Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 294. MAYO-JUNIO. Año
1994 |
SUMARIO |
LO BELLO no es lo bueno,
sino viceversa; de |
no ser así, llamaríamos
belleza al envoltorio |
edulcorado de la mentira,
al exhibicionismo |
vano. Lo bueno es limpio,
desprendido, con |
espacio para Dios, que es
incompatible con lo artifi- |
cioso y se muestra a los
sencillos de corazón. La |
sencillez es difícil,
porque no puede suplirla ni la |
mejor inteligencia,
tentada a veces por la astucia y |
el orgullo. Los santos
triunfaron de estas tentacio- |
nes y alcanzaron a Dios. |
EN UN SALUDO A TI |
AUDERE |
RASGOS DEL ORATORIO |
CONVERSIÓN Y VOCACIÓN DE
NEWMAN |
ESTÉTICA, ÉTICA, RELIGIÓN,
DIOS |
INFLUJO DEL EVANGELIO Y DE
LOS SANTOS |
1 (49) |
Tiempo de oración: |
EN UN SALUDO A TI |
Que en un saludo a ti,
Dios mío, |
se extiendan todos mis
sentidos |
y toquen este mundo, |
peana de tus pies. |
Lo mismo que una nube del
estío, |
cargada de agua no
llovida, |
permite que mi mente se te
acerque |
postrada en el umbral de
tu presencia, |
en un saludo a ti. |
Que todas mis canciones se
recojan, |
trenzadas en un solo
acorde, |
y fluyan hacia el mar |
de tu silencio, |
en un saludo para ti. |
Como bandada de cigüeñas
añoradas |
que vuelan sin reposo
noche y día, |
cuando retornan a la
altura de sus nidos, |
que así también mi vida
emprenda su jornada, |
camino del hogar eterno, |
sencillamente en un saludo
a ti. |
Rabindranath Tagore |
(1861-1941) |
2 (50) |
Audere |
UN REFRÁN antiguo asegura
que «la suerte ayuda a los audaces». No nos faltan |
ejemplos de audacia
humana, mezcla de esfuerzo y ambición para lograr triun- |
fos en esta vida, en el
mejor de los casos, ambiguos. Pero existe otra audacia |
que podemos aplicar a lo
espiritual. Alguien ha escrito, por ejemplo, que la fe |
es una audacia proyectada
hacia la trascendencia. Sin embargo nos consta que la fe, |
antes que en la iniciativa
del hombre, tiene su comienzo en la semilla de un don que |
Dios siembra en el alma
del creyente; la primera fe es siempre una gracia, un favor |
inicial de Dios, un
contacto divino que ha de ser acogido conscientemente y crecer |
en forma de oración, es
decir, en trato personal con Dios. |
¿Qué hemos hecho nosotros
de esa primera gracia de la fe? ¿Qué ha sido, que es |
nuestra oración? Si ya no
nos parece que es perder el tiempo dedicarle alabanzas |
a Dios, ¿qué le pedimos en
nuestros ruegos? ¿Acudimos a él dejando de lado todo |
atolondramiento y limpios
de egoísmos, salvo ―si pudiera serlo― el de crecer en su |
amor? Es muy probable que
descubramos, en el examen, la mezquindad de nuestros |
pensamientos, lo
interesadas que fueron nuestras peticiones, el olvido de tantas ge- |
nerosidades por agradecer. |
¿Qué podemos hacer para
curar nuestra miseria? El verdadero remedio, como |
la respiración para la
vida, está en insistir en la oración; pero no cualquier oración, |
sino la oración audaz que
implore la santidad que nos falta. Sin embargo, esta pala- |
bra, santidad, nos da
miedo: si queremos ser decentes; santos, no tanto. Nos sobre- |
coge la nitidez de esta
reflexión: que Dios, con el ser, nos ha dado entendimiento y |
corazón, conciencia y
libertad, fe y esperanza, y la promesa de una morada junto a |
él, en el cielo, para
cuando vuelva a recogernos (Jn 14, 3), en esta esquina de la vida |
que los paganos llaman
muerte. |
Tenemos miedo de Dios; nos
asusta pedirle lo más grande, como si presintiéra- |
mos que, a cambio, pudiera
exigirnos un precio demasiado alto. Las grandes renun- |
cias, el vivir día a día
de la providencia, los desprendimientos radicales, la entrega |
3 (51) |
sin condiciones, el
esfuerzo sin recompensa inmediata, la perseverancia y la bondad |
escarnecidas, la
obediencia hasta la muerte... son para los tiempos del Dios de los |
patriarcas, para los
mártires y algunos santos, para los fanáticos de las bienaventu- |
ranzas, para Jesucristo
Hijo de Dios. A nosotros nos basta un dios más pequeño. En |
cuanto a Abraham, Moisés,
David, los Apóstoles, Jesucristo, los tomamos poco más |
que como adorno, e incluso
les aplaudimos; pero que no se nos confunda con ellos, |
porque ya nos hemos
confeccionado nuestro propio y tácito credo particular de |
mínimos morales, que se
aviene con las apariencias que mejor nos acomodan. Es |
verdad que no acabamos de
ser felices, pero nos queda todavía el recurso a la infali- |
bilidad mágica de algunos
sacramentos para emergencias extremas, en las que ima- |
ginamos salvar la eficacia
de lo indispensable al margen del amor. |
¡Oh si conociéramos el don
de Dios! Seríamos audaces para hacerle la petición |
máxima, nosotros que hasta
ahora hemos pedido tan poco, eludiendo el ofrecimien- |
to del Señor (Jn 16, 24),
ayunos, todavía, de la verdadera alegría y de la paz que el |
mundo no puede darnos.
Dejaríamos atrás ese empeño por comparar lo que Dios |
quiere darnos con lo que
tememos perder y quisiéramos absurdamente eternizar; |
seríamos libres,
finalmente, para un amor total surgido de la plegaria pura, incondi- |
cionada, sin egoísmos. Los
santos creyeron en las promesas de Jesús y las convirtie- |
ron en substancia de su
oración, y por esto fueron santos. En ellos la audacia de la |
oración siguió a la fe.
Los obstinados en pedir menos nunca serán santos. Ni felices. |
Estad siempre despiertos
para una oración que no cese, nos dijo el señor (Me |
21, 36), y un refrán
latino estimulaba así a los héroes: «Memento audere semperl» |
―«Acuérdate de ser
siempre audaz»―. Deberíamos concordar la palabra del Señor |
con esta recomendación
humana para la osadía santa de pedirle a Dios lo más gran- |
de que quiera darnos, pero
que «no puede darnos» si nos resistimos, como piño |
que cierra la boca y
rechaza el alimento que le ofrecen. Decimos que «no puede» |
porque respeta nuestra
libertad, y respeta nuestra libertad para que jamás perda- |
mos la capacidad de amar,
de amarle. Imposible si no fuésemos libres, que para eso |
nos hizo así. |
¡Atrévete, atrevámonos! |
El Evangelio, música
cantada. |
El Evangelio escrito no
bastó a los santos y lo convirtieron en verdad de su |
vida. San Francisco de
Sales decía que «entre la letra del Evangelio y la vida |
de los santos no hay más
diferencia que entre la música escrita y esta misma |
música cantada». Dios no
es una idea abstracta, ni un tema literario, sino |
una realidad armoniosa de
transparencias que sólo la fe |
ilumina y el amor |
comprende y transforma en
sabiduría propia, dando un vuelco al alma que |
experimente la necesidad
de Dios para siempre. |
4 (52) |
Rasgos |
del Oratorio |
HAY RASGOS en la vida de |
san Felipe Neri, que
descon- |
ciertan. Uno de ellos, por |
ejemplo, es el recelo
constante que |
muestra frente a todo lo
que apa- |
rece demasiado
estructurado. No |
se puede decir de él que
fuese un |
ser desordenado, pero
profesó una |
constante desconfianza a
lo que |
pareciera demasiado
sistematizado, |
porque podía sofocar la
espontanei- |
dad del Espíritu, que
sopla donde |
quiere. No pretendió
fundar nin- |
guna obra nueva en la
Iglesia de |
Dios, y fue por la presión
del papa |
Gregorio XIII, de quien se
puede |
decir que
"fundó" la "Congrega- |
ción"
―denominación nueva en |
aquellos tiempos―
del Oratorio. El |
papa no quería que nadie
tildara |
el apostolado de san
Felipe como |
algo espurio a la Iglesia.
Para san |
Felipe existían ya
bastantes "reli- |
giones" u
"órdenes" para que en |
ellas se recibiera a los
que se sin- |
tieran vocacionalmente
llamados a |
ellas; y también por el
criterio de |
san Felipe, de que no son
las reglas |
ni los votos los que hacen
la santi- |
dad, sino la observancia
práctica |
del Evangelio por
verdadero amor a |
Jesús; cualquier sistema o
medio, |
sin esta observancia, lo
considera- |
ba humo, error o vanidad.
Sin em- |
bargo exhortó siempre a
todos sus |
discípulos a honrar a los
religiosos |
y fue leal amigo de los de
su tiem- |
po, especialmente de los
francisca- |
nos y dominicos, y también
de |
otros fundadores a los que
ayudó |
y mandó vocaciones. |
En un aspecto muy
importante |
de su dedicación a la
formación y |
orientación espiritual de
cuantos |
participaron en su
apostolado y se |
beneficiaron de él, dio
una relevan- |
cia esencial a la
comunidad. Puede |
decirse que la comunidad
como tal, |
contenía, según él, todo
cuanto |
otros intentaran conseguir
con re- |
glas y votos. La comunidad
como |
la entendía san Felipe,
observa |
Newman, no es una pensión
sacer- |
5 (53) |
dotal, una convergencia de
ami- |
gos piadosos con más o
menos pa- |
recidas aficiones
apostólicas, sino |
una familia, "el
nido, el hogar pro- |
pio", presidido por
"el Padre", con- |
siderado "primus
inter pares" como |
un hermano mayor, que ha
de dar |
ejemplo y estimular a
todos en la |
tarea común y obras
propias de |
la Congregación. Una
visión de- |
masiado superficial del
Oratorio |
podría suponer que, por
carecer |
de otras formalidades, la
urgencia |
de la práctica evangélica
es mera- |
mente opcional. Como
comunidad |
no es deseable que sea
exigua, |
pero tampoco que la
constituya un |
número demasiado elevado
de |
miembros. En cuyo caso
corre- |
ría el riesgo de
convertirse en "or- |
ganización", más bien
que en orga- |
nismo y núcleo familiar
espiritual. |
En el Oratorio, como en
los monas- |
terios de clausura, el que
es admi- |
tido debe permanecer en la
casa |
hasta la muerte, sin
traslados ni |
siquiera a otros
Oratorios, salvo en |
ocasiones verdaderamente
excep- |
cionales (por ej. para una
funda- |
ción, o para salvar del
peligro de |
extinción a un Oratorio,
carente de |
vocaciones). Una casa del
Oratorio |
con demasiados miembros no
per- |
mitiría reproducir
fácilmente el |
ambiente y conocimiento
humano |
y fraterno entre los que
lo constitu- |
yen. Favorece, en cambio,
la prác- |
tica de muchas virtudes:
la prime- |
ra, que engloba a varias
más, es la |
perseverancia en la
vocación a que |
un día se fue llamado, una
vez por |
todas; la humildad, la
caridad, la |
pobreza, el espíritu de
comprensión |
y de ayuda fraterna. Y,
fuera del |
ámbito interno, de cara a
los fieles, |
el mejor servicio
espiritual de éstos |
porque, de una a otra
generación, |
tienen asegurado el
consejo y asis- |
tencia de los hermanos y
presbíte- |
ros que permanecen de por
vida en |
el concreto Oratorio al
que asisten. |
La idea de comunidad de
san |
Felipe no se ceñía
solamente a la |
vida doméstica de cada
casa fili- |
pense, sino que abarcaba a
los fie- |
les que la frecuentan y
reciben el |
servicio de sus
ministerios integra- |
dos en el apostolado
propio del |
Oratorio. En la Roma de
san Felipe |
Neri era proverbial, para
muchos |
de sus hijos espirituales,
acudir al |
Oratorio cada día,
siquiera fuera |
muy brevemente,
considerado por |
todos como un centro de
espiritua- |
lidad. Sería inconcebible
un Orato- |
rio sin fieles
oratorianos. Ello no |
quiere decir que el
Oratorio se |
atribuyera ninguna
supremacía ni |
pretensión absorbente,
sobre otras |
obras de la Iglesia,
porque ésta, |
según el dicho de san
Felipe, saca- |
do de una frase de los
salmos, «se |
adorna con la variedad».
No obs- |
tante, reprobaba a
aquellos que, |
con pretexto de devoción,
gustaban |
de ir de una iglesia a
otra y de uno |
a otro lugar devoto, de
los cuales |
6 (54) |
decía que llevan su piedad
en los |
tacones de sus zapatos,
curiosos de |
todo, perseverantes en
nada. El |
amor se alimenta con el
trato, la |
relación, la convivencia,
la alegría |
de hacer el bien juntos,
emulando |
en generosidad. Sin amor
todas las |
técnicas son inútiles;
todas las gran- |
dezas, huecas. |
Ni para su obra era san
Felipe |
partidario de propagandas
o apolo- |
gías, temiendo siempre por
la vani- |
dad de sus hijos, que
quería bien |
instruidos, piadosos y
desprendidos, |
sin alarde ninguno de
títulos ni |
ambiciones cortesanas, en
la Roma |
donde pululaban los que
aspiraban |
a dignidades
eclesiásticas, adu- |
lando al poder y rozando,
con fre- |
cuencia, la simonía. «De
los carde- |
nales envidiaría solamente
el color |
rojo... del martirio; no
otra cosa». |
Y también decía que, para
sí mis- |
mo, «desearía encontrarse
necesi- |
tado de unos pocos
céntimos y no |
encontrar a nadie que
pudiera so- |
correrle dándoselos». |
El problema de la Iglesia,
pensa- |
ba, no consistía en que no
era po- |
bre, sino en que faltaban
santos. |
Para cambiar el mundo y
conver- |
tirlo del pecado,
aseguraba que «le |
bastaría poder contar con
sólo diez |
hombres verdaderamente
despren- |
didos». |
«Amad el pasar
desapercibidos». |
Él mismo amaba la soledad
y el re- |
Jueves |
26 de mayo |
FIESTA |
DE |
NUESTRO |
PADRE |
SAN |
FELIPE |
NERI |
Invitamos |
a los amigos |
del Oratorio |
a compartir |
nuestro gozo |
en la |
EUCARISTÍA |
de las 8,30 |
de la tarde |
7 (55) |
cogimiento, hasta
resistirse a aban- |
donar su cuarto de San
Jerónimo |
de la Caridad, donde el
Señor le |
había bendecido con tantas
gracias |
y amaba porque era «la
cuna del |
Oratorio», con las
reuniones de sus |
primeros hijos
espirituales. Cuando |
el Oratorio creció y San
Jerónimo |
quedaba pequeño, Felipe
tardó to- |
davía trece años en
trasladarse a la |
Chiesa Nuova, contento de
seguir |
en su rincón original, y
haciendo |
todos los días el camino
de ida y |
vuelta, por las
callejuelas que sepa- |
raban la pequeña iglesia
de la nue- |
va y espaciosa de la
Vallicella. Feli- |
pe tenía setenta y tres
años; le que- |
daban otros siete para
bendecir, con |
su presencia, la ya
estabilizada y |
dinámica comunidad del
primer |
Oratorio. Pero el amor
primero de |
San Jerónimo de la
Caridad, nun- |
ca se apagó ni en él ni en
sus hijos. |
Es una reliquia que de
corazón nos |
pertenece a los
oratorianos, aunque |
manos extrañas y poderosas
nos la |
han arrebatado hace poco.
A pesar |
de ello seguimos pensando
que san |
Felipe no se equivocó
cuando prefi- |
rió que el Oratorio ni
pareciera |
ni fuera grandioso, ni
ambicionara |
poderes mundanos. |
La perfección del
Oratorio. |
La perfección del Oratorio
descansa en la vida |
de comunidad. Una
comunidad es más que una |
pensión de huéspedes, más
que un grupo de |
personas viviendo en una
misma casa. Una |
comunidad es un hogar y
una familia. Por |
esto, en el Oratorio, al
Superior se le llama |
simplemente
"Padre", y a los demás por su |
propio nombre. Una
comunidad es una unidad, |
un todo; es un espíritu,
una mente, un punto de |
vista sobre las cosas, una
acción; y la |
obediencia que se exige a
sus miembros, en la |
cual consiste su
perfección, es aquiescencia, |
concurrencia en un
espíritu, en un modo de |
ver y actuar, como un acto
de leal y debida |
sumisión. |
John H. Newman, C. O., |
(29. 2. 1856) |
8 (56) |
La conversión |
y vocación |
de Newman al Oratorio |
NEWMAN, como todo
cristiano |
que quiere llevar la fe a
la |
propia vida, no se
convirtió |
una sola vez, sino que
secundó una |
y otra vez ese proceso de
la vida |
de la gracia, que va
acercando el |
hombre a Dios, desde el
bautismo. |
Proceso o camino que tiene
mo- |
mentos especialmente
densos, a |
cuya intensidad podemos
llamar |
"conversión". El
cristiano que vi- |
ve su fe tendrá la
experiencia de |
varios de estos momentos o
"con- |
versiones". De
conversión en con- |
versión, mientras se
acerca poco a |
poco a Dios, hasta
alcanzarlo en la |
gloria. |
Newman en su Apología, se
re- |
fiere a uno de estos
momentos, |
cuando tenía quince años,
y descu- |
brió al Dios personal
-«myself |
and my God», que marcaría
en |
adelante toda su vida.
Otro de es- |
tos momentos culminantes,
de en- |
crucijada con Dios, sería
sin duda |
la crisis de su enfermedad
en Sici- |
lia, a los treinta y dos
años, en la |
primavera de 1833; otro,
cuando |
en 1845 es recibido en la
Iglesia |
católica... Y se producen,
con leves |
intervalos, más sacudidas
de la gra- |
cia de Dios: él, que en un
principio |
había pensado permanecer
seglar, |
abandonando el ejercicio
de su or- |
denación anglicana, es
convencido |
para que se prepare al
sacerdocio |
católico (1846) y,
sucesivamente |
(1847), junto con su fiel
y gran |
amigo de conversión,
Ambrose |
Saint John, es orientado
hacia el |
Oratorio. |
¿Cómo fue que se decidiera
por |
el Oratorio? La
experiencia comu- |
nitaria de Littlemore,
desde sep- |
tiembre de 1841 hasta
febrero de |
1846, que le condujo al
catolicis- |
mo, le convencía de que,
una vez |
ordenado sacerdote
católico, le cos- |
taba imaginar una vida de
sacer- |
dote diocesano, dado
además su |
precedente de
universitario y hom- |
bre de estudios. En un
primer mo- |
mento pensó si tal vez le
podía |
convenir pedir el ingreso
en la |
Compañía de Jesús, o
quizás en la |
Orden Dominicana. De la
duda le |
sacó Nicholas Wiseman,
antiguo |
rector del Colegio Inglés
de Roma, |
9 (57) |
más tarde cardenal y
arzobispo de |
Westminster, que le
sugirió el Ora- |
torio. Pareciole una
fórmula ideal, |
aunque, a pesar de la
inicial sim- |
patía, pero sin conocerlo
apenas, |
Newman la aceptó con una
gran fe |
en un consejo tomado como
venido |
de la Providencia. Fue
algo resuel- |
to en cuestión de meses, y
volvió a |
Inglaterra con el
propósito de in- |
troducir allí el Oratorio.
Su pro- |
yecto llevaba como bagaje
espiri- |
tual sobre san Felipe, la
Vida de |
Bacci, I pregi della
Congr. del- |
l'Oratorio y las
Constituciones, |
además de un largo retiro
y adoc- |
trinamiento por el p.
Rossi, del |
Oratorio romano. Poco era
en com- |
paración con cuanto le
aguardaba. |
Sin embargo, una vez
tomado este |
camino, nunca jamás dudó
de que |
era el de su vocación. Y
es aquí |
donde podemos añadir, a
otras pre- |
cedentes, ésta de su
"conversión" |
al Oratorio. |
Toda verdadera vocación,
en- |
tendida correctamente,
exige una |
"conversión",
sin la cual la perse- |
verancia peligra o se
mantiene co- |
mo una resistencia que se
soporta, |
o se desvía del espíritu
que debe |
animarla, con
acomodaciones ex- |
trañas. Sin entrar en
detalles, y a |
pesar de que en Newman no
siem- |
pre pudo traslucirse, le
costó, esta |
necesaria conversión al
Oratorio, |
padecer desde fuera una
gran in- |
comprensión y, desde
dentro, mu- |
cha pobreza. Newman se
hizo cató- |
lico y llegó al puerto de
la fe que |
deseaba; luego se hizo
oratoriano y |
tuvo el medio de labrar su
santifi- |
cación. Basta asomarse a
su biogra- |
fía, a su correspondencia
y, espe- |
cialmente, a sus
Autobiographical |
Writings. Puede decirse
muy bien |
que, después de san
Felipe, el pen- |
samiento newmaniano sobre
el |
Oratorio es la aportación
más no- |
table para ilustrar la
genialidad de |
la idea nacida, hace
cuatro siglos, |
del corazón de nuestro
Santo Pa- |
dre y Fundador, Felipe
Neri. |
En una ocasión, al
recordar que |
ni siquiera en su juventud
había |
deseado nunca honores ni
éxitos |
mundanos, se fija en el
salmo 130, |
que dice: |
Mi corazón, Señor, no se
ensoberbece |
ni son altaneros mis ojos; |
no he elegido el camino de
las grandezas, |
ni he buscado las cosas
demasiado altas para mí. |
En cambio, he reprimido y
acallado mi alma, |
como niño que se abandona
al regazo de su madre; |
como niño pequeño así está
mi alma. |
Lamentaba que este salmo
no se |
leyera en el rezo del
oficio angli- |
cano. Este salmo,
escribía, «resume |
mi vida». Lo mismo habría
podido |
10 (58) |
decir san Felipe de la
suya. |
Al final de su obra más
conocida, |
la Apología, defendiéndose
de la |
acusación de insinceridad,
en la |
polémica que la suscitó,
cita a san |
Felipe Neri, como el hijo
que invo- |
ca «la enseñanza del
Padre». Con |
ello «quiero poner término
a esta |
obra». El oratoriano
romano (p. |
Giaccomo Bacci) que
escribió la |
Vida de san Felipe Neri,
dice de él |
que «aborreció toda clase
de afec- |
tación tanto en sí mismo
como en |
los demás, en el hablar,
en el ves- |
tir y en las demás cosas,
huyendo |
muy particularmente de
ciertas ce- |
remonias que más bien
pertenecen |
al estilo mundano, y
cumplidos |
cortesanos; se mostró, en
cambio, |
partidario de la sencillez
cristiana |
en todas las cosas; de tal
modo que, |
cuando tenía que tratar
con gentes |
de prudencia mundana,
tenía difi- |
cultad en ajustarse a
ella. Sobre |
todo le disgustaba verse
obligado |
a tratar con personas de
doble ros- |
tro, que no son leales en
sus obras |
ni van derechamente al
asunto. |
Fue especialmente enemigo
de las |
mentiras y no podía
soportarlas, y |
a los suyos recordaba que
se guar- |
daran de ellas como de la
peste». |
Y confiesa Newman que
estos |
principios no solamente
los ha te- |
nido en cuenta desde que
se hizo |
católico, sino que habían
sido los |
que, aun antes de abrazar
el catoli- |
cismo, «habían inspirado
toda su |
vida». |
Termina también otro
libro, don- |
de recoge sus conferencias
en Du- |
blín para la fundación de
la Uni- |
versidad Católica de la
que fue el |
primer Rector: «Si Dios
dispone |
que en años venideros haya
de |
participar en la gran
empresa que |
ha dado materia para estas
confe- |
rencias, puedo decir que,
si he de |
hacer algo, lo haré
siguiendo las |
huellas de san Felipe y
ningunas |
otras». |
Ciertamente, Newman se
dejó |
llevar de la Providencia,
fue fiel |
a su vocación y "se
convirtió" al |
Oratorio, al que consagró
toda su |
vida de católico, cuarenta
y dos |
años, hasta la última
conversión |
que amanece en el Cielo,
de Dios y |
de los Santos. |
San Felipe compartió lo
que quizá fueran las intuiciones más profun- |
das de los reformadores
del s. XVI: la necesidad de ir a fondo en la |
sencillez del Evangelio y
los deseos crecientes de algunos seglares de |
conocer la Palabra de
Jesús y vivirla sabiendo de que se trataba. |
Meriol Trevor |
11 (59) |
Estética, Ética |
Religión, Dios |
SE HA PUESTO de moda
aprender inglés, no sólo, ni |
principalmente, para leer
a Shakespeare en su lengua |
original, o para
entenderse mejor en los viajes, o por |
su utilidad en el comercio
u otras profesiones, sino |
porque se considera
elegante, graceful, beautiful... |
Hasta el punto que este
adjetivo ha servido para definir a una |
nueva clase social, en
exceso cuidadosa de las apariencias y |
exhibicionismo de triunfo
mundano, amoral, el cual lo mismo |
suscita envidia que
sorprende como espectáculo. Una encues- |
ta poco matizada podría
llevarnos a la conclusión de que este |
afán de cuidar las
apariencias y maquillar la propia realidad, |
cuando ésta no se
corresponde con lo que quisiéramos ser y |
no somos, es general en
amplios sectores de la sociedad, en la |
que sólo algunos
individuos de la misma logran el triunfo o, |
por lo menos, la
apariencia simbólica de haberlo alcanzado. |
Hay que ser muy sincero y
muy limpio de vanidades para no |
incurrir en estas
falsificaciones, porque la mentira está siem- |
pre al acecho. |
La Estética sin Ética es
pura mentira; el resto de males |
y muchos de los mayores
dolores de la vida derivan de falsi- |
ficaciones y vanidades no
corregidas a tiempo. La Estética es |
falsedad cuando carece de
contenido ético verdadero. Por esta |
razón, cuando en el pasado
régimen fue destituido el profesor |
de Ética de la Universidad
Central de Madrid, José Luis L. |
12 (60) |
Aranguren, el catedrático
de Estética de la Universidad de |
Barcelona, José M.
Valverde, dimitió de su cátedra declarando |
que donde no hay Ética, no
puede haber Estética. Toda una |
lección, más que de
filosofía. |
Muchos toman los términos
Ética y Moral como idénticos |
en significado. Pero
creemos que el primero designa mejor la |
actitud íntima del hombre,
mientras que el segundo, que de- |
riva del latín en su
significado de costumbre, parece que in- |
fluye en el hombre desde
fuera, sociológicamente, por vía de |
la imitación que se hace
hábito. Ética como la actitud profun- |
da del ser racional,
consciente, frente a los valores del bien, |
al ethos frente a la vida,
a la respuesta que tiende al ideal de |
bondad y de verdad.
Existen varias clasificaciones de la Ética, |
pero el profesor Aranguren
no duda en afirmar que no se |
puede hablar de verdadera
Ética sin referencia a lo trascen- |
dente, al absoluto, al
Dios sumo Bien. Otra cosa son hábitos |
o costumbres culturales,
mejores o peores, pero no pertene- |
cerían en rigor a la
Ética. |
Si ha de haber una
relación con Dios, entramos en el |
campo de la Religión, o
relación con Dios, del hombre con |
Dios. No relación con una
idea sublimada, sino con un Ser |
personal, absoluto y único
del cual dependemos y al que de- |
bemos dar cuenta. Cuando
entendemos por Dios a ese Ser |
supremo, sobrepasamos el
concepto de un mero fenómeno |
13 (61) |
social; también vamos más
allá de la reducción a símbolos y |
ritos como lenguaje de la
comunidad de creyentes, o expre- |
sión colectiva de una fe
compartida. Y también la tendencia, |
nunca acabada de eliminar,
de una fragmentación de la Divi- |
nidad, que la
despersonaliza. El Dios cristiano es un Dios úni- |
co y personal, al que se
trata de corazón a corazón. Un Dios |
de gracia y gratuito, que
no puede ser domesticado ni tradu- |
cido en utilidad temporal,
económica o política. Esa idea del |
Dios verdadero, puro,
espiritual y espiritualizador, que ex- |
cede a la utilidad
moralizadora o al automatismo de una sa- |
cramentalidad talismánica,
para dejar paso y desarrollo a la |
relación personal (oración
y gracia). Un concepto de Dios que |
es más que el
religiosismo, y hasta más que una mera religión |
aunque esta denominación
genérica nos pueda servir para |
describirla como un
sistema, en el que se incluya la fe, la vida |
de la gracia y la
esperanza de un amor total, resumido en la |
posesión de Dios, más allá
del tiempo. En definitiva, el Dios |
de Jesucristo y de los
santos. |
Los males del mundo se
resumen en el rechazo o, por lo |
menos, en el
desconocimiento de este Dios en el que han creí- |
do y al que han amado los
santos. Los males del mundo de- |
saparecerían cuando Dios
se nos hiciera transparente, por |
nuestra fe, y felices por
nuestro amor. Ésa debiera ser la pers- |
pectiva de toda labor
educadora, y debieran tenerlo presente |
todos los que han de
educar a las futuras generaciones. |
Entonces seríamos santos;
y la tierra, imagen del cielo. Y |
todo sería hermoso, no por
la apariencia de la ficción, sino |
por la verdad del
espíritu, no por la fe a nivel de las idola- |
trías temporales, sino
referirnos a Dios purificados del lastre |
de vanidades, mentiras,
envidias y egoísmos, y abrirnos al rei- |
no del Espíritu, que
supera toda belleza, y es fuente de toda |
bondad y vínculo excelso
de unción divina. |
14 (62) |
El influjo |
del Evangelio |
y de los santos |
UNA de las cosas que más
puede escandalizar, en el mundo secula- |
rizado en que nos movemos,
no es ya la duda de que pueda ser |
oportuno insistir en la
predicación del cristianismo, sino el cons- |
tatar que países hasta
hace poco tenidos por los más católicos ofrecen el |
triste ejemplo de
profundas contradicciones con la religión que, por lo |
menos sociológicamente,
todavía profesan: corrupción política y mafia |
en Italia, crecimiento de
los abortos en Polonia, la más baja natalidad |
del mundo en España...
Efectos de causas y concausas que será preciso |
analizar, incluso a nivel
más amplio y que, en conjunto, suponen un reto |
para la Iglesia, esa
Iglesia que somos todos. Se habla de una nueva evan- |
gelización, y también de
una evangelización nueva, que corrija los erro- |
res de la primera, donde
la hubo, porque es muy posible que, en amplios |
sectores, todavía estemos
por convertir, o se perpetúen deformaciones |
del Evangelio que
pretendemos anunciar. |
Llevados de la mano de
Newman, especialmente con referencia a |
dos de sus sermones (IV
PS, 10; US, 5), intentaremos dar respuesta, por |
lo menos, a la cuestión
que aquí nos sirve de título. |
En primer lugar convendrá
aclarar cuál es el objeto de la predica- |
ción cristiana y cuál el
oficio o deber de la Iglesia como dispensadora |
de la palabra de Dios.
Newman cree que todos daríamos una respuesta |
parecida: |
«que el objeto de la
Revelación era iluminar y dilatar la |
mente, movernos a actuar
conforme a la razón, desarrollar |
y fortificar nuestras
facultades; o bien infundirnos el co- |
nocimiento de la verdad
relativa a la religión, puesto que |
15 (63) |
este conocimiento
constituye un verdadero poder desde que |
nos fue concedido, y
mediante el cual estamos capacitados |
para pensar, juzgar y
obrar por nosotros mismos; o hacer |
de nosotros buenos
miembros de la comunidad, sujetos lea- |
les, que saben mantener de
modo ordenado y útil su propia |
posición social cualquiera
que sea; o también asegurar un |
progreso religioso que, de
otro modo, carecería de espe- |
ranza; la razón por la
cual hay personas que se extravían |
y se lanzan por caminos
que malogran el carácter de su |
ser, porque carecieron de
educación, porque eran ignoran- |
tes. Pueden darse éstas u
otras respuestas, poco más o me- |
nos. Por esto puede ser
útil considerar con qué finalidad, y |
qué enseñamos al predicar,
enseñar, instruir, discutir, dar |
testimonio, alabar,
reprender; qué fruto tiene derecho a |
obtener la Iglesia como
anticipación del resultado de sus |
trabajos ministeriales». |
Newman es categórico al
responder, apoyado en un texto de san Pa- |
blo en el que nos da una
razón totalmente diferente de las mencionadas. |
El apóstol que más trabajó
en la expansión del Evangelio dice: «Todo lo |
soporto por amor de los
elegidos, para que éstos alcancen la salud en |
Cristo Jesús y la gloria
eterna» (2 Tm 2, 10). San Pablo, en quien se per- |
sonaliza tan fielmente el
fin que se propone la Iglesia con la predicación |
cristiana, se fatigó |
«no para civilizar al
mundo, no para quitar dureza a la |
sociedad, ni para
facilitar los movimientos que ayudan a la |
política de este mundo, ni
para que aumentasen los progre- |
sos científicos, o el
cultivo de la razón o para cualquier |
otro objetivo por grande
que fuera en este mundo, sino por |
amor de los elegidos. Todo
lo soportó por causa de ellos». |
Es oportuno que lo
recordemos en esta época nuestra, propensos a |
imaginar que hemos
heredado el derecho a resultados de una evangeli- |
zación pasada y que para
el resto, si surgen dificultades, habrá que re- |
currir a los medios y
estilos de este mundo, confiando que la política ha |
de ayudar a la religión o
la religión, para asegurarse, ha de recurrir a la |
política; o que el
Evangelio se puede confundir con la propaganda, para |
obtener adhesiones de no
evangelizados, y salvar, de este modo, la apa- |
riencia de grandezas
espiritualmente engañosas, en la que lo grandioso |
16 (64) |
no pasa de una dimensión
humana y temporal, de reino, dominio o pres- |
tigio de este mundo, como
una vanidad más, sin que obre la conversión |
a Dios. |
«El conocimiento del
Evangelio sólo ha cambiado, en reali- |
dad, la superficie de las
cosas, ha limpiado lo de fuera, pero, |
en lo que cabe juzgar, no
ha obrado ampliamente en las |
mentes, en lo interior del
corazón, de donde proviene todo |
el mal y lo que hace al
hombre impuro (Mt 15, 11)». |
No sería justo |
«negar que el cristianismo
ha elevado el nivel de las nor- |
mas morales, ha refrenado
las pasiones, ha presionado el |
cumplimiento externo de
las buenas costumbres; y que ha |
facilitado el progreso en
la virtud a ciertas personas o fa- |
vorecido los hábitos
religiosos, cuando de otro modo no |
habrían superado los
rudimentos de la verdad y la santidad; |
que también ha dado
firmeza y consistencia a las convic- |
ciones religiosas de
muchas personas, y que tal vez ha ex- |
tendido el alcance real de
la práctica de la religión. Pero, |
concedido esto, la gran
multitud de los hombres han per- |
manecido del todo, en
apariencia, no mejores que antes, |
desde el punto de vista
espiritual. El estado de las grandes |
ciudades no es muy
diferente de antaño, o por lo menos |
no permite pensar que la
obra del cristianismo haya tenido |
un efecto real sobre el
aspecto de la sociedad, o lo que se |
llama mundo. Tanto las
clases altas como las bajas no di- |
fieren mucho de lo que
hubieran sido sin el conocimiento |
del Evangelio, ni que
pueda decirse que el cristianismo |
haya conquistado el mundo,
tal como es, en sus diversas |
clases y estratos
sociales. Lo mismo ocurre con los fines |
que se persiguen y las
profesiones que se ejercen, puesto |
que permanecen en sus
características, atenuadas tal vez y |
atemperadas en sus peores
consecuencias y excesos, pero |
conduciendo siempre a los
mismos resultados substanciales. |
El comercio sigue dominado
por la avaricia, no sólo en sus |
tendencias, sino también
en sus actos, a pesar de que se |
haya oído el Evangelio;
las ciencias físicas continúan en el |
escepticismo, igual que en
el mundo pagano. Abogados, |
17 (65) |
agricultores, políticos e
incluso, aunque de vergüenza de- |
cirlo, los ministros del
Señor se resienten todos de las con- |
secuencias del viejo
Adán». |
Tanto realismo parece
delatar a un Newman pesimista, cuando en |
verdad es resultado del
contacto con el celo por la verdad. Newman tie- |
ne treinta y cinco años
cuando en pleno fervor predica este sermón y |
hace tres que ha estallado
el Movimiento de Oxford, de renovación reli- |
giosa. Sus meditaciones
sobre la Iglesia le llevan a formular este dilema: |
«Salvo que no hubiese
cumplido su deber en donde se hubiera estable- |
cido, deberá reconocerse
que no estaba garantizado el éxito en muchos |
corazones». Este resultado
dependerá de cómo se recibiera su predica- |
ción. Ésta, en todo caso,
produciría santos. Las fatigas de los apóstoles |
estuvieron bien empleadas
por «amor de los elegidos», por los que |
tomaron en serio el
cristianismo. La acción de la Iglesia no obtiene un |
resultado automático y
universal, sino que forma parte de un proceso |
proyectado hasta el fin de
los tiempos, en el que la gracia actúa en los |
corazones y debe ser
correspondida por la libertad del hombre. El que |
la reciba sin poner
condiciones a Dios, será santo. Por eso los santos «son |
creación del Evangelio y
la Iglesia». Cualquier adhesión a Cristo no bas- |
ta para la santidad y dice
también Newman: «La fe puede hacer héroes, |
pero sólo el amor hace
santos». Los esfuerzos "inmensos" de la predica- |
ción apostólica se llevan
a cabo en este sentido, aun cuando las esperan- |
zas de los resultados sean
"restringidas". En todo caso, |
«...también en nuestra
época, tan ocupada y tan confiada |
en el éxito de sus
empresas, conviene insistir que en cada |
edad de la historia hay,
esparcidas por el mundo, un cierto |
número de almas, conocidas
por Dios y desconocidas por |
nosotros, que quieren
conocer la Verdad desde el mismo |
momento en que se les
propone, cualquiera que sea la |
razón que las lleva a
obedecerla a unas y a otras a no ha- |
cerlo. Estas almas hemos
de contemplar, por éstas hay que |
trabajar, de ellas cuida
especialmente Dios, para ellas debe |
ser todo; y debemos pedir
al Señor que nosotros y nuestros |
amigos seamos de este
número en el día del Juicio. Estas |
son las que forman la
verdadera Iglesia, creciendo siempre |
en número, congregándose
sin cesar por todas partes, con |
el paso del tiempo; con
ellas se edifica la Comunión de los |
18 (66) |
Santos... Dios no está sin
testigos ni sin frutos, ni siquiera |
en países paganos... En
todo pueblo, entre muchos malos, |
hay algunos buenos». |
La función de estos buenos
consistirá en darse y gastar sus fuerzas |
para que no falten nunca
testigos y maestros del Evangelio que hagan |
de entre el gran número de
llamados, algunos elegidos, o verdaderos |
santos, porque |
«el Evangelio ha llegado a
nosotros no meramente para con- |
vertirnos en buenas
personas, buenos ciudadanos o buenos |
miembros de la sociedad,
sino para hacernos miembros de |
la Jerusalén celestial,
"conciudadanos de los santos y fami- |
liares de Dios" (Ef
2, 19)». |
Este es el influjo del
Evangelio en la Iglesia y, aunque «un sincero |
cristiano debe ser un buen
miembro de la sociedad», esto no agota lo que |
la fe le exige, porque
«nadie puede ser un buen cristiano si solamente es |
eso», es decir, reduciendo
a sus propios pensamientos el Evangelio y con |
una religiosidad al
arbitrio de su medida. |
Estas afirmaciones de
Newman se apoyan en numerosas citas del nue- |
vo testamento. Y habla así
en un momento de gran fervor, ante universi- |
tarios de Oxford, pero
también a los fieles de Littlemore, donde acaba de |
edificar una iglesia en la
que comparte su actividad apostólica entre gente |
sencilla. Cuando, con sus
cincuenta y cinco años a cuestas, lleva once de |
católico, y además de los
dos Oratorios ingleses (Birmingham y Londres), |
acaba de fundar la
Universidad de Dublín, y se ocupa en muchas tareas |
sin que jamás decrezca su
celo, mantiene los mismos planteamientos: «Al |
decir que Cristo ama a la
Iglesia, no es de naturaleza terrena lo que ama, |
sino la obra de su propia
gracia», invisible a los ojos que miran (OS 4). |
Pero volvamos al Newman
joven, todavía anglicano, al quinto de sus |
sermones universitarios,
en el que anticipa algunas de las ideas que he- |
mos resumido más arriba.
En él Newman se refiere explícitamente al |
"influjo
personal", al testimonio de cada uno: «De ordinario, la Palabra |
inspirada no será más que
letra muerta, excepto si se transmite de per- |
sona a persona». Años más
tarde escribiría también: «Quien se esfuerza |
por establecer el Reino de
Dios en su corazón, lo propaga también al |
mundo» (SD, 134). |
Newman habla de «la hora
de la verdad» para muchas almas que |
19 (67) |
precisamente las penas y
el dolor hacen sonar, y que las dificultades de |
la vida no pueden sofocar;
un realismo espiritual que no puede detener |
la oposición y
dificultades del mundo, y que el mundo tampoco com- |
prende. |
«Aunque el mundo desconoce
al "testigo de la Verdad" |
dentro del ámbito de los
que le ven suscitará sentimientos |
muy distintos de los que
despierta la mera superioridad |
intelectual. Generalmente
los hombres que gozan de popu- |
laridad aparecen como
grandes figuras vistos a distancia, |
pero disminuye su
apariencia cuando los tenemos cerca; |
en cambio, el atractivo de
la santidad que se ignora a sí |
misma, posee una urgencia
que la hace irresistiblemente |
atractiva; convence a los
débiles, a los tímidos, a los vaci- |
lantes y a los que buscan;
hace aflorar el afecto y la lealtad |
de todos los que en alguna
medida tienen un espíritu pare- |
cido; y sobre la multitud
irreflexiva o indócil ejerce un |
dominio... que les mueve
al respeto y al silencio... aunque |
sin entender los
principios y criterios de aquel espíritu que |
"no ha nacido de la
sangre, ni de la voluntad de la carne, |
ni de la voluntad del
hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13)». |
Cuando Newman se refiere
al testimonio e influjo de los santos, |
piensa, en primer lugar,
en el testimonio y ejemplo de Jesucristo, sobre |
todo en aquellos que
esperaban su Reino. De modo parecido, reflejando |
a Cristo, los santos lo
ejercen sobre los demás. |
«Éstos son los que el
Señor denomina especialmente "ele- |
gidos", los que vino
a "congregar en la unidad", pues son |
dignos de ello. Y éstos
son los designados por la Providen- |
cia de Dios para ser la
sal de la tierra; para continuar a la |
vez la sucesión de sus
testigos, de modo que nunca falten |
herederos en el linaje
real, aunque la muerte mande una |
generación tras otra a su
descanso y al gozo de su recom- |
pensa. Quizá se
encontraron casualmente con quien estaba |
destinado a ser su padre
en la Verdad, sin descubrir inme- |
diatamente su verdadera
grandeza... Hasta que al fin (por |
medio de esos testigos),
se dieran cuenta con asombro y |
temor, que la presencia de
Cristo estaba ante ellos y, con |
20 (68) |
palabras de la Escritura,
glorificarían a Dios en su siervo |
(Gal 1, 24), mientras
ellos mismos se iban transformando |
en la misma gloriosa
Imagen que contemplaban (2Co 3, |
18), y se preparaban para
sucederle en la misión de comu- |
nicarla a otros». |
Como observa el p. Boix,
Newman tenía por santos, cuando escribía |
estas palabras, en
particular a un par de amigos suyos que le influyeron |
espiritualmente: Hurrell
Froude y John Keble; más principalmente este |
último a quien el Newman
católico no dudaría en comparar con san Fe- |
lipe. |
«Un hombre irreligioso no
puede saber nada sobre estos |
santos escondidos. Además,
nadie, sea o no religioso, puede |
descubrirlos sin un
estudio atento a los mismos. Y aunque |
se diga que son pocos, lo
cierto es que bastan para llevar |
adelante la obra
silenciosa de Dios. Los Apóstoles fueron |
hombres de esta clase;
podrían nombrarse a otros en cada |
generación, que les
sucedieron en la santidad. Éstos comu- |
nican su iluminación a
luminarias menores, por medio de |
las cuales, a su vez, la
difunden por el mundo. Las prime- |
ras fuentes de iluminación
permanecen inadvertidas, inclu- |
so para la mayoría de
cristianos sinceros; invisibles como el |
supremo Autor de la Luz y
de la Verdad, del cual procede |
el origen de todo bien. En
los siglos venideros, pocos hom- |
bres llenos de gracia
bastarán para rescatar el mundo». |
Newman exhorta a vivir con
serenidad y paciencia, cualquiera que |
sea la situación en que
nos encontremos o la fuerza de los errores que |
amenacen nuestro tiempo.
No todo lo que aquí parecen grandezas lo se- |
rán tanto cuando sean
juzgadas por el triunfo de la Verdad divina. Mien- |
tras tanto |
«...todos aquellos que
reconocen la voz de Dios que les ha- |
bla y les llama para el
cielo, deben aguardar el Final pa- |
cientemente, ejercitándose
ellos mismos y trabajando con |
diligencia, con la vista
puesta en el día en que se abrirán |
los libros de las cuentas
divinas, y se revisará y pondrá en |
orden todo el desbarajuste
de las cosas humanas; cuando |
"los últimos serán
los primeros; y los primeros, los últi- |
mos"; cuando
"todos los que han dado escándalo y todos |
21 (69) |
los inicuos" serán
echados fuera; cuando "los justos res- |
plandecerán como el
sol" y los que han creído con Fe |
verán a su Dios; cuando
"los prudentes ―los verdaderos |
sabios―
resplandecerán como resplandece el firmamento, |
y los que han convertido a
muchos a la justicia brillarán |
como estrellas por siempre
jamás" (Mt 13, 41 y 43; 20, 16; |
Dn 12, 3)». |
Espíritu y fuerza |
del Oratorio. |
• Prevalencia de la
caridad sobre la ley. |
• Espíritu de fe y
oración, y de caridad y servicio, |
estimulado y alimentado
por el estudio familiar de |
la Palabra de Dios y el
trato espiritual. |
• La Eucaristía como
centro de toda la vida. |
• Dedicación al bien y al
progreso de la Iglesia, por |
la peculiar vinculación
del Espíritu a su misterio. |
• Entrega a la
Congregación, de sus miembros, por |
la libre voluntad de
permanecer siempre en ella |
hasta su muerte. Sin
votos, juramentos o |
promesas. Libertad que
concuerde al máximo con |
el espíritu del Evangelio. |
• Su fuerza, como en las
primeras comunidades |
cristianas, debe consistir
más en el mutuo |
conocimiento, en el
respeto y en el verdadero |
amor de la convivencia
familiar, que en la |
multitud de sus miembros. |
(DE LAS CONSTITUCIONES) |
22 (70) |
{Foto} |
ANIVERSARIO EN EL ORATORIO
DE GRACIA. |
Están de enhorabuena
nuestros hermanos del Oratorio de Gracia, al poder |
celebrar, en este año, el
primer centenario de la inauguración de su templo, |
muy frecuentado por los
fieles de aquella ex-villa, en la actualidad ya |
incorporada a la ciudad de
Barcelona. A esta iglesia y Oratorio nos habíamos |
referido, hace algún
tiempo, cuando publicábamos en estas páginas un |
artículo, todavía
profético, del poeta catalán Joan Maragall, impresionado al |
asistir a la celebración
de una misa, después del incendio que padeció esta |
iglesia en la revuelta de
la Semana Trágica de 1909. Corresponde a la |
Congregación del Oratorio
de Gracia el justo honor de haber dado cinco |
sacerdotes mártires, cuyo
recuerdo permanece como ejemplo de fidelidad a |
Cristo y a la vocación
filipense. Ad multos annos! |
23 (71) |
JUEVES |
26 |
DE MAYO |
FIESTA DE NUESTRO PADRE |
SAN FELIPE NERI |
FUNDADOR DEL ORATORIO |
DAREMOS GRACIAS A DIOS |
EN LA EUCARISTÍA |
DE LAS OCHO Y MEDIA DE LA
TARDE |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 108/62 - 10.5.94 |
24 (72) |
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