Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 292. ENERO - FEBRERO.
Año 1994 |
SUMARIO |
CRISTO, como hombre
sumergido en la divini- |
dad, rogó al Padre: «Que
sean uno, como no- |
sotros somos uno: yo en
ellos y tú en mí». La |
unidad, como la fe, no se
improvisa, y es gra- |
cia derramada de la
profundidad de Dios. Aquí va |
precedida de la unión, de
andar juntos sin eliminar- |
nos, sin destruirnos
recíprocamente, respetándonos. |
La Iglesia espera que los
que se limitan a llamarse |
cristianos se conviertan
al catolicismo; pero, a la vez, |
moderando el énfasis de
nuestra denominación, los |
católicos debemos
convertirnos al cristianismo; sin |
lo cual la deseada unión
no sería comunión, no se- |
ría verdadera Iglesia de
Dios, en la que "cristiano" |
es el nombre y
"católico" el apellido. |
LOS OJOS PUESTOS EN JESÚS |
RICOS |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
CONVERSIONES EN INGLATERRA |
LAS PALABRAS DE LOS SANTOS |
PALABRAS DE SAN FELIPE
NERI |
1 |
LOS OJOS PUESTOS EN JESÚS |
«Todos, en la sinagoga,
miraban |
a Jesús» (Lc 4, 21). |
Hoy también en nuestras
asambleas, |
si de verdad lo deseas, |
tus ojos pueden estar
fijos en el Salvador. |
Cuando le diriges tu
mirada |
―la que viene del
fondo de tu mismo corazón, |
quiero decir― |
para contemplar la
sabiduría y la bondad |
del Hijo de Dios, tienes
los ojos fijos en Jesús. |
¡Dichosa la asamblea |
cuya palabra da testimonio |
que los ojos de sus fieles |
han estado fijos en Jesús! |
Cuando dirigimos nuestras
miradas hacia Jesús |
su luz y la contemplación
de su rostro |
ilumina nuestros ojos; |
y es entonces cuando
podemos decir con el salmo: |
«Sobre nosotros, Señor, |
brilla la luz de tu
mirada». |
Orígenes (s. III), |
Com. sobre Lucas |
2 |
Ricos |
UNA PREGUNTA: ¿por qué
Jesús nació pobre, realmente pobre, si luego, en la |
montaña de las
bienaventuranzas, hablaría de la pobreza "de espíritu", que |
tantos han tomado como una
rebaja tranquilizadora y justificación del posee- |
dor de verdaderas riquezas
"reales"? Porque parece que, como en derecho |
penal se dice que las
ideas no delinquen, aquí valga decir que el espíritu no peca. |
Sabemos, sin embargo, que
en cuestión de virtudes, todas son esencialmente espiri- |
tuales; lo contrario sería
simulación, hipocresía. Por esto no se puede afirmar que la |
riqueza real sea una
suerte; sí, acaso, una responsabilidad como de quien tiene en las |
manos un crédito que hay
que devolver a Dios, en cuyo caso el "espíritu" sería ma- |
nejarlo con el respeto
debido a lo que a él pertenece: «todo es vuestro, pero vosotros |
sois de Cristo y Cristo es
de Dios», dirá san Pablo. Al cristiano ya no le sirve el con- |
cepto romano de la
propiedad, como derecho absoluto ―«con lo mío hago lo que |
quiero»―, ni
siquiera el negativo y convencional de no hacer el mal, sino el positivo |
y creativo de bien según
Dios. |
Lo cual se rechaza por el
mundo todavía pagano y no se acaba de admitir, inclu- |
so por gran cantidad
―¿la mayoría?― de los cristianos, resignados fácilmente a meras |
acciones mínimas y
simbólicas, para aquietar escrúpulos de conciencia, y son todavía |
pocos a tomar en serio el
calado evangélico de la primera de las bienaventuranzas. |
Razones nunca faltan, y la
fantasía provee de ellas, hasta aceptar la más que dudosa |
opinión de que, para
cualquier proyecto apostólico, lo primero con lo que hay que |
contar es con su
financiación, lo cual no deja de ser un criterio mundano, del que Je- |
sucristo, precisamente al
venir al mundo, prescindió y contradijo con su nacimiento |
en pobreza y con el
ejemplo de toda su vida, hasta su desnudez en la cruz y la sole- |
dad en su muerte, salvo el
puñado de unos pocos, con la Virgen, que serían semilla |
de su Iglesia, de la
asamblea en nada parecida a «un reino del mundo», si bien so- |
metida a la secular lucha
por no sucumbir a los modos y maneras mundanas de una |
proclamación confusa de su
Evangelio. Y en eso estamos. |
3 |
El "espíritu" de
riqueza no es exclusivo de los ricos; ni el de "pobreza", de los |
pobres. Y habrá ricos con
espíritu de pobreza si supieron hacer que el bautismo |
cristiano les purificara
realmente de la codicia y del orgullo, al lado de otros muchos |
que, si pasan por
creyentes, seguirán pensando que incluso Dios «deberá contar con |
ellos». De modo parecido,
habrá pobres recomidos por la envidia, verdaderos ricos |
de espíritu, junto a
grandes multitudes indigentes que claman por la justicia ante la |
pasividad de los
instalados en las comodidades alcanzadas y mantenidas al precio de |
la explotación de los
realmente pobres; y también habrá los que sin desesperación, |
la fe les ayude a
descubrir el privilegio de una situación de desprendimiento real que |
les hace más fácil el
camino de la humildad, del gozo sencillo, de la riqueza y el con- |
suelo del amor compartido,
de la fraternidad en Dios. Para éstos está el énfasis del |
ejemplo de Cristo, que los
santos se esfuerzan en repetir, en primer lugar por pare- |
cerse a Cristo mismo y
poderle comprender mejor, y luego por amor a los demás |
hermanos de cerca o de
lejos, para no pecar de hartazón a costa del hambre, la igno- |
rancia y la miseria de los
más pobres, y para dar ejemplo a todos en el verdadero |
seguimiento de Cristo, por
caminos de libertad, pues aunque parezca un contrasen- |
tido, es más libre el
pobre de espíritu que el rico, porque éste padece la fiebre de |
la ansiedad por no perder
lo que guarda, mientras se le reseca el corazón y pierde |
sentido para él la palabra
amor, al que ponen precio cuantos le rodean. El pobre de |
espíritu es libre y
solamente el libre puede amar, aunque la libertad tiene el alto |
precio de la pobreza y el
desasimiento, que sitúan en el sentido puro de la verdad y |
la paz. El día que de
verdad los cristianos nos decidamos en la apuesta por la verda- |
dera «pobreza de
espíritu», el mundo dará un vuelco y la tierra tocará con las manos |
el cielo. Nuestra
desgracia es que no nos lo acabamos de creer, y por eso se demora |
la era de la felicidad
para todos los hombres. Demoramos el bien engañándonos de que |
así aplazamos el mal. No
queremos el bien entero, no amamos, no redimimos nuestra |
esclavitud de la duda,
desconfiamos de que nuestra vocación pueda ser la felicidad. |
En definitiva no somos
felices porque no amamos, no amamos porque no somos li- |
bres, no somos libres
porque no somos pobres, no somos pobres porque no somos espi- |
rituales, y el barro moja
nuestras alas y no podemos volar como las aves del cielo, ni |
agradecer el beso limpio
del aire como los lirios de los campos. Será difícil, mientras |
sigamos ricos, entrar en
el reino de los cielos. Pero Cristo nació pobre para desblo- |
quear, de una vez,
nuestras resistencias. Algunos creyeron en él. |
A los ricos de este mundo,
recomiéndales que no sean altivos, ni pongan su |
confianza en algo tan
inseguro como la riqueza, sino en Dios, que nos provee |
de todo espléndidamente
para nuestra satisfacción; que practiquen el bien, se |
hagan ricos en buenas
obras, sean generosos, dadivosos, atesorando así para |
sí mismos un buen capital
para el futuro, hasta lograr la auténtica vida. |
1Tm 6, 17-19 |
4 |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
AMOR CRISTIANO Y CONDICIÓN
HUMANA |
Sería un gran error por
nuestra |
parte pensar que hemos de
aban- |
donar nuestras ocupaciones
tem- |
porales y retirarnos del
mundo si |
queremos servir a Dios
como es |
debido. El cristianismo es
una re- |
ligión para el mundo,
tanto para |
los hombres de negocios e
influen- |
cia social como para los
pobres. |
(Newman pasó su vida
predicando |
el ideal cristiano a los
laicos, a |
hombres y mujeres
corrientes. H. S. |
II, 94). |
Cuando la gente se
convence de |
que la vida es corta...,
cuando se |
da cuenta de que la vida
futura lo |
es todo, de que la
eternidad es el |
único objeto que puede
solicitar y |
llenar de verdad nuestros
pensa- |
mientos, entonces son
propensos a |
despreciar completamente
esta vi- |
da y a olvidar su
importancia real; |
tienden a desear que el
tiempo que |
han de pasar aquí
transcurra man- |
teniéndolos apartados de
sus debe- |
res temporales y sociales.
Habría |
que recordar, antes bien,
que las |
ocupaciones de este mundo,
aun- |
que no sean celestiales en
sí mis- |
mas, son, con todo, el
camino que |
conduce al cielo... Pero
es difícil |
darse cuenta de estas dos
verdades |
al mismo tiempo, y de
saber unir- |
las: contemplar
constantemente la |
vida futura y, sin
embargo, actuar |
en ésta... |
Pensar en el mundo futuro
nos |
puede llevar, de diversas
maneras, |
a descuidar nuestros
deberes en és- |
te. Siempre que ello
ocurra, pode- |
mos estar seguros de que
nos en- |
contramos ante algo
equivocado y |
no cristiano; no
precisamente por |
el hecho de pensar en el
mundo fu- |
turo, sino por la forma de
hacerlo. |
(La vida es para la
acción. P. S. |
VIII, 165) |
El cristiano percibirá que
la ver- |
dadera contemplación
consiste en |
sus tareas temporales; que
así como |
Cristo se hace visible en
los pobres, |
en los perseguidos, en los
niños, |
así también se muestra en
las ocu- |
paciones
―cualesquiera que sean― |
5 |
que él asigna a sus
elegidos; que |
dedicándose a su propia
vocación |
se encontrará con Cristo:
en tanto |
la descuide, se verá
privado de su |
presencia, pero, en la
medida en |
que la lleve a cabo, verá
cómo |
Cristo va revelándose a su
alma, en |
medio de los quehaceres
ordinarios |
de cada día, como por una
especie |
de sacramento. («El
sacramento del |
momento presente». P. S.
VIII, 165). |
Los trabajos de cada día,
he aquí |
la piedra de toque de
nuestra con- |
templación de la gloria,
con inde- |
pendencia de si esos
trabajos serán |
o no provechosos para
nuestra sal- |
vación; el que hace un
acto de obe- |
diencia por amor a Cristo,
es mejor, |
y vuelve a su casa
justificado, en |
comparación con el más
elocuen- |
te de los oradores. (Por
sus frutos |
los conoceréis. P. S. I,
270). |
Aquel que poseía el don de
poder |
contemplar constantemente
a su |
Señor y Salvador como si
lo estu- |
viera viendo con los ojos
de su |
cuerpo, fue, sin embargo,
tan sen- |
sible a los afectos
humanos y a las |
circunstancias del mundo
exterior, |
que parecía no haber
tenido expe- |
riencia de aquella
contemplación. |
Resulta admirable: el que
encon- |
traba descanso y paz en el
amor |
de Cristo, no quedaba
satisfecho |
sin el amor de los
hombres; él, pa- |
ra quien la recompensa
suprema |
era la aprobación de Dios,
buscaba |
la conformidad de sus
hermanos... |
Amaba a sus hermanos, no
sólo |
«por causa de Jesús», por
utilizar |
sus propias palabras (2 Co
4, 11), |
sino también por ellos
mismos. (La |
sensibilidad de san Pablo
muestra |
que la gracia se edifica
sobre la |
naturaleza. O. S., 114). |
Una mente bien formada
―puesto |
que ello es algo bueno en
sí mis- |
mo― aporta una
especial fuerza y |
carácter a todos los
trabajos y acti- |
vidades que emprende, y
nos ca- |
pacita para ser más
útiles, y ello |
para beneficio de un mayor
nú- |
mero de personas. Se trata
de un |
deber que tenemos para con
la so- |
ciedad humana, para con la
comu- |
nidad a la que
pertenecemos, para |
con el ambiente en que nos
move- |
mos. (Newman es un
humanista |
cristiano. Idea, 167). |
Sabemos que nuestro
Salvador tu- |
vo un amigo predilecto.
Esto nos |
muestra, en primer lugar,
hasta |
qué punto era totalmente
hombre, |
igual a nosotros, en sus
necesida- |
des y sentimientos; y, en
segundo |
lugar, que no hay nada
contrario |
al Espíritu del Evangelio,
nada |
opuesto a la plenitud del
amor cris- |
tiano, en el hecho de
dirigir nues- |
tro afecto de un modo
especial ha- |
6 |
cia determinados objetos,
aquellos |
hacia los cuales nos han
atraído las |
circunstancias de nuestra
vida o |
alguna peculiaridad de
nuestro ca- |
rácter. Algunos han
supuesto que el |
amor cristiano tiene una
naturale- |
za tan expansiva que no es
suscep- |
tible de encarnarse en
personas |
concretas, de forma que
hemos de |
amar a todos los hombres
de la |
misma manera. Y hay muchos
que, |
sin haber elaborado
ninguna teoría, |
consideran, en la
práctica, que el |
amor por muchos es una
realidad |
superior al amor por uno o
por |
dos: de este modo
descuidan la ca- |
ridad en la vida personal,
mientras |
se ocupan de proyectos
destinados |
a difundir la filantropía
universal, |
o de llevar a cabo la
unión y la |
reconciliación entre los
cristianos. |
Yo, contrariamente a estas
inter- |
pretaciones del amor
cristiano, y |
fijándome en el ejemplo de
Cristo |
Salvador, mantengo que la
mejor |
preparación para amar el
mundo |
en toda su amplitud, y de
amarlo |
recta y juiciosamente, es
cultivar |
la verdadera amistad y el
amor |
profundo hacia aquellos
que están |
más cerca de nosotros. (La
amistad |
cristiana. P. S. II,
52-53). |
Hemos de empezar amando a
nues- |
tros amigos más cercanos,
y gra- |
dualmente ensanchar el
círculo de |
nuestro afecto, hasta que
alcance a |
todos los cristianos, y
después a |
todos los hombres... Qué
absurdas |
resultan las palabras de
los escrito- |
res cuando se refieren con
grandi- |
locuencia al deber de amar
a todo |
el género humano con un
afecto |
universal, de ser amigos
de toda la |
humanidad... Eso no es
amar a los |
hombres, es sólo hablar de
amor. El |
amor real debe realizarse
en la prác- |
tica. (La verdad de las
cosas exige |
su realización efectiva.
P. S. II, 54- |
55). |
La economía política... si
es estu- |
diada en ella misma, con
indepen- |
dencia de la norma
proporcionada |
por la verdad revelada,
conducirá |
ciertamente a los que se
ocupan de |
ella a conclusiones no
cristianas. |
La Sagrada Escritura nos
dice con |
toda claridad que «la
codicia» ―O, |
más literalmente, el amor
al dine- |
ro― «es la raíz de
todos los males» |
(1 Tm 6, 10). El cristiano
tiene el |
deber de trabajar, sí,
pero de tra- |
bajar para atender la
propia sub- |
sistencia y la de los
suyos; y tiene |
también el deber de ser
vigilante |
con respecto a la riqueza,
tanto |
privada como pública. |
Evidentemente, si hay una
cien- |
cia que trata de la
riqueza, a ella |
corresponde formular las
reglas |
para adquirir esta riqueza
y para |
disponer de ella, pero su
compe- |
tencia acaba aquí. Por
ella misma, |
no es capaz de declarar
que es una |
ciencia subordinada, que
su fin no |
7 |
es el fin último de todas
las cosas, |
o que sus conclusiones son
sola- |
mente hipotéticas porque
depen- |
den de sus propias
premisas y, por |
tanto, pueden ser
refutadas por |
una enseñanza más elevada. |
He aquí el campo que el
especia- |
lista en economía política
tiene |
derecho a ocupar. Su
competencia |
no se extiende a
determinar si la |
riqueza ha de ser obtenida
no im- |
porta de qué manera, o si
conduce |
por ella misma a la virtud
o cons- |
tituye el precio de la
felicidad. Eso |
sería traspasar los
límites de su |
disciplina. (La verdadera
filosofía |
comporta una visión
ordenada de |
la realidad. Idea, 86-87). |
Acción litúrgica |
y presencia de Cristo. |
Cristo está siempre
presente en su Iglesia, sobre todo en la acción |
litúrgica. Está presente
en el sacrificio de la misa, sea en la persona |
del ministro, ofreciéndose
ahora por el ministerio de los sacerdotes el |
mismo que entonces se
ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las |
especies eucarísticas.
Está presente con su virtud en los sacramentos, de |
modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza (como dice |
san Agustín). Está
presente en su palabra, pues cuando se lee en la |
Iglesia la Sagrada
Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, |
cuando la Iglesia suplica
y canta salmos, el mismo que prometió: |
«Donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en |
medio de ellos» (Mt 18,
20). |
Realmente, en esta obra
tan grande por la que Dios es |
perfectamente glorificado
y los hombres santificados, Cristo asocia |
siempre consigo a su
amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su |
Señor y por él tributa
culto al Padre Eterno. |
Con razón, pues, se
considera la liturgia como el ejercicio del |
sacerdocio de Jesucristo.
En ella, los signos sensibles significan y, |
cada uno a su manera,
realizan la santificación del hombre, y así el |
Cuerpo místico de
Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, |
ejerce el culto público
integro. |
En consecuencia, toda
celebración litúrgica, por ser obra de |
Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada |
por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y el mismo grado, |
no la iguala ninguna otra
acción de la Iglesia. |
Concilio Vaticano II, |
Const. Liturgia, n. 7 |
8 |
Conversiones en
Inglaterra: |
El testimonio de la
duquesa de Kent. |
En vigilias del Octavario
por la unión de los cristianos, este año se ha |
producido la conversión,
largamente madurada, de un miembro de la fa- |
milia real británica, que
por esta misma circunstancia, ha sido noticia |
que ha dado la vuelta al
mundo, a pesar de la sobriedad y sencillez que |
se ha querido dar al acto
formal de su admisión en la Iglesia católica: la |
duquesa de Kent, la cual,
lo mismo que hiciera Newman en el siglo pa- |
sado, ha entrado en el
catolicismo no sin haber reconocido todo el bien de |
que es deudora a la
Iglesia de Inglaterra, en cuyo seno nació a la fe de |
Cristo y desde la cual,
«como quien llega a puerto después de una traba- |
josa travesía», ha
alcanzado su plenitud convirtiéndose al catolicismo. |
Desde la conversión de
Newman, en el siglo pasado, más de un millón de |
anglicanos han entrado en
la Iglesia católica, sin necesidad de tener por |
enemigos a sus originales
hermanos de fe, aunque sí buscando lo que han |
entendido como un mayor
acercamiento a Jesús. Nosotros mismos, los |
oratorianos, contamos allí
con tres comunidades en las cuales, más de la |
mitad de sus miembros son
anglicanos convertidos al catolicismo, respe- |
tados y amados por todos. |
Nos parece ilustrativo
reproducir unos párrafos del artículo aparecido |
en el «The Times», y
firmado por su ex-director, William Rees-Mogg. |
HACE tan sólo algunos
años, |
las iglesias cristianas se
con- |
sideraban como competido- |
ras entre sí, y o bien se
lamentaban |
o se alegraban de las
conversiones, |
como si cada converso a
sus filas |
fuese un gol marcado al
equipo lo- |
cal; esta actitud no ha
desaparecido |
del todo. Ahora las
iglesias tienden |
a considerarse a sí mismas
como |
vías alternativas para
realizar el |
mismo viaje espiritual y
reconocen |
que una persona concreta
puede |
ser ayudada mejor por una
Iglesia |
que por otra. Así han
reaccionado |
el arzobispo anglicano de
Canter- |
bury y el arzobispo
católico de |
Westminster ante la
decisión de la |
duquesa de Kent de
convertirse al |
catolicismo, una decisión
espiritual |
que a ella corresponde
adoptar, y |
ella ha decidido lo que
más le con- |
viene. |
No obstante, su conversión
tiene |
una importancia que va más
allá |
de su opción personal. Es
una grata |
9 |
declaración de libertad
religiosa. |
La familia real, a
diferencia de to- |
das las familias de Gran
Bretaña, |
está sujeta a unas normas
religiosas |
impuestas por la ley de
Sucesión |
al Trono, de 1701. Esa ley
sigue |
disponiendo que ningún
católico-- |
romano puede llegar a ser
monar- |
ca, como tampoco puede
hacerlo |
nadie que se case con un
católico-- |
romano. La duquesa de Kent
no se |
ve afectada por esta
disposición, |
pues ella no está en la
línea de |
sucesión al trono.
Jurídicamente, |
esta conversión no supone
ninguna |
diferencia por lo que
respecta a la |
sucesión, pero refuerza la
libertad |
de conciencia de toda la
familia |
real. |
Las funciones regias y
religiosas |
están unidas tan
estrechamente, |
con arreglo a la
Constitución bri- |
tánica, que los miembros
de la fa- |
milia real se supone que
tienen un |
concepto religioso de la
vida. El |
último mensaje de Navidad
de la |
reina Isabel II fue un
admirable |
sermón laico y puso de
relieve la |
profundidad de su fe
religiosa. En |
cuanto las personas
piensan en la |
religión de un modo serio,
em- |
prenden un viaje
espiritual que las |
lleva hacia su propia
forma de en- |
tender la verdad. Cada
individuo |
seguirá por esa vía para
que mar- |
que su propio destino,
como lo ha |
hecho la duquesa de Kent. |
Su decisión es importante
por lo |
que se refiere a la
Iglesia de Ingla- |
terra. No la ha adoptado a
causa |
de la ordenación
sacerdotal de las |
mujeres. Ha sido el
resultado de |
años de lectura y oración,
y la ha |
tomado por razones más
amplias. |
No obstante, la cuestión
que se |
le planteó es también la
que se |
plantean muchos
anglocatólicos. |
Para los liberales y los
protestantes, |
la Iglesia de Inglaterra
puede se- |
guir siendo la suya
propia. Pero |
para muchos anglocatólicos
devo- |
tos ha ido convirtiéndose
en algo |
cada vez más incómodo, y
la Igle- |
sia católica, con su
autoridad his- |
tórica, les parece ahora
un lugar |
más lógico. |
Entre muchos anglicanos
―no so- |
lamente entre
anglocatólicos― hay |
también una sensación de
que la |
Iglesia de Inglaterra ha
perdido su |
vitalidad espiritual.
Ningún miem- |
bro de la familia real en
su genera- |
ción ha desempeñado su
papel con |
un mayor sentido del deber
que la |
duquesa de Kent. La
decisión reli- |
giosa de la duquesa
tendrá, por lo |
tanto, una influencia más
amplia. |
La casa de Windsor ya no
puede ser |
considerada como una
especie de |
ancla protestante para la
Iglesia de |
Inglaterra. La familia
real no existe |
para eso; hay millones de
personas |
que son leales a la reina
y que dis- |
tan mucho de ser
protestantes. |
Pero lo más valioso en la
actua- |
lidad es el testimonio
personal de |
la duquesa de Kent. Mucha
gente, |
incluyendo figuras
públicas, ha |
10 |
perdido el sentido de los
valores. |
No paran de buscar
beneficios a |
corto plazo, sexuales o
financieros. |
Sin fe, es demasiado fácil
llevar |
una vida propia de «La
feria de las |
vanidades». Ese es el
mensaje de |
los escándalos actuales.
La duque- |
sa de Kent ha tomado una
decisión |
difícil y muy meditada
acerca de |
algo que realmente
importa. |
Para los católicos, Dios
es la |
fuente de la gracia y la
Iglesia ca- |
tólica es la institución
mediante la |
cual se recibe la gracia.
La Iglesia |
no es el único camino para
ello, |
pues Dios concede
libremente su |
gracia, pero sí tiene una
autoridad |
especial. La decisión de
la duquesa |
de Kent se refiere al
efecto de la |
gracia divina sobre la
vida del es- |
píritu. Ésta es la
cuestión que pre- |
sidió la vida de los
santos. Es la |
cuestión por la cual
murieron los |
mártires cristianos,
aquella por la |
cual tanto Thomas Cranmer
como |
Tomás Moro murieron,
aunque con |
motivaciones diferentes. |
Todos podemos estar
agradeci- |
dos a la duquesa de Kent
porque se |
ocupa de cuestiones
fundamentales |
y no de lo que todas las
religiones |
consideran como ilusiones
superfi- |
ciales de la vida. La
familia real |
tiene su máxima grandeza
cuando |
es vista como el ancla, no
de una |
Iglesia o secta concreta,
sino del |
concepto de la propia
vida. Ése es |
el testimonio que da la
duquesa de |
Kent. |
LAS HERIDAS |
DE LA UNIDAD. |
En esta una y única
Iglesia |
de Dios, aparecieron ya |
desde los primeros tiempos |
algunas escisiones que el |
apóstol Pablo reprueba |
severamente como |
condenables; y en siglos |
posteriores surgieron |
disensiones más amplias y |
comunidades no pequeñas |
se separaron de la
comunión |
plena con la Iglesia
católica |
y, a veces, no sin culpa
de |
los hombres de ambas |
partes. Tales rupturas que |
lesionan la unidad del |
Cuerpo de Cristo (herejía, |
apostasía, cisma...) no se |
producen sin el pecado de |
los hombres. |
Los que nacen hoy en las |
comunidades surgidas de |
tales rupturas y son |
instruidos en la fe de
Cristo, |
no pueden ser acusados del |
pecado de la separación y
la |
Iglesia católica los
abraza |
con respeto y amor
fraterno. |
Justificados por la fe en
el |
bautismo, se incorporaron |
a Cristo; por tanto, con
todo |
derecho se honran con el |
nombre de cristianos y son |
reconocidos por los hijos
de |
la Iglesia católica como |
hermanos en el Señor. |
CATECISMO DE LA IGL. CAT., |
(nn. 817-818) |
11 |
Las palabras |
de los Santos |
No hay palabras para decir
lo mejor. Por eso también "habla" el silen- |
cio, un gesto, el ejemplo,
una vida, como sucede en Cristo: la Palabra es |
él mismo. Así fue también
con los santos, que son el discurso vivo del |
Evangelio a lo largo de la
historia, como un retablo en el que Cristo se |
repite. Dante decía que
los santos, alrededor de Dios, son como pétalos |
de una sola flor. Una flor
inmensa, luminosa, indescriptible, inefable. |
HA HABIDO santos
escritores, santos de los cuales es |
fácil recuperar
documentalmente el sentido de su |
experiencia religiosa, de
sus reflexiones sobre Dios, |
de su meditación de las
Escrituras y algunos inclu- |
so de su protagonismo en
la Iglesia, si lo tuvieron, o |
que nos transmitieron
fielmente detalles de lo que fueron testigos |
у la historia debe
recordar. Ha habido santos sabios que han |
escrito tratados de la
ciencia que se ocupa de Dios у lo que de |
ella se deriva, llevados
del deseo de ser útiles a los creyentes y |
de servir a la Iglesia
haciendo que pueda disponer de libros en |
los que, sistemáticamente,
se contengan los saberes que ilustran |
la fe y facilitan el
conocimiento resumido de lo sagrado; por |
eso la Iglesia los ha
llamado santos doctores. Pero también ha |
habido santos que nunca o
casi nunca escribieron palabra. El |
primero que está en la
lista de éstos es el mayor de todos, Jesu- |
cristo. Igualmente es
verdad que, luego, de nadie tanto como |
de él se han escrito
libros, los cuales, si debieran contener todo |
12 |
cuanto de él se pudiera
decir, no cabrían en todo el mundo, |
escribe con énfasis el
evangelista amigo, Juan, al terminar su |
relato. Sin embargo, lo
que más nos interesa de todo lo que se |
nos cuenta de Jesús en los
evangelios, son precisamente sus |
mismas palabras, que saben
siempre a poco, a la vez que con- |
tienen verdades
inagotables. Son doctrina, pero también el |
pensamiento de su corazón,
de cuya profundidad emanan. De |
manera parecida ocurre con
las palabras de los verdaderos |
santos. |
San Felipe Neri |
Nuestro Padre san Felipe
se refería siempre a Cristo у al |
evangelio, a los apóstoles
y sus escritos y, acto seguido, a los |
libros de los santos o,
como él solía decir, significativamente, |
a libros que comiencen con
"S", o sea, de santos. Era porque |
los santos son hermanos
nuestros que han hecho experiencia |
profunda y sincera de
Dios. De él mismo nos gustaría disponer |
de documentos abundantes:
sus notas personales, los apuntes de |
sermones, sus poesías o,
por lo menos, de los libros que tenía y |
13 |
leyó, los fragmentos
subrayados si hubiese tenido la |
costumbre de señalarlos
así. En cuanto a lo otro, |
tuvo la santa astucia de
mandar quemar todos sus |
escritos poco antes de
morir, y muy escaso es el |
caudal literario de que
podemos disponer que cier- |
tamente hubiera sido
recogido y custodiado con |
gran veneración por sus
primeros hijos espirituales, |
lo mismo que lo fueron sus
objetos personales y los |
pocos papeles salvados de
la quema, que ejecutó |
su fiel discípulo
Alessandro Alluminati, con eficacia |
irreparable e inocente a
la vez. |
Las dos Teresas |
La joven santa Teresa del
Niño Jesús sí que es- |
cribió su vida, pero lo
hizo por obediencia, no sin |
antes hacer notar que lo
más grande del trato de |
Dios con las almas —y
claro está que también de |
la suya― solamente
se podrá saber en el cielo. La |
otra Teresa, la gran santa
Teresa de Jesús escribió |
mucho, de sí misma, pero
olvidada de sí, para sus |
hijas espirituales, de la
gracia y la oración en Las |
Moradas, y su Vida: quería
transmitirles su expe- |
riencia para hacerles más
fácil el camino del en- |
cuentro y vida con Dios;
la Inquisición le secuestró |
el libro de la Vida, pero
no alcanzó a prohibirle |
que la reescribiera de
otro modo en el de Las Fun- |
daciones, porque aunque
inquieta e andariega, no |
alcanzaba a llegar a
tiempo a todos sus conventos |
o palomarcitos para
hablarles de lo que Dios era |
capaz de hacer en las
almas que se le consagraban. |
Catalina de Siena |
Algunos se escandalizaban
de que una mujer escri- |
biera de Dios, como
ocurrió con santa Catalina de |
Siena. Más tarde, los
sucesores de los escandaliza- |
dos hicieron doctoras a
ambas, tal vez para des- |
mentir, de paso, a quienes
acusaban a la Iglesia de |
discriminadora de la
mujer. |
Espíritu |
de los santos |
Cuando nos encontramos con
santos y perso- |
najes espirituales que han
escrito sobre Dios, la |
Iglesia, la oración, el
mundo desde la fe... lo que |
14 |
enseguida se nos convierte
en deseo es el intento |
de entrar en su espíritu y
penetrar su conciencia, |
siempre más interesante
que lo que pudieran decir o |
escribir. Ese querer
entrar en el alma de los seres |
más espirituales no nos
releva de acercarnos a ellos |
por todos los medios que
nos los den a conocer; pero |
sin el intento de captar
su espíritu y psicología, se |
nos hace más difícil
entender sus mismas palabras |
e interpretarlas situados
fuera de contexto u olvi- |
dando las circunstancias y
fin primero que los ins- |
piraba a decirlas o
escribirlas. Así lo entendía New- |
man cuando nos habla de
los santos, cuyas obras |
leía, casi como si hablara
con ellos. La misma pa- |
labra de Dios, si no se
nos convierte en oración, |
permanece como
conocimiento objetivamente excel- |
so, pero estéril para
quien no la medita en el trato |
personal con Dios. Es por
esta razón que la Iglesia |
nos la presenta en el
marco de la liturgia, que es |
culto público a Dios, con
la percepción espiritual de |
la presencia de Jesús, que
está donde dos o más se |
reúnen en su nombre. |
Palabra de Dios |
y oración |
La palabra de Dios y las
pa- |
labras de los santos no
deben limitarse a mera ilus- |
tración de las
inteligencias o la sabiduría académi- |
ca, sino que, en los
fieles, es preciso que se lean |
dentro del espíritu con
que fueron dichas. Esto va |
contra el vicio de citas
precipitadas para adorno |
del discurso sobre Dios y
sobre sus santos; contra |
la superficialidad de los
que citan copiando, para |
salvar con apariencias de
sabiduría la falta de ver- |
dadera sabiduría. El
siervo de Dios, decía san Fe- |
lipe, no ha de mostrar que
sabe, sino saber, y, sobre |
la Palabra de Dios, se
aprende más en la oración |
que con el estudio y nadie
puede ser sabio sin la |
verdadera Sabiduría. |
Los santos no suelen
escribir de sí mismos, ni ape- |
nas hablar de su vida si
no es para alabar y agrade- |
cer favores de Dios y
proclamar sus misericordias. |
Newman |
como ejemplo |
Newman, por ejemplo,
escribió mucho, y nunca sin |
15 |
motivo, ni por meras
preocupaciones estéticas, ni |
como oficio para ganar
dinero —y era pobre―, ni |
por defenderse de
adversarios cuando le atacaban |
personalmente. Su célebre
Apologia pro vita sua, |
que relata una parte
importante de su vida y la |
evolución de sus ideas
religiosas en ella, fue arran- |
cada tras años de
silencio, no llevado de la preo- |
cupación personal ante
acusaciones injustas, sino |
para defender a la Iglesia
y al sacerdocio católico |
de calumnias infames, que
tergiversaban la sinceri- |
dad de su propia
conversión y generalizaban el |
baldón de la hipocresía
extendida a todos. Contu- |
vo su misma vena poética,
temeroso de que el re- |
vestimiento estético de la
literatura pudiera distraer |
de la solidez de las ideas
que era preciso sembrar |
entre los creyentes.
Estuvo largos años sin compo- |
ner un sólo poema, pero no
rehuyó hacerlo para |
trasladar del latín al
inglés comprensible por los fie- |
les los himnos de la
liturgia, o estimular sobria- |
mente la glorificación de
Dios en sus santos o en |
misterios y virtudes
cristianas. Cuando escribe y |
desahoga su pena, lo hace
olvidado de sí, y dolien- |
te por la presión de la
angustia de ver ultrajada a |
la Iglesia o el Oratorio
que había fundado, amena- |
zado por la incomprensión
de los que, ignorantes |
o envidiosos, parecían
alegrarse creándole dificul- |
tades y difundiendo
falsedades y sospechas que |
ponían en peligro su obra
desinteresada y pura. |
Maestro de la pluma y
mente privilegiadísima, su |
honestidad le impidió
recurrir a propagandas o al |
juego de estrategias
triunfalistas, que hubieran sido |
artes humanas, pero no
fruto y obra de la gracia |
de Dios. |
El peligro |
consumista |
Fue buen discípulo de san
Felipe Neri, y |
supo recoger el consejo de
buscar luz en la Biblia |
y en los libros
acreditados por los santos. Una lec- |
ción que debe ser tenida
en cuenta también en |
nuestra época, afectada
por el consumismo, capaz |
de introducirse en
cualquier literatura, y también |
en la religiosa. Época que
decimos que prescinde |
16 |
de Dios, aunque busca y se
construye sus propias |
idolatrías, o rebaja el
concepto del Dios verdadero, |
o crea mitos de santidad
que no encontrarían lugar |
en el Evangelio de
Jesucristo. |
Palabras de s. Felipe Neri |
El fundador de la
Congregación del Oratorio de Valencia fue Luis |
Crespi de Borja, y se dio
prisa en traducir del italiano la vida de |
nuestro Santo Padre Felipe
Neri, escrita por el P. Pietro Giacomo |
Bacci y publicada en 1622,
en Roma, de la que se hicieron poste- |
riores ediciones; una de
ellas fue enriquecida con "hechos y dichos" |
recabados de testigos del
proceso de canonización y de otras per- |
sonas que trataron al
Santo. El P. Crespi de Borja turo cuidado |
de incluirlos, como
apéndice, en su traducción, publicada en 1673. |
Aquí damos un resumen,
necesariamente incompleto, y acomodado |
al lenguaje actual.
Respetamos, de todos modos, el orden en que |
originalmente se disponen. |
―Cuando en San
Germán, Felipe dijo a su tío que estaba dispuesto |
a dedicarse totalmente a
Dios, desprendido de los bienes terrenos, |
éste le ofreció hacerle
heredero de su caudal y le recordó los |
beneficios que le había
hecho, a lo que Felipe respondió que «en |
cuanto a los beneficios
recibidos nunca se olvidaría, pero que del |
resto alababa y agradecía
más su amor y benevolencia que su |
consejo». |
―El Santo había
estudiado filosofía y teología en las facultades, |
pero resolvió seguir el
consejo del Apóstol Pablo, de que no es |
preciso saber por encima
de lo que es necesario, sino saber con |
sobriedad», tal como debe
ser la ciencia de los Santos. |
―A las personas
espirituales daba esta advertencia: Que estuviesen |
dispuestas a sentir gusto
de las cosas de Dios, lo mismo que a |
padecer en sequedad del
espíritu, sin quejarse de cosa alguna. |
―Al visitar a
enfermos, «no basta hacer simplemente el servicio → |
17 |
que precisan, sino con la
mayor caridad, imaginando que se hace |
al mismo Jesucristo». |
―No permitía en la
Congregación que, con el pretexto de los |
estudios, se dejase la
oración y la dedicación a los ministerios; |
quería que se estudiara,
sin olvidar que lo que importa no es |
procurar mostrar que se
sabe, sino saber, y que, en cuanto a las |
Sagradas Escrituras, se
aprende más en la oración que con el |
estudio. |
―En la celebración
de la santa Misa, quería que los sacerdotes |
fuesen más bien breves que
largos en detenerse a merced de la |
devoción, y que, si en
ella sintieran devoción, se dijeran a sí |
mismos: no te quiero aquí,
sino en mi cuarto, fuera de los ojos |
que miran. |
―El Oratorio era
perseguido y algunos pensaban que no se |
conservaría, pero él decía
que estaba tan convencido de que |
corría a cuenta de Dios su
existencia, que, aunque se quedase |
solo, él perseveraría,
porque Dios no necesita de hombres, |
muchos o pocos, y puede
hacer de las piedras hijos de Abraham. |
―En cuanto a mandar
en la Congregación, decía que era muy |
difícil tener unidos a
hombres libres; pero que para ser muy |
obedecido es preciso
mandar poco. |
―También decía que
estaba resuelto a no querer en casa a |
hombres no observantes de
las pocas órdenes que se les imponía. |
―Imponía, en
ocasiones, mandatos en cosas que, de natural, no |
eran agradables, y lo
hacía para que profundizasen en la propia |
humildad y buen espíritu
sin perderse en fantasías y admiración |
de sí mismos. |
―Los bienes de la
Congregación son patrimonio de Cristo, y con |
respeto se deben
administrar y gastar. |
―La verdadera
preparación de un buen sacerdote para celebrar la |
Eucaristía es vivir de
manera, en cuanto a la conciencia, que a |
todas horas pudiera decir
Misa. |
―El mismo Santo
Padre era obediente cuando era requerido para |
18 |
los ministerios, y decía
que era mejor obedecer al sacristán o al |
portero que permanecer en
el aposento, aunque fuese haciendo |
oración. En cuanto a la
obediencia decía que los que deseen |
aprovechar en el camino de
la virtud, deben dejarse conducir |
por sus legítimos
superiores. El que se comporte con |
independencia tendrá que
dar cuenta a Dios de sus acciones. |
―Es preciso rezar
mucho antes de elegir un director espiritual. |
Una vez elegido, no debe
abandonarse sin grandísima causa. |
Cuando el espíritu del mal
no consigue llevar a cometer |
pecados graves a un
cristiano fervoroso, le tienta sembrando |
desconfianza hacia su
confesor y así, poco a poco, lo desvía del |
bien. |
―Vale mucho más una
vida ordinaria por obediencia, que mucha |
penitencia por propia
voluntad. La obediencia es el camino |
compendioso y breve para
llegar a la perfección: es ofrecerse a |
Dios desde el altar del
corazón. |
―Es preciso obedecer
en las cosas que parecen poco importantes, |
porque es así como luego
es fácil obedecer en las mayores. |
―No basta considerar
si Dios quiere el bien que se pretende, sino |
si lo quiere por mí, y en
aquel modo y tiempo, tal como lo |
determina la obediencia,
antes que el gusto. Para ser perfectos es |
preciso obedecer y honrar
a los superiores, y honrar a los |
iguales e inferiores. |
―Hacen mal los
confesores cuando, por negligencia y respetos |
humanos, dejan de
ejercitar a sus penitentes en la obediencia, y |
descuidan el mortificar el
entendimiento y la voluntad propia |
por este medio, y
permiten, en cambio, penitencias corporales. |
Porque mucho más aprovecha
mortificar una pequeña pasión, |
por muy pequeña que sea,
que muchas penitencias, ayunos y |
disciplinas. |
―Aconsejaba a los
laicos que participaran cada día en la santa |
Misa, y que no dejasen de
hacerlo con pretexto de descanso o |
recreo, sin otra justa
causa, porque se equivocan grandemente |
quienes buscan recreación
fuera del Creador y consuelo fuera de |
19 |
Cristo, y no lo hallarán
jamás, sino la propia perdición. Quien |
quiere ser sabio sin la
verdadera Sabiduría, y salvo sin el |
Salvador, ese tal no es
sano, sino enfermo; ni sabio, sino loco. |
―Le gustaba la
jaculatoria breve de «Virgen y Madre» dirigida a |
María, porque en estas dos
palabras se contenía toda la grandeza |
de la Madre de Dios. |
―Regularmente es
mala señal no tener algún particular |
sentimiento y devoción en
las grandes solemnidades, pasando |
con indiferencia por su
celebración. |
―Lamentaba la falta
de reverencia con que a veces se tratan las |
cosas sagradas o que han
pertenecido a santos, o sus reliquias. |
―A los que convertía
del pecado a la gracia, les decía que habían |
cambiado de rostro y
tenían mejor cara. |
―No temo nada y
tengo esperanza cierta de alcanzar cualquier |
merced de Dios con tal de
poder hacer oración. |
―No quería rezar el
oficio divino de memoria, sino siempre con el |
breviario abierto delante,
para no errar, y aconsejaba a otros que |
también lo hicieran. |
―Advertía,
especialmente a los miembros de la Congregación, |
que tanto para la oración
como para predicar la palabra de Dios, |
leyesen libros de autores
cuyo nombre empezase por S de santo, |
como san Agustín, san
Gregorio, etc., porque no existe cosa más |
a propósito para excitar
el espíritu; también decía que leyesen |
muy despacio, incluso que
se detuviesen, si leían solos, en |
aquellas frases o palabras
que les inflamaban el corazón, |
―Para aprender a
tener oración lo primero es reconocerse |
indigno de tratar con
Dios; la verdadera preparación para la |
oración es ser
mortificado, porque el que quiere tener oración |
sin mortificación es como
si quisiera volar sin tener alas; el |
humilde y obediente es
enseñado por el Espíritu. Un hombre sin |
oración, decía, es un
animal sin discurso. |
―En la oración hay
que desear cosas grandes en el servicio de |
20 |
Dios: no contentarse con
poco, sino desear, si fuere posible, |
exceder en santidad y amor
a san Pedro y a san Pablo, pues |
aunque no se pueda con las
obras, debe procurarse con el deseo. |
En especial los
principiantes han de meditar en el destino final |
del hombre, y tener todos
en cuenta que el espíritu del mal nada |
teme tanto como la
oración, y por eso procura impedirla. |
―Aconsejaba no
adoptar posiciones tensas, ni fijar los ojos |
encantados en imágenes y
figuras porque se echa a perder la |
cabeza, se cae en
fantasías o ilusiones, aun de apariencia |
espiritual, que son una
tentación. |
―Exhortaba a que no
abandonasen el Oratorio los fieles que lo |
frecuentaban, y que unos a
otros se encomendaran en las |
oraciones. |
―A los grandes
pecadores que acudían a sus pies les exhortaba |
primero a corregirse de
sus grandes pecados. Después, con |
paciencia, les iba
llevando poco a poco a la perfección, y cuando |
les había entrado un poco
de espíritu, ellos mismos hacían más |
de lo que un hombre desea. |
―Con tal que no
pequen, dejaría que partieran leña sobre mi |
espalda, decía. |
―Son más fáciles de
gobernar por el camino de la virtud los que |
tienen el espíritu alegre,
que los melancólicos. La alegría es un |
verdadero medio para
aprovechar en la virtud. Pero aborrecía la |
disolución, y por eso es
necesario estar con toda cautela y no |
caer, decía, en el
espíritu bufón, porque las bufonadas hacen al |
hombre incapaz de recibir
de Dios mayor espíritu, y destruyen lo |
poco que se ha adquirido
en el fervor y la práctica virtuosa. |
―No le gustaba que
se hablara demasiado de demonios y |
tentaciones, porque se le
hace demasiada honra al Demonio con |
sólo hablar de él. |
―En la asistencia a
los enfermos, no hay que decirles muchas |
palabras, cuando están muy
cerca de la muerte, sino ayudarles |
con oraciones. Creía que
Dios manda la muerte en el momento |
21 |
más oportuno y por eso no
quería hacer oración absoluta por la |
vida de nadie. |
―No quería que los
suyos, en la mesa, anduviesen diciendo que |
algo no les gustaba o que
pidiesen cosas particulares a no ser por |
necesidad, ni que comiesen
entre día. A uno que solía hacerlo así |
le dijo que nunca tendría
espíritu. |
―Quería que con la
pobreza se juntase la limpieza y solía repetir |
la sentencia de san
Bernardo: Siempre me ha gustado la pobreza, |
jamás la suciedad. |
―De la pobreza decía
que hubiera preferido verse reducido a |
tener que pedir limosna y
buscar alguien que le diera un real y |
no encontrarlo, y que
consideraría una gracia especial tener por |
lugar de su muerte, el de
los pobres de solemnidad. A un hijo |
espiritual suyo, que de
pobre se hizo rico, le decía que antes |
tenía cara de ángel, y la
riqueza le había mudado el rostro, que |
antes tenía el rostro
alegre y ahora melancólico. |
―Es más fácil
corregirse del vicio de la sensualidad que del de la |
avaricia. El dinero es la
peste del alma. Dadme diez hombres |
verdaderamente
desprendidos y me bastará el ánimo para |
convertir el mundo. Cuando
alguien le pedía licencia para |
ayunar, solía responder:
No, en vez de ayunar dad limosna. Que |
el joven se guarde de la
lujuria y el viejo de la avaricia y todos |
seremos santos. No se
puede ganar al mismo tiempo el alma y |
el dinero. |
―No había nada, en
este mundo, que pudiera agradarle del todo y |
confesaba que sólo le
agradaba que nada le agradase. Se refería, |
sin duda, a su deseo del
cielo. |
―Cuando oía algún
pecado grave de otro se confundía |
reconociendo que él
hubiera podido cometerlo también: Señor |
guárdame, porque soy capaz
de hacerte traición, y todo el daño |
del mundo, confesaba. |
―No puede sucederle
a un cristiano cosa más gloriosa que padecer |
por Cristo. |
22 |
―El mayor
sufrimiento de un alma que no tuviese ningún pecado, |
ni siquiera mínimo, sería
el de no estar ya en el Cielo, con Dios |
y los santos. |
―Tenía por regla
cierta que el verdadero remedio para no pecar |
es reprimir la altivez del
ánimo, y así que nadie debe afligirse |
mucho al ser reprendido.
En ocasiones suele ser más culpa el |
afligirse en la reprensión
que la culpa por la que se es reprendido, |
porque la demasiada
tristeza suele tener su origen en la soberbia. |
―Hay que pedirle a
Dios que no permita jamás que tengamos |
deseos de bienes
temporales. Y decía, con frecuencia, que cuanto |
amor se pone en las
criaturas, tanto se quita al Creador. |
―A los sacerdotes
decía que, si querían hacer bien a las almas, no |
tocasen las bolsas. Y, a
los seglares, que, lo mismo que san Pablo, |
no quería sus cosas sino a
ellos mismos. |
―La avaricia es la
peste del alma. Quien quiera hacienda, nunca |
tendrá espíritu. Mejor que
ayunar es hacer limosna. |
―Hubiera preferido
que Dios le quitara la vida, y aun ser fulminado |
por un rayo, antes que
detenerse en el pensamiento que pudiera |
recibir dignidades... A
uno que le decía con sencillez que, tal vez |
con ellas podría hacer más
bien, le respondió lanzando su birreta |
al aire y jugando a
cogerla: Paraíso, Paraíso. |
―Dichosos vosotros,
los jóvenes, que tenéis tiempo de hacer el |
bien que yo no he sabido
hacer. |
―Si me tuviera por
santo o me juzgara hombre necesario para |
algo, me tendría por
condenado. Estoy desesperado de mí mismo; |
desesperado de mí, pero
confiado en Dios. |
―Señor, no os fieis
de mí. Señor mío, si no me ayudáis, no esperéis |
de mí sino pecados. |
―Poneos en las manos
de Dios, y estad seguros que, si él quisiera |
algo de vosotros, os dará
la capacidad para aquello que os |
quiera confiar. |
(continuará) |
23 |
CUARESMA CERCANA |
Comienza el día 16 de
febrero, |
Miércoles de Ceniza. A
todos nos |
recuerda que no basta que
nos |
llamemos cristianos para
serlo de |
verdad. De modo especial
la liturgia |
viene en nuestra ayuda
para hacer |
más consciente el Bautismo |
recibido en la niñez.
Cuaresma es |
tiempo de gracia y
purificación, |
para despertar de
letargos, rutinas |
y miserias y disponernos a
la |
renovación pascual y
revestirnos |
del «hombre nuevo»,
moldeado a |
imagen de Cristo. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita o imprimo: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1.
Apartado 182 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 10.2.93 |
24 |
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