo de Cristo». |
Felipe fue reduciéndole
poco a poco, corrigién- |
dole del síndrome de hijo
único, acostumbrado a |
una excesiva
independencia. Le indujo sin cesar a |
la humildad y puso a
prueba su obediencia, aun |
después de haberlo hecho
ordenar sacerdote, y ha- |
ber adquirido gran fama
como historiador de la |
Iglesia, premiado por el
mismo papa Gregorio XIII. |
Con nadie usó Felipe de
tanta energía como con |
Baronio. Fue un verdadero
padre para él, pero con |
un amor sabio, que Baronio
acababa por reconocer |
siempre, a pesar de
haberle costado sacrificio y lá- |
15 (59) |
grimas en más de una
ocasión. Por otra parte, de |
ningún otro discípulo de
Felipe como de Baronio |
se ha dicho tantas veces
que merecía ser proclama- |
do santo. Recientemente lo
repitió el papa Pablo VI, |
poco antes de morir. |
Probado en |
la humildad |
y la obediencia |
Felipe tenía un gran
conocimiento de las almas, |
y las trataba como mejor
convenía para su bien. |
Así, mientras que a
Consolino lo admitió en se- |
guida en la Congregación,
antes incluso de que el |
propio interesado lo
solicitara, a Baronio le hizo |
esperar diez años, si bien
quiso que predicara en el |
Oratorio cuando era
seglar. Pero todavía aquí hubo |
de corregirle, porque
tenía la costumbre de referir- |
se de manera apasionada y
trágica al infierno, al |
juicio final, a la
muerte... Baronio se disgustó cuan- |
do Felipe le prohibió
hablar más de estos temas y |
le impuso que lo hiciera
exclusivamente sobre la |
historia de la Iglesia.
Solamente el amor que te- |
nía a Felipe le contuvo la
tentación de rebelarse. |
Cuando terminó la serie,
Felipe le hizo comenzar |
de nuevo, y así más veces,
ampliando y profundi- |
zando los capítulos. De
este modo llegó a ser, obe- |
deciendo a Felipe, el gran
historiador eclesiástico |
surgido en el
Renacimiento. Felipe, sin embargo, |
no le relevó nunca de
otros trabajos y deberes |
comunes, además del
estudio y los sermones en el |
Oratorio: el culto en la
iglesia, el horario de la co- |
munidad, los enfermos y el
hospital, los recados y |
administración de la casa,
la misma cocina... Ex- |
tremado como era, en
cierta ocasión emprendió |
una serie de ayunos y
penitencias que le pusieron |
enfermo. Felipe le riñó
severamente porque se ha- |
bía salido de la
obediencia, pero, por otra parte, |
rezaba a la Virgen que lo
restableciera a la salud, |
y «se lo devolviera para
el Oratorio. |
Al fin, sin que Baronio
perdiera el candor ori- |
ginal, pero dominando su
rudeza, Felipe consiguió |
que su discípulo entrara
en la comprensión del va- |
16 (60) |
lor especial de la
mortificación de la "razionale", |
es decir, de la mente y el
propio juicio, e hizo de él |
un hijo espiritual
entregado y obediente, olvidado |
del propio honor. Cuando
años más tarde la Iglesia |
y su jerarquía romana, de
grandilocuente y disipa- |
da se había transformado
en piadosa y moralmente |
reformada, gracias, en
gran parte, al apostolado de |
Felipe, y éste era el
confesor del papa Clemente |
VIII, que veneraba a
Felipe como a un padre, Ba- |
ronio sucedió a Felipe en
este servicio espiritual; |
poco después, dos años
antes de la muerte del San- |
to, también le sucedió
como Prepósito del Oratorio |
romano. Mientras, el p.
Consolino, como hemos di- |
cho, tomaba a su cargo la
formación de los jóvenes |
candidatos al Oratorio. |
Baronio, |
historiador |
Pero a Baronio le quedaba
otra gran prueba, |
tras la muerte de Felipe.
Varias veces se había ru- |
moreado su nombre para
hacerle obispo, pero se |
pudo librar siempre con el
pretexto de sus traba- |
jos históricos, los Anales
Eclesiásticos, por los que |
se interesaba Europa
entera; otra razón era la asis- |
tencia espiritual prestada
al pontífice, además de |
la prepositura del
Oratorio. Sin embargo, no trans- |
curriría más de un año de
la muerte de san Felipe |
cuando el papa Clemente
VIII le dijo que quería dis- |
poner de él como prelado
para servicio de la Iglesia, |
y que su decisión era
irrevocable. Baronio volvió al |
Oratorio desolado.
Escribía al p. Talpa: «No me atre- |
vo a tomar la pluma,
abrumado por la vergüenza... |
Al volver a casa he
corrido a postrarme junto al |
sepulcro del Padre y
pedirle de todo corazón que |
me ayude sin falta en esta
necesidad, como tantas |
veces me había ayudado
mientras vivía... Temo lo |
peor...» Y no iba errado.
Al poco, con amenaza de |
excomulgarle si se
resistía, el papa le obligaba a |
aceptar el cardenalato.
Pero el rechazo de títulos y |
dignidades en el Oratorio
necesita un capítulo más |
largo, que apenas podría
resumirse en estas páginas. |
17 (61) |
Tarugi, |
vencedor contra |
la ambición |
Es preciso nombrar,
también, al exquisito Ta- |
rugi, hijo de un senador y
conde romano, que era |
hombre de leyes y de vasta
cultura, lo cual deparó, |
junto al completo entorno
familiar, noble y rico, |
un ambiente propicio para
que el joven Francisco |
María Tarugi, apuesto y de
brillantes cualidades, |
pareciera destinado a
ocupar puestos relevantes |
en el mundo de la nobleza,
de la política o de las |
armas. La familia era de
Montepulciano, cerca de |
Siena, y él, gallardo y
valiente, pensó, en principio, |
alistarse al ejército de
Carlos V, «para hacer carre- |
ra», ya que ambición no le
faltaba. A su padre no |
le gustó la elección del
estado militar y lo llevó a |
Roma convencido de que
allí encontraría segura- |
mente perspectivas
mejores. Podía comenzar for- |
mando parte de la casa de
su tío, el cardenal Del |
Monte, luego papa Julio
III, al que siguió en el Va- |
ticano. El papa le ofreció
el obispado de Amberes, |
pero no lo quiso admitir,
«acaso porque esperaba |
mayores medros», hace
notar un biógrafo. Muerto |
el papa Julio III, es
elegido Marcelo II, también pa- |
riente de los Tarugi, pero
muere enseguida y el |
nuevo papa, Pablo IV,
resulta extraño a Tarugi, que |
pasa al servicio del
cardenal Farnese, cuyo palacio |
estaba muy cerca de San
Jerónimo de la Caridad, y |
en San Jerónimo estaba
Felipe. Alguien le llevó allí. |
Era el año 1555 y el
cortesano Tarugi frisaba con |
los treinta: una edad
espléndida para la vida mun- |
dana, aunque el guardó
siempre la compostura, |
alejándose de escándalos,
seguramente para que no |
perjudicaran las
ambiciones que bullían en su co- |
razón. Esa era su gran
pasión. Un día quiso pacifi- |
car su conciencia y le
pidió a Felipe que le oyera |
en confesión. Felipe,
después de absolverlo, le rogó |
que se quedara con él
durante una hora para hacer |
juntos oración, algo que
representaba una absoluta |
novedad para él, pero que
le impactó profunda- |
mente, de tal modo que, a
partir de entonces, se fue |
derrumbando su soberbia y
mundanidad, incom- |
18 (62) |
patibles con el amor a
Dios y el sincero deseo de |
llevar una vida virtuosa
de buen cristiano. El cam- |
bio radical llegó al fin,
y Tarugi se dedicaba inten- |
samente a la lectura de la
Biblia, a la oración, a las |
obras de caridad y hasta a
predicar, como seglar, |
en el Oratorio. Felipe
quiso que, por algún tiempo, |
siguiera viviendo en el
palacio del cardenal Far- |
nese, y éste se
maravillaba del cambio obrado en |
el otrora ambicioso de
fama y honores, protegido |
suyo. |
Los buenos |
ejemplos |
La conversión operada en
Tarugi atrajo a otros |
cortesanos a cambiar de
vida, venciendo respetos |
humanos y uniéndose al
grupo de gentes más senci- |
llas, con el cual iba
tomando forma el «Oratorio» |
filipense, verdadera
escuela espiritual llamada a |
la transformación del
ambiente mundanizado de |
la corte romana. Tarugi
tenía apenas diez años me- |
nos que san Felipe, pero
siempre se consideró «su |
novicio», con
inquebrantable fidelidad, dado ente- |
ramente al Oratorio y tal
vez el mejor de los pre- |
dicadores —«Dux verbi» le
llamaba Baronio― con |
que contaba, dentro del
estilo impuesto por Felipe. |
Puede decirse que Tarugi y
Baronio fueron los dos |
brazos de Felipe en la
obra del Oratorio y en el |
primer experimento de vida
común sacerdotal, |
bajo el diseño de Felipe,
en San Juan de los Floren- |
tinos. Intervino en la
fundación del Oratorio de |
Nápoles, sin contar
extraordinarios servicios pres- |
tados a la Iglesia... Y,
como una calamidad no de- |
seada, no pudo evitar ser
nombrado arzobispo de |
Aviñón y luego cardenal. |
Los hermanos |
Ancina |
Atraído por la ciudad de
los papas, seguramente |
sin propósito demasiado
determinado, Juvenal An- |
cina había llegado a Roma,
acompañando como mé- |
dico al embajador de
Saboya, en 1572, después de |
abandonar su cátedra de
medicina, en la universi- |
dad de Turín. Tenía fama,
además, de buen filósofo |
y de poeta. Probablemente
se iba incubando en su |
19 (63) |
espíritu una crisis
religiosa que desembocó en el |
propósito de entregarse
enteramente a Dios. Cono- |
ció a Felipe después de un
par de años de haber |
llegado a Roma, y creyó
ver en él a un ángel del |
cielo que le mandaba Dios
y entró en el Oratorio. |
Llegaba al Oratorio no
sólo con un excelente baga- |
je cultural, sino con la
suerte de haber recibido el |
ejemplo y educación
piadosa, en su niñez y juven- |
tud, de una madre
profundamente cristiana. Antes |
de ser ordenado sacerdote
vivió activa vida de |
seglar por un espacio de
treinta y cinco años. Pero |
el parecido con el Santo
estuvo basado principal- |
mente en las virtudes.
Tuvo una parte importante |
en la fundación del
Oratorio de Nápoles. Llamó al |
Oratorio a su hermano
Mateo, de parecidas virtu- |
des, pero menos brillante
que Juvenal. Este no pu- |
do evitar ser promovido al
episcopado de Saluzzo, |
a pesar de huir de Roma
apenas corrió el rumor de |
su promoción, contra la
cual no valieron ni escon- |
derse, ni súplicas, ni
recomendaciones, ni lágrimas. |
Fue amigo de san Francisco
de Sales. León XIII le |
nombró beato. Baronio
había dicho a Felipe cuan- |
do entró Juvenal: «Padre,
hemos de dar muchas |
gracias a Dios, porque hoy
hemos adquirido un san |
Basilio». |
Tomás y |
Francisco Bozzi |
Otro par de hermanos
merecen ser recordados |
entre los primeros que se
unieron a san Felipe, en |
el Oratorio: Tomás y
Francisco Bozzi. Tomás tiraba |
a sabio, como Baronio,
pero en el derecho, si bien |
Felipe quiere que ayude a
Baronio en la colosal |
obra de los Anales. Había
sido admitido en la co- |
munidad en 1571. Cuando se
enteró su padre, in- |
dignado, le retiró la
pensión que le mandaba para |
sus estudios y, con la
aprobación de Felipe, tuvo |
que vender sus libros para
proveer a la propia ma- |
nutención y entregarse
enteramente a Dios. San |
Felipe sabía bien lo que
hacía obligándole a ser po- |
bre, desprendido y
humilde. Cuando el importe de |
20 (84) |
sus libros no bastó, le
mandó enseñar gramática a |
unos muchachos, a cambio
de una miserable remu- |
neración, a él, que,
acreditado como jurista, soñaba |
con ampliar estudios
superiores antes de entrar en |
el Oratorio. Además, en
cierta ocasión, para pro- |
barle en la humildad,
Felipe le mandó unirse al |
grupo de mendigos que, por
una limosna, debían |
acompañar al muerto en un
entierro. El Santo ama- |
ba y fomentaba la ciencia,
pero no la quería sin la |
humildad, porque «la
ciencia orgullosa es maldi- |
ción y tinieblas, mientras
que el saber humilde y |
respetuoso con Dios es
paz, luz y bendición». |
Cuando años más tarde
(1575) Tomás obtuvo que |
su hermano Francisco
también fuese admitido en |
el Oratorio, el padre de
ambos ya había entrado |
en razón y no se opuso a
la vocación de sus hijos, |
ambos virtuosos y sabios,
si bien en este segundo |
aspecto Tomás se destacaba
sobre Francisco. |
Gallonio, |
biógrafo de |
san Felipe |
Merece ser recordado,
también, Antonio Gallo- |
nio, admitido en 1577, a
la edad de veinte años, |
que desde niño conocía a
Felipe y a los demás pa- |
dres. Era romano, vecino
de San Jerónimo, y se |
puede decir que solamente
se había esperado que |
fuese un poco mayor para
poder integrarse en la |
comunidad. De niño se
había hecho amigo de Fe- |
lipe porque éste le llamó
una vez que se sintió |
observado con curiosidad
por el muchacho, al pa- |
sar por la calle rodeado
de un grupo de devotos. |
Gallonio continuará
cumpliendo con Felipe esos |
pequeños servicios que
desde niño, avispado, inte- |
ligente y bueno, ya le
había prestado. Su familia era |
de condición humilde; él,
diligente y ordenado en |
el cumplimiento de los
deberes que asumía. Hizo |
bien los estudios. Tomó
muy en serio el consejo |
de Felipe de «leer libros
que comiencen con S», es |
decir, de santos, y,
cuando fue destinado a predi- |
car seriadamente vidas de
santos en el Oratorio, a |
semejanza de como Baronio
tenía los sermones de |
21 (65) |
historia de la Iglesia, no
imaginaba que un día él |
sería el primero en
escribir la biografía de su que- |
rido y venerado Padre
espiritual. Siempre cerca de |
Felipe, especialmente en
su enfermedad y últimos |
días, fue el primero en
apercibirse que estaba pró- |
xima la hora de su muerte,
y corrió a avisar a todos |
y fue uno más en la corona
de hijos alrededor del |
Padre, mientras levantaba
dulcemente la mano y |
les bendecía al punto de
entregar plácidamente |
su alma al Señor. Después
pareció que el pensa- |
miento de Felipe le
acompañaba como una presen- |
cia imposible de olvidar.
Escribía en el libro de la |
vida del Santo: «Yo fui,
en vida del Padre, el más |
ínfimo de los que le
sirvieron día y noche, y el Se- |
ñor me había hecho la
extraordinaria merced de |
ser admitido por él». Y en
otra parte: «Mantengo |
viva, en lo más hondo del
corazón, la memoria de |
nuestro santo padre
Felipe». |
La fidelidad |
de los más |
humildes |
Otros miembros de la
primera comunidad fili- |
pense merecerían ser
citados. Ni deberían olvidarse |
los que, sin relieve de
ciencia o cualidades brillan- |
tes, fueron encarnación de
virtudes escondidas y |
fidelidad inquebrantable
al Oratorio. Silenciosos, |
activos y atentos a ese
cúmulo de pequeñas res- |
ponsabilidades y trabajos
diversos, que alguien |
ha de hacer o tener en
cuenta, sin descuido y sin |
esperar aplauso porque
parecen irrelevantes y no |
llaman la atención. Un
ejemplo por todos podría |
resumirse en el hermano
Germánico Fedeli, esme- |
rado sacristán y perfecto
maestro de ceremonias, |
que mantenía asegurado,
además de otros porme- |
nores domésticos, el buen
orden de la iglesia y la |
celebración ejemplar del
culto. |
El conjunto de hijos
espirituales más allegados |
a san Felipe no siempre
resultaba homogéneo, como |
sucede en las familias,
pero reflejaba el espíritu del |
Santo y convergía en un
ideal de santidad puesto |
en común. |
22 (66) |
Una carta |
de san Felipe Neri |
Corría el año 1556 y,
después de haber invadido gran parte de Italia, el ejército |
español se dirigía a Roma,
y el recuerdo del saqueo de 1517 causó pánico en mu- |
chos. Un penitente
distinguido, cuyo nombre omitimos, quiso ponerse a salvo de |
peligros, huyendo hacia
donde encontrara seguridad, y escribió a Felipe gozoso |
de haberla hallado, según
él. A lo cual Felipe respondió por una carta, algunos |
de cuyos párrafos
reproducimos a continuación. |
«No sé si puedo llamaros
todavía amadísimo, como suele |
hacerse al encabezar las
cartas, viendo que, por temor a la |
guerra y por salvar el
pellejo ―la "pelle", en italiano—, os |
resignáis a vivir lejos de
nosotros, de vuestro padre, de |
vuestros amigos, de
vuestros hermanos. Eso no es propio de un |
buen hijo, que, aun
arriesgando la propia vida, debe ayudar a |
los suyos... Teméis por
vos, cuando deberíais pagar en dinero |
contante una suerte como
la presente, que tal vez os deparaba |
el martirio. Se ve que
todavía no habéis comenzado a entender |
que el miedo a morir es
propio de los que viven en pecado y |
no de los que desean
"estar con Cristo"... Cualquiera desearía |
subir al Tabor y ver a
Cristo transfigurado; pero pocos los que |
quieren acompañar a Jesús
en el Calvario. Con el fuego de las |
tribulaciones se reconoce
a quien es verdadero cristiano. Los |
consuelos de ahí... y que,
como decís, hayáis gozado más |
vivamente de lecturas
piadosas, derramado alguna lágrima y |
sentido un poco más de
fervor que el acostumbrado, valen |
poco si no veis que... por
ese llamamiento el Señor os invita a |
llevar la cruz con mayor
generosidad... Quitaos la máscara; |
llevad la cruz, y no que
la cruz os haya de llevar a vos; fuera |
tanta tibieza... Y rogad a
Dios por mí». |
23 (67) |
Miércoles, 26 de mayo, |
FIESTA DE NUESTRO PADRE |
SAN FELIPE NERI |
Invitamos |
a los amigos del Oratorio |
a compartir nuestro gozo |
alabando a Dios |
en la EUCARISTÍA de las 8 |
de la tarde |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1
Apartado 182 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 9.5.93 |
24 (68) |
|