Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 297. NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1994
SUMARIO
MIENTRAS camina por el tiempo la Iglesia se
debatirá entre las leyes de los hombres y sus
propias leyes humanas, y la fe y confianza en
Dios. La urgencia del discernimiento a que
tal contraste la someta será el yunque donde se
irá forjando su esperanza. Sus tentaciones y su pe-
cado será prestarse a la manipulación de los políti-
cos, y el escándalo que causa a los sencillos y aleja-
dos, cuando ello sucede. Por eso la tensión de toda
su historia estará siempre entre los extremos del
Derecho y la Teología, de lo institucional y lo profé-
tico, de la autoridad y los carismas... Tensiones do-
lorosas y difíciles, pero que la gracia, al fin, vencerá
para que triunfe de todas las seducciones.
PEQUEÑA CADENA DE JACULATORIAS
ANIVERSARIOS
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
SANTOS Y MILAGROS
VIDA EVANGÉLICA Y EL ORATORIO
EL ORATORIO Y LA PARROQUIA
LAS CARTAS DE SAN FELIPE NERI
ÍNDICE DEL AÑO 1994
1 (121)
Tiempo de oración:
PEQUEÑA CADENA
DE JACULATORIAS
Mi Señor Jesús, ¡cuánto quisiera amarte!
Señor mío, no te fíes de mí.
Señor, si tú no me ayudas
nunca haré nada bien.
Señor, todavía no te conozco,
aunque te busco, y no te encuentro.
¡Ven a mí, Señor!
Cuando te conozca,
me conoceré también a mí mismo.
Sé que no te he amado nunca,
pero sé ¡cuánto quisiera saber amarte, oh Señor Jesús!
No quisiera hacer nada más que lo que te complazca.
Busco el modo de amarte,
y no acierto a encontrarlo.
Sé que nunca lo encontraré
si tú no me ayudas.
Desconfío de mí mismo,
sólo confío en ti, mi Señor Jesús.
San Felipe Neri
2 (122)
Aniversarios
EL TIEMPO, o mejor dicho la misma vida, te ausculta y resume en la fugacidad
del presente, siempre diverso, pero percibido por la conciencia vigilante, sen-
sible al latido perenne, silencioso, ascendente, en espiral misteriosa que, para
el creyente, sube despacio hacia Dios. Los años, las edades o las épocas son
como anillos que nos envuelven, como si con manos de luz nos guiaran, convirtiendo
en camino los peldaños astronómicos de las estaciones del firmamento donde cada
noche se esconde el sol y cada amanecer nos lo vuelve a dar. Mientras se repiten
tantas auroras, siempre nuevas, nosotros aguardamos el día sin ocaso que iluminará
la gloria de Jesucristo.
Por todo esto, las conmemoraciones nos sirven de cierta ayuda, pero tienen un
significado meramente relativo, porque pasan y se esfuman, mientras se suceden
unas u otras, y sólo permanece el recuerdo que se presentifica y la esperanza quo
crece y se aproxima a la gran realidad de lo eterno, total, vivo, dinámico, glorioso y
divino. Lo demás es solamente fugaz y simbólico, aunque tiene el valor estimulante
de una cierta anticipación ideal, invisible como la semilla sembrada, que guarda una
fuerza germinal para «los juntos que brillarán como estrellas en el cielo» de Dios,
más allá de lo que ahora vemos.
Solamente Cristo, pero también los santos por haberle seguido a él, son caminos
de luz que nos guían: Son "signos", si no de los tiempos, sí signos en el tiempo. Ellos
estuvieron en el camino paralelo al nuestro, el camino de Cristo que también, como
fue el suyo, es el nuestro. Al hacer memoria de los santos y unida al recuerdo de
Jesucristo, nos mentimos arracimados a ellos en el Señor, y por eso la Iglesia misma
nos anima 1 no olvidar su presencia providencial, nuestro encuentro con ellos, en un
día que nos ayudaron a conocer mejor a Cristo, en las celebraciones que avivaron
el recuerdo de su ejemplo: si también ellos, también nosotros si entonces, también
ahora; si ahora, también en el cielo... Ésta era la reflexión de Agustín cuando recor-
daba a los santos y, confundido, se comparaba con ellos.
3 (123)
Cualquier celebración en el tiempo, cualquier aniversario o centenario glorioso
que sea evocado carece de valor si no se traduce en conversión a lo que allí recor-
demos, si no porfiamos por hacer presente en nosotros mismos, con la convicción de
la ley la fuerza de la esperanza, lo que es va claridad de ciclo que se ha de conver-
tir en luz también en la tierra. Si desearíamos que fuera el recuerdo que los hijos
de van Felipe Neri evocaremos al iniciar la celebración del cuarto centenario de su
muerte. Porque la fe nos dice que lo temporal ya está inscrito en lo eterno y, desde
la fe, lo terreno y humano solamente tiene valor como huerto cerrado de Dios, don-
de germine, con todos sus dones. y crezca en peldaños de gracia, hasta el mismo, más
conocido y amado.
Se no puede decir que los tiempos non malos, que la Iglesia está en crisis, que
vacilamos continuamente entre generosidad y desprendimiento; entre servir a dos
priores, o entregarnos sinceramente a Dios: entre la prudencia de las cobardías hu-
manas y la valentía que da el verdadero amor a Dios entre la red de gloria inmedia-
ta y terrenal, aun en lo que creemos, bueno, y la esperanza, a veces dolorosa, pero
que purifica el alma de cada uno, para que podamos conocer mejor a Dios, como los
santos lograron. Sobre todo, si al hacer presente la memoria de los santos penetra-
mos en su interior, que tuvo que soportar incomprensiones, grandes renuncias, inclu-
so el mismo martirio cruento, o una fe y esperanza sostenidas frente a cúmulos de
obstáculos, menos cómodos que la muerte de una vez por todas... Pero, en el mismo
dolor, con la paz y un consuelo puro en el alma, pobre, pura y enamorada de él.
Tal vez sea hora de recordar a Newman, una vez más cuando, tentados de falsa
humildad, alabemos mucho a los santos y deleguemos en ellos lo que todavía está por
hacer y nos corresponde hacer a nosotros. Newman había dicho: «No cualquier tiem-
po es edad de mártires, pero no hay ningún tiempo, que no sea edad de santos, para
santos».
Profecía encarnada.
En la cultura contemporánea, al lado de los maravillosos avances de
la ciencia, de la técnica, y de las más nobles conquistas en favor de la
dignidad humana y los derechos del hombre; del ejercicio de la libertad,
de la igualdad y de la justa autonomía, tienen lugar lamentables
sucesos que parecen indicar un doloroso retorno a la barbarie.
Las mujeres y los hombres que han decidido seguir más de cerca a
Cristo pobre, casto y obediente, son, con la Iglesia y en la Iglesia, la
respuesta profética que pretende ante los demás hombres, sus
hermanos, el testimonio de los valores evangélicos desconocidos o
rechazados por el mundo.
IX Sínodo de los Obispos, sobre los religiosos
4 (124)
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
MÁS ALLÁ DEL TIEMPO
Oh Señor y Salvador mío, sosten-
me entre los fuertes brazos de tus
Sacramentos cuando llegue esta
hora, y envuélveme en el frescor
de la fragancia de tus consuelos.
Que las palabras de la absolución
se pronuncien sobre mí, y la un-
ción santa me signe y selle, y tu
propio Cuerpo sea mi alimento, y
tu Sangre riegue mi ser; que per-
ciba, bien cerca, el aliento de mi
dulce Madre, María, y mi Angel
me diga al oído palabras de paz, y
sonría mi querido Padre, Felipe, y
inis Santos gloriosos, mirándome;
que unido a ellos y por medio de
ellos reciba el don de la perseve-
rancia, y muera, tal como deseo
vivir, en tu fe, en tu Iglesia, en tu
servicio y en tu amor. (Concédenos,
Señor, una muerte santa. Mix., 123).
Y cuando se da cuenta de que va
a morir y no puede encontrar un
presbítero, y el rayo de la gracia
de Dios ha penetrado en su cora-
zón, haciéndole anhelar a Aquel a
quien ha despreciado, no siente
emociones desarticuladas y confu-
sas que no harían sino angustiarlo
y que no habría forma de aliviar.
Sus pensamientos adquieren ense-
guida forma y orden; se elevan
cada uno a su debido lugar, hacia
los grandes objetos de la fe, que
aparecen tan ciertos en su mente
como lo están en el cielo. Se dirige
a su crucifijo... se ejercita en actos
de fe, esperanza, contrición, acep-
tación de la voluntad de Dios, y las
demás virtudes que su situación
exige. Es verdad que está yendo al
mundo invisible; pero también es
cierto que el mundo invisible ya
ha estado aquí con él. Se encamina
hacia un estado exterior a él, pero
que no le es extraño: juicio y pur-
gatorio son realidades familiares
para él, de las que tiene una con-
ciencia más completa que de la pro-
pia muerte. (Aunque uno haya sido
un mal católico, puede tener espe-
ranza a la hora de la muerte. Diff.
I, 293-295).
En realidad, las solemnes adver-
tencias de la Escritura contra la
desobediencia a la ley de Dios
acompañan a los reproches y ame-
nazas de la conciencia humana. La
creencia en la posibilidad de las
penas futuras no es algo que se
pueda dejar de lado sin que perju-
dique gravemente a ese instructor
eminente que es la conciencia.
5 (125)
¿Quieres perder ese recuerdo siem-
pre presente del Dios invisible, de-
bilitando así su voz que nos habla
interiormente? (La posibilidad de
un fracaso definitivo. S. E., 87).
La experiencia nos permite des-
cubrir la estructura moral del
hombre, de este modo prever su
futuro a partir de su situación ac-
tual. Nos enseña, en primer lugar,
que él no es capaz de conseguir la
felicidad por sí mismo, sino que
depende de las cosas sensibles que
lo rodean, cosas que no se podrá
llevar consigo cuando deje este
mundo; en segundo lugar, nos hace
ver que la desobediencia a su sen-
tido de rectitud moral es ya causa
de infelicidad, y que tendrá que
cargar con esta desgracia donde-
quiera que vaya, aunque no exis-
tiera la retribución divina; en ter-
cer lugar, nos enseña también que
el hombre no puede cambiar su
naturaleza y sus hábitos con de-
searlo sin más... (Nuestro futuro
depende de la actitud que manten-
gamos hoy. G. A., 399-400).
La Iglesia católica no admite que
ninguna imagen, sea material o
inmaterial, ningún símbolo dogmá-
tico, ningún rito, ningún sacra-
mento, ningún santo, ni siquiera
la santísima Virgen, se interponga
entre el alma y su Creador. Esa
unión es un tú a tú ―solus cum
solo― en todas las relaciones que
se dan entre el hombre y su Dios.
Sólo él crea, sólo él nos salva. Ante
su mirada tremenda vamos a la
muerte; solamente contemplándo-
lo a él obtendremos la felicidad
eterna. (Todos y cada uno estamos
hechos para unirnos con Dios. Apo.,
195).
Toda la Providencia de Dios y su
trato con nosotros, todos los actos
por los que él nos juzga, nos con-
cede sus gracias, nos advierte, nos
libera, tienden a la paz y al des-
canso como último fin... después
de los dolores de parto de nuestra
alma; después del nacimiento es-
piritual; después de la prueba y
la tentación; de los dolores y las
tristezas; después de las muertes
diarias al mundo y de las resu-
rrecciones diarias a la santidad;
finalmente, llega este «descanso re-
servado al pueblo de Dios» (Hb 4,
9). Después de la actividad agitada,
después de la fatiga y la enferme-
dad, de las luchas y las decepcio-
nes, del abatimiento y la impacien-
cia, de los fracasos y las victorias,
después de las mudanzas y las suer-
tes propias de esta condición inse-
gura y frágil, finalmente llega la
muerte, finalmente, el trono lumi-
noso de Dios, finalmente, la biena-
venturada visión de paz. (Y estare-
mos siempre con el Señor. P. S. VI,
369-370).
6 (126)
Santos y milagros
NO ESTAMOS, todavía, en la
Iglesia del cielo. Seguimos
pisando caminos de lodo y
nos salpica la mundanidad. Tiempo
de crisis, dicen; aunque, bien mira-
do, vivir es cambiar y, desde la fe,
a base de «cambiar muchas veces»,
nos vamos aproximando a Dios, el
único santo. El problema está en
no erradicar los cimientos mientras
pretendemos construir la casa. Lo
que importa, dice Newman, es
construir la vida a partir de la ci-
mentación de la Escritura; eso es
lo esencial, con tal que no lo tome-
mos en sentido meramente mecáni-
co, de obtener una conducta sólo
correcta, desentendida de la fe, de
la obediencia a Dios, del culto amo-
roso al Padre, a semejanza de Cris-
to, Hijo de Dios.
El mayor riesgo consiste en que
nos resignemos a una fe deficitaria,
suplementándola con medios y téc-
nicas que ocupen el lugar del fin,
hasta hacer que nos olvidemos de
él. Nos puede bastar el afán por
alcanzar un éxito terreno, cuando
el verdadero hombre espiritual ha
de poner sus miras, por encima de
todo, trascendiendo lo creado, sin
engañosas manipulaciones que re-
leguen el estilo de Dios, manifesta-
do en los profetas, en los verdaderos
santos y, sobre todo, en Jesucristo.
Por eso, la Iglesia, a lo largo de la
historia, se analiza a sí misma, se
"critica" para despegarse de tent-
aciones mundanas, que suplen la fal-
ta de fe, o buscan al Dios útil, o
una tranquilidad de conciencia que
sea la renta de sus partidarios. Lla-
ma la atención, por ejemplo, ahora,
que se da una cierta corriente por
beatificar y canonizar más expe-
ditamente a siervos de Dios, que
sus postuladores piden «que se co-
muniquen las gracias obtenidas», y
resulta que las respuestas, por lo
común, versan sobre curaciones su-
puestamente milagrosas. ¿Una cu-
ración de un mal físico es siempre
una gracia? Nuestro Padre san
Felipe Neri decía que no hay que
pedir la curación de los moribun-
dos, porque ya están cerca de Dios,
7 (127)
con la proximidad de la muerte,
que la Providencia dispone para
ellos. En cambio parece que sería
más importante dar valor a aspec-
tos espirituales, como las conversio-
nes a la gracia, por los ejemplos y
vida e intercesión de los santos. La
expectativa de milagros es siempre
sospechosa y hasta el mismo Cristo
llamó generación "perversa" a
quienes insisten en esperarlos. Pero
quien desee interesar en tales pro-
cesos a las gentes crédulas, ha de
abstenerse de reflexiones como ésta,
a pesar de ser conforme con la pa-
labra del Señor. La credulidad y la
sugestión llegan incluso a inventar
milagros imaginarios o ya imposi-
bles de verificar su realidad.
Por eso son peligrosas ciertas de-
vociones de santos o santificables,
cuando su propaganda lleva a pen-
sar más en ellos que en Dios mis-
mo. Es el caso repetido de quienes
visitan iglesias y altares de santos
o beatos, y pasan de largo ante el
Sagrario. Puede ser la buena fe de
la ignorancia, pero ésta no debe fa-
vorecerse y urge ilustrar a los sen-
cillos para que su vida de piedad
no se nutra de sucedáneos.
La Palabra de Dios, la sagrada li-
turgia, los sacramentos, en especial
la Eucaristía en confraternidad, la
oración y la esperanza del cielo.
Newman dice: La voluntad de Dios
en el corazón, el nombre de Dios
en los labios, para alabarle siem-
pre, y el reino de Dios en la espe-
ranza, trascendiendo todo lo crea-
do, todo lo provisorio y contingente,
mirando al Padre de todos, de Je-
sucristo y nuestro.
Es posible que muchos de los que
critican a la Iglesia desde fuera,
rechacen las formas beatas de de-
vociones desorbitadas y que, en
cambio, aceptarían, de conocerlo, el
Evangelio de Jesús, que es lo que
debemos anunciar a todos. Lo mis-
mo que muchos funerales, como se-
ñala san Agustin, son celebraciones
más bien para cumplir con los vivos
que para rogar por los muertos, po-
dría suceder que los santos propa-
gados al estilo "marketing", fueron
más para honor de las instituciones
interesadas que para pregonar el
triunfo de la gracia de Dios en los
hombres, y la gloria de Dios más
que la de los hombres.
Pero: que no nos falten santos
que nos lleven verdaderamente a
Dios.
En la Congregación del Oratorio, el comentario familiar
de la Palabra de Dios, o conversación espiritual, ocupa
siempre el lugar principal. De ahí se aviva y promueve
continuamente el espíritu de fe y de oración, de caridad
y de servicio.— (Const. Or., 7)
8 (128)
El Oratorio:
Vida evangélica,
derecho diocesano,
derecho pontificio
y el Oratorio
ENTENDEMOS por "vida evan-
gélica" el concepto que en-
globa la de los institutos re-
ligiosos, la de las sociedades ahora
llamadas de vida apostólica y los
modernos institutos seculares. To-
dos ellos abrazan la observancia
de los consejos evangélicos con di-
ferentes expresiones de este com-
promiso. 
La Sede Apostólica es, para todas
las formas estables de vida evan-
gélica, la última instancia. Lo cual
quiere decir que solamente ella las
puede erigir o bien el Obispo dio-
cesano que previamente ha con-
sultado a la Sede Apostólica y ésta,
después de examinar el proyecto,
le autorice (c. 579). En general, es
de este modo que "nacen" tales
institutos, que se denominan de
"derecho diocesano" mientras per-
dura esta dependencia del Obispo
diocesano que lo ha erigido; de-
pendencia que no está ordenada
a perpetuarse, sino a preparar y
fomentar la madurez conveniente
para que devenga de derecho
pontificio". La Santa Sede no apro-
baría ni daría el permiso a una
fundación que limitara este desa-
rrollo, después de la primera etapa
diocesana. Incluso, la supresión de
un instituto de tales características,
compete exclusivamente a la Sede
Apostólica (c. 584) y también
solamente ella la que puede auto-
rizar modificaciones que afecten lo
que antes aprobó (c. 583), alcanza-
da o no la elevación a derecho
pontificio.
La razón de todo esto se basa en
9 (129)
que la vida evangélica, como esta-
do permanente, pertenece a la san-
tidad de la Iglesia, tal como pro-
clama en sus normas, y añade que
por este motivo todos, en la Iglesia,
deben apoyarla y promoverla (c.
574, 1). La justa autonomía que la
Iglesia reconoce a cada uno de los
institutos, está ordenada a la vida
de los mismos, al gobierno propio,
a la disciplina interna, de modo
que puedan conservar íntegro su
patrimonio ―naturaleza, fin, espí-
ritu, carácter, fidelidad a las inten-
ciones del fundador (c. 578)—, y
encarece a los Ordinarios del lugar
en que estén establecidos, que de-
fiendan estas prerrogativas (c. 586),
tanto si los institutos son de dere-
cho diocesano como pontificio (c.
594). Los de derecho pontificio, en
lo que se refiere a su régimen in-
terno y a la disciplina, dependen
inmediata y exclusivamente de la
potestad de la Sede Apostólica (cc.
591, 593).
El control, desde los mismos
orígenes, y la asistencia inmediata
del Obispo de la diócesis, en su
primera fase, es el modo prudente
y paternal que la Iglesia dispone,
antes de reconocer la plena ma-
durez que el derecho pontificio re-
frenda. 
Pero el Oratorio constituye una
excepción, porque nació inmedia-
tamente "de derecho pontificio",
se desprende de la bula
fundacional «Copiosus» (1575), de
Gregorio XIII, pues san Felipe no
pretendía las formalidades de una
fundación, si bien el papa Grego-
rio, para evitar de una vez por to-
das, las críticas a la novedad del
apostolado de san Felipe, quiso de
su iniciativa garantizarlo con una
fórmula podemos decir inédita. Era
un consumado jurista, al que pre-
cedía el prestigio de su magisterio
en la universidad de Bolonia, con
una intuición para las leyes que su-
peraba, seguramente, la de su pre-
decesor Pío V, el cual, para obviar
ciertos problemas prácticos en la
reforma general de las órdenes re-
ligiosas, había mezclado conceptos
jurídicos, que no constituían su
fuerte, con principios teológicos,
para los que estaba mejor capaci-
tado. Frente a ello Gregorio XIII
fue un innovador genial como lo
demuestra la fundación del Orato-
rio: una congregación originalmen-
te de derecho pontificio que revis-
te, en la actualidad, la forma de
una confederación de casas autó-
nomas, que se relacionan como
una gran familia, o familia de fa-
milias, de modo parecido a como
se entiende el principio de autono-
mía estabilidad en los monaste-
rios benedictinos y formas evolu-
10 (130)
tivas de los mismos. Incluso, en
cierto sentido, en como se relacio-
nan las diócesis unas con otras, si
bien, lo mismo que estas deben
rendir cuentas a la Sede Apostólica
cada cinco años, de la situación y
estado respectivo, también el Ora-
torio, en los mismos períodos de
tiempo, tiene la Visita canónica,
que realiza en cada casa la S. Sede,
por medio de un Delegado nom-
brado por ella, de modo que éste
no puede confundirse con lo que
pudiera ser un Superior general.
La Sede Apostólica asume la potes-
tad de vigilar inmediatamente las
diversas casas o Congregaciones
del Oratorio, y ejerce este derecho
por medio del citado Delegado
nombrado por ella.
En la actualidad, esta misión y
potestad verdaderamente especial,
la ostenta el Rmo. P. Antonio Ríos,
que ha sido, durante mucho tiem-
po, el Prepósito del Oratorio de
México, D. F. La Delegación de la
Sede Apostólica para el Oratorio
ha reportado grandes beneficios
para la obra de san Felipe Neri; los
oratorianos nos hemos acostum-
brado a respetar esa institución
emanada de la Sede Apostólica, a
la vez que miramos y veneramos
como a un hermano mayor a quien
la ostenta, con verdadero espíritu
de servicio para todos.
EI Cielo.
La felicidad no alcanza su
total plenitud hasta que
el alma, después de esta
vida, se reúna con el
cuerpo en que estuvo
unida y se conceda a
ambos la Vida eterna.
Sin embargo, aunque
finalmente tenga que
suceder así, los fieles
devotos que aquí viven
de tal modo que su
existencia se resume en
una meditación de
aquella Vida, son a
veces recompensados
con una especie de
Visión anticipada del
gozo celestial, como
una pregustación o
perfume que desciende
de allí: y aunque este
anticipo no sea más que
una pequeñísima gota
del manantial perenne,
supera de tal modo los
deleites materiales de
la vida presente, que ni
la felicidad así lograda
por todos los hombres
juntos podría igualar.
ERASMO DE ROTTERDAM,
(1-166-1536), Elogio de la Locura.
11 (31)
El Oratorio:
EL ORATORIO
Y LA PARROQUIA
LA RECIENTE celebración de la IX Asamblea
ordinaria del Sínodo episcopal, dedicada a las
diversas formas de «vida consagrada y su misión en
la Iglesia y en el mundo», ha dado lugar a muchas
manifestaciones, no siempre coincidentes, pero que
revelan el indudable interés que ha despertado en obispos y
religiosos y otras obras
de vida evangélica. Un
tema frecuente, entre
los obispos, lo ha
constituido el abogar
por una mayor
participación de los
miembros religiosos
ordenados, en la cura
de almas parroquial;
en cambio, entre los religiosos ha abundado el parecer
contrario, por el riesgo de que dicha actividad crea
dificultades, y en ocasiones, anula la posibilidad de cumplir
con la finalidad específica de cada instituto. La razón de una
referencia reducida a lo meramente espiritual no puede ser
equivalente y satisfactoria para el cumplimiento con las
obras y finalidad concretas que legitimaron las respectivas
fundaciones. La escasez de vocaciones es el motivo que
mueve principalmente las reclamaciones de los obispos;
pero la misma escasez afecta por igual a las diferentes
comunidades de vida de profesión evangélica, clerical o no.
Aunque es justo reconocer que no faltan obispos que
cumplen gozosamente con el deber de defender la justa
autonomía (c. 586) otorgada canónicamente a los diferentes
institutos para el cumplimiento real de sus fines, porque su
estado pertenece a la vida y a la santidad de la Iglesia (c. 574).
12 (132)
Se trata de una crisis que obliga a todos a la reflexión y
que seguramente esta magna asamblea ayudará a superar.
Aunque solamente un 20 por ciento de los reunidos sean
religiosos y el resto obispos, será indudablemente una buena
ocasión para que los miembros religiosos puedan ayudar a
los señores obispos a un mejor conocimiento, basado en la
propia experiencia,
del misterio de la vida
religiosa, que tantos
beneficios ha
reportado a la Iglesia
a lo largo de toda su
historia.
Pero nos parece
que, desde estas
modestas páginas,
podemos alargar el comentario para ilustrar a los cristianos
de a pie, también interesados sobre estos temas, no
solamente por su importancia en general, sino porque son
muchos los fieles que reciben el beneficio espiritual de su
formación cristiana y de su vida sacramental merced a la
presencia de las casas e iglesias de tales institutos.
La Iglesia, en beneficio de los fieles y por fidelidad al
patrimonio recibido de Cristo, posee su propia organización
y ampara los diversos carismas que la enriquecen. Entre
todos se hace todo y cada cual en la medida y modo según
los dones recibidos de Dios para el bien común. San Felipe
Neri solía decir, a propósito de la singularidad del Oratorio,
que a muchos sorprendía, que «la Iglesia se adorna con la
variedad», recogiendo una expresión del salmista.
Así, podemos afirmar, por ejemplo, que si un hipotético
fundador de un instituto religioso o de una sociedad de vida
13 (113)
apostólica clericales acudiera a la Sede Apostólica (SCRIS) para obtener
la aprobación de su proyecto y, entre los demás requisitos, figurara que
la finalidad específica y principal de su obra consistiría en dedicar a
sus miembros ordenados a la cura pastoral de las parroquias que les
asignaran los respectivos obispos de las diócesis donde se establecieran,
la respuesta sería negativa, porque tal labor es la propia del clero
diocesano. En todo caso, lo más sencillo sería incorporarse a este clero,
sin más, y no duplicar jerarquías para un mismo fin y unos mismos
sujetos.
Otra cosa sería si se tratara de un instituto secular clerical, cuyos
miembros aspiran a la propia santificación y la del mundo, sobre todo
desde dentro del mundo (c 710) y tomando ocasión del mundo (c 713, 2),
viviendo en las circunstancias ordinarias del mundo, ya solos, o bien
cada cual con su familia (c 714). Pero aun en esos institutos seculares,
si existen miembros clérigos que por concesión de la Sede Apostólica,
se incardinan al instituto (c 266, 3) para atender a las obras propias o al
gobierno de éste, su relación con la diócesis es la misma de los
religiosos (c 715, 2).
Origen histórico de la parroquia
HISTÓRICAMENTE, la parroquia aparece como una creación surgida
de la organización de la Iglesia en "diócesis". Ésta fue un eslabón
administrativo en la división del Imperio romano y, por ello, la
organización civil de éste fue utilizada como modelo por la Iglesia,
cuando, pasadas las persecuciones, salió de la clandestinidad.
Con la paz constantiniana, la Iglesia no se limitó a las comunidades
que había formado en las ciudades pequeñas ("diócesis"), sufragáneas de
las mayores ("metrópolis", o sedes de distrito provincial), sino que
extendió su predicación a los barrios periféricos de las ciudades y  La
aldeas, y allí mandaba a un corepíscopo u "obispo rural", y más tarde
un simple "presbítero" para que ejerciera la "cura pastoral" de aquel
"avecinamiento" que, tomando el nombre de un vocablo griego
("paroikia"), terminó llamándose "parroquia". Así, con el tiempo, la
parroquia ha llegado a ser "una parte de la diócesis", es decir, un
distrito de administración y cura de las almas en una diócesis,
constituida por razones de práctica pastoral y determinada
jurídicamente en la Iglesia.
14 (134)
La corriente por la cual la estructura eclesiástica asimila la
organización civil romana, creando instituciones de derecho y origen
eclesiástico y, por ello, humano, no disminuye la importancia de las
mismas, que facilitaron la evangelización y la comunicación y trabazón
de comunidades entre sí, hasta desembocar en la Iglesia medieval, con
sus escalones en cuya base estaban las parroquias y seguían las diócesis,
las sedes metropolitanas, las patriarcales y, finalmente, el sumo
pontificado presidiendo a todos.
Es cierto que, en el prurito por teologizarlo todo, ni siquiera
faltaron los que pretendían que la parroquia era una institución de
derecho divino. La polémica escolástica, originada en la Universidad de
París, quedó totalmente marginada después del Concilio de Trento,
aunque algunos protestantes y jansenistas la restauraron posteriormente
En nuestros días está totalmente superada y sólo existen algunas
exageraciones que la mejor teología contemporánea y los pastoralistas
imparciales rechazan.
La parroquia y las formas de vida evangélica
LA ORGANIZACIÓN de la Iglesia según el modelo estructural del
Imperio romano trajo ventajas a su expansión; pero no se tardó en
descubrir las ambigüedades de la paz constantiniana y de la
penetración de las corrientes mundanas que facilitaban una cierta
adscripción a la fe de Cristo, si bien, en muchos casos, sin la exigencia
de una profunda conversión. En la era de los mártires la ambigüedad
era menos fácil. En tal contexto, se produce una reacción, casi una
protesta (conf. LAUS, n.º 185, abril 1981, pp. 12-19), aunque pacífica por
parte de los que se sentían llamados a la integridad fervorosa y
abnegada de una total donación a Cristo que tomaba la forma de un
nuevo "martirio" o "testimonio total" con la entrega de la vida, por
caminos de renuncia y humildad apoyados en la palabra que invita al
seguimiento radical de Cristo.
Este movimiento conocerá un dilatado desarrollo y se irá
constituyendo dentro de la Iglesia, sin rupturas, pero sin imitar el
precedente del organigrama del Imperio. La vida evangélica crece en el
desierto, con los eremitas, se consolida con el monaquismo y toda su
variada evolución, hasta las órdenes mendicantes y las fundaciones de
la época de Trento, entre las que se cuenta el Oratorio.
15 (135)
Por su mismo origen y por su finalidad, estos movimientos de
vuelta al Evangelio y a la vida comunitaria no se orientan hacia los
ministerios parroquiales, aunque el beneficio que la Iglesia, en su
conjunto, recibe de ellos es muy grande, pues son los agentes
principales del arte sagrado, de la música religiosa (gregoriano), del
nacimiento y sostenimiento de las universidades, de la salvación de los
tesoros literarios de la antigüedad clásica, de la beneficencia, de las
grandes misiones entre los bárbaros y entre los pueblos nuevos, del
esplendor de la liturgia, de la espiritualidad, favorecedores de la paz,
del trabajo y de la cultura en general.
Si los institutos religiosos y las sociedades de vida apostólica,
cuando son clericales unos y otras, por norma general no se dedican al
ministerio parroquial y, por principio, no lo tienen como fin inmediato
o principal, lo mismo que se excluye la aceptación de honores el
mismo episcopado, pueden, sin embargo, darse algunas excepciones, las
cuales, para que sean legítimas, no deben substituir ni dificultar el
cumplimiento fiel de la finalidad fundacional de tales institutos; porque
en esta finalidad consiste, precisamente, el mejor servicio que pueden
hacer a la Iglesia, no sólo en el ámbito universal de la misma, sino en
el más concreto y próximo de las Iglesias particulares, a cuya
comunidad presbiteral pertenecen, teológicamente, los miembros
ordenados, aunque jurídicamente dependan de sus respectivos
superiores internos.
Las dos grandes excepciones
LA PRIMERA de estas excepciones, perfectamente explicable,
comenzó con los grandes descubrimientos geográficos del s. XVI, cuya
arriesgada aventura iba acompañada, puede decirse que únicamente,
por sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas: franciscanos,
dominicos, mercedarios, jesuitas,... Todos pioneros de aquella
evangelización que partía de la nada y se desarrollaba con grandes
abnegaciones. También en la misma Europa, en los países
mayoritariamente protestantes, y en Asia y en lugares de difícil
penetración de la fe, sin privilegios ni rentas, y con la eventualidad del
martirio: en nuestra diócesis manchega tenemos el recuerdo del jesuita
Alfonso Pacheco, de Minaya, mártir de Cristo en el Japón.
16 (136)
Otra excepción secular se produce en la ciudad de Roma, donde,
en contra de lo que se podría suponer, los sacerdotes religiosos superan
más del doble, en número, a los diocesanos, desde antiguo, más escasos.
La razón está, principalmente, en la presencia mayoritaria de las curias
generales de los institutos de todo el mundo.
La actual legislación canónica de la Iglesia (c. 520) prescribe que,
en el caso de que un instituto religioso clerical o una sociedad clerical
de vida apostólica acepte la cura pastoral de una parroquia, se haga
mediante contrato escrito entre el Superior de éstas y el Obispo
diocesano, en el que se especifiquen los detalles más importantes, a
respetar por ambas partes. Con lo cual se reconoce la excepcionalidad
de tales encomiendas.
Vida evangélica y parroquialización
LA VIDA evangélica, o de consagración a Dios, tiene su origen divino
en la voluntad de Cristo, a diferencia de la institución parroquial,
elaborada históricamente y de derecho humano, por lo cual no sería
lícito sacrificar aquélla en aras de ésta. Estas obras de vida evangélica
tienen el deber de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de
los fundadores, sancionadas por la misma Iglesia ―naturaleza, fin,
espíritu, carácter...―, y todo cuanto constituye el patrimonio espiritual
y apostólico que les es propio (c. 578). Lo cual ha de ser compatible con
la veneración y sumisión a la autoridad externa de los Obispos, de
acuerdo con el derecho común de la Iglesia, las propias Constituciones
y la caridad, que debe ser, en todo, la norma suprema.
Karl Rahner, todavía antes del Concilio Vaticano II, había señalado
el peligro de las exageraciones basadas en el principio parroquial, por
el que se pretendería una monopolización del apostolado y de la vida
sacramental de los fieles, como si la clerecía parroquial acumulara en
exclusiva los derechos y obligaciones de la cura de almas en su
comunidad, o como si sólo pudiera derivarse o depender de ella,
«porque la historia de la Iglesia y el derecho canónico muestran que el
principio parroquial no es de hecho el único principio del
ordenamiento comunitario en la Iglesia». Más recientemente ha sido
Johannes B. Metz quien ha criticado «la creciente parroquialización» de
los institutos de vida evangélica en los últimos tiempos, como si se
17 (137)
tratara de «una trampa» en la que estaban cayendo y que les hacía
perder su acicate carismático y profético. Y el P. Luis Gutiérrez,
reconocido especialista en el derecho de los estados de perfección
evangélica y discípulo eminente del cardenal Larraona, ha dicho:
«Pretender encauzar toda o la mayor parte de la actividad pastoral de
los religiosos por el canal de la parroquia puede ser un grave error en
la pastoral de conjunto... Los institutos religiosos, aunque deben estar
dispuestos a ofrecer sus servicios allí donde la Iglesia lo requiera, no
deben olvidar que por tradición, por organización y por carisma, son
supraparroquiales».
¿A qué puede deberse esa excesiva parroquialización de los
institutos clericales de vida evangélica? Principalmente a dos errores:
por parte de los institutos, al olvido de su propio carisma y a la falta de
imaginación y fidelidad creativa integrada, sin deformaciones, en el fin
y el genuino espíritu que les es propio. Por parte de los obispos, el
atender a ciertos aspectos de utilidad y suplementarios, para hacer
frente a la escasez de sacerdotes o a la dificultad de redistribuirlos,
dejando en segundo plano o prescindiendo de lo original y específico
de cada instituto o interpretándolo como algo solamente espiritual,
indeterminado e indiferente.
El Oratorio y la parroquia
EN TIERRAS de misión y en zonas de mayoría protestante, en el
Oratorio se ha aceptado el trabajo parroquial, como otros institutos,
aunque no de modo que tal dedicación agote la razón de ser y la total
actividad de la comunidad oratoriana allí constituida. También se ha
procurado evitar convertir en parroquial la propia iglesia de la
Congregación. Puede ser un caso paradigmático el de la Congregación
del Oratorio de la ciudad de México, cuya población real llega, en
desordenada acumulación, a los 22 millones. En el mismo centro de la
ciudad, el templo del Oratorio ―conocido por La Profesa― es un lugar
espiritual frecuentadísimo, en el que se mantiene un culto ejemplar y
atento servicio sacramental y de formación cristiana de los fieles, con la
Sala Newman, amén del cuidado de una interesante pinacoteca
relacionada con la historia religiosa mexicana, que atienden los padres;
precisamente uno de ellos ha prestado un buen servicio a la diócesis, →
18 (138)
para el orden y restauración de su patrimonio artístico y las obras,
todavía en curso, de reparación de la monumental catedral
metropolitana. La parroquia confiada a los padres del Oratorio de
México se encuentra en la periferia de la ciudad, muy próxima al
aeropuerto, en el barrio o colonia Balbuena, y la constituye una
feligresía que supera los 400.000 parroquianos, cifra que no alcanza la
entera diócesis de Albacete, que tiene unos 180 sacerdotes diocesanos
(40 de los cuales, por diversas razones, viven fuera de la diócesis) y
otros 40 pertenecientes a diferentes institutos. En la diócesis de México,
los sacerdotes diocesanos triplican en número a los de Albacete; en
cambio, los pertenecientes a diferentes institutos religiosos y sociedades
de vida apostólica ―como es el Oratorio―, en conjunto, sobrepasan
ligeramente el millar.
En términos parecidos podríamos referirnos a la diócesis de
Tlalnepantla, hasta hace poco sufragánea de la de México, con 300
sacerdotes entre ambos cleros, para tres millones y medio de habitantes;
o la de Pasto, en Colombia, con cien sacerdotes para medio millón; o la
de Ipiales con cincuenta, también para medio millón...
Toda la Iglesia es de misión, pero alguna parte de ella más que otras.
Newman mismo, al fundar el Oratorio en Inglaterra, si bien por
hallarse en país de mayoría protestante, hubo de aceptar la cura de
almas parroquial, siempre consideró secundaria aquella misión, no
específicamente propia del apostolado del Oratorio, y así lo hizo notar
en varias ocasiones, como cuando recuerda que allí han de servir a la
Iglesia de Dios con algo más que con el trabajo parroquial, e insiste en
que ellos, los oratorianos, han de hacer cosas que no podrían llevar a
cabo los sacerdotes diocesanos; cita varios extremos, pero sobre todo el
deber de retornar a la formación del laicado en conexión con el
Oratorio: «...we must return to the formation of a Lay apostolate in
connection with the Oratory».
Una crónica de los servicios que el Oratorio ha podido prestar a las
diócesis donde se ha establecido, necesitaría un capítulo aparte. Y han
sido servicios tanto más positivos cuanto más fielmente los hijos de san
Felipe se han esforzado por vivir y proyectar el espíritu y mantener las
obras de él heredadas, bendecidas por la Iglesia, que se enriquece y
«adorna con la variedad», como escribíamos al principio y solía repetir
nuestro Santo, a propósito de la originalidad de su obra.
19 (139)
Las cartas de san Felipe Neri,
ejemplo de cortesía
SOLAMENTE se han conserva-
do o recuperado una treinte-
na de cartas de nuestro Santo,
la mayoría dictadas y luego firma-
das por él; algunas con la añadi-
dura de algunas frases escritas de
su puño y letra, y sólo unas pocas
debidas a su mano. Ellas solas no
serían suficientes para utilizarlas
como documentos que transcriban
totalmente su espiritualidad, aun-
que el tema sea siempre religioso.
Para ello sería preciso recoger más
testimonios, los ejemplos de su vida,
las frases dichas espontáneamente,
los consejos dados a sus hijos es-
pirituales, las obras. Aun así no
podríamos decir que, por sus pa-
labras, pudiéramos comprender su
espíritu. Lo especial de san Felipe
era su estilo, su talante, su modo
personal: simpatía, fervor, senci-
llez, intuición festiva, espontanei-
dad sin desorden, lectura de los co-
razones y el suyo lleno de Dios...
La teoría era la tradicional, pero el
modo era una novedad constante,
una juventud de alma, una como
ironía sobrenatural frente a los
pesimismos de su época que la Pro-
videncia, a pesar de los miedos de
los hombres, abría a un gran resur-
gimiento renovador y espiritual.
El p. Giulio Bevilacqua decía
algo parecido al prologar la edición
del «Diario del alma» del papa
Juan XXIII: un hombre en aparien-
cia tradicional en sus costumbres
piadosas, pero que inició, con va-
lentía inusitada, esa época todavía
no concluida, de renovación, no
del todo incruenta, que purificará
y retornará a mayor juventud, el
rostro de la Iglesia mostrándose a
los hombres de hoy.
Las palabras dictadas o escritas
por s. Felipe llevan el sello inconfun-
dible de su época, pero traslucen la
gentileza de trato dispensado, con
naturalidad, a sus corresponsales,
sean familiares (sus dos sobrinas
monjas), o penitentes suyos, o algún
cardenal (Borromeo) o el mismo
papa. No recurre al empalago de
reverencias redundantes, o, según
20 (140)
los casos, de formalismos de fingida
cortesía, o de blandura sentimental.
El trato es siempre respetuoso y a
la vez franco con los familiares e
inferiores, y reverente sin engola-
miento con iguales, ni adulación
con los superiores. Ejemplo que no
está de más recordar en esta época
que vivimos, en la que, para demos-
trar franqueza, y sin mediar prece-
dente que lo legitime, a algunos se
les ocurre, sin ser invitados a ello,
a apearse del trato y consideración
que otros merecen. Si son iguales a
nosotros, pero desconocidos, no te-
nemos derecho a invadir su intimi-
dad, espetándoles, por ejemplo, el
"tú" de la mala educación; si son
superiores o más ancianos, comete-
ríamos la grosería de tomarnos, por
nuestra cuenta, la franqueza que
todavía no se nos ha ofrecido. Por
otra parte, el trato respetuoso man-
tenido no es obstáculo para la co-
rrecta comunicación. Es preciso re-
cordar el Evangelio: «no te adelan-
tes a tomar el primer puesto...»
Abundan, por un error de lo que
ha de ser la sencillez y la franque-
za, los que se toman por su propia
cuenta nivelar a todo el mundo,
porque no les han educado o no
aprendieron de modales. En general
no llevan mala intención, pero des-
truiríamos el buen orden de las re-
laciones entre unos y otros, si pres-
cindiéramos de la consideración
convencional si se quiere, pero ne-
cesaria incluso para que, a partir
de ella, se genere la verdadera
amistad. Ésta, decía Newman, tie-
ne como primera condición, el res-
peto del otro.
Otra cosa es el trato en familia,
donde ―ya que nos hemos referido
al tuteo, como paradigma― el trato
que, en otros casos, sería incorrecto
o abuso de confianza, aquí puede
ser una manifestación de amor y
cariño recíproco, entre padres e
hijos y entre hermanos.
Los buenos modales y el trato
respetuoso a los demás, decía san
Francisco de Sales, se desprenden
del conjunto de muchas virtudes
reunidas que un buen cristiano no
puede dejar de lado. Tenemos el
ejemplo del respeto de los discípulos
del Señor y de las correcciones que
éste les dio cuando olvidaban tener-
lo en cuenta. Tenemos, también, el
de los tratamientos de la jerarquía
de la Iglesia —"santísimo", "emi-
nentísimo", "beatísimo", "excelentí-
simo"...―, tal vez exagerados; pero
exagerados, muy probablemente, en
aras de cierta pedagogía que favo-
rezca el buen orden y respeto nece-
sario hasta en la estructura huma-
na e instrumental de que ha de
servirse para su misión. Otra cosa
es que quien es respetado se com-
plazca vanidosamente, o corra am-
bicioso tras dignidades. Pero esto
es otro capítulo que aquí y ahora
no tratamos.
21 (14)
ÍNDICE DEL AÑO 1994
TIEMPO DE ORACIÓN |
Amigo y Amado (R. Llull) | 74
Contra el miedo (E. Przywara) | 26
En un saludo a ti (R. Tagore) | 50
Los ojos puestos en Jesús (Orígenes) | 2
Pequeña cadena de jaculatorias (S. Felipe Neri) | 122
«Vergine bella!» (F. Petrarca) | 98
TEMAS |
Aniversarios | 123
Audere | 51
Caminos, caminantes, caminadores | 33
Como gusano escondido | 110
El influjo del Evangelio y de los santos | 63
Elogio de la ignorancia | 101
Estética, ética, religión, Dios | 60
La familia espiritual | 81
Las palabras de los santos | 12
Números | 27
Política de los hombres y brisa de Dios | 105
Ricos | 3
Santos y milagros | 127
Síntesis | 99
Vanidades | 75
22 (142)
SAN FELIPE NERI Y EL ORATORIO |
Aniversario en el Oratorio de Gracia | 71
III Centenario del Oratorio de Alcalá de Henares | 119
Dante Alighieri y s. Felipe Neri | 111
Dos sonetos de s. Felipe Neri | 108
EI Oratorio y la parroquia | 132
Espíritu y fuerza del Oratorio | 70
La Iglesia de s. Felipe | 87
La perfección del Oratorio (J. H. Newman) | 56
Las cartas de s. Felipe Neri | 140
Palabras de s. Felipe Neri | 17 y 43
Rasgos del Oratorio | 53
S. Felipe Neri y la Pasión del Señor | 41
Vida evangélica, derecho diocesano, derecho pontificio y el Oratorio | 129
NEWMAN |
La conversión y vocación de Newman al Oratorio | 57
Pensamientos | 5, 29 y 125
TEXTOS |
Acción litúrgica y presencia de Cristo (Conc. Vaticano II) | 8
Ciudadanos de dos mundos (M. L. King) | 83
Conversiones en Inglaterra (W. Rees-Mogg) | 9
El cielo (Erasmo de Rotterdam) | 131
Iglesia y Estado (Conc. Vaticano II) | 79
La Iglesia es el hogar de la familia de Dios (J. H. Newman) | 80
Las heridas de la unidad (Cat. de la Igl. Cat.) | 11
Padres e hijos (Cat. de la Igl. Cat.) | 84
Para el hombre nuevo (E. Mounier) | 104
Presencia y acción de Cristo en la liturgia (mons. R. Buxarrais) | 36
Profecía encarnada (IX Sínodo de los Obispos) | 141
23 (143)
Feliz Navidad.
Desde ahora mismo felicitamos a todos nuestros amigos y
lectores, y lo hacemos, en este tiempo privilegiado de la
gracia, con las siguientes palabras de Newman:
En este tiempo podemos ver y experimentar las misericor-
dias de Dios. Estamos ante él como aquellos pobres seres
indigentes, llevados a su presencia, para que los curara.
Vayamos también nosotros a él para que sane nuestras
miserias. Acerquémonos como niños recién nacidos que
desean el alimento puro de su palabra y crecer en salud
(cf. 1 P 2, 2), en este tiempo de inocencia, de pureza, de
amabilidad, de dulzura, de alegría y de paz. Tiempo en
el que la Iglesia entera parece vestida de blanco, en hábito
bautismal, espléndida y luminosa, encumbrada en el Monte
Santo. En otras celebraciones Cristo se nos muestra vestido
en ropajes teñidos de sangre; pero ahora viene a nosotros
con toda serenidad y paz, y nos ofrece participar de su
gozo y quiere que nos amemos unos a otros (cf. Jn 13, 34).
No hay ocasión para la tristeza, para los celos, para las
preocupaciones, para los excesos o la disipación, sino que
es el tiempo en el que debemos revestirnos de Cristo. Que
cada Navidad nos encuentre más sencillos, más humildes,
más santos, más afectuosos, más acordes con lo que dispone
la Providencia, más alegres, más llenos de Dios.― PS V, 98.
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Pl. San Felipe Neri, 1. Apartado 182 - 02/20 Albacete - D.L. AD 103/62. 27.11.94
24 (144)