Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 290.
SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1993 |
SUMARIO |
LAS COSECHAS recogidas,
las fiestas pasadas, |
las vacaciones casi para
todos más o menos |
gozadas, y comienza el
curso con lo que nos |
queda de otoño. Se
normalizan las actividades |
que habían alterado su
ritmo, se recupera el orden |
doméstico y también es la
hora de desperezarnos y |
avivar el espíritu. El
descanso habría sido una trai- |
ción a la vida si no le
sigue la voluntad decidida de |
hacer mejor lo de siempre.
Todo comienza otra vez, |
y el tiempo vuelve a ser
joven para enmendar lo que |
pudo ser imperfecto, y
proyectar hacia delante, con |
ilusión, lo que la
esperanza nos promete, cuando la |
pereza no rechaza creer en
ella. |
LA MEDITACIÓN |
CRISIS DE CONCIENCIA |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
LEER UN LIBRO Y TENER
HERMANOS |
LOS DOS MUNDOS |
BASE FUNDAMENTAL DE LA
RELIGIÓN |
«EXCELENCIAS DEL ORATORIO» |
1 (93) |
Tiempo de oración: |
LA MEDITACIÓN |
LA MEDITACIÓN es, sobre
todo, una búsqueda. En ella, el |
espíritu trata de
comprender el porqué y el cómo de la |
vida cristiana para
adherirse y responder a lo que el |
Señor pide. Para ello hace
falta una atención difícil, que es |
preciso disciplinar.
Habitualmente se hace con la ayuda |
de algún libro, que a los
cristianos no les falta: las santas |
Escrituras, singularmente
el Evangelio, las imágenes |
sagradas, los textos
litúrgicos del día o del tiempo, los |
escritos de los Padres
espirituales, las obras de |
espiritualidad, el gran
libro de la creación y de la |
historia, la página del
"Hoy" de Dios. |
Meditar lo que se lee
conduce a apropiárselo |
confrontándolo consigo
mismo. Aquí, se abre otro libro: el |
de la vida. Se pasa de los
pensamientos a la realidad. |
Según sea la medida de la
humildad y de la fe, se |
descubren los movimientos
que agitan el corazón y se les |
puede discernir. Se trata
de poner por obra la verdad |
para llegar a la Luz:
«Señor, ¿qué quieres que haga?». |
Los métodos de meditación
son tan diversos como |
diversos son los maestros
espirituales. Un cristiano debe |
proponerse meditar
regularmente; de lo contrario, se |
parece a una de las tres
primeras clases de terreno de la |
parábola del sembrador
(cf. Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un |
método no es más que un
guía; lo importante es avanzar, |
con el Espíritu Santo, por
el único camino de la oración: |
Cristo Jesús. |
Cat. Igl. Cat., |
(nn. 2705-2707) |
2 (94) |
Crisis |
de |
conciencia |
LO que llamamos
"crisis de fe" o "crisis religiosa" podría denominarse,
tal vez, |
con mayor exactitud,
"crisis de conciencia". Nos hemos esforzado en hacer la |
apología de la religión
con argumentos sobre las ventajas psicológicas que |
puede proporcionar a los
creyentes, o en la utilidad social de la moralidad de |
la que puede ver
fundamento, con el riesgo de que lo primero nos acercaría a la ena- |
jenación, a un
sentimentalismo consolatorio, o incluso al engaño, y lo segundo aca- |
bara en una reducción
política, que la historia se ha cuidado de señalar como la gran |
tentación de todos los
poderosos que han pretendido "ayudar a la Iglesia, y de |
los errores y males más
graves que ella ha padecido. La verdadera fe no hipoteca o |
aplaza las razones que
ahora no podemos entender, y tampoco el buen servicio de la |
moral se agota en la
esencia y bondad del fenómeno religioso. |
Podríamos suponer que en
esta época que llamamos crítica lo más urgente de- |
biera ser sacudir los
corazones y despertar y formar las conciencias, porque es ahí, |
en el fondo del ser
humano, en la conciencia, tal como la entendía Newman, donde |
claudica o se afirma la
respuesta libre del hombre a Dios, aun en el orden meramen- |
te natural, cuando nos
llama al bien ya su justicia divina, al amor y la felicidad, re- |
flejándose en el hombre,
que puede auscultarlo dentro de sí mismo, con voz que no |
puede ser acallada y luz
que no se puede sofocar esta perceptible presencia intima |
de Dios, que es preciso
acoger, y modular la propia vida para convertirla en una |
respuesta digna de él,
«que habla lo mismo a buenos que a malos», como dice san |
Agustín. |
La conciencia, antes que
nada, es "conocimiento" de la presencia divina, es |
un saber intimo que obliga
ante Dios, de modo ineludible; saber soberano al que |
ningún poder creado puede
sobreponerse. Por eso, el bien y el mal moral son siem- |
pre interiores, y quien
puede juzgar de su íntima razón sólo es Dios. Pero esa gran- |
deza tiene también su
debilidad, porque la ignorancia, unas veces culpable y otras |
invencible, y, sobre todo,
las propias pasiones pueden deformarla y falsificarla. En |
3 (95) |
muchos curos, existe una
astucia que parecería infantil a no fuere pecado, la cual |
tiende a ocultar lo que
compromete demasiado, o a deformar lo que nos acusaría, si |
la falta de honradez no
porfiara, como «el padre de la mentira», en sostener a me- |
nudo el engaño interesado
o la autosugestión que la vanidad sugiere. La conciencia |
recta se desarrolla si se
protege con el amor a la verdad que esencialmente quiere y |
debe ser en sí misma
transparente, austera y libre. Cuando esto no se da, y aunque |
desde fuera se pretenda
reparar tal ausencia con multiplicidad de preceptivas, éstas |
acaban mecanizando lo que
llamamos bien y mal, la referencia a Dios se torna en |
fría y abstracta y lo que
debiera ser religiosidad sincera no pasa de decencia con- |
vencional, ceñida e
interesada, y al fin hipócrita y farisaica. Y la fe cultura, la virtud |
vanidad, y el sucedáneo de
la sensiblería se disfraza de amor. El hombre se olvida |
de que es hijo de Dios,
aunque lo repita con los labios. |
Por esto, la que llamamos
crisis religiosa de nuestro tiempo tiene su remedio en |
la conversión hacia esa
relación filial del creyente con Dios. Una relación filial respe- |
tuosa, solicita, amante,
personalizada, que en verdad esté en el origen y sea la razón |
de todas las decisiones y
compromisos, sin cicaterías, en paz consigo misma, concreta, |
y libre para poder ser más
generosa. Sólo entonces fe y razón superarían el estadio |
de la mera religiosidad
natural y dejarían expedito el camino de la gracia y la santi- |
dad, a la que todos
estamos llamados. |
Oratorio secular |
INTRODUCCIÓN A LA FE
CRISTIANA |
CATEQUESIS |
PARA ADULTOS |
Y JÓVENES |
desde los 18 años |
Los sábados, a las 10,30
de la noche, |
A partir del día 23 de
octubre. |
4 (96) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
DESPRENDIMIENTO, ENTREGA Y
GOZO |
Ser desprendido es estar
libre de |
todos los lazos que atan
el alma a |
la tierra, no depender de
nada que |
sea de este mundo, no
apoyarse en |
cosa temporal alguna; es
no preo- |
cuparse en absoluto de lo
que los |
demás puedan pensar o
decir de |
nosotros, ni de lo que nos
hagan; |
es hacer nuestra tarea
simplemen- |
te porque es nuestro
deber..., sin |
preocuparnos de las
consecuencias; |
es no tener en cuenta la
reputación, |
el honor, la fama, las
oportunida- |
des favorables, las
comodidades, |
los afectos humanos, ni
ninguna |
otra cosa, cuando el
cumplimiento |
de una obligación
religiosa conlle- |
ve el sacrificio de todo
ello. (Dis- |
puesto a venderlo todo
para com- |
prar la perla de gran
valor. H. S. |
III, 130). |
Ella se dio cuenta de que
había |
una belleza superior a la
manifes- |
tada por el orden y la
armonía del |
mundo natural, y una paz
más se- |
rena y profunda que la
proporcio- |
nada a por el ejercicio
intelectual o |
por el más puro amor
humano. |
Entonces empezó a entender
aque- |
lla actitud sobrenatural
que tanto |
le había sorprendido en
sus amigos |
cristianos. Comprendió que
esta- |
ban desprendidos del
mundo, no |
porque no poseyeran bienes
o no |
sintieran amor natural
hacia ellos, |
sino porque tenían una
bendición |
más alta, que amaban por
encima |
de cualquier otra cosa.
(Debemos |
tener un sentido recto de
los valo- |
res. Call., 327). |
Debo decirlo lisa y
llanamente, |
por poco realista que
pueda pare- |
cer: las comodidades de la
vida son |
la causa principal de
nuestra falta |
de amor a Dios; y por
mucho que |
nos lamentemos y luchemos,
no |
venceremos hasta que no
aprenda- |
mos a prescindir de ellas
suficien- |
temente... Una vida
tranquila y |
fácil, el disfrute
ininterrumpido de |
los bienes de la
Providencia, buena |
comida, buenos vestidos,
hogares |
bien instalados, los
placeres de los |
sentidos, el sentimiento
de seguri- |
dad, la satisfacción que
proporcio- |
na la riqueza: todas estas
cosas, y |
otras parecidas, si no
tenemos cui- |
dado, obstaculizarán los
senderos |
del alma. (Necesidad de la
abnega- |
ción. P.S. V, 337). |
¿Qué es, pues, lo que nos
falta a |
los que profesamos la
religión? Lo |
repito: la disposición
para ser cam- |
biados, la disposición
para consen- |
tir que Dios todopoderoso
nos cambie {1}. |
5 (97) |
No nos gusta desprendernos
de |
nuestro hombre viejo...
Pero cuan- |
do alguien se presenta
ante Dios |
para pedirle la salvación,
entonces, |
lo esencial para una
conversión |
auténtica es la entrega de
sí mismo, |
una entrega incondicional
y sin |
reservas. (Dios se da a
los que lo |
dejan todo por él. P.S. V,
241). |
Un acto pequeño hecho por
amor |
a Dios en contra de
nuestras incli- |
naciones primarias, aunque
sólo |
sea de carácter pasivo o
de simple |
aceptación de la realidad,
como |
aguantar un insulto,
afrontar un |
riesgo, renunciar a una
ventaja, tie- |
ne un peso frente al cual
la profe- |
sión verbal no es sino
polvo y paja. |
(Los hechos hablan con más
fuerza |
que las palabras. U. S.,
93). |
La tristeza no forma parte
del ca- |
rácter cristiano; el
arrepentimiento |
sin amor no es auténtico;
la morti- |
ficación que no esté
dulcificada por |
la fe y la alegría no es
aceptable. |
Debemos vivir a la luz del
sol, aun |
cuando estemos tristes;
debemos |
vivir en la presencia de
Dios y no |
encerrarnos en nuestros
corazones, |
aunque consideremos
nuestros pe- |
cados pasados. (Nuestra
tristeza se |
convirtió en alegría. P.S.
V, 271). |
Las profundidades del
océano, las |
vastas masas de agua que
circun- |
dan la tierra están tan
silenciosas |
y tranquilas en la
tempestad como |
en la calma. Lo mismo
sucede con |
las almas de los santos.
Éstos tienen |
un manantial de paz
insondable |
que brota en su interior;
y aunque |
los contratiempos del
momento |
pueden hacer que parezcan
agita- |
dos, sin embargo, no lo
están en |
sus corazones. (La
serenidad inte- |
rior, fuente de fortaleza
para el |
verdadero cristiano. P. S.
V, 69). |
El cristiano posee una paz
profun- |
da, silenciosa y
escondida, que el |
mundo no ve... Lo que él
es cuan- |
do se encuentra solo con
Dios: he |
aquí su verdadera vida. Es
capaz |
de soportarse a sí mismo.
Puede |
alegrarse en el mismo, si
podemos |
hablar así, puesto que la
gracia de |
Dios está en su interior:
es la pre- |
sencia del Consolador
eterno lo |
que le da alegría. Es
capaz de estar |
consigo mismo en todo
momento, |
y ello incluso le resulta
agradable |
—«nunca menos solo que
cuando |
estoy solo»—. Puede
recostar la ca- |
beza en la almohada por la
noche y |
reconocer ante la mirada
de Dios |
que no desea nada —lo
tiene todo, |
y en abundancia— que Dios
lo es |
todo para él y que no
posee nada |
que no le haya sido dado
por Dios. |
Es cierto que necesita ser
más agra- |
decido, más santo, más
celestial, |
pero pensar que puede
tener más |
no es para él motivo de
disgusto, |
sino de alegría. (El gozo
es un fru- |
to del Espíritu Santo.
Nadie nos lo |
podrá arrebatar. P. S. V,
69-70). |
6 (98) |
Leer un libro |
y tener hermanos |
EXISTE una religiosidad
que |
se podría confundir con la |
de las gentes sencillas y
hu- |
mildes, pero que se aleja
de la pu- |
reza y buen sentido de
ésta; una |
religiosidad con ribetes
mágicos, |
que persisten como restos
de paga- |
nismo, y la preocupación
por con- |
seguir, por medio de la
religión, |
ventajas en la tierra y,
para más |
tarde, un seguro de
eternidad. Cabe |
en ella poco amor o
ninguno, por- |
que lo impide el miedo a
Dios y el |
cálculo individualista por
la propia |
salvación, que se procura
mantener |
garantizada con la
observancia de |
mínimos morales y mínimas
y sólo |
simbólicas bondades y el
recurso |
repetidísimo a la eficacia
sacra- |
mental, cuando hay
pecados, aun- |
que con la duda de
suficiente |
arrepentimiento. Es una
religiosi- |
dad individualista, a
veces de ma- |
sas, pero sin comunión
fraterna, |
sin comunidad, o con una
concep- |
ción de la comunidad tan
genérica |
y diluida, o tan pequeña,
cuando se |
intenta concretarla, que
se convier- |
te en otro egoísmo,
meramente do- |
méstico o de clan grupal
de con- |
centración de intereses.
En esta re- |
ligiosidad se olvida la
respuesta del |
Señor a la pregunta de
quiénes eran |
su madre, sus hermanos y
sus her- |
manas. |
En nuestra época de
crecimiento |
rápido y multiplicación de
los me- |
dios y técnicas de
propaganda, de |
cambios sociales y crisis
de ideales, |
no faltan las tentaciones
para ha- |
cerse con fórmulas rápidas
y efica- |
ces para transformarlo
todo de la |
noche a la mañana. El
peligro exis- |
te incluso a la hora de
anunciar el |
Evangelio, cuando su
presentación |
se hace depender de esas
propa- |
gandas, capaces de lograr
cliente- |
las, pero no tanto de
convertir en |
hijos de Dios a seres
libres. La se- |
ducción puede conducir a
entusias- |
mos fanáticos, a fervores
pasajeros, |
sin alcanzar la conversión
de las |
7 (99) |
conciencias. Para evitar
estos ries- |
gos, cuando algún nuevo
redentor |
se levanta monopolizando
semejan- |
tes fórmulas, será preciso
contras- |
tar su estilo con el de
Jesucristo, |
todavía vigente. Será
necesario acu- |
dir a las palabras de
Jesús y a su |
ejemplo, que fue más que
palabra. |
Meditar sobre sus
actitudes frente |
al mundo de su tiempo,
tanto reli- |
gioso como civil, y
trasladar esta |
contemplación al nuestro,
como al- |
go que hay que asumir,
porque el |
ejemplo lo dejó para
nosotros, no |
para simple adorno de la
historia. |
Los verdaderos santos esto
hicie- |
ron. Nosotros tenemos las
mismas |
posibilidades y medios
para volver |
a la Palabra y, desde
ella, remover |
obstáculos a la propia
conversión |
y proyectarnos hacia la
construc- |
ción de la hermandad que
permite |
vivirla en todo su
sentido. |
San Felipe Neri, en una
época |
también convulsionada por
grandes |
novedades ―la
invención de la im- |
prenta, el movimiento
renacentista, |
la conquista del Nuevo
Mundo...— |
y la urgente necesidad de
reformar |
la Iglesia, volvió la
vista a los pri- |
meros mártires, en la Roma
que |
guardaba sus reliquias.
Siendo lai- |
co, compaginó una profunda
vida |
de lectura meditada,
oración y |
estudio con la actividad
caritativa |
y catequística, sin
aparentes ten- |
siones ni alardes de
activismo, pero |
con orden y constancia.
Una vez sa- |
cerdote, recibido en plena
madurez |
de su personalidad
cristiana, tuvo |
mejor posibilidad de
alentar a otros |
en la oración que partía,
principal- |
mente, de la lectura de la
Palabra |
de Dios y el recuerdo de
los santos. |
No se sentía atraído por
empresas |
grandiosas, de las que
solía des- |
confiar, sino que insistía
en lo coti- |
diano y la perseverancia.
Leer el |
Evangelio, las cartas de
san Pablo, |
vidas de santos, poesías
místicas, |
cartas de los primeros
misioneros... |
En ello consistía lo que
vino en |
llamarse il ragionamento
sopra il |
libro. Y eso, todos los
días. Por es- |
ta razón y fidelidad a los
oríge- |
nes del Oratorio, se ha
dado siem- |
pre tanta importancia en
nuestra |
Congregación y apostolado
a la |
Palabra explicada
familiarmente, |
y a la repetición del
consejo de san |
Felipe de leer libros que
comiencen |
con S de santo. La lectura
comen- |
tada y meditada
sosegadamente, |
en grupo, ayuda a formar
comuni- |
dad, convoca en la caridad
y aviva |
la convicción de la
presencia del |
Señor en medio de quienes
se reú- |
nen en su nombre, en
abrazo de fe. |
Esto se hacía y
recomendaba en |
un tiempo en que los
libros eran |
escasos y caros, en los
albores de |
la imprenta. En nuestros
días, esta |
escasez no existe, aunque
sí, en la |
relativa abundancia, el
peligro de |
seguir modas o convertir
la posibi- |
lidad de la lectura en
satisfacción |
vana de la curiosidad o en
otra |
8 (100) |
vertiente del consumo.
Siempre nos |
será útil el consejo de
quien nos |
guíe espiritualmente, para
que la |
lectura espiritual nos sea
provecho- |
sa. Esta lectura personal,
si se hace |
pausadamente, dejando que
la con- |
ciencia se detenga en las
ideas y |
sentimientos que suscita,
exami- |
nándose uno mismo con
disposición |
de sinceridad
―humildemente, |
decía san Felipe―,
ayuda a co- |
nocerse mejor y a la
conversión |
progresiva del alma,
evitando la |
autocontemplación y la
farisaica |
complacencia de creerse ya
sufi- |
cientemente instruido y
perfecto. |
No es raro comprobar
demasiado |
a menudo, entre personas
que pa- |
san por cultas, incluso
universita- |
rios, el desnivel que
existe entre los |
conocimientos que han
adquirido |
en otros campos y la
ignorancia |
que siguen arrastrando en
materia |
de religión. Quienes a
tiempo lo |
reconozcan podrán
decidirse a re- |
mediarlo, si son humildes.
Pero |
cuando el lustre del saber
humano |
les barnice de apariencia
de cultos, |
tratarán de librarse de
complejos |
despreciando la religión,
cuyo des- |
conocimiento querrían
disimular. |
Otros, todavía con la idea
de que |
la religión es sólo un
complemento |
de la vida, como elemento
morali- |
zador, conveniente para
ciertos ac- |
tos de sociedad,
prescindirán en la |
práctica de ella si no les
sirve de |
promoción. Por
sentimentalismo o |
creer. |
y limpios ideales, y que
más bien |
escrúpulo admitirán o
cumplirán |
pequeñas concesiones
simbólicas, |
las cuales les
autocomplacen o de- |
coran frente a los demás,
acostum- |
brados a pasar siempre por
alto |
cuanto les parece poco
rentable. A |
pesar de lo cual puede que
insistan |
en que tienen fe en Dios,
pero ha- |
bría que preguntarles en
qué dios |
Leer libros y tener
hermanos, |
decíamos al comenzar estas
líneas. |
Para un cristiano, la
hermandad |
es la comunidad de fe. Es
posible |
que hoy no sea tan fácil
integrarse |
en una verdadera comunidad
que |
pueda llamarse cristiana
sin falsifi- |
cación de este nombre. El
mundo, |
como siempre, pero de modo
muy |
particular en nuestro
tiempo, no |
ayuda precisamente a la
integra- |
ción de muchos para un fin
e idea- |
les que no coincidan con
intereses |
realizables en el tiempo,
y deprisa. |
El hombre moderno está
siempre a |
punto de padecer la
masificación |
que le despersonaliza. Y
aunque se |
hable continuamente de
cantidades |
y se presuma construyendo
y com- |
parando estadísticas que
confunden |
el número con la bondad,
dejan al |
hombre en su soledad, a no
ser que |
el engaño de la seducción
le man- |
tenga en vilo de
fanatismos que no |
tienen que ver con los
verdaderos |
desvían de ellos,
enajenando las |
conciencias y atrofiando y
desvir- |
9 (101) |
tuando la capacidad para
el bien, |
que Dios puso en todos.
Los hom- |
bres nunca han sido tantos
ni nun- |
ca han estado tan solos.
Puede |
suceder que la reacción
ante esta |
realidad sea, para
algunos, el en- |
cerramiento en el propio
egoísmo, |
o el reducir a tan pequeña
dimen- |
sión el ideal de comunidad
cristia- |
na que ésta no llegue a
superar el |
concierto miserable de
unos cuan- |
tos egoísmos blindados que
respon- |
dan al interés de sólo
unos pocos, |
encerrados en el mismo
clan do- |
méstico o grupal. |
Se trata de formar parte
de una |
comunidad que ayude a
descubrir |
y vivir de la presencia de
Cristo, |
en medio de ella, por una
fe com- |
partida; una comunidad que
no sea |
una sociedad anónima, ni
una co- |
lectividad organizada al
estilo de |
las multinacionales, que
existen |
para finalidades e
intereses econó- |
micos, políticos o de
clase y casta. |
Una comunidad, para que
pueda |
llamarse cristiana, ha de
preferir |
las realidades
espirituales y eter- |
nas a las temporales e
interesadas. |
Una tal suerte de
comunidad, es |
cierto, no puede partir de
un su- |
puesto ya plenamente
logrado; pero |
sería un grave error
pretender cons- |
truirla desde la renuncia
previa a |
la plenitud ideal,
sinceramente an- |
helada y perseguida con
buena |
voluntad y constancia.
Tampoco |
bastaría la mera reducción
a una |
disciplina moral
desvinculada de |
la fe precedente, de la
cual la vida |
entera debe ser respuesta.
Fe que |
ha de superar las
categorías huma- |
nas, los valores meramente
tempo- |
rales, aunque no los
destruya ni |
elimine, pero sin que este
matiz |
suponga ninguna rebaja a
las exi- |
gencias del bautismo
cristiano, o |
discipulado de Cristo. Hay
un par |
de frases en la Biblia que
los cris- |
tianos debiéramos llevar
prendidas |
en nuestro pensamiento:
Amarás al |
Señor, tu Dios, con todo
el cora- |
zón, con toda el alma, con
todas las |
fuerzas (Dt 6, 5). Y estas
otras pa- |
labras del Evangelio,
cuando el Se- |
ñor, mirando a los que
tenía cerca, |
dijo: Mi madre y mis
hermanos son |
los que escuchan la
palabra de Dios |
y la cumplen (Lc 8, 21).
En la vida |
eterna sólo serán
relevantes, entre |
las relaciones humanas de
este |
mundo (familia, vecinos,
amigos, |
patrias y culturas),
aquellas en las |
que se cumplan estas dos
senten- |
cias. |
Descendiendo a lo
práctico, es |
evidente que, dada la
limitación |
del hombre, una comunidad
cris- |
tiana debe comenzar a
partir de lo |
concreto, y lo concreto,
cuando es |
auténtico, siempre parte
desde la |
humildad. Lo concreto no
quiere de- |
cir cerrado, sino opuesto
a las gene- |
ralizaciones y
abstracciones enga- |
ñosas que remiten
constantemente |
a la teoría y distraen de
la verdad |
10 (102) |
y constancia en los
propósitos de |
bondad. La Iglesia, la
comunión de |
los fieles con Dios, por
medio de |
Jesucristo, en su
Espíritu, no es un |
sol, sino una constelación
de cons- |
telaciones. Una comunidad
debe ser |
una constelación de
fieles, que se |
conocen, se tratan, se
quieren y se |
ayudan a crecer como hijos
de Dios, |
abiertos a todo el bien
que, con su |
testimonio de fe y de
generosa en- |
trega de caridad, quieren
llevar |
nuevos hermanos al Padre
común, |
no desde la seducción, ni
de la im- |
posición, ni de la
propaganda ma- |
sificadora y destructora
de la liber- |
tad, sino desde la fe
formada, |
Seguramente que a todos
nos fal- |
ta mucho para poder
alcanzar esa |
capacidad de integración
comuni- |
taria cristiana. Se trata
de querer |
ser hermanos, de
merecerlo, y de |
ver en los demás
―aquellos que la |
providencia nos pone
cerca― tam- |
bién a hermanos; se trata
de ser |
respetuosos y sencillos, y
generosos |
para olvidarnos de buscar
el pro- |
pio consuelo, y de
agradecer el bien |
espiritual, la ocasión de
practicar |
las virtudes, el recibir y
el darnos, |
caminando juntos con el
Señor, y |
tratar de descubrir los
signos de su |
beneplácito en todo cuanto
sucede |
y nos sucede, sin decaer
en nues- |
tra esperanza de bien y en
el deseo |
de hacerlo a los demás,
limpios de |
sectarismos. Tener
presente a Dios, |
pero hablar más a Dios de
nuestros |
hermanos que a nuestros
herma- |
nos de Dios. No hay que
pontifi- |
car. |
Y ser constantes, sin
transfuguis- |
mos caprichosos, pasando
de un |
lugar a otro, en busca de
consuelos |
o admiraciones, o, peor,
para eludir |
el compromiso de la
perseveran- |
cia y la dependencia cada
uno de |
todos. |
Una comunidad fundada
sola- |
mente sobre la simpatía,
el interés |
o la conveniencia no sería
cristia- |
na. Como tampoco sería
cristiana |
una idea de Iglesia
entendida como |
sociedad de servicios para
el alma |
y los sacerdotes unos
empleados o |
burócratas espirituales. |
Ya se ve que, para formar
una |
verdadera comunidad
cristiana, no |
se puede prescindir de la
fe y de la |
oración. La Iglesia, por
medio de |
la liturgia, nos ayuda a
conseguir- |
lo, porque, como ha dicho
el Con- |
cilio, «ninguna comunidad
cristia- |
na se edifica si no tiene
su raíz y |
quicio en la celebración
de la santa |
Eucaristía, por la que
debe comen- |
zarse, consiguientemente,
toda edu- |
cación en el espíritu de
comunidad» |
(PO, 6). |
Tan noble es la virtud de
la caridad que no constriñe: |
es lazo de libertad que se
hace fiel en el amor.- R. Llull |
|
11 (103) |
LOS DOS MUNDOS («THE TWO
WORLDS») |
«THE TWO WORLDS».— J. H.
Newman |
Unveil, O Lord, and on us
shine | Señor, aparta el velo que te oculta |
In glory and in grace; | y
resplandece en gloria y gracia; |
This gaudy world grows
pale before | harás palidecer el bello mundo que tenemos |
The beauty of Thy face. |
cuando aparezca la hermosura de tu rostro. |
| |
Till Thou art seen, it
seems to be | Mientras no te veamos, en la tierra |
A sort of fairy ground, |
persisten hechizados |
Where suns unsetting light
the sky, | los soles sin ocaso iluminando el cielo |
And flowers and fruits
abound. | y el exceso de flores y de frutos. |
| |
But when Thy keener, purer
beam | Mas cuando un solo rayo puro de tu luz |
Is pour'd upon our sight,
| irrumpe en nuestros ojos, |
It loses all its power to
charm, | desaparece toda seducción mundana |
|
|
12 (104) |
|
Its noblest toils are then
the scourge | Aquí nos quedan los azotes, las fatigas nobles |
Which made Thy blood to
flow; | que hicieron derramar tu sangre; |
Its joys are but the
treacherous thorns | sus alegrías convertidas en espinas traicioneras |
Which circled round Thy
brow. | que coronaron de dolor tu frente. |
| |
And thus, when we renounce
for Thee | Y así, cuando por ti nos desprendemos |
Its restless aims and
fears, | de los afanes y temores de esta vida, |
The tender memories of the
past, | de las nostalgias del pasado |
The hopes of coming years,
| y la inquietud del tiempo que nos viene, |
Poor is our sacrifice,
whose eyes | bien pobres nos parecen las renuncias, |
Are lighted from above; |
iluminados desde lo alto: |
We offer what we cannot
keep, | tan sólo hemos podido hacer ofrenda |
What we have ceased to
love. | de lo que era imposible retener, |
|
13 (105) |
Base fundamental |
de la religión |
HAY que leer libros que
nos |
instruyan sobre Dios y las |
cosas santas, pero sin
olvi- |
dar el aserto de san
Felipe Neri |
de que «se aprende más
sobre Dios |
en la oración que en los
libros de |
teología». Conocemos, no
obstan- |
te, el amor que él mismo
tenía para |
los libros, hasta el punto
de que, |
cuando joven y estudiante,
creyó |
que el afecto era
inmoderado, y se |
quiso desprender de ellos
vendién- |
dolos y dando su importe a
los |
pobres. Más tarde, su
apostolado |
tenía siempre «el libro»
por base |
de instrucción y de tema
para la |
oración en común con el
grupo |
que reunía, el Oratorio.
También |
nos consta el celo con que
insistió |
en hacer estudiar a sus
discípulos |
que eran capaces de
adquirir una |
instrucción para luego
dedicarse |
mejor al apostolado. |
Felipe quería decir que la
cien- |
cia, aunque sea sobre
Dios, sin ora- |
ción, acaba en pedantería
que con- |
duce al fariseísmo. Pero
la oración |
ayudada por la ciencia
profundiza |
mejor en los misterios
divinos. Sin |
embargo, será siempre
verdad que |
una persona sin grandes
estudios, |
o incluso analfabeta, si
no se halla |
en ese estado por
negligencia, y es |
humilde de corazón,
llegará a tener |
un conocimiento y
experiencia de |
Dios y amistad con él, por
medio |
de la oración bien hecha,
que su- |
perará la de los teólogos
tibios y, |
sobre todo, a los
satisfechos y me- |
ramente teóricos de Dios. |
Todo lo cual nos dice con
qué |
espíritu hemos de
dedicarnos a leer |
libros de cosas santas y a
estudiar |
a Dios, ojalá lo hagamos
con orden |
y sistemáticamente, sin
olvidar ja- |
más que él aborrece la
soberbia e |
ilumina y se comunica con
los hu- |
mildes de corazón. |
La oración es fundamental
en |
todo acto de religión.
Desde Abra- |
ham hasta Jesucristo, la
historia |
de la salvación es una
cadena de |
plegarias de profetas y
santos que |
tratan con Dios. Con razón
podría- |
mos llamar al cristianismo
«la re- |
ligión de la oración».
Nada tendría |
sentido sin ella: nos
relaciona per- |
sonalmente con Dios, nos
abre a |
14 (106) |
los hermanos, se convierte
en res- |
piración de la comunidad
y, en ella, |
converge el latido de
todos en el |
culto de alabanza y acción
de gra- |
cias al Señor de las
misericordias. |
Cuando se bautiza a un
catecúme- |
no, se le presenta la fe,
en el Credo, |
y se le enseña la oración
del Padre- |
nuestro. Es más que un
símbolo, y |
los mayores ―padres
y padrinos— |
tienen el deber
inexcusable de ir |
enseñando a sus hijos o
ahijados |
espirituales a rezar, a
tratar con |
Dios, desde la sencillez
que con- |
viene a la primera edad
hasta el |
progreso, día tras día,
que alcance |
el nivel que para otros
aspectos de |
la vida procuramos a los
que que- |
remos bien. Hay que rezar
en la |
familia, ante todo, sin
despachar |
irreverentemente unas
fórmulas |
rutinarias, para después
pasar a la |
comunidad eclesial a la
que se per- |
tenece, la liturgia, y
participar no |
como meros asistentes o
espectado- |
res, de cumplimiento
—"cumplo" |
y "miento",
decía un obispo—, |
sino con los corazones
abiertos a |
la fraternidad a la que
Cristo nos |
convoca y que él mismo
preside, |
como en un ensayo del
cielo que |
nos espera. |
Newman decía que un
«cristiano |
valía, como tal, según lo
que valie- |
ra su oración». Y lo mismo
pode- |
mos decir de una familia
que se |
quiera llamar cristiana, y
de una |
asamblea o comunidad. |
NEWMAN |
Y LA CONCIENCIA. |
Hay dos modos de |
entender la conciencia: |
uno, como una especie de |
propiedad, como un gusto |
propio por hacer esto o |
aquello; otro, como el eco |
de la voz de Dios en |
nosotros. Y todo depende |
de esta distinción: el |
primero de ellos es ajeno
a |
la fe; el segundo, la |
confiesa. |
S. N., 327. |
Cuando uso la palabra |
«conciencia», no le doy el |
sentido de una fantasía o |
de una opinión, sino como |
la obediencia responsable |
a la voz divina que habla |
dentro de nosotros. |
Diff. II, 255. |
La conciencia es el primer |
Vicario de Cristo. |
Diff. II, 248 |
15 (107) |
"EXCELENCIAS DEL
ORATORIO |
DE SAN FELIPE NERI" |
CON el título de I Pregi
della Congregazione |
dell'Oratorio di San
Filippo Neri, un pres- |
bítero del Oratorio de
Savigliano (probable- |
mente el padre Giovan
Agnelli, amigo del beato |
Sebastiano Valfrè)
compuso, a principios del siglo |
XVII, un tratado
sistemático de la espiritualidad |
oratoriana, pensado
seguramente para una lectu- |
ra espaciada y en común,
cuyo libro ha pasado |
a ser un clásico de la
tradición filipense. El autor |
oculta su nombre, pero
declara que se decidió a |
desarrollar un pequeño
resumen precedente, insta- |
do por la obediencia.
Circuló como manuscrito |
hasta que el Oratorio
italiano de Chioggia lo dio |
a la imprenta en 1825. A
esa edición tuvo acceso |
John Henry Newman, recién
convertido al catoli- |
cismo, cuando se preparaba
en Roma para la fun- |
dación del Oratorio en
Inglaterra. |
La "Idea" |
del Oratorio |
en Newman |
La "idea" de la |
obra de san Felipe que él
debía adaptar al contexto |
inglés la extraería del
estudio de las Constitucio- |
nes originales (aprobadas
por Pablo V, en 1612) y |
del libro de las
"Excelencias" o Pregi, como se des- |
prende por el número de
veces que recurría a esta |
obra, en pláticas y
escritos dirigidos a sus herma- |
nos de comunidad. Se
alegraría mucho cuando, en |
1881, pudo hacerse una
edición inglesa, de gran |
utilidad para oratorianos
y devotos de aquel país: |
The Excellences of the
Congregation of the |
Oratory of St Philip Neri. |
16 (108) |
Aunque merecería más
dilatado comentario, |
ahora nos ceñiremos a poco
más que a la visión |
resumida de los doce
capítulos que forman el con- |
tenido de este libro, cada
uno de los cuales consti- |
tuye la apología de otras
tantas "excelencias". |
Oratorio |
y oración |
I. LA PRIMERA de estas
excelencias, como no |
podía ser de otro modo,
consiste en el fin de |
nuestra vocación: oración,
administración de los |
sacramentos, predicación
de la Palabra. La oración |
o trato afectivo con el
Señor, de lo que nos dio |
ejemplo extraordinario san
Felipe, tanto en su vida |
de seglar como cuando ya
era sacerdote. Recurre |
al testimonio de
Consolino, discípulo predilecto de |
Felipe, para hacer
hincapié en la fidelidad del tra- |
to con Dios, con una
libertad interior que supera |
la estrechez de cualquier
método, para expresar |
más amor a Dios. Oración
vocal, meditación, jacu- |
latorias, el oficio divino
y, por encima de todo, «la |
obediencia y la caridad,
que siempre deben tener |
en el Oratorio el primer
lugar». En este contexto |
es donde viene una frase a
la que Newman recurre |
más de una vez: «El que
quiere vivir a su modo no |
es bueno para la
Congregación». |
Sacramentos |
En cuanto a la
administración de los sacramen- |
tos, se refiere a dos de
ellos solamente: la Eucaristía |
y la Penitencia o
reconciliación. Los demás sacra- |
mentos se omiten porque
son más propios del mi- |
nisterio sacerdotal en
parroquias, que están fuera |
de la finalidad principal
y la naturaleza del Ora- |
torio. Sería incompleto lo
que se dice del oficio |
divino, todo él
convergiendo en la Acción eucarís- |
tica, si se prescindiera
de ésta, que es «el centro y |
quicio de toda comunidad
cristiana», como ha |
dicho el Concilio, y como
lo fue en el Oratorio |
original, que introdujo la
costumbre de la celebra- |
ción diaria e igualmente
de la participación de los |
fieles. En cuanto al
sacramento de la Confesión, no |
17 (109) |
solamente debe ser
entendido con las conversiones |
que Felipe y los suyos
obraron en Roma, rescatando |
de la vida pagana y de
pecado a muchos alejados |
de Dios, sino al cuidado
de las almas para ser con- |
ducidas al progreso en la
virtud por la dirección |
espiritual: contactos
personales, a conciencia abier- |
ta, para devolver a la
vida de cada fiel no ya la |
mera y egoísta asepsia de
pecado, próxima al fari- |
seísmo, sino el
crecimiento en el sentido evangélico |
de la santidad, tanto de
laicos como de los que el |
Señor llamara a una
entrega total y apostólica. |
Palabra |
de Dios |
Queda la predicación de la
Palabra, que en el |
Oratorio se ejercita
cotidianamente, lo cual no so- |
lamente instruye y sirve
de alimento a la oración, |
y hace conversiones, sino
que evita la reducción a |
un cierto sentido mágico
en las celebraciones sa- |
cramentales, «por la
palabra espiritual que sale del |
corazón y en el corazón es
recibida», con sencillez |
y humildad. |
Renuncia a |
dignidades |
II. LA SEGUNDA de las
"excelencias" del |
Oratorio es la separación
y renuncia no sólo |
a cualesquiera dignidades
seculares, sino también |
dentro de la estructura de
la Iglesia, «nisi Pontifex |
iubeat», pues nadie, en el
Oratorio, debe pretender |
ni procurar para sí o para
otros dignidad alguna. |
Por otra parte, deben
aceptarse los oficios internos |
de la Congregación, para
servicio de la misma y de |
los hermanos, con humildad
y obediencia a la co- |
munidad. |
Otras veces, desde estas
mismas páginas, nos |
hemos referido a este
tema, por lo demás reitera- |
damente confirmado en la
historia del Oratorio y |
de sus miembros. Podríamos
tomar un ejemplo re- |
ciente ―que, por lo
tanto, no está en el libro que |
comentamos―, del
pontificado de Pablo VI, al ha- |
cer cardenal al último de
los filipenses que han |
vestido la púrpura, el
bresciano p. Giulio Bevilacqua {1}. |
18 (110) |
Es sabido que el papa
Montini, cuando era |
joven, frecuentaba el
Oratorio de Brescia y que |
agradeció siempre el bien
espiritual que allí pudo |
recoger. El p. Bevilacqua
era uno de sus grandes |
amigos y mentores. Una
vez, el papa lo llamó y le |
comunicó su intención. A
lo que el buen padre re- |
plicó: «¡Pero si yo puedo
hacer lo mismo sin nece- |
sidad de todo esto y
servir igualmente a la Iglesia!» |
Pero el papa le contestó
decidido del todo: «No, yo |
quiero que usted venga a
verme siempre que le lla- |
me, porque le necesito. La
gente que viera o supie- |
ra que me visita de
continuo, que se sienta a mi |
mesa y que me trata con
franqueza, murmuraría: |
pero nadie se sorprenderá
demasiado si quien viene |
a verme a menudo es un
cardenal. Y no me trate |
de Santidad" más que
en público; en privado, trá- |
teme de "tú" y
dígame Gianbattista, como siempre». |
Y hubo de aceptar. |
Supremacía |
de la caridad |
III. LA CARIDAD. Es la
reina de todas las |
virtudes, «que todo lo
unifica". Caridad, |
gozo, paz, paciencia. En
una comunidad donde se |
permanece hasta la muerte,
sin cambios a destinos |
nuevos, se multiplican,
más incluso que en las fami- |
lias naturales, las
ocasiones para la comprensión, |
el perdón, el auxilio, la
discreción, la comunión |
para las obras comunes de
apostolado, el gozo y el |
dolor compartido. Sobre
todo, si se atiende antes al |
bien interno, y no se va a
las obras exteriores, |
huyendo, bajo pretexto de
celo, de las propias y · |
domésticas. Si se logra
este ideal, dentro de casa |
parece el paraíso, y fuera
todo es resultado del tra- |
bajo y la entrega de
todos. |
La "racional" |
IV. «LA SANTIDAD del
hombre está en el |
espacio de tres dedos),
repetía el Santo, |
llevando la mano a la
frente. «La importancia de |
19 (111) |
la vida cristiana estriba
en mortificar la racional». |
Entendía por racional todo
vano discurso del en- |
tendimiento y porfía en
querer hacer la propia |
voluntad. De donde la
excelencia de preferir la |
mortificación interior a
las formas exteriores de |
penitencias corporales,
siempre sospechosas cuando |
se emprenden al margen de
la obediencia. Lo cual |
no excluye la moderación y
la austeridad en las |
cosas materiales,
alimentos, comodidades, gustos. |
Obediencia |
V. LA OBEDIENCIA no es una
peculiaridad |
del Oratorio, sino común a
todas las órde- |
nes y congregaciones
religiosas. Lo propio del Ora- |
torio está en que en él,
«tanto los padres como los |
hermanos, si bien no hacen
ningún voto como los |
religiosos, no ceden nada
en este punto, en la per- |
fección de la virtud, a
los que la profesan en los |
claustros, prometida con
la solemnidad de los votos, |
supliendo la falta del
voto con el amor y la volun- |
taria prontitud y
perfección en obedecer, sin que |
sean necesarias las
amenazas de pecado... Todos |
saben que la intención del
Santo Fundador era que |
cada uno de los suyos
obedeciera exactamente o |
saliera de la
Congregación». Lo demostró con el |
más querido de sus hijos
espirituales, Baronio. «La |
obediencia, además de ser
la guarda de todas las |
demás virtudes (s.
Bernardo), es el camino más cor- |
to del paraíso» (sta.
Teresa). Sin esta virtud «sería |
imposible la subsistencia
de una Congregación de |
hombres siempre libres
hasta la muerte». San Feli- |
pe decía que «para ser
verdadero obediente no |
basta cumplir lo mandado,
sino que es necesario |
hacerlo sin andar buscando
razones contrarias». |
Discreción |
y suavidad |
en el mando |
VI. COMO para compensar lo
que pudiera pa- |
recer demasiada exigencia
en lo que se |
dice en el precedente
capítulo, en éste se habla de |
la discreción, suavidad y
prudencia en el ejercicio |
20 (112) |
de la autoridad dentro de
la Congregación. El su- |
perior ha de mandar,
vigilar, amonestar y corregir, |
considerando su propia
fragilidad, para conseguir |
que todo se haga por amor
y no por la fuerza. Se |
cuenta del venerable p.
Fabricio de Asté, fundador |
del Oratorio de Forli, que
logró corregir, sin pala- |
bras, a un padre de la
misma Congregación, al cual, |
por falta de hermanos, se
le destinó a cuidar de la |
puerta de la casa y, como
encontró pesado el ofi- |
cio de portero, al poco,
arrebatado de impaciencia, |
arrojó las llaves al suelo
y abandonó el puesto. El |
p. Fabricio fue a recoger
las llaves y ejerció pun- |
tualmente aquel oficio
varios días, aunque era el |
Prepósito y fundador de
aquella Congregación; |
confuso, finalmente, el
primero reconoció su falta, |
pidió perdón y volvió al
oficio sin enojo. San Gre- |
gorio decía: «Han de ver y
respetar nuestra auto- |
ridad y, la vez, reconocer
e imitar nuestra humil- |
dad». |
Estima |
de la virtud |
VII. EN NUESTRA
Congregación ha de ha- |
cerse estima de la virtud
y no de otra |
cosa que no esté unida a
ella. En el mundo se apre- |
cian los dones naturales,
la erudición, la ciencia, |
que son las cosas que
atienden más a la apariencia, |
que tanto estiman los
seculares; pero estas cosas por |
sí solas no son tan
apreciadas de la Congregación, |
sino sobre todo «la virtud
y con particularidad la |
humildad, la simplicidad,
la mortificación interior, |
que es lo que hace a los
hombres santos y ama- |
dos de Dios». Nuestra
Congregación, iluminada por |
el Santo Padre, al aceptar
a los sujetos, no tiene |
en cuenta que sean nobles,
o ricos, o muy doctos, |
o muy prudentes, sino si
son hombres de virtud, |
deseosos y dispuestos a
crecer en ella, y «si su ca- |
beza, juicio y opinión se
uniforman con los de la |
casa y sean "como
nacidos para formar parte de |
ella"». |
21 (113) |
Desprendimiento |
de la hacienda |
VIII. PENSANDO en nuestro
Señor, «que |
se hizo pobre para
enriquecernos |
con su gracia», san Felipe
decía: «Quien quiera |
hacienda no tendrá jamás
espíritu». Además: «Que |
nunca aprovecharía el que
de alguna manera estu- |
viera poseído de la
avaricia; y que tenía probado |
por experiencia que más
fácilmente se convertían |
los hombres entregados a
la sensualidad que los |
avaros», y por esto
llamaba a la avaricia «peste del |
alma», san Pablo la llama
«idolatría». Así, en el Ora- |
torio todos deben trabajar
para proveer al propio |
sustento y al apostolado,
y «querer el Paraíso, y no |
la hacienda; almas para
dar a Cristo, y no riquezas». |
Desasimiento |
del corazón |
IX. EL DESASIMIENTO del
corazón, para |
formar parte de una
familia que no surge |
de la carne y de la
sangre, sino del amor y segui- |
miento de Cristo, el cual,
a aquel que le dijo que su |
madre y sus hermanos le
estaban esperando fuera |
de la puerta de la casa en
que entonces se hallaba, |
le respondió: «Todo el que
hace la voluntad de mi |
Padre, que está en los
cielos, es mi hermano y mi |
hermana y mi madre». Los
familiares verdadera- |
mente espirituales lo
comprenderán perfectamente; |
porque «el que puede
entender, entiende». |
La castidad |
X. COMPLEMENTA el capítulo
anterior. Es |
el gesto de la entrega
total a Dios, para imi- |
tar a Cristo, con la
máxima libertad, y entrar en |
comunión con él, aunque
imperfectamente todavía, |
pero de algún modo
comenzando el cielo, mientras |
la vida se va gastando por
el Reino y el bien de las |
almas. Es una opción
pascual. También aquí, «el |
que pueda entender,
entienda». |
Amor a la |
Congregación |
XI. LA MISMA sencillez del
Oratorio llama |
a que sea apreciado en
sumo grado por |
los que lo componen. La
Congregación es como |
22 (114) |
una madre, que ha de ser
amada. «Si faltara este |
amor, se despreciarían sus
reglas, se perdería la |
estimación por los
hermanos, se llegaría a acabar |
malamente, como Judas, que
llegó a vender a su |
Maestro por un precio
vilísimo». Pero también, sin |
ser una empresa grande, es
amada por los externos, |
lo cual debe engendrar en
todos sus súbditos sumo |
respeto, una gran
veneración y singularísimo amor. |
Y «hay que pedir a Dios
que el buen nombre de |
la Congregación se
conserve para gloria del Señor, |
no para la nuestra». |
Libertad y |
perseverancia |
XII. NO PODRÍA ser
admitido lícitamente |
en la Congregación quien
fuera a ella |
para pasar una temporada o
incluso unos años y |
luego ausentarse por la
razón de que en ella no se |
hace profesión de votos
religiosos. Solamente pue- |
den ser miembros los que,
junto a las demás con- |
diciones, «tienen el ánimo
de permanecer en el |
Oratorio hasta la muerte».
Visto desde fuera, algu- |
nos podrían juzgar con
ligereza sobre la seriedad |
de nuestra vocación.
Estadísticamente no se da me- |
nos perseverancia en
nuestras casas que en las de |
los religiosos; pero
cuando por graves delitos o por |
otras razones poderosas,
un sujeto no conviene o no |
se ve con ánimos de
perseverar en nuestras casas, |
existe la posibilidad de
salir de la Congregación, |
por propia voluntad, o de
ser expulsado para de- |
fender de mayores males a
la misma Congregación. |
Este es el sentido de la
última de las "excelencias" |
que se exponen en el
libro. No obstante, los verda- |
deros hijos de san Felipe,
se dice desde los primeros |
tiempos, «se conocen por
la sepultura», es decir, si |
perseveraron en su
vocación hasta el fin. |
Estos doce puntos resumen
el contenido del li- |
bro. Al proceder a su
edición, el benemérito Ora- |
torio de Chioggia añadió
unas "reflexiones" del p. |
Nicolás Fabri, que añaden
valor a la obra. |
23 (115) |
Oratorio secular |
FORMACIÓN CRISTIANA |
DE GENTE JOVEN |
NIÑOS, |
de 9 a 11 años: |
Domingos, a la 1 del
mediodía. |
ADOLESCENTES, |
de 12 a 17 años: |
Viernes, a las 6,30 de la
tarde. |
También se les recomienda
la participación |
en la Eucaristía, a las 12
del mediodía, |
y en las Vísperas
cantadas, |
a las 5,30 de la tarde, |
los domingos y días
festivos. |
A PARTIR DEL DOMINGO 17 DE
OCTUBRE |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1.
Apartado 162 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 9.10.93 |
24 (116) |
|