Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 300. MAYO-JUNIO. Año
1995 |
SUMARIO |
AUNQUE no hubiera habido
santos, para ena- |
morarnos del Evangelio nos
habría bastado |
ter, transparentada en él,
la figura de Je- |
sús, repetidas sus
palabras y releídas con el |
corazón. Tal vez su
radicalismo nos parecería exa- |
gerado para llevarlo a la
propia vida: el amor a |
todos y a él por encima de
todo, el perdón de los |
enemigos, la esperanza de
preferir el cielo más que |
todo lo de la tierra;
superar lo ideológico y amaña- |
do de las religiosidades y
«nacer de nuevo», y estar |
convencidos que sin estas
disposiciones no es posible |
alcanzar a Dios... Pero he
aquí que todo esto es po- |
sible para quien lo pide a
Dios, y los santos nos lo |
confirman. Todo esto fue
para ellos, y es también |
para nosotros. |
PREFACIO DE SAN FELIPE
NERI |
LAS MANOS |
EL PRIVILEGIO DE LOS HIJOS
DE SAN FELIPE |
EL JOVEN FELIPE NERI |
«CUATRO ESPAÑOLES Y UN
SANTO» |
EL SANTORAL DEL ORATORIO |
LOS SANTOS NO SE
ESCANDALIZAN |
QUÉ SE NECESITA PARA SER
ORATORIANO |
1 (49) |
Tiempo de oración: |
PREFACIO DE SAN FELIPE |
EN EL MISAL AMBROSIANO |
Realmente es justo y
necesario, |
es nuestro deber y
salvación |
darte gracias siempre y en
todo lugar, |
Dios santo y omnipotente, |
y que te ofrezcamos con
devoción |
nuestras alabanzas, a ti,
Padre de la gloria, |
autor y creador de todas
las cosas. |
Pues tú nos has dado en
san Felipe |
un ejemplo vivo |
que suscita nuestro fervor |
en el seguimiento de
Cristo. |
Su luminoso testimonio nos
apremia |
a amarte con alegría |
y a servirte en los
hermanos más necesitados. |
Su admirable vida nos
enseña |
a dirigirnos a ti con
corazón sencillo |
y nos recuerda que la
fidelidad de cada día |
es la ofrenda más grata a
tu nombre. |
Por eso, con los ángeles y
los arcángeles |
y con todos los coros
celestiales, |
cantamos sin cesar el
himno de tu gloria: |
Santo, santo, santo... |
2 (50) |
Las |
manos |
EN ROMA, en el baptisterio
de San Juan de Letrán, hay una pintura de Guido |
Reni, con san Felipe y los
niños. Lo más hermoso son los ojos de los niños y los |
de Felipe: luces que se
encuentran y, a medio camino, iluminan la sonrisa de |
paz florecida en los
labios. La diestra de Felipe, estática, sobre la cabeza de un |
niño pequeño, y la otra
moviéndose acompañando seguramente la palabra con el |
gesto. Siempre, después de
la palabra o con la palabra, el gesto. Los buenos artistas |
despiertan del silencio
sus obras y hacen que hablen", o, como Miguel Ángel con su |
Moisés, que sólo les falte
hablar". Por eso, en la representación figurada, tienen tanta |
importancia, en el rostro
los ojos y en el gesto las manos. |
También Guido Reni, en el
cuadro más conocido ―traducido en mosaico― de |
nuestro Santo, le deja
rendidas como alas las manos, en el éxtasis alargado de su |
mirada inefable puesta en
Dios. Y lo mismo la pintura de Guarcino, en la cual Felipe |
se sorprende por el ángel
que rasga la nube y le ofrece la Cruz. O la tela, de san Fe- |
lipe niño
―"fanciullo"―, que se guarda en Florencia, con las
manos cruzadas sobre |
el pecho, diciendo, sin
decir, «mi corazón es para Dios», mientras los ojos, desde den- |
tro, miran serenamente al
infinito. U otros cuadros de san Felipe, como el anónimo |
de Alcalá, con las manos
sobre el corazón en llamas, invadido por el Espíritu, y que |
ha servido para el
"poster" del IV Centenario que ahora celebramos. |
Sería largo abrir el
Evangelio y reseguir las escenas del Señor imaginando la |
benignidad y la fuerza de
los gestos de sus manos. Manos de Jesús que trabajan en |
Nazaret: que señalan las
flores de los campos y las aves del cielo, en la parábolas; |
que tocan los ojos del
ciego para que vea, en los milagros; del Señor que, pisando el |
mar sin hundirse, tiende
la diestra a Pedro, escaso de fe, para que no se ahogue; ma- |
nos que bendicen a los
niños, que acusan a los fariseos, que perdonan a la pecadora, |
que escribían ―¡una
sola vez!―, en el suelo, el indulto de la acusada y la sentencia de |
los inicuos acusadores;
manos atadas ante Pilatos y manos taladradas en la cruz; pero |
luego rosas de carne
gloriosa en el Cenáculo, mostradas a los discípulos ―«¡No ten- |
3 (51) |
gáis miedo!»― como
argumento de perdón y en seguida de consuelo, y bendecidos |
por ellas antes de subir a
los ciclos y de mandarlos a predicar el Evangelio al mundo. |
También las manos de los
apóstoles, como han Pablo ―¡Con estas manos!», de- |
cía― que trabajaban
de día, con escozores y callos entre dedos, como buen israelita |
que no recusa el trabajo
manual, para poder predicar, a la puesta del sol, gratis y |
libremente, el Evangelio. |
Y manos de tantos untos y
santas, comprometidos con el gozo creador fecun- |
do, proclamado por Cristo,
cuando exclamo: «Yo trabajo como mi Padre también |
trabaja». Por cato la
Biblia ha presentado el mundo como un trabajo de Dios que |
ha de ser completado con
los sudores del hombre. De todos los hombres, que traba- |
jan, tejen, labran,
construyen, limpian, plantan, ayudan, sostienen y mueven el mun- |
do, que crece con ellos;
que renuncian a aprovecharse, a trepar a costa de otros, que |
enseñan a los menos
hábiles o a los más jóvenes, para convertir la vida en una ala- |
banza divina; para que el
hombre sea la "alabanza de Dios". |
Pero hay, todavía,
demasiados hombres con las manos caídas; en el fondo, escla- |
vos de la tristeza porque
desprecian el cansancio redentor. Van por la vida con "las |
manos vacías"; son
los siervos inútiles del Evangelio, arañando lo ajeno, si pueden, |
disimulando la propia
inutilidad con mentiras y el maquillaje de vanidades; son la |
manos de los que nunca han
mirado al cielo o sólo de soslayo, porque Dios no es útil |
o no milagrea para ellos.
Admirarán, tal vez, las proporciones, pero nunca compren- |
derán el significado de
esas dos manos que pintó el genio de Miguel Ángel: la mano |
del hombre y la mano de
Dios; Dios que crea, ama, transforma y hace santo todo lo |
que toca. |
En este año jubilar, ¡que
nos bendigan las manos de san Felipe, desde donde, |
para siempre, aplauden a
Dios! Las manos que Juvenal Ancina recordaba de cuando, |
en las reuniones del
Oratorio, levantaba el Santo para acompañar, con el gesto, la |
palabra, y «se traslucían
al sol, blancas como el alabastro». Manos fuertes, también, |
que golpeaban una columna
de la iglesia, para interrumpir el sermón de uno de los |
suyos, porque degeneraba
en vanidad; manos que otrora no desdeñaban jugar a lan- |
zar la
"piastrella" con los más jóvenes del Oratorio, en las pequeñas
excursiones al |
Gianicolo. Y sobre todo,
el inolvidable momento del adiós, al morir, cuando, rodeado |
su lecho por la corona de
sus primeros hijos al alba del Corpus de 1595, ya sin fuer- |
zas para hablar, sus manos
valían más que las palabras, con el ademán de bendecir a |
todos, alzando los brazos
y mirando al cielo. |
Fuera, las campana de Roma
sumaban su tañido a las amanecientes luces del |
día, para una doble
fiesta: la del Paraíso del padre Felipe y la del milagro de la Eucaris- |
tía. Dios había bajado y
tocado la tierra, y se llevaba de la mano a un santo al cielo. |
Que la verdad os haga
libres, la caridad, servidores, y ambas os den la alegría. |
Pio XII, |
a los oratorianos ingleses
(27.5.1949) |
4 (52) |
El Oratorio: |
EL PRIVILEGIO |
DE LOS HIJOS |
DE SAN FELIPE |
Parte final de unas
palabras de Newman, dirigidas |
a sus hermanos de
comunidad, en enero de 1850. |
NOSOTROS, hijos de san
Feli- |
pe, ¿seremos capaces de
imi- |
tarlo en este Oratorio?
Ten- |
gámoslo como nuestro
modelo, sin |
pensar demasiado en las
fuerzas |
con que contamos, ni
calcular el |
éxito. De momento nos
sirve de con- |
suelo poder decir que
participamos |
en su misma obra lo mejor
que po- |
demos, para atraer su
bendición |
sobre nosotros. En verdad
que no |
hemos elegido, para
nuestro aposto- |
lado, el lugar más
elevado, sino que |
hemos aceptado
voluntariamente el |
más humilde, siguiendo el
consejo |
de nuestros superiores. El
deseo de |
nuestro corazón y el
sentido del |
deber nos ha conducido
hasta aquí. |
Deliberadamente nos hemos
esta- |
blecido en el barrio más
humilde, |
desconocido por la mayoría
del |
mundo, y hemos comenzado,
igual |
que san Felipe, a
desarrollar nues- |
tro ministerio
principalmente con |
los pobres. Hemos ido allí
donde no |
podemos esperar ser
recompensa- |
dos por nuestro trabajo,
ni recibir el |
aplauso de nuestras
palabras por |
parte de personas doctas y
mejor |
instruidas. Hemos
decidido, con la |
gracia de Dios,
abstenernos de bus- |
car la fama del mundo y
hemos pro- |
curado, por el contrario,
y conforme |
al precepto de nuestro
Padre, «pa- |
sar desapercibidos». |
Ojalá que este espíritu
guíe siem- |
pre nuestro proceder, y me
pregun- |
to si yo mismo lo
conseguiré para |
mí y si sabré obtenerlo de
san Fe- |
lipe para vosotros, como
un favor |
del cielo, para que, en
los tiempos |
por venir, sea igualmente
nuestro |
distintivo. |
Y bien: yo os aseguro que
no pido |
que debáis padecer
persecuciones, |
como algunos hombres
santos han |
deseado para sus hijos
espirituales, |
5 (53) |
porque el Oratorio debe
dedicarse |
a un trabajo sereno, que
requiere |
paz y sosiego para
realizarlo bien; |
no pido calumnias,
insultos ni ma- |
lignidades. Estas cosas,
aunque pro- |
duzcan penalidades, pueden
ade- |
más darnos cierta
notoriedad y ésta |
transformarse en
tentación. Yo, en |
cambio, imploro para
vosotros este |
privilegio: que el público
no os |
conozca ni para alabaros,
ni para |
difamaros, sino que podáis
llevar |
adelante y con tenacidad
una gran |
labor a esta generación a
la cual |
pertenecemos, y tantas
obras bue- |
nas y religiosas cuantas
sean preci- |
sas para llevar al Paraíso
a muchas |
almas, sin que a nadie que
pase por |
vuestro lado dejéis que lo
haga sin |
recibir un bien; deseo que
podáis |
sobrevolar por el mundo
con indife- |
rencia, conocidos
solamente en ca- |
sa, trabajando solamente
para el |
Señor, con corazón puro y
fijos en |
él, y sin que os puedan
distraer los |
aplausos humanos; que
depositéis |
en él toda vuestra
esperanza, sin |
otra ilusión que su eterno
Paraíso, |
sin esperar ninguna de las
recom- |
pensas, sólo parciales,
que se pue- |
den alcanzar en la tierra,
sino sólo |
la intensa y plena del
cielo. |
LAUS 300. |
El primer número de este
boletín del Oratorio de Albacete, |
aparecía en enero de 1960,
en forma todavía más modesta |
la actual: cuatro páginas
en 8°; en 1967 pasamos al |
formato en 4º; al alcanzar
el número 100 (enero de 1972) |
pudimos imprimirla en
nuestra propia casa, y acabamos de |
llegar, bien cumplidos los
36 años, a este número 300, |
precisamente en el mes de
san Felipe y de su IV Centenario. |
Ello no constituye un hito
de demasiada importancia, pero |
dentro de la pequeña
historia de este Oratorio, creemos |
que LAUS ha servido para
dar noticia de san Felipe y de su |
obra, en un lugar donde
era casi desconocido, y ha podido |
llegar como saludo y lazo
de afecto a todos los amigos del |
Oratorio. Por todo: «Laus
Deo». Alabado sea Dios. |
6 (54) |
El Oratorio: |
EL JOVEN FELIPE NERI |
SAN FELIPE se ordenó de
pres- |
bítero el 23 de mayo de
1551: |
le faltaban apenas dos
meses |
para cumplir los treinta y
seis años. |
Siguió el consejo de su
guía espiri- |
tual y amigo, el sacerdote
Persiano |
Rosa, compañero también de
fati- |
gas apostólicas y obras de
caridad, |
en aquella complicada Roma
de |
mediados del s. XVI. Esta
decisión |
tan importante se tomó y
llevó a |
cabo en muy corto espacio
de tiem- |
po, como lo demuestra que,
de mar- |
zo a mayo del mismo año,
recibiera |
sucesivamente la tonsura
clerical, |
las órdenes menores o
ministerios, |
y el subdiaconado,
diaconado y sa- |
cerdocio. Pero tampoco
suponía un |
cambio de vida espiritual
este nue- |
vo estado. Llegaba a él
casi como |
una consecuencia natural,
para ha- |
cer más bien, para servir
mejor a |
Dios y al prójimo desde
una entre- |
ga personal única, total y
exclusi- |
va. Tenía, a esta edad, la
cultura |
teológica necesaria y,
sobre todo, |
la madurez espiritual
adquirida en |
la oración. Cuando el
aseguraba |
que «se aprende más de
Dios en la |
oración que en los libros»
podía |
apoyarse, por propia
experiencia, |
en los dos extremos de la
compa- |
ración: porque había
estudiado fi- |
losofía y teología no para
«hacer |
la carrera de sacerdote»,
sino para |
saber más de Dios como
cristiano, |
y este saber, más todavía
que en la |
cátedra de los buenos
maestros, lo |
había adquirido en las
largas vigi- |
lias pasadas en las
catacumbas, re- |
memorando el ejemplo de
los már- |
tires y de los primeros
cristianos. |
Llevaba en Roma unos
veinte |
años, después de haber
renunciado |
a un porvenir halagüeño
ofrecido |
por unos parientes ricos,
de Mon- |
tecassino, que querían
prohijarlo. |
Aquí, junto a lo mucho
«que debía |
su alma a los frailes de
San Marcos, |
de Florencia», donde nació
y pasó |
la infancia, pudo añadir
los conse- |
jos de los monjes de
Montecassino, |
y así decidió entregarse
totalmente |
a Dios, pero en Roma, la
«ciudad |
de los santos y la silla
de Pedro», |
aunque no siempre
resplandeciente |
de las virtudes que
hubieran debi- |
do adornarla. En este
sentido, Roma |
no pasaba por el mejor
momento. |
Pero esto no fue lo que
más le preo- |
cupaba, porque sobraban
testimo- |
nios y la memoria
histórica de san- |
tos y mártires de quienes
aprender. |
Así que, a la mediana
buena ins- |
trucción que poseía,
añadió otros |
estudios «para saber más
de Dios», |
sin acudir a ayuda de
familia ni |
protección de nadie en eso
que lla- |
maríamos ahora pensión,
becas o |
bolsas de estudios.
Trabajó de pre- |
ceptor de un par de niños
y, con la |
7 (55) |
recompensa recibida, vivía
sobria- |
mente, en pobreza,
limpieza y mí- |
nimo ajuar, y el resto del
tiempo |
en libertad y entregado a
la miseri- |
cordia, con niños,
enfermos, igno- |
rantes de Dios, pobres,
peregrinos. |
En Roma no faltaban los
malos |
ejemplos de quienes
hubieran de- |
bido darlos buenos; pero
Felipe no |
era el tipo carroñero de
quienes |
pretenden justificarse
señalando el |
mal y los vicios reales o
imagina- |
dos de los demás. También
habría |
cristianos honestos y
pequeños ce- |
náculos donde se creía en
el Evan- |
gelio. Incluso, este
Evangelio le hu- |
biera bastado a él, si
nadie más lo |
hiciera, para enamorarse
del Señor, |
como cuando en clase de
Teología |
la emoción le traicionaba
al oír al |
maestro hablar del amor de
Dios y |
fijarse en el crucifijo
que presidía |
el aula. Si no hubiese
habido nin- |
gún cristiano, él habría
vuelto a ser |
el primero en seguir a
Cristo, como |
Juan y Andrés, junto al
Jordán, |
que preguntaron a Jesús:
«Maestro, |
¿dónde moras?», y luego
cuando |
«dejándolo todo, le
siguieron». |
Hay, en Felipe seglar y
joven, co- |
mo un descuido ―que
no lo era― |
de lo que es negativo, y
sí una cla- |
ra y definitiva resolución
nada os- |
tentosa de entrega total
al Señor, |
tan sencilla y sincera que
se con- |
substancia con todos sus
pensa- |
mientos y hasta se olvida
de sí |
misma. Actitud que
perdurará a lo |
largo de toda su vida y se
caracte- |
rizará por el sentido de
libertad, |
paz y gozo que inspiran
sus pala- |
bras y motivan sus
acciones. No |
recurre a lo excesivamente
estruc- |
turado y organizado,
recela de las |
propagandas, se descubre
fundador |
a pesar suyo y su obra, el
Oratorio, |
perdurará como un milagro
de de- |
bilidad y fidelidad, que
el buen es- |
píritu de la Madre Iglesia
ampara |
a través de los siglos,
pero que con- |
trasta con los excesos de
previsión |
que otros acumulan para
asegurar |
pervivencias. Si le
señalan esa es- |
pecie de
"descuido", responde, con |
el salmista, que «la
Iglesia se ador- |
na con la variedad». |
Si un día desapareciera,
como |
institución, la obra de
san Felipe, es |
decir, el Oratorio, o si
perviviera |
como un nombre o una mera
fór- |
mula fosilizada, sin
contenido espi- |
ritual característico, no
obstante |
ello, todavía perduraría
su impron- |
ta, como patrimonio de la
Iglesia, |
que alguien tendría que
redescu- |
brir y recuperar, con la
misma de- |
voción espiritual y
búsqueda de |
los orígenes, con que iba
el santo |
por las noches a las
catacumbas, de |
joven, para descubrir los
ejemplos |
y el estilo de los
primeros mártires |
y seguidores de Cristo, en
la Iglesia |
de los que vieron al
Señor, libre, |
enamorada y limpia de
pecados y |
perversiones, siempre
capaz de vol- |
ver a ser joven. |
8 (56) |
El Oratorio: |
«Cuatro españoles |
y un santo» |
CUANDO el 12 de marzo de |
1622 tuvo lugar la
canoniza- |
ción junto con Ignacio de |
Loyola, Francisco Javier,
Teresa de |
Jesús e Isidro, de san
Felipe Neri, |
por el papa Gregorio XV,
la alegría |
se desbordaba por todas
las calles |
de Roma porque sus
habitantes cre- |
yeron que, al fin, habían
vencido |
todas las dificultades
puestas por |
el rey de España a aquella
procla- |
mación gloriosa de la
santidad de |
un romano de adopción, que
había |
amado a los romanos con la
bendi- |
ción de su apostolado y el
ejemplo |
de sus virtudes, al fin
reconocidas. |
Ellos ya lo habrían
canonizado el |
mismo día de su muerte.
Pero la |
política estaba por medio
y, del |
mismo modo que puede
ocurrir, y |
ocurre, que algunas
proclamacio- |
nes de santidad se
aceleran por la |
presión e interés de los
poderosos, |
otras, por las mismas
razones, se |
retrasan. En el primer
caso podría |
ser un ejemplo la
canonización de |
san Luis, rey de Francia,
elevado |
a los altares por
Bonifacio VIII |
para congraciarse con el
rey de |
los franceses, pariente
del santo, |
mientras que, en el
segundo, el re- |
traso de san Felipe Neri
era obsta- |
culizado por el
resentimiento de los |
españoles, que insistían
en que sus |
cuatro santos fueran
canonizados |
antes. |
El origen de ello estaba
en la |
gran crisis que Francia
padeció |
con el acceso imprevisto,
al trono, |
del pretendiente Enrique
de Nava- |
rra, por parte de madre,
que lo era |
Juana d'Albret, reina de
Navarra. |
Muerto Enrique III, sin
dejar suce- |
sión, el legítimo
aspirante era el |
de Navarra, su cuñado,
aunque de |
religión calvinista, cuyas
convic- |
ciones religiosas había
demostrado |
inequívocamente en el
gobierno de |
su principado de Béarn.
Francia |
era católica y el
conflicto era ine- |
vitable, con mezcla de
razones reli- |
giosas y, todavía más, de
intereses |
políticos. Inglaterra,
separada de |
Roma por Enrique VIII, era
parti- |
daria del pretendiente,
mientras |
que España se oponía. |
El de Navarra, sin
embargo, era |
un hombre inteligente y de
una |
gran personalidad, de modo
que, |
sincero o sólo por
sagacidad políti- |
9 (57) |
ca, procuró hacerse
absolver de la |
excomunión que pesaba
sobre él, |
por algunos obispos
franceses en |
Saint-Denis. Ello fue
acompañado |
de una gran pompa
litúrgica, in- |
dudablemente interesada
por el |
propio Enrique IV, y
además juz- |
gada conveniente por los
obispos, |
que facilitaron los
intereses del pre- |
tendiente para evitar la
extensión |
del cisma. Pues, además de
Ingla- |
terra, ya habían roto con
Roma |
Alemania, Suecia,
Escandinavia y |
ahora peligraba Francia,
nada me- |
nos que «la hija
predilecta de la |
Iglesia». Desde Roma, los
teólogos |
pontificios discutían
sobre la vali- |
des de la absolución de
los obispos |
franceses, y el papa
Clemente VIII |
se debatía vacilando sobre
la sin- |
ceridad u oportunismo de
la abju- |
ración del de Navarra. A
éste se le |
atribuía, con o sin
fundamento, la |
conocida frase de que
«París bien |
vale una Misa», lo cual
colmaba |
los motivos para dudar de
la since- |
ridad de su conversión.
Por otra |
parte, como siempre ocurre
entre |
oponentes políticos, se
desata la |
pasión de denunciar o
hacer ver |
peores males de los reales
en el |
contrario, para ocultar
las propias |
codicias; además la
hegemonía es- |
pañola quedaba amenazada,
con |
o sin cisma de Francia,
desde el |
momento en que el rey
francés y el |
inglés se coaligaran.
España ya |
había perdido una batalla
diplomá- |
tica al no conseguir que,
en 1592, |
en vez del papa Clemente
VIII, su- |
cediera a Inocencio IX el
cardenal |
Santoni, patrocinado por
la facción |
española que consideraba a
este |
cardenal favorable, en lo
político, |
como lo fuera el papa
Borgia, Ale- |
jandro VI, que había
bendecido la |
expansión conquistadora
española, |
y, en lo religioso, el
riguroso Pio V. |
Cuando todo parecía
dispuesto pa- |
ra este resultado, la
celebración |
del cónclave dio otro y,
superadas |
las intrigas, desembocó
serenamen- |
te en el dignísimo
cardenal Hipólito |
Aldobrandini, que tomó el
nombre |
de Clemente VIII, amigo,
como hijo |
espiritual, de Felipe, ya
muy an- |
ciano, y Baronio, a quien
tomó por |
confesor luego que a
nuestro Santo, |
al excusarse éste, por sus
muchos |
achaques, que le hacían
menos dis- |
ponible. |
En Roma se sabía y
comentaba |
todo el ir y venir de
embajadores |
que buscaban la influencia
del pa- |
pa para hacerlo inclinar
por uno u |
otro bando. En definitiva
la cues- |
tión era si el papa
absolvía o no de |
la censura canónica de
excomunión |
a Enrique (porque los
obispos fran- |
ceses se habían excedido
al carecer |
de jurisdicción para
ello). Fue en- |
tonces cuando Felipe fue a
ver |
personalmente al papa,
enfermo y |
agobiado, envuelto en
dudas y es- |
crúpulos, y, entre Felipe
y Baronio, |
le convencieron de que
debía ad- |
10 (58) |
mitir la sinceridad de
Enrique IV, |
al abjurar del calvinismo
y salvar, |
de este modo, la fidelidad
de Fran- |
cia a la Sede de Pedro. Y
sucedió |
así. Los romanos
―Roma era una |
ciudad más pequeña―,
que no ha- |
bían perdido la memoria,
dijeron |
la frase que citamos como
título, |
al salir de la
canonización de Feli- |
pe Neri: «Hoy el papa ha
canoni- |
zado a cuatro españoles y
a |
santo», en una mezcla de
regocijo |
y picardía. Los cuatro
españoles |
eran: Ignacio de Loyola,
Francisco |
Javier, Teresa de Jesús e
Isidro. |
Los dos primeros
contemporáneos |
y amigos de Felipe y todos
españo- |
les, para complacer al rey
de Espa- |
ña, pero además verdaderos
santos, |
reunidos en un mismo acto
de ca- |
nonización. Con ello
habían cesado |
las dificultades o
resentimientos |
contra el recuerdo de san
Felipe, |
que no había favorecido
los intere- |
ses del otro Felipe,
Felipe II, rey de |
España. |
San Felipe Neri sonreiría
desde |
el cielo midiendo, a la
luz de Dios, |
las ambiciones de los
hombres, |
cuando el 17 de septiembre
de 1595 |
(cuatro meses después de
la muerte |
del Santo), Clemente VIII
reconci- |
lió con la Iglesia a
Enrique IV. Un |
acontecimiento decisivo
para la his- |
toria de la Iglesia, y la
única vez |
que Felipe "se metió
en política". |
De todo esto se cumplen,
también |
en este año de 1995,
cuatro siglos. |
clausura |
del cuarto |
centenario |
de |
SAN |
FELIPE |
NERI |
El 26 de mayo |
Juan Pablo II |
presidirá |
ja Eucaristía en el |
Oratorio romano |
junto al sepulcro |
del Santo |
11 (59) |
El Oratorio: |
El Santoral del Oratorio |
EN REALIDAD tenemos pocos
santos en el Oratorio, |
por no decir que tenemos
solamente uno: nuestro |
Padre y Fundador san
Felipe Neri. Aunque podemos |
considerar como santo
oratoriano a san Francisco de |
Sales, que fue amigo de
César Baronio y de Juvenal |
Ancina, después de lo
cual, conocedor de la obra de san Feli- |
pe, quiso fundar un
Oratorio en su diócesis, en la ciudad de |
Thonon, y se reservó ser
el primer Prepósito del recién naci- |
do Oratorio, si bien se
trataba de una prepositura poco más |
que simbólica. De todos
modos, su profundo humanismo es- |
piritual sintonizaba
indudablemente con el talante de los pri- |
meros discípulos de san
Felipe. Algunos historiadores han |
querido suponer que
incluso conoció a san Felipe, con oca- |
sión de un viaje que
hiciera a Roma, en sus años jóvenes, |
antes de ser obispo y ni
siquiera sacerdote; pero la hipótesis |
parece poco fundada. |
Tenemos, además, cinco
beatos y varios venerables. |
La canonización de san
Felipe Neri puede decirse que se |
produjo "por
aclamación popular", inmediatamente después |
de su muerte, aunque el
minucioso proceso oficial culminó |
en 1622. |
Felipe murió en la noche
del 25 al 26 de mayo de 1595, |
festividad del Corpus,
poco antes de que las luces del día res- |
plandecieran sobre Roma.
Su cuerpo fue bajado a la iglesia y |
colocado reverentemente en
el crucero, y las campanas que |
12 (60) |
tañían por la festividad |
del Señor se mezclaban |
con el anuncio de la
muerte |
del santo. Mientras tanto |
los fieles de Roma comen- |
zaban a afluir a la
Vallicel- |
la, de modo ininterrumpi- |
do, dando muestras de gran |
devoción. Al día siguiente |
se repitieron las mismas |
escenas, hasta la hora del |
sepelio con el templo a
re- |
bosar de fieles. |
La idea de iniciar el |
proceso de beatificación y |
canonización de Felipe no |
partió, en un primer mo- |
mento, de la comunidad del |
Oratorio, sino de algunos
cardenales, especialmente de Federi- |
co Borromeo, devotísimo de
Felipe, y también del prelado Mar- |
cantonio Maffa, no menos
entusiasta y hombre cultísimo, que |
participó muy activamente,
hasta el punto de poder conside- |
rarle, sin temor a
exagerar, como el principal promotor. Los |
oratorianos se sumaron
luego al proyecto, pero fue preciso |
vencer la oposición del
padre Pedro Consolino, discípulo y |
confidente íntimo de san
Felipe, de quien podría decirse que |
13 (61) |
fue para éste lo que san
Juan Evangelista para el Señor. Le pa- |
recía innecesario si se
pensaba en el bien de los fieles y creía |
que, además, a san Felipe,
sencillísimo en todas las cosas, no le |
gustaría. Al fin cedió a
lo que la comunidad también aceptaba, |
de acuerdo con las
insistencias de los amigos del Oratorio, |
devotos insignes del
santo. Tal vez Consolino pensaría en lo |
que san Agustín había
dicho, siglos antes, respecto a los hono- |
res y los funerales de los
muertos, que, con frecuencia, se |
hacen pensando más en los
vivos que en los difuntos. Cabe, |
también, el peligro de que
los que seguimos en la tierra nos |
aureolemos con méritos
ajenos todavía no merecidos, es decir, |
con la gloria de los que
ya están en el cielo, y nos recreemos |
en la vanidad de la que
ellos ya están del todo curados. |
San Felipe Neri fue
canonizado el 12 de marzo de 1622, |
y proclamado patrón
principal de la ciudad de Roma, junto |
con los apóstoles Pedro y
Pablo. La beatificación había tenido |
lugar apenas siete años
antes, el 25 de mayo de 1615. |
Tenemos también en nuestro
calendario, a cinco beatos: |
Juan Juvenal Ancina
(1545-1604) que, junto con su hermano |
Juan Mateo, fue recibido
por el mismo san Felipe en el Ora- |
torio, y su fiesta se
celebra el 31 de agosto; el beato Antonio |
Grassi (1592-1671), el 14
de diciembre; Sebastián Valfré (1629. |
1710), el 30 de enero;
Luis Scrosoppi (1804-1884), el 3 de oc- |
tubre; y José Vaz
(1651-1711), el 16 de enero. Estos dos últimos, |
beatificados por Juan
Pablo II. |
Están además los nombres
de los dieciocho venerables, es |
decir, de los que se ha
seguido el proceso que ha finalizado |
con el decreto de
reconocimiento de "virtudes heroicas". He |
aquí sus nombres: los
italianos Baronio, Tarugi, Consolino, |
Visconti, dell'Aste,
Sozzini, Bini, Eustachio, Marchesi, Sca- |
rampi, Annibaldi, Trona,
Castelli, y Calcagno; los mexicanos |
14 (62) |
Pérez de Espinosa y
Alfaro; el valenciano Pedro Domingo Sa- |
rrió, y el inglés John H.
Newman. Extraoficialmente habría que |
añadir a la lista varios
"mártires", miembros de los Oratorios |
de Barcelona, Vic y
Gracia, de nuestra más reciente historia. |
Ojalá que los deseos de
santidad a que nos exhortaba san |
Felipe, sin ni siquiera
poner límite a la de los conocidos, como |
él insistía, nos permita
encontrar a todos, más allá del tiempo, |
como estrellas brillantes,
en el firmamento en el que Dios |
mismo será la luz de todos
los justos, proclamados tales en |
la tierra, o simplemente
canonizados allí por el abrazo la |
bendición del Señor, en el
cielo, que es lo que cuenta, y lo |
gocemos con el espíritu
con que san Felipe echaba al aire su |
birreta y gritaba
«¡Paraíso, Paraíso!» |
CONCIERTO |
DE |
SAN FELIPE NERI |
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO |
Domingo 28 de mayo, a las
8 de la tarde, |
por el |
CORO UNIVERSITARIO |
DE ALBACETE |
Director: Juan Carlos
Colom |
15 (63) |
Los santos no se
escandalizan |
EN EL EVANGELIO hay una |
maldición para los que
come- |
ten el pecado de
escándalo. |
Pero la verdadera fe no
puede de- |
pender de lo que veamos o
supon- |
gamos sobre virtudes o
pecados |
ajenos, cualquiera que sea
el lugar |
que ocupe en la Iglesia
quien pro- |
voque el escándalo. Por lo
común |
se suelen exagerar los
malos ejem- |
plos y, al contrario,
permanecen |
ocultas, silenciosas, las
vidas más |
santas y ejemplares. Aun
de lo bue- |
no el exceso de propaganda
siem- |
pre es sospechoso.
Solamente Cristo |
tiene derecho a decir: «Os
he dado |
ejemplo». El argumento de
la fe no |
está en el ser humano,
sino sólo en |
Dios mismo, que no puede
engañar, |
y en Jesucristo, su Hijo.
Ello no |
quita que la bondad no
ostentosa |
ayude a los más débiles y
pequeños, |
con tal que no lleve a
éstos a que se |
encierren en infantilismos
pseudo- |
piadosos o círculos
sectarios. |
Por esos motivos, cuando
alguien |
que se considere adulto en
la fe, |
dice que abandona a la
Iglesia por |
malos ejemplos recibidos,
podemos |
suponer razonablemente o
que su |
fe era muy escasa o
simplemente |
era una fe basada en el
error de |
creer en los hombres más
que en |
Dios. |
En nuestra época, como en
todos |
los tiempos, existen
virtudes y pe- |
cados dentro y fuera de la
Iglesia. |
Incluso hemos de admitir
que Dios, |
en su providencia, permite
crisis, |
errores y pecados de los
hombres, |
para que se purifique la
fe de los |
verdaderos creyentes. Los
santos |
no se escandalizaban por
los malos |
ejemplos. Al contrario, la
presen- |
cia escandalosa del mal y
del error |
les suponía un reto para
crecerse |
en el deseo del bien y del
esclare- |
cimiento y búsqueda de la
verdad, |
regresando siempre al
Evangelio y |
el ejemplo de Cristo. San
Felipe |
Neri vivió en una época en
que la |
Iglesia, y precisamente en
sus re- |
presentantes más
encumbrados, da- |
ba el triste espectáculo
de una |
mundanidad y ostentación
de ri- |
queza y manipulación
política nun- |
ca superada en otros
tiempos y, por |
supuesto, tampoco en el
nuestro. |
Su reacción fue la
santidad. |
Ocurre, en el ambiente
seductor |
de las propagandas, que
mitifica- |
mos a los hombres y
profanamos a |
Dios. En cambio,
debiéramos poder |
repetir aquellas palabras
que los |
samaritanos dijeron a la
mujer que |
les contaba su encuentro
con el Se- |
ñor: «Ya no creemos por tu
palabra, |
pues nosotros mismos hemos
oído |
y conocido que éste es
verdadera- |
mente el Salvador del
mundo». |
16 (64) |
El Oratorio: |
Qué se necesita |
para ser |
oratoriano |
A FUER de repetir la
sencillez de la estructura jurídica del Oratorio, |
se puede trivializar la
imagen, desde fuera del mismo, como si |
fuesen mínimos los
requisitos personales y la seriedad para |
asumir el sentido de una
verdadera respuesta vocacional a un proyecto |
en el que se compromete en
verdad toda la vida, al llamar a las puertas |
de nuestra Congregación
para integrarse en la comunidad y seguir en |
ella, sin diluir en el
intento el ideal de santidad y apostolado del legado |
de san Felipe Neri. |
Aquí no vamos a referirnos
a las disposiciones de la recta intención |
y la capacidad física,
mental y espiritual que son genéricas para toda |
vocación de la cual,
generosamente correspondida, cabe esperar que |
prospere
sobrenaturalmente. Ni siquiera glosaremos en detalle los |
criterios y normas que se
recogen en nuestras Constituciones y la |
tradición de cuatro siglos
de vida de la obra de san Felipe. Pensamos |
detenernos solamente en
unas pocas ideas básicas en las que se precise |
lo peculiar del Oratorio,
como punto de partida elemental para no |
incurrir en errores que
llevarían al fracaso a quienes se acercaran a él |
con una visión deformada y
ayunos de lo que san Felipe quería para |
sus hijos. También estas
ideas pueden ayudar a los solamente curiosos |
para que no se lleven a
engaño al intentar formarse un concepto de |
nuestro instituto, y lo
tengan más aproximado a la realidad. Aunque la |
perseverancia en el
Oratorio es, estadísticamente y salvadas las |
proporciones, parecida a
la de otros institutos, las vocaciones fracasadas |
y los errores con que
desde fuera se nos ha juzgado se han debido a la |
ligereza u olvido de las
siguientes notas que vamos a enumerar. |
17 (65) |
La estabilidad |
EL PRIMER ejemplo de
estabilidad en la Congregación del Oratorio |
nos lo dio san Felipe, que
permaneció constantemente en Roma, y |
que siempre fue reticente
a la dispersión de sus discípulos. No cedió de |
buen grado a la presión de
los ciudadanos florentinos residentes en |
Roma para que aceptase ser
el Rector de su iglesia, situada al principio |
de la via Giulia; a las
excusas de Felipe, ellos recurrieron al papa y se |
vio forzado a aceptar, si
bien él mismo no rigió directamente la iglesia, |
a la que mandó a sus
discípulos más jóvenes. A éstos les sirvió de primer |
experimento comunitario,
que Felipe dirigía permaneciendo en San |
Girolamo della Carità, a
donde acudían, tres veces al día, para las |
oraciones comunes y
conferir con el Santo. Felipe nunca dispensó a los |
suyos de la participación
en las reuniones del Oratorio. Por otra parte |
se encontraba con que los
asistentes seglares a las reuniones del |
Oratorio crecían en número
y San Girolamo no resultaba bastante |
capaz. Cuando años más
tarde el Oratorio se asentó en la Vallicella, |
decían sus discípulos,
exonerados ya del cuidado de la iglesia de los |
florentinos: «Finalmente
siamo in casa propria!» |
Otro tanto demuestra el
criterio de san Felipe en la discusión |
habida con san Carlos
Borromeo, que quería que le mandara un grupo |
de sus sacerdotes a Milán;
Felipe cedió al principio, pero enseguida |
comprendió que no era
positivo para la comunidad y los llamó a Roma, |
no sin disgusto por parte
de san Carlos. Y lo mismo con las reticencias |
para la fundación del
Oratorio de Nápoles, una historia que necesitaría |
más comentario. |
Por lo demás, lo mismo que
el papa Nicolás II, en 1059, se refería a |
«la vida común apostólica»
y algo más tarde también lo hacía el |
concilio de Nimes (1096),
al distinguir entre los presbíteros seculares de |
aquellos que «viven según
la norma apostólica», el papa Honorio II, en |
1157, se refería a la
estabilidad monástica. En realidad ésta contenía la |
materia de lo que en el
futuro de la vida "religiosa" serían las virtudes |
de los tres votos de los
"consejos evangélicos", cuya generalización |
tendría lugar a partir del
s. XVI, durante el pontificado de san Pío V. |
Precisamente, después de
este papa, surge la excepción del Oratorio, |
comprendida y amparada por
el papa que le sucede, Gregorio XIII. San |
Felipe decía que no quería
votos, pero sí las mismas virtudes de los |
18 (66) |
religiosos que se obligan
a ellos por la triple profesión de los consejos |
de obediencia, castidad y
pobreza. |
En este sentido, el
Oratorio se parece a los monasterios |
benedictinos, y alguien no
ha dudado en alargar la comparación hasta |
asemejarnos a los
cartujos, no sólo por la estabilidad, sino además por el |
componente de la oración y
la caridad interna y apostólica, que es la |
forma espiritual de todas
las virtudes cristianas. |
Newman no duda en afirmar
que la estabilidad es el pernio en |
torno al cual gira y se
apoya toda la vida y sentido de la existencia de |
un Oratorio. Dice Newman:
«No todo buen sacerdote secular sabe vivir |
en comunidad; es un don
que alcanza a pocos. Tampoco los religiosos |
que pertenecen
ordinariamente a un cuerpo extensísimo, que no tienen, |
como nosotros, un hogar
doméstico: un día están en un lugar, otro en |
otra parte, y hasta
ocurre, a veces, que es un principio de su instituto el |
no permanecer demasiado
tiempo en el mismo sitio. Puede ser que, al |
fin de su vida, se les
destine a un lugar permanente, pero entonces es |
más un refugio que un
hogar doméstico, o tal vez un "retiro". Es cierto |
que siempre están
sometidos a superiores, a una regla; pero no son |
súbditos pertenecientes a
una comunidad siempre la misma... Nada |
demuestra que posean el
don de vivir con los demás sencillamente por |
el amor de vivir con
ellos. Obedecen en virtud de un lazo precedente. |
Nosotros somos diferentes
de los religiosos y de los sacerdotes |
seculares». |
La vida comunitaria y
familiar del Oratorio se manifiesta por el |
apego que se tiene al
hogar, que no se llama convento, ni residencia, |
sino "casa",
nuestra "casa", para alejar al máximo la idea de pensión u |
hotel. Se aman las
paredes, se respetan y cuidan los objetos, se desea la |
morada, que Newman llamaba
"nido" -"my nest", como un hogar |
para siempre, con hermanos
para siempre, no demasiado numerosos |
para que la multitud no
diluya el afecto, el respeto y la lealtad, el |
recíproco conocimiento
para amarse, para ayudarse, para compartir las |
alegrías y soportar las
dificultades, para corregirse y perdonarse hasta |
la muerte, generación tras
generación. En las mismas familias del |
mundo no duran, para todos
los miembros que las componen, la larga |
convivencia y las
responsabilidades compartidas para un proyecto |
común, espiritual y
generoso. Apenas rebasada la adolescencia ―y aun |
a veces en ésta― los
más jóvenes se emancipan o van fuera del hogar |
19 (67) |
para el trabajo o los
estudios, y ya no regresan o, como ocurre con |
frecuencia, la convivencia
generacional se hace difícil, incluso entre |
padres e hijos, entre
ancianos y jóvenes. |
En el Oratorio la
estabilidad no responde a un replegamiento |
egoísta hacia la inercia,
sino, por el contrario, al beneficio de la |
garantía para el
mantenimiento del propio apostolado, para la |
realización del culto con
el máximo celo para honrar a Dios y edificar |
a los fieles, y facilita
la continuidad en la labor espiritual de la |
dirección de las almas que
buscan consejo para perfeccionar su vida de |
cristianos. En conjunto,
ayuda a la inserción o ―como ahora se dice― |
a la
"encarnación" en el lugar y asimilación cultural que facilite hacer |
el bien y mantener el
influjo colectivo y personal, sin cambios que lo |
estorben o interrumpan.
Para un oratoriano el cambio de residencia es |
siempre una excepción muy
justificada, como por ej. el tener que |
emprender una nueva
fundación o el auxiliar a una casa en peligro de |
extinción; nunca una
arbitrariedad. El que entra en el Oratorio lo hace |
convencido de que
permanecerá en él «hasta la muerte». Corren parejas |
estabilidad y
perseverancia. |
Obediencia |
ESTA PALABRA no tiene
buena acogida, incluso entre gentes tenidas |
por
"espirituales". Vivimos una época de individualismo feroz, en |
la que todo el mundo
quiere "hacerse a sí mismo", pero en el que |
acaban muchos
aprovechándose lo que pueden de los demás, aunque |
solitarios de espíritu. Un
día la historia volverá las aguas a su sitio, en |
ese vaivén hasta alcanzar
nuevos tiempos. Pero no queremos decir que |
el Oratorio sea un lugar
para dedicar el tiempo a una especie de |
gimnasia obediencial, o de
infantilismo que anule la personalidad. Todo |
lo contrario. San Felipe
mandaba poco, pero era absolutamente |
intransigente con lo que
consideraba esencial, mayormente con los que |
más amaba. Baronio nos
serviría de ejemplo. |
De lo que venimos diciendo
ya se comprende que el Oratorio no es |
una hospedería de
sacerdotes (¡no sólo estamos sacerdotes, sino también |
laicos!), más o menos
coincidentes en gustos, como la liturgia o el |
estudio u otros aspectos
de nuestra labor, o que nos gusta la |
20 (68) |
estabilidad porque así
"dejamos" sin desprendernos del todo, sin dejar |
verdaderamente nada... El
Oratorio tampoco es una "solución", para |
quien busca un decoroso
retiro clerical en un lugar que le gusta, sin |
tener que obedecer a
obispos ni siquiera a superiores que manden poco. |
El Oratorio no es una
pensión. |
Una comunidad no es un
grupo de personas que viven juntas. La |
palabra
"comunidad" sugiere la idea de "común" y de
"unidad", y |
también de
"comunión". |
Vivir en comunidad quiere
decir ―y volvemos a Newman― |
«formar un cuerpo. El
Oratorio es una individualidad que posee un |
solo querer y una sola
acción. Lo cual no es posible sin grandes |
concesiones sobre el
propio juicio privado de cada uno. Se trata de una |
con-formidad, no
accidental, no por naturaleza, sino por deducción |
sobrenatural y dominio
propio... Se trata de un sometimiento amoroso |
al querer de la
Congregación. En realidad esto incluye, o contiene todos |
los demás consejos del
Evangelio». |
La Congregación del
Oratorio tiene sus propias reglas y las |
generales de la Iglesia, y
debe obedecerlas como "cuerpo". El Oratorio |
es autónomo, es decir,
depende, según su derecho interno, y en lo que |
le es propio, del superior
que eligen los que forman la casa. |
La Congregación del
Oratorio tiene sus Constituciones propias, que |
le ha dado la Sede
Apostólica y que debe obedecer. Como los demás |
institutos de derecho
pontificio", cada Oratorio, fuera de sí mismo, |
tiene la dependencia y
está sometido a la Santa Sede. Pero lo más |
importante para el lector
que siga nuestro comentario puede ser el |
aspecto singular e interno
de esta obediencia. El superior de cada |
Oratorio se llama
"Prepósito" para los de fuera, pero internamente |
recibe el nombre familiar
de "Padre", que responde al carácter descrito |
de nuestra comunidad. Su
mandato dura sólo tres años, pero puede ser |
reelegido, (también
depuesto). El Padre o Prepósito representa y dirige |
a la comunidad y, aunque
tiene unas pocas prerrogativas, en realidad, |
es el ejecutor de los
acuerdos de la comunidad, que se reúne |
regularmente; es decir,
que también él "obedece" a la comunidad. Esta |
es la que tiene el máximo
poder para todo lo importante, aunque el |
Padre ha de mandar y
ayudar a sus hermanos, teniendo en cuenta la |
propia flaqueza y «como
quien tiene que dar razón a Dios por ellos». |
21 (69) |
Ya se ve cuán equivocados
estarían quienes imaginaran que la |
ausencia de votos fuese
razón para vivir a su propio arbitrio y |
capricho. Newman sentencia
que los tales no servirían para ser |
miembros del Oratorio. |
No es necesario hacer aquí
la apología de la obediencia. Sabemos |
que todo lo que somos y
tenemos lo hemos recibido, y que del mismo |
modo debemos transmitirlo.
Sería imposible continuar la sucesión si |
no existiera receptividad
en los que han de aprender y, en cierto modo, |
heredar no solamente la
forma externa de vida, reducida a mera |
disciplina, sino el
espíritu y el estilo, las obras y las tradiciones, la |
misión. El Oratorio no es
una fórmula para ser manipulada a placer o |
remitiéndola a ideales que
no pasan de la mera teoría, apenas simbólica. |
La obediencia requerirá
también estudio y predilección por lo que es |
propio del ser del
Oratorio y las tradiciones que han sido acumuladas |
por la experiencia de los
más fieles al ideal que vivió y enseñó a otros |
san Felipe Neri. No se
viene al Oratorio para vegetar, o para introducir |
o cambiar ideales, sino
para profundizar en los originales que le son |
propios, y aprender a
adaptarlos a los «signos de los tiempos», pero sin |
convertir esta referencia
evangélica en pretexto para justificar |
desviaciones. No basta
cualquier "bien", sino el bien que Dios quiere |
―y repetimos, una
vez más, a Newman― La obediencia es hermana de |
la fidelidad, y ésta se
alimenta de humildad, obediencia y |
desprendimiento, tanto en
lo personal de cada miembro, como en los |
proyectos y vida
comunitaria y apostólica. |
La conversión |
NO SE VIENE al Oratorio
porque se es santo, ni siquiera porque |
pensemos que lo sean los
que ya lo componen. De éstos, tenemos |
derecho a suponer que, si
nos admiten, están dispuestos a ayudarnos, en |
el camino del Evangelio,
para cambiar de vida y convertirnos. Se viene |
al Oratorio para servir a
la Iglesia por medio de él, para hacer bien a |
las almas, para
santificarnos y, sobre todo, para glorificar a Dios con la |
vida que le entregamos y
el ideal que hemos abrazado. No puede haber |
santidad sin conversión, y
el buen espíritu se marchita hasta niveles |
farisaicos cuando, mal
aconsejados por la soberbia, nos detenemos |
22 (70) |
satisfechos con lo que
imaginamos haber alcanzado. En el Oratorio |
hemos de procurar vivir en
paz y con alegría, por el cúmulo de gracias |
y oportunidades con que,
por medio de él, nos pone al alcance la |
Providencia, pero
sabedores de que Dios quiere más de nosotros. Si |
bien nos miramos, nos
daremos cuenta de cuánto nos falta. Nada es |
nuestro, y convertirnos es
custodiar y hacer crecer todo lo que Dios nos |
ha confiado y
restituírselo agradecidos. Con un poco de sentido |
sobrenatural no nos
faltarán oportunidades que la fe nos ayudará a |
interpretar, para que
tanto lo agradable como la prueba a que nos |
someta lo desagradable,
todo coopere a nuestro bien sobrenatural. |
Por esto se equivocan
quienes, al pensar en el Oratorio y saber que |
en él no se pronuncian los
votos de los religiosos, imaginan que las |
exigencias son menores.
San Felipe, toda la tradición oratoriana y las |
mismas normas internas,
como se refleja en las Constituciones, nos |
remiten al Evangelio y nos
enseñan que es la caridad la que nos lleva a |
las virtudes evangélicas,
del mismo modo que, en los religiosos, la |
caridad toma forma en los
votos que ellos emiten, tal como, a propósito |
del Oratorio, sentencia
Newman: «No puede darse la perfección |
espiritual sin la
observancia de los consejos evangélicos». |
Hemos citado con
frecuencia a John Henry Newman, fundador del |
Oratorio en Inglaterra,
hombre sabio y virtuoso, próximo a ser |
beatificado, que supo
penetrar la esencia de la obra de san Felipe, como |
lo demuestra especialmente
en las cartas que mandaba a sus hermanos |
cuando debía ausentarse en
sus repetidos viajes a Irlanda para fundar |
allí la Universidad
Católica, de la que fue primer Rector. También |
tenemos su testimonio en
los resúmenes de las pláticas que les dirigía y |
en algunos de los sermones
sobre san Felipe y en sus escritos |
autobiográficos. |
A pesar de todo lo que
hemos dicho, señalando estas tres notas, hay |
que tener muy presente que
las vocaciones que el Oratorio espera y |
que tienen más garantía de
éxito son las que han sido precedidas por el |
trato espiritual con los
mismos hijos de san Felipe y hubieran recibido |
de ellos dirección
espiritual y consejo prudente, después de haber |
reflexionado y hecho mucha
oración. Entrar en el Oratorio ha de ser |
como un nuevo nacimiento.
De hecho se ha repetido siempre que las |
verdaderas vocaciones
filipenses son las de quienes parecen «como |
nacidos para ser hijos de
san Felipe». |
23 (71) |
PRIMERA MISA |
SERRANO |
DEL PADRE |
JESÚS GARCÍA |
DE ESTE ORATORIO DE
ALBACETE |
DIOS MEDIANTE, |
PRESIDIRÁ, POR PRIMERA
VEZ, LA EUCARISTÍA |
EN LA FESTIVIDAD DE |
NUESTRO SANTO PADRE FELIPE
NERI, |
A LAS 8 DE LA TARDE |
DEL VIERNES, DÍA 26 DE
MAYO, DE 1995, |
AÑO DE LA CELEBRACIÓN DEL
IV CENTENARIO |
DE NUESTRO SANTO. |
LAUS DEO |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
PL San Felipe Neri, 1.
Apartado 162 - 02080 Albacete - D.L. AB 103/62 - 2.5.95 |
24 (72) |
|