Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 303.
NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1995 |
SUMARIO |
LA VERDAD histórica; las
gestas de los hombres |
y los ideales que han
enarbolado; la acción |
providencial de Dios en
todos los aconteci- |
mientos; el desarrollo de
las técnicas y los |
avances del pensamiento.
La verdad comunicada, |
y los esfuerzos para la
convivencia; el siniestro ci- |
nismo de los opresores,
que borran la historia o la |
manipulan para usurparla y
retenerla como propia. |
Pero también la memoria
imborrable de los bienhe- |
chores de la humanidad, o
tal vez los santos, que se |
olvidaron de sí mismos y
confiaron en Dios a lo lar- |
go de una vida de
silencio... Todo nos ayuda a en- |
tender la vida, la
historia y el destino del hombre |
más allá de los caminos
del tiempo. |
LA SENTENCIA DE LAS
PIEDRAS |
HISTORIA |
«LAS CATACUMBAS» |
EL FRANCISCANISMO Y S.
FELIPE NERI |
NEWMAN, RECIBIDO EN LA
IGLESIA CATÓLICA |
EL OTOÑO DE SAN FELIPE |
EL BEATO JOSÉ VAZ Y LOS
JESUITAS |
EL HISTORIADOR CÉSAR
BARONIO |
ÍNDICE DEL AÑO 1995 |
1 (117) |
LA SENTENCIA |
DE LAS PIEDRAS |
Cuando él se detendrá |
erguido, en el lugar
solemne del juicio, |
con el bastón en mano y el
sombrero |
calado todavía en la
cabeza, |
después de haber andado
mil caminos, |
roído por la duda y un
hastío desde tiempo soportado, |
lo mismo por la adulación
que las excusas, |
sería injusta una
sentencia sólo murmurada. |
Es lógico que espere más
que unas palabras |
de la justicia de este
juez supremo, |
en quien confió a lo largo
de una vida silenciosa. |
Quiere un juicio |
como el habido con el
genio de las piedras, Hermes |
―el genio imaginado
por los griegos, |
custodio de los caminantes |
y velador de
muertos-―, dios de túmulos |
en quien las piedras
fueron veredictos |
lanzados a sus pies, hasta
enterrarle medio cuerpo, |
como sentencia unánime
encumbrando el pedestal apoteósico, |
pilar en ruinas donde los
yerbajos cubren el silencio |
que alguien al fin querrá
romper para decir: |
«Aquí residirá su espíritu
inmortal». |
Y luego pensará que
todavía se excedió al hablar. |
Seamus Heaney |
(Nobel de 1995) |
2 (118) |
Historia |
LOS GRIEGOS no se habrían
conformado con dar a la Historia una definición |
excesivamente elaborada
como podría ser la de: narración y exposición ver- |
dadera y ordenada de los
acontecimientos pasados y de actividades humanas |
memorables. Guiados por la
raíz de la misma palabra, más bien habrían iden- |
tificado su nombre con el
de sabiduría. Y con razón, porque la sabiduría es noticia y |
conocimiento profundo de
lo que interesa al ser humano como verdad. Lo que no es |
verdadero no merece ser
recordado. Dios ha hecho que nada desee tanto la inteligen- |
cia humana como ser
alimentada con la verdad, dice san Agustín. Todos los pecados |
del mundo se cometen a
partir de una falsificación de la verdad o son pura y llana- |
mente una mentira. Los
pecados colectivos, las Injusticias sociales, las rivalidades |
entre pueblos, las guerras
y toda suerte de violencias, tienen su principio en una |
mentira, cuyo padre es el
diablo. En palabra de Cristo, ce justo el hombre en el que |
no hay engaño. Solamente
él pudo decir, rotundamente, «Yo soy la Verdad», porque; |
como Dios, era la Verdad
total. |
Los demás caminamos
creciendo en verdad, si la deseamos y la buscamos honra- |
damente. La interpretación
de la verdad histórica también es una aproximación. A |
pesar de lo cual nos
resulta imprescindible para comprender el sentido del presente, |
tanto como el presente
para preparar el futuro. Esto supone un esfuerzo no sólo de |
conocimiento sino,
también, de interpretación sobre lo conocido, tal como desde la |
fe y el sentido cristiano
llevó a cabo san Agustin, desterrando de la interpretación |
de la Historia el
fatalismo circular del eterno rotorno, substituido por el lineal de la |
providencia y la
esperanza, en una especie de "comunión" universal. |
Pero todavía estamos en la
labor, mientras se alborotan los pueblos y la maldad |
trama proyectos vanos para
seducir a los ignorantes e indefensos. Es frecuente que |
el último opresor cuide de
silenciar la verdad histórica que le comprometería o la |
escriba falsificándola, y,
de parecido modo, el que informa del acontecer diario de- |
forme y manipule el
mensaje, sin que falte, incluso, la muestra de los que secuestran |
3 (119) |
la voz de la Iglesia y
confunden o alejan de ella a los sencillos de corazón y hasta, wi |
posible fuera, a los
misinos justos, como advirtió Cristo. Pero nos queda siempre el |
Evangelio y la perspectiva
de la sabiduría que proporciona el magisterio del saber |
histórico. «Historia
magistra vitae», decían los antiguos. |
Dios, cuando lo juzgue, no
medirá al ser humano por sus aciertos, sino por su |
diligencia en preservar la
propia identidad de hijo de Dios ―el "tipo" es Cristo―
y |
por la apertura a ésa que
hemos llamado "comunión" universal, que no se realiza |
reduciéndolo todo a un
común denominador masivo y despersonalizado, sino bus- |
cando una integración de
todas las diversidades, sin odios ni envidias, que sea mil |
lenguas y pueblos razas y
naciones, alaban a Dios, desde el propio nivel creado y |
añadida la esperanza del
cielo. |
Esa es la visión cristiana
y el sentido que a los bautizados ha de dar la regene- |
ración alcanzada y la fe
confesada con la vida. «La mies es mucha y faltan anuncia- |
dores». Pero, al hablar de
"vocaciones" y escasez de ministros para el Evangelio, |
cometemos el error de
transferir exclusivamente a éstos lo que es deber y vocación |
de todos los bautizados.
Porque, lo que faltan, son cristianos. Esos mil millones que |
contabilizan las
estadísticas, densificados por la fidelidad dinámica a la gracia inicial |
recibida, bastarían para
cambiar la Historia y hacerla, en verdad, santa, de santos. |
Así lo entendió san
Felipe, y encaminó al más querido de sus discípulos, César |
Baronio, para que buscara
en los orígenes históricos de la Iglesia, y en su caminar |
por el tiempo, la mejor
apología de su santidad y fidelidad a Cristo, aun en medio de |
adversidades y de los
pecados de los hombres. Desde la pureza original de la Iglesia y, |
a través de ella, desde la
interpretación de las formas que va adquiriendo, a lo largo |
de los siglos hasta el
momento presente. Se nos ofrece el criterio para su desarrollo, |
según la descripción de
Newman, cada vez más actual, como han comprendido todos |
los verdaderos santos, que
por eso meditaron en sus orígenes, para rescatar su espí- |
ritu del olvido y librarla
de la tentación del mundo, cuyos reinos son de riquezas, |
de poderes, de políticas,
de estilos y de vanidades, en contraste con el Evangelio de |
Jesucristo. |
Toda la verdad. |
El historiador alemán
Ludwig von Pastor tuvo a su disposición los |
archivos vaticanos para
escribir su monumental «Historia de los Papas». |
No sin cierta alarma fue a
consultar al papa León XIII para exponerle |
sus dudas sobre relatar o
suprimir ciertos episodios y malas conductas de |
algunos personajes, que
temía podían escandalizar a los lectores de la |
obra que estaba
escribiendo. León XIII le dio esta respuesta tajante: «No |
le asuste decir la verdad
de todo lo que investigue, pero dígala entera». |
4 (120) |
«LAS CATACUMBAS» |
Del oratorio «San Felipe
Neri» del P. Alessandro Naldi |
«SAN Felipe Neri se
remontó |
a los tiempos primitivos; |
todas sus simpatías eran |
para los primeros
cristianos, para |
los tiempos apostólicos; y
el mode- |
lo que tenía siempre ante
sus ojos |
era la primitiva comunidad
cristia- |
na. En todo se manifestaba
su ente- |
ra devoción a ella. Y aun
cuando |
no pretendió hacer revivir
aquel |
tiempo ya pasado,
descubría en los |
tiempos apostólicos
ciertos modelos |
a quienes imitar, que no
encontra- |
ba en otras épocas» (1).
Este amor |
del Santo por el
Cristianismo pri- |
mitivo, que aquí declara
el padre |
Faber, ha sido
interpretado por |
algunos biógrafos suyos,
especial- |
mente por el fogoso
cardenal Ca- |
pecelatro (2), como una
derivación |
casi directa de sus
visitas a las ca- |
tacumbas, donde pasó tan
largas |
horas de oración. Sin
embargo, |
creemos que sería más
exacto decir |
que aquel amor de
predilección de |
Felipe por el Cristianismo
primiti- |
vo nació y creció con su
vida de |
oración, como una
consecuencia |
intuida con simplicidad, a
través |
de su trato íntimo con
Dios. |
En las catacumbas san
Felipe |
encontró, principalmente,
un lugar |
de recogimiento y
silencio, que le |
permitía dedicarse
holgadamente a |
la oración. Esto es lo que
se dedu- |
ce, obviamente, de la
lectura de los |
primeros biógrafos del
Santo (3), a |
cuyas investigaciones muy
poco |
han añadido los modernos
biógra- |
fos, si se exceptúan
Ponnelle y Bor- |
det. Pero bastaría aducir
los datos |
más autorizados, según los
cuales |
las catacumbas, como
tales, no se |
descubrieron hasta 1578
(4), o sea, |
cuando Felipe ya contaba
63 años |
y hacía,
consiguientemente, unos |
treinta que había dejado
aquellas |
místicas peregrinaciones
nocturnas |
por las afueras de la
ciudad y las |
(1) FABER, The Spirit and
Genius of St. Philip Neri. Londres, 1850. |
(2) CAPECELATRO, Vita di
San Filippo Neri, lib. I. cap. VI. Nápoles, 1879. 1. |
(3) GALLONIO, Vita Beati
Philippi Nerii, pág. 8, edición 2ª. Roma, 1818; BACCI, La Vita del Beato Filippo |
Neri, fiorentino, cap. V.
Roma, 1622. |
(4) DE ROSSI, How
Sotterranea Cristiana, Prel. págs. 12-13. Roma, 1861. * |
5 (121) |
horas de oración en las
entonces |
llamadas grutas del
cementerio de |
San Sebastián. |
Sintió el grito de Roma,
cuando |
dejó San Germán, y Roma
bastó, |
por sí sola, para evocarle
la esen- |
cia del Cristianismo
primitivo y |
eterno. Roma le hablaba de
eterni- |
dad; de una eternidad que
no corta |
la espada de los tiranos,
ni corrom- |
pen las miserias de los
hombres, ni |
sepulta el polvo de los
siglos. El |
Espíritu Santo le atrajo
allí y, en el |
ambiente romano, de una
perenni- |
dad humanamente gloriosa,
que es |
derribado para dejar paso
a la pu- |
janza espiritual y
trascendente del |
Cristianismo, aquel mismo
Espíritu |
se le comunicó para
abrasarlo y |
transformarlo en el
apóstol de Ro- |
ma. Desprecia, aquí, todas
las glo- |
rias humanas y abraza y se
abrasa |
en el amor divino. Esto
quiere de- |
cirnos el p. Alessandro
Naldi, en la |
tercera cantata de su
oratorio SAN |
FELIPE, que se titula,
precisamente, |
LAS CATACUMBAS, y que
vamos a |
traducir. |
EL VIENTO DE LA GLORIA |
¿Dónde estará Felipe? Aquí
bajó. |
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE
LAS TUMBAS |
Esfuerzo vano: |
ultra la tumba ya no
alcanza el soplo |
de humana gloria. |
LOS DUENDES DEL MUNDO |
¿Por qué desciende aquí,
por qué se esconde? |
EL VIENTO DE LA GLORIA |
Quiere dejar el mundo. |
Hablad vosotros, duendes
de la gloria, |
que nadie hay en el mundo
que os resista. |
LOS DUENDES DE LA GLORIA |
¡Ah, ah, ah! |
todo en él es vanidad, |
menos la gloria. |
Felipe, te esperamos. |
Queremos ser tus pajes: |
haremos cuanto quieras, |
abriéndote caminos |
sembrados de oro y flores, |
Haremos que se inclinen |
6 (122) |
todos, a tu presencia; |
será potente y grande |
tu nombre, en todo el
mundo. |
¡Sal a la luz, ven fuera: |
la luz del sol te espera, |
para ceñir tu frente |
con corona de gloria! |
FELIPE |
¡Oh gloria, nombre hueco,
vano nombre, |
quimérica ilusión, junto a
las tumbas |
que saben de la vida el
gran misterio! |
LOS DUENDES DE LA GLORIA |
¿Las tumbas, dices?... |
El más allá de cualquier
muerte |
sólo es silencio. |
El más allá |
son sombras y cenizas. |
FELIPE |
Si no pretendo que me den
la gloria; |
sólo la paz el corazón
persigue, |
paz en la vida y paz para
la muerte. |
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE
LAS TUMBAS |
¡Oh alma bellísima, fiel,
generosa, |
oye a las tumbas: narran
el misterio |
de los que ya reposan en
la paz |
que conquistaron con
triple martirio! |
FELIPE |
Me encuentro en una
atmósfera de gloria |
siendo la miseria de mi
nada; |
yo nada valgo, |
pero me envuelve el
resplandor del Todo. |
Que Dios en mí sea
glorificado! |
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE
LAS TUMBAS |
Tendrás la paz, pues bueno
es tu deseo. |
7 (123) |
LOS DUENDES Y EL VIENTO DE
LA GLORIA |
¿Renuncias, pues, al sol?
¿Amas las sombras? |
Si Dios esto conmigo,
tendré el sol |
dentro del corazón. |
LOS DUENDES Y EL VIENTO DE
LA GLORIA |
¿Querrás ser despreciado
por los hombres? |
FELIPE |
Sobre la tierra, |
me basta el solo abrazo de
Jesús |
Sacramentado. |
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE
LAS TUMBAS |
El Señor colmará tu
corazón |
con su divino Fuego, |
Espíritu de Dios, |
que te harán luz y llama
de este mundo. |
FELIPE |
¡Oh llama del amor, |
oh llama de pureza, oh luz
eterna! |
Siento que muero en ti
abrasado. |
LOS ÁNGELES CUSTODIOS DE
LAS TUMBAS |
Así el grano de trigo que
se siembra, |
iluminado por la
primavera, |
brota de tierra con su
tenue tallo |
para dar, cuando llegue la
cosecha, |
copioso fruto en su dorada
espiga. |
Es seguramente gracias a
la divina Providencia que |
hemos podido ver en la
ciudad de Roma cómo se repe- |
tía lo que el apóstol
Pablo mandó hacer en bien de la |
Iglesia: «hablar de las
cosas de Dios para hacer bien a |
los espíritus de los
oyentes»... Como si hubiera vuelto |
el antiguo y hermoso
estilo del tiempo apostólico. |
César Baronio (Ann. Eccl.) |
8 (124) |
El franciscanismo |
y san Felipe Neri |
SI DANTE Allighieri
hubiese |
podido conocer a san
Felipe |
Neri, lo habría incluido
en |
la Divina Comedia,
colocando su |
nombre junto a los de
santo Do- |
mingo y san Francisco, y
habría |
sumado el elogio que
tributo a am- |
bos para proclamarlo de
nuestro |
santo, de quien el poeta
divino se |
hubiera sentido justamente
honra- |
do al participar de la
misma ciuda- |
danía florentina. Pero
cuando Feli- |
pe abría los ojos a la luz
de la vida, |
en 1515, hacía dos siglos
que los |
había cerrado el más
grande de los |
poetas cristianos, de
quien segura- |
mente Felipe Neri,
aficionado a la |
poesía, leyó
posteriormente algunos |
de sus versos, cuyas ideas
expresa- |
das recordaría, como
cuando, en la |
vejez, en una carta a su
sobrina |
monja, le escribe del
mundo con |
palabras que parecen
prestadas de |
Dante, en el comienzo de
su obra |
inmortal: alude a «un
bosque», |
«una selva monstruosa»,
«un cami- |
no de peligros y
extravíos, de vio- |
lencias e injusticias...
Si en sus |
escarceos literarios
Felipe Neri |
imitó a Petrarca, ¿cómo
hubiera |
podido desinteresarse por
Dante |
Alighieri, además
fiorentino? Co- |
mo éste, también admiraría
al de |
Asís, unido a Domingo de
Guzmán: |
«L'un fu tutto serafico in
ardore, |
l'altro per sapienza in
terra fue |
di cherubica luce uno
splendore». |
La sabiduría divina de los
domini- |
cos y el fervor evangélico
de los |
franciscanos, en cierto
modo, com- |
pensándose. |
A fuer de recordar las
palabras |
de afecto y gratitud de
Felipe para |
con los dominicos de San
Marco, |
de Florencia, a quienes
atribuía |
wlo mejor de lo que había
recibido |
en su infancia y educación
cristia- |
9 (125) |
na, no sería justo echar
en olvido |
otras influencias, también
significa- |
tivas, que incidieron en
la perso- |
nalidad de san Felipe. Su
simpatía |
por los frailes
franciscanos, en es- |
pecial por los capuchinos,
nunca |
fue desmentida, y dejó
huellas pro- |
fundas en su carácter
cristiano. El |
radicalismo con el que
Felipe abra- |
zó la práctica de la
pobreza mate- |
rial, en sus años de
juventud, era |
consecuencia de su
impregnación |
franciscana, y lo mismo el
difícil |
arte de conjugar la
libertad evan- |
gélica con su
comportamiento se- |
reno y amable, sin
rebeldías ni |
singularidades, y la
diligente dedi- |
cación a socorrer pobres,
enfermos |
y peregrinos, que
constituyó, casi |
exclusivamente, el
programa apos- |
tólico de su vida laical,
junto al |
tiempo dedicado a la
oración y un |
poco al estudio. Y hasta
el aparen- |
te escrúpulo que le
asalta, de que |
el exceso de estudio puede
ser co- |
mo una forma encubierta de
"ri- |
queza", porque es a
costa de algo |
que se hurta a los demás,
a los po- |
bres, también sabe a
fervor francis- |
cano. En realidad cuando
interrum- |
pe sus estudios en La
Sapienza, y |
vende sus libros para
hacer limos- |
na, se comporta como el
seráfico |
de Asís. Saber, sí; pero
sobriamen- |
te, como san Pablo había
hecho |
notar. Saber para poder
comuni- |
car a los demás el
conocimiento de |
Dios. De mayor dirá que se
apren- |
de más de Sagrada
Escritura en la |
oración que en el estudio.
Lo cual |
recuerda lo que se
establece en los |
primeros escritos del
franciscanis- |
mo, muy comedidos en
exhortar al |
estudio y en hurgar
curiosamente |
en los libros, aun de
cosas de Dios. |
Recomendaciones que se
hacían |
precisamente en el momento
en |
que florecían las
universidades en |
Europa. |
Hemos dicho que Felipe
vendió |
sus libros e hizo limosna
con su |
precio. Pero es muy
verosímil que |
se reservara Le Laude de
Iacopone |
da Todi, el más inspirado
poeta |
místico en lengua vulgar,
al que |
hemos aludido otras veces,
desde |
estas mismas páginas.
Apasionado |
por Jesús, devoto de la
Virgen, |
digno hijo espiritual de
san Fran- |
cisco, que reacciona
cuando el es- |
píritu de este santo
parece olvidar- |
se entre algunos de sus
seguidores |
y advierte del peligro de
la sabidu- |
ría aprendida sin
contemplación, o |
sin que sirva para la
contempla- |
ción de Dios y las cosas
divinas. |
Por un momento se creyó
que la |
sabiduría como fin de sí
misma |
podía engendrar la vanidad
y ser |
perjudicial a la
fraternidad entre |
los hombres y, en
particular, entre |
los religiosos, al
establecer, entre |
ellos, una división más, o
forma de |
cierta "riqueza
intelectual" que de- |
clinaba a separar sabios
de igno- |
rantes, favoreciendo la
soberbia de |
los primeros y humillando
a los se- |
10 (126) |
gundos. Iacopone da Todi
escribía |
que «París ha arruinado a
Asís», |
es decir, la universidad
ha apagado |
el espíritu. Iacopone da
Todi era |
un hombre cultivado en las
letras, |
pero queridamente volcado
a un |
lenguaje sencillo,
comprensible y |
pensado para todos los
niveles. |
Profeso de la también
llamada "doc- |
ta ignorantia", tan
difícil de alcan- |
zar para liberar la
denominación |
de lo que sería pereza
mental, bur- |
da, acomodaticia e
instalada en la |
mediocridad finalmente
egoísta. |
Podemos comprender no
sola- |
mente los gestos de Felipe
joven, |
sino también cuando,
prepósito ya |
del Oratorio recién
fundado, a la |
vez que estimula y manda a
los |
capaces para que estudien
riguro- |
samente, no les perdona
que parti- |
cipen llevando el peso de
los tra- |
bajos materiales y
domésticos, aun |
en el caso de un estudioso
excep- |
cional, como era César
Baronio, |
historiador de la Iglesia,
llamado a |
superar a Eusebio. Todo
esto era |
franciscanismo. También lo
era |
cuando alguien se le
acercaba para |
consultas encubiertas de
ostenta- |
ción o aun de vanidad
inconscien- |
te, y los mandaba a su
amigo y |
santo, Félix de
Cantalicio, capu- |
chino iletrado, y cómplice
de las |
santas humillaciones con
las que |
Felipe mortificaba el
orgullo de los |
que iban a perder el
tiempo en can- |
sancios que no sirven ni
al bien de |
las almas ni a la gloria
de Dios. |
El buen celo. |
El celo cristiano no
recurre a |
intrigas para propagar o |
afirmar la verdad divina.
No |
halaga a Samaría para
aliarse |
con ella contra Siria. No |
consagra rey a un idumeo |
(Herodes), a pesar de que |
éste prometa embellecer el |
templo e influya sobre los |
emperadores de este mundo. |
No fomenta la astucia, no
se |
reconoce favorecedor de |
ningún partido, no
deposita su |
confianza en las armas.
Para |
alcanzar mejoras
esenciales, |
no confía en dones
preciosos, |
siempre puros en su
origen, |
pero igualmente siempre |
corrompidos en el uso que
de |
ellos hacen los hombres.
Por |
el contrario, obra con
arreglo |
a la voluntad de Dios, se |
mueve como ella, con |
valentía y diligencia.
Deja |
que cada uno de sus actos |
tome por sí mismo su pleno |
valor de servicio divino,
sin |
preocuparse de hacer con |
ellos un todo, o un
sistema... |
En una palabra, el celo |
cristiano no es político. |
J. H. NEWMAN C. O., |
(PS II, 31) |
11 (127) |
Cuando se redactaba el
primer |
esbozo de constituciones e
iban a |
Felipe a mostrárselas, no
era afi- |
cionado a corregirlas con
exceso; |
sin embargo, entre las
escasa, que |
tuvo inmediato interés en
rectificar |
está la famosa sobre el
respeto a la |
propiedad de lo que cada
cual |
posee como propio, porque
quien |
no sabe administrar en
pobreza y |
prudencia lo propio, menos
sabrá |
administrar lo común. En
la Con- |
gregación todos debían
vivir con |
la generosa aportación de
sí mis- |
mos —«totos se
devoverint»― y de |
lo suyo propio
―«propriis stipen- |
diis militant»― sin
despersonalizar |
las responsabilidades, ni
vivir a |
costa de lo ajeno o
prestado; el |
sentido de la pobreza no
podía ser |
meramente implícito ni
remitido a |
la comunidad, sino
practicado día |
a día en continua entrega
y gene- |
rosidad personal. Por eso
le intere- |
saba la virtud por encima
del vo- |
to, que excluyó
explícitamente, no |
como una dispensa o
rebaja, sino |
como un estilo añadido a
la verda- |
dera virtud. Era una forma
nueva |
del franciscanismo, en el
que, por |
lo demás, no se
mencionaban los |
votos en su origen, pero
sí y siem- |
pre las virtudes, con
hermosura de |
nombre, como cuando Dante
escri- |
be que, enviudada mi
señora Po- |
breza desde la muerte de
Cristo, |
Francisco se desposó con
ella, «pa- |
sados más de mil cien años
des- |
pués», y «el amor la
volvió a hacer |
hermosa». |
Sería posible recoger
muchas pa- |
labras y recordar gestos
de san Fe- |
lipe y establecer más
paralelismos |
con el franciscanismo. Y
quedaría |
todavía por hacer una
considera- |
ción sobre las
coincidencias de la |
experiencia mística en
ambos, su- |
perior al ámbito moral que
suele |
ser aquel en el que nos
solemos li- |
mitar en los esfuerzos por
acomo- |
dar la vida al Evangelio
del Señor. |
De san Francisco de Asís
habría |
que recordar el fenómeno
de sus |
estigmas, y de san Felipe
Neri la |
experiencia extraordinaria
de la |
inhabitación del Espíritu
Santo en |
la pascua de Pentecostés
de 1544. |
Sin embargo, como dijo una
vez |
Santa Teresa del Niño
Jesús, lo me- |
jor de los santos sólo lo
podremos |
conocer en el cielo. |
No hemos de ser sabios ni
prudentes según la carne, sino humil- |
des, sencillos y puros.
Nunca hemos de desear ocupar puestos que |
estén por encima de los
demás hombres, sino que, por amor de |
Dios, hemos de preferir
ser súbditos y servidores de todos. Sobre |
los que obran así y
perseveran hasta el final descansará el Espíri- |
tu del Señor y hará en
ellos su mansión.— San Francisco de Asís |
|
12 (128) |
Necesidad de la Historia |
SE ha consolidado el
tópico que |
asegura que el
conocimiento |
sistemático del pasado no
sir- |
ve para nada. Por ejemplo,
los con- |
tenidos meramente técnicos
y los |
planteamientos
sociologistas están |
substituyendo, en la
formación se- |
cundaria, lo que debiera
ser una |
buena base histórica, y
así compro- |
bamos que los jóvenes
llegan a la |
universidad con alarmantes
cuotas |
de ignorancia sobre todo
cuanto les |
ha precedido. Carecen de
perspecti- |
va temporal, sin
conciencia de que |
la realidad presente es
resultado |
de un proceso complejo y
acumula- |
tivo; ni siquiera existe
suficiente |
preocupación para valorar
todo |
cuanto cae fuera del marco
raquí- |
tico del mero instante.
¿Cómo pue- |
de invocarse el nombre de
historia |
cuando se prescinde, sin
rubor, de |
la piedra de toque que
permite |
encajar e interpretar
teorías y expe- |
riencias? Sobre el
conocimiento his- |
tórico es posible asentar
la reflexión |
y la actitud sanamente
crítica. Si |
se prescinde de la
historia, todo |
cuanto podemos aprender no
en- |
cuentra en ninguna parte
posibi- |
lidad de arraigo, ni de
contraste |
esclarecedor. Y el
pensamiento se |
desarma de forma rápida e
indolo- |
ra. La trampa de los
mensajes de |
nuestros días consiste en
ofrecer la |
ilusión óptica y
seductora, presen- |
tada precisamente como lo
que se |
quiere substituir. Para
las nuevas |
generaciones tal mensaje
resulta |
ininteligible; para las
que conocen |
o vivieron el pasado,
viene a ser |
una burla. |
F. M. Álvaro |
(AVUI, 27.10.95) |
Qué ofrece la Historia. |
El presente está cargado
de pasado. Podríamos |
decir que «los muertos
mandan»; nuestra vida no |
se entiende sin el pasado,
y el presente, que es |
la renovación del pasado,
determina el futuro. |
Miquel Batllori, S. J., |
(Premio Princ. Asturias
1995) |
13 (129) |
La recepción de Newman |
en la Iglesia católica |
LA BIENAVENTURANZA del
hambre y de la sed |
que puede saciarse
solamente en Dios ya estaba |
en la mente y el corazón
de John Henry |
Newman cuando, el 9 de
octubre de 1845, era |
admitido en la Iglesia
católica por el religioso |
pasionista Domenico
Barberi, en Littlemore, cerca de Oxford. |
De lo cual acaba de
cumplirse el 150 aniversario. |
Newman se había retirado
de la universidad en la paz |
suburbial de aquella
aldea, acompañado por algunos amigos |
más fieles, después de la
tormenta despertada por el llamado |
«Movimiento de Oxford»,
que convulsionó el mundo |
universitario de esta
ciudad ilustre y se propagó, en seguida, |
por toda Inglaterra. En la
oración, el ayuno y el estudio, |
esperaba que la
Providencia le abriera el camino de la fe en |
la verdadera Iglesia de
Cristo. La austeridad y el |
recogimiento observado
allí era comparable al orden y rigor |
más bien propio de la vida
monástica. La única riqueza eran |
sus libros, que habían
llevado consigo. Y también la |
esperanza cada vez más
pura, de la que daría testimonio a lo |
largo de su vida: «No
deseo nada mundano, ni riquezas, ni |
poder, ni fama... No te
pido ver, ni te pido saber, sino sólo |
servirte a ti, oh Senor».
Ya anciano, escribía en una carta: |
«Siempre he confiado en el
Señor, y él nunca me ha olvidado» |
14 (130) |
(11.3.1878), como si
resumiera el pensamiento de un salmo |
para recoger lo que
constituía la actitud espiritual, frente a |
Dios, de toda su vida. |
No era una esperanza
ociosa, sino la confianza de que el |
Señor finalmente mostraría
la deseada senda de la luz. El |
tiempo de la pequeña
comunidad aparece empleado según |
este horario: levantarse a
las 5 de la mañana y recitar en |
común Maitines (el oficio
de lectura) y Laudes, a las 6 y |
media, el desayuno; a las
7, recitación de la hora menor de |
Prima. Después de esta
oración, estudio hasta las 10, con el |
intervalo del rezo de la
hora de Tercia. A las 10, el servicio |
O sagrada liturgia
anglicana, tras la cual proseguía el estudio |
hasta la hora de la
comida. Había una hora de recreación de |
las 2 hasta las 3
postmeridianas, seguidas del Oficio |
anglicano, e
inmediatamente el estudio hasta las 6, en que se |
recitaba la hora de Nona.
A continuación tenía lugar la cena |
seguida de un breve
recreo. De 7 a 9 y media, estudio. La |
jornada terminaba con la
recitación de Vísperas y Completas. |
El silencio venía
observado, con las solas interrupciones de |
las recreaciones
apuntadas, dedicadas a la conversación |
familiar o a la música, y
los rezos para alabar juntos a Dios. |
La mesa era frugal; en
cuaresma aumentaba algo el rigor, |
porque en los dos últimos
años el ayuno duraba hasta el |
15 (131) |
mediodía, se tenía una
sola comida y era excluida la carne. |
Newman se imponía, de vez
en cuando, otras mortificaciones, |
que no aconsejaba a sus
compañeros más jóvenes. Así |
transcurrió aquel largo
retiro de cuatro años. |
Cuando Domenico Barberi,
requerido por Newman, |
visitó la comunidad de
Littlemore, quedó profundamente |
impresionado de la
seriedad con la cual allí se disponían a |
la conversión, a pesar de
que él mismo era un hombre |
profundamente espiritual.
No pudo menos que escribir a su |
superior manifestándole lo
que había visto en aquel |
cenáculo presidido por
Newman, de quien escribía que era |
«uno de los hombres más
humildes y amables que he conocido |
en mi vida». Newman
también creyó descubrir en Barberi a |
un santo «cuyo
comportamiento, gestos, serenidad y cortesía |
mostraban su santidad y
todo él era como una predicación», |
como uno más, en la lista
de los santos que había conocido |
en las lecturas, la
reflexión y las plegarias que habían |
precedido dicho encuentro. |
Había entrado la noche del
día 8 de octubre de 1845 |
cuando Barberi llegó a
Littlemore, donde era esperado en el |
improvisado
"convento" de Newman y su grupo. Llovía a |
cántaros y sus ropas
estaban completamente empapadas y |
sus pies mojados. Lo
explica el mismo Barberi al escribir a |
su superior: «Me coloqué
junto al fuego para secarme, apenas |
me abrieron la puerta y
entré. ¡Y qué espectáculo al ver |
arrodillado a mis pies a
John Henry Newman rogándome que |
le oyera en confesión y
que le admitiera en el seno de la |
Iglesia católica! Allí,
junto al fuego, me abrió su corazón, con |
humildad y gran
devoción...» No bastó aquella velada. Fue |
preciso que volviera al
día siguiente. Todo transcurrió «con |
tal fervor y piedad que no
cabía en mí la alegría», escribió |
Barberi. Cuando este santo
pasionista fue beatificado por → |
16 (132) |
Pablo VI, se tuvo en
cuenta su intervención en la recepción |
de Newman en la Iglesia,
al tiempo que, por medio de |
Newman, no cesa el milagro
continuo de innumerables |
conversiones a la Iglesia,
como lo reconocía, el pasado 9 de |
octubre, el cardenal
Edward Cassidy, presidente del Consejo |
Pontificio para la Unidad
de los Cristianos, quien hizo notar, |
parafraseando una
expresión agustiniana, que en Newman |
era más exacto hablar de
"recepción" en la Iglesia católica |
que de
"conversión", porque llegó a la Iglesia a través de un |
proceso de madurez más que
por el trauma súbito de una |
crisis dramática. «En mi
conversión ―dirá Newman al |
finalizar su
Apología―, no soy consciente de haber tenido |
ningún cambio intelectual
ni moral que se haya impuesto a |
mi mente. Tampoco he
adquirido una fe más sólida en las |
verdades fundamentales de
la Revelación, ni un mayor |
dominio de mí mismo, ni
mayor fervor. Todo ha sido como |
llegar al puerto después
de atravesar un mar proceloso; |
también la felicidad que
de ello se derivó permanece sin |
interrupción hasta el día
de hoy». |
En el aniversario que se
ha conmemorado en Littlemore, |
se han congregado este año
más de un centenar de |
peregrinos, el mismo día y
hora del anochecer en que llegó |
allí Domenico Barberi,
esperado por Newman, para ser |
recibido en la Iglesia de
Cristo. Apenas cabían en el |
"convento"
original de la escena que se recordaba. La |
ceremonia para tal ocasión
incluía una procesión con cirios |
encendidos en manos de
todos los asistentes, y, en la iglesia |
contigua dedicada al beato
Domenico Barberi, se descubrió |
una placa de bronce con la
escena del venerable Newman y |
el beato Barberi, junto a
la lumbre, tal como éste describió |
en su día. Lumbre que no
solamente era calor, sino también |
luz que envolvía a ambos
en el misterio de la gracia y del |
amor de Dios. |
17 (133) |
El otoño de san Felipe |
A LA imagen de san Felipe
jo- |
ven, en su vida laical,
sucedió |
la de su sacerdocio. A
partir |
de este momento,
desaparecen las |
excursiones piadosas y
solitarias a |
las catacumbas romanas. La
dispo- |
nibilidad de su ministerio
al servi- |
cio de los fieles le
obligaba a estar |
de continuo en San
Jerónimo de la |
Caridad, donde en
cualquier hora |
del día podían
encontrarle. Surgen |
espontáneamente las
reuniones de |
los discípulos más
adictos, en el |
cuarto del padre Felipe.
Es eviden- |
te que toda su experiencia
espiri- |
tual, recogida a lo largo
de aquellas |
peregrinaciones a las
catacumbas y |
las muchas horas de
oración, influ- |
yó en el ministerio de
Felipe y, |
muy particularmente, en
esas reu- |
niones que iban a dar
lugar al Ora- |
torio propiamente dicho. |
El crecimiento del
Oratorio al- |
canza plena madurez cuando
ya se |
dispone de un templo mayor
―la |
«Chiesa Nuova» de la
Vallicellay― |
y, junto a ella, la
magnífica sala |
para el Oratorio secular,
diseñada |
por Borromini. La iglesia
se inaugu- |
raba con impaciente
ilusión, antes |
de que concluyeran las
obras. Los |
mismos padres encontraron
aloja- |
miento cerca de ella y, en
la Val- |
licella, primero en
habitaciones |
compartidas, después ya en
cuartos |
individuales. Felipe iba y
venía de |
San Jerónimo a la
Vallicella. En |
ésta las obras continuaban
todo |
era nuevo e incluso más
cómodo |
que el cobijo de Felipe en
su pri- |
mera morada y los que
completa- |
ban la comunidad, ya
liberada de |
San Juan de los
Florentinos. |
En Felipe se alternaba
soledad y |
compañía, hasta el punto
que la |
primera era una parte que
Felipe |
no habría querido dejar.
En San |
Jerónimo encontraba más
recogido |
ambiente para el silencio,
«la pic- |
cola cainera» y «la
loggietta alta», |
«lo spazio apperto», tan
amados de |
Felipe. No era una
evasión, pero sí, |
en cierto modo, una
recuperación |
de sus expansiones
contemplativas |
18 (134) |
de las catacumbas de su
ju- |
ventud. En éstas,
atravesando |
la oscuridad del tiempo,
Feli- |
pe se había adentrado, con |
los ojos del alma, en la
visión |
que a su fervor le sugería
el |
pensamiento en la gloria
es- |
condida de los primeros
san- |
tos que se habían dado a
Dios, |
y de los mártires cuyo
sacrifi- |
cio había sido la medida
de |
su amor total al Señor.
Santos |
Y mártires, testigos de la
Igle- |
sia soñada y ejemplo
envidia- |
do en sus años jóvenes.
Felipe que- |
ría, ahora, mostrar esta
Iglesia a |
sus discípulos, en el
Oratorio, para |
que, como cristianos, se
entusias- |
maran, y olvidaran la
mediocridad |
de la Iglesia actual que a
ellos les |
tocaba vivir, en amplios
sectores |
politizada y paganizada, y
en con- |
tradicción con el primer
cristianis- |
mo. |
El Oratorio, para Felipe,
tenía |
esta misión. Podemos
compren- |
der por qué él recomendaba
tan |
a menudo que había que
volver a los ejemplos de los santos y leer |
sus vidas, «libros que
comiencen |
con S». No era la
curiosidad, ni |
la evocación estética,
sino la lec- |
ción a retomar. El
Oratorio debía |
ser un cenáculo para
mostrar esa |
Iglesia, cuya historia
debía fundir- |
se con la experiencia de
cada fiel, |
contemplada con espíritu
de ora- |
ción. Se trataba de creer
en la Igle- |
sia de los santos y de
amar a Dios |
en ella. |
19 (135) |
Felipe no es moralizador,
sino |
un místico. Incluso,
cuando pensa- |
ba en Savonarola, tan
admirado |
por él, no se detenía en
el profeta |
riguroso que la Iglesia,
necesitada |
de verdadera reforma,
desoía y |
acabó por condenar al
tormento de |
la hoguera. Más adentro de
la voz |
amenazante del desdichado
fraile |
dominico, Felipe reconocía
en él el |
celo de un gran amor por
la Igle- |
sia, entonces desfigurada,
pero que |
en el fondo, estaba seguro
que guar- |
daba una santidad y
belleza recu- |
perables, si el amor a
Dios renacía |
en el corazón de los
fieles. En Feli- |
pe, llegado a su madurez,
se puede |
observar una transigencia
y una |
exigencia que manaba de un
gran |
equilibrio interior y un
profundo |
amor hacia sus discípulos,
influi- |
dos a sabiendas o no de
ellos mis- |
mos. Alguna literatura que
ha pues- |
to atención en nuestro
santo ha |
pasado por alto el dolor
que tuvo |
que experimentar con unos
pocos |
que no le comprendieron y
que |
llegaron a desobedecerle
llevados |
del error de un falso
celo, o inclu- |
so de la envidia. Soñaban
con efi- |
cacias y otros éxitos
visibles que |
estaban lejos del
"espíritu" del san- |
to. El Oratorio era hijo
de la ora- |
ción de Felipe y su
mentalidad fra- |
guada al contemplar, en
espíritu, |
la primera Iglesia de los
santos. Sus |
hijos predilectos, Tarugi
y Baronio, |
lo afirman claramente. No
se trata |
de un regreso arqueológico
o esté- |
tico, sino de revivir a
nivel del |
propio tiempo, lo que
fueron las |
primeras comunidades. Por
eso de- |
cía él que no se
consideraba un fun- |
dador. ¿Fundar qué? Todo
estaba |
fundado en los santos y
mártires |
de la Iglesia, y en el
Señor Jesús. |
No nos puede extrañar que,
des- |
pués de las obras de
edificación de |
la Chiesa Nuova, se
pensara en el |
modo de estructurar la
comunidad |
de aquellos que Felipe
habría pre- |
ferido llamar «Hijos del
Espíritu |
Santo». Felipe nunca
escribió una |
regla; la escribieron sus
hijos, y |
dejaba que la discutieran
mante- |
niéndose alejado, salvo en
algunos |
puntos pocos― en los
que se |
mostró inflexible. Los
espacios de |
soledad y recogimiento en
San Je- |
rónimo se conectaban con
sus pri- |
meras grandes experiencias
con- |
LAUS |
Comunicamos a nuestros
amigos y lectores que, con este número |
de LAUS, se suspende
temporalmente su publicación, en espera |
de resolver algunos
problemas técnicos de nuestra Imprenta. |
20 (138) |
templativas y, desde
ellas, influía |
en los aficionados a
escribir reglas |
y a discutirlas. En estas
discusiones |
de los hijos estaba
siempre presen- |
te la implícita referencia
del Padre, |
y esto salvó el espíritu
original del |
Oratorio. |
Felipe no iba de la
ascética a la |
mística. Enamorado de
Dios, siem- |
pre comenzó por querer
enamorar |
a los demás. Sólo el amor
obra con- |
versiones. Hay demasiada
gente |
llamada cristiana y
partidaria de |
Cristo, pero todavía no
enamorada |
de él. Tal vez se
mantienen en una |
disciplina, siguen un
método o se |
apegan a lo meramente útil
y de- |
coroso, pero se resignan
con los |
mínimos. El amor a Dios lo
tienen |
por descubrir o, si lo
intuyen, les |
asusta porque Dios, visto
de cerca, |
es exigente. Como en la
vida, les |
basta guardar las formas,
pero son |
incapaces de entregarse a
nada |
grande, a romper la propia
mez- |
quindad de aprovechados,
hasta de |
Dios, si fuese posible. El
riesgo de |
fariseísmo es inminente.
Tal vez |
jueguen a amar a Dios,
para con- |
vencerse de lo cual les
basta un |
poco de sentimentalismo o
un ra- |
malazo de estética o una
pequeña |
acción simbólica. No han
descu- |
bierto el amor a Dios, y
hasta lo |
temen, porque el amor de
Dios es |
gratuito y, de ser
correspondido, |
exige el mismo nivel de
genero- |
sidad. |
Felipe sabía todas éstas,
una |
vez bañado su pensamiento
en la |
contemplación de la
Iglesia de los |
primeros santos, y
comparándola |
con la de sus días. La
soledad y re- |
cogimiento de San Jerónimo
le per- |
mitían volver a
contemplar, en es- |
pacios de recogimiento,
esta visión |
paralela a la de su
juventud, pere- |
grinando a las catacumbas.
Aque- |
lla morada era como un
refugio, |
aunque, a diario, iba a la
Vallicel- |
la y se ofrecía abierto a
todos. Pero |
sus hijos ya le querían
del todo con |
ellos y, por fin, tuvieron
que inter- |
poner los ruegos del papa
para que |
Felipe, anciano, dejara su
"nido" |
original de San Jerónimo,
casi a pe- |
sar suyo. Allí se había
remansado |
toda la madurez de su fe,
su espe- |
ranza de bien para Roma, y
su amor |
a Dios y a la ciudad. Algo
parecido |
al sentimiento de John
Henry New- |
man cuando hubo de dejar
Little- |
more, después de su gran
experien- |
cia en aquel lugar donde
el Señor |
le había iluminado y dado
respues- |
ta a tantas súplicas.
Dirá: «No me |
conmocionó nada dejar la
univer- |
sidad de) Oxford o Santa
María, |
pero me ha afectado
hondamente |
dejar Littlemore. He
tenido que |
arrancarme a mí mismo de
aquel |
lugar... Aunque me
encontraba allí |
en una situación de
espera, era |
muy feliz. Allí vi
señalado mi ca- |
mino». Lo que fue un
comienzo pa- |
ra Newman era, en Felipe
Neri, el |
otoño. |
21 (137) |
EL NUEVO BEATO JOSÉ VAZ |
Y LOS JESUITAS |
EL 21 de enero de 1995 el
papa |
Juan Pablo II, en Colombo
(Sri |
Lanka), declaraba beato al
p. |
José Vaz (1651-1711) y lo
propo- |
nía como ejemplo de la
nueva evange- |
lización, de la formación
permanente |
del clero, de los
religiosos y de los |
laicos. Un misionero del
tercer mundo |
para el tercer mundo y
para el tercer |
milenio. En enero de 1994
el provin- |
cial de Goa, p. Gregory
Naik, escribía |
en la revista «Jivan» un
artículo bajo |
el significativo título:
«Padre José |
Vaz, nosotros los jesuitas
estamos or- |
gullosos de ti». |
De hecho el nuevo beato
fue |
alumno de los jesuitas del
colegio de |
Goa. Dirigido por un
jesuita, José Vaz |
tomó la heroica decisión
de afron- |
tar toda clase de peligros
y pasar |
a misionar en el vecino
Sri Lanka. |
Fue el primer misionero
del tercer |
mundo que dejó su tierra
natal para |
irse al extranjero. Allí
él solo fundó |
una nueva Iglesia con
liturgia en la |
lengua nacional, viviendo
en una po- |
breza radical tres siglos
antes de que |
se hablara de la opción
preferencial |
por los pobres, poniendo
en práctica |
con sus misioneros lo que
hoy se defi- |
ne como formación
permanente, reu- |
niéndolos a ellos
periódicamente para |
encuentros de oración y
"aggiorna- |
mento". |
El primero que lo
redescubrió fue |
el p. Simón Pereira,
primer jesuita de |
Sri Lanka, historiador
insigne y pri- |
mer profesor del tercer
mundo que for- |
ma parte del cuerpo
académico de la |
Universidad Gregoriana.
Después de |
escribir diversos
artículos y pronun- |
ciar numerosas
conferencias sobre la |
vida y métodos misionales
de José |
Vaz, el p. Pereira publicó
en 1942 la |
Vida del venerable padre
José |
Vaz. En 1953 otro
historiador jesuita, |
el p. Vito Perniola, hizo
una segun- |
da edición de la Vida y en
su His- |
toria de la Iglesia
católica en Sri |
Lanka dedicó todo un
volumen al |
padre Vaz y a sus
misioneros orato- |
rianos. Así mismo
surgieron tres «Se- |
cretariados del venerable
p. José Vaz» |
con la finalidad de darlo
a conocer |
a nivel popular, hasta que
intervinie- |
ron los obispos, con lo
que se aseguró |
la incoación de la causa
de beatifica- |
ción. |
Apenas pasada una semana
de es- |
ta feliz incoación, otro
bien conocido |
jesuita, el p. Parmananda
Divarkar, |
publicaba en «The
Examiner», sema- |
22 (138) |
nario católico de Bombay,
un explo- |
sivo artículo en el que
proponía un |
«plan quinquenal» para su
canoniza- |
ción sin tener que hacer
frente a los |
gastos de una nueva causa
de canoni- |
zación ―el tercer
mundo no podría |
permitirse este
lujo― sugiriendo el |
atajo de «una sencilla
firma del papa». |
La India y Sri Lanka
muestran su |
agradecimiento al papa
Juan Pablo |
Il por haber querido
beatificarlo en |
la tierra de sus fatigas
misioneras. |
Pero a su agradecimiento
añaden una |
nueva petición: «Santo
padre: Firmad |
un escrito que lo nombre
patrón del |
tercer mundo y del tercer
milenio, |
porque el tercer milenio
pertenece al |
tercer mundo». |
¿Bastaría esta firma para
canoni- |
zarlo? El p. Parmananda,
con su cul- |
tura de historia
eclesiástica, aduce un |
caso de hace algunos
decenios. Pío XI |
con solo su firma declaró
doctor de la |
Iglesia al beato Alberto
Magno, maes- |
tro de santo Tomás, pero
que perma- |
neció siglos como simple
beato. Esta |
declaración suplió el
proceso de cano- |
nización y desde ese
momento se le |
consideró santo. Un gesto
análogo le |
cuadra al juvenil coraje
de Juan Pa- |
blo II y, si esto llega a
suceder, el p. |
Parmananda pasará a la
historia co- |
mo el jesuita que ha
contribuido más |
que nadie a la
canonización del beato |
José Vaz. |
NOTIZIE DEI GESUITI
D'ITALIA, |
abril 1995 |
La verdadera religión |
es modesta |
Confieso que desconfío de |
cualquier religión que se |
presenta como la religión
de un |
pueblo, o como la religión
de |
una época. Y si hay
momentos |
de entusiasmo súbito por
la |
verdad, esa opinión
repentina, |
que aparece bruscamente, |
desaparece también |
bruscamente, sin que
produzca |
un crecimiento gradual ni
su |
duración permanezca. La |
verdad, por su propia |
naturaleza, tiene el poder
de |
obligar a los hombres a |
confesarla en sus
palabras. |
Pero cuando se llega a los |
hechos, no se la obedece y
se |
la reemplaza por algún
ídolo. |
Por eso, cuando un país
hace |
mucho caso de la religión
y se |
congratulan al ver el
interés |
general que se le tributa, |
cualquier espíritu
prudente se |
sentirá inquieto, temiendo
que |
se trate de una
falsificación y |
no de la verdadera
religión; de |
un sueño humano y no de
las |
verdades nacidas de la
palabra |
de Dios. |
J. H. Newman, C. O., |
(PS I, 5) |
23 (139) |
El historiador César
Baronio, |
verdadero discípulo de san
Felipe |
EN LA CHIESA Nuova, del
Oratorio romano, hay dos sepulcros, |
uno junto al otro, así
dispuestos por expresa voluntad manifestada |
en vida de los
interesados, discípulos predilectos de san Felipe, |
fielmente hermanados,
aunque de temperamento harto distinto uno del |
otro: se trata de César
Baronio y de Francisco Tarugi. Este superaba en |
trece años la edad de
Baronio. Era alto, elegante, de modales refinados, |
culto, educado en ambiente
noble, abierto a las ambiciones cortesanas |
en la Roma de entonces,
sobre el cual Felipe ejercería, con éxito, un |
gran trabajo de
conversión. El naciente Oratorio no habría podido |
desear una adquisición más
brillante, si hubiese bastado tener en |
cuenta sólo las cualidades
naturales de aquel sujeto que la Providencia |
acercó a san Felipe. |
Un par de años más tarde
de que lo hiciera Tarugi, se uniría a |
aquellas reuniones del
principio del Oratorio, un joven que no había |
cumplido todavía los
veinte años, César Baronio, originario de Sora, en |
los Abruzos, que llegaba a
Roma también con esperanzas de prosperar, |
pero con sólo los escasos
dineros que le mandaban, no sin sacrificio, sus |
parientes, además de que
su padre, por principio, le tenía atado corto |
en cuanto al dinero,
temeroso de que lo empleara en holganza y |
vicios, en vez de
dedicarse con tesón a los estudios, y disponerse de |
este modo a un porvenir
mejor. Escribía a sus padres con ingenuidad, |
que la comida era menos
abundante en Roma y que había adelgazado. |
Hubo de completar su
economía haciendo de preceptor, como lo |
hiciera de joven el mismo
san Felipe, a quien pudo conocer apenas |
llegado a la ciudad de los
papas. Felipe tenía ante si a un tipo de |
montaña, fuerte, comilón,
ingenuo, a veces torpe, siempre sincero, algo |
cabezón... Pero Felipe
hizo una obra de arte, de su mismo molde. |
Siempre fue directo con
él, y consiguió transformarlo en el mejor de |
sus discípulos. También
Tarugi se dejó moldear por Felipe y le fue |
siempre obediente aunque
era más diplomático que Baronio. A éste |
Felipe le sometió a
pruebas y pequeñas humillaciones, que él no las |
24 (140) |
tomaba como tales, con lo
que consiguió pulirlo de todo atisbo de |
soberbia. |
Baronio fue, en el
naciente Oratorio, lo que podríamos llamar, su |
"intelectual".
Algo que Felipe no impidió, pero que encauzó con sana |
prudencia, hasta
convertirle en el mejor historiador de la Iglesia, de |
renombre en Europa. Sin
embargo, nunca le dispensó de los trabajos |
manuales y más humildes
(limpieza de la casa, cocina, recados...) |
Tanto Baronio como los
demás jóvenes que frecuentaban el |
Oratorio participaban del
deseo de ver una Iglesia renovada, |
verdaderamente
"reformada", aunque sin rebeldías. Parece que Baronio, |
que inicialmente no iba
desencaminado, se excedía en la predicación |
del Oratorio, con
demasiadas referencias al juicio de Dios, a los |
castigos del infierno, a
la necesidad de la reforma personal de cada |
cristiano, y se dejaba
llevar por la pasión moralizadora, negativa. Felipe |
quiso atajarlo y le
corrigió mandándole cambiar de tema. La reforma |
personal tiene su
importancia, aunque sin necesidad de recurrir al |
terrorismo apocalíptico,
más psicológico que espiritual. La Iglesia |
cambiará la sociedad en la
medida que ella misma sea santa, y será |
santa, además de la
asistencia divina, a partir del amor que le tengan |
los cristianos, y éstos la
amarán si verdaderamente la conocen mejor. |
Era, por lo tanto,
necesario volver la mirada a los primeros tiempos de |
la Iglesia y a su camino
por la Historia, y, por este motivo, hizo que |
Baronio ―al que
creía capacitado para ello― explicara en el Oratorio |
la Historia de la Iglesia.
De este encargo ampliado y profundizado salió |
el sabio que escribió los
«Anales Eclesiásticos», que fueron, en lo |
histórico, lo que un par
de siglos antes había sido la «Suma Teológica» |
de santo Tomás, en la
ciencia de Dios o Teología. A pesar de su |
celebridad, Felipe siempre
hizo entender a Baronio, que tenía más |
importancia la vida
doméstica y el trabajo diario en el apostolado del |
Oratorio, que cualquier
otra dedicación externa; incluso que era mejor |
ser fiel a su vocación
oratoriana que angustiarse por la publicación de |
los «Anales», por más
célebres que fueran. |
Fue el hijo espiritual de
Felipe más querido por éste. Le sucedió |
como Prepósito. Fue creado
cardenal, a pesar de la vehemencia y las |
lágrimas con que suplicó
al papa que le excusara de aceptar la púrpura. |
Dos veces rechazó ser papa
cuando los demás cardenales le arrastraban |
para su investidura... |
Felipe lo contemplaría
complacido, desde el cielo. |
25 (141) |
ÍNDICE DEL AÑO 1995 |
|
TIEMPO DE ORACIÓN | |
La sentencia de las
piedras | 118 |
Los dones del Espíritu
Santo (J. H. Newman) | 74 |
Oración del IV Centenario
de san Felipe Neri | 26 |
Para la unión de las
Iglesias (Y. Congar) | 2 |
Pedid y se os dará (9.
Hilario) | 98 |
Prefacio de san Felipe
(Misal ambrosiano) | 50 |
TEMAS | |
El día después | 75 |
Fe | 3 |
Historia | 119 |
Ir o venir | 27 |
Las manos | 51 |
Libertad | 99 |
Los santos no se
escandalizan | 64 |
Mil millones de católicos
| 111 |
SAN FELIPE NERI Y EL
ORATORIO | |
Año de bendiciones | 33 |
Conmemoraciones | 93 |
Cuatro españoles y un
santos | 57 |
Difundir la alegría (Juan
Pablo II) | 113 |
Dos nuevas iglesias
dedicadas al beato José Vaz | 76 |
El franciscanismo y san
Felipe Neri | 125 |
El historiador César
Baronio | 140 |
|
26 (142) |
|
El nuevo beato José Vaz y
los jesuitas | 138 |
El Oratorio de Goa | 45 |
EI Oratorio, menos
clerical | 89 |
El otoño de san Felipe |
134 |
El p. José Vaz (Juan Pablo
II) | 43 |
El p. José Vaz, nuevo
beato del Oratorio | 24 |
El privilegio de los hijos
de san Felipe (J. H. Newman) | 53 |
#El santo de la alegría
(Juan Pablo II) | 12 |
El Santoral del Oratorio |
60 |
La bendición de Newman
para el Oratorio (J. H. Newman) | 34 |
La bienaventuranza de la
libertad y san Felipe Neri | 107 |
La hora del Espíritu | 85 |
*La montaña rajada | 101 |
La primera comunidad
cristiana (Const. del Oratorio) | 42 |
La Providencia en el beato
José Vaz | 29 |
«Las catacumbas» | 121 |
Los intereses creados y
san Felipe Neri | 10 |
Los nombres del
seguimiento de Cristo y el Oratorio | 17 y 36 |
Oratorios musicales | 77,
101 y 121 |
Qué se necesita para ser
oratoriano | 65 |
Saber sobriamente. San
Felipe Neri y los libros | 82 |
San Felipe Neri (Juan
Pablo II) | 96 |
Sebastián Valfré | 21 |
Técnica modo de
evangelización (Juan Pablo II) | 87 |
NEWMAN | |
El buen celo | 127 |
La recepción de Newman en
la Iglesia católica | 130 |
La verdadera religión es
modesta | 139 |
Newman y Congar, hombres
de esperanza | 5 |
TEXTOS | |
La tradición (Y. Congar) |
7 |
Necesidad de la Historia
(F. M. Álvaro) | 129 |
¿Qué es la Iglesia? (Y.
Congar) | 100 |
Qué ofrece la Historia
(Miquel Batllori) | 129 |
Una comunidad plenamente
humana (Y. Congar) | 9 |
|
27 (143) |
Feliz |
Navidad |
a |
todos |
nuestros |
amigos |
y |
lectores |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Pl. San Felipe Neri, 1 -
Apartado 182 - 02080 Albacete - D. L. AB 105/01 - 2.12.95 |
28 (144) |
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