Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 289. JULIO-AGOSTO.
Año 1993 |
SUMARIO |
FRENTE al aspecto visible
y temporal de las rea- |
lidades creadas, el hombre
verdaderamente |
cristiano —más que el
simple hombre natural— |
puede y debe añadir la
visión trascendente del |
sentido según Dios, el
cual ha tomado al hombre |
como hijo suyo. El acceso
al orden de la gracia |
refuerza el compromiso
para la honestidad, y el res- |
peto y el deber de la
justicia se hacen sagrados y se |
convierten en semilla
divina de paz, en este mismo |
mundo. Paz que todavía
echamos de menos mien- |
tras, demasiadas veces,
confundimos, por ligereza, |
el jugar a ser cristianos
con la decisión de aceptar |
las consecuencias de serlo
del todo. |
VERANO |
ODIO |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
ORATORIANOS EN EL NEW
ENGLISH HYMNAL |
AL MARGEN DEL CONGRESO
EUCARÍSTICO |
HIMNO A JESUCRISTO
REDENTOR |
SAN FELIPE NERI Y LOS
JÓVENES |
LA TRADICIÓN MUSICAL EN EL
ORATORIO |
1 (69) |
Tiempo de oración: |
VERANO |
Dios mío, así tú me
quisiste y ahora yo te correspondo... |
Los rebaños de estrellas a
tus manos dirijo, |
y el alba, antes que yo
pueda impedirlo, |
se los ha llevado en sus
redes, muy lejos. |
Así tú lo quisiste.
Afianzo en el aire |
colinas con castillos y
mares con frutales; |
la campana del crepúsculo,
con su copa, |
se los bebe lentamente. |
Así tú lo quisiste. |
Como si gritara con todas
mis fuerzas, |
arranco la hierba y lanzo
manojos al aire |
y veo que caen de nuevo |
segados por la daga de
julio. |
Y así tú lo quisiste. |
¿Qué más, qué nueva prueba
me aguarda? |
He aquí que tú me hablas |
y descubro el ser que me
has dado... |
Ahondo en las minas y
trabajo los cielos; |
persigo a los pájaros y en
su peso me pierdo. |
Dios mío, así tú me
quisiste y yo ahora te correspondo. |
Te descubro en los días y
las noches, |
en los soles y estrellas,
en las tormentas y la calma, |
y lo pongo todo en contra
de mi propia muerte, |
porque tú así lo quisiste. |
Odysseas Elitis, |
«Axion esti», 1959 |
2 (70) |
Odio |
LA PALABRA
"odio" no solamente es anticristiana, sino también inhumana. Por |
eso evitamos pronunciarla
a la ligera, y casi la tabuizamos. Pero cuando el |
horror de las guerras nos
muestra sin piedad los estragos causados por esta |
pasión, sobre todo al
hacerse colectiva, nos parece imposible que el hombre |
pueda llegar, en
ocasiones, a tal grado de irracionalidad, hasta pretender dirimir sus |
derechos con el recurso a
la violencia y la crueldad. ¿No será porque carece de ellos, |
y por eso recurre a la
razón de la fuerza y no a la fuerza de la razón para definirlos? |
Si con la fuerza logra
aplastar al adversario, a pesar del atropello de la justicia, in- |
mediatamente se escudará
en el valor hipócrita de los hechos consumados tratando |
de consolidarlos, borrando
memorias y razones que todavía quedaran en pie, no sea |
que algún inocente del
propio bando llegara a la ingenuidad de rescatar la verdad de |
las historias sometidas a
falsificación por el vencedor. Se ha llamado "derecho de con- |
quista" a la infamia
del usurpador que no duda en matar para convertir en botín para |
si el honesto bienestar
del vecino laborioso y pacífico, que se olvidó de fabricar armas |
con que disuadir al que ya
echaba cuentas sobre lo ajeno, en vez de imitarle trabajan- |
do, como sería justo y
saludable. Quien se especializa en el arte de la violencia está en |
condiciones lo mismo de
despojar al rico que de convertir en esclavo al pobre, y es |
muy difícil, desde su
ociosidad de ave de rapiña, que se resista a no hacerlo. Después |
inventará los disimulos. |
El odio nunca es puro
odio, sino que antes es codicia de querer tomar como pro- |
pio lo que no nos
pertenece; o envidia de considerar como daño un bien que otro go- |
za. Se inventarán razones
especiosas para legitimar el falso derecho que se pretende; |
se mentirá, se
desacreditará al contrario, hasta derribar su buena fama para que |
todos puedan hacer leña
del árbol caído... Los hombres pecamos de superficiales y |
pocos se esforzarán o
tendrán medios para comprobar las calumnias, y aun estos |
3 (70) |
serán tentados de ceder a
una complicidad o a un silencio que les pueda beneficiar |
participando de los
despojos, y se puede llegar ―y, de hecho, se llega– a la total im- |
postura, convertida ya en
mito maquillado de ideal, que legitima y hace perpetua la |
injusticia. |
Newman se lamenta, en un
sermón, sin encontrar excepciones, cuando busca en |
los reinos del mundo
«otros fundamentos que no sean la injusticia, la espada, el la- |
trocinio, la crueldad, la
mentira, el fraude». Nos parece muy duro, pero, cuando nos |
detenemos unte la
experiencia de las guerras de este siglo, mundiales o periféricas, |
en las que nunca faltan
caínes que comercian en ellas, hemos de pensar que los cris- |
tianos tenemos una misión
pacificadora, renunciar a la cual es pecado. Cierto que no |
podemos ir a
interponernos, uno a uno, entre los que luchan, pero sí que es hora de |
examinar y corregir
nuestras conductas al despreciar a los que son diferentes, al no |
respetar a los demás, al
aplaudir o codiciar usurpaciones coloreadas de justicia, al ha- |
blar, en serio o en burla,
de otras culturas que no entendemos, al alentar la invasión |
del derecho ajeno. Sobre
todo, el no favorecer rivalidades y envidias, que acaban ha- |
ciéndose seculares porque
mantienen recelos, desconfianzas y antipatías incompati- |
bles con el cristianismo
que decimos profesar, a pesar de que no falten tristes ocasio- |
nes, un entre cristianos y
en medios de comunicación, pretendidamente llamados así, |
en los cuales se recurre a
la demagogia facilona de sembrar envidias y rivalidades, |
como las mismas que
desataron la dura experiencia de nuestra última guerra civil. |
Las guerras que ahora nos
avergüenzan no habrían sido posibles sin el precedente |
de rivalidades cultivadas,
de envidias fomentadas hasta crear un odio que se guarda |
como fuego escondido, pero
que estalla, al fin, sin remedio. Si todos los cristianos fué- |
ramos fieles a nuestro
bautismo, las guerras serían imposibles, y habríamos impuesto |
"huelga de
armas" en todo el mundo. |
4 (72) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
MISTERIO DE LA INIQUIDAD, |
MISTERIO DE LA PIEDAD |
Consideremos el mundo en
toda |
su extensión: su variada
historia, |
las numerosas naciones
humanas, |
cada una con sus propios
orígenes |
y su suerte diversa,
extrañas unas |
respecto a otras y en
conflicto mu- |
tuo..., la grandeza del
hombre y su |
pequeñez, sus elevadas
aspiracio- |
nes y la corta duración de
su exis- |
tencia... , el predominio
e intensidad |
del pecado, la difusión de
la idola- |
tría, las corrupciones, la
irreligión |
triste y sin esperanza...
Todo esto |
constituye una visión
desalentado- |
ra y terrible, y sugiere
al espíritu |
un misterio profundo que
está mu- |
cho más allá de cualquier
solución |
humana. ¿Qué podemos decir
acer- |
ca de esta realidad que
traspasa el |
corazón y confunde a la
razón? Só- |
lo puedo contestar que, o
bien no |
hay Creador, o bien la
sociedad |
humana está realmente
privada de |
su presencia... Pero si
Dios existe, |
puesto que existe,
entonces es que |
la humanidad se ha visto
afectada |
desde el principio por
alguna te- |
rrible calamidad, y se
encuentra |
ahora al margen de los
designios |
de su Creador. Esto es un
hecho, |
un hecho tan verdadero
como el |
de su existencia. Y así,
la doctrina |
de lo que teológicamente
se deno- |
mina pecado original
resulta para |
mí tan cierta como la
existencia |
del mundo y la existencia
de Dios. |
(El hombre ha sido llamado
muy |
arriba, pero cae muy
abajo. Apo., |
241-243). |
¿Por qué el modo de vida
de la |
sociedad civilizada es
refinado y |
equilibrado, mientras que
en la |
devoción cristiana hay
tanto de |
emoción, de sentimientos
fuertes y |
opuestos, de elevación y
de humi- |
llación? La razón está en
que el |
cristiano posee una
revelación de |
Dios... Sabe que sólo uno
es santo... |
Sabe que hay uno a quien
se lo de- |
be todo. (Apártate de mí,
Señor, que |
soy un pecador. O S,
27-28). |
Y, por la misma razón por
la que |
no complacían a Dios,
aprendieron |
5 (73) |
a complacerse a sí mismos.
Porque |
esta lista de deberes,
limitada y |
defectuosa, que queda tan
lejos de |
la ley de Dios, es todo lo
que pue- |
den cumplir... De ahí que
se vuel- |
van autosatisfechos y
autosuficien- |
tes. Piensan que saben
exactamente |
lo que deben hacer, y lo
hacen, y |
por tanto se sienten
satisfechos |
con ellos mismos. (La
religión de |
los fariseos es la
religión del mun- |
do. OS, 21). |
Ha sido un hombre de
mundo; el |
mundo lo reconoce como
hijo suyo, |
y lo alaba. Pero, ¿qué es
en la ba- |
lanza del cielo? ¿Cuál es
el juicio |
de Dios sobre él? ¿Y su
alma? ¿Su |
alma? ¡Ah! su alma: la
tenía olvida- |
da. Ha olvidado que tenía
un alma, |
pero el alma está ahí,
desde el prin- |
cipio y hasta que pasen
los siglos, |
ante su Creador... De su
alma, ay, |
el mundo no quiere saber
nada, |
no le preocupa en
absoluto. No la |
reconoce: sólo ve en ella
una in- |
teligencia contenida en un
cuer- |
po mortal. Le importa el
hombre |
mientras está aquí, se
despreocupa |
de él cuando marcha hacia
allá. |
Pero llega un momento en
que |
abandona este aquí para ir
a pa- |
rar allá: desaparece de la
vista, |
envuelto en las sombras de
ese |
mundo invisible acerca del
cual el |
mundo visible es tan
escéptico. |
(¿No sabéis que la amistad
con el |
mundo es enemistad con
Dios? |
Mix., 13-14). |
Imaginemos una pobre mujer
que |
vive de la mendicidad, y
es pere- |
zosa, andrajosa y sucia, y
no tiene |
una preocupación especial
por la |
verdad. No digo que
llegará a la |
perfección, pero si es
honesta, so- |
bria, alegre y cumple sus
deberes |
religiosos ―y no
estoy suponiendo |
un caso imposible en
absoluto—, |
tiene, a los ojos de la
Iglesia, la |
expectativa del cielo, la
cual está |
completamente cerrada y le
es ne- |
gada al hombre modélico de
condi- |
ción superior, al que es
justo, recto, |
generoso, honrado y
responsable, |
si todo esto le viene no
de un in- |
flujo sobrenatural, sino
de una |
mera virtud natural. Las
damas re- |
finadas y delicadas, con
pocas ten- |
taciones a su alrededor y
sin ab- |
negación que practicar, a
su buen |
gusto y refinamiento, si
no son na- |
da más, tienen menos
interés para |
la Iglesia que muchos
pobres mise- |
rables que pecan, se
arrepienten y |
se mantienen con
dificultad en el |
ámbito de la gracia. (Por
fuera pa- |
recéis justos, pero por
dentro estáis |
llenos de hipocresía y
maldad. Diff. |
I, 249-250). |
La santidad es el
resultado de pacientes y repetidos esfuerzos, después |
De obedecer, trabajando
poco a poco sobre nosotros mismos, en primer |
Lugar modificando y
finalmente cambiando nuestros corazones. |
J. H. Newman. PS, I, 13,
11 |
6 (74) |
Autores oratorianos |
en el «New English Hymnal» |
HIMNO es, en palabras de
san |
Agustín, todo aquel
cántico |
que contiene la alabanza a |
Dios (canticum cum laude).
Ya en |
las primeras comunidades
cristia- |
nas la respuesta
agradecida de |
la fe al anuncio de la
Buena Noti- |
cia se prolongaba
espontáneamente |
en el gozo del canto: «Que
la Pala- |
bra, que es Cristo, habite
entre vos- |
otros en toda su
riqueza... Y cantad |
la acción de gracias a
Dios en vues- |
tros corazones con salmos,
himnos |
cánticos inspirados por el
Espíri- |
tu» (Col 3, 16). Esta
enumeración |
no pretende ser completa:
más bien |
muestra cómo a la riqueza
de la |
Palabra de Dios
corresponde en los |
cristianos una gran
variedad en |
las formas de acción de
gracias, va- |
riedad en principio
ilimitada por- |
que es fruto de la
libertad en el |
Espíritu Santo. |
Pronto se compusieron
himnos |
de gran belleza literaria
y de con- |
tenido teológico preciso,
muchos |
de ellos debidos a los
Padres de la |
Iglesia (san Efrén, en
Oriente, y san |
Ambrosio, en Occidente,
destacan |
entre los himnógrafos de
los prime- |
ros siglos). Pero, junto a
estos can- |
tos, se utilizaban también
otros cu- |
ya doctrina era errónea o
dudosa, y |
por ello la Iglesia tardó
algún tiem- |
po en autorizar el uso de
textos no |
bíblicos para el culto.
Entre los |
himnos litúrgicos más
antiguos que |
han llegado hasta
nosotros, encon- |
tramos dos compuestos en
forma |
de prosa rítmica: el
Gloria in ex- |
celsis, que da a la
Eucaristía su |
tono festivo, y el Te
Deum, tam- |
bién para la alabanza
solemne y la |
acción de gracias. En la
Iglesia la- |
tina, la mayor parte de
los himnos, |
escritos en forma
versificada, pasa- |
ron al Oficio divino o
Liturgia de |
las Horas y componen un
hermoso |
conjunto, de gran valor
espiritual y |
también cultural
(recordemos, por |
ejemplo, cómo las notas de
la es- |
cala musical reciben su
nombre a |
partir del himno de
Vísperas de san |
Juan Bautista, Ut queant
laxis). |
7 (75) |
Durante la Edad Media se
com- |
pusieron numerosos himnos
y cánti- |
cos en lenguas vernáculas,
muchas |
veces sobre la base de
melodías po- |
pulares, que eran
utilizados fuera |
del culto público de la
Iglesia. Al |
elaborar una nueva
liturgia en ale- |
mán, Lutero incluyó en
ella algu- |
nos de estos himnos, y su
ejemplo |
se fue imitando en otras
Iglesias |
reformadas. Durante el s.
XVIII, |
en Inglaterra, los
hermanos John y |
Charles Wesley, fundadores
del mo- |
vimiento metodista, dieron
un fuer- |
te impulso a la himnodia,
que con- |
sideraban parte integral
del culto y |
medio para expresar más
bien el |
sentimiento religioso que
los mis- |
terios de la fe, a
diferencia de la |
concepción tradicional. El
uso de |
los himnos a la manera
metodista, |
con su insistencia en los
aspectos |
emocionales y subjetivos,
penetró |
en la Iglesia anglicana,
donde hubo |
de enfrentarse a otra
tendencia doc- |
trinal de signo opuesto,
represen- |
tada por el Movimiento de
Oxford |
(Keble, Pusey, Newman),
que se |
proponía restaurar los
himnos de |
la Iglesia antigua y
medieval para |
mejor reivindicar la
apostolicidad |
y la catolicidad del
anglicanismo. |
Cuando una buena parte de
los |
seguidores del Movimiento
entra- |
ron en la Iglesia
católica, continua- |
ron traduciendo himnos
tradicio- |
nales, o compusieron otros
a fin de |
satisfacer una creciente
demanda |
por parte de los fieles.
Los oratoria- |
nos Newman y Faber
entendieron |
el recurso de los himnos
populares |
como una aplicación a la
circuns- |
tancia inglesa de las
ideas de san |
Felipe sobre la música y
el aposto- |
lado. Estos himnos debían
producir |
en Birmingham y en Londres
el |
mismo efecto que el canto
de los |
Laudi en las reuniones del
Oratorio |
romano: servir de apoyo a
la ora- |
ción y fomentar la alegría
cristia- |
na. La liturgia, por otro
lado, se- |
guía celebrándose en
latín, y la |
música, en gregoriano o
polifónica, |
debía ceñirse a los textos
de la Mi- |
sa o del Oficio, tradición
que se |
conserva fielmente en los
Oratorios |
ingleses. |
Las perspectivas abiertas
por el |
Concilio Vaticano II
permiten hoy |
una utilización más amplia
de los |
himnos en las
celebraciones litúr- |
gicas. En la Iglesia
anglicana, la |
legitimidad de este uso
había sido |
reconocida a mediados del
siglo |
pasado, y en 1906 veía la
luz el |
English Hymnal, himnario
semiofi- |
cial que integraba las dos
tenden- |
cias enfrentadas, la
evangélica y |
la anglocatólica, y que,
con sus |
más de setecientas
composiciones, |
constituye un variado
mosaico don- |
de se combinan estilos,
épocas y |
tradiciones diversas.
Ochenta años |
después, en 1986, es
publicado el |
New English Hymnal, una
revi- |
sión del anterior, que,
sin embargo, |
muestra un celo encomiable
por |
conservar el rico legado
himnológi- |
8 (76) |
co recibido del pasado
(sólo una |
quinta parte de los himnos
que con- |
tiene no figuraban en el
himnario |
precedente, y entre éstos
son re- |
lativamente escasos los de
compo- |
sición reciente: se trata
de evitar, |
tal como se advierte en la
introduc- |
ción, el dar por buenos
muchos |
cánticos «pobres en
calidad y efí- |
meros en el uso»). Hay que
desta- |
car, de otra parte, como
el nuevo |
himnario anglicano tiene
muy en |
cuenta la evolución de la
liturgia |
católica a partir del
Concilio Vati- |
cano II, al mismo tiempo
que invita |
a recuperar para el culto,
una vez |
traducidas al inglés,
determinadas |
piezas del repertorio
gregoriano, |
que sigue siendo
considerado el |
canto eclesial por
excelencia. |
Como oratorianos, podemos
ale- |
grarnos especialmente al
encontrar |
en el New English Hymnal
tres |
himnos escritos por Newman
y |
otros tantos por el P.
Faber. El más |
conocido es sin duda el
titulado |
Lead, Kindly Light
(«Guíame, luz |
amable»), un poema
compuesto por |
Newman frente a las costas
de Cer- |
deña, cuando aún no era
católico, |
después de haber superado
la crisis |
anímica y física que le
supuso su |
enfermedad en Sicilia, con
la certe- |
za de que Dios le
reservaba «una |
tarea que hacer en
Inglaterra». |
Newman nunca pensó que
este poe- |
ma pudiera ser cantado
―ni si- |
quiera lo consideraba
buena poe- |
sía—, pero la sinceridad
que revela |
EI Oratorio de Oxford. |
Con alegría recogemos la |
noticia de la erección de
un |
nuevo Oratorio,
precisamente |
en coincidencia con las
fechas |
de la festividad de N. P.
S. |
Felipe Neri. La reciente |
fundación ha tenido lugar
en la |
ciudad de Oxford y su
primer |
Prepósito es el p. Robert |
Byrne, el cual, junto con
otros |
cuatro miembros, forma la
más |
joven comunidad de San
Felipe |
Neri. |
Esta nueva Congregación
del |
Oratorio cumple lo que fue
un |
sueño de John Henry
Newman, |
cuyos esfuerzos se vieron |
frustrados hace más de un |
siglo, después de haber
sido el |
fundador de las de
Birmingham |
y Londres. Nos unimos al |
gozo de nuestros hermanos |
ingleses con el sincero
deseo |
de que el pensamiento y el |
espíritu de Newman, cuya |
herencia recogen, les haga
fácil |
el compromiso de imitarle, |
para bien de aquella
ciudad |
universitaria y de la
Iglesia, |
con una fidelidad parecida
a la |
de Newman, que es ejemplo |
para todos y, en especial,
para |
los oratorianos. |
9 (77) |
y la confianza humilde en
la Pro- |
videncia de Dios que
acierta a |
transmitir encontraron eco
de in- |
mediato en muchos
corazones sen- |
cillos, para los que la
himnodia se |
había convertido en el
medio de |
expresar sus mejores
sentimientos. |
El himno se hizo muy
popular; era, |
y es todavía, cantado en
múltiples |
ocasiones (también en las
exequias), |
y muchos —Gandhi es el
ejemplo |
más celebrado— lo han
tenido co- |
mo himno favorito. |
Los otros dos himnos de
Newman |
incluidos en el nuevo
himnario an- |
glicano son los que
comienzan con |
las palabras Firmly I
believe and |
truly («Creo firmemente y
de cora- |
zón») y Praise to the
Holiest in the |
height («Alabanza al Dios
santísi- |
mo en las alturas»). Ambos
están |
tomados del poema The
Dream of |
Gerontius (que, como es
sabido, fue |
musicado en forma de
oratorio por |
E. Elgar): se trata,
respectivamente, |
de la confesión de fe de
Geroncio |
antes de expirar, y del
cántico con |
el que los ángeles alaban
a Dios por |
la redención de la
humanidad. |
En cuanto al P. Faber,
ocupa un |
lugar propio en la
literatura espi- |
ritual moderna por sus
escritos |
devocionales y también,
precisa- |
mente, por su abundante
produc- |
ción himnódica. Los tres
textos se- |
leccionados por el New
English |
Hymnal, en los que se
refleja su |
tono fervoroso
característico, son |
bien conocidos por los
cristianos |
de habla inglesa,
católicos o no: se |
trata de los himnos Most
ancient of |
all mysteries («Oh
misterio eterno, |
el primero de todos»),
para el do- |
mingo de la Santísima
Trinidad; |
My God, how wonderful thou
art |
(«Cuántas son tus
maravillas, Dios |
mío»), y There's a
wideness in |
God's mercy («La
misericordia de |
Dios supera toda
inmensidad»). |
A los himnos escritos por
New- |
man y Faber hay que
añadir, como |
contribución oratoriana,
las versio- |
nes al inglés —ocho en
total, princi- |
palmente de textos
latinos― debi- |
das al P. Edward Caswall
(1814-78), |
un clérigo anglicano de
notables |
dotes literarias que se
había con- |
vertido al catolicismo por
influjo de |
Newman, junto con su
esposa, y que |
a la muerte de esta entró
en el Ora- |
torio de Birmingham.
Cuando en |
1864 Newman dedica la
Apología |
a sus hermanos de
comunidad, el |
P. Caswall es uno de los
seis «hijos |
de san Felipe» que habían
perma- |
necido fieles a la Casa y
leales a |
Newman, a pesar de todas
las difi- |
cultades. Su actividad
como tra- |
ductor, aunque no podía
adornarse |
con la brillantez de la
creación poé- |
tica original ―que
practicó en me- |
nor grado—, formaba parte
de la |
labor pastoral ordinaria
del Orato- |
rio: hacer accesibles a
los fieles las |
riquezas espirituales de
la Iglesia, |
para que la alabanza de
Dios se |
haga himno en muchos
corazones. |
10 (70) |
Al margen del Congreso |
Eucarístico de Sevilla |
ADEMÁS de las
celebraciones |
multitudinarias y el
aspecto |
bullicioso, de lo que nos
han |
dado cuenta, incluso con
generosi- |
dad, los medios de
comunicación, |
para satisfacer lo que
suele intere- |
sar, de inmediato, a la
generalidad |
del público, ha habido
otra vertien- |
te, menos clamorosa, que
es preciso |
no echar en olvido, porque
contie- |
ne, seguramente, lo que
más puede |
durar como buen fruto del
aconteci- |
miento del Congreso. Nos
referimos |
a las intervenciones y
ponencias de |
los sabios relativas a la
Eucaristía |
que han tenido lugar, sin
apenas |
interés periodístico, que
forman |
una colección de lecciones
y estu- |
dios, que sólo más tarde
aparecerán |
editados y que podrán
leer, además |
del reducido número de
asistentes |
a las sesiones de Sevilla,
quienes |
estén verdaderamente
interesadas |
en sintonizar con el pulso
de los |
eminentes teólogos y
pastoralistas |
que allí ofrecieron sus
reflexiones, |
las cuales están
destinadas a influir |
en la profundización y
mejor cele- |
bración de este
sacramento. Aquí |
queremos notar solamente
unas pa- |
labras del cardenal Carlo
M. Mar- |
tini, jesuita, arzobispo
de Milán y |
hasta hace poco presidente
de las |
Conferencias Episcopales
de Euro- |
pa y, antes de ocupar esta
sede |
rector de la Universidad
Gregoria- |
na de Roma. El cardenal
Martini |
llamó la atención sobre
dos aspec- |
tos que amenazan o
problematizan |
la celebración actual de
la Eucaris- |
tía: las prisas y la
superficialidad, es |
decir, la creencia de que
nos falta |
tiempo para lo mejor y,
como con- |
secuencia, pasar
rápidamente por |
encima sin profundizar en
lo bue- |
no. Algo, hacía notar, que
es una |
característica muy de
nuestro tiem- |
po, en el que el hombre,
casi sin |
darse cuenta, devora sin
degustar, |
y se agita sin vivir. Y,
en cuanto a |
las celebraciones
eucarísticas, el |
mismo creyente, con harta
fre- |
cuencia, va a cumplir un
precepto, |
desentendiéndose de la
dimensión |
comunitaria esencial del
espíritu |
auténticamente cristiano. |
También el papa ha
pronunciado |
palabras que es preciso
tener en |
cuenta. Bastaría destacar
un par de |
ellas, porque, ya en la
primera jor- |
nada, recordó la necesidad
de esta- |
blecer una verdadera
coherencia |
entre la fe y el
pensamiento cristia- |
no con la propia vida de
creyente. |
Y otras palabras,
relativas a la re- |
ligiosidad popular, que
dijo a los |
"rocieros":
«Buena es la alegría pa- |
ra festejar a la Virgen;
pero sin |
catecismo, sin la Biblia,
dejando |
al margen la liturgia, y
olvidados |
de la caridad, queda en
simple fol- |
clore». |
11 (79) |
HIMNO A JESUCRISTO
REDENTOR |
J. H. Newman. PS, I, 13,
11. |
PRAISE to the Holiest in
the height, |
And in the depth be
praise, |
In all his words most
wonderful, |
Most sure in all his ways. |
2 O loving wisdom of our
God! |
When all was sin and
shame, |
A second Adam to the fight |
And to the rescue came. |
3 O wisest love! that
flesh and blood |
Which did in Adam fail, |
Should strive afresh
against their foe, |
Should strive and should
prevail; |
4 And that a higher gift
than grace |
Should flesh and blood
refine, |
God's presence and his
very self, |
And essence all-divine. |
5 O generous love! that he
who smote |
In Man for man the foe, |
The double agony in Man |
For man should undergo; |
6 And in the garden
secretly, |
And on the cross on high, |
Should teach his brethren,
and inspire |
To suffer and to die. |
7 Praise to the Holiest in
the height... |
12 (80) |
1 Que suba al cielo
nuestra Toz, |
felices al cantar |
las maravillas del Señor |
perfecto en su bondad. |
2 Sabiduría que bajó |
fue el segundo Adán |
que la vergüenza y
maldición |
del viejo Adán sano. |
3 Dios humanado, al asumir |
nuestra fragilidad, |
del enemigo vencedor, |
resurgirá inmortal. |
4 La gracia triunfa sobre
el mal |
y se derrama en bien: |
es suavidad espiritual |
en cada corazón. |
5 Oh amor ilimitado y
fiel, |
dos veces vencedor: |
pecado y muerte perderán |
por siempre su aguijón. |
6 Pasión del huerto en
soledad, |
y al abrazar la cruz, |
Jesús nos deja la lección |
suprema del amor. |
7 Que suba al cielo
nuestra voz... |
13 (81) |
La predilección |
de san Felipe Neri |
por los jóvenes |
CUANDO san Felipe
recordaba las gracias que había |
recibido del Señor, volvía
el pensamiento a sus años |
jóvenes; así se desprende
de las confidencias que |
hacía a Consolino, uno de
los últimos jóvenes aspi- |
rantes al Oratorio,
admitido por san Felipe cuando |
éste era ya anciano. Sin
duda que, al encontrarse con jóvenes |
abiertos a la generosidad
de dar una respuesta positiva al lla- |
mamiento de Dios, se veía
de algún modo reflejado en ellos. |
Recordaba su infancia en
la escuela florentina del Maestro |
Chimenti, cuando en clase
leía a sus alumnos poesías de Iaco- |
pone da Todi o les contaba
algunas de las más inocentes y |
chispeantes facezie, o
agudezas, del Pievano Arlotto; recor- |
daba a ese buen maestro
cristiano y, con particular gratitud, |
«todo lo bueno que había
recibido de los dominicos del con- |
vento de San Marcos».
Felipe, hijo de una familia venida a |
menos y forzado a la
emigración, no se dejó seducir por la |
prosperidad mundana que le
ofrecieron unos parientes que |
querían prohijarlo y
hacerlo heredero de una posición venta- |
josa. Dejar Florencia no
fue encontrarse desarraigado y solo |
y ceder a los espejismos
de ambiciones fáciles. Fue a Roma y |
allí vivió sus años
jóvenes, de los diecinueve en adelante, no |
con el ansia de medrar,
sino para estar cerca de los primeros |
14 (82) |
santos, de sus sepulcros,
de los mártires cuyas virtudes le en- |
tusiasmaban, cuando para
otros jóvenes Roma era una ciudad |
para trepadores, para
hacer carrera, incluso a costa de la |
misma Iglesia. El selfmade
man, tan admirado en nuestros |
días, en Felipe no tuvo
más sentido que el de hacerse santo, |
pero limpio de
programaciones narcisistas, que le hubieran |
llevado a la
autocomplacencia y al fariseísmo más sutil. Ama- |
ba a los jóvenes porque
hubiera querido salvarles de los pe- |
ligros que él conocía
у sorteó merced a la oración, a la re- |
flexión aplicada a la
palabra de Dios y al ejemplo de las vidas |
de los santos. Todo el
resto le parecía hojarasca. En compara- |
ción, entonces como ahora,
¡cuántos jóvenes lanzados a una |
perspectiva ambiciosa de
triunfos mundanos, mientras parece |
que crecen y se aproximan
a sus proyectos, los alcanzan en |
perjuicio de la fidelidad
a sus raíces cristianas y aun sim- |
plemente culturales, que
poco o nada estiman cuando no |
están en función del éxito
temporal que buscan! El bien, para |
éstos, es el éxito
económico, la satisfacción de placeres, la |
irresponsabilidad y
holgura cómoda frente a los deberes con |
los prójimos, si no
ofrecen perspectivas de provecho propio. |
Sin ideales, y sólo con
intereses; y acaso un pensamiento |
mortecino sobre Dios
abstracto y distante; egoístas... y al fin |
infelices у tristes. |
PRI Amaba a los jóvenes y
les hubiera querido salvar de |
estos riesgos, más
difíciles de evitar cuando se llega a la edad |
adulta, o se consolidan
las instalaciones inspiradas en el egoís- |
mo. Por eso les decía:
«Bienaventurados vosotros, los jóvenes |
porque tenéis tiempo para
hacer el bien». Pero estad atentos, |
porque, sin perseverancia,
«el entusiasmo de los jóvenes es |
como fuego de paja», que
arde al primer impulso, pero se ex- |
tingue en seguida. Conocía
la natural impaciencia del corazón |
juvenil, propenso a exigir
resultados inmediatos, que dispen- |
san de trabajo y fatiga:
«No penséis que os haréis santos en |
15 (83) |
cuatro días; la perfección
se adquiere con fatiga y poco a po- |
co». También: «No os
carguéis con exceso de prácticas devo- |
tas; pero sed
perseverantes en las prudentemente asignadas». |
No obstante, hay que
contar con la abnegación, y no despre- |
ciar lo pequeño: «Hijos
míos, comenzad sin despreciar las pe- |
queñas mortificaciones, y
así podréis luego mortificaros más |
fácilmente en las cosas
grandes». Sin duda que, en la vida, nos |
vamos a encontrar con
dificultades que exigirán desprendi- |
mientos y abnegaciones
aparejadas con la práctica de las vir- |
tudes. «Sed obedientes y
someteos a vuestros superiores, por- |
que la obediencia es el
camino en el que se resume cualquier |
método que deba llevarnos
a la perfección». Tiene mucha im- |
portancia el papel del
confesor o director espiritual. Si acudi- |
mos a él leal y
sinceramente, será más expedito el camino que |
nos lleva a conocernos y a
conocer a Dios, y a poder definir el |
camino de vida que el
Señor quiere para nosotros. San Felipe |
decía que al director hay
que verlo con frecuencia y abrirle |
el corazón comenzando por
lo más importante, no para buscar |
consuelos, sino para
encontrar luz; cualquier estrategia o reti- |
cencia que vulnerase la
sinceridad, sería como «ceder a un en- |
gaño del demonio». El
temerario que «se fía de sí mismo está |
muy cerca de su ruina; sed
humildes; no os burléis de los de- |
más y menos de sus
defectos; ni se os ocurra, tras las primeras |
experiencias espirituales,
haceros maestros de los demás en las |
cosas del alma; antes que
pretender la conversión de otros, |
pensad en la conversión de
vosotros mismos». |
Hay que estudiar y
estudiar a Dios, como él hizo, llevado |
del puro deseo de
santidad, sin que se le ocurriera que sus |
estudios de teología,
pobre como era, le pudieran servir para |
medro alguno, y cuando ni
pensaba ser sacerdote. Pero tam- |
bién decía que «se aprende
más ciencia de Dios en la oración |
que en el estudio». La
oración es indispensable: «Un hombre |
sin oración es como un
animal sin razón», porque sólo los irra- |
(viene de la pág. 16) |
cionales son incapaces de
tratar a Dios. La oración lleva al gozo y da |
fortaleza al espíritu. «No
tengo miedo de nada si se me concede un pe- |
queño momento para pensar
en Dios antes de padecer cualquier prueba». |
Oración y alegría: «Estad
siempre alegres. Escrúpulos y melancolías no |
los quiero en mi casa».
Con esta advertencia: «Evitad la disipación que |
viene de los jolgorios,
porque éstos destruyen lo poco bueno que acabáis |
de adquirir. Todo el que
busque felicidad y gozo fuera de Dios sufrirá |
la desilusión de no
encontrar en las criaturas lo que sólo puede darle el |
Creador». |
Y estos últimos consejos:
«El Paraíso no se ha hecho para darlo a |
los perezosos»; «El que
dice mentiras nunca será santo»; «Pedid incesan- |
temente al Señor que os
conceda el don de la perseverancia; comenzar |
es de muchos; perseverar,
de santos». |
16 (84) |
LA TRADICIÓN |
MUSICAL |
EN EL ORATORIO |
EL NACIMIENTO del Oratorio
se produce en el |
siglo XVI, momento
histórico caracterizado |
por la plena efervescencia
del movimiento |
cultural conocido con el
nombre de Renacimiento, |
cuyo origen es italiano y,
desde Italia, se extiende |
en seguida por toda
Europa. Consistía en una reno- |
vación que se inspiraba en
la recuperación de las |
formas e ideales de la
antigüedad clásica, y que iba |
a influir en el arte, en
la política, en la cultura, con |
la pretensión totalizadora
y vitalista de abrir el |
mundo a una nueva era. En
realidad, no solamente |
significó el fin de la
Edad Media, sino la culmina- |
ción de sus inquietudes
más positivas, según la |
imagen del «hombre
universal». Humanismo que |
se introduce también en la
religiosidad, que des- |
ciende más a lo concreto
de la vida del hombre y |
a su sentimiento,
descubriendo más de cerca al Dios |
humanado, Jesucristo,
lejos todavía de la posterior |
(y más reciente para
nosotros) revolución román- |
tica del s. XIX. |
El Renacimiento, |
más que |
arquitectura |
Pero, cuando nos referimos
al Renacimiento, |
solemos ceñirnos a los
testimonios plásticos más |
evidentes, a la bien
ordenada arquitectura de pala- |
cios e iglesias, todavía
ofrecidos a nuestra admira- |
ción. Incluso los templos
y casas de los oratorianos |
no sólo los de la época
fundacional, sino muchos |
de los posteriores, y aun
recientes, quisieron o han |
17 (65) |
querido mantener, como una
veneración a distan- |
cia del tiempo, el estilo
arquitectónico renacentis- |
ta, modelo contemporáneo
de san Felipe. Sólo en |
nuestros días, los más
recientes de los Oratorios |
fundados han prescindido
de tal imitación, basa- |
dos, a la vez, en motivos
tanto de funcionalidad |
como de actualización
estética. Y lo mismo hay que |
decir de la decoración y
artes complementarias de |
la arquitectura. |
Existe, sin embargo, un
aspecto del arte rena- |
centista que no solamente
en volvió la realidad del |
origen del Oratorio, sino
que este influye decisiva- |
mente en él: nos referimos
a la música en su expre- |
sión religiosa. |
La música |
en Occidente |
Muy rápidamente podríamos
resumir la historia |
de la música en Occidente
diciendo que resultaría |
verdaderamente arduo
recoger vestigios que no |
fueran casi exclusivamente
religiosos y concreta- |
mente cristianos,
cualquiera que fuera la servidum- |
bre debida a la música
judía y a la bizantina. Las |
formas musicales profanas
surgieron de la imita- |
ción de las religiosas. A
lo largo del tiempo esto |
llevó a una degeneración
incluso artística. De ahí |
se pasó al uso de estilos
profanos, carentes de un- |
ción religiosa, en los que
se substituía la letra vul- |
gar por la religiosa, sin
devoción alguna, derivando |
en espectáculo. Fue en
este momento (ya en el s. |
XVI) que la Iglesia se
propuso una reforma radical, |
de recuperación del
sentido sagrado. Y en ese mo- |
mento fue decisiva la
influencia de san Felipe Neri, |
es decir, de un discípulo
suyo, Palestrina, que él |
alentó. |
Base del |
patrimonio |
musical |
europeo |
Pero no está de más
recordar algunos datos que |
pueden ayudar a la estima
de la música religiosa |
cristiana. El más antiguo
de los tratadistas eclesiás- |
ticos es san Agustín
(354-430), en una enciclopedia |
que no logró terminar, y
se refiere especialmente |
al ritmo y sucesivamente
al canto melódico, el cual |
18 (86) |
estaba al servicio de la
belleza y de la proclamación |
de la Palabra e
inteligencia y participación por to- |
dos en la oración. También
trató de la música san |
Isidoro de Sevilla
(560-636). Pero el verdadero ini- |
ciador de la música de la
Iglesia fue san Ambrosio |
de Milán (333-397), cuya
labor completaría dos si- |
glos más tarde el papa san
Gregorio Magno (540- |
604), honra de los
benedictinos, uno de los doctores |
de Occidente, junto a san
Ambrosio, san Agustín y |
san Jerónimo. La herencia
musical de estos santos |
constituye la base del
patrimonio del canto religio- |
so occidental, que alcanzó
la cima de su belleza en |
el siglo XIII, por su
sencillez, inspiración, espiritua- |
lidad, que ponían alas a
las palabras para elevarlas |
en alabanza a Dios, y
engarzaban las plegarias de |
la liturgia en la
transparente limpieza de melodías, |
como si cantar fuera
equivalente a «rezar dos ve- |
ces», según el aserto de
san Agustín. No había ―no |
hacían falta―
instrumentos. El órgano se introdujo |
en Occidente en el s. VII,
pero no pasó a las iglesias |
hasta el s. X,
inspirándose ciertamente en las melo- |
días gregorianas, pero sin
acompañar su canto. En |
las catedrales o
colegiatas donde el clero llevaba vi- |
da común, y sobre todo en
los monasterios, habían |
verdaderos músicos,
creadores de melodías que |
ellos mismos interpretaban
o entonaban y dirigían. |
Uno de estos cantores
insignes fue, en el s. IX, el |
erudito y al mismo tiempo
excelente cantor Aure- |
liano, cuyo conocimiento y
arte musical se hizo pa- |
tente en la catedral y
corte de Aquisgrán. |
Guido d'Arezzo |
Y, sobre |
todo, el benedictino
italiano Guido d'Arezzo, al que |
se debió la invención de
la notación musical, que |
permitía el registro
gráfico de las tonalidades del |
canto llano, a una sola
voz, es decir, monódico. Pe- |
ro no se tardó en tomar
una melodía dominante, |
como base, y envolverla o
acompañarla con otra |
concordante. Así empieza
sus pasos la polifonía, y |
sus creaciones musicales,
pensadas para las fiestas |
o reuniones profanas, más
bien palaciegas que po- |
19 (87) |
pulares. Sólo más tarde,
en el s. XIV, comienza a |
componerse música
polifónica para el culto. De |
modo parecido, el órgano,
el instrumento más an- |
tiguo de teclado, de
origen bizantino, que pasa a |
Europa a principios del s.
IX, es adorno para con- |
ciertos y fiestas de
palacio y tarda más de un siglo |
en introducirse en las
iglesias, y alcanzaría su má- |
ximo esplendor en los ss.
XVI-XVIII, especialmen- |
te en el barroco. |
Secularización |
A partir del s. XIV el
desarrollo del arte musi- |
cal ya no es
exclusivamente eclesiástico; se secula- |
riza, y la independencia
que adquiere al prescindir |
de su sentido espiritual
llega a profanar, por imi- |
tación, la misma música
religiosa. Ese es el momen- |
to, en el s. XVI, en el
que el Oratorio ejercerá un |
influjo decisivo para
salvar, a la vez, arte y devo- |
ción, cuando parecían
contradictorios: o porque se |
miraba más al efectismo
estético (o pretendido co- |
mo tal), en perjuicio del
espiritual, o porque se |
buscaba un virtuosismo
sonoro para recreación del |
oído, sin que importaran
las palabras cantadas, o |
ya porque el estruendo de
los acompañamientos |
ahogaba la pobreza de las
voces, o porque se caía |
en la exhibición del
cantor singular o del conduc- |
tor del coro, y se
teatralizaba la celebración del |
culto, tomado más como
acontecimiento artístico |
y social que como asamblea
y comunión de fe. Es |
un discípulo de san Felipe
y a la vez buen músico, |
Animuccia, quien señalaba
esos defectos de exhibi- |
cionismo y profanación en
la música religiosa de |
entonces. |
San Felipe |
y la música |
Pero en el Oratorio había
otros músicos y, ade- |
más, las personas
medianamente cultivadas eran |
capaces de leer música,
como ocurría con aquellos |
jóvenes que comenzaron a
frecuentar las reuniones |
con san Felipe. San Felipe
venía de Florencia, tenía |
corazón de artista y,
desde joven en la escuela, le |
quedaba el sedimento del
«Trivium» y «Quadri- |
vium», además del ejemplo
recibido en San Marcos, |
20 (88) |
con los dominicos. La
música, desde un principio, |
formó parte del Oratorio. |
Animuccia, |
Palestrina, |
Soto... |
Sabemos que Juvenal
Ancina, |
cuando descubrió el
Oratorio, escribió en- |
tusiasmado a su hermano
Mateo: «Voy al Oratorio |
todos los días, donde se
dan hermosas charlas |
sobre el Evangelio, sobre
las virtudes, sobre la |
Historia de la Iglesia y
la vida de los santos... Y al |
fin hay música para el
espíritu». |
El "Oratorio |
Musical" |
Uno de los músicos, además
del citado Animuc- |
cia, coetáneo de san
Felipe, era el célebre y devo- |
tísimo Giovanni Pierluigi
da Palestrina, diez años |
más joven. Ayudaban al
Padre en las reuniones y |
componían Laudi («cantos
espirituales») o musica- |
ban poesías de lacopone da
Todi, o las escribían, |
como hiciera Animuccia con
la célebre canción de |
la «Vanità di vanità», tan
conocida. Más adelante, |
de los primeros Laudi, se
pasó a composiciones |
dramatizadas, con
recitados, arias, coros, sobre te- |
mas bíblicos, para
ocasiones especiales, más concu- |
rridas, complementarias de
la ordinaria formación |
cristiana impartida. A
estas composiciones se les |
llamó «Oratorio musical»,
y fueron una invención |
por demás exitosa, que
luego se ha convertido en |
una forma musical
cultivada por otros grandes |
músicos (Bach, Haendel,
Mendelssohn, Elgar, Falla, |
Casals, Massana,
Halffter...) Y, en esta reciprocidad, |
de influjo entre lo
religioso y lo profano, dio lugar |
a la «Opera», cuando, a
principios del s. XVII, |
además de temas
religiosos, con parecida forma, |
se trataron musicalmente
temas profanos, dándoles |
por lo general mayor
extensión y, en seguida, des- |
tinados a ser
representados en el teatro. La «Opera» |
salió del Oratorio, pero
se cultivó fuera. |
Tanto Animuccia como
Palestrina eran hombres |
profundamente espirituales
y entusiastas seguido- |
res de san Felipe. El
primero se distinguió por |
componer cantos, o Laudi,
en los que la belleza |
ayudara a la expresividad
de la letra, cantada de |
modo inteligible, sin que
la belleza formal de la |
21 (89) |
música desmereciera del
sentido espiritual al que |
estaba destinada, como
alabanza y oración a Dios. |
Palestrina, dirigido por
san Felipe, tuvo una inter- |
vención decisiva en las
reformas tridentinas que |
apuntaban a la corrección
de los abusos. |
C. de Trento |
y la polifonía |
Parecía |
que el papa Pablo IV,
aconsejado por san Carlos |
Borromeo, estaba decidido
a suprimir de tajo la |
música polifónica en los
templos, vista la profana- |
ción y mal gusto en que
había caído. San Carlos |
Borromeo, arzobispo de
Milán (quién sabe si tam- |
bién por fidelidad a su
antiguo antecesor, san Am- |
brosio), propugnaba que se
admitiera solamente el |
canto llano o gregoriano
en la liturgia. San Felipe |
tenía sus preferencias por
el gregoriano y bien lo |
demostraba al acudir,
acompañado de sus más adic- |
tos seguidores, al canto
de vísperas en la iglesia |
romana de los dominicos,
la Minerva, o a los bene- |
dictinos de san Pablo,
pero le dolía que no se reco- |
nociera la belleza y
espiritualidad, cuando existe |
realmente, del canto
coral. Tenía a Palestrina y qui- |
so que él demostrara que
la polifonía puede ser un |
trenzado bellísimo de
melodías que eleven pare- |
cidamente el corazón a
Dios en alas de la buena |
música, sin más
instrumentos que la voz humana. |
Felipe, amigo de los
cardenales Borromeo y Vitel- |
lozzi, delegados por el
papa, para zanjar la cuestión, |
instó, de acuerdo con
ellos, a Palestrina, para que |
compusiera tres misas que
sirvieran de muestra y |
experimento. Éste culminó
con éxito, después de |
haber oído la mejor de
todas, que en adelante se |
llamaría «del papa
Marcelo», título que le puso Pa- |
lestrina por la devoción
que tenía a este papa, pre- |
decesor de Pablo IV. Aun
cuando el órgano ya se |
había perfeccionado y
entrado en la iglesia, Pales- |
trina prescindía de él; le
bastaba el mejor instru- |
mento, la voz humana. De
donde cantar sin acom- |
pañamiento instrumental se
llamó, desde entonces, |
cantar «a la Palestrina». |
Como antes había asistido
Felipe a la muerte de |
22 (90) |
Animuccia (1571), también,
anciano ya, pudo con- |
fortar a Palestrina en su
hora, acaecida en una fecha |
particularmente grata para
ambos, el dos de febre- |
ro de 1594, cuando hacía
muy poco que el músico |
había compuesto una obra
dedicada a la Virgen. A |
la pregunta de Felipe si
pensaba en Dios, le res- |
pondió fervoroso su
querido discípulo: «Sí, Padre, |
cuanto antes deseo ir al
cielo, y que ahora María |
me lo alcance de su Hijo». |
La muerte de Palestrina no
supuso ninguna in- |
terrupción de la música en
el Oratorio. Según el |
testimonio de Tarugi,
«nunca faltaban cantores que |
desinteresadamente
participaban en los cantos, sin |
necesidad de ser
convocados». Uno de estos músicos |
era el español Francisco
Soto, originario de Landa |
(Soria). Este había
acudido a Roma y formaba parte |
de la capilla pontificia y
frecuentaba el Oratorio, |
atraído por la música, y
no tardó mucho en pedir |
ser admitido (1571) en la
comunidad y Felipe qui- |
so que se ordenara
sacerdote. Su buena fe y senci- |
llez de carácter hizo que
Bordini le llamara «doctor |
en simplicidad». Era un
músico excelente, que no |
solamente recibió y
mantuvo la tradición musical |
de Animuccia y Palestrina,
sino que |
hizo discípulos |
en el mismo Oratorio, que
pudieron secundarle y |
luego sucederle en la
dirección de la música y los |
cantos. En los archivos
del Oratorio de Roma se |
conservan varias
composiciones de todos estos mú- |
sicos, con frecuencia sin
llevar firma, pero cuyos |
autores se pueden
identificar por los estilos. |
La tradición |
musical |
del Oratorio |
Las primeras
Constituciones del Oratorio consa- |
gran la estima de la
música cuando, en el mismo |
principio, establecen que,
«en las fiestas, no sólo se |
ha de estimular a la
contemplación de las cosas di- |
vinas con la oración y la
predicación sencilla, sino |
también con la música». La
tradición del gregoria- |
no y de la buena música
figurada, como parte de |
la liturgia y el propio
apostolado, ha acompaña- |
do los mejores momentos
del Oratorio, a lo largo |
23 (91) |
de sus cuatro siglos de
existencia. Para acreditarlo, |
en España, bastarían,
entre colaboradores seculares |
y miembros del Oratorio,
los nombres recientes de |
Valls, Mas Folch, Garcia
Estragués, Millet, Soler |
Llobera, Penina,
Colomer... |
Para san Felipe, la música
y el canto en la igle- |
sia no podía ser pretexto
para exhibiciones o sim- |
ple recreo de los oyentes.
Como explicaba su dis- |
cípulo Animuccia, y se
hizo lema con Palestrina, |
Soto y la primera
generación de músicos en el Ora- |
torio, porque allí,
decían, «no se cantaba por el |
gusto de cantar, sino para
alabar a Dios», elevar |
la mente y rezar mejor, en
comunión de voces, ex- |
presivas de una verdadera
unción espiritual, tanto |
por medio de melodías
sencillas y bellas a la vez |
como en la polifonía más
depurada, capaz de subli- |
mar el lenguaje del alma
en contemplación de lo |
divino, con un arte que a
sí mismo se ignoraba, |
cuya mejor muestra fuera
tal vez Palestrina, y la |
escuela de cuantos le
siguieron, sin olvidar entre |
éstos al abulense Luis de
Victoria (1548-1611), que |
estuvo en Roma unos veinte
años, frecuentó el Ora- |
torio y fue discípulo de
Palestrina. De él se dice que |
nunca escribió ninguna
composición musical pro- |
fana. Italia, inferior
musicalmente a Francia y Cen- |
troeuropa hasta llegar el
Renacimiento, se recupera |
y alcanza en éste su mejor
momento, en Florencia, |
Mantua, Venecia y,
principalmente, Roma, donde, |
en el Oratorio, retoma y
eleva su sentido religioso, |
conservando el gregoriano
y dignificando hasta lo |
sublime la polifonía. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1.
Apartado 162 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 9.7.93 |
24 (92) |
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