Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 291. NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1993
SUMARIO
LA LUZ de la fe, la fuerza invencible de la espe-
ranza y el amor a Dios resumen el sentido de
la vida para quien ha sido iluminado por Cris-
to y confía en él. Sin la fe, la muerte sería la
soledad de la nada; y sin la esperanza y el amor
―incluso el no correspondido en la tierra―, la vida
sería un absurdo. Pero nosotros hemos creído y
confiado en el amor y sabemos que, finalmente, se-
rá la plenitud de la verdadera Vida, en Dios.
TIEMPO DE ORACIÓN Y DE ESPERANZA
DESPUÉS...
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
PARA LA PARTICIPACIÓN LITÚRGICA
ENTREGARSE LIBREMENTE
HORA NOVISSIMA
LA NAVIDAD DEL ALMA Y NEWMAN
ÍNDICE DEL AÑO 1993
1 (117)
TIEMPO DE ORACIÓN
Y DE ESPERANZA
La vida sobre la tierra es como un sueño que aguarda el
despertar a otra existencia más plena. Vivimos en la
esperanza. Toda forma de oración es siempre esperanza. En
el cielo la oración será solamente contemplación plena de
Dios. Contemplarle admirados, agradecidos, felices. Hemos
sido creados para alcanzar esta capacidad. Aun a nivel
natural es posible tener, en la tierra, un principio de
contemplación de las cosas y fenómenos de la creación, y
también, imperfectamente, de Dios. Cuando recibimos su
gracia llevamos ya en nosotros la semilla de la gloria. La
gloria consistirá en admirarnos, agradecer y contemplar sin
sombras, sumergidos en el resplandor de vida, bondad
belleza divina. Nuestro estado temporal es sólo un ensayo
del eterno y glorioso, en la medida que tratemos aquí a Dios,
como Ser personal, fuente de vida y de todo bien. Nuestra
vida terrena, podemos decir con Newman, «vale lo que
valga nuestra oración»; también «la oración será el respirar
espiritual del alma», «si tenemos el hábito de la oración, es
decir, si rezamos siempre... y vemos a Dios en todas las
cosas». La oración es un cielo anticipado, porque «la oración
es el lenguaje del cielo» y, en último término, «somos
espirituales y no dependemos del tiempo ni del espacio»,
«esta vida es como un sueño». Nos conviene hacer caso del
consejo de san Felipe: «Es preciso subir al cielo en vida, por
la oración; porque quien no sube en vida al cielo
difícilmente lo conseguirá después de muerto».
2 (118)
Después...
CUANDO el alma se desnude del cuerpo y el "ahora" y "después" se confundan
en la eternidad, ya no habrá espacio para la esperanza, porque se tendrá todo,
y todo será espíritu que descansa en la posesión del Bien total. La aventura
divina de la encarnación del Verbo supone la humillación de Dios, pero, acto segui-
do, la exaltación de la santa Humanidad ungida por la Divinidad. Dios se hace her-
mano de los mortales, porque asume nuestra mortalidad, y con ello nos redime de
la verdadera muerte, que sería el pecado. La vida se legitima liberada del pecado,
único verdadero mal. Todo el drama del hombre consiste en esta dialéctica inevita-
ble, que se le presenta en la superficie del tiempo, entre el bien y el mal, y que es
capaz de vencer, creciéndose en el espíritu, receptivo de la gracia, en un desarrollo
que necesitará el espacio de la eternidad, cabe Dios, que se realiza anticipadamente
en Jesucristo, Hijo de Dios, y que se transmite al resto de la humanidad, hermanada
a Cristo. Cristo nace mortal, desde la vertiente de su naturaleza humana, pero su
destino ―«Y ahora, Padre, glorifica a tu Hijo, para que su gloria sea la tuya»... (Jn
17, 1)― es la total espiritualización, la resurrección gloriosa. Dios, que no tiene futuro
ni pasado, en Cristo tiene un "después" glorioso, que compartiremos todos, cuando
la fe nos alcance el "nacimiento para Dios", eso que el mundo llama impropiamente
"muerte".
Vivir es preparar este acontecimiento, esta vuelta a Dios, este definitivo encuen-
tro, «para siempre», dice san Pablo, con él. Se trata de vivir el "ahora" temporal
como si ya fuese el "después", asumiendo actitudes totales, desde la vida y frente a
la muerte. No es un desafío, sino una superación, por la fe y con la gracia. La sereni-
dad de los santos se apoyaba en esta sabiduría que alcanzaba el sentido de lo terreno
y lo superaba con lo celestial. Los santos han entendido que no hay "otra" vida, entre
Dios y nosotros, sino otro modo de vivirla, espiritualizados. Nuestra dimensión espi-
ritual es incorruptible, y ésta deja de ser un lastre de muerte cuando se nos termina
3 (119)
el tiempo. En el tiempo se mide lo material y sensible, pero se le escapa la inmorta-
lidad propia de lo espiritual.
San Felipe decía que es preciso, ya desde aquí, subir con el pensamiento al cielo,
y que el no hacerlo pone en peligro alcanzarlo después de la muerte. Newman com-
pletaba este pensamiento diciendo que quien no es santo en esta vida, aunque le
llevaran al cielo, se sentiría como un extranjero ante Dios y los santos, no entendería
nada, sería infeliz como quien se aburre. Para san Felipe, es santo el que siente que
tiene el alma limpia y está enamorado de Dios, y vivir le es una penitencia, porque
desea ardientemente estar con Dios, en el cielo... También decía que el hombre de
fe no es sorprendido por la muerte, porque Dios no asusta, ni la manda al verdadero
fiel sin que éste sea preparado misericordiosamente por la Providencia divina, para
que la entienda y espere como una liberación y como un premio a la fidelidad y al
amor: «No se puede describir, decía, la belleza de un alma que muere en gracia de
Dios, amando a Dios.
Es conocido de san Felipe Neri lo que todos sus biógrafos cuentan del joven
Francisco Zazzara, que más tarde entró en el Oratorio. El tal joven, estudiante de
Derecho, con grandes perspectivas de éxito profesional, fue a visitar al Padre, y éste,
atajándole mientras le hablaba de sus proyectos, le dijo: «Eres feliz, ya veo; ahora
estás estudiando, te doctorarás y empezarás a ganar dinero, te harás una posición,
tendrás familia, renombre, pero... ¿y después?» El joven quedó cortado. ¿Y después?
«Después me moriré». Insistió Felipe: «Y después»... El joven se echó a llorar. El
resultado fue que cambió de vida. No bastaba ser creyente, sino que tenía que pre-
parar su cielo, y se convirtió.
Cristo vivió siempre pendiente del regreso al Padre, con gran deseos. Hay que
preparar y rezar mucho para que este regreso sea feliz. La muerte es como un ladrón
para quien no la prepara; pero es una fiesta de bodas con Dios para quien comienza
ya, ahora mismo desde aquí, a amar o a querer amar a Dios, con todo el corazón.
Esta Congregación del Oratorio
no recibe ninguna clase de paga
o subvención del Estado
ni de ningún otro organismo.
Cumple sus fines
y sostiene sus obras apostólicas
con el trabajo de sus miembros
y las limosnas espontáneas de los fieles.
4 (120)
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
LA ORACIÓN DE LOS CRISTIANOS
Este hábito de rezar ―la oración
reiterada por la mañana, a medio-
día y por la noche― es un rasgo
característico del cristianismo an-
tiguo, tal como se deduce de la
Escritura: «Nuestra morada es ya
la del cielo» (Flp 3, 20). Con otras
palabras, no existía barrera, som-
bra ni objeto terrenal alguno que
se interpusiera entre el alma de los
primeros cristianos y su Salvador
y Redentor. (La oración es conse-
cuencia de creer en un Dios que
está presente. S. D., 281).
El cristiano atraviesa el velo de
este mundo y ve el mundo venide-
ro. Mantiene comunicación con él;
se dirige a Dios como un niño lo
hace con su padre, con una visión
limpia y una confianza pura; con
profunda reverencia, sí, con piado-
so temor y temblor, y, sin embargo,
con toda certeza y verdad. Como
dice s. Pablo, «sé en quién he creí-
do» (2Tm 1, 12), con la perspectiva
del juicio que lo hace sobrio, y con
la seguridad de la gracia presente
que le da alegría. (El descubrimien-
to del mundo invisible. P. S. VII, 211).
Es de sentido común que quien
no se haya acostumbrado al len-
guaje del cielo no estará prepara-
do para habitar en él. Es un caso
parecido al de los diversos modos
de hablar en este mundo: distingui-
mos perfectamente a un extranje-
ro de un nativo...; igualmente, el
e hábito de rezar, la práctica de po-
nerse de cara a Dios y al mundo
invisible en cada momento, lugar
y situación, dejando ahora a un
lado su efecto sobrenatural de ha-
cernos permanecer con Dios, tiene
lo que podríamos llamar un efecto
natural: espiritualizar y elevar el
alma. La persona ya no es la que
era antes; gradualmente, de una
forma imperceptible para ella mis-
ma, ha sido introducida en un con-
junto de realidades que no conocía
y ha asumido unos principios nue-
vos. (Efectos de la comunión con
Dios. P. S. IV, 229-230).
Hay mucha gente incapaz de en-
tender lo que supone una verdad
dogmática. No perciben la impor-
tancia que tiene creer o no creer
determinadas cosas. Alguna vez se
5 (120)
lo plantean y se deciden, creen
un día, sin embargo cambian de
parecer al día siguiente. Afirman
la verdad, pero a continuación la
abandonan. Están siempre llenos
de dudas... Los razonamientos no
los convencen. En realidad, no se
les puede convencer; están inca-
pacitados para comprender la ver-
dad. ¿Por qué? Porque el mundo
futuro no es una realidad para
ellos. Existe sólo en su mente en
forma de determinadas conclusio-
nes que se deducen de determina-
dos razonamientos. No es sino una
inferencia, y no puede ser nada
más, no puede hacerse presente a
su espíritu, a no ser que actúen en
lugar de discutir. (Somos salvados
por la fe, no por los argumentos. P.
S. IV, 231)
Todo el que tenga algún conoci-
miento del Evangelio sabe que el
precepto de orar es uno de los
mandatos que en él se contienen;
no todos, sin embargo, han repara-
do en la clase de oración que sus
predicadores inspirados prescriben
con más insistencia... Pues, aunque
la oración por uno mismo es el
primero y el más sencillo de los
deberes cristianos, los Apóstoles in-
sisten, sobre todo, en otro tipo de
oración: la oración por los demás,
por nosotros mismos junto con los
demás, por la Iglesia, por el mun-
do, para que sea atraído hacia la
Iglesia. La intercesión es el dis-
tintivo del culto cristiano. (En la
oración expresamos nuestro amor
por los demás y rogamos por sus
necesidades. P. S. III, 350).
Los cristianos no podían mantener
correspondencia ni asociarse entre
ellos, pero sí podían rezar los unos
por los otros. Incluso sus plegarias
públicas tenían este carácter de
intercesión, pues orar por toda la
Iglesia era rogar por todos los ór-
denes y personas que la compo-
nían. La Iglesia fue fundada sobre
la oración. (La virgen María y los
Apóstoles perseveraban en la ora-
ción con un mismo espíritu. Diff. II,
69)
A menudo oímos decir que la ver-
dadera forma de servir a Dios es
servir al hombre, como si la reli-
gión consistiera meramente en rea-
lizar bien nuestro papel en la vida,
y no en la fe personal, la obedien-
cia y la adoración. ¡Qué diferente
es el espíritu de la oración del Se-
ñor! El mal amenazante en torno
al fiel, enemigos y perseguidores
en su camino, la tentación siempre
próxima, la petición de auxilio
cada día, el pecado que hay que
expiar, la voluntad de Dios en el
corazón, el nombre de Dios en los
labios, el reino de Dios en la espe-
ranza: ésta es la visión que nos da
de un cristiano. (La oración del Se-
ñor, resumen de todo el Evangelio.
S. D., 289).
6 (122)
SANTIDAD E INFLUJO PERSONAL
Es conocido el ejemplo de aquel
santo de los primeros siglos (san
Agustín) que, aun cuando antes de
su conversión se había dado cuenta
de la excelencia de la pureza, en
su oración sólo alcanzaba a decir:
«Concédeme la castidad, pero to-
davía no». No seré tan ligero como
para quitar importancia a la fuerza
de la tentación, ni me atreveré a
afirmar que Dios todopoderoso
protegerá a alguien de las tentacio-
nes simplemente porque éste así
lo desee. Pero cuando la gente se
queja, y lo hace a menudo, de la
dificultad de esta virtud, al menos
sería bueno que primero se pre-
guntaran si realmente la quieren
tener. En la actualidad se oye decir
con frecuencia que la pureza resul-
ta imposible. ¿Estamos seguros de
que esa imposibilidad radica en la
naturaleza, y no en la voluntad?
Querámoslo de verdad, y nuestra
naturaleza será cambiada «por la
energía que obra en nosotros» (Ef
3, 20). No nos atrevemos a caminar
sobre el agua, aunque Cristo nos
lo pide. (Te excusas por no poseer
un don, y es que en realidad no lo
deseas. P. S. V, 349-350).
Una vez que san Basilio y san Gre-
gorio decidieron dedicarse al ser-
vicio de la religión, les sobrevino
la pregunta de cómo podían obte-
ner el máximo rendimiento y em-
plear de la mejor manera los talen-
tos que les habían sido confiados.
Sea como fuere, la posibilidad de
casarse y ordenarse, o de ordenarse
y casarse, de construir o mejorar
sus casas, de mostrar a partir de en-
tonces el amor, la humanidad y el
afecto de los padres de familia, no
la tomaron en cuenta. Les pareció
que ellos, si querían ser perfectos,
debían renunciar a esposa, hijos y
propiedades. (Y, dejándolo todo,
siguieron a Cristo. H. S. II, 55-56).
Habría que recordar que, en gene-
ral, no hay nadie a quien no con-
venga retirarse del mundo de vez
en cuando. Cuanto más activa y
utilitaria es la vida del hombre,
mayor es la necesidad de este re-
cogimiento. Pero el retiro ocasio-
nal de la mayoría requiere el retiro
de por vida de unos pocos, y, así,
una casa de personas recluidas se
convierte en santuario para los no
enclaustrados. Estar apartados del
mundo es su deber para con el
mundo. Su quehacer es justamente
la contemplación. (Uno de los be-
neficios de los monasterios. Ess. II,
419).
Éstas son, pues, las dificultades
que obstaculizan la propagación
de la verdad: la falta de medios
7 (123)
para contrarrestar los criterios del
mundo, y la agudeza y la fuerza de
las armas que actúan en contra su-
ya cuando es atacada. ¿Cómo, en-
tonces, a pesar de todo esto, ha po-
dido mantenerse la verdad entre
los hombres...? Mi respuesta es que
la verdad perdura en el mundo, no
como un sistema, no por medio de
libros o de argumentos, ni gracias
al poder temporal, sino por la in-
fluencia personal de aquellos que
son a la vez sus maestros y sus mo-
delos... Pero supongamos que esos
cristianos coherentes son pocos.
¿Qué sucede entonces? Que ellos
solos bastan para llevar a cabo el
trabajo silencioso de Dios... Comu-
nican su luz a una serie de lumbre-
ras menos potentes, las cuales, a su
vez, van pasando a otros... Unos
pocos, que han recibido dones muy
altos, rescatarán el mundo en los
siglos venideros. (El Evangelio es
transmitido por aquellos que lo po-
nen en práctica. U. S., 91-92, 96-97).
Mi padre y patrón, san Felipe Ne-
ri, vivió en una época en la que el
destino del catolicismo estaba en
un peligro tan grande como nunca
lo había estado antes ni lo estaría
después... Vio cómo las personali-
dades más notables y mejor dota-
das de su tiempo eran seducidas
por el hechizo de la época... Vio
cómo volvían a aparecer y toma-
ban consistencia las formas paga-
nas... Vio todo esto, y pensó que
el mal tenía que ser combatido, no
con argumentos, no con la ciencia,
no con protestas y admoniciones,
no a través del monje o del predi-
cador, sino mediante una fascina-
ción mayor, la de la pureza y la
verdad... Prefirió someterse al cur-
so de las cosas y esforzarse por ca-
nalizar aquel torrente formidable
―que él no podía parar― de la
ciencia, la literatura, el arte, los
nuevos gustos: se trataba de restau-
rar y santificar lo que Dios había
creado muy bueno, pero el hombre
había echado a perder... Todo lo
que hizo lo llevó a cabo gracias a
la irradiación, el fervor y la elo-
cuencia convincente de su manera
de vivir y de su trato personal. (Un
ejemplo de influjo personal en el
siglo XVI. Idea, 234-236).
También los ángeles son habitan-
tes del mundo invisible, pero de
ellos se nos dice mucho más que
de las almas de los fieles difuntos,
pues éstos «descansan de sus traba-
jos», mientras que los ángeles se
ocupan activamente de nosotros en
la Iglesia. Son descritos como «es-
píritus que ejercen un ministerio,
enviados para servir a los que han
de heredar la salvación» (Hb 1, 14).
No hay cristiano alguno, por hu-
milde que sea, que no tenga ánge-
les que lo asistan, si vive en la fe
el amor. (La Escritura nos habla de
los ángeles amigos. P. S. IV, 203-
204).
8 (124)
Para
la participación
litúrgica
SE ACABAN de cumplir los quinientos años del nacimiento, en
Valencia, de Joan Lluís Vives. Es uno de los más característi-
cos representantes del humanismo cristiano del s. XVI, para
el que la cultura clásica debía ser purificada por el Evangelio y la
piedad tradicional iluminada por la inteligencia. Conocido, sobre
todo, como filósofo, pedagogo y reformador social, conviene recordar
que Vives ―laico y casado― escribió también obras de tema moral y
teológico, con el propósito de ayudar al crecimiento espiritual de los
cristianos. Una de las más editadas y traducidas es la titulada Int-
roducción a la Sabiduría, de la que hemos extraído los siguientes
consejos o documentos, que siguen siendo válidos en nuestros días.
• En los oficios divinos, esfuérzate por comportarte con piedad y
atención, considerando que todo lo que ves y oyes es de la mayor
pureza y santidad, y se dirige a la majestad inmensa de Dios, a
quien podemos ciertamente adorar, aun cuando nuestra inteligencia
no llegue del todo a comprender.
• De tal manera, que has de acostumbrarte a ver escondidas en
aquella divina sabiduría las cosas más altas, que ninguna fuerza del
ingenio humano es capaz de alcanzar.
• Si veneramos las palabras de los sabios, aunque no las entendamos,
¿no será todavía más justo reverenciar las divinas?
9 (125)
• Cada vez que oigas el nombre de Jesucristo, acuérdate de la caridad
inmensa que nos tiene; y que este recuerdo esté siempre empapado
de dulzura y veneración para ti.
• Puesto que toda expresión de nuestra piedad tiene su sede en lo
íntimo de los corazones, procura entender las plegarias, evitando
rezar sólo con los labios; cuando ores, que tu espíritu, pensamiento
y semblante se eleven a un tiempo, de modo que todo guarde
armonía y vaya en consonancia con la excelsísima acción sagrada.
• Los oráculos celestiales detestan al que hace la obra de Dios con
negligencia.
• Si para el cantor profano resulta vergonzoso proferir con la boca
una cosa diferente de la que toca con la cítara, mucho más ha de
confundirnos a nosotros, cuando cantamos a Dios, que la lengua
exprese algo distinto de lo que piensa la mente.
• Con nadie se muestra Dios tan misericordioso como con aquellos a
los que enseña a tributarle su verdadero culto.
• Es justo y piadoso dar nuestro obsequio a Dios, mostrarnos súbditos
suyos, alabarlo y complacernos en todo lo que hace.
• La bondad engendra el amor; la majestad, el culto; la verdadera
sabiduría, la fe.
• Pongamos atención a lo que se diga de Dios y de los santos, no
como a cosas humanas, sino con el alma plenamente admirada, con
atención, piedad y reverencia, para imitarlos mejor.
• Todo lo que encontremos en la Sagrada Escritura debe causarnos
admiración espiritual y ser estimado con la inteligencia.
• El verdadero culto consiste en limpiar nuestra alma de defectos y
malas inclinaciones, porque por este culto podemos transformarnos
totalmente en imagen del Dios a quien adoramos, para ser santos y
puros como él es, sin odiar a nadie y procurando hacer bien a todos.
Llamo virtud a la piedad para con Dios y los hombres, al culto
divino y a la voluntad de obrar el bien.
10 (126)
Entregarse libremente
SOBRE el empeño que contrajeron de servir a Dios
en la Congregación de San Felipe, con la resolución
de perseverar hasta la muerte, como exige el
Instituto..., diré que Jesucristo, que ha querido
diversos estados en la Iglesia, ha dado ejemplo a
los miembros del Oratorio para que sirvan a Dios,
libres y voluntarios, lo mismo que él cuando se
ofreció al Padre libremente —«porque quiso, se
ofreció él mismo»―, y quiso nacer en la tierra en el
desamparo y la pobreza, obedecer a María y José,
pasar toda la vida en trabajos y fatigas, predicar,
morir... Podría no haberse encarnado, podía no
sufrir cuanto sufrió; para redimir al mundo
hubiera bastado un solo deseo, por el poder y
mérito de su divina Persona. Todo esto estaba en
su libertad, y por esto, si sufrió tormentos tan
Atroces, sufrió porque quiso sufrirlos. Sufrió por la
gloria de su Padre y la salvación de las almas. La
causa principal no fue la avaricia de Judas, la
envidia de los fariseos, la injusticia de los jueces,
el odio de los judíos o la crueldad de los verdugos,
sino el celo por la gloria del Padre. «El celo por su
casa» —la Iglesia― «me ha consumido». He aquí el
ejemplar de los hijos de san Felipe, los cuales, a
imitación del Salvador, lo que hacen por servicio
de Dios en la Congregación lo hacen
espontáneamente, con plena y libre voluntad.
Del libro «Pregi della Congr. dell'Oratorio»
11 (127)
HORA NOVISSIMA
John Henry Newman
WHENEVER goes forth Thy dread command, | En el temido instante en que aparezca tu mandato,
And my last hour is nigh, | y el último momento de partir se acerque,
Lord, grant me in a Christian land, | concédeme, Señor, para morir
As I was born, to die. | que sea en tierra de cristianos, como así nací.
 |
I pray not, Lord, that friends may be, | No me atrevo a pedir, Señor, amigos a mi vera,
Or kindred, standing by, | o los que llevan en sus venas sangre mía,
Choice blessing! which I leave to Thee | sería un don precioso! y me abandono a ti,
To grant me or deny. | para aceptar que lo concedas o lo niegues.
12 (128)
But let my failing limbs beneath | Mas deja que mi cuerpo en agonía
My Mother's smile recline | lo cubra la sonrisa de la Madre, que me ampare;
And prayers sustain my labouring breath | y el rezo de oraciones que sostengan el respiro fatigoso
From out her sacred shrine. | se eleve cielo arriba desde el templo de los santos.
 |
And let the cross beside my bed | Haz que la cruz presida el lecho donde muera
In its dread Presence rest: | significando tu santa Presencia,
And let the absolving words be said, | y que se digan las palabras que me absuelvan
To ease a laden breast. | y alivien el agobio de mi pecho.
 |
Thou, Lord, where'er we lie, canst aid; | Tú puedes ayudamos dondequiera nos hallemos:
But He, who taught His own | pero Quien enseñaba a los que más quería
To live as one, will not upbraid | a mantenerse unidos en un mismo amor
13 (128)
Felicidades
y la gracia
y la paz en el Señor
a todos nuestros amigos
y lectores
14 (130)
LA NAVIDAD
DEL ALMA.
EL SENTIDO DE LA MUERTE EN NEWMAN.
POR LAS INSCRIPCIONES de los se-
pulcros de las catacumbas, sabemos
que los primeros cristianos llama-
ban a la muerte navidad del alma.
Todavía así se lee en el Martirolo-
gio Romano la cita de la muerte de los san-
tos mártires: dies natalis, día del nacimiento
al cielo. La vida del cristiano, engendrado
en el Bautismo, se parece a una gestación
espiritual, para nacer al cielo. Se trata de
un desarrollo en el que participamos respon-
sablemente.
Responder
a Dios
con la vida
Esta responsabilidad comienza
en el momento en que nos preguntamos por
el sentido que tiene la vida en el mundo,
dice Newman. ¿Por qué estamos aquí, en es-
ta tierra?, se preguntan los mortales, ya des-
de la infancia. Algunos, explica Newman,
contemplan lo más cercano y no pasan de
querer labrarse un porvenir solamente terre-
no, sin profundizar. Pero la respuesta co-
15 (130)
rrecta debiera ser la contenida en estas pa-
labras: Habéis venido al mundo para hacer
de vuestras almas, todavía materia en bru-
to, por decirlo de algún modo, un vaso de
honor para la morada del Señor que está
en los cielos. Tenéis que ir dando forma al
espíritu a través de las pequeñas dificulta-
des de cada día (1). Llegará la hora cuando
el mismo tiempo muera, ese momento que
vela el ángel san Miguel (2), encargado de
llevar las almas de los justos hasta Dios,
atravesando lo infinito (3).
Victoria de la fe
sobre la muerte
De este modo,
la muerte será como la última palabra de
nuestra respuesta a Dios, que se da a la hora
de nuestra muerte, como Cristo Jesús dio la
suya al Padre, porque para eso había venido
al mundo, como también nosotros hemos ve-
nido, y él nos mostró cómo. Es así que la
muerte es vencida por la fe en Cristo, en co-
munión con él por la gracia. Y de este modo
se integra en el misterio pascual, pues la
muerte es un paso hacia la resurrección.
Pasado el primer entusiasmo del tiempo de los
mártires, iba haciendo más falta el ejercicio de la fe
y la esperanza para rechazar la tentación de insta-
larse, como los paganos, en las comodidades mun-
danas, que el egoísmo quisiera perpetuar engaño-
samente; más tarde, la idea de cristiandad con la
pretensión de anticipar en la tierra los triunfos de
los planes de Dios, como si pudieran caber en el
tiempo, absolutizaba en muchos creyentes lo que es
relativo y contingente, con medios demasiado hu-
manos y los poderes de los reinos de este mundo:
(1) S.N., 311-312. / (2) V. V., 322. / (3) V. V., 334.
16 (132)
prestigio, dominio, éxito, seducción, con mengua
de la primacía de lo verdaderamente espiritual, se
instrumentalizaban para el bien, con olvido del
Evangelio y el testimonio que exige, que va más
allá de los mínimos de la moral útil.
Enajenación
a la Inversa
Enajenación
a la inversa de como la imaginaron los primeros
acusadores de la religión como ideología que justifi-
ca no cumplir con los deberes que la misma natu-
raleza impone a todo ser racional. Divinización de
la vida temporal y miedo de perderla. Ese miedo
es el que combatió Cristo y que, por él, han vencido
los santos. Enajenación a la inversa, porque mutila
en sentido total la vida humana, que debe incluir
la referencia a Dios. De este modo, la muerte se
asocia a la tragedia y al absurdo.
Aquí queremos decir una palabra sobre el sen-
tido de la muerte en Newman. Fue un pensamiento
que acompañó toda su vida, desde que ya, cuando
niño, se imaginaba sumido en el mundo de lo invi-
sible, hasta descubrir, a los quince años, la gran-
diosa evidencia, para su alma, de la personalidad
del Ser divino: God and myself, que derribaba el
muro de la muerte pagana y establecía la continui-
dad entre tiempo y eternidad, entre mundo sensible
y universo espiritual. Newman es un espiritual, y,
a lo largo de su existencia, las muertes de fami-
liares y amigos y el presentimiento de su propia
muerte confirman y purifican esa espiritualidad
sincera y transparente, y no por ello menos huma-
na. 
La primera experiencia de la muerte vista de
cerca la tuvo poco después de ordenarse diácono,
al fallecer su padre, en 1824. Newman, en su dia-
rio (4), confiesa que es la primera vez que contem-
pla un cuerpo sin vida. Recuerda las palabras de
bendición que su padre pronunció, poco antes, so-
bre él: God bless you, my dear. Thanks, my God.
(4) A. W., 202-203.
17 (133)
La patria
y Cristo
Un hombre creyente y justo, que dejaba el ejemplo
de su honradez, y prefirió morir arruinado antes que
dejar a uno solo de sus acreedores sin pagarle la
deuda por la quiebra de su banco. La madre desea-
ba un porvenir mejor para John Henry, pero éste
escribe en su diario el propósito de mantenerse
célibe, para Dios y darse a las almas, tal vez en
tierra de misión. No importa el lugar, si muero en
Cristo. Newman tiene 23 años, el mayor entre los
seis hermanos, y asume la tarea de orientarles y
cuidar de su madre; por ello seguirá en la Univer-
sidad, aun después de recibir el presbiterado angli-
cano. 
El mundo
de los sentidos
Pasados cuatro años bien cumplidos de esta
muerte, murió su hermana más joven, con 19 años
escasos, la que simpatizaba más con las ideas re-
ligiosas de John Henry, ya fellow del Oriel y a
punto de ser nombrado vicar de la iglesia universi-
taria de Oxford. Newman la recordará toda la vida,
y hasta en la vejez el cristal de las lágrimas aso-
mará a sus ojos cuando piense o hable de ella. Es-
timulado seguramente por el golpe de esta muerte
casi sin aviso, descubre en sí mismo que inconscien-
temente prefiere la superioridad intelectual a la
moral y que debe rectificar; también, la desapari-
ción de esta hermana predilecta aviva en él esa
evidencia del mundo espiritual que trasciende el
de los sentidos, como si la Providencia le quisiera
preparar para convertirlo en profeta del mundo
invisible, que impregnará la mística de sus sermo-
nes. Cartas y poesías de esta época son la huella
escrita de esta fuerte sacudida espiritual: el mun-
do de los sentidos es como un velo, un velo hermo-
so, pero sólo un velo (5). Entre sus poesías, merecen
destacarse la que dedica explícitamente a la muer-
te de Mary ―Consolations in bereavement― y
la titulada A Picture, que la sobreentiende (6). Un
(5) L. D. II, 69. /  (6) V. V., 26-32.
18 (134)
día, el Salvador amado juntará a los santos disper-
sos, y a las almas separadas aquí, para tenerlas don-
de no existen sombras, ni más cambios, y reunirá a
todos en el amor que no muere.
La enfermedad
en Sicilia
Pero la experiencia de la muerte se le hizo más
cercana todavía, con ocasión de su viaje a Italia y
el Mediterráneo (diciembre 1832 - julio 1883), acom-
pañado por los Froude, padre e hijo. Terminado
el recorrido previsto, Newman sintió el deseo de
demorar su retorno a Inglaterra y volver solo a
Sicilia. Es un capítulo clave en la vida de New-
man, que ya relatamos desde estas mismas páginas
(7). En Sicilia enfermó de fiebres tifoideas, hasta
el punto de llegar a las puertas de la muerte. Esta-
ba solo, con dificultad para hacerse entender de
quien le cuidaba, y agitado por el delirio de la fie-
bre, en el que se reflejaban las experiencias acumu-
ladas, sus preocupaciones religiosas y las incerti-
dumbres del futuro, le parecía que no tenía que
morir, no por el egoísmo de mantener la vida, sino
porque la Providencia le reservaba una gran tarea,
todavía sin concretar, en Inglaterra. No se trataba
de hacer para vivir, sino de vivir para hacer. Ya de
regreso de Italia, no sólo escribió en el barco que le
llevaba a Marsella la más famosa de sus poesías,
Lead kindly Light, sino Hora novissima, cuya
última estrofa se refiere al temor de morir en sole-
dad. 
La soledad
y Maria
Cristo, experto en soledades, quiso tener una
Madre, no solamente para nacer, sino por compa-
ñía al morir; es decir, para ser comprendido en su
muerte, no protestada. Las plañideras y los llorones
de los lutos son excrecencias paganas; la Iglesia,
en cambio, en la agonía y muerte de sus hijos, los
confía a los ángeles y reza sobre ellos las letanías
de todos los santos, para que los acompañen en el
último trecho de camino a Dios. Es muy probable
(7) Conf. LAUS, n. 255 (febrero 1989), pp. 12-17.
...
19 (135)
que el pensamiento de In Madre de Jesús le indujera
a querer que la sepultura de su propia madre, falle-
cida en 1836, tuviera el sitio precisamente en la igle-
sia de Santa María, su iglesia universitaria. Para
un hijo cristiano todas las madres se parecen a la
Virgen. A Newman la suya le ayudó hasta donde
pudo, especialmente en la edificación de la pequeña
iglesia de Littlemore, dependiente de Santa María.
Newman recuerda que, todavía anglicano y a pesar
de sus recelos sobre las prácticas de / la religión de
Roma.... / él sentía verdadera devoción a la Santí-
sima Virgen, en cuyo colegio vivía, en cuyo altar
celebraba y cuya inmaculada pureza defendí en
uno de mis primeros sermones impresos (8).
Transformación
espiritual
Newman regresó a Inglaterra transformado,
donde enseguida se dio cuenta para que tenía que
vivir: allí le esperaba el liderato del que se llamaría
Movimiento de Oxford, de tantas consecuencias
para la Iglesia anglicana, como para la católica. La
enfermedad y crisis espiritual sufrida en Sicilia fue-
ron un crisol: el pensamiento y meditación sobre la
muerte inmediata son siempre purificadores; y la
realidad de la muerte vista de cerca, providencial,
porque llega a su hora, la que le marca Dios. Viene,
llega y se va una vez cumplido su cometido (9). No
le parecía bien a san Felipe Neri pedir a Dios que
alargara la vida de nadie, porque creía que Dios
es oportuno y providencial en sus disposiciones y,
en último término, nos espera en el cielo. Los san-
tos desconfían de la fe puesta en el Dios útil para
la vida; ellos creen que la vida es para Dios; creen
en el Dios gratuito, en el darse a Dios para de-
volverle cuanto gratuitamente él nos ha dado: la
muerte debe ser una restitución madurada en la
(8) Apo., 165. El Oriol College tenía por patrona a Ntra. Sra. de la Purificación, que
celebraba su fiesta el 2 de febrero; el sermón al que se refiere está en el segundo
de los ocho vols. de P.S.
(9) «Death came and went», V. V., 28.
20 (136)
gratitud y el amor. Y en la humildad, porque le
damos lo que no nos pertenece ni, lícitamente, po-
demos retener (10).
"El sueño
de un anciano"
Nos quedaría mencionar las muertes de amigos
de Newman: Froude, de quien heredó el Brevia-
rio; Bowden, el primer amigo en Oxford; Keble, pa-
recido a san Felipe; el fidelísimo Ambrose St John...
Sobre todo, no pasar por alto el gran poema espiri-
tual The dream of Gerontius, tal vez la única
cosa escrita sin motivación intencional y sin darle
importancia, pero que por esto fue como el rebosar
del alma llena de la verdad de la vida, de la espe-
ranza del cielo y de la confianza humilde en el
amor de Dios. De este poema se han extraído him-
nos que se cantan en todas las iglesias cristianas,
especialmente de cultura anglófona. Este poema
necesitaría un comentario mayor que el que ahora
podemos dedicarle. No trata precisamente de la
muerte, ni del cielo, sino del itinerario espiritual
del que abandona el mundo y es conducido hasta
la presencia de Dios. Newman tenia, a la sazón,
sesenta y cuatro años; pensaba que se concluía su
misión. Después de su muerte, un gran compositor,
Edward W. Elgar, le puso música y lo convirtió en
un espléndido oratorio musical, un gran canto a
la fe y a la esperanza y delicia para los buenos
melómanos, del que existen diversas y excelentes
versiones. Un día le dedicaremos más espacio.
Recordemos, como conclusión, estas frases de
Newman: El lenguaje del cielo es la oración (11).
El amor del cielo es el único camino que lleva al
cielo (12). Cuando pensamos en el cielo creemos
que allí vamos a encontrar a nuestros amigos, pero
no pensamos bastante en que vamos a encontrar al
mejor de todos nuestros amigos, al Señor (13). Y es-
te pensamiento de Joan Maragall: Cuando se acer-
(10) V. V., 220: «Poor is our sacrifice... We offer what we cannot keep».
(1) P.S., IV, 229. (12) P.S., VIII, 89. (13) S.N., 308.
21 (137)
que esa hora de temores, en la que se apague la luz
de estos ojos humanos, ábrelos, Señor, a una visión
mayor, para contemplar tu Faz inmensa. Que la
muerte se convierta en un nacimiento mayor! (14).
(14) Cant espiritual: «I quan s'acosti aquella hora de teniença ― en que s'acluquin
aquests ulls humans, obriu-me'n, Senyor, uns altres de més grans ― per con-
templar la vostra Faç immensa. Sia'm la mort una major neixença».
PUNTOS DE MEDITACIÓN.
—Unos con otros, en Etiopía, para comer durante un año, disponen
de aproximadamente 17.000 pesetas; en Bolivia, 75.000; en Nicaragua,
110.000; en México, 240.000; en Portugal, 360.000; en España,
780.000; en Italia, 1.350.000; en Francia, 1.700.000; en el Japón,
2.050.000; en USA, 2.410.000; en Suiza, 2.800.000.
—En el Tercer Mundo, por cada 1.000 niños nacidos, 300 mueren
antes de cumplir los 3 años. De los 560 millones de niños menores
de 11 años, 120 millones no van al colegio, y 300 millones de los
restantes no terminarán su instrucción.
—En Brasil hay 7 millones de niños que viven en la calle, de los
cuales, porque molestan, son asesinados un promedio de 4 cada día.
La calle es su casa, cama, mesa, escuela y, miles de veces, tumba.
—En Colombia se pueden comprar niños para ricos que no quieren
la molestia de engendrarlos; pueden costar 1,5 o 2 millones.
También hay quienes los roban para trasplantes, para la
prostitución, o para venderlos a ricos de USA o de Europa.
—Cada año mueren de hambre o desnutrición 14 millones de niños
menores de 5 años. En los próximos 7 años morirán 200 millones
de seres humanos, simplemente de hambre.
—Por otra parte, una célebre presentadora de televisión ha ganado
en Estados Unidos, el último año, 13.000 millones de pesetas; el
cineasta Steven Spielberg, algo menos, 9.400 millones; y Julio Iglesias,
también en el mismo año, sólo... 5.200 millones. El triste y famoso
Michael Jackson solamente superó a Julio Iglesias en 260 millones.
—En España no somos ricos, pero todavía seríamos más pobres si no
vendiéramos armas. En el mundo ocupamos el séptimo lugar entre
los que fabrican y negocian con ellas. Vendemos a los más pobres
que nosotros, y compramos, incluso viejas, a los más ricos.
22 (138)
ÍNDICE DEL AÑO 1993
TIEMPO DE ORACIÓN |
La meditación (Cat. de la Igl. cat.) | 94
Oración a s. Felipe Neri (J. H. Newman) | 46
Para la unión de los cristianos (J. L. Vives) | 2
Tiempo de oración y de esperanza | 118
Verano (O. Elitis) | 70
TEMAS |
Al margen del Congreso Eucarístico de Sevilla | 79
Base fundamental de la religión | 106
Comunidad | 47
Convertirse, esa es la cuestión | 34
Crisis de conciencia | 95
Después... | 119
Exilios | 3
La conversión de Gaudí | 37
La escondida senda de Dios y de los santos | 12
Leer un libro y tener hermanos | 99
Odio | 71
Perdones | 27
SAN FELIPE NERI Y EL ORATORIO |
Autores oratorianos en el «New English Hymnal» | 75
Canción de la vanidad | 55
Costumbres y leyes en el Oratorio | 22
Discípulo, privilegiados de s. Felipe Neri | 56
EI Oratorio de Oxford | 77
Entregarse libremente | 127
Excelencias del Oratorio de E. Felipe Neri | 108
La predilección de s. Felipe Neri por los jóvenes | 82
La tradición musical en el Oratorio | 85
Pequeña historia del Oratorio de Albacete: 40 años | 49
Prelacías y dignidades | 51
Una carta de s. Felipe Neri | 67
Votos y virtudes en g. Felipe Neri y sus hijos | 4
NEWMAN |
J. H. Newman en el «Catecismo de la Iglesia católica» | 10
La cuestión de la fe y de la Iglesia en Newman | 17
La Navidad del alma | 130
Newman y la conciencia | 107
Pensamientos de Newman | 5, 29, 73, 97 y 121
TEXTOS |
Dios ha nacido en el exilio (V. Horia) | 16
El sufrimiento inmerecido (M. L. King) | 26
Himno a Jesucristo Redentor | 80
Hora novissima (J. H. Newman) | 128
Los dos mundos (J. H. Newman) | 104
23 (139)
NATIVIDAD
DE
NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
MISA DE MEDIANOCHE
Y MISAS A LAS 11 Y 12
DE LA MAÑANA
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Pl. San Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/61 - 9.12.93
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