Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 298. ENERO — FEBRERO.
Año 1995 |
SUMARIO |
LLAMADOS a la vida, habría
un modo de estar |
en el mundo casi
vegetativo y de movernos en |
él, ni libres ni esclavos,
pero sí despersonaliza- |
dos de nuestra condición
cristiana, somnolen- |
tes y dejados llevar por
la corriente de lo más fácil |
o placentero, degradando,
al fin, la razón última de |
existir, vueltos al
paganismo. Pero la vida de los |
hijos de Dios, ya en la
misma tierra, está llamada a |
la trascendencia, más allá
de sí misma, para que se |
pueda convertir en
respuesta gozosa y agradecida a |
quien nos la dio. En el
fondo, se trata, como en los |
primeros seguidores de
Cristo y en los santos, de una |
respuesta de la fe en Dios
y en su amor, que concier- |
ne a todos los bautizados. |
PARA LA UNIÓN DE LAS
IGLESIAS |
FE |
NEWMAN Y CONGAR |
LOS INTERESES CREADOS Y
SAN FELIPE NERI |
«EL SANTO DE LA ALEGRÍA» |
EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Y
EL ORATORIO |
SEBASTIÁN VALFRÈ |
1 |
Tiempo de oración: |
PARA LA UNIÓN |
DE LAS IGLESIAS |
Dios mío, creador del
hombre, que sólo has podido recibir |
una alabanza digna
―o menos indigna― multiplicando |
las especies, las razas y
las naciones; que de esta manera, |
no sólo has manifestado
una parte de tu gloria, sino toda |
la riqueza de tu creación
y, principalmente, de tu criatura |
racional; que quisiste que
tu Iglesia, desde sus mismos |
orígenes, hablara todas
las lenguas, y no para que |
perturbara la expresión de
la verdad, ni, con mayor |
motivo, para que no
falseara la verdad misma, sino para |
que la verdad, que sólo la
Iglesia debe proclamar, fuera |
entendida por cuantos
hombres la oyeran: te pedimos que |
ensanches nuestros
corazones para que sepamos hacernos |
comprender por los hombres
y también nosotros les |
comprendamos a ellos, a
todos ellos. Dios mío, me doy |
cuenta de mi pequeñez y
pobreza, pero tú puedes dilatar |
abrir mi corazón para que
alcance la medida de las |
necesidades del mundo.
Esas necesidades que no se |
ocultan a tus ojos; que
son muchas, y más de las que yo |
pueda conocer bien y
expresar. Señor, danos muchos |
obreros y, sobre todo,
obreros que se presten al trabajo |
con un gran corazón.
Porque el tiempo apremia y hay |
mucho trabajo por hacer.
Trabajos inmensos, misiones |
desproporcionadas para
hombres como nosotros. |
¡Ayúdanos, Señor:
ensancha, purifica, organiza, inflama, |
llena de prudencia, aviva
nuestras pobres almas! |
Yves Congar |
2 |
Fe |
LA BIENAVENTURANZA de la
pobreza inaugura el «Sermón de la Montaña»; |
pero no es la primera
bienaventuranza del Nuevo Testamento. La sola pobre- |
za sin fe, está muy
próxima de la miseria, salvo que la remedie el amor cris- |
tiano, si reacciona al
reto que la provoca. De otro modo, la miseria tiene poco |
que ver con la virtud. La
primera bienaventuranza del Evangelio es la de la fe de los |
que creen y confían en
Dios y se someten a sus designios, cuyo contenido es siempre |
de gracia y bendición.
Esta bienaventuranza de la fe se estrenó en la Virgen: «Bien- |
aventurada tú, porque has
creído». Por eso ella es la primera cristiana e imagen de |
la Iglesia. |
La pobreza del Evangelio
es la prueba a que ha de ser sometido el cristianismo |
sincero, es la piedra de
toque infalible de la verdadera fe. Todo alarde de fidelidad |
a Dios, al margen de la
pobreza como virtud cristiana, es degeneración farisaica, co- |
loración de piedad,
religiosidad desvanecida, o sucedáneo supersticioso. |
La creación entera
trasluce la huella de Dios, de quien todo procede. Esta visión |
de fe obliga a tratarlo
todo, y tratarnos, con el respeto al Creador, sin distraernos de |
quien es el fin de todo:
el resto son medios. Como medios, no pueden absolutizarse, |
no pueden dominarnos ni
someternos, sino que, pasando por ellos como tales medios, |
o pasando de ellos porque
no pueden ser nuestros fines, hemos de «poner sólo en |
Dios todo nuestro
corazón», al modo como la Iglesia, por la voz de la liturgia, nos re- |
cuerda y nos enseña a
pedirlo con insistencia. Cualquier pretensión que nos lleva- |
ra a querer instalarnos en
un cielo anticipado, artificial, representaría una negación |
o enfriamiento en la fe.
De esta seducción nos libra, desde la inteligencia, la fe, y |
desde lo sensible y
práctico de la vida, la austeridad y el desprendimiento. Sólo en- |
tonces somos libres para
crecer en el amor. La pobreza espiritual no representa un |
desprecio de lo creado,
sino, por el contrario, su valoración sopesada y justa, para |
situarnos, sin ataduras,
en la perspectiva de Dios. Sólo así, lo creado realza la gloria |
de Dios; sólo así, el
hombre, como diría san Ireneo, «es en la tierra la gloria de Dios»; |
y el resto, providencia de
Dios. |
3 |
Pero el espectáculo del
mundo no nos ayuda cuando se nos representa como un |
cielo en la tierra, al
dinero como su dios, que tan a menudo proclama su eficacia |
«para hacer el bien». Esta
tesis en peligrosísima, porque sólo es capaz de encender |
luminarias de paja,
esplendor momentáneo. La historia e pródiga en ejemplos ni |
pesar de no quererlo
reconocer, cuando se trata de que cada uno se los aplique a si |
mismo. |
La vanidad organiza y
difunde la propia fama, crea las apariencias de triunfo y |
la búsqueda del aplauso
temporal, para captar a indecisos y medrosos, y hasta los |
cristianos somos tentados,
y no siempre libres de pecado, confundiendo evangeliza- |
ción con propaganda,
apostolado con seducción, razón con fuerza, y verdad con lo |
que avalan las
estadísticas. Decimos que «a fin de bien», pero olvidamos demasiado |
deprisa el ejemplo que
Dios mismo nos dejó al entrar en nuestra historia para |
inaugurar la misión que
ahora hemos de cumplir, por mandato suyo, como Iglesia, y |
precisamente como
"su" Iglesia. Reducimos, con frecuencia, la religión u problema |
político, y éste, más que
como preocupación por el bien público, lo valoramos, como |
poder de medro, en
rivalidad con el adversario que nos lo discuta o dificulte. Olvi- |
damos que, con dinero y
poder, se pueden comprar votos, se pueden hacer favores |
para captar adeptos, se
pueden recomendar a amigos para comprometer gratitudes |
y hacer clientelas, pero
no se pueden hacer cristianos. Tal vez si asociaciones filan- |
trópicas dudosamente
desinteresadas; o sociedades anónimas, o círculos culturales, o |
gremios profesionales, o
partido, o sindicatos; pero no cristianos. Solamente es cris- |
tiano el que nace a la fe
en Jesucristo. Esta fe no es un adhesivo, sino fuerza divina |
que transforma. |
Dios que quiso nacer
pobre, que no se apoyó en los poderosos, ni en el aparente |
rigor farisaico, si
volviera ¿«encontraría todavía fe en la tierra»? Seguramente sí, |
pero no en el fragor
mundano, sino en los más humildes... como la primera vez que |
vino. |
En el transcurso de veinte
años han muerto en |
todo el mundo, como
mártires de la fe, 280 cris- |
tianos, de los cuales la
inmensa mayoría fue- |
ron religiosos y
religiosas, sin contar a otros |
muchos encarcelados y
perseguidos; no obs- |
tante que en la Iglesia,
quienes profesan la vida |
de total entrega a Dios,
abrazando la radicali- |
dad del Evangelio,
representan una ínfima mi- |
noría del 0.12 por ciento
del total. |
4 |
Newman y Congar, |
hombres de esperanza |
EL PROFETA es un creyente |
que piensa en la
eternidad, |
no como futuro, sino con
la |
fe que presentifica
incluso el pasa- |
do y que es absorbida en
la visión |
totalizadora de Dios en
quien todos |
los planos convergen, en
síntesis |
anticipada, que sólo el
místico pue- |
de intuir y convertir en
vida y |
talante. La palabra
"carisma" |
veces trivializada
corresponde |
al profeta, porque Dios lo
suscita |
en las manifestaciones
extraordi- |
narias de sus dones, para
bien de |
toda la Iglesia, aunque
los comu- |
nique por sólo uno o
algunos de |
sus miembros. El profeta
siempre |
sorprende, como cuando
Jesús ha- |
blaba el sábado en la
sinagoga de |
Nazaret y algunos no
creían (cf. |
Mc 6, 1-6). Entre los que
se resisten |
a creer no todos son
culpables. Su- |
cede, a veces, que a los
reticentes |
les falta, de momento,
perspectiva. |
En el Antiguo Testamento y
en la |
historia de la Iglesia no
faltan |
ejemplos de incomprensión,
y has- |
ta el rechazo, e incluso
de verda- |
dera persecución. Esta
suele ser la |
cruz de los verdaderos
profetas; |
pero también el crisol que
los ha |
purificado. |
No hay profetismo de
logros in- |
mediatos. Lo contrario
sería sospe- |
choso. Los profetas son
hombres de |
esperanza, con la
impaciencia sere- |
na, aprendida en la de
Abraham y |
los justos del A. T., que
«vieron |
desde lejos los días del
Señor y se |
alegraron». Newman
pensaría en |
estas palabras de Jesús
cuando, in- |
comprendido, trabajaba por
el Rei- |
no «con los ojos puestos
en un día |
aún lejano, en el que yo
ya no es- |
taré aquí», decía. |
Esta reflexión nos parece
opor- |
tuna a propósito de la
elevación, |
casi póstuma, del p. Yves
Congar |
al cardenalato, ese sabio
dominico, |
5 |
anciano nonagenario,
inválido, pe- |
ro lúcido, que dicta desde
la cama |
y la silla de ruedas
porque todavía |
le quedan cosas por decir,
después |
del tesoro de sus muchos
escritos |
en libros, revistas,
conferencias, |
con el tema de la Iglesia
siempre |
al fondo, y con dos
grandes pa- |
siones en ella: el
ecumenismo y los |
laicos, que lo fueron
también del |
oratoriano John Henry
Newman, |
además de otras
coincidencias. A |
éste, para disipar
cualquier sospe- |
cha, lo rehabilitó el papa
León |
XIII. A este papa
verdaderamente |
extraordinario, cuando
recién ele- |
gido le preguntaron cómo
sería su |
pontificado, respondió que
lo ve- |
rían al nombrar a sus
cardenales: |
el primer investido de la
púrpura |
cardenalicia fue
precisamente New- |
man. De modo parecido, al
p. Yves |
Congar, lo rehabilitó el
papa Juan |
XXIII cuando lo sacó de la
oscuri- |
dad y el silencio,
llamándolo entre |
los primeros teólogos para
colabo- |
rar en el Concilio
Vaticano II, an- |
te la sorpresa de muchos
que lo |
creían descalificado. El
gesto del |
actual pontífice Juan
Pablo II es |
decoroso y congruente con
el que |
tuvo el inolvidable papa
del Con- |
cilio. |
¿Cuál fue el motivo de los
rece- |
los con que era juzgado
Congar, y |
las limitaciones que se le
impusie- |
ron? No la desobediencia,
sino la |
incapacidad para ser
comprendido |
por quienes le observaban
desde |
perspectiva excesivamente |
conservadora,
desactualizada con |
la historia, con poca
visión de fu- |
turo y demasiado a la
defensiva. |
Los tradicionalistas? Él
todavía lo |
era más cuando declaraba
que el |
tradicionalismo no puede
mirar |
atrás y detenerse en
Trento, sino |
llegar hasta los tiempos
del Evange- |
lio y de los santos
Padres, parecido, |
también en esto, a Newman.
Evo- |
lución, sí, para recuperar
las raí- |
ces y lo que de ellas se
desprende, |
sin deformaciones. Cuando
ahora |
recuerda aquella
situación, excla- |
ma: «El Concilio rompió
con una |
presentación de la Iglesia
excesi- |
vamente jurídica; la
Iglesia nos ha- |
cía, no la hacíamos
nosotros... En |
los libros de texto, en
los documen- |
tos oficiales, e incluso
en la cate- |
quesis, se presentaba a la
Iglesia |
totalmente hecha, desde
arriba y |
por medios o caminos
totalmente |
determinados. El Concilio
renovó |
la eclesiología... Es el
Señor quien |
construye la Iglesia,
desde la en- |
carnación». Como reflejo
de la teo- |
ría de Newman sobre el
"desarro- |
llo", Congar afirma
que la Iglesia |
es, también,
"acontecimiento", por- |
que «el Espíritu abre
incesante- |
mente la vía del
Evangelio, hacia |
adelante, en lo aún no
sucedido en |
la historia; es el
principio de reali- |
zación del misterio de
Cristo hacia |
la escatología, y avanza
sin cesar». |
De este modo la Iglesia
sigue ha- |
6 |
ciéndose y purificándose,
y las di- |
ficultades le añaden
prudencia en |
el desarrollo de su
identidad, perse- |
verando en la esperanza
sobrena- |
tural, alentada por el
Espíritu divi- |
no, con impulso, diría
Juan XXIII, |
«ya irreversible», para
una Iglesia |
que es «pueblo de Dios y
comu- |
nión en la fe». |
Las primeras dificultades
que |
Congar tuvo con la
jerarquía te- |
nían que ver con su celo
ecumé- |
nico. Poco después sentó
mal su |
interés y asistencia al
movimiento |
de los sacerdotes obreros,
aunque |
protegidos por el entonces
arzobis- |
po de París, el cardenal
Suhard. |
Parecía demasiada audacia
y, por |
medio del general de su
orden, la |
S. Sede le impone su
traslado a Je- |
rusalén y luego a
Inglaterra, en |
Cambridge, reducido a una
vida |
de silencio y estudio;
pero puede |
volver a Francia gracias a
la inter- |
vención del obispo de
Estrasburgo. |
El llama a estos años de
dificulta- |
des y exilio «tiempo de
paciencia |
activa y de esperanza
paciente». |
Cuando se inaugura el
pontifica- |
do del papa Roncalli,
cambia el |
panorama y, al convocarse
el Con- |
cilio, es llamado a Roma
para tra- |
bajar en la preparación
del mismo. |
Luego participará en él
formando |
parte, a la vez, de cinco
comisio- |
nes! Volcado en el
Concilio, multi- |
plica su actividad de
manera infa- |
tigable: conferencias,
artículos у |
La tradición. |
Es como un ancho |
río, que ha |
atravesado siglos y, |
por consiguiente, |
historias, hombres, |
pensamientos, |
reflexiones, y |
también errores, |
problemas, intentos |
de respuesta a |
preguntas difíciles. |
Ese río ha atravesado |
países y, por tanto, |
culturas. Por esta |
razón, cuando hoy |
confesamos a Jesús |
Hijo de Dios, no |
confesamos tan sólo |
con la palabra de san |
Juan, sino también |
con el pensamiento y |
la fidelidad de san |
Atanasio, del concilio |
de Nicea, de san |
Hilario y de tantos |
otros. |
YVES CONGAR |
7 |
las crónicas quincenales
en la pu- |
blicación «Informations
Catholi- |
ques Internationales».
Hombre que |
no puede ni sabe perder el
tiempo, |
lo administra como don
precioso, |
del que hay que dar cuenta
a Dios. |
Quienes le han conocido
bien, y |
sus amanuenses, no saben
si admi- |
rar más su sabiduría y
prodigiosa |
laboriosidad, o su gran
personali- |
dad humana y profunda
espiritua- |
lidad de creyente
cristiano. Pri- |
sionero de los nazis
durante la II |
Guerra Mundial, pudo
curtir su |
carácter y acercarse a la
letra del |
Evangelio, en el
sufrimiento, el an- |
helo de paz y actitudes de
perdón. |
De algún modo, es un
hombre |
que resume el Concilio, y
se descu- |
bre su huella en los
principales |
documentos emanados de
aquella |
magna asamblea. También,
como |
ha observado Christopher
Hollis, |
Newman está presente en el
Vati- |
cano II, como autor más
citado, pe- |
ro implícito, con una
presencia es- |
piritual a la que aludió
Pablo VI, |
con Jean Guitton, como al
«gran |
Padre silenciado en el
nombre, pe- |
ro presente en el
pensamiento», |
durante el Concilio. |
No ha faltado, en nuestros
días, |
quien se ha ocupado, desde
la críti- |
ca a la síntesis, de
señalar las coin- |
cidencias y el camino del
desarro- |
llo más reciente en la
teología de |
la Iglesia, entre Newman y
Con- |
gar, ambos imprescindibles
para la |
comprensión del
acontecimiento |
eclesial más importante de
apertu- |
ra a la contemporaneidad
histórica, |
añadiendo al preclaro
nombre de |
Yves Congar, los también
impor- |
tantísimos de Karl Rahner
y Ed- |
ward Schillebeeckx. El
dominico |
Aidan Nichols es quien ha
resegui- |
do los pasos del
desarrollo doctri- |
nal, en la Iglesia, desde
la época |
victoriana hasta el
Concilio Vati- |
cano II. |
En medio de las penumbras
que |
a veces ensombrecen la
imagen de |
la Iglesia y las
incomprensiones y |
dificultades de la fe, no
faltan las |
necesarias luminarias que
facilitan |
los caminos de la verdad
divina, |
abriéndose paso entre las
nuevas |
generaciones. Nombres que
son |
una lección y un ejemplo,
tanto |
para moderar prisas como
para |
descubrir los conatos de
involucio- |
nismo, por lo demás
inevitables |
propios de todas las
crisis de reno- |
vación y crecimiento. Es
preciso no |
detenerse, pero, al mismo
tiempo, |
hay que saber andar
manteniendo |
la esperanza. La Iglesia
crece, se |
desarrolla y se purifica.
Incluso los |
errores de los hombres
contribu- |
yen a este desarrollo. Las
construc- |
ciones y las apariencias
de creci- |
miento rápido y fácil,
esconden |
trampas o engendran
monstruos. |
Dios se encarga de que
todo creci- |
miento verdadero en el
bien se ha- |
ga desde la humildad, y
fuerza a |
8 |
ello a quienes ama. El
papa Juan |
Pablo II, a mediados del
pasado |
noviembre, exhortaba a
pedir per- |
dón, una vez más, por los
pecados |
que laceran la comunión
entre los |
creyentes y por el empleo
de la |
intolerancia. Sí, a veces,
la Iglesia, |
tan perdonadora y llamada
a ejer- |
cer la misericordia,
también ha de |
perdonarse a sí misma. |
Una comunidad |
plenamente humana. |
EN LA ACTUALIDAD, después
de varias guerras, |
después de toda clase de
crisis y de violencias, la |
humanidad aspira a
encontrar una forma de unidad |
viable. Según la gran
visión, a la vez científica, poética |
y religiosa, del Padre
Teilhard de Chardin, el |
movimiento de la historia
es, en la época en que |
estamos entrando, un
proceso de "planetización". Se |
percibe un espíritu de
unidad, un alma que trabaja el |
mundo en busca de cuerpo o
una forma de existencia. |
Lo que, nacido de los
restos de la cristiandad y del |
movimiento de la historia,
busca ahora su rostro es |
una comunidad humana, que
no sea sólo económica y |
política, sino espiritual;
una comunidad que quiere ser |
puramente humana, pero
también plenamente |
humana. Puramente humana,
o, lo que es lo mismo, |
basada únicamente sobre la
verdad, sobre el derecho |
cuya afirmación implica y
respeta al hombre. Pero |
además plenamente humana,
de modo que tenga en |
cuenta esa relación
trascendental a un absoluto que |
se alberga en el corazón
de todo hombre. Un absoluto |
que nosotros sabemos que
es el de Dios y Padre de |
Jesucristo. |
Yves Congar |
9 |
Los intereses creados |
y san Felipe Neri |
EL SEÑOR no pasa una sola |
vez por el camino de
nuestra |
vida, sino que, con la
oferta |
de su gracia, la acompaña
siempre. |
Pero hay momentos
decisivos en |
los cuales podemos
distanciarnos |
voluntariamente de él, aun
sin per- |
der del todo la fe, o, por
el con- |
trario, momentos en que el
pensa- |
miento de Dios sorprende
nuestra |
mente y se abre a un mejor
conoci- |
miento de él. Cuando esto
ocurre, |
pasamos poco a poco del
conoci- |
miento a la amistad,
admirados de |
su providencia que nos
descubre |
un sentido nuevo y próximo
de to- |
das las cosas y cuanto nos
atañe. |
La fe se hace
incandescente en el |
alma, y pasamos de la
amistad al |
amor, al creer en el suyo
hacia |
nosotros. Nos sentimos
forzados a |
la gratitud, como una
correspon- |
dencia necesaria, pero
ausente de |
amenazas; como una
invitación a |
compartir más cosas con él
y en |
un sentido más elevado que
el me- |
ramente temporal. Una
comunión |
de pensamiento y fusión de
vida, o |
compenetración interior de
propó- |
sitos, ideales e intereses
que exigi- |
rían fuerzas mayores de
las que |
disponemos y queremos
consagrar- |
le. Después de esto viene
el deseo |
del cielo, no como
descanso de fa- |
tigas pasadas o de ansia
de consue- |
los que sanen todas las
arideces, |
sino puramente para «estar
siem- |
pre con el Señor», como
expresaba |
san Pablo. |
Podemos hacer la
descripción |
que precede si nos fijamos
en los |
santos. Nosotros pensamos
en N. P. |
san Felipe y lo imaginamos
en |
aquel momento en que una
gracia |
insigne le hizo
desprendido y libre |
para no aceptar el
porvenir asegu- |
rado que le ofrecían unos
parien- |
tes ricos dispuestos a
prohijarlo, |
puesto que no tenían
descendencia. |
Puede parecer más
espectacular, |
en san Felipe, algún hecho
poste- |
rior, como gracias de
oración en |
las catacumbas, o
generosidades al- |
tísimas con pobres y
enfermos, o |
poder de conversión a
pecadores. |
10 |
Pero aquel desprendimiento
inicial |
fue el principio de todo
lo demás, |
hasta llegar a la
santidad. El pre- |
cedente para que madurara
cual- |
quier don de Dios al alma
eran, |
según él, la humildad y el
despren- |
dimiento o pobreza, que es
a lo que |
el hombre, aunque se
declare cre- |
yente, más se resiste.
Accedemos a |
Dios, muy frecuentemente,
porque |
no nos explicaríamos el
mundo y |
nuestra propia existencia,
sin el |
poder divino; pero,
admitido esto, |
luego organizamos nuestra
vida, en |
el mejor de los casos,
hasta el lí- |
mite de evitar una
"condenación" |
eterna. No tenemos
ideales, sino in- |
tereses, creados por
nosotros mis- |
mos, en los que Dios no
debe en- |
trar y, por si acaso,
intentamos |
aquietar la voz de la
conciencia |
con pequeñas y miserables
buenas |
acciones meramente
simbólicas, y |
siempre compatibles con
nuestros |
«intereses creados». Si un
amigo o |
¡un familiar!, nos
confiara el pro- |
pósito de hacer algún gran
des- |
prendimiento,
económicamente va- |
lorable, incluso que no le
afectara |
para seguir en su
condición social, |
le consideraríamos loco de
remate, |
e intentaríamos hacerle
«entrar en |
razón» (si el
desprendimiento no |
redundara en beneficio
nuestro, |
claro está). |
Esos dramas que tal vez
hemos |
aplaudido cuando se nos
han re- |
presentado en la escena,
bien sea |
el teatro de Benavente, o
en «La |
Muralla» de Calvo Sotelo,
o «La |
Ferida lluminosa» de
Segarra, se |
repiten más de lo que
parece a |
simple vista, en tertulias
de amigos |
y en confidencias de
familia. En |
ésta, es el marido que
combate y se |
burla del consejo piadoso
de la |
mujer;... o es ésta que
boicotea la |
verdadera piedad y sentido
cris- |
tiano —y a veces la misma
con- |
ciencia de justicia―
del marido. |
La vanidad, el orgullo de
clase o |
de ascenso social
avariciosamente |
alcanzado sofoca las
almas, a las |
que Dios estorba. |
San Felipe Neri, ya de
joven, |
hizo muy bien. Lo mismo
que |
otros santos. Y fue y
fueron más |
felices que los
codiciosos, incluso |
en esta vida. ¡Y no
digamos al en- |
contrarse con Dios, para
siempre, |
en la otra! |
Únicamente quien ha
sufrido por mantener sus |
convicciones consigue, por
ellas mismas, una |
fuerza que no puede ser
rechazada sin más, y |
el derecho de ser
respetado y escuchado. |
Yves Congar |
11 |
El Oratorio: |
«EL SANTO DE LA ALEGRÍA» |
Carta de Juan Pablo II a
los Oratorianos |
en el IV Centenario de san
Felipe Neri. |
CON MOTIVO de la
celebración del IV Centenario |
(1595-1995) de la muerte
de san Felipe Neri, |
florentino de origen y
romano de adopción, me es |
grato dirigirme a todos
los miembros del Oratorio, |
para recordar el ejemplo
de santidad de su |
Fundador y para robustecer
en cada uno el compromiso de |
la fe, el esfuerzo del
amor y la constancia en la esperanza |
(cfr. 1 Ts 1, 3). |
LA AMABLE figura del Santo
de la alegría sigue |
manteniendo intacto,
también en nuestros días, aquel |
encanto irresistible que
ejercía en cuantos se le |
acercaban para ser guiados
en el conocimiento y |
experiencias aprendidas en
las auténticas fuentes de la |
alegría cristiana. |
Al recorrer la biografía
de san Felipe nos sorprende en |
verdad y nos encanta el
modo alegre y amable con que él |
sabía educar, descendiendo
al nivel de cada uno, con |
paciencia y comprensión
fraterna. El Santo, como es sabido, |
solía resumir sus
enseñanzas en breves y sabias máximas |
12 |
«Sed buenos, si podéis:
Escrúpulos y melancolía, no los |
quiero en la casa mía»;
«Sed humildes, no queráis figurar»; |
«El hombre que no hace
oración es como un animal sin |
habla»; y, llevándose la
mano a la frente, decía que «la |
santidad está en el
espacio de tres dedos» (de racionalidad, de |
buen sentido). En la
ingeniosidad de estos y otros "dichos" |
podemos advertir la
agudeza y el conocimiento realista que |
había alcanzado en la
comprensión de la naturaleza humana |
y la dinámica de la
gracia. Eran enseñanzas rápidas y |
concisas en las que se
transparentaba el tesoro de su |
experiencia acumulada a lo
largo de su larga vida, además de |
la sabiduría de un corazón
habitado por el Espíritu Santo. |
Tales aforismos se han
convertido, para la espiritualidad |
cristiana, en una suerte
de patrimonio sapiencial. |
EN EL PANORAMA del
Renacimiento romano, san |
Felipe aparece como
profeta de la alegría, que ha |
sabido conciliar el
seguimiento de Jesús con la inserción |
activa en la cultura de su
tiempo, la cual, en tantos aspectos, |
mantiene particular
semejanza con la de nuestros días. |
13 |
El Humanismo centrado todo
él en el hombre y en sus propias |
capacidades intelectuales
y de orden práctico, se erguía contra un |
malentendido obscurantismo
medieval, y se proponía la recuperación |
de un alegre frescor
vital, contenido en la misma naturaleza, liberada |
ésta de rémoras e
inhibiciones. Se presentaba al hombre casi como un |
dios pagano, situado, de
este modo, en una posición de protagonismo |
absoluto. Se producía,
además, una especie de revisión de la Ley moral, |
con el fin de buscar de
nuevo la felicidad, y garantizarla. |
San Felipe, abierto a lo
que reclamaba la sociedad de su tiempo, |
no rechazó este anhelo de
alegría, pero se empleó en señalar su |
verdadera fuente, que él
mismo ya había descubierto en el mensaje |
evangélico. Es la palabra
de Cristo la que ha diseñado el rostro |
auténtico del hombre,
descubriendo los rasgos que lo hacen hijo amado |
por el Padre, acogido como
hermano por el Verbo encarnado, y |
santificado por el
Espíritu Santo. Son las leyes del Evangelio y los |
mandamientos de Cristo que
conducen a la alegría y a la felicidad: ésta |
es la verdad proclamada
por san Felipe Neri a los jóvenes que |
encontraba en su cotidiana
labor apostólica. Su mensaje era un anuncio |
deducido de la intima
experiencia de Dios, alcanzada principalmente |
a través de la oración. Su
plegaria nocturna en las catacumbas de san |
Sebastián, donde con
frecuencia se recogía, no era sólo una búsqueda |
de soledad, sino más bien
el deseo de mantenerse en coloquio |
espiritual con los
testigos de la fe, los mártires, e interrogarles, al |
modo como los eruditos del
Renacimiento establecían un coloquio |
imaginario con los
Clásicos de la antigüedad: del conocimiento se |
pasaba a la imitación y,
de ésta, a la emulación. |
En estas catacumbas tuvo
lugar el prodigio ocurrido en la vigilia |
de Pentecostés de 1544,
cuando el Espíritu Santo prendió, con su |
amoroso fuego, en el
corazón de san Felipe; suceso que nos permite |
entrever la alegoría de
las grandes y divinas transformaciones obradas |
en la oración. Nuestro
Santo nos muestra que todo progreso fecundo y |
seguro en la formación de
la alegría se nutre y sostiene sobre una |
constelación de opciones
mantenidas, que son la oración asidua, la |
frecuencia de la
Eucaristía, el redescubrimiento y valoración del |
sacramento de la
Reconciliación, el familiar y diario contacto con la |
Palabra de Dios, el
ejercicio de la caridad fraterna y de servicio, y, |
finalmente, la devoción a
la Virgen, modelo y verdadera causa de |
nuestra alegría. No
podemos olvidar la sabia y saludable |
14 |
amonestación de san
Felipe: «Hijos míos, sed devotos de María; |
hacedme caso y sed devotos
de María». |
CUALIFICADO SAN FELIPE,
por antonomasia, como «el Santo de la |
alegría», debe ser
reconocido, además, como el apóstol de Roma 0, |
más propiamente,
reformador de la Ciudad eterna (que también se |
llama así, por su
vinculación a la Iglesia). Casi podemos decir que lo |
fue merced al natural
desarrollo y maduración de las respuestas dadas |
a las iluminaciones de la
Gracia. Fue en verdad la luz y la sal de Roma, |
en el sentido de las
palabras evangélicas (cfr. Mt 5, 13-16). Supo ser |
"luz" en aquella
cultura ciertamente espléndida, pero con frecuencia |
solamente iluminada por
las luces oblicuas y rasantes del paganismo. |
En tal contexto social
Felipe permaneció respetuoso con la Autoridad, |
devotísimo al depósito de
la Verdad, e intrépido a la hora de anunciar |
el mensaje cristiano. De
este modo llegó a ser fuente de luz para todos. |
No eligió vivir como un
solitario, sino que, al desarrollar su |
ministerio entre las
gentes del pueblo, se propuso ser también "sal" |
para cuantos se le
acercaban. A imitación de Jesús, supo descender |
hasta el fondo de la
miseria humana, lo mismo cuando ésta se |
remansaba en los palacios
de la nobleza, que la visible en las callejuelas |
más pobres de la Roma
renacentista. Era, una y otra vez, cireneo y |
conciencia crítica,
consejero iluminado y maestro sonriente. |
Puede decirse, por esta
razón, que no fue él quien adoptara a |
Roma, sino más bien Roma
quien le eligió y adoptó a él. Llegó joven a |
esta ciudad y luego,
durante más de sesenta años, vivió continuamente |
en ella, en un momento en
el que a vicios pasados le sucedía una |
generación de santos. Si
andando por las calles se encontraba a la |
humanidad dolorida, la
confortaba y socorría con la caridad exquisita |
de una palabra prudente y
humana a la vez, mientras prefería recoger a |
la juventud en el
Oratorio, su verdadera invención. Con genio |
creador hizo de él un
lugar de encuentro gozoso, un ejercicio de |
formación y un centro de
irradiación del arte. |
Fue en el Oratorio donde
san Felipe, junto al cultivo de la |
religiosidad en sus
expresiones tanto habituales como innovadoras, se |
empeñó en la reforma y
dignificación del arte, reconduciéndolo al |
servicio de Dios y de la
Iglesia. Tan convencido estaba de que la |
belleza conduce a la
bondad, que quiso integrar, en su diseño educativo, |
todo aquello que tuviese
una impronta artística. Y él mismo se |
15 |
convirtió en protector de
las expresiones artísticas, promoviendo |
iniciativas capaces de
acercar a la verdad y al bien. |
Oportuna y ejemplar fue la
aportación que san Felipe supo dar a la |
música sagrada,
incitándola a elevarse por encima de los temas de fatuo |
"divertimento",
hasta alcanzar el valor de una obra en verdad |
re-creadora del espíritu.
Fue gracias al válido aliento prestado por él a |
músicos y compositores,
que varios de estos emprendieron una reforma |
cuyo vértice más alto lo
representó Pier Luigi da Palestrina. |
QUE SAN FELIPE NERI,
hombre amable y generoso, santo, casto y |
humilde, apóstol activo y
contemplativo, siga siendo el modelo |
constante para los
miembros de la Congregación del Oratorio. Él en |
verdad ha legado a todos
los Oratorianos un programa y un estilo de |
vida que, todavía hoy,
mantiene una singular actualidad. Las cuatro |
vertientes de humildad,
caridad, oración y alegría constituyen la base |
solidísima sobre la que se
ha de apoyar el edificio interior de la propia |
vida espiritual. |
Si los discípulos saben
seguir el ejemplo de su Fundador, los |
Oratorianos continuarán
desarrollando su importante misión en la vida |
de la Iglesia. Por esta
razón exhorto a todos los hijos e hijas de san |
Felipe Neri a mantenerse
fieles a su vocación oratoriana, buscando |
incesantemente a Cristo,
perseverando unidos a él, y convertidos en |
generosos sembradores de
alegría entre los jóvenes, tentados, a veces, |
por la desconfianza y el
desaliento. |
Con estos deseos me
complace invocar la celestial protección de |
san Felipe sobre toda la
Comunidad Oratoriana y fieles a ella |
vinculados, expresando mi
cordial anhelo de que las celebraciones |
jubilares sean ocasión
propicia que estimule la profundización en el |
conocimiento de la figura
y la obra de este singular testigo de Dios, de |
quien tanto podemos
aprender, todavía, los cristianos comprometidos |
en difundir el Evangelio,
en este siglo que ya declina. |
Uno a estos votos una
especial Bendición Apostólica, que imparto |
de todo corazón a los
miembros de la Confederación del Oratorio, y a |
cuantos beben en las
fuentes de la espiritualidad del Santo de la |
alegría. |
Dado en el Vaticano, a 7
de octubre de 1994. |
Juan Pablo II |
16 |
El Oratorio: |
Los nombres |
del seguimiento de Cristo |
y el Oratorio |
A FORMA de vida que han |
adoptado aquellos
cristianos |
que se han propuesto
seguir |
a Cristo desde la
radicalidad evan- |
gélica, ha recibido
diferentes deno- |
minaciones tradicionales,
algunas |
de las cuales la Iglesia
ha reteni- |
do como expresión técnica
de un |
significado concreto.
Cuando es |
así, la misma Iglesia lo
define y |
puntualiza, a pesar de que
en las |
conversaciones corrientes
no siem- |
pre demos a los nombres el
sen- |
tido estricto que
correspondería, o |
confundamos el aspecto
canónico |
con el teológico y
espiritual, con |
cierta espontaneidad que
no siem- |
pre oscurece los
significados, pero |
que, en determinados
casos, con- |
viene distinguir para
evitar erro- |
res. |
Nos vamos a referir a
algunas de |
estas venerables
denominaciones. |
Podemos adelantar que
ninguna de |
las siguientes expresiones
puede |
hacernos olvidar que, en
la raíz de |
toda vida cristiana,
cualquiera que |
sea la forma que adopte,
está siem- |
pre el fundamento del
bautismo, |
sobre el cual se asienta
todo el |
edificio espiritual del
seguidor de |
Cristo. |
Pero también queremos
decir |
que aquí nos referimos al
"segui- |
miento de Cristo"
como respuesta |
a una "vocación"
o llamamiento |
particular del Señor que
el cristia- |
no percibe como la
necesidad de |
una entrega total, en un
determina- |
do modo o estado de vida,
imitando |
a Cristo. La expresión
"seguimien- |
to de Cristo" puede
parecer dema- |
siado genérica, pero
podría muy |
bien englobar todas las
denomina- |
ciones de las respuestas
positivas |
dadas al citado
llamamiento. |
Vida angélica |
RECOGIDO de la tradición
de |
los primeros ascetas y
vírge- |
nes en la Iglesia
primitiva, Suárez, |
17 |
en su tratado «De
Religión», divide |
los "estados" de
los fieles en la Igle- |
sia, en "dos
órdenes": el común o |
de aquellos que siguen la
vida de |
los mandamientos, como los
casa- |
dos, y el de quienes
aspiran a una |
plenitud espiritual más
alta y se |
abstienen aun de opciones
lícitas, y |
perseveran en la
virginidad, o "vi- |
da angélica", como
ocurre con los |
religiosos. Vida que llama
angélica |
por el predominio de una
elección |
espiritual mantenida de
por vida. |
Pero no sería exacto
intentar |
excluir de la santidad a
los casa- |
dos. Una cierta
exageración dada |
al ideal de la "fuga
mundi" (huida |
del mundo) con sus ideales
ceñidos |
a lo terreno, que
ascéticamente de- |
biera disponer a la
"sequela Chri- |
sti" (seguimiento de
Cristo), pudo |
hacer olvidar o tener
menos en |
cuenta que la "imagen
de Dios" es- |
tá, por naturaleza, y
todavía más |
en el orden de la gracia,
en cada |
hombre, casado o célibe.
Sin em- |
bargo contribuyó
positivamente a |
la especial estima de este
estado de |
vida en total castidad el
ejemplo de |
Cristo y su invitación al
celibato |
«por el Reino de los
cielos» (Mt 19, |
12). Y también la
elevación a miste- |
rio esponsal que los
santos Padres |
daban a la relación
Cristo-Iglesia; |
relación evocadora de la
generosi- |
dad mayor y de la comunión
con |
él y las almas. |
En el libro, ya clásico,
«La Es- |
cuela de San Felipe Neri,
gran |
maestro del espíritu», su
autor, |
el oratoriano Giuseppe
Crispino |
(1639-1721), ensalza a
nuestro San- |
to comparándolo a los
ángeles, no |
solamente en la elevación
de su |
piedad para con Dios y
altísima |
oración, sino en todo su
apostola- |
do, por el profundo
conocimiento |
de las almas y excelente
guía de |
ellas a Dios. Newman
rubricaría |
este criterio y, además,
él mismo |
nos serviría de ejemplo en
cómo, |
para sí mismo, para sus
discípulos |
y para cuantos pudo ayudar
en los |
caminos de Dios, tuvo en
cuenta, |
confió y quiso imitar a
los espíri- |
tus angélicos. |
Vida evangélica |
ESTA DENOMINACIÓN viene |
muy a propósito para
signifi- |
car el radicalismo
evangélico. Des- |
de los primeros tiempos,
tanto los |
Padres del desierto como
muy con- |
cretamente la Regla de san
Benito, |
se entiende el seguimiento
de Cris- |
to refiriéndolo a la
propia conver- |
sión y al Evangelio; dos
pilares |
sobre los que descansa la
vida de |
entrega a Dios: «El Señor
nos |
muestra el camino para
que, ceñi- |
dos con la fe y la
práctica de las |
buenas obras, bajo la guía
del |
Evangelio, sigamos sus
sendas y así |
18 |
merezcamos alcanzar la
vista de |
aquel que nos llamó». |
En el medioevo, san
Francisco |
de Asís insistía: «Después
que el |
Señor me dio hermanos,
nadie me |
mostró lo que debía hacer,
sino |
que el mismo Altísimo me
reveló |
que debía vivir según la
forma del |
santo Evangelio». Se
generalizó el |
lema franciscano de la
«imitatio |
Evangelii sine glossa». |
Válganos la doble
referencia de |
los santos Benito y
Francisco, que |
tanto influjo tendrían en
todas las |
formas de vida comunitaria
poste- |
riores, por el resto de
los demás |
ordenamientos para el
seguimiento |
de Cristo. También en las
constitu- |
ciones del Oratorio (nº
14), se hace |
referencia a las «buenas
obras, bajo |
la guía del Evangelio»,
que hemos |
copiado de la Regla
benedictina, |
cuando se nos dice que el
espíritu |
del Evangelio, «en el
grado máxi- |
mo» debe inspirar nuestra
activi- |
dad». |
Vida religiosa |
LA A IGLESIA llama así a
que |
se organiza en institutos
apro- |
bados por ella, cuyos
miembros |
viven fraternalmente en
común, |
plenamente entregados a
Dios por |
la emisión de los votos de
obedien- |
cia, castidad y pobreza,
que tienen |
condición de medio para la
cari- |
dad. |
La relación
votos/virtudes/cari- |
dad/vida religiosa
merecería un |
análisis especial, porque
no siem- |
pre se exigieron a los
religiosos. Su |
precedente fue la promesa
o com- |
promiso de
"estabilidad" en la vida |
común, lo cual suponía
implícita- |
mente, por lo menos, la
práctica de |
esas tres famosas
virtudes. La obli- |
gación de emitir estos
votos como |
condición necesaria para
entrar en |
el estado de la vida
religiosa fue |
impuesta por Pío V, en su
Constitu- |
ción apostólica «Lubricum
vitae», |
promulgada el 17 de
noviembre de |
1568. |
San Felipe Neri no quiso
que los |
suyos, en la Congregación
del Ora- |
torio, se ligaran a voto
alguno; el |
compromiso o lazo único
tenía que |
ser la caridad: ésta es la
que lleva |
a las demás virtudes y
deviene for- |
ma de las mismas. Sin
caridad la |
materialidad de las
virtudes puede |
ser disciplina o
estoicismo, pero |
no perfección espiritual
cristiana. |
Por esta razón,
canónicamente, los |
oratorianos no somos
"religiosos"; |
sin embargo san Felipe
insistía en |
que quería para los suyos
no los |
votos, pero sí las mismas
virtudes |
que las de los religiosos.
En el cie- |
lo cuentan las virtudes,
no los |
votos. |
19 |
Vida consagrada |
EL CÓDIGO de D. C. define
la |
vida consagrada (conf. c.
573) |
como una forma estable en
la cual |
los fieles, por la
profesión de los |
consejos evangélicos,
mediante vo- |
tos u otros vínculos
sagrados, quie- |
ren seguir más de cerca a
Cristo, |
bajo la acción del
Espíritu Santo y, |
por la caridad a la que
los tres |
votos conducen, se unen de
modo |
especial a la Iglesia y a
su ministe- |
rio. |
La "sequela
Christi" no es un sa- |
cramento, por lo cual, el
término |
"consagración"
no puede tomarse |
en sentido estricto,
aunque como |
calificativo, las formas
de vida de |
pleno seguimiento de
Cristo son |
un desarrollo del
sacramento del |
bautismo. A este
sacramento (y a |
la confirmación, al orden
sagrado y |
a la eucaristía) sí le
corresponde |
propiamente el término
"consagra- |
ción". El bautismo
obra un cambio |
desde dentro del alma, que
indele- |
blemente transforma al
hombre, |
configurándolo en Cristo
por la |
gracia que le es propia y
le hace |
hijo de Dios y hermano de
Jesu- |
cristo. |
El concepto de
"consagración" |
tampoco es aplicable a
todos los |
sacramentales, los cuales,
como es |
sabido, son instituidos
por la Igle- |
sia y disponen para la
gracia, pero |
no la causan como los
sacramen- |
tos, que contienen el
vigor eficaz |
(salvo óbice) con que
Cristo los |
instituyó. |
La costumbre ha
introducido y |
conservado el énfasis de
la pala- |
bra
"consagración" y luego la nor- |
mativa canónica de la
Iglesia lo |
ha empleado, como
denominación |
técnico-jurídica, por la
estima que |
se concede al seguimiento
de Cris- |
to desde la radicalidad
del Evan- |
gelio. Se ha de entender,
por lo |
tanto, el término
"consagración" |
por equivalente a
"dedicación", y |
desarrollo de la primera
gracia |
consagrante del bautismo. |
En la normativa del
Oratorio, |
esta requerida dedicación
a Dios, |
total y para siempre, en
el estado |
de vida aprobado por la
Iglesia |
para los hijos de san
Felipe, se en- |
tiende como
«perseveranția usque |
ad mortem», tal como se
expresa |
al final de las
Constituciones. No |
podría ser admitido en el
Oratorio |
quien, de antemano,
pusiera lími- |
tes a este "vínculo
de fidelidad", o, |
por el hecho de no existir
votos, |
imaginara la posibilidad
de perpe- |
tuar una pertenencia
siempre pro- |
visoria, quebradiza y
temporal. Lo |
cual sería una traición al
ideal que |
simularía abrazar, además
de un |
perjuicio al Oratorio y de
un pro- |
pósito que nunca
bendeciría Dios. |
(continuará) |
20 |
El Oratorio: |
Sebastián Valfrè |
A LA MUERTE de san Felipe |
ya habían sido fundadas en |
Italia seis casas o
Congre- |
gaciones a ejemplo del
Oratorio de |
Roma. En las décadas
siguientes |
tuvo lugar la aprobación
definitiva |
de las constituciones o
derecho pro- |
pio del Oratorio (1612), y
la cano- |
nización de san Felipe
(1622). En |
muchos lugares surgió
entonces el |
deseo de imitar aquella
"escuela de |
santidad" iniciada
por el santo. |
Así sucedió en Turín, la
capital |
del Piamonte, al noroeste
de la |
península itálica,
gobernado enton- |
ces por la Casa de Saboya.
Dos |
jóvenes presbíteros llenos
de celo |
dieron comienzo allí a las
reunio- |
nes espirituales al estilo
de san Fe- |
lipe. Después de algún
tiempo, en |
1649, fue erigida la
Congregación |
del Oratorio de Turín,
pero, muer- |
to uno de los dos padres y
fallidas |
las esperanzas de nuevas
vocacio- |
nes, parecía que el
proyecto esta- |
ba destinado al fracaso.
En estas |
circunstancias, el día de
san Felipe |
de 1651 ingresa en la
Congregación |
el joven Sebastián Valfré,
que pron- |
to se convertirá en el
alma de aquel |
naciente Oratorio. Había
visto la |
luz en Verduno, una
pequeña loca- |
lidad rural en el corazón
del Pia- |
monte, de padres muy
pobres pero |
piadoso. Desde niño
conoció las |
durezas de las faena del
campo y |
cuando marchó a Turín para
cur- |
sar filosofía y teología
con los PP. |
Jesuitas tuvo que
dedicarse a co- |
piar manuscritos para
costear sus |
estudios. Estas
experiencias de su |
infancia y su primera
juventud |
constituyeron una
preparación pro- |
videncial para su vida
oratoriana |
y sacerdotal que nunca
dejó de |
agradecer. |
En el Oratorio ejerció los
cargos |
más diversos: Prepósito,
encargado |
de la formación de los
candidatos, |
Prefecto del Oratorio
secular (reu- |
niones de apostolado con
los segla- |
res)..., pero hizo además
de coci- |
nero, portero y sacristán.
En este |
particular, como en todo,
buscaba |
conformarse con la mente
de san |
Felipe. Ante cualquier
duda acerca |
de la realización concreta
de la |
vida oratoriana, aunque se
tratara |
de aspectos menos
esenciales, escri- |
bía a los PP. de la Casa
de Roma |
para recabar la solución
más acor- |
de con la tradición
original del |
Oratorio. Al mismo tiempo,
supo |
adaptar con
responsabilidad y pru- |
21 |
dencia las costumbres y el
estilo de |
apostolado del Oratorio
romano a |
las circunstancias
peculiares del |
Turín de la época (se
trataba, en |
suma, de la necesaria
"fidelidad |
creativa", que evita
tanto el tradi- |
cionalismo fixista como la
disolu- |
ción de la propia
identidad). Era |
además característicamente
ora- |
toriana su forma de
concebir la |
obediencia como aceptación
de la |
voluntad de la
Congregación, ex- |
presada por medio de sus
órganos |
de gobierno, del Prepósito
y hasta |
de los cargos menos
importantes. |
Su respeto hacia los demás
herma- |
nos de comunidad le hacía
ser muy |
exigente consigo mismo en
aspec- |
tos tales como la
observancia del |
horario o la realización
cabal de |
los ministerios que se le
encomen- |
daban. |
El valor que concedía a la
mor- |
tificación ―como
medio para pro- |
gresar en el dominio
propio y poder |
servir así con generosidad
a Dios y |
a los hermanos― no
le impidió fo- |
mentar aquella
"devoción alegre" |
enseñada por san Felipe y
de dar |
continuamente ejemplo de
ella, de |
tal manera que muchos lo
creían |
libre de problemas o
preocupacio- |
nes graves, cuando en
realidad sa- |
bemos, por las
confidencias hechas |
a sus más íntimos y
reveladas tras |
su muerte, que padeció
largos pe- |
ríodos de aridez y
desconsuelo es- |
piritual, además de otras
pruebas. |
Era proverbial su
afabilidad y |
simpatía con todos, en
especial con |
los pecadores. Sin
embargo, con- |
servamos el texto de una
breve plá- |
tica titulada «Sobre si se
puede |
dar gusto a todos», que
comienza |
diciendo: «Ello no es
posible. Cristo |
mismo no lo hizo». Y
cuando, en |
1706, las tropas de Luis
XIV de |
Francia pusieron sitio a
Turín, con |
el fin de conseguir la
anexión del |
Piamonte, mientras la
familia real, |
los nobles y los burgueses
ricos de- |
jaron la ciudad, el P.
Valfré, ya |
anciano, permaneció en
ella conso- |
lando y animando al pueblo
sen- |
cillo hasta que fue
levantado el |
cerco, de modo que el
recuerdo de |
su valor y de su fortaleza
se man- |
tiene vivo en la memoria
de los tu- |
rineses. |
Este amor a sus
connacionales |
era a la vez lúcido y
desprendido. |
Como san Felipe en Roma un
siglo |
antes, Valfré conocía bien
dónde |
radicaban las desgracias
del pueblo |
piamontés ―y de
tantos otros pue- |
blos...―: en la
posesión de un bien- |
estar material mal
asimilado y peor |
repartido, debido a la
falta de crite- |
rios auténticamente
cristianos, que |
hacía miserables a los
pobres, vicio- |
sos a los ricos e
infelices a todos. |
La caridad del P.
Sebastián se |
multiplicaba de mil
maneras para |
llegar al mayor número
posible de |
22 |
personas: catequizando a
niños ca- |
si a diario; con la
predicación fami- |
liar de la Palabra de Dios
al modo |
del Oratorio; con su
amistad respe- |
tuosa y ayuda a judíos y
valdenses |
(minoría cristiana
disidente surgi- |
da en el s. XII, bastante
numerosa |
en el país); socorriendo a
los más |
pobres; visitando
incansablemente |
los hospitales y las
cárceles, y ello |
hasta unos pocos días
antes de su |
muerte, acaecida en 1710,
cuando |
contaba ochenta años... |
Dedicado largas horas a la
confe- |
sión y a la dirección
espiritual, |
entre sus penitentes se
encontraba |
el propio duque de Saboya
Víctor |
Amadeo II, quien, con el
consenti- |
miento entusiasta del papa
Alejan- |
dro. VIII, intentó
convencerlo para |
que aceptara ser nombrado
arzobis- |
po de Turín, aunque sin
éxito. Y es |
que para el P. Valfré,
fiel a su voca- |
ción filipense, el
contacto personal |
siempre fue el verdadero
"método |
apostólico" del
Oratorio, no intere- |
sándose demasiado por las
"refor- |
mas" planeadas desde
arriba, o |
tan preocupadas por el
cambio de |
las estructuras que corren
el riesgo |
de olvidar la conversión
de los co- |
razones. |
Ahora bien, el valor
primordial |
que concedía al contacto
personal |
no significaba para él en
modo al- |
guno improvisación o
pereza inte- |
lectual. Estaba convencido
de que |
la ignorancia religiosa
era el pri- |
mer mal a extirpar en el
pueblo |
turinés, pues lo hacía
fácilmente |
vulnerable a la
superstición y al pa- |
ganismo práctico, como
igualmente |
al influjo del
protestantismo, que |
triunfaba al otro lado de
los Alpes. |
Junto con Newman en la
Inglaterra |
del siglo pasado, el beato
Valfré es |
uno de los hijos de san
Felipe que |
con más insistencia han
subrayado |
la importancia del estudio
en la vi- |
da oratoriana. Él mismo,
hombre |
de mente clara y de
formación sóli- |
da, pertenecía al cuerpo
de doctores |
de la universidad de Turín
—a cu- |
yas reuniones asistía con
una senci- |
lla sotana, renunciando a
la púrpu- |
ra y el armiño del traje
académi- |
co―, aunque nunca
se adhirió a |
ninguna de las escuelas o
partidos |
universitarios en pugna, y
recomen- |
daba a sus discípulos una
sana li- |
bertad de estudio. A los
filipenses |
jóvenes les exhortaba a
«amar la |
habitación», significando
con ello |
el apego que debían tener
a la ora- |
ción, el estudio y el
recogimiento, |
sin los cuales la acción
apostólica |
podría derivar
insensiblemente en |
un activismo agitado o
superficial, |
sin frutos duraderos. |
El P. Valfré, aclamado ya
por sus |
coetáneos como «Apóstol de
Turín |
―lo mismo que
sucedió en Roma con |
san Felipe― fue
beatificado en 1834. |
Su fiesta se celebra el 30
de enero. |
23 |
El padre José Vaz, |
nuevo beato del Oratorio. |
Despejadas todas las
dudas, finalmente el papa ha decidido |
emprender uno de los más
largos y sorprendentes de todos |
sus viajes. Esta vez es el
Índico y Asia. Para nosotros, fili- |
penses, tiene un especial
motivo de gozo, porque en la etapa |
del sábado, día 21 de
enero, en Colombo, capital de Sri Lan- |
ka (antiguo Ceilán),
procederá a la beatificación del vene- |
rable p. José Vaz
(1651-1711), fundador del Oratorio de Goa |
y misionero de celo
extraordinario. Será un regalo de la |
Providencia en este año de
1995, en el que celebramos el |
IV Centenario de la muerte
de N. P. san Felipe Neri. |
El mismo Juan Pablo II, en
octubre de 1981, había pro- |
clamado beato al padre
Luigi Scrosoppi (1804-1884), con |
lo cual son dos los
nombres de los beatos que el actual |
pontífice añade al
santoral filipense. |
Que el recuerdo de las
virtudes de nuestros hermanos nos |
estimule en la fidelidad a
nuestra vocación oratoriana, |
para gloria de Dios, bien
de todos y santidad de las almas, |
en la Iglesia de Cristo. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles Edita o imprime: Congregación del Oratoria |
PL San Felipe Neri, 1 -
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