Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 297.
NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1994 |
SUMARIO |
MIENTRAS camina por el
tiempo la Iglesia se |
debatirá entre las leyes
de los hombres y sus |
propias leyes humanas, y
la fe y confianza en |
Dios. La urgencia del
discernimiento a que |
tal contraste la someta
será el yunque donde se |
irá forjando su esperanza.
Sus tentaciones y su pe- |
cado será prestarse a la
manipulación de los políti- |
cos, y el escándalo que
causa a los sencillos y aleja- |
dos, cuando ello sucede.
Por eso la tensión de toda |
su historia estará siempre
entre los extremos del |
Derecho y la Teología, de
lo institucional y lo profé- |
tico, de la autoridad y
los carismas... Tensiones do- |
lorosas y difíciles, pero
que la gracia, al fin, vencerá |
para que triunfe de todas
las seducciones. |
PEQUEÑA CADENA DE
JACULATORIAS |
ANIVERSARIOS |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
SANTOS Y MILAGROS |
VIDA EVANGÉLICA Y EL
ORATORIO |
EL ORATORIO Y LA PARROQUIA |
LAS CARTAS DE SAN FELIPE
NERI |
ÍNDICE DEL AÑO 1994 |
1 (121) |
Tiempo de oración: |
PEQUEÑA CADENA |
DE JACULATORIAS |
Mi Señor Jesús, ¡cuánto
quisiera amarte! |
Señor mío, no te fíes de
mí. |
Señor, si tú no me ayudas |
nunca haré nada bien. |
Señor, todavía no te
conozco, |
aunque te busco, y no te
encuentro. |
¡Ven a mí, Señor! |
Cuando te conozca, |
me conoceré también a mí
mismo. |
Sé que no te he amado
nunca, |
pero sé ¡cuánto quisiera
saber amarte, oh Señor Jesús! |
No quisiera hacer nada más
que lo que te complazca. |
Busco el modo de amarte, |
y no acierto a
encontrarlo. |
Sé que nunca lo encontraré |
si tú no me ayudas. |
Desconfío de mí mismo, |
sólo confío en ti, mi
Señor Jesús. |
San Felipe Neri |
2 (122) |
Aniversarios |
EL TIEMPO, o mejor dicho
la misma vida, te ausculta y resume en la fugacidad |
del presente, siempre
diverso, pero percibido por la conciencia vigilante, sen- |
sible al latido perenne,
silencioso, ascendente, en espiral misteriosa que, para |
el creyente, sube despacio
hacia Dios. Los años, las edades o las épocas son |
como anillos que nos
envuelven, como si con manos de luz nos guiaran, convirtiendo |
en camino los peldaños
astronómicos de las estaciones del firmamento donde cada |
noche se esconde el sol y
cada amanecer nos lo vuelve a dar. Mientras se repiten |
tantas auroras, siempre
nuevas, nosotros aguardamos el día sin ocaso que iluminará |
la gloria de Jesucristo. |
Por todo esto, las
conmemoraciones nos sirven de cierta ayuda, pero tienen un |
significado meramente
relativo, porque pasan y se esfuman, mientras se suceden |
unas u otras, y sólo
permanece el recuerdo que se presentifica y la esperanza quo |
crece y se aproxima a la
gran realidad de lo eterno, total, vivo, dinámico, glorioso y |
divino. Lo demás es
solamente fugaz y simbólico, aunque tiene el valor estimulante |
de una cierta anticipación
ideal, invisible como la semilla sembrada, que guarda una |
fuerza germinal para «los
juntos que brillarán como estrellas en el cielo» de Dios, |
más allá de lo que ahora
vemos. |
Solamente Cristo, pero
también los santos por haberle seguido a él, son caminos |
de luz que nos guían: Son
"signos", si no de los tiempos, sí signos en el tiempo. Ellos |
estuvieron en el camino
paralelo al nuestro, el camino de Cristo que también, como |
fue el suyo, es el
nuestro. Al hacer memoria de los santos y unida al recuerdo de |
Jesucristo, nos mentimos
arracimados a ellos en el Señor, y por eso la Iglesia misma |
nos anima 1 no olvidar su
presencia providencial, nuestro encuentro con ellos, en un |
día que nos ayudaron a
conocer mejor a Cristo, en las celebraciones que avivaron |
el recuerdo de su ejemplo:
si también ellos, también nosotros si entonces, también |
ahora; si ahora, también
en el cielo... Ésta era la reflexión de Agustín cuando recor- |
daba a los santos y,
confundido, se comparaba con ellos. |
3 (123) |
Cualquier celebración en
el tiempo, cualquier aniversario o centenario glorioso |
que sea evocado carece de
valor si no se traduce en conversión a lo que allí recor- |
demos, si no porfiamos por
hacer presente en nosotros mismos, con la convicción de |
la ley la fuerza de la
esperanza, lo que es va claridad de ciclo que se ha de conver- |
tir en luz también en la
tierra. Si desearíamos que fuera el recuerdo que los hijos |
de van Felipe Neri
evocaremos al iniciar la celebración del cuarto centenario de su |
muerte. Porque la fe nos
dice que lo temporal ya está inscrito en lo eterno y, desde |
la fe, lo terreno y humano
solamente tiene valor como huerto cerrado de Dios, don- |
de germine, con todos sus
dones. y crezca en peldaños de gracia, hasta el mismo, más |
conocido y amado. |
Se no puede decir que los
tiempos non malos, que la Iglesia está en crisis, que |
vacilamos continuamente
entre generosidad y desprendimiento; entre servir a dos |
priores, o entregarnos
sinceramente a Dios: entre la prudencia de las cobardías hu- |
manas y la valentía que da
el verdadero amor a Dios entre la red de gloria inmedia- |
ta y terrenal, aun en lo
que creemos, bueno, y la esperanza, a veces dolorosa, pero |
que purifica el alma de
cada uno, para que podamos conocer mejor a Dios, como los |
santos lograron. Sobre
todo, si al hacer presente la memoria de los santos penetra- |
mos en su interior, que
tuvo que soportar incomprensiones, grandes renuncias, inclu- |
so el mismo martirio
cruento, o una fe y esperanza sostenidas frente a cúmulos de |
obstáculos, menos cómodos
que la muerte de una vez por todas... Pero, en el mismo |
dolor, con la paz y un
consuelo puro en el alma, pobre, pura y enamorada de él. |
Tal vez sea hora de
recordar a Newman, una vez más cuando, tentados de falsa |
humildad, alabemos mucho a
los santos y deleguemos en ellos lo que todavía está por |
hacer y nos corresponde
hacer a nosotros. Newman había dicho: «No cualquier tiem- |
po es edad de mártires,
pero no hay ningún tiempo, que no sea edad de santos, para |
santos». |
Profecía encarnada. |
En la cultura
contemporánea, al lado de los maravillosos avances de |
la ciencia, de la técnica,
y de las más nobles conquistas en favor de la |
dignidad humana y los
derechos del hombre; del ejercicio de la libertad, |
de la igualdad y de la
justa autonomía, tienen lugar lamentables |
sucesos que parecen
indicar un doloroso retorno a la barbarie. |
Las mujeres y los hombres
que han decidido seguir más de cerca a |
Cristo pobre, casto y
obediente, son, con la Iglesia y en la Iglesia, la |
respuesta profética que
pretende ante los demás hombres, sus |
hermanos, el testimonio de
los valores evangélicos desconocidos o |
rechazados por el mundo. |
IX Sínodo de los Obispos,
sobre los religiosos |
4 (124) |
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
MÁS ALLÁ DEL TIEMPO |
Oh Señor y Salvador mío,
sosten- |
me entre los fuertes
brazos de tus |
Sacramentos cuando llegue
esta |
hora, y envuélveme en el
frescor |
de la fragancia de tus
consuelos. |
Que las palabras de la
absolución |
se pronuncien sobre mí, y
la un- |
ción santa me signe y
selle, y tu |
propio Cuerpo sea mi
alimento, y |
tu Sangre riegue mi ser;
que per- |
ciba, bien cerca, el
aliento de mi |
dulce Madre, María, y mi
Angel |
me diga al oído palabras
de paz, y |
sonría mi querido Padre,
Felipe, y |
inis Santos gloriosos,
mirándome; |
que unido a ellos y por
medio de |
ellos reciba el don de la
perseve- |
rancia, y muera, tal como
deseo |
vivir, en tu fe, en tu
Iglesia, en tu |
servicio y en tu amor.
(Concédenos, |
Señor, una muerte santa.
Mix., 123). |
Y cuando se da cuenta de
que va |
a morir y no puede
encontrar un |
presbítero, y el rayo de
la gracia |
de Dios ha penetrado en su
cora- |
zón, haciéndole anhelar a
Aquel a |
quien ha despreciado, no
siente |
emociones desarticuladas y
confu- |
sas que no harían sino
angustiarlo |
y que no habría forma de
aliviar. |
Sus pensamientos adquieren
ense- |
guida forma y orden; se
elevan |
cada uno a su debido
lugar, hacia |
los grandes objetos de la
fe, que |
aparecen tan ciertos en su
mente |
como lo están en el cielo.
Se dirige |
a su crucifijo... se
ejercita en actos |
de fe, esperanza,
contrición, acep- |
tación de la voluntad de
Dios, y las |
demás virtudes que su
situación |
exige. Es verdad que está
yendo al |
mundo invisible; pero
también es |
cierto que el mundo
invisible ya |
ha estado aquí con él. Se
encamina |
hacia un estado exterior a
él, pero |
que no le es extraño:
juicio y pur- |
gatorio son realidades
familiares |
para él, de las que tiene
una con- |
ciencia más completa que
de la pro- |
pia muerte. (Aunque uno
haya sido |
un mal católico, puede
tener espe- |
ranza a la hora de la
muerte. Diff. |
I, 293-295). |
En realidad, las solemnes
adver- |
tencias de la Escritura
contra la |
desobediencia a la ley de
Dios |
acompañan a los reproches
y ame- |
nazas de la conciencia
humana. La |
creencia en la posibilidad
de las |
penas futuras no es algo
que se |
pueda dejar de lado sin
que perju- |
dique gravemente a ese
instructor |
eminente que es la
conciencia. |
5 (125) |
¿Quieres perder ese
recuerdo siem- |
pre presente del Dios
invisible, de- |
bilitando así su voz que
nos habla |
interiormente? (La
posibilidad de |
un fracaso definitivo. S.
E., 87). |
La experiencia nos permite
des- |
cubrir la estructura moral
del |
hombre, de este modo
prever su |
futuro a partir de su
situación ac- |
tual. Nos enseña, en
primer lugar, |
que él no es capaz de
conseguir la |
felicidad por sí mismo,
sino que |
depende de las cosas
sensibles que |
lo rodean, cosas que no se
podrá |
llevar consigo cuando deje
este |
mundo; en segundo lugar,
nos hace |
ver que la desobediencia a
su sen- |
tido de rectitud moral es
ya causa |
de infelicidad, y que
tendrá que |
cargar con esta desgracia
donde- |
quiera que vaya, aunque no
exis- |
tiera la retribución
divina; en ter- |
cer lugar, nos enseña
también que |
el hombre no puede cambiar
su |
naturaleza y sus hábitos
con de- |
searlo sin más... (Nuestro
futuro |
depende de la actitud que
manten- |
gamos hoy. G. A.,
399-400). |
La Iglesia católica no
admite que |
ninguna imagen, sea
material o |
inmaterial, ningún símbolo
dogmá- |
tico, ningún rito, ningún
sacra- |
mento, ningún santo, ni
siquiera |
la santísima Virgen, se
interponga |
entre el alma y su
Creador. Esa |
unión es un tú a tú
―solus cum |
solo― en todas las
relaciones que |
se dan entre el hombre y
su Dios. |
Sólo él crea, sólo él nos
salva. Ante |
su mirada tremenda vamos a
la |
muerte; solamente
contemplándo- |
lo a él obtendremos la
felicidad |
eterna. (Todos y cada uno
estamos |
hechos para unirnos con
Dios. Apo., |
195). |
Toda la Providencia de
Dios y su |
trato con nosotros, todos
los actos |
por los que él nos juzga,
nos con- |
cede sus gracias, nos
advierte, nos |
libera, tienden a la paz y
al des- |
canso como último fin...
después |
de los dolores de parto de
nuestra |
alma; después del
nacimiento es- |
piritual; después de la
prueba y |
la tentación; de los
dolores y las |
tristezas; después de las
muertes |
diarias al mundo y de las
resu- |
rrecciones diarias a la
santidad; |
finalmente, llega este
«descanso re- |
servado al pueblo de Dios»
(Hb 4, |
9). Después de la
actividad agitada, |
después de la fatiga y la
enferme- |
dad, de las luchas y las
decepcio- |
nes, del abatimiento y la
impacien- |
cia, de los fracasos y las
victorias, |
después de las mudanzas y
las suer- |
tes propias de esta
condición inse- |
gura y frágil, finalmente
llega la |
muerte, finalmente, el
trono lumi- |
noso de Dios, finalmente,
la biena- |
venturada visión de paz.
(Y estare- |
mos siempre con el Señor.
P. S. VI, |
369-370). |
6 (126) |
Santos y milagros |
NO ESTAMOS, todavía, en la |
Iglesia del cielo.
Seguimos |
pisando caminos de lodo y |
nos salpica la mundanidad.
Tiempo |
de crisis, dicen; aunque,
bien mira- |
do, vivir es cambiar y,
desde la fe, |
a base de «cambiar muchas
veces», |
nos vamos aproximando a
Dios, el |
único santo. El problema
está en |
no erradicar los cimientos
mientras |
pretendemos construir la
casa. Lo |
que importa, dice Newman,
es |
construir la vida a partir
de la ci- |
mentación de la Escritura;
eso es |
lo esencial, con tal que
no lo tome- |
mos en sentido meramente
mecáni- |
co, de obtener una
conducta sólo |
correcta, desentendida de
la fe, de |
la obediencia a Dios, del
culto amo- |
roso al Padre, a semejanza
de Cris- |
to, Hijo de Dios. |
El mayor riesgo consiste
en que |
nos resignemos a una fe
deficitaria, |
suplementándola con medios
y téc- |
nicas que ocupen el lugar
del fin, |
hasta hacer que nos
olvidemos de |
él. Nos puede bastar el
afán por |
alcanzar un éxito terreno,
cuando |
el verdadero hombre
espiritual ha |
de poner sus miras, por
encima de |
todo, trascendiendo lo
creado, sin |
engañosas manipulaciones
que re- |
leguen el estilo de Dios,
manifesta- |
do en los profetas, en los
verdaderos |
santos y, sobre todo, en
Jesucristo. |
Por eso, la Iglesia, a lo
largo de la |
historia, se analiza a sí
misma, se |
"critica" para
despegarse de tent- |
aciones mundanas, que
suplen la fal- |
ta de fe, o buscan al Dios
útil, o |
una tranquilidad de
conciencia que |
sea la renta de sus
partidarios. Lla- |
ma la atención, por
ejemplo, ahora, |
que se da una cierta
corriente por |
beatificar y canonizar más
expe- |
ditamente a siervos de
Dios, que |
sus postuladores piden
«que se co- |
muniquen las gracias
obtenidas», y |
resulta que las
respuestas, por lo |
común, versan sobre
curaciones su- |
puestamente milagrosas.
¿Una cu- |
ración de un mal físico es
siempre |
una gracia? Nuestro Padre
san |
Felipe Neri decía que no
hay que |
pedir la curación de los
moribun- |
dos, porque ya están cerca
de Dios, |
7 (127) |
con la proximidad de la
muerte, |
que la Providencia dispone
para |
ellos. En cambio parece
que sería |
más importante dar valor a
aspec- |
tos espirituales, como las
conversio- |
nes a la gracia, por los
ejemplos y |
vida e intercesión de los
santos. La |
expectativa de milagros es
siempre |
sospechosa y hasta el
mismo Cristo |
llamó generación
"perversa" a |
quienes insisten en
esperarlos. Pero |
quien desee interesar en
tales pro- |
cesos a las gentes
crédulas, ha de |
abstenerse de reflexiones
como ésta, |
a pesar de ser conforme
con la pa- |
labra del Señor. La
credulidad y la |
sugestión llegan incluso a
inventar |
milagros imaginarios o ya
imposi- |
bles de verificar su
realidad. |
Por eso son peligrosas
ciertas de- |
vociones de santos o
santificables, |
cuando su propaganda lleva
a pen- |
sar más en ellos que en
Dios mis- |
mo. Es el caso repetido de
quienes |
visitan iglesias y altares
de santos |
o beatos, y pasan de largo
ante el |
Sagrario. Puede ser la
buena fe de |
la ignorancia, pero ésta
no debe fa- |
vorecerse y urge ilustrar
a los sen- |
cillos para que su vida de
piedad |
no se nutra de sucedáneos. |
La Palabra de Dios, la
sagrada li- |
turgia, los sacramentos,
en especial |
la Eucaristía en
confraternidad, la |
oración y la esperanza del
cielo. |
Newman dice: La voluntad
de Dios |
en el corazón, el nombre
de Dios |
en los labios, para
alabarle siem- |
pre, y el reino de Dios en
la espe- |
ranza, trascendiendo todo
lo crea- |
do, todo lo provisorio y
contingente, |
mirando al Padre de todos,
de Je- |
sucristo y nuestro. |
Es posible que muchos de
los que |
critican a la Iglesia
desde fuera, |
rechacen las formas beatas
de de- |
vociones desorbitadas y
que, en |
cambio, aceptarían, de
conocerlo, el |
Evangelio de Jesús, que es
lo que |
debemos anunciar a todos.
Lo mis- |
mo que muchos funerales,
como se- |
ñala san Agustin, son
celebraciones |
más bien para cumplir con
los vivos |
que para rogar por los
muertos, po- |
dría suceder que los
santos propa- |
gados al estilo
"marketing", fueron |
más para honor de las
instituciones |
interesadas que para
pregonar el |
triunfo de la gracia de
Dios en los |
hombres, y la gloria de
Dios más |
que la de los hombres. |
Pero: que no nos falten
santos |
que nos lleven
verdaderamente a |
Dios. |
En la Congregación del
Oratorio, el comentario familiar |
de la Palabra de Dios, o
conversación espiritual, ocupa |
siempre el lugar
principal. De ahí se aviva y promueve |
continuamente el espíritu
de fe y de oración, de caridad |
y de servicio.— (Const.
Or., 7) |
|
8 (128) |
El Oratorio: |
Vida evangélica, |
derecho diocesano, |
derecho pontificio |
y el Oratorio |
ENTENDEMOS por "vida
evan- |
gélica" el concepto
que en- |
globa la de los institutos
re- |
ligiosos, la de las
sociedades ahora |
llamadas de vida
apostólica y los |
modernos institutos
seculares. To- |
dos ellos abrazan la
observancia |
de los consejos
evangélicos con di- |
ferentes expresiones de
este com- |
promiso. |
La Sede Apostólica es,
para todas |
las formas estables de
vida evan- |
gélica, la última
instancia. Lo cual |
quiere decir que solamente
ella las |
puede erigir o bien el
Obispo dio- |
cesano que previamente ha
con- |
sultado a la Sede
Apostólica y ésta, |
después de examinar el
proyecto, |
le autorice (c. 579). En
general, es |
de este modo que
"nacen" tales |
institutos, que se
denominan de |
"derecho
diocesano" mientras per- |
dura esta dependencia del
Obispo |
diocesano que lo ha
erigido; de- |
pendencia que no está
ordenada |
a perpetuarse, sino a
preparar y |
fomentar la madurez
conveniente |
para que devenga de
derecho |
pontificio". La Santa
Sede no apro- |
baría ni daría el permiso
a una |
fundación que limitara
este desa- |
rrollo, después de la
primera etapa |
diocesana. Incluso, la
supresión de |
un instituto de tales
características, |
compete exclusivamente a
la Sede |
Apostólica (c. 584) y
también |
solamente ella la que
puede auto- |
rizar modificaciones que
afecten lo |
que antes aprobó (c. 583),
alcanza- |
da o no la elevación a
derecho |
pontificio. |
La razón de todo esto se
basa en |
9 (129) |
que la vida evangélica,
como esta- |
do permanente, pertenece a
la san- |
tidad de la Iglesia, tal
como pro- |
clama en sus normas, y
añade que |
por este motivo todos, en
la Iglesia, |
deben apoyarla y
promoverla (c. |
574, 1). La justa
autonomía que la |
Iglesia reconoce a cada
uno de los |
institutos, está ordenada
a la vida |
de los mismos, al gobierno
propio, |
a la disciplina interna,
de modo |
que puedan conservar
íntegro su |
patrimonio
―naturaleza, fin, espí- |
ritu, carácter, fidelidad
a las inten- |
ciones del fundador (c.
578)—, y |
encarece a los Ordinarios
del lugar |
en que estén establecidos,
que de- |
fiendan estas
prerrogativas (c. 586), |
tanto si los institutos
son de dere- |
cho diocesano como
pontificio (c. |
594). Los de derecho
pontificio, en |
lo que se refiere a su
régimen in- |
terno y a la disciplina,
dependen |
inmediata y exclusivamente
de la |
potestad de la Sede
Apostólica (cc. |
591, 593). |
El control, desde los
mismos |
orígenes, y la asistencia
inmediata |
del Obispo de la diócesis,
en su |
primera fase, es el modo
prudente |
y paternal que la Iglesia
dispone, |
antes de reconocer la
plena ma- |
durez que el derecho
pontificio re- |
frenda. |
Pero el Oratorio
constituye una |
excepción, porque nació
inmedia- |
tamente "de derecho
pontificio", |
se desprende de la bula |
fundacional «Copiosus»
(1575), de |
Gregorio XIII, pues san
Felipe no |
pretendía las formalidades
de una |
fundación, si bien el papa
Grego- |
rio, para evitar de una
vez por to- |
das, las críticas a la
novedad del |
apostolado de san Felipe,
quiso de |
su iniciativa garantizarlo
con una |
fórmula podemos decir
inédita. Era |
un consumado jurista, al
que pre- |
cedía el prestigio de su
magisterio |
en la universidad de
Bolonia, con |
una intuición para las
leyes que su- |
peraba, seguramente, la de
su pre- |
decesor Pío V, el cual,
para obviar |
ciertos problemas
prácticos en la |
reforma general de las
órdenes re- |
ligiosas, había mezclado
conceptos |
jurídicos, que no
constituían su |
fuerte, con principios
teológicos, |
para los que estaba mejor
capaci- |
tado. Frente a ello
Gregorio XIII |
fue un innovador genial
como lo |
demuestra la fundación del
Orato- |
rio: una congregación
originalmen- |
te de derecho pontificio
que revis- |
te, en la actualidad, la
forma de |
una confederación de casas
autó- |
nomas, que se relacionan
como |
una gran familia, o
familia de fa- |
milias, de modo parecido a
como |
se entiende el principio
de autono- |
mía estabilidad en los
monaste- |
rios benedictinos y formas
evolu- |
10 (130) |
tivas de los mismos.
Incluso, en |
cierto sentido, en como se
relacio- |
nan las diócesis unas con
otras, si |
bien, lo mismo que estas
deben |
rendir cuentas a la Sede
Apostólica |
cada cinco años, de la
situación y |
estado respectivo, también
el Ora- |
torio, en los mismos
períodos de |
tiempo, tiene la Visita
canónica, |
que realiza en cada casa
la S. Sede, |
por medio de un Delegado
nom- |
brado por ella, de modo
que éste |
no puede confundirse con
lo que |
pudiera ser un Superior
general. |
La Sede Apostólica asume
la potes- |
tad de vigilar
inmediatamente las |
diversas casas o
Congregaciones |
del Oratorio, y ejerce
este derecho |
por medio del citado
Delegado |
nombrado por ella. |
En la actualidad, esta
misión y |
potestad verdaderamente
especial, |
la ostenta el Rmo. P.
Antonio Ríos, |
que ha sido, durante mucho
tiem- |
po, el Prepósito del
Oratorio de |
México, D. F. La
Delegación de la |
Sede Apostólica para el
Oratorio |
ha reportado grandes
beneficios |
para la obra de san Felipe
Neri; los |
oratorianos nos hemos
acostum- |
brado a respetar esa
institución |
emanada de la Sede
Apostólica, a |
la vez que miramos y
veneramos |
como a un hermano mayor a
quien |
la ostenta, con verdadero
espíritu |
de servicio para todos. |
EI Cielo. |
La felicidad no alcanza su |
total plenitud hasta que |
el alma, después de esta |
vida, se reúna con el |
cuerpo en que estuvo |
unida y se conceda a |
ambos la Vida eterna. |
Sin embargo, aunque |
finalmente tenga que |
suceder así, los fieles |
devotos que aquí viven |
de tal modo que su |
existencia se resume en |
una meditación de |
aquella Vida, son a |
veces recompensados |
con una especie de |
Visión anticipada del |
gozo celestial, como |
una pregustación o |
perfume que desciende |
de allí: y aunque este |
anticipo no sea más que |
una pequeñísima gota |
del manantial perenne, |
supera de tal modo los |
deleites materiales de |
la vida presente, que ni |
la felicidad así lograda |
por todos los hombres |
juntos podría igualar. |
ERASMO DE ROTTERDAM, |
(1-166-1536), Elogio de la
Locura. |
11 (31) |
El Oratorio: |
EL ORATORIO |
Y LA PARROQUIA |
LA RECIENTE celebración de
la IX Asamblea |
ordinaria del Sínodo
episcopal, dedicada a las |
diversas formas de «vida
consagrada y su misión en |
la Iglesia y en el mundo»,
ha dado lugar a muchas |
manifestaciones, no
siempre coincidentes, pero que |
revelan el indudable
interés que ha despertado en obispos y |
religiosos y otras obras |
de vida evangélica. Un |
tema frecuente, entre |
los obispos, lo ha |
constituido el abogar |
por una mayor |
participación de los |
miembros religiosos |
ordenados, en la cura |
de almas parroquial; |
en cambio, entre los
religiosos ha abundado el parecer |
contrario, por el riesgo
de que dicha actividad crea |
dificultades, y en
ocasiones, anula la posibilidad de cumplir |
con la finalidad
específica de cada instituto. La razón de una |
referencia reducida a lo
meramente espiritual no puede ser |
equivalente y
satisfactoria para el cumplimiento con las |
obras y finalidad
concretas que legitimaron las respectivas |
fundaciones. La escasez de
vocaciones es el motivo que |
mueve principalmente las
reclamaciones de los obispos; |
pero la misma escasez
afecta por igual a las diferentes |
comunidades de vida de
profesión evangélica, clerical o no. |
Aunque es justo reconocer
que no faltan obispos que |
cumplen gozosamente con el
deber de defender la justa |
autonomía (c. 586)
otorgada canónicamente a los diferentes |
institutos para el
cumplimiento real de sus fines, porque su |
estado pertenece a la vida
y a la santidad de la Iglesia (c. 574). |
12 (132) |
Se trata de una crisis que
obliga a todos a la reflexión y |
que seguramente esta magna
asamblea ayudará a superar. |
Aunque solamente un 20 por
ciento de los reunidos sean |
religiosos y el resto
obispos, será indudablemente una buena |
ocasión para que los
miembros religiosos puedan ayudar a |
los señores obispos a un
mejor conocimiento, basado en la |
propia experiencia, |
del misterio de la vida |
religiosa, que tantos |
beneficios ha |
reportado a la Iglesia |
a lo largo de toda su |
historia. |
Pero nos parece |
que, desde estas |
modestas páginas, |
podemos alargar el
comentario para ilustrar a los cristianos |
de a pie, también
interesados sobre estos temas, no |
solamente por su
importancia en general, sino porque son |
muchos los fieles que
reciben el beneficio espiritual de su |
formación cristiana y de
su vida sacramental merced a la |
presencia de las casas e
iglesias de tales institutos. |
La Iglesia, en beneficio
de los fieles y por fidelidad al |
patrimonio recibido de
Cristo, posee su propia organización |
y ampara los diversos
carismas que la enriquecen. Entre |
todos se hace todo y cada
cual en la medida y modo según |
los dones recibidos de
Dios para el bien común. San Felipe |
Neri solía decir, a
propósito de la singularidad del Oratorio, |
que a muchos sorprendía,
que «la Iglesia se adorna con la |
variedad», recogiendo una
expresión del salmista. |
Así, podemos afirmar, por
ejemplo, que si un hipotético |
fundador de un instituto
religioso o de una sociedad de vida |
13 (113) |
apostólica clericales
acudiera a la Sede Apostólica (SCRIS) para obtener |
la aprobación de su
proyecto y, entre los demás requisitos, figurara que |
la finalidad específica y
principal de su obra consistiría en dedicar a |
sus miembros ordenados a
la cura pastoral de las parroquias que les |
asignaran los respectivos
obispos de las diócesis donde se establecieran, |
la respuesta sería
negativa, porque tal labor es la propia del clero |
diocesano. En todo caso,
lo más sencillo sería incorporarse a este clero, |
sin más, y no duplicar
jerarquías para un mismo fin y unos mismos |
sujetos. |
Otra cosa sería si se
tratara de un instituto secular clerical, cuyos |
miembros aspiran a la
propia santificación y la del mundo, sobre todo |
desde dentro del mundo (c
710) y tomando ocasión del mundo (c 713, 2), |
viviendo en las
circunstancias ordinarias del mundo, ya solos, o bien |
cada cual con su familia
(c 714). Pero aun en esos institutos seculares, |
si existen miembros
clérigos que por concesión de la Sede Apostólica, |
se incardinan al instituto
(c 266, 3) para atender a las obras propias o al |
gobierno de éste, su
relación con la diócesis es la misma de los |
religiosos (c 715, 2). |
Origen histórico de la
parroquia |
HISTÓRICAMENTE, la
parroquia aparece como una creación surgida |
de la organización de la
Iglesia en "diócesis". Ésta fue un eslabón |
administrativo en la
división del Imperio romano y, por ello, la |
organización civil de éste
fue utilizada como modelo por la Iglesia, |
cuando, pasadas las
persecuciones, salió de la clandestinidad. |
Con la paz constantiniana,
la Iglesia no se limitó a las comunidades |
que había formado en las
ciudades pequeñas ("diócesis"), sufragáneas de |
las mayores
("metrópolis", o sedes de distrito provincial), sino que |
extendió su predicación a
los barrios periféricos de las ciudades y La |
aldeas, y allí mandaba a
un corepíscopo u "obispo rural", y más tarde |
un simple
"presbítero" para que ejerciera la "cura pastoral" de
aquel |
"avecinamiento"
que, tomando el nombre de un vocablo griego |
("paroikia"),
terminó llamándose "parroquia". Así, con el tiempo, la |
parroquia ha llegado a ser
"una parte de la diócesis", es decir, un |
distrito de administración
y cura de las almas en una diócesis, |
constituida por razones de
práctica pastoral y determinada |
jurídicamente en la
Iglesia. |
14 (134) |
La corriente por la cual
la estructura eclesiástica asimila la |
organización civil romana,
creando instituciones de derecho y origen |
eclesiástico y, por ello,
humano, no disminuye la importancia de las |
mismas, que facilitaron la
evangelización y la comunicación y trabazón |
de comunidades entre sí,
hasta desembocar en la Iglesia medieval, con |
sus escalones en cuya base
estaban las parroquias y seguían las diócesis, |
las sedes metropolitanas,
las patriarcales y, finalmente, el sumo |
pontificado presidiendo a
todos. |
Es cierto que, en el
prurito por teologizarlo todo, ni siquiera |
faltaron los que
pretendían que la parroquia era una institución de |
derecho divino. La
polémica escolástica, originada en la Universidad de |
París, quedó totalmente
marginada después del Concilio de Trento, |
aunque algunos
protestantes y jansenistas la restauraron posteriormente |
En nuestros días está
totalmente superada y sólo existen algunas |
exageraciones que la mejor
teología contemporánea y los pastoralistas |
imparciales rechazan. |
La parroquia y las formas
de vida evangélica |
LA ORGANIZACIÓN de la
Iglesia según el modelo estructural del |
Imperio romano trajo
ventajas a su expansión; pero no se tardó en |
descubrir las ambigüedades
de la paz constantiniana y de la |
penetración de las
corrientes mundanas que facilitaban una cierta |
adscripción a la fe de
Cristo, si bien, en muchos casos, sin la exigencia |
de una profunda
conversión. En la era de los mártires la ambigüedad |
era menos fácil. En tal
contexto, se produce una reacción, casi una |
protesta (conf. LAUS, n.º
185, abril 1981, pp. 12-19), aunque pacífica por |
parte de los que se
sentían llamados a la integridad fervorosa y |
abnegada de una total
donación a Cristo que tomaba la forma de un |
nuevo "martirio"
o "testimonio total" con la entrega de la vida, por |
caminos de renuncia y
humildad apoyados en la palabra que invita al |
seguimiento radical de
Cristo. |
Este movimiento conocerá
un dilatado desarrollo y se irá |
constituyendo dentro de la
Iglesia, sin rupturas, pero sin imitar el |
precedente del organigrama
del Imperio. La vida evangélica crece en el |
desierto, con los
eremitas, se consolida con el monaquismo y toda su |
variada evolución, hasta
las órdenes mendicantes y las fundaciones de |
la época de Trento, entre
las que se cuenta el Oratorio. |
15 (135) |
Por su mismo origen y por
su finalidad, estos movimientos de |
vuelta al Evangelio y a la
vida comunitaria no se orientan hacia los |
ministerios parroquiales,
aunque el beneficio que la Iglesia, en su |
conjunto, recibe de ellos
es muy grande, pues son los agentes |
principales del arte
sagrado, de la música religiosa (gregoriano), del |
nacimiento y sostenimiento
de las universidades, de la salvación de los |
tesoros literarios de la
antigüedad clásica, de la beneficencia, de las |
grandes misiones entre los
bárbaros y entre los pueblos nuevos, del |
esplendor de la liturgia,
de la espiritualidad, favorecedores de la paz, |
del trabajo y de la
cultura en general. |
Si los institutos
religiosos y las sociedades de vida apostólica, |
cuando son clericales unos
y otras, por norma general no se dedican al |
ministerio parroquial y,
por principio, no lo tienen como fin inmediato |
o principal, lo mismo que
se excluye la aceptación de honores el |
mismo episcopado, pueden,
sin embargo, darse algunas excepciones, las |
cuales, para que sean
legítimas, no deben substituir ni dificultar el |
cumplimiento fiel de la
finalidad fundacional de tales institutos; porque |
en esta finalidad
consiste, precisamente, el mejor servicio que pueden |
hacer a la Iglesia, no
sólo en el ámbito universal de la misma, sino en |
el más concreto y próximo
de las Iglesias particulares, a cuya |
comunidad presbiteral
pertenecen, teológicamente, los miembros |
ordenados, aunque
jurídicamente dependan de sus respectivos |
superiores internos. |
Las dos grandes
excepciones |
LA PRIMERA de estas
excepciones, perfectamente explicable, |
comenzó con los grandes
descubrimientos geográficos del s. XVI, cuya |
arriesgada aventura iba
acompañada, puede decirse que únicamente, |
por sacerdotes
pertenecientes a órdenes religiosas: franciscanos, |
dominicos, mercedarios,
jesuitas,... Todos pioneros de aquella |
evangelización que partía
de la nada y se desarrollaba con grandes |
abnegaciones. También en
la misma Europa, en los países |
mayoritariamente
protestantes, y en Asia y en lugares de difícil |
penetración de la fe, sin
privilegios ni rentas, y con la eventualidad del |
martirio: en nuestra
diócesis manchega tenemos el recuerdo del jesuita |
Alfonso Pacheco, de
Minaya, mártir de Cristo en el Japón. |
16 (136) |
Otra excepción secular se
produce en la ciudad de Roma, donde, |
en contra de lo que se
podría suponer, los sacerdotes religiosos superan |
más del doble, en número,
a los diocesanos, desde antiguo, más escasos. |
La razón está,
principalmente, en la presencia mayoritaria de las curias |
generales de los
institutos de todo el mundo. |
La actual legislación
canónica de la Iglesia (c. 520) prescribe que, |
en el caso de que un
instituto religioso clerical o una sociedad clerical |
de vida apostólica acepte
la cura pastoral de una parroquia, se haga |
mediante contrato escrito
entre el Superior de éstas y el Obispo |
diocesano, en el que se
especifiquen los detalles más importantes, a |
respetar por ambas partes.
Con lo cual se reconoce la excepcionalidad |
de tales encomiendas. |
Vida evangélica y
parroquialización |
LA VIDA evangélica, o de
consagración a Dios, tiene su origen divino |
en la voluntad de Cristo,
a diferencia de la institución parroquial, |
elaborada históricamente y
de derecho humano, por lo cual no sería |
lícito sacrificar aquélla
en aras de ésta. Estas obras de vida evangélica |
tienen el deber de
observar con fidelidad la voluntad e intenciones de |
los fundadores,
sancionadas por la misma Iglesia ―naturaleza, fin, |
espíritu,
carácter...―, y todo cuanto constituye el patrimonio espiritual |
y apostólico que les es
propio (c. 578). Lo cual ha de ser compatible con |
la veneración y sumisión a
la autoridad externa de los Obispos, de |
acuerdo con el derecho
común de la Iglesia, las propias Constituciones |
y la caridad, que debe
ser, en todo, la norma suprema. |
Karl Rahner, todavía antes
del Concilio Vaticano II, había señalado |
el peligro de las
exageraciones basadas en el principio parroquial, por |
el que se pretendería una
monopolización del apostolado y de la vida |
sacramental de los fieles,
como si la clerecía parroquial acumulara en |
exclusiva los derechos y
obligaciones de la cura de almas en su |
comunidad, o como si sólo
pudiera derivarse o depender de ella, |
«porque la historia de la
Iglesia y el derecho canónico muestran que el |
principio parroquial no es
de hecho el único principio del |
ordenamiento comunitario
en la Iglesia». Más recientemente ha sido |
Johannes B. Metz quien ha
criticado «la creciente parroquialización» de |
los institutos de vida
evangélica en los últimos tiempos, como si se |
17 (137) |
tratara de «una trampa» en
la que estaban cayendo y que les hacía |
perder su acicate
carismático y profético. Y el P. Luis Gutiérrez, |
reconocido especialista en
el derecho de los estados de perfección |
evangélica y discípulo
eminente del cardenal Larraona, ha dicho: |
«Pretender encauzar toda o
la mayor parte de la actividad pastoral de |
los religiosos por el
canal de la parroquia puede ser un grave error en |
la pastoral de conjunto...
Los institutos religiosos, aunque deben estar |
dispuestos a ofrecer sus
servicios allí donde la Iglesia lo requiera, no |
deben olvidar que por
tradición, por organización y por carisma, son |
supraparroquiales». |
¿A qué puede deberse esa
excesiva parroquialización de los |
institutos clericales de
vida evangélica? Principalmente a dos errores: |
por parte de los
institutos, al olvido de su propio carisma y a la falta de |
imaginación y fidelidad
creativa integrada, sin deformaciones, en el fin |
y el genuino espíritu que
les es propio. Por parte de los obispos, el |
atender a ciertos aspectos
de utilidad y suplementarios, para hacer |
frente a la escasez de
sacerdotes o a la dificultad de redistribuirlos, |
dejando en segundo plano o
prescindiendo de lo original y específico |
de cada instituto o
interpretándolo como algo solamente espiritual, |
indeterminado e
indiferente. |
El Oratorio y la parroquia |
EN TIERRAS de misión y en
zonas de mayoría protestante, en el |
Oratorio se ha aceptado el
trabajo parroquial, como otros institutos, |
aunque no de modo que tal
dedicación agote la razón de ser y la total |
actividad de la comunidad
oratoriana allí constituida. También se ha |
procurado evitar convertir
en parroquial la propia iglesia de la |
Congregación. Puede ser un
caso paradigmático el de la Congregación |
del Oratorio de la ciudad
de México, cuya población real llega, en |
desordenada acumulación, a
los 22 millones. En el mismo centro de la |
ciudad, el templo del
Oratorio ―conocido por La Profesa― es un lugar |
espiritual
frecuentadísimo, en el que se mantiene un culto ejemplar y |
atento servicio
sacramental y de formación cristiana de los fieles, con la |
Sala Newman, amén del
cuidado de una interesante pinacoteca |
relacionada con la
historia religiosa mexicana, que atienden los padres; |
precisamente uno de ellos
ha prestado un buen servicio a la diócesis, → |
18 (138) |
para el orden y
restauración de su patrimonio artístico y las obras, |
todavía en curso, de
reparación de la monumental catedral |
metropolitana. La
parroquia confiada a los padres del Oratorio de |
México se encuentra en la
periferia de la ciudad, muy próxima al |
aeropuerto, en el barrio o
colonia Balbuena, y la constituye una |
feligresía que supera los
400.000 parroquianos, cifra que no alcanza la |
entera diócesis de
Albacete, que tiene unos 180 sacerdotes diocesanos |
(40 de los cuales, por
diversas razones, viven fuera de la diócesis) y |
otros 40 pertenecientes a
diferentes institutos. En la diócesis de México, |
los sacerdotes diocesanos
triplican en número a los de Albacete; en |
cambio, los pertenecientes
a diferentes institutos religiosos y sociedades |
de vida apostólica
―como es el Oratorio―, en conjunto, sobrepasan |
ligeramente el millar. |
En términos parecidos
podríamos referirnos a la diócesis de |
Tlalnepantla, hasta hace
poco sufragánea de la de México, con 300 |
sacerdotes entre ambos
cleros, para tres millones y medio de habitantes; |
o la de Pasto, en
Colombia, con cien sacerdotes para medio millón; o la |
de Ipiales con cincuenta,
también para medio millón... |
Toda la Iglesia es de
misión, pero alguna parte de ella más que otras. |
Newman mismo, al fundar el
Oratorio en Inglaterra, si bien por |
hallarse en país de
mayoría protestante, hubo de aceptar la cura de |
almas parroquial, siempre
consideró secundaria aquella misión, no |
específicamente propia del
apostolado del Oratorio, y así lo hizo notar |
en varias ocasiones, como
cuando recuerda que allí han de servir a la |
Iglesia de Dios con algo
más que con el trabajo parroquial, e insiste en |
que ellos, los
oratorianos, han de hacer cosas que no podrían llevar a |
cabo los sacerdotes
diocesanos; cita varios extremos, pero sobre todo el |
deber de retornar a la
formación del laicado en conexión con el |
Oratorio: «...we must
return to the formation of a Lay apostolate in |
connection with the
Oratory». |
Una crónica de los
servicios que el Oratorio ha podido prestar a las |
diócesis donde se ha
establecido, necesitaría un capítulo aparte. Y han |
sido servicios tanto más
positivos cuanto más fielmente los hijos de san |
Felipe se han esforzado
por vivir y proyectar el espíritu y mantener las |
obras de él heredadas,
bendecidas por la Iglesia, que se enriquece y |
«adorna con la variedad»,
como escribíamos al principio y solía repetir |
nuestro Santo, a propósito
de la originalidad de su obra. |
19 (139) |
Las cartas de san Felipe
Neri, |
ejemplo de cortesía |
SOLAMENTE se han conserva- |
do o recuperado una
treinte- |
na de cartas de nuestro
Santo, |
la mayoría dictadas y
luego firma- |
das por él; algunas con la
añadi- |
dura de algunas frases
escritas de |
su puño y letra, y sólo
unas pocas |
debidas a su mano. Ellas
solas no |
serían suficientes para
utilizarlas |
como documentos que
transcriban |
totalmente su
espiritualidad, aun- |
que el tema sea siempre
religioso. |
Para ello sería preciso
recoger más |
testimonios, los ejemplos
de su vida, |
las frases dichas
espontáneamente, |
los consejos dados a sus
hijos es- |
pirituales, las obras. Aun
así no |
podríamos decir que, por
sus pa- |
labras, pudiéramos
comprender su |
espíritu. Lo especial de
san Felipe |
era su estilo, su talante,
su modo |
personal: simpatía,
fervor, senci- |
llez, intuición festiva,
espontanei- |
dad sin desorden, lectura
de los co- |
razones y el suyo lleno de
Dios... |
La teoría era la
tradicional, pero el |
modo era una novedad
constante, |
una juventud de alma, una
como |
ironía sobrenatural frente
a los |
pesimismos de su época que
la Pro- |
videncia, a pesar de los
miedos de |
los hombres, abría a un
gran resur- |
gimiento renovador y
espiritual. |
El p. Giulio Bevilacqua
decía |
algo parecido al prologar
la edición |
del «Diario del alma» del
papa |
Juan XXIII: un hombre en
aparien- |
cia tradicional en sus
costumbres |
piadosas, pero que inició,
con va- |
lentía inusitada, esa
época todavía |
no concluida, de
renovación, no |
del todo incruenta, que
purificará |
y retornará a mayor
juventud, el |
rostro de la Iglesia
mostrándose a |
los hombres de hoy. |
Las palabras dictadas o
escritas |
por s. Felipe llevan el
sello inconfun- |
dible de su época, pero
traslucen la |
gentileza de trato
dispensado, con |
naturalidad, a sus
corresponsales, |
sean familiares (sus dos
sobrinas |
monjas), o penitentes
suyos, o algún |
cardenal (Borromeo) o el
mismo |
papa. No recurre al
empalago de |
reverencias redundantes,
o, según |
20 (140) |
los casos, de formalismos
de fingida |
cortesía, o de blandura
sentimental. |
El trato es siempre
respetuoso y a |
la vez franco con los
familiares e |
inferiores, y reverente
sin engola- |
miento con iguales, ni
adulación |
con los superiores.
Ejemplo que no |
está de más recordar en
esta época |
que vivimos, en la que,
para demos- |
trar franqueza, y sin
mediar prece- |
dente que lo legitime, a
algunos se |
les ocurre, sin ser
invitados a ello, |
a apearse del trato y
consideración |
que otros merecen. Si son
iguales a |
nosotros, pero
desconocidos, no te- |
nemos derecho a invadir su
intimi- |
dad, espetándoles, por
ejemplo, el |
"tú" de la mala
educación; si son |
superiores o más ancianos,
comete- |
ríamos la grosería de
tomarnos, por |
nuestra cuenta, la
franqueza que |
todavía no se nos ha
ofrecido. Por |
otra parte, el trato
respetuoso man- |
tenido no es obstáculo
para la co- |
rrecta comunicación. Es
preciso re- |
cordar el Evangelio: «no
te adelan- |
tes a tomar el primer
puesto...» |
Abundan, por un error de
lo que |
ha de ser la sencillez y
la franque- |
za, los que se toman por
su propia |
cuenta nivelar a todo el
mundo, |
porque no les han educado
o no |
aprendieron de modales. En
general |
no llevan mala intención,
pero des- |
truiríamos el buen orden
de las re- |
laciones entre unos y
otros, si pres- |
cindiéramos de la
consideración |
convencional si se quiere,
pero ne- |
cesaria incluso para que,
a partir |
de ella, se genere la
verdadera |
amistad. Ésta, decía
Newman, tie- |
ne como primera condición,
el res- |
peto del otro. |
Otra cosa es el trato en
familia, |
donde ―ya que nos
hemos referido |
al tuteo, como
paradigma― el trato |
que, en otros casos, sería
incorrecto |
o abuso de confianza, aquí
puede |
ser una manifestación de
amor y |
cariño recíproco, entre
padres e |
hijos y entre hermanos. |
Los buenos modales y el
trato |
respetuoso a los demás,
decía san |
Francisco de Sales, se
desprenden |
del conjunto de muchas
virtudes |
reunidas que un buen
cristiano no |
puede dejar de lado.
Tenemos el |
ejemplo del respeto de los
discípulos |
del Señor y de las
correcciones que |
éste les dio cuando
olvidaban tener- |
lo en cuenta. Tenemos,
también, el |
de los tratamientos de la
jerarquía |
de la Iglesia
—"santísimo", "emi- |
nentísimo",
"beatísimo", "excelentí- |
simo"...―, tal
vez exagerados; pero |
exagerados, muy
probablemente, en |
aras de cierta pedagogía
que favo- |
rezca el buen orden y
respeto nece- |
sario hasta en la
estructura huma- |
na e instrumental de que
ha de |
servirse para su misión.
Otra cosa |
es que quien es respetado
se com- |
plazca vanidosamente, o
corra am- |
bicioso tras dignidades.
Pero esto |
es otro capítulo que aquí
y ahora |
no tratamos. |
21 (14) |
ÍNDICE DEL AÑO 1994 |
|
TIEMPO DE ORACIÓN | |
Amigo y Amado (R. Llull) |
74 |
Contra el miedo (E.
Przywara) | 26 |
En un saludo a ti (R.
Tagore) | 50 |
Los ojos puestos en Jesús
(Orígenes) | 2 |
Pequeña cadena de
jaculatorias (S. Felipe Neri) | 122 |
«Vergine bella!» (F.
Petrarca) | 98 |
TEMAS | |
Aniversarios | 123 |
Audere | 51 |
Caminos, caminantes,
caminadores | 33 |
Como gusano escondido |
110 |
El influjo del Evangelio y
de los santos | 63 |
Elogio de la ignorancia |
101 |
Estética, ética, religión,
Dios | 60 |
La familia espiritual | 81 |
Las palabras de los santos
| 12 |
Números | 27 |
Política de los hombres y
brisa de Dios | 105 |
Ricos | 3 |
Santos y milagros | 127 |
Síntesis | 99 |
Vanidades | 75 |
|
22 (142) |
|
SAN FELIPE NERI Y EL
ORATORIO | |
Aniversario en el Oratorio
de Gracia | 71 |
III Centenario del
Oratorio de Alcalá de Henares | 119 |
Dante Alighieri y s.
Felipe Neri | 111 |
Dos sonetos de s. Felipe
Neri | 108 |
EI Oratorio y la parroquia
| 132 |
Espíritu y fuerza del
Oratorio | 70 |
La Iglesia de s. Felipe |
87 |
La perfección del Oratorio
(J. H. Newman) | 56 |
Las cartas de s. Felipe
Neri | 140 |
Palabras de s. Felipe Neri
| 17 y 43 |
Rasgos del Oratorio | 53 |
S. Felipe Neri y la Pasión
del Señor | 41 |
Vida evangélica, derecho
diocesano, derecho pontificio y el Oratorio | 129 |
NEWMAN | |
La conversión y vocación
de Newman al Oratorio | 57 |
Pensamientos | 5, 29 y 125 |
TEXTOS | |
Acción litúrgica y
presencia de Cristo (Conc. Vaticano II) | 8 |
Ciudadanos de dos mundos
(M. L. King) | 83 |
Conversiones en Inglaterra
(W. Rees-Mogg) | 9 |
El cielo (Erasmo de
Rotterdam) | 131 |
Iglesia y Estado (Conc.
Vaticano II) | 79 |
La Iglesia es el hogar de
la familia de Dios (J. H. Newman) | 80 |
Las heridas de la unidad
(Cat. de la Igl. Cat.) | 11 |
Padres e hijos (Cat. de la
Igl. Cat.) | 84 |
Para el hombre nuevo (E.
Mounier) | 104 |
Presencia y acción de
Cristo en la liturgia (mons. R. Buxarrais) | 36 |
Profecía encarnada (IX
Sínodo de los Obispos) | 141 |
|
23 (143) |
Feliz Navidad. |
Desde ahora mismo
felicitamos a todos nuestros amigos y |
lectores, y lo hacemos, en
este tiempo privilegiado de la |
gracia, con las siguientes
palabras de Newman: |
En este tiempo podemos ver
y experimentar las misericor- |
dias de Dios. Estamos ante
él como aquellos pobres seres |
indigentes, llevados a su
presencia, para que los curara. |
Vayamos también nosotros a
él para que sane nuestras |
miserias. Acerquémonos
como niños recién nacidos que |
desean el alimento puro de
su palabra y crecer en salud |
(cf. 1 P 2, 2), en este
tiempo de inocencia, de pureza, de |
amabilidad, de dulzura, de
alegría y de paz. Tiempo en |
el que la Iglesia entera
parece vestida de blanco, en hábito |
bautismal, espléndida y
luminosa, encumbrada en el Monte |
Santo. En otras
celebraciones Cristo se nos muestra vestido |
en ropajes teñidos de
sangre; pero ahora viene a nosotros |
con toda serenidad y paz,
y nos ofrece participar de su |
gozo y quiere que nos
amemos unos a otros (cf. Jn 13, 34). |
No hay ocasión para la
tristeza, para los celos, para las |
preocupaciones, para los
excesos o la disipación, sino que |
es el tiempo en el que
debemos revestirnos de Cristo. Que |
cada Navidad nos encuentre
más sencillos, más humildes, |
más santos, más
afectuosos, más acordes con lo que dispone |
la Providencia, más
alegres, más llenos de Dios.― PS V, 98. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1.
Apartado 182 - 02/20 Albacete - D.L. AD 103/62. 27.11.94 |
24 (144) |
|