Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 301. JULIO-AGOSTO.
Año 1995 |
SUMARIO |
ES CURIOSO. Cristo, que
quiere llevar al ideal |
más elevado a la humanidad
entera, no envía |
a sus apóstoles a los
grandes centros del saber |
de entonces, o del arte y
la civilización, ni los |
infiltra entre los
poderosos y los ricos del mundo |
(Alejandría, Atenas,
Roma...), para que adquieran |
mayor capacidad en su
misión a cumplir. Teme que |
los medios y artes
mundanos fácilmente corrompe- |
rían el mensaje divino.
Los quiere limpios de cora- |
zón y le basta mandarles
el Espíritu Santo «para |
que les complete el saber
de Dios y les recuerde lo |
que ya les había dicho». |
LOS DONES DEL ESPÍRITU
SANTO |
EL DÍA DESPUÉS |
ORATORIOS MUSICALES |
SABER SOBRIAMENTE |
LA HORA DEL ESPÍRITU |
ESTADOS DE VIDA EN LA
IGLESIA |
EL ORATORIO, MENOS
CLERICAL |
CONMEMORACIONES |
1 (73) |
Tiempo de oración: |
LOS DONES |
DEL ESPÍRITU SANTO |
Oh san Felipe, amadísimo
protector mío, |
acudo a ti y me pongo en
tus manos, y te |
pido que me alcances una
verdadera |
devoción al Espíritu
Santo. |
Haz que participe de tal
manera del amor |
que tú le tenías, que, así
como él se dignó |
descender de un modo
prodigioso a tu |
corazón y lo abrasó en
amoroso fuego, |
también a nosotros nos
favorezca con los |
variados dones de su
gracia. No permitas |
que permanezcamos fríos,
siendo hijos de |
un Padre tan fervoroso.
Implora para |
nosotros la gracia de la
oración y el gusto |
de contemplar las cosas
divinas; haz que |
adquiramos la fuerza
necesaria para |
dirigir nuestros
pensamientos y alejar las |
distracciones; consíguenos
el don de |
conversar con Dios, sin
jamás cansarnos de |
estar con él. |
Vaso del Espíritu Santo,
corazón ardiente, |
luz de santa alegría,
ruega al señor por |
nosotros. |
J. H. Newman, C. O., |
MD, I, 6 |
2 (74) |
El día |
después |
EL DÍA después de haber
empezado, el día después de haber terminado. El |
primero pide
perseverancia; el segundo, hacer balance, examen. No es po- |
co empezar, movernos y
salir de la inercia, dar vida, inyectar dinamismo a |
un proyecto, en el que
sembramos toda nuestra esperanza, con esfuerzo ilusio- |
nado. «¿Qué hacéis ahí,
decía el Señor, todo el día ociosos?» La vida es salir de uno |
mismo, y salir uno mismo.
No podemos delegar en otros la tarea que no aguarda; se |
equivocan los que siempre
necesitan suplentes y se hacen parásitos del prójimo para |
medrar, o aunque sea
solamente para subsistir, a cuenta de lo más inocentes o de |
los más trabajadores. Gran
parte de las injusticias de la humanidad tienen su origen |
en la
"especialización" de los egoístas, creadores de dependencias y
esclavitudes ma- |
quilladas, habilidosos en
hacer leyes o en burlarse de ellas, salvando las apariencias |
de legalidad.
Especialistas en aprovecharse de los demás, con tal de no cansarse ellos. |
No tendrán nunca "un
día después" para crecer en la ilusión, sino solamente el resque- |
mor aumentado del egoísmo
y, en el fondo, de la conciencia de su propia inutilidad |
o fragmentación personal.
No saben hacer ni quieren aprender a hacer, refugiados |
en su deformación de
aprovechados. Este espíritu puede llegar a crear imperios, pero |
sólo imperios de pocos
señores y muchos esclavos, con la amenaza por razón y la |
tristeza por cielo. |
Pero hay el día después de
haber terminado. Para el cristiano este día está más |
allá del tiempo; pero en
este, en el tiempo, hay hitos, pequeños rellanos que sostienen |
todo lo que se hace con
buena voluntad ―con voluntad buena―, que la providencia |
coloca como peldaños de la
ascensión a Dios. «Después, después, ¿y después qué?», |
preguntaba san Felipe Neri
a uno que corría tras promociones y éxitos y un porvenir |
halagüeño donde
instalarse, aunque sin caer en nada de lo que el mundo o la sociedad |
reputen inmoral, es decir,
sin abandonar el marco en el que se salvan los símbolos |
del decoro burgués,
distante de las miserias inelegantes, absurdas y sin poner un |
dedo para remediarlas. |
3 (75) |
«¿Y después?», insistía
van Felipe. Confundido por la pregunta repetida con in- |
sistencia por el Santo,
respondió, al fin, el joven con ilusiones solamente temporales |
Después, la muerte.
Después, decimos los cristianos, el balance. Rico o pobre, sabio |
o iletrado, joven o viejo,
honrado o despreciado, fuerte o enfermo... todo ha de ser |
valorado y administrado o
rechazado según lo que nos valga y sirva para "el día des- |
pués". Y no regulando
el análisis de decisiones previstas según un baremo reducido |
a mínimos ―que sería
otra dimensión del egoísmo: ¡además el cielo!―, sino contem- |
plando tiempo y eternidad
como un todo. Porque el día después de la obra de la vida |
terminada, será un día de
días, un Día que lleva inscrito todo, que contiene todo, ex- |
cluida la voluntad
mezquina, porque solamente vale la buena. No hay binomios ni |
contrastes; no hay tiempo
y eternidad, ni tiempo o eternidad: hay la vida en Dios, |
iniciada aquí, desde el
Bautismo, y por esto la sola moralidad ―¡de mínimos!― no |
basta, porque somos ya
«ciudadanos del cielo y sólo peregrinos en la tierra», y nues- |
tra aspiración no puede
ser reducida ni repartida. |
El día después del
cristiano es más que el día después del que estrena empleo, |
del que se acaba de casar,
del que obtiene un premio o alcanza una victoria o padece |
una derrota; es más que la
vida o que la muerte. Se ha empezado pero, de algún mo- |
do, no se ha acabado de
empezar, y el estreno sigue: va hacia su fin, pero es un fin de |
goce anticipado; un
esperar y tener, un ir y estar, un creer y comenzar a ver, según |
dejemos que vaya creciendo
en nosotros la docilidad al Espíritu de Jesus «que nos |
va enseñando», hasta que
un Día no habrá más días y «Dios lo será todo en todos». |
Dos nuevas iglesias |
dedicadas al beato José
Vaz, C. O. |
Desde que Juan Pablo II
beatificó al padre José Vaz, del |
Oratorio, el 21 de enero
de este año, han sido dos los templos |
dedicados al nuevo beato.
El primero de ellos fue consagrado |
por el arzobispo de
Colombo, en la misma fecha de la |
beatificación, en Makola,
que es un barrio de aquella populosa |
ciudad. La segunda tuvo
lugar en la diócesis de Chilaw, |
sufragánea de la anterior. |
El Papa se ha dirigido
recientemente a los 35.000 sacerdotes |
nativos de Asia, y les ha
recordado el ejemplo del ilustre hijo |
del Oratorio de San Felipe
Neri, presentado como «primer |
misionero asiático», para
que le imiten en la evangelización de |
su continente. |
4 (76) |
ORATORIOS MUSICALES. |
Escarlatti y Bagnoli. |
LA NOTICIA del primer
"ora- |
torio musical"
dedicado pre- |
cisamente a la figura de
san |
Felipe Neri se debe al
músico Ales- |
sandro Escarlatti, que lo
compuso |
al finalizar el s. XVII.
El argumen- |
to consiste en un diálogo
entre el |
Santo y las virtudes de la
Fe, Es- |
peranza y Caridad, con un
himno |
final. En el mes de mayo
pasado |
tuvo lugar su estreno en
España |
por la Capella Oratoriana
de la |
Congregación del Oratorio
de Pal- |
ma de Mallorca, dirigida
por los |
maestros Gori Marcus y
Joan Com- |
pany. El encargado de la
traduc- |
ción literaria al catalán
fue Salva- |
tore Penna. El concierto
constituyó |
un éxito más de la citada
Capella. |
Nosotros lo destacamos,
entre otras |
manifestaciones musicales
celebra- |
das en este IV Centenario
de san |
Felipe, por estar
dedicado, como |
hemos dicho, a glosar
artísticamen- |
te la figura de nuestro
Santo. |
Pero esta celebración nos
trae a |
la memoria otro
"oratorio musi- |
cal", dedicado
también a la figura |
de san Felipe, estrenado
en 1922 |
en el Oratorio de
Florencia, en el |
cual destacaba la calidad
literaria |
del padre Alessandro
Naldi, C. O., |
autor del poema, cuyo
primer canto |
nos atrevemos a traducir
para nues- |
tros lectores. Mientras en
la obra |
musicada por Escarlatti
domina la |
elevación conceptual de
las virtu- |
des teologales, la poesía
de Naldi |
discurre, más concreta,
por la suce- |
sión resumida de la vida
del Santo. |
La primera cantata, que se
titula |
L'ADDIO A FIRENZE, nos
presenta al |
jovencito Felipe, en el
momento |
de dejar Florencia, por
indicación |
de su padre, que desea
asegurarle |
mejor porvenir junto a su
tío en |
San Germán, donde se
ejercitara |
en los negocios. |
La voz de la sangre agita
el co- |
razón de Felipe, tierno,
demasiado |
tierno aún, para
conformarse sú- |
bitamente a dejar su amada
Flo- |
rencia. Todo cuanto le ha
rodeado |
hasta entonces se anima y
habla |
5 (77) |
a su joven corazón. Oye la
VOZ DE |
LAS CAMPANAS, y aquel
sonido que |
antes se perdía,
meciéndose en las |
ondas de los ecos que
recogían los |
leves montes del valle del
Arno, |
ahora llama a su corazón
con alda- |
bonazos de amigo
entristecido y |
dulcemente exigente: |
¿Por qué nos dejas? |
Para ti mueren |
ya nuestras voces |
como la tarde... |
Nuevos repiques |
serán lejano |
señal del alba, |
y sentirás |
viva tristeza, |
tal vez llores... |
¿De veras partes |
y nos olvidas? |
También LOS LIBROS, los
fieles |
amigos que le han iniciado
en el |
conocimiento de las letras
y ayu- |
dado en el de las
virtudes: |
¿Es cierto cuanto dicen
las campanas |
que partirás y que estarás
muy lejos |
por mucho tiempo? |
Pero una voz nueva,
desconoci- |
da hasta entonces, quiere
alejar, |
osadamente y con falacia,
las voces |
amigas que conmueven al
jovenci- |
to. Es la VOZ DEL DINERO: |
El niño abre los ojos: |
un gran libro de cuentas
le conviene |
que enseñe el arte de los
mercaderes, |
hacer fortuna y disfrutar
del mundo. |
Sí, una nueva vida se abre
a los |
ojos de Felipe, con una
fuerza real- |
mente tentadora. Pero él
tiene asi- |
do el corazón al recuerdo
de toda |
su infancia. Contempla el
pequeño |
montón de libros, fieles
amigos que |
no querría dejar, pero que
no pue- |
de llevar consigo. Ellos
le despier- |
tan los recuerdos más
caros: son |
libros que le han dado los
frailes |
6 (78) |
de San Marcos, sus
primeros maes- |
tros, principalmente del
alma; re- |
cuerda aquel convento que
él cono- |
ce casi como su propia
casa, donde |
la bondad, la piedad y el
saber de |
sus moradores tantos
horizontes de |
luz abrieron a su alma
inocente y |
sedienta de Dios; aquellas
celdas y |
corredores iluminados por
las ex- |
táticas y simplicísimas
pinturas del |
beato Angélico, perfumados
por el |
recuerdo de san Antonino,
cálidos |
aún por la energía y celo
religioso |
y patriótico de
Savonarola... |
¿Cómo? ¿Tú puedes ser
ingrato, Pippo Buono? |
Recuerda tu San Marcos y
los frailes, |
las pinturas ingenuas del
Angélico, |
recuerda del saber la gran
dulzura, |
recuerda a los amigos que
te abrieron |
las alas del amor que a
Dios te lleva. |
¿Acaso no endulzábamos tu
infancia? |
¿Por qué nos dejas? Queda
con nosotros. |
Y suena otra vez el rumor
de la |
VOZ DE LA FORTUNA,
cascabeleando |
de monedas, que promete y
que |
miente, pero que cautiva,
como un |
río de aguas doradas que
pretende |
apagar todas las sedes... |
Piezas doradas, limpias y
lucientes, |
rumor de seda con galones
de oro. |
Te lo ofrecemos todo:
cielo y tierra. |
Somos semilla de todos los
bienes, |
pues sin nosotros te
espera el desprecio. |
¡Ven a gozar, que todo lo
tendrás! |
FELIPE sufre y clama al
Señor: |
¡Piedad, Señor! ¡Qué lucha
siento en mi! |
Si no me ayudas, temo
fallecer. |
¡Pobre Pippo Buono!
¡Cuánto ha |
amado a los seres y a las
cosas que |
le rodean! Es como el
despertar de |
un sueño, pues hasta ahora
había |
rezado y jugado, y todos
le querían |
porque era bueno; pero
desconocía |
el dolor, o por lo menos,
no había |
sufrido solo. Ahora sí.
LAS COSAS |
AMADAS le decían: |
7 (79) |
¿En vano habremos sido
tanto tiempo |
fieles amigos tuyos noche
y día? |
Siempre gozosos al velar
tus juegos, |
¿hemos envejecido antes de
tiempo? |
¿A dónde vas? En vano
buscarías |
la dulce imagen de la
Virgen Santa, |
que te sonríe desde que
naciste |
y llena tu alma de piedad
profunda: |
en torno de tu mesa, con
los tuyos, |
tu padre, tus hermanas y
tu abuela, |
que te ama tanto y llora
silenciosa. |
¿Quién te dará el amor, si
te vas lejos |
a hacer acopio de monedas
de oro? |
No des oído a sus malignas
voces: |
puedes quedarte aquí, ya
para siempre. |
Y las VOCES DE LAS
MONEDAS, co- |
mo estrellas doradas que
lucían en |
aquella noche de dolor
porque pa- |
saba su alma, querían
distraerle y |
seducirle: |
Fulgor y luz y fuego,
somos llamas |
y en estas llamas arde el
mundo entero. |
FELIPE exclama, fatigado
por la |
lucha: |
No tengo ni una voz que me
consuele |
y que me eleve el alma a
donde ansío: |
amigos y enemigos se han
unido |
contra mí todos y no sé
qué hacer, |
si quedarme o partir... |
Pero corta este combate
tortura- |
dor, LA VOZ DEL PADRE que
llama |
Felipe, pues todo estaba
preparado |
a para partir. Le llama
impaciente: |
Felipe, ven: |
la diligencia aguarda a
que tú subas. |
8 (80) |
Obedeciendo, no ha de
temer se- |
ducciones. Dios le
llevará. Aunque |
el sacrificio le cueste,
le consuela |
LA VOZ DEL SEÑOR, que
siente en lo |
íntimo de su alma: |
Déjate conducir por esa
mano, |
que cruzarás el mundo sin
naufragios. |
FELIPE obedece a su padre
por- |
que cree que así obedece a
Dios: |
Heme aquí, Padre, a seguir
tu palabra. |
Esta docilidad en
abandonarse al |
beneplácito divino ha de
propor- |
cionarle la mayor de las
riquezas: |
la santidad. LAS CAMPANAS
repi- |
can a gloria, porque
presienten el |
futuro de Felipe: |
Un gran tesoro buscas en
el mundo |
que ningún fuego puede
consumir. |
Y LOS LIBROS anuncian que
una |
más alta sabiduría
germinará en su |
corazón: |
Una sabiduría alcanzarás |
que te hará santo y sabio
eternamente. |
TODAS LAS VOCES JUNTAS,
las so- |
noras campanas, los fieles
libros, |
las cosas amadas, elevan
hacia Dios |
sus voces. Felipe parte y
no las oye, |
pero profetizan su gloria: |
¡Hemos glorificado al alma
santa! |
Te llamaremos siempre
Pippo Buono. |
Ante el Señor se cantará
tu gloria. |
La gloria de los Santos:
el amor. |
Haber buscado y haber
amado con |
todas las fuerzas, con
toda el alma, |
a Dios. |
(continuará) |
¡Tiempos malos, tiempos
difíciles!, dicen los hombres. Vi- |
vamos practicando el bien,
y los tiempos serán buenos. |
Los tiempos somos
nosotros: cuales somos nosotros, ta- |
les son los tiempos.— San
Agustín, siglo V. |
|
9 (81) |
Saber sobriamente. |
San Felipe y los libros. |
SAN FELIPE NERI no despre- |
ciaba los saberes. Sus
biógra- |
fos cuentan que, ya
anciano, |
discutía todavía sobre
cuestiones |
de teología con jóvenes
estudiantes |
a los que dejaba admirados
por su |
lucidez mental al manejar
argu- |
mentos; bromeaba jugando
con si- |
logismos para alertar las
impru- |
dencias contra la virtud.
Sabemos |
también que conocía la
literatura |
italiana, no solamente en
la ver- |
tiente más popular, como
podría |
ser el caso de Giovanni
Mainardi |
(más conocido como el
Piovano |
Arlotto), sino la
literatura italiana |
de los primeros autores
que se in- |
dependizaban del latín,
como Ia- |
copone da Todi, cuyas
poesías se |
leían y comentaban en las
prime- |
ras reuniones del naciente
Orato- |
rio, o de los posteriores,
como |
Francesco Petrarca, al que
imita en |
los propios escarceos
poéticos, e |
incluso de Dante, de quien
toma |
las primeras palabras,
referidas a |
la Virgen María, en el
célebre can- |
to con que el poeta divino
cierra |
la Divina Comedia:
«Vergine ma- |
dre, figlia del tuo
Figlio...» Pala- |
bras que, para Felipe,
resumían la |
vocación y toda la gloria
de María. |
Felipe emergía del
humanismo |
florentino, aliado
inmediato con el |
fenómeno de la imprenta y
los pri- |
meros libros. Sabemos que,
en la co- |
munidad de la Vallicella
hubo una |
imprenta, la cual, aunque
rudimen- |
taria, podía suponer,
entonces, más |
que una batería de
ordenadores en |
nuestros días. |
Felipe dedicó su vida de
laico |
a la oración
―larguísima― y al |
apostolado, y trabajó y
vivió en |
pobreza, para no ser
gravoso a na- |
die, pero dedicó un tiempo
a estu- |
diar filosofía y teología.
Más tarde, |
en su comunidad, estimuló
a sus |
primeros discípulos no
solamente |
al estudio de las ciencias
sagradas |
y la historia de la
Iglesia, sino al |
arte, la música, incluso,
a uno de |
ellos (Consolino) al
estudio de la |
medicina además de la
teología. |
Y, si fue así, nos
preguntamos: |
¿por qué vendió sus
libros, en un |
arrebato del que a nadie
dio ra- |
zón, cuando, al menos como
refe- |
rencia, tan útiles le
podían ser, |
10 (82) |
aunque hubiese seguido de
seglar? |
Se puede imaginar que tal
vez para |
socorrer una necesidad
urgente de |
algún pobre, o de varios,
andando |
como andaba entre obras de
mise- |
ricordia, siempre
necesitadas de li- |
mosnas. Pero nos atrevemos
a con- |
templar otra hipótesis,
que creemos |
más probable, si atendemos
a su |
espíritu y modo que tenía
de mor- |
tificar la vanidad de los
sabios" |
que tenía en casa, una vez
estable- |
cida la vida comunitaria
del Ora- |
torio. |
El orgullo o simplemente
la |
vanidad era el enemigo que
más |
temía para cuantos amaba.
Su |
exigencia no procedía de
ningún |
método preconcebido sino
de una |
sabiduría experimentada en
sí mis- |
mo, como cuando imponía
largo |
servicio en la sacristía a
Baronio, |
para "dar
gracias" de un éxito lite- |
rario, u obligar a otro a
realizar |
una acción o
representación ridí- |
cula que, al menos,
suponía "mal- |
gastar" un tiempo y
algunas ener- |
gías que hubieran podido
ser más |
útiles empleándolas de
otro modo. |
Le gustaba, para los
suyos, la lim- |
pieza, el aseo, los buenos
modales, |
la gentileza, pero
escarnecía las |
elegancias, los modos
pretenciosos, |
el vestido y porte
atildado y, más |
que todo, la vanidad
intelectual. ÉI |
conocía, había visto,
había oído |
palabras, discursos,
exhibiciones |
cortesanas y engoladas;
sin duda, |
había padecido y temido
esas ten- |
taciones que el mundo
fácilmente |
justifica con razones que
sirven |
para todo, pero que
soslayan erra- |
dicar lo esencial de los
desvíos ba- |
jo apariencia de bien o
decoro. |
Habría leído, sin duda, a
san Pa- |
blo, en un paso cuya
traducción |
modernamente ha sido
comple- |
mentada, pero que en su
tiempo, |
la que leyera san Felipe,
decía ta- |
jantemente, en la Biblia
Vulgata |
que él leyó: «conviene
saber, pero |
saber no más de lo que
sobriamente |
conviene» («non plus
sapere quarn |
oportet sapere, sed sapere
ad gob- |
rietatem», en Rom 12, 3).
Y lo tomó |
a rajatabla, para sí
mismo. Y luego |
para los suyos, si bien
los dejó e |
hizo estudiar, incluso con
insisten- |
cia, sin excusarles, sin
embargo, de |
trabajos manuales, como de
fregar |
perolas y hacer la cocina,
además |
de otras verdaderas
humillacio- |
nes. |
En su mismo tiempo santa
Tere- |
sa diría a sus hermanas de
comuni- |
dad: «Para mí, no creo que
haya |
otra humildad que la que
consiste |
en padecer humillaciones». |
«Toda la santidad está en
tres |
dedos de frente», en «la
racional», |
la inteligencia. Sería
terrible enri- |
quecerla para ser exhibida
o para |
complacerse en sí misma.
Lo mis- |
mo que hay deportes
inventados |
para suplir actividades
más salu- |
dables, aunque eludidas
por menos |
elegantes. |
11 (83) |
La hora del Espíritu |
TODOS queremos |
atar el futuro a |
nuestro presen- |
te. En ello puede ha- |
ber, además de cierta |
miopía espiritual, un |
poco de vanidad: |
que estamos nosotros, |
creemos que "ya es- |
tamos todos". Surge |
el error de querer in- |
fluir más allá de lo |
que alcanzamos o de |
lo que nos correspon- |
de, del complejo de |
resarcimiento al ex- |
perimentar nuestra |
pobreza o limitación. |
Sin embargo, al com- |
probar estos mismos |
límites, nos debiéra- |
mos convencer de que es
vano dirigir energías fuera de lo que inmedia- |
tamente nos afectan; el
esfuerzo desperdiciado nos aleja o distrae de lo |
que en realidad y verdad
nos corresponde y compromete, y que, de paso, |
está más cerca de
nosotros. Nos olvidamos, cuando hacemos profesión de |
nuestra fe en Dios, de que
él solamente tiene presente. |
La hora de Dios es esta
hora: ahora. La eternidad lo contiene todo |
en su presente. Sucede
también en nosotros mismos, que las categorías de |
pasado y de futuro,
solamente podemos verlas mentalmente e interpre- |
12 (84) |
tarlas desde la
presentidad fluyente de nuestra conciencia. Presentidad |
que lo relativiza todo,
menos el absoluto de Dios. |
Los santos han cometido
menos errores que nosotros y no han des- |
perdiciado el tiempo,
porque se han detenido a pensar en este absoluto |
y lo han contemplado en
presente o, mejor, como "presencia". Cuando |
nos referimos a éxtasis de
los santos, no los interpretemos como parén- |
tesis de inmovilidad o
quietud, sino como actividad del espíritu, profun- |
dísima. «Mi Padre es
activo, y yo también, decía Jesús. La fe es interior |
y es desde esta
profundidad que podemos comenzar a conocer a Dios, |
mientras caminamos, como
una "presencia". La presencia de Dios desde |
la intimidad de nuestro
ser, y su providencia cuando contemplamos el |
orden creado por él, el
cual nos envuelve y conjuga con el resto de |
la creación y de las
maravillas de la gracia, de la que también somos |
objeto. |
Todo es presencia y
providencia divina. Si lo olvidamos, nos perde- |
mos y confundimos en la
soledad profunda de nuestro ser, aunque pre- |
tendamos substituir el
olvido con nuestras astucias, previsiones, cálculos |
y políticas. Y no
entendemos la vida y el mundo, que nos parecen absur- |
dos. El recurso a las
enajenaciones temporales tampoco nos hace felices, |
porque todo padece el
riesgo de la falsificación y se sostiene en precario. |
No existen sucedáneos para
el espíritu, para la verdad y para Dios. |
La primera conversión de
los verdaderos santos fue siempre un mi- |
lagro de transparencia,
sincera y limpia, y por esto, tal como prometen |
las bienaventuranzas
evangélicas, «vieron a Dios» y fueron derechos ha- |
cia él, bañados en su luz.
Todo lo demás fue, en ellos, una consecuencia |
y desarrollo de esta
primera visión del Absoluto, sorprendente e inclinán- |
dose hacia ellos, en un
misterio de Persona a persona, que no destruía |
la libertad humana
mientras la invadía, sino que la ampliaba y compro- |
13 (85) |
metía para un amor más
grande que el simplemente humano y, por ello, |
necesitado de un espacio
mayor que el temporal. |
Cuando nos referimos a las
gracias místicas de los santos, queremos |
señalar esta invasión
divina y amorosa del aliento de Dios en ellos, a |
la que inmediatamente
corresponden, sin preocupación para medir esta |
respuesta ni sistematizar
la actividad que su gratitud inspiraría. Por esto |
nos resulta tan difícil
comprender su talante espiritual. Rozamos lo ine- |
fable. San Felipe Neri
decía que «quien deseaba gracias místicas no sa- |
bía lo que pedía». Lo
mismo que san Juan de la Cruz cuando se refería |
a Dios y a los mensajeros
de Dios que «no saben decir» o de Dios «van |
refiriendo /...un no sé
qué que quedan balbuciendo». |
De san Felipe se dice que
era asistemático, libre, aparentemente im- |
provisador, que tenía un
trato para el espíritu de cada uno de sus hijos |
espirituales, que su
apostolado rehuía lo excesivamente organizado, que |
mandaba poco, pero exigía
mucho; que entendía y practicaba la direc- |
ción espiritual no como el
que tira de las almas para llevarlas a Dios, |
sino como el que va detrás
de ellas mientras siguen a Dios, y las advierte |
si se desvían. Se le ha
llamado «apóstol de la alegría»; la suya no era la |
que invade desde fuera por
los estímulos de la diversión y hasta del mal |
gusto, sino la nacida de
la paz del alma frente a Dios y con los hermanos. |
No inventó un sistema
especial para la oración, pero comparaba a quien |
no la tenía, con los
brutos animales; aconsejaba a los que la encontraban |
difícil, que fueran
humildes en la presencia del Señor e invariablemente |
éste acogería sus palabras
y llenaría su pensamiento, sin distracciones. |
Decimos la oración, pernio
del Oratorio. De ella tenía él larga y pro- |
funda experiencia, tanto
cuando de adolescente después de ella dejó un |
porvenir halagüeño, al
renunciar a la herencia de unos parientes ricos |
que querían prohijarlo,
como, sobre todo, cuando todavía seglar, tuvo la |
extraordinaria experiencia
mística, en el Pentecostés de 1544, del Espíritu |
Santo invadiendo su alma,
en una de esas largas horas de oración junto |
a las tumbas de los
mártires, en las catacumbas de San Sebastián. Expe- |
riencia que, por una
parte, era cima de un crecimiento interior espiritual |
y, por otra, punto de
arranque de una entrega más radical a Dios, aunque |
ni siquiera, de momento,
se le ocurriera hacerse sacerdote. |
Su época parecía
necesitada de grandes reformas y de obras bien cal- |
culadas para organizar
trabajos apostólicos que devolvieran a la Iglesia |
una apariencia y
testimonio de santidad que los tiempos habían oscure- |
cido. Seguramente era así
y otros los emprendieron. Sin embargo, Felipe, |
14 (86) |
siempre activo, pero
siempre tras largas horas de oración, ayunos y es- |
caso sueño, sin alterar su
semblante y compostura serena y amable, no |
hizo planes, pero llenó su
cotidianidad de apostolado y caridad y llegó a |
encontrarse con una obra
que no había pretendido fundar ―el Oratorio― |
que sirvió admirablemente
para fomentar y formar los espíritus para vi- |
vir en la cotidianidad
conectada con Dios, hasta resultar imposible com- |
prender su obra sin
relacionarla con el sentido de su vida mística, de ora- |
ción. El Oratorio es hijo
del espíritu y talante de san Felipe, en el que, sin |
precipitaciones ni
impaciencia para grandes y espectaculares proyectos, |
derramó toda su
experiencia de Dios, guardada en el rescoldo de su alma, |
«que había subido al
cielo» muchas veces y que rezumaba gracia de Dios. |
En la Roma de su tiempo,
Felipe representó el Santo que, sin lamen- |
tar males pasados ni
edificar ensoñaciones imposibles, supo, sin embargo, |
anclarse en el presente,
no como una limitación inhibitoria, sino porque, |
desde la fe, el presente
es lo que más se parece a la eternidad, que él mis- |
mo comenzaba a vivir, y
que sólo tiene presente. Presente y presencia di- |
vina, caminar por la
tierra pero con el corazón subiendo al cielo, y tra- |
tar con los hombres de
Dios, habiendo tratado antes con Dios de sí mismo |
y de los hombres. La hora
es el ahora. El Concilio Tridentino, celebrado |
entonces, promulgaría
decretos reformadores de indudable repercusión, |
pero repercutiría todavía
más la vida y el ejemplo de los santos contem- |
poráneos, y Felipe fue el
santo de Roma para aquella hora, que era una |
hora espiritual, como son
todas las horas de Dios. |
Técnica y modo de . |
Hoy, aquí, habéis usado la
técnica oratoriana: uniendo sus talentos, jóvenes |
de diversas parroquias y
grupos, artistas, bailarines, músicos, cantantes y |
actores nos han sugerido
un modo concreto de evangelización. Todos |
podéis hacerlo, dado que
la evangelización debe insertarse en la vida |
cultural de una comunidad.
En efecto, ¿qué es la cultura sino el conjunto |
de conocimientos, valores,
tradiciones y modos de vida típicos de un pueblo |
o toda la humanidad? La
cultura es la vida misma de los hombres. Por |
tanto, si cada uno de
vosotros se esfuerza por desarrollar las capacidades |
que el Señor le ha dudo,
se convertirán todos en evangelizadores capaces |
de animar la cultura de
nuestra ciudad. Jóvenes de Roma, que resuenen |
en vosotros las palabras
de Jesús: «Como el Padre me envió, también yo |
os envío». Acogedlas como
hizo san Felipe Neri en aquella noche de |
Pentecostés, en las
catacumbas de San Sebastián, convirtiéndose en apóstol |
de Roma, en el segundo
patrono de Roma. Llevad a Roma la alegría de |
Cristo resucitado.— Juan
Pablo II, Pascua de 1995 |
|
15 (87) |
ESTADOS DE VIDA |
EN LA IGLESIA |
● «Vuelto Jesús y
viendo que le iban siguiendo, les dice: |
¿Qué buscáis? Ellos le
dijeron: Rabí (que traducido quie- |
re decir
"Maestro"), ¿dónde moras? Díceles: Venid y |
lo veréis. Fueron, pues, y
vieron dónde moraba, y se |
quedaron con él aquel día.
Sería la hora undécima» |
(Jn 1, 38-39). |
● «Jesús le dijo: Si
quieres ser perfecto, ve, vende cuanto |
tienes dalo a los pobres,
y tendrás un tesoro en el cie- |
lo; y vuelto acá, sígueme»
(Mt 19, 21). |
«Jesús les dijo: En razón
de vuestra dureza de corazón |
os escribió Moisés este
precepto. Mas desde el principio |
de la creación hombre y
mujer los creó Dios. Por eso |
dejará el hombre a su
padre y madre, se unirá a su es- |
posa, y serán los dos una
sola carne. Lo que Dios, pues, |
unió el hombre no lo
separe» (Mc 10,5-9). |
● «Y respondiendo le
dijo Jesús: Marta, Marta, te inquie- |
tas y te azaras atendiendo
a tantas cosas, cuando una |
sola es necesaria. María
ha escogido para sí la mejor |
parte, que no le será
quitada» (Lc 10, 41-42). |
● «Dicente los
discípulos: Si tal es la situación del hom- |
bre respecto de la mujer,
no vale la pena casarse. Él les |
dijo: No todos son capaces
de comprender esta palabra, |
sino aquellos a quienes se
ha dado» (Mt 19, 10-11). |
● «En verdad os digo
que esta viuda pobre echó más que |
todos; pues todos echaron
en las ofrendas de Dios lo |
que les sobraba; pero
ella, de su indigencia, echó todo |
lo que tenía para vivir»
Lc 21, 3-4). |
16 (88) |
El Oratorio, |
menos clerical |
CUANDO en el Código de
Derecho Canónico se habla |
de las formas de vida
evangélica aprobadas por la |
Iglesia, evita lo más
posible multiplicar |
clasificaciones, pero hay
una, heredada de la |
anterior legislación,
insatisfactoria para los |
modernos canonistas, pero
que de momento parece |
prácticamente inevitable:
es la que establece la diferencia |
entre dos grandes clases
de obras o institutos que siguen los |
consejos evangélicos.
Estos tipos reciben el nombre de |
clericales y laicales,
según que por su naturaleza, índole y |
fin, incluyan o no el
ejercicio del orden sagrado. |
En los institutos
masculinos clericales son elegibles para |
superiores solamente los
miembros que han recibido el |
orden sagrado del
presbiterado. Pero, a partir del nuevo |
Código, en algunos
institutos de esta clase, en virtud de su |
derecho propio pueden
también los laicos gozar de voz |
activa, es decir elegir
sin que ellos sean elegibles. Esto es |
posible en el Oratorio. Se
supera así, de alguna manera, el |
criterio que asocia la
autoridad con el sacramento del orden. |
La exclusión radical de
los miembros laicos en la |
participación de
decisiones colegiales tenía el riesgo, aunque |
no la intención, de llevar
a la sacralización del poder; si |
bien, realmente obedecía
al supuesto de que los clérigos |
17 (89) |
poseían mayor instrucción
para asumir idóneamente |
responsabilidades comunes
al participar en decisiones |
importantes. El problema
desaparece cuando se da a todos, |
clérigos y laicos, la
debida formación e instrucción que les |
capacita y homologa entre
sí. |
El nuevo Código (1983), al
mencionar esta doble |
clasificación, advierte
(c. 588) que, por naturaleza, el estado |
de vida consagrada (o
llamada también evangélica), no es ni |
clerical ni laical. Y es
en el c. 573 donde se da una |
descripción de qué
entiende la Iglesia por esta vida o estado |
reconocido y amparado en
su ley, porque le atañe puesto |
que pertenece a su propia
vida y santidad (c. 574). |
Es oportuno recordar que
las primeras formas de este |
estado o vida de
seguimiento de Jesús por los consejos |
evangélicos, apenas
habrían permitido esta clasificación, |
porque la inmensa mayoría
de sus miembros —nos |
referimos a las
iniciativas solamente masculinas― carecían |
del orden sagrado: así los
Padres del desierto, y el mismo |
san Benito, fundador del
monacato occidental, y ni san |
Francisco de Asís, ya en
el siglo XIII, habían sido ordenados |
presbíteros, y figuran, no
obstante, en la lista de los más |
grandes fundadores. Fue en
el siglo XVI, durante la |
Contrarreforma, que se
potenció el significado del orden |
sagrado y con ello se
desarrolló la dignificación de los |
ordenados, no sin que en
ello se arrastraran algunas ideas y |
formas feudales, de las
cuales perviven todavía ciertos |
detalles sublimados en el
rito sacramental de la ordenación. |
Pero actualmente, sin que
mengüe el respeto por el |
sacramento del orden, se
acentúa la responsabilidad de |
servicio en quienes lo
reciben, según el aserto de san |
Agustín cuando afirmaba
«Soy obispo para vosotros, pero soy |
cristiano con vosotros». Y
se refería a todos los bautizados. |
18 (90) |
San Felipe, en pleno
Renacimiento, cuando decidió |
entregarse totalmente a
Dios, no pensó, en un primer |
momento, hacerse
sacerdote, a pesar de llevar una vida de |
oración y apostolado, y
haber hecho, sistemáticamente, |
estudios de la teología
católica. Pensó que no le era |
necesario, o que, como
seglar, tal vez podía llegar a más |
lugares para hacer el
bien. Después fue convencido para que |
recibiera la ordenación
sagrada, y se ordenó siguiendo el |
consejo que recibió de
Persiano Rosa, su mentor espiritual. |
De su celo y abnegación
surgió, sin haberlo programado |
previamente, la que sería
su obra genial, el Oratorio. No |
porque hubiese intentado
convencer a algunos de sus hijos |
espirituales más
fervorosos y proponerles que se hicieran |
sacerdotes para su
proyecto apostólico, sino que, puesto a |
servir a cuantos se
acercaban a él, no daba abasto, y fue |
entonces cuando, primero a
uno, después a otro, y otro, y |
más... según la necesidad
de ser ayudado en su apostolado, |
iba llevando a los más
fervorosos de sus discípulos a que |
recibieran el sacramento
del orden. No porque anduviera, en |
primer lugar, buscando a
quien convencer de que tenía |
vocación, sino porque la
conveniencia y necesidad de las |
almas que acudían
necesitaban, como la mies de la parábola, |
más obreros, La
experiencia transitoria de sus primeros |
discípulos en San Juan de
los Florentinos, se debió, en |
buena parte, a que no
cabían en la no espaciosa casa de San |
Jerónimo de la Caridad.
¡Respiraron al conseguir casa |
propia, en la Vallicella,
y pudieron dejar la iglesia nacional |
de los florentinos! |
Por eso decía san Felipe
que él no había fundado el |
Oratorio; que había sido
inspirado por la Virgen y fundado |
por el Espíritu Santo; que
si tuviera que poner un nombre |
a los suyos, les llamaría
hijos del Espíritu Santo. San Felipe |
no concibió nunca una
comunidad de sacerdotes sin que |
19 (91) |
tuviera que atender su
obra, el Oratorio, y no nos |
equivocaríamos si
afirmáramos que habría preferido un |
Oratorio (pueblo seglar
sobre quien se ejerce el apostolado |
según su estilo) sin
comunidad sacerdotal, a una comunidad |
sacerdotal sin Oratorio de
seglares, o secular como |
originalmente se le
llamaba. El ideal, no obstante, era que |
hubiera una comunidad
―Congregación― de sujetos |
ordenados junto con otros
que no lo fueran, pero todos |
comprometidos en el
servicio del Oratorio. |
Por eso creemos poder
afirmar que, en una época de |
reformas tirando a
clericales, la obra de san Felipe lo fue |
bastante menos que otras. |
«PENSAMIENTOS». |
JOHN HENRY NEWMAN. |
Con este título acaba de
aparecer, |
publicado por Editorial
Claret, de |
Barcelona, un pequeño
libro que |
juzgamos muy útil para
iniciarse |
en el conocimiento de John
Henry |
Newman. Contiene una
selecta an- |
tología de sus
pensamientos, ela- |
borada por el P. Charles
Stephen |
Dessain, del Oratorio de
Birming- |
ham, biógrafo y estudioso
del gran |
convertido de Oxford.
Lleva una in- |
troducción de Mons. Jean
Honoré, |
arzobispo de Tours y
reconocido |
newmaniano. |
20 (92) |
Conmemoraciones |
NECESITAMOS las conmemo- |
raciones no para recordar |
historia y convertirla en
he- |
ráldica blasonada, sino
para reco- |
ger lo todavía vivo y
vivificador |
en esa historia y hacerla
nuestra, |
contemporánea, como lo que
con- |
cierne a nosotros mismos,
en nues- |
tro tiempo y nuestra
circunstancia. |
Lo demás sería vanidad,
incluso a |
nivel simplemente humano,
si la |
memoria la dedicábamos a
sólo |
quitar el polvo de la
fosilización |
del pasado, sea de los
éxitos o fra- |
casos de los hombres, de
sus héroes |
o de sus santos. |
La Iglesia conmemora
constante- |
mente a Cristo,
perviviente en su |
misterio, con una memoria
de pre- |
sente, como vivencia
mantenida y |
celebración que no se
agota, con |
sabor continuo de novedad,
desde |
la interioridad espiritual
hasta su |
proyección en la vida,
ideales, |
obras decisiones de los
que per- |
severan en la fe de Cristo
y la gra- |
cia del Bautismo. |
Por esto, los cristianos,
en nues- |
tras conmemoraciones,
vinculadas |
siempre a la providencia
divina, |
cuando recordamos el
ejemplo y |
las obras de los santos,
nos detene- |
mos en lo que de ellos
queda y el |
tiempo ha guardado para
nosotros, |
como herencia
continuamente re- |
nacida, en el huerto
cerrado de la |
juventud inmarcesible de
la Igle- |
sia. A ello nos invita, a
los oratoria- |
nos, el IV Centenario de
la muerte |
de nuestro Padre san
Felipe Neri, |
que ahora acabamos de
celebrar. |
El calendario que divide
la medi- |
da del tiempo es siempre
conven- |
cional, como las etapas en
que po- |
demos detener nuestra
memoria; |
podríamos fijar más fechas
y cen- |
tenarios y, de acuerdo con
otros |
repartos, proclamar más
conmemo- |
raciones, aun a riesgo de
trivializar |
la bondad de lo que
celebramos. |
Sin embargo, siempre que
hayamos |
decidido optar por una
fecha, en |
aniversarios, jubileos,
siglos o eda- |
des, sacaremos un
beneficio espiri- |
tual si, dejando la
hojarasca de los |
homenajes que no superan
la pre- |
cariedad de la pompa
mundana, |
tales conmemoraciones nos
estimu- |
lan para renacer a ideales
que se |
21 (93) |
nos olvidaban, todavía
vigentes, |
pero que nos urgen porque
son co- |
mo las herencias que
comprometen |
y que el paso del tiempo,
tanto si |
lo dividimos en siglos
como en días |
y horas, no invalidan ni
disminu- |
yen su fuerza mística y
carismáti- |
ca original, para cada uno
y para |
todos cuantos, en
constelaciones |
ordenadas por la
Providencia, ha- |
yamos sido vinculados en
los pe- |
queños universos del vasto
campo |
de la Iglesia, en la que,
mientras |
miran a Dios y andan la
vida, pa- |
so y camino casi se
identifican. |
Es verdad que, en el surco
del |
tiempo, germinan las
semillas y se |
recogen las cosechas, pero
también, |
al mirar demasiado a la
tierra, se |
oxidan los ideales o nos
distraen |
las baratijas que
entretienen des- |
perdiciando fuerzas que no
dedi- |
camos al tesoro escondido,
que lo |
merece todo. Por eso las
conmemo- |
raciones, el hacer
presente una y |
otra vez el arquetipo de
lo bueno |
y verdadero, son
celebraciones le- |
gítimas, para agradecer
dones que |
parecen antiguos, a pesar
de que |
llevan el sentido vivo y
real de |
lo presente. Es la hora
―lo es |
siempre, mientras
vivimos― de |
corregir errores y crecer
en fideli- |
dades. |
El padre Consolino,
discípulo |
predilecto de san Felipe,
gozaba en |
la celebración de las
fiestas, imi- |
tando en esto a su santo
maestro; |
pero como éste, sabía
combinar el |
gusto por la fiesta
―que es como |
una pregustación del cielo
―con |
la desconfianza a la pompa
y gran- |
diosidad de las ceremonias
excesi- |
vas, teatrales. Sería un
estudio, to- |
davía por hacer, el
recoger los sig- |
nos de la austeridad
relativa a las |
celebraciones del culto,
en la Valli- |
cella, impuesta por san
Felipe, en |
contraste con la
suntuosidad rena- |
centista. Siempre, sin
embargo, con |
el buen gusto de la
proporción y |
la serenidad que posee la
verda- |
dera belleza y la
inspiración del |
arte. |
Las celebraciones
demasiado |
grandiosas suelen agotarse
en el |
cenit perdido de su propia
altura; |
perdura el nombre y la
referencia |
pero, con frecuencia,
olvidan su |
significado muchos de los
mismos |
que lo glorificaron. Así
pasan las |
glorias del mundo. |
En lo que se refiere al IV
Cente- |
nario que acabamos de
celebrar, |
podemos afirmar que, por
lo gene- |
ral, no se han cometido
exagera- |
ciones ni proclamado
triunfalismos |
implícitos, tanto en los
distintos |
Oratorios, como en las
obras que, |
a lo largo del tiempo, se
han inspi- |
rado en nuestro Santo.
Además, ha- |
bría sido impropio y el
Oratorio |
tampoco alcanza la
dimensión de |
las grandes órdenes o
congregacio- |
nes de la Iglesia, aunque
sería |
injusto no reconocer que,
dentro |
22 (94) |
de ella, constituye, sin
orgullo lo |
mismo que sin falsa
modestia, un |
"tipo"
específico y original entre las |
demás formas de vida
evangélica, |
que la Iglesia ha
bendecido y cus- |
todiado a lo largo de su
historia. Lo |
cual, por otra parte, nos
obliga to- |
davía más a la fidelidad
como, lle- |
gado el caso, nos
recordaría de |
nuevo Baronio, cada vez
que nos |
representáramos el modelo
«unde |
excisi estis, es decir, de
donde |
fuisteis ―o
fuimos― cortados y |
moldeados, como tallados
de una |
roca, de cantera inagotada
(conf. Is |
51, 1-2). |
Entre todas las
experiencias y |
actos especialmente
vinculados a |
la celebración de este año
jubilar |
dedicado a san Felipe,
destacaría- |
mos la gran audiencia del
papa, en |
el mes de abril, con más
de diez |
mil jóvenes de las
parroquias y |
otras asociaciones de la
ciudad de |
Roma, un grupo de los
cuales re- |
presentó una
escenificación sobre |
la figura de san Felipe,
titulada |
«Paraíso, paraíso», lo
cual consti- |
tuyó «una fiesta de
alegría y ora- |
ción» y una «experiencia
gozosa», |
tal como la tituló
«L'Osservatore |
Romano, al encabezar dos
de sus |
páginas de las dedicadas a
este en- |
cuentro. |
También en Roma, otro
momen- |
to entrañable fue la
Eucaristía |
junto al sepulcro de san
Felipe, |
presidida por Juan Pablo
II, en la |
Vallicella, u Oratorio
romano, co- |
mo culminación de todos
los actos |
celebrativos. |
Pero como señalábamos en
otra |
ocasión, este año ha sido
bendeci- |
do, puertas adentro de la
familia |
oratoriana, por el
nacimiento de |
otra Casa de san Felipe
Neri, en el |
extremo sur-occidental de
la po- |
pulosa ciudad de México,
que ha |
añadido al nombre de san
Felipe, |
el de Oratorio de N. Sra.
de la Paz. |
En este nuevo Oratorio ha
habido |
ordenaciones; también en
el mexi- |
cano de La Profesa y el de
Orizaba. |
Y otras en Europa: en el
Oratorio |
de Viena, en los italianos
de Biella |
y Mondoví y, en España, en
el de |
Albacete. En conjunto, dos
nuevos |
diáconos y once
presbíteros. |
Que todo alabe a Dios. |
Todos los fieles, hombres
y mujeres, cuando por la mañana |
se levanten, antes de
emprender cualquier trabajo, se lava- |
rán las manos y rezarán a
Dios; y, de este modo, se dispon- |
drán a trabajar. Si se
hace alguna instrucción de la palabra |
de Dios en el templo,
acudirán allí, pensando en su corazón |
que es Dios a quien oyen y
quien instruye.— San Hipólito, s. III. |
|
23 (95) |
San Felipe Neri. |
San Felipe Neri comenzó su
apostolado estableciendo |
con los jóvenes vínculos
de verdadera amistad, hecha |
de conocimiento personal y
de escucha atenta de cada |
uno, iluminando las mentes
con el anuncio de la ver- |
dad de Cristo, y
proponiendo a todos la piedad euca- |
rística, la caridad para
con el prójimo y la dirección |
espiritual. Fue a partir
de los jóvenes que reconstruyó |
el corazón de esta ciudad
de Roma, llamándolos a vivir |
la santidad, para lo cual
utilizó el arte, la música y |
las visitas a los
monumentos de la Roma cristiana, |
infundiendo en todos la
alegría y el espíritu de ora- |
ción. Porque decidme,
queridos amigos, ¿qué es la |
santidad sino la
experiencia gozosa del amor de Dios |
y del encuentro con él en
la oración? Ser santo sig- |
nifica vivir en comunión
profunda con el Dios de la |
alegría y tener un corazón
libre de pecado y de las |
tristezas de este mundo, y
una inteligencia que |
se vuelve humilde ante él. |
JUAN PABLO II, |
Pascua de 1995 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita a imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 103/62 - 17.7.95 |
24 (96) |
|