Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 290. SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1993
SUMARIO
LAS COSECHAS recogidas, las fiestas pasadas,
las vacaciones casi para todos más o menos
gozadas, y comienza el curso con lo que nos
queda de otoño. Se normalizan las actividades
que habían alterado su ritmo, se recupera el orden
doméstico y también es la hora de desperezarnos y
avivar el espíritu. El descanso habría sido una trai-
ción a la vida si no le sigue la voluntad decidida de
hacer mejor lo de siempre. Todo comienza otra vez,
y el tiempo vuelve a ser joven para enmendar lo que
pudo ser imperfecto, y proyectar hacia delante, con
ilusión, lo que la esperanza nos promete, cuando la
pereza no rechaza creer en ella.
LA MEDITACIÓN
CRISIS DE CONCIENCIA
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
LEER UN LIBRO Y TENER HERMANOS
LOS DOS MUNDOS
BASE FUNDAMENTAL DE LA RELIGIÓN
«EXCELENCIAS DEL ORATORIO»
1 (93)
Tiempo de oración:
LA MEDITACIÓN
LA MEDITACIÓN es, sobre todo, una búsqueda. En ella, el
espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la
vida cristiana para adherirse y responder a lo que el
Señor pide. Para ello hace falta una atención difícil, que es
preciso disciplinar. Habitualmente se hace con la ayuda
de algún libro, que a los cristianos no les falta: las santas
Escrituras, singularmente el Evangelio, las imágenes
sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, los
escritos de los Padres espirituales, las obras de
espiritualidad, el gran libro de la creación y de la
historia, la página del "Hoy" de Dios.
Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo
confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el
de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad.
Según sea la medida de la humildad y de la fe, se
descubren los movimientos que agitan el corazón y se les
puede discernir. Se trata de poner por obra la verdad
para llegar a la Luz: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
Los métodos de meditación son tan diversos como
diversos son los maestros espirituales. Un cristiano debe
proponerse meditar regularmente; de lo contrario, se
parece a una de las tres primeras clases de terreno de la
parábola del sembrador (cf. Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un
método no es más que un guía; lo importante es avanzar,
con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración:
Cristo Jesús.
Cat. Igl. Cat.,
(nn. 2705-2707)
2 (94)
Crisis
de
conciencia
LO que llamamos "crisis de fe" o "crisis religiosa" podría denominarse, tal vez,
con mayor exactitud, "crisis de conciencia". Nos hemos esforzado en hacer la
apología de la religión con argumentos sobre las ventajas psicológicas que
puede proporcionar a los creyentes, o en la utilidad social de la moralidad de
la que puede ver fundamento, con el riesgo de que lo primero nos acercaría a la ena-
jenación, a un sentimentalismo consolatorio, o incluso al engaño, y lo segundo aca-
bara en una reducción política, que la historia se ha cuidado de señalar como la gran
tentación de todos los poderosos que han pretendido "ayudar a la Iglesia, y de
los errores y males más graves que ella ha padecido. La verdadera fe no hipoteca o
aplaza las razones que ahora no podemos entender, y tampoco el buen servicio de la
moral se agota en la esencia y bondad del fenómeno religioso.
Podríamos suponer que en esta época que llamamos crítica lo más urgente de-
biera ser sacudir los corazones y despertar y formar las conciencias, porque es ahí,
en el fondo del ser humano, en la conciencia, tal como la entendía Newman, donde
claudica o se afirma la respuesta libre del hombre a Dios, aun en el orden meramen-
te natural, cuando nos llama al bien ya su justicia divina, al amor y la felicidad, re-
flejándose en el hombre, que puede auscultarlo dentro de sí mismo, con voz que no
puede ser acallada y luz que no se puede sofocar esta perceptible presencia intima
de Dios, que es preciso acoger, y modular la propia vida para convertirla en una
respuesta digna de él, «que habla lo mismo a buenos que a malos», como dice san
Agustín.
La conciencia, antes que nada, es "conocimiento" de la presencia divina, es
un saber intimo que obliga ante Dios, de modo ineludible; saber soberano al que
ningún poder creado puede sobreponerse. Por eso, el bien y el mal moral son siem-
pre interiores, y quien puede juzgar de su íntima razón sólo es Dios. Pero esa gran-
deza tiene también su debilidad, porque la ignorancia, unas veces culpable y otras
invencible, y, sobre todo, las propias pasiones pueden deformarla y falsificarla. En
3 (95)
muchos curos, existe una astucia que parecería infantil a no fuere pecado, la cual
tiende a ocultar lo que compromete demasiado, o a deformar lo que nos acusaría, si
la falta de honradez no porfiara, como «el padre de la mentira», en sostener a me-
nudo el engaño interesado o la autosugestión que la vanidad sugiere. La conciencia
recta se desarrolla si se protege con el amor a la verdad que esencialmente quiere y
debe ser en sí misma transparente, austera y libre. Cuando esto no se da, y aunque
desde fuera se pretenda reparar tal ausencia con multiplicidad de preceptivas, éstas
acaban mecanizando lo que llamamos bien y mal, la referencia a Dios se torna en
fría y abstracta y lo que debiera ser religiosidad sincera no pasa de decencia con-
vencional, ceñida e interesada, y al fin hipócrita y farisaica. Y la fe cultura, la virtud
vanidad, y el sucedáneo de la sensiblería se disfraza de amor. El hombre se olvida
de que es hijo de Dios, aunque lo repita con los labios.
Por esto, la que llamamos crisis religiosa de nuestro tiempo tiene su remedio en
la conversión hacia esa relación filial del creyente con Dios. Una relación filial respe-
tuosa, solicita, amante, personalizada, que en verdad esté en el origen y sea la razón
de todas las decisiones y compromisos, sin cicaterías, en paz consigo misma, concreta,
y libre para poder ser más generosa. Sólo entonces fe y razón superarían el estadio
de la mera religiosidad natural y dejarían expedito el camino de la gracia y la santi-
dad, a la que todos estamos llamados.
Oratorio secular
INTRODUCCIÓN A LA FE CRISTIANA
CATEQUESIS
PARA ADULTOS
Y JÓVENES
desde los 18 años
Los sábados, a las 10,30 de la noche,
A partir del día 23 de octubre.
4 (96)
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
DESPRENDIMIENTO, ENTREGA Y GOZO
Ser desprendido es estar libre de
todos los lazos que atan el alma a
la tierra, no depender de nada que
sea de este mundo, no apoyarse en
cosa temporal alguna; es no preo-
cuparse en absoluto de lo que los
demás puedan pensar o decir de
nosotros, ni de lo que nos hagan;
es hacer nuestra tarea simplemen-
te porque es nuestro deber..., sin
preocuparnos de las consecuencias;
es no tener en cuenta la reputación,
el honor, la fama, las oportunida-
des favorables, las comodidades,
los afectos humanos, ni ninguna
otra cosa, cuando el cumplimiento
de una obligación religiosa conlle-
ve el sacrificio de todo ello. (Dis-
puesto a venderlo todo para com-
prar la perla de gran valor. H. S.
III, 130).
Ella se dio cuenta de que había
una belleza superior a la manifes-
tada por el orden y la armonía del
mundo natural, y una paz más se-
rena y profunda que la proporcio-
nada a por el ejercicio intelectual o
por el más puro amor humano.
Entonces empezó a entender aque-
lla actitud sobrenatural que tanto
le había sorprendido en sus amigos
cristianos. Comprendió que esta-
ban desprendidos del mundo, no
porque no poseyeran bienes o no
sintieran amor natural hacia ellos,
sino porque tenían una bendición
más alta, que amaban por encima
de cualquier otra cosa. (Debemos
tener un sentido recto de los valo-
res. Call., 327).
Debo decirlo lisa y llanamente,
por poco realista que pueda pare-
cer: las comodidades de la vida son
la causa principal de nuestra falta
de amor a Dios; y por mucho que
nos lamentemos y luchemos, no
venceremos hasta que no aprenda-
mos a prescindir de ellas suficien-
temente... Una vida tranquila y
fácil, el disfrute ininterrumpido de
los bienes de la Providencia, buena
comida, buenos vestidos, hogares
bien instalados, los placeres de los
sentidos, el sentimiento de seguri-
dad, la satisfacción que proporcio-
na la riqueza: todas estas cosas, y
otras parecidas, si no tenemos cui-
dado, obstaculizarán los senderos
del alma. (Necesidad de la abnega-
ción. P.S. V, 337).
¿Qué es, pues, lo que nos falta a
los que profesamos la religión? Lo
repito: la disposición para ser cam-
biados, la disposición para consen-
tir que Dios todopoderoso nos cambie {1}.
5 (97)
No nos gusta desprendernos de
nuestro hombre viejo... Pero cuan-
do alguien se presenta ante Dios
para pedirle la salvación, entonces,
lo esencial para una conversión
auténtica es la entrega de sí mismo,
una entrega incondicional y sin
reservas. (Dios se da a los que lo
dejan todo por él. P.S. V, 241).
Un acto pequeño hecho por amor
a Dios en contra de nuestras incli-
naciones primarias, aunque sólo
sea de carácter pasivo o de simple
aceptación de la realidad, como
aguantar un insulto, afrontar un
riesgo, renunciar a una ventaja, tie-
ne un peso frente al cual la profe-
sión verbal no es sino polvo y paja.
(Los hechos hablan con más fuerza
que las palabras. U. S., 93).
La tristeza no forma parte del ca-
rácter cristiano; el arrepentimiento
sin amor no es auténtico; la morti-
ficación que no esté dulcificada por
la fe y la alegría no es aceptable.
Debemos vivir a la luz del sol, aun
cuando estemos tristes; debemos
vivir en la presencia de Dios y no
encerrarnos en nuestros corazones,
aunque consideremos nuestros pe-
cados pasados. (Nuestra tristeza se
convirtió en alegría. P.S. V, 271).
Las profundidades del océano, las
vastas masas de agua que circun-
dan la tierra están tan silenciosas
y tranquilas en la tempestad como
en la calma. Lo mismo sucede con
las almas de los santos. Éstos tienen
un manantial de paz insondable
que brota en su interior; y aunque
los contratiempos del momento
pueden hacer que parezcan agita-
dos, sin embargo, no lo están en
sus corazones. (La serenidad inte-
rior, fuente de fortaleza para el
verdadero cristiano. P. S. V, 69).
El cristiano posee una paz profun-
da, silenciosa y escondida, que el
mundo no ve... Lo que él es cuan-
do se encuentra solo con Dios: he
aquí su verdadera vida. Es capaz
de soportarse a sí mismo. Puede
alegrarse en el mismo, si podemos
hablar así, puesto que la gracia de
Dios está en su interior: es la pre-
sencia del Consolador eterno lo
que le da alegría. Es capaz de estar
consigo mismo en todo momento,
y ello incluso le resulta agradable
—«nunca menos solo que cuando
estoy solo»—. Puede recostar la ca-
beza en la almohada por la noche y
reconocer ante la mirada de Dios
que no desea nada —lo tiene todo,
y en abundancia— que Dios lo es
todo para él y que no posee nada
que no le haya sido dado por Dios.
Es cierto que necesita ser más agra-
decido, más santo, más celestial,
pero pensar que puede tener más
no es para él motivo de disgusto,
sino de alegría. (El gozo es un fru-
to del Espíritu Santo. Nadie nos lo
podrá arrebatar. P. S. V, 69-70).
6 (98)
Leer un libro
y tener hermanos
EXISTE una religiosidad que
se podría confundir con la
de las gentes sencillas y hu-
mildes, pero que se aleja de la pu-
reza y buen sentido de ésta; una
religiosidad con ribetes mágicos,
que persisten como restos de paga-
nismo, y la preocupación por con-
seguir, por medio de la religión,
ventajas en la tierra y, para más
tarde, un seguro de eternidad. Cabe
en ella poco amor o ninguno, por-
que lo impide el miedo a Dios y el
cálculo individualista por la propia
salvación, que se procura mantener
garantizada con la observancia de
mínimos morales y mínimas y sólo
simbólicas bondades y el recurso
repetidísimo a la eficacia sacra-
mental, cuando hay pecados, aun-
que con la duda de suficiente
arrepentimiento. Es una religiosi-
dad individualista, a veces de ma-
sas, pero sin comunión fraterna,
sin comunidad, o con una concep-
ción de la comunidad tan genérica
y diluida, o tan pequeña, cuando se
intenta concretarla, que se convier-
te en otro egoísmo, meramente do-
méstico o de clan grupal de con-
centración de intereses. En esta re-
ligiosidad se olvida la respuesta del
Señor a la pregunta de quiénes eran
su madre, sus hermanos y sus her-
manas.
En nuestra época de crecimiento
rápido y multiplicación de los me-
dios y técnicas de propaganda, de
cambios sociales y crisis de ideales,
no faltan las tentaciones para ha-
cerse con fórmulas rápidas y efica-
ces para transformarlo todo de la
noche a la mañana. El peligro exis-
te incluso a la hora de anunciar el
Evangelio, cuando su presentación
se hace depender de esas propa-
gandas, capaces de lograr cliente-
las, pero no tanto de convertir en
hijos de Dios a seres libres. La se-
ducción puede conducir a entusias-
mos fanáticos, a fervores pasajeros,
sin alcanzar la conversión de las
7 (99)
conciencias. Para evitar estos ries-
gos, cuando algún nuevo redentor
se levanta monopolizando semejan-
tes fórmulas, será preciso contras-
tar su estilo con el de Jesucristo,
todavía vigente. Será necesario acu-
dir a las palabras de Jesús y a su
ejemplo, que fue más que palabra.
Meditar sobre sus actitudes frente
al mundo de su tiempo, tanto reli-
gioso como civil, y trasladar esta
contemplación al nuestro, como al-
go que hay que asumir, porque el
ejemplo lo dejó para nosotros, no
para simple adorno de la historia.
Los verdaderos santos esto hicie-
ron. Nosotros tenemos las mismas
posibilidades y medios para volver
a la Palabra y, desde ella, remover
obstáculos a la propia conversión
y proyectarnos hacia la construc-
ción de la hermandad que permite
vivirla en todo su sentido.
San Felipe Neri, en una época
también convulsionada por grandes
novedades ―la invención de la im-
prenta, el movimiento renacentista,
la conquista del Nuevo Mundo...—
y la urgente necesidad de reformar
la Iglesia, volvió la vista a los pri-
meros mártires, en la Roma que
guardaba sus reliquias. Siendo lai-
co, compaginó una profunda vida
de lectura meditada, oración y
estudio con la actividad caritativa
y catequística, sin aparentes ten-
siones ni alardes de activismo, pero
con orden y constancia. Una vez sa-
cerdote, recibido en plena madurez
de su personalidad cristiana, tuvo
mejor posibilidad de alentar a otros
en la oración que partía, principal-
mente, de la lectura de la Palabra
de Dios y el recuerdo de los santos.
No se sentía atraído por empresas
grandiosas, de las que solía des-
confiar, sino que insistía en lo coti-
diano y la perseverancia. Leer el
Evangelio, las cartas de san Pablo,
vidas de santos, poesías místicas,
cartas de los primeros misioneros...
En ello consistía lo que vino en
llamarse il ragionamento sopra il
libro. Y eso, todos los días. Por es-
ta razón y fidelidad a los oríge-
nes del Oratorio, se ha dado siem-
pre tanta importancia en nuestra
Congregación y apostolado a la
Palabra explicada familiarmente,
y a la repetición del consejo de san
Felipe de leer libros que comiencen
con S de santo. La lectura comen-
tada y meditada sosegadamente,
en grupo, ayuda a formar comuni-
dad, convoca en la caridad y aviva
la convicción de la presencia del
Señor en medio de quienes se reú-
nen en su nombre, en abrazo de fe.
Esto se hacía y recomendaba en
un tiempo en que los libros eran
escasos y caros, en los albores de
la imprenta. En nuestros días, esta
escasez no existe, aunque sí, en la
relativa abundancia, el peligro de
seguir modas o convertir la posibi-
lidad de la lectura en satisfacción
vana de la curiosidad o en otra
8 (100)
vertiente del consumo. Siempre nos
será útil el consejo de quien nos
guíe espiritualmente, para que la
lectura espiritual nos sea provecho-
sa. Esta lectura personal, si se hace
pausadamente, dejando que la con-
ciencia se detenga en las ideas y
sentimientos que suscita, exami-
nándose uno mismo con disposición
de sinceridad ―humildemente,
decía san Felipe―, ayuda a co-
nocerse mejor y a la conversión
progresiva del alma, evitando la
autocontemplación y la farisaica
complacencia de creerse ya sufi-
cientemente instruido y perfecto.
No es raro comprobar demasiado
a menudo, entre personas que pa-
san por cultas, incluso universita-
rios, el desnivel que existe entre los
conocimientos que han adquirido
en otros campos y la ignorancia
que siguen arrastrando en materia
de religión. Quienes a tiempo lo
reconozcan podrán decidirse a re-
mediarlo, si son humildes. Pero
cuando el lustre del saber humano
les barnice de apariencia de cultos,
tratarán de librarse de complejos
despreciando la religión, cuyo des-
conocimiento querrían disimular.
Otros, todavía con la idea de que
la religión es sólo un complemento
de la vida, como elemento morali-
zador, conveniente para ciertos ac-
tos de sociedad, prescindirán en la
práctica de ella si no les sirve de
promoción. Por sentimentalismo o
creer.
y limpios ideales, y que más bien
escrúpulo admitirán o cumplirán
pequeñas concesiones simbólicas,
las cuales les autocomplacen o de-
coran frente a los demás, acostum-
brados a pasar siempre por alto
cuanto les parece poco rentable. A
pesar de lo cual puede que insistan
en que tienen fe en Dios, pero ha-
bría que preguntarles en qué dios
Leer libros y tener hermanos,
decíamos al comenzar estas líneas.
Para un cristiano, la hermandad
es la comunidad de fe. Es posible
que hoy no sea tan fácil integrarse
en una verdadera comunidad que
pueda llamarse cristiana sin falsifi-
cación de este nombre. El mundo,
como siempre, pero de modo muy
particular en nuestro tiempo, no
ayuda precisamente a la integra-
ción de muchos para un fin e idea-
les que no coincidan con intereses
realizables en el tiempo, y deprisa.
El hombre moderno está siempre a
punto de padecer la masificación
que le despersonaliza. Y aunque se
hable continuamente de cantidades
y se presuma construyendo y com-
parando estadísticas que confunden
el número con la bondad, dejan al
hombre en su soledad, a no ser que
el engaño de la seducción le man-
tenga en vilo de fanatismos que no
tienen que ver con los verdaderos
desvían de ellos, enajenando las
conciencias y atrofiando y desvir-
9 (101)
tuando la capacidad para el bien,
que Dios puso en todos. Los hom-
bres nunca han sido tantos ni nun-
ca han estado tan solos. Puede
suceder que la reacción ante esta
realidad sea, para algunos, el en-
cerramiento en el propio egoísmo,
o el reducir a tan pequeña dimen-
sión el ideal de comunidad cristia-
na que ésta no llegue a superar el
concierto miserable de unos cuan-
tos egoísmos blindados que respon-
dan al interés de sólo unos pocos,
encerrados en el mismo clan do-
méstico o grupal.
Se trata de formar parte de una
comunidad que ayude a descubrir
y vivir de la presencia de Cristo,
en medio de ella, por una fe com-
partida; una comunidad que no sea
una sociedad anónima, ni una co-
lectividad organizada al estilo de
las multinacionales, que existen
para finalidades e intereses econó-
micos, políticos o de clase y casta.
Una comunidad, para que pueda
llamarse cristiana, ha de preferir
las realidades espirituales y eter-
nas a las temporales e interesadas.
Una tal suerte de comunidad, es
cierto, no puede partir de un su-
puesto ya plenamente logrado; pero
sería un grave error pretender cons-
truirla desde la renuncia previa a
la plenitud ideal, sinceramente an-
helada y perseguida con buena
voluntad y constancia. Tampoco
bastaría la mera reducción a una
disciplina moral desvinculada de
la fe precedente, de la cual la vida
entera debe ser respuesta. Fe que
ha de superar las categorías huma-
nas, los valores meramente tempo-
rales, aunque no los destruya ni
elimine, pero sin que este matiz
suponga ninguna rebaja a las exi-
gencias del bautismo cristiano, o
discipulado de Cristo. Hay un par
de frases en la Biblia que los cris-
tianos debiéramos llevar prendidas
en nuestro pensamiento: Amarás al
Señor, tu Dios, con todo el cora-
zón, con toda el alma, con todas las
fuerzas (Dt 6, 5). Y estas otras pa-
labras del Evangelio, cuando el Se-
ñor, mirando a los que tenía cerca,
dijo: Mi madre y mis hermanos son
los que escuchan la palabra de Dios
y la cumplen (Lc 8, 21). En la vida
eterna sólo serán relevantes, entre
las relaciones humanas de este
mundo (familia, vecinos, amigos,
patrias y culturas), aquellas en las
que se cumplan estas dos senten-
cias. 
Descendiendo a lo práctico, es
evidente que, dada la limitación
del hombre, una comunidad cris-
tiana debe comenzar a partir de lo
concreto, y lo concreto, cuando es
auténtico, siempre parte desde la
humildad. Lo concreto no quiere de-
cir cerrado, sino opuesto a las gene-
ralizaciones y abstracciones enga-
ñosas que remiten constantemente
a la teoría y distraen de la verdad
10 (102)
y constancia en los propósitos de
bondad. La Iglesia, la comunión de
los fieles con Dios, por medio de
Jesucristo, en su Espíritu, no es un
sol, sino una constelación de cons-
telaciones. Una comunidad debe ser
una constelación de fieles, que se
conocen, se tratan, se quieren y se
ayudan a crecer como hijos de Dios,
abiertos a todo el bien que, con su
testimonio de fe y de generosa en-
trega de caridad, quieren llevar
nuevos hermanos al Padre común,
no desde la seducción, ni de la im-
posición, ni de la propaganda ma-
sificadora y destructora de la liber-
tad, sino desde la fe formada,
Seguramente que a todos nos fal-
ta mucho para poder alcanzar esa
capacidad de integración comuni-
taria cristiana. Se trata de querer
ser hermanos, de merecerlo, y de
ver en los demás ―aquellos que la
providencia nos pone cerca― tam-
bién a hermanos; se trata de ser
respetuosos y sencillos, y generosos
para olvidarnos de buscar el pro-
pio consuelo, y de agradecer el bien
espiritual, la ocasión de practicar
las virtudes, el recibir y el darnos,
caminando juntos con el Señor, y
tratar de descubrir los signos de su
beneplácito en todo cuanto sucede
y nos sucede, sin decaer en nues-
tra esperanza de bien y en el deseo
de hacerlo a los demás, limpios de
sectarismos. Tener presente a Dios,
pero hablar más a Dios de nuestros
hermanos que a nuestros herma-
nos de Dios. No hay que pontifi-
car. 
Y ser constantes, sin transfuguis-
mos caprichosos, pasando de un
lugar a otro, en busca de consuelos
o admiraciones, o, peor, para eludir
el compromiso de la perseveran-
cia y la dependencia cada uno de
todos.
Una comunidad fundada sola-
mente sobre la simpatía, el interés
o la conveniencia no sería cristia-
na. Como tampoco sería cristiana
una idea de Iglesia entendida como
sociedad de servicios para el alma
y los sacerdotes unos empleados o
burócratas espirituales.
Ya se ve que, para formar una
verdadera comunidad cristiana, no
se puede prescindir de la fe y de la
oración. La Iglesia, por medio de
la liturgia, nos ayuda a conseguir-
lo, porque, como ha dicho el Con-
cilio, «ninguna comunidad cristia-
na se edifica si no tiene su raíz y
quicio en la celebración de la santa
Eucaristía, por la que debe comen-
zarse, consiguientemente, toda edu-
cación en el espíritu de comunidad»
(PO, 6).
Tan noble es la virtud de la caridad que no constriñe:
es lazo de libertad que se hace fiel en el amor.- R. Llull
11 (103)
LOS DOS MUNDOS («THE TWO WORLDS»)
«THE TWO WORLDS».— J. H. Newman
Unveil, O Lord, and on us shine | Señor, aparta el velo que te oculta
In glory and in grace; | y resplandece en gloria y gracia;
This gaudy world grows pale before | harás palidecer el bello mundo que tenemos
The beauty of Thy face. | cuando aparezca la hermosura de tu rostro.
 |
Till Thou art seen, it seems to be | Mientras no te veamos, en la tierra
A sort of fairy ground, | persisten hechizados
Where suns unsetting light the sky, | los soles sin ocaso iluminando el cielo
And flowers and fruits abound. | y el exceso de flores y de frutos.
 |
But when Thy keener, purer beam | Mas cuando un solo rayo puro de tu luz
Is pour'd upon our sight, | irrumpe en nuestros ojos,
It loses all its power to charm, | desaparece toda seducción mundana
12 (104)
Its noblest toils are then the scourge | Aquí nos quedan los azotes, las fatigas nobles
Which made Thy blood to flow; | que hicieron derramar tu sangre;
Its joys are but the treacherous thorns | sus alegrías convertidas en espinas traicioneras
Which circled round Thy brow. | que coronaron de dolor tu frente.
 |
And thus, when we renounce for Thee | Y así, cuando por ti nos desprendemos
Its restless aims and fears, | de los afanes y temores de esta vida,
The tender memories of the past, | de las nostalgias del pasado
The hopes of coming years, | y la inquietud del tiempo que nos viene,
Poor is our sacrifice, whose eyes | bien pobres nos parecen las renuncias,
Are lighted from above; | iluminados desde lo alto:
We offer what we cannot keep, | tan sólo hemos podido hacer ofrenda
What we have ceased to love. | de lo que era imposible retener,
13 (105)
Base fundamental
de la religión
HAY que leer libros que nos
instruyan sobre Dios y las
cosas santas, pero sin olvi-
dar el aserto de san Felipe Neri
de que «se aprende más sobre Dios
en la oración que en los libros de
teología». Conocemos, no obstan-
te, el amor que él mismo tenía para
los libros, hasta el punto de que,
cuando joven y estudiante, creyó
que el afecto era inmoderado, y se
quiso desprender de ellos vendién-
dolos y dando su importe a los
pobres. Más tarde, su apostolado
tenía siempre «el libro» por base
de instrucción y de tema para la
oración en común con el grupo
que reunía, el Oratorio. También
nos consta el celo con que insistió
en hacer estudiar a sus discípulos
que eran capaces de adquirir una
instrucción para luego dedicarse
mejor al apostolado.
Felipe quería decir que la cien-
cia, aunque sea sobre Dios, sin ora-
ción, acaba en pedantería que con-
duce al fariseísmo. Pero la oración
ayudada por la ciencia profundiza
mejor en los misterios divinos. Sin
embargo, será siempre verdad que
una persona sin grandes estudios,
o incluso analfabeta, si no se halla
en ese estado por negligencia, y es
humilde de corazón, llegará a tener
un conocimiento y experiencia de
Dios y amistad con él, por medio
de la oración bien hecha, que su-
perará la de los teólogos tibios y,
sobre todo, a los satisfechos y me-
ramente teóricos de Dios.
Todo lo cual nos dice con qué
espíritu hemos de dedicarnos a leer
libros de cosas santas y a estudiar
a Dios, ojalá lo hagamos con orden
y sistemáticamente, sin olvidar ja-
más que él aborrece la soberbia e
ilumina y se comunica con los hu-
mildes de corazón.
La oración es fundamental en
todo acto de religión. Desde Abra-
ham hasta Jesucristo, la historia
de la salvación es una cadena de
plegarias de profetas y santos que
tratan con Dios. Con razón podría-
mos llamar al cristianismo «la re-
ligión de la oración». Nada tendría
sentido sin ella: nos relaciona per-
sonalmente con Dios, nos abre a
14 (106)
los hermanos, se convierte en res-
piración de la comunidad y, en ella,
converge el latido de todos en el
culto de alabanza y acción de gra-
cias al Señor de las misericordias.
Cuando se bautiza a un catecúme-
no, se le presenta la fe, en el Credo,
y se le enseña la oración del Padre-
nuestro. Es más que un símbolo, y
los mayores ―padres y padrinos—
tienen el deber inexcusable de ir
enseñando a sus hijos o ahijados
espirituales a rezar, a tratar con
Dios, desde la sencillez que con-
viene a la primera edad hasta el
progreso, día tras día, que alcance
el nivel que para otros aspectos de
la vida procuramos a los que que-
remos bien. Hay que rezar en la
familia, ante todo, sin despachar
irreverentemente unas fórmulas
rutinarias, para después pasar a la
comunidad eclesial a la que se per-
tenece, la liturgia, y participar no
como meros asistentes o espectado-
res, de cumplimiento —"cumplo"
y "miento", decía un obispo—,
sino con los corazones abiertos a
la fraternidad a la que Cristo nos
convoca y que él mismo preside,
como en un ensayo del cielo que
nos espera.
Newman decía que un «cristiano
valía, como tal, según lo que valie-
ra su oración». Y lo mismo pode-
mos decir de una familia que se
quiera llamar cristiana, y de una
asamblea o comunidad.
NEWMAN
Y LA CONCIENCIA.
Hay dos modos de
entender la conciencia:
uno, como una especie de
propiedad, como un gusto
propio por hacer esto o
aquello; otro, como el eco
de la voz de Dios en
nosotros. Y todo depende
de esta distinción: el
primero de ellos es ajeno a
la fe; el segundo, la
confiesa.
S. N., 327.
Cuando uso la palabra
«conciencia», no le doy el
sentido de una fantasía o
de una opinión, sino como
la obediencia responsable
a la voz divina que habla
dentro de nosotros.
Diff. II, 255.
La conciencia es el primer
Vicario de Cristo.
Diff. II, 248
15 (107)
"EXCELENCIAS DEL ORATORIO
DE SAN FELIPE NERI"
CON el título de I Pregi della Congregazione
dell'Oratorio di San Filippo Neri, un pres-
bítero del Oratorio de Savigliano (probable-
mente el padre Giovan Agnelli, amigo del beato
Sebastiano Valfrè) compuso, a principios del siglo
XVII, un tratado sistemático de la espiritualidad
oratoriana, pensado seguramente para una lectu-
ra espaciada y en común, cuyo libro ha pasado
a ser un clásico de la tradición filipense. El autor
oculta su nombre, pero declara que se decidió a
desarrollar un pequeño resumen precedente, insta-
do por la obediencia. Circuló como manuscrito
hasta que el Oratorio italiano de Chioggia lo dio
a la imprenta en 1825. A esa edición tuvo acceso
John Henry Newman, recién convertido al catoli-
cismo, cuando se preparaba en Roma para la fun-
dación del Oratorio en Inglaterra.
La "Idea"
del Oratorio
en Newman
La "idea" de la
obra de san Felipe que él debía adaptar al contexto
inglés la extraería del estudio de las Constitucio-
nes originales (aprobadas por Pablo V, en 1612) y
del libro de las "Excelencias" o Pregi, como se des-
prende por el número de veces que recurría a esta
obra, en pláticas y escritos dirigidos a sus herma-
nos de comunidad. Se alegraría mucho cuando, en
1881, pudo hacerse una edición inglesa, de gran
utilidad para oratorianos y devotos de aquel país:
The Excellences of the Congregation of the
Oratory of St Philip Neri.
16 (108)
Aunque merecería más dilatado comentario,
ahora nos ceñiremos a poco más que a la visión
resumida de los doce capítulos que forman el con-
tenido de este libro, cada uno de los cuales consti-
tuye la apología de otras tantas "excelencias".
Oratorio
y oración
I. LA PRIMERA de estas excelencias, como no
podía ser de otro modo, consiste en el fin de
nuestra vocación: oración, administración de los
sacramentos, predicación de la Palabra. La oración
o trato afectivo con el Señor, de lo que nos dio
ejemplo extraordinario san Felipe, tanto en su vida
de seglar como cuando ya era sacerdote. Recurre
al testimonio de Consolino, discípulo predilecto de
Felipe, para hacer hincapié en la fidelidad del tra-
to con Dios, con una libertad interior que supera
la estrechez de cualquier método, para expresar
más amor a Dios. Oración vocal, meditación, jacu-
latorias, el oficio divino y, por encima de todo, «la
obediencia y la caridad, que siempre deben tener
en el Oratorio el primer lugar». En este contexto
es donde viene una frase a la que Newman recurre
más de una vez: «El que quiere vivir a su modo no
es bueno para la Congregación».
Sacramentos
En cuanto a la administración de los sacramen-
tos, se refiere a dos de ellos solamente: la Eucaristía
y la Penitencia o reconciliación. Los demás sacra-
mentos se omiten porque son más propios del mi-
nisterio sacerdotal en parroquias, que están fuera
de la finalidad principal y la naturaleza del Ora-
torio. Sería incompleto lo que se dice del oficio
divino, todo él convergiendo en la Acción eucarís-
tica, si se prescindiera de ésta, que es «el centro y
quicio de toda comunidad cristiana», como ha
dicho el Concilio, y como lo fue en el Oratorio
original, que introdujo la costumbre de la celebra-
ción diaria e igualmente de la participación de los
fieles. En cuanto al sacramento de la Confesión, no
17 (109)
solamente debe ser entendido con las conversiones
que Felipe y los suyos obraron en Roma, rescatando
de la vida pagana y de pecado a muchos alejados
de Dios, sino al cuidado de las almas para ser con-
ducidas al progreso en la virtud por la dirección
espiritual: contactos personales, a conciencia abier-
ta, para devolver a la vida de cada fiel no ya la
mera y egoísta asepsia de pecado, próxima al fari-
seísmo, sino el crecimiento en el sentido evangélico
de la santidad, tanto de laicos como de los que el
Señor llamara a una entrega total y apostólica.
Palabra
de Dios
Queda la predicación de la Palabra, que en el
Oratorio se ejercita cotidianamente, lo cual no so-
lamente instruye y sirve de alimento a la oración,
y hace conversiones, sino que evita la reducción a
un cierto sentido mágico en las celebraciones sa-
cramentales, «por la palabra espiritual que sale del
corazón y en el corazón es recibida», con sencillez
y humildad.
Renuncia a
dignidades
II. LA SEGUNDA de las "excelencias" del
Oratorio es la separación y renuncia no sólo
a cualesquiera dignidades seculares, sino también
dentro de la estructura de la Iglesia, «nisi Pontifex
iubeat», pues nadie, en el Oratorio, debe pretender
ni procurar para sí o para otros dignidad alguna.
Por otra parte, deben aceptarse los oficios internos
de la Congregación, para servicio de la misma y de
los hermanos, con humildad y obediencia a la co-
munidad.
Otras veces, desde estas mismas páginas, nos
hemos referido a este tema, por lo demás reitera-
damente confirmado en la historia del Oratorio y
de sus miembros. Podríamos tomar un ejemplo re-
ciente ―que, por lo tanto, no está en el libro que
comentamos―, del pontificado de Pablo VI, al ha-
cer cardenal al último de los filipenses que han
vestido la púrpura, el bresciano p. Giulio Bevilacqua {1}.
18 (110)
Es sabido que el papa Montini, cuando era
joven, frecuentaba el Oratorio de Brescia y que
agradeció siempre el bien espiritual que allí pudo
recoger. El p. Bevilacqua era uno de sus grandes
amigos y mentores. Una vez, el papa lo llamó y le
comunicó su intención. A lo que el buen padre re-
plicó: «¡Pero si yo puedo hacer lo mismo sin nece-
sidad de todo esto y servir igualmente a la Iglesia!»
Pero el papa le contestó decidido del todo: «No, yo
quiero que usted venga a verme siempre que le lla-
me, porque le necesito. La gente que viera o supie-
ra que me visita de continuo, que se sienta a mi
mesa y que me trata con franqueza, murmuraría:
pero nadie se sorprenderá demasiado si quien viene
a verme a menudo es un cardenal. Y no me trate
de Santidad" más que en público; en privado, trá-
teme de "tú" y dígame Gianbattista, como siempre».
Y hubo de aceptar.
Supremacía
de la caridad
III. LA CARIDAD. Es la reina de todas las
virtudes, «que todo lo unifica". Caridad,
gozo, paz, paciencia. En una comunidad donde se
permanece hasta la muerte, sin cambios a destinos
nuevos, se multiplican, más incluso que en las fami-
lias naturales, las ocasiones para la comprensión,
el perdón, el auxilio, la discreción, la comunión
para las obras comunes de apostolado, el gozo y el
dolor compartido. Sobre todo, si se atiende antes al
bien interno, y no se va a las obras exteriores,
huyendo, bajo pretexto de celo, de las propias y ·
domésticas. Si se logra este ideal, dentro de casa
parece el paraíso, y fuera todo es resultado del tra-
bajo y la entrega de todos.
La "racional"
IV. «LA SANTIDAD del hombre está en el
espacio de tres dedos), repetía el Santo,
llevando la mano a la frente. «La importancia de
19 (111)
la vida cristiana estriba en mortificar la racional».
Entendía por racional todo vano discurso del en-
tendimiento y porfía en querer hacer la propia
voluntad. De donde la excelencia de preferir la
mortificación interior a las formas exteriores de
penitencias corporales, siempre sospechosas cuando
se emprenden al margen de la obediencia. Lo cual
no excluye la moderación y la austeridad en las
cosas materiales, alimentos, comodidades, gustos.
Obediencia
V. LA OBEDIENCIA no es una peculiaridad
del Oratorio, sino común a todas las órde-
nes y congregaciones religiosas. Lo propio del Ora-
torio está en que en él, «tanto los padres como los
hermanos, si bien no hacen ningún voto como los
religiosos, no ceden nada en este punto, en la per-
fección de la virtud, a los que la profesan en los
claustros, prometida con la solemnidad de los votos,
supliendo la falta del voto con el amor y la volun-
taria prontitud y perfección en obedecer, sin que
sean necesarias las amenazas de pecado... Todos
saben que la intención del Santo Fundador era que
cada uno de los suyos obedeciera exactamente o
saliera de la Congregación». Lo demostró con el
más querido de sus hijos espirituales, Baronio. «La
obediencia, además de ser la guarda de todas las
demás virtudes (s. Bernardo), es el camino más cor-
to del paraíso» (sta. Teresa). Sin esta virtud «sería
imposible la subsistencia de una Congregación de
hombres siempre libres hasta la muerte». San Feli-
pe decía que «para ser verdadero obediente no
basta cumplir lo mandado, sino que es necesario
hacerlo sin andar buscando razones contrarias».
Discreción
y suavidad
en el mando
VI. COMO para compensar lo que pudiera pa-
recer demasiada exigencia en lo que se
dice en el precedente capítulo, en éste se habla de
la discreción, suavidad y prudencia en el ejercicio
20 (112)
de la autoridad dentro de la Congregación. El su-
perior ha de mandar, vigilar, amonestar y corregir,
considerando su propia fragilidad, para conseguir
que todo se haga por amor y no por la fuerza. Se
cuenta del venerable p. Fabricio de Asté, fundador
del Oratorio de Forli, que logró corregir, sin pala-
bras, a un padre de la misma Congregación, al cual,
por falta de hermanos, se le destinó a cuidar de la
puerta de la casa y, como encontró pesado el ofi-
cio de portero, al poco, arrebatado de impaciencia,
arrojó las llaves al suelo y abandonó el puesto. El
p. Fabricio fue a recoger las llaves y ejerció pun-
tualmente aquel oficio varios días, aunque era el
Prepósito y fundador de aquella Congregación;
confuso, finalmente, el primero reconoció su falta,
pidió perdón y volvió al oficio sin enojo. San Gre-
gorio decía: «Han de ver y respetar nuestra auto-
ridad y, la vez, reconocer e imitar nuestra humil-
dad».
Estima
de la virtud
VII. EN NUESTRA Congregación ha de ha-
cerse estima de la virtud y no de otra
cosa que no esté unida a ella. En el mundo se apre-
cian los dones naturales, la erudición, la ciencia,
que son las cosas que atienden más a la apariencia,
que tanto estiman los seculares; pero estas cosas por
sí solas no son tan apreciadas de la Congregación,
sino sobre todo «la virtud y con particularidad la
humildad, la simplicidad, la mortificación interior,
que es lo que hace a los hombres santos y ama-
dos de Dios». Nuestra Congregación, iluminada por
el Santo Padre, al aceptar a los sujetos, no tiene
en cuenta que sean nobles, o ricos, o muy doctos,
o muy prudentes, sino si son hombres de virtud,
deseosos y dispuestos a crecer en ella, y «si su ca-
beza, juicio y opinión se uniforman con los de la
casa y sean "como nacidos para formar parte de
ella"».
21 (113)
Desprendimiento
de la hacienda
VIII. PENSANDO en nuestro Señor, «que
se hizo pobre para enriquecernos
con su gracia», san Felipe decía: «Quien quiera
hacienda no tendrá jamás espíritu». Además: «Que
nunca aprovecharía el que de alguna manera estu-
viera poseído de la avaricia; y que tenía probado
por experiencia que más fácilmente se convertían
los hombres entregados a la sensualidad que los
avaros», y por esto llamaba a la avaricia «peste del
alma», san Pablo la llama «idolatría». Así, en el Ora-
torio todos deben trabajar para proveer al propio
sustento y al apostolado, y «querer el Paraíso, y no
la hacienda; almas para dar a Cristo, y no riquezas».
Desasimiento
del corazón
IX. EL DESASIMIENTO del corazón, para
formar parte de una familia que no surge
de la carne y de la sangre, sino del amor y segui-
miento de Cristo, el cual, a aquel que le dijo que su
madre y sus hermanos le estaban esperando fuera
de la puerta de la casa en que entonces se hallaba,
le respondió: «Todo el que hace la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos, es mi hermano y mi
hermana y mi madre». Los familiares verdadera-
mente espirituales lo comprenderán perfectamente;
porque «el que puede entender, entiende».
La castidad
X. COMPLEMENTA el capítulo anterior. Es
el gesto de la entrega total a Dios, para imi-
tar a Cristo, con la máxima libertad, y entrar en
comunión con él, aunque imperfectamente todavía,
pero de algún modo comenzando el cielo, mientras
la vida se va gastando por el Reino y el bien de las
almas. Es una opción pascual. También aquí, «el
que pueda entender, entienda».
Amor a la
Congregación
XI. LA MISMA sencillez del Oratorio llama
a que sea apreciado en sumo grado por
los que lo componen. La Congregación es como
22 (114)
una madre, que ha de ser amada. «Si faltara este
amor, se despreciarían sus reglas, se perdería la
estimación por los hermanos, se llegaría a acabar
malamente, como Judas, que llegó a vender a su
Maestro por un precio vilísimo». Pero también, sin
ser una empresa grande, es amada por los externos,
lo cual debe engendrar en todos sus súbditos sumo
respeto, una gran veneración y singularísimo amor.
Y «hay que pedir a Dios que el buen nombre de
la Congregación se conserve para gloria del Señor,
no para la nuestra».
Libertad y
perseverancia
XII. NO PODRÍA ser admitido lícitamente
en la Congregación quien fuera a ella
para pasar una temporada o incluso unos años y
luego ausentarse por la razón de que en ella no se
hace profesión de votos religiosos. Solamente pue-
den ser miembros los que, junto a las demás con-
diciones, «tienen el ánimo de permanecer en el
Oratorio hasta la muerte». Visto desde fuera, algu-
nos podrían juzgar con ligereza sobre la seriedad
de nuestra vocación. Estadísticamente no se da me-
nos perseverancia en nuestras casas que en las de
los religiosos; pero cuando por graves delitos o por
otras razones poderosas, un sujeto no conviene o no
se ve con ánimos de perseverar en nuestras casas,
existe la posibilidad de salir de la Congregación,
por propia voluntad, o de ser expulsado para de-
fender de mayores males a la misma Congregación.
Este es el sentido de la última de las "excelencias"
que se exponen en el libro. No obstante, los verda-
deros hijos de san Felipe, se dice desde los primeros
tiempos, «se conocen por la sepultura», es decir, si
perseveraron en su vocación hasta el fin.
Estos doce puntos resumen el contenido del li-
bro. Al proceder a su edición, el benemérito Ora-
torio de Chioggia añadió unas "reflexiones" del p.
Nicolás Fabri, que añaden valor a la obra.
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Oratorio secular
FORMACIÓN CRISTIANA
DE GENTE JOVEN
NIÑOS,
de 9 a 11 años:
Domingos, a la 1 del mediodía.
ADOLESCENTES,
de 12 a 17 años:
Viernes, a las 6,30 de la tarde.
También se les recomienda la participación
en la Eucaristía, a las 12 del mediodía,
y en las Vísperas cantadas,
a las 5,30 de la tarde,
los domingos y días festivos.
A PARTIR DEL DOMINGO 17 DE OCTUBRE
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
PL San Felipe Neri, 1. Apartado 162 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 9.10.93
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