UNIDAD 1. La península ibérica hasta la monarquía visigoda..
Escipión edificó siete fuertes alrededor de la ciudad y comenzó el asedio (...); poste- riormente designó los jefes de cada una de estas partes, y al mismo tiempo dio la or- den de rodear la ciudad con un foso y una valla [...]. Cuando hubo concluido esta obra, de forma que si el enemigo intenta- ba algo podía ser fácilmente rechazado, un poco más allá de esta fosa y a poca distan- cia construyó otra, y la guarneció con esta- cas y con un muro de ocho pies de ancho y diez de alto, sin contar las almenas. Se le- vantaron también torres por todas partes, a cien pies de distancia unas de otras, y al no ser posible cercar la laguna próxima, construyó a través de ella de la misma an- chura y altura para suplir la muralla.
Apiano, Iberia, 90 {6} 7
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1. La Prehistoria: la evolución del Paleolítico al Neolítico.
La peculiar situación geográfica de la península ibérica ha permitido la llegada de influencias histórico-culturales procedentes de los cuatro puntos cardinales.
Este territorio ha servido de lazo de unión de los procesos históricos desarrolla- dos en Europa y en el continente africano.
Al mismo tiempo, el relativo aislamiento, al que contribuyen los Pirineos y el estrecho de Gibraltar, ha favorecido la creación de rasgos históricos particula- res. Además, su condición peninsular ha hecho que la influencia marítima, procedente del Mediterráneo y del Atlántico, haya resultado esencial a lo lar- go de su historia.
1.1. Periodización de la Prehistoria.
La Prehistoria es el periodo que comprende desde la aparición de los primeros antepasados del ser humano hasta la invención de la escritura (alrededor de 3000 años antes de Cristo).
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1.2. El Paleolítico: los hallazgos de Atapuerca.
El Paleolítico (piedra antigua) es la etapa más larga de la historia de la humani- dad y se divide en: Paleolítico inferior, Paleolítico medio y Paleolítico superior.
Paleolítico inferior:
de 1,2 millones a 200 mil a.C.
H. antecessor:
800 mil a. C.
H. heidelbergensis:
350 mil a. C.
Hachas bifaces.
Paleolítico medio:
de 200 mil a 35 mil a.C.
H. neandertal.
Diversidad de herramientas, cuevas, ritos funerarios.
Paleolítico inferior:
de 35 mil a-10 mil a.C.
H. sapiens sapiens.
Herramientas perfeccionadas, empleo del hueso, objetos con finalidad artística, pintura rupestre.
A lo largo del Paleolítico se produjo el proceso de hominización. Los habi- tantes del Paleolítico eran nómadas, dedicados principalmente a la caza y la recolección. Cazaban diferentes especies de animales (mamuts, renos o alces), pescaban y recolectaban plantas silvestres.
Durante el Paleolítico inferior convivieron distintos tipos de homínidos, como el Homo antecessor (hallado en Atapuerca) y, posteriormente, el Homo heidel- bergensis. Asociada a estos homínidos apareció una primera industria lítica (útiles de piedra), basada esencialmente en cantos tallados por las dos caras.
(bifaces), como las hachas de mano.
En el Paleolítico medio apareció el hombre de Neandertal, que perfeccionó el empleo de herramientas; fue capaz de dominar el fuego y practicaba ritos fu- nerarios.
Durante el Paleolítico superior hizo su aparición el Homo sapiens sapiens, que me joró la variedad, el tamaño y los materiales (piedra, marfil y hueso) de las herra- mientas. Habitó en cuevas y desarrolló el arte rupestre, que consistió en grabados o pinturas realizados sobre piedra en tonos rojos y negros. Sus manifestaciones prin- cipales se han conservado en la zona cantábrica (cueva de Altamira).
Los restos de homínidos más antiguos de la península ibérica se han encontra- do en la sierra de Atapuerca (Burgos), que actualmente constituye uno de los conjuntos paleontológicos más importantes del mundo. Los primeros repre- sentantes del género Homo llegaron a Europa en la era geológica del Pleisto- ceno, en la que se alternaron etapas frías (glaciaciones), con otras más suaves.
Los primeros homínidos, procedentes de África, alcanzaron la Península a tra- vés de Asia (Ucrania y los Balcanes) o del estrecho de Gibraltar.
Los restos homínidos más antiguos de Atapuerca se han datado en el año 800 000 a. C. Su presencia en estas latitudes tan meridionales, se debe a la bús- queda de un clima más cálido al existente en otras regiones de Europa. Los ha- llazgos más importantes de Atapuerca se encuentran en los siguientes lugares:
{9} • La Gran Dolina: contiene restos de piedras talladas y de fósiles de varios in- dividuos correspondientes a una nueva especie: el Homo antecessor (explora- dor), antepasado común del neandertal y del Homo sapiens. El Antecessor presentaba un desarrollo físico similar al nuestro, podía razonar, practicaba el canibalismo, celebraba ritos funerarios, cazaba en grupo y recolectaba frutos.
• La Sima de los Huesos: entre los fósiles hallados, poseen una especial im- portancia un cráneo y una pelvis, y han resultado fundamentales para la comprensión de la evolución del ser humano.
El neandertal también estuvo presente en la Península. Además de en Ata- puerca, se han encontrado restos, en Carigüela (Granada), Zafarraya (Mála- ga) y Gibraltar. Los restos más antiguos de Europa tienen una antigüedad de unos 230000 años. Eran de constitución robusta, controlaban el fuego y ente- rraban a sus muertos. Fueron contemporáneos del Homo sapiens. Su desapari- ción continúa siendo un enigma.
El Homo sapiens, u hombre de cromañón, llegó a la Península en torno al {40 000 a. C. (a Europa en el 45000 a. C.), y a Baleares y Canarias sobre el} 3000 a. C. Entre los escasos restos encontrados destacan los hallados en Par- palló (Valencia) o Puente Viesgo (Cantabria).
1.2.1. La pintura de la cornisa cantábrica.
Los grupos humanos del Paleolítico superior realizaron manifestaciones artís- ticas en algunas cuevas del área cantábrica. Las principales muestras se locali- zan en las cuevas de Altamira, auténtica «capilla sixtina» del arte rupestre, El Castillo, Tito Bustillo, El Pindal, entre otras.
Estas pinturas, fechadas en torno al 25000 a. C., se caracterizan por la policro- mía, el naturalismo (en ocasiones también abstractas) y la composición indi- vidual de animales, no en grupo.
1.3. El Neolítico.
Tras la última glaciación, el clima se suavizó en toda Europa y el nivel del mar subió debido al deshielo. Los habitantes y la fauna de la Península experimen- taron una profunda transformación. El periodo comprendido entre el final del El Homo antecesor.
{10} Paleolítico y la aparición de la agricultura y la ganadería se denomina Epipa- leolítico o Mesolítico. Entre los años 8000 y 5500 a. C., los habitantes de la Península fueron adaptándose a una nueva situación de la que surgirá una ver- dadera revolución: la revolución neolítica. que consi!
A Ante este cambio climático, los seres humanos realizaron importantes innova- ciones, la más trascendental fue el descubrimiento de la agricultura, es decir, el control del crecimiento de determinadas plantas (trigo, cebada, mijo, arroz o maíz) mediante su cultivo. Al mismo tiempo, algunos animales fueron domes- ticados y criados en cautividad (oveja, cabra, cerdo, vaca...), lo que originó la aparición de la ganadería. Estos adelantos modificaron sus formas de vida; una de las repercusiones más evidentes fue la aparición del sedentarismo. Este cam- bio radical en el modo de vida se ha denominado revolución neolítica. Todas es- tas innovaciones no tuvieron lugar al mismo tiempo en todos los territorios.
Estas actividades se iniciaron en el denominado Creciente Fértil entre el 10000 y el 8000 a. C., pero no llegaron a la Península hasta mediados del VI milenio, principalmente a la franja costera mediterránea y la zona meridional del litoral atlántico como lo demuestran los yacimientos arqueológicos encon- trados en esa zona: L'Or (Alicante), la Sarsa (Valencia), Montserrat (Barcelo- na), etc. Algunos de los elementos más representativos del Neolítico peninsular son los siguientes:
Neolítico significa piedra nueva o pulimentada, es decir, se identifica por el pulimentado de las piedras utilizadas como herramientas (azuelas o hachas) destinadas a la agricultura y no a la caza.
Las necrópolis, enterramientos colectivos en los que se han hallado abundantes ajuares funerarios, especialmente en las tierras catalanas.
El arte rupestre levantino, pinturas centradas en la figura humana y las escenas de vida cotidiana.
1.3.1. La pintura levantina.
El arte rupestre levantino se desarrolló entre el Mesolítico y los inicios del Neolítico (7000-4000 a. C.). Existen muestras destacadas en la vertiente me- diterránea, emplazada en abrigos rocosos, como Cogull (Lérida), Valltorta (Castellón), etc. Se caracteriza por el predominio de la monocromía (negros y ocres), la estilización de las figuras humanas, la gran variedad de sus esce- nas (recolección, cacerías, luchas, etc.).
1.4. La importancia de la metalurgia.
Durante el tercer milenio antes de Cristo se difundió por la Península un avan- ce decisivo en la historia de la humanidad: la metalurgia. Otra vez fue el Próxi- mo Oriente el lugar donde se originó esta técnica.
{11} • La Edad del Cobre, o calcolítico: el primer metal que se trabajó en grandes cantidades fue el cobre (3000-1800 a. C). El aprovechamiento de los me- tales provocó cambios profundos: las herramientas metálicas sirvieron para impulsar la expansión de las tareas agrícolas, y como consecuencia se pro- dujo un desarrollo de los núcleos de población que se convirtieron ya en preurbanos. Estos cambios provocaron una creciente jerarquización social frente al igualitarismo anterior. Durante el calcolítico se desarrollaron va- rias culturas: el megalitismo, caracterizado por la construcción de una arqui- tectura funeraria realizada con piedras de gran tamaño (dolmen y el tholos (tumba de corredor); los Millares (Almería); y la cultura del vaso campani- forme, cerámica que también se extendió por buena parte de Europa.
• La Edad del Bronce. Generado gracias a una aleación de cobre y estaño, abar- ca, aproximadamente, desde el 1800 al 750 a. C. Se desarrolló en un periodo de creciente ordenación urbana de los poblados, incremento de sus fortifica- ciones y aumento de las relaciones comerciales. Destacan la cultura de El Argar (Almería), la de los campos de urnas (noreste peninsular y valle del Ebro): y la megalítica de las islas Baleares (talayots, taulas y navetas).
• La Edad del Hierro. Se extendió entre el 750 y el 218 a. C. El hierro, más duro y resistente, otorgó a los pueblos que lo controlaron un claro predomi- nio militar. Coincidió con el periodo histórico de la llegada de pueblos pro- cedentes del norte de Europa y de las colonizaciones de los pueblos del Mediterráneo oriental (fenicios y griegos).
Sedentarismo: hace referencia al momento en que los humanos aban- donaron el nomadismo y comenza- ron a construir poblados estables.
Fue posible en el Neolitico gracias a la agricultura y la ganadería, que aseguraban la alimentación de las comunidades.
Creciente Fértil: región que com- prende el valle del Nilo, los territorios actuales de Israel, Líbano, Siria, sur de Turquía y Mesopotamia, donde surgieron las primeras civilizaciones.
Homo antecessor: su origen se aso- cia al Homo ergaster. Medía cerca de 1,70 metros y se alimentaba de car- ne cruda. Era recolector y carroñero, pero también practicaba el canibalis- mo. Su denominación pretende des- tacar que fue el antecedente de dos líneas de evolución: una la que dio lugar a los neandertales y otra a los Homo sapiens sapiens.
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2. La configuración de las áreas celta e ibera.
Gracias a las fuentes griegas y latinas conocemos relativamente bien los nom- bres de los pueblos que habitaban la Península en el primer milenio antes de Cristo. Por un lado, estaba el conjunto de pueblos íberos, procedentes del Áfri- ca septentrional, y los pueblos celtas que tenían su origen en el norte europeo.
Ambos grupos se fusionaron en la Meseta para dar lugar a los celtiberos. No obstante, esto supone una cierta simplificación de una realidad más compleja en la que también aparecen pueblos preibéricos, como los vascones.
2.1. Los íberos.
El término ibero o ibérico fue utilizado por los geógrafos griegos para designar a los pueblos que vivían en la parte oriental de la Península, aunque terminó por dar nombre a toda el área peninsular. Estos pueblos estaban divididos en numerosas tribus. Habitaban el litoral mediterráneo desde el norte de Cataluña hasta la des- embocadura del Guadalquivir y el valle del Ebro hasta Zaragoza. Recibieron in- fluencias culturales transmitidas por los colonizadores fenicios y griegos.
Pueblos como turdetanos, edetanos, lacetanos, ilergetes, baleáricos, etc., eran independientes entre sí, pero poseían ciertos rasgos comunes como la lengua, que escribían con el mismo sistema de signos. También el ritual funerario de la incineración, e incluso las producciones artísticas, esculturas y joyas reve- lan rasgos comunes.
Vivían en poblados fortificados y constituían una sociedad estratificada domi- nada por una clase dirigente, los régulos, que disfrutaban de un significativo poder económico y militar, y los guerreros ocupaban una posición destacada.
Tenemos noticias de la existencia de una fórmula de relación especial entre los poderosos y los guerreros basada en el honor y la lealtad, la fides o devotio ibérica.
Su forma de gobierno era la monarquía apoyada por una poderosa nobleza.
2.1.1. La Ora Maritima.
La Ora Maritima de Rufo Festo Avie- no, poeta latino, escrita a mediados del siglo d.C.., contiene en sus ver- Sos una detallada descripción del Oc- cidente del Mediterráneo, utilizando como fuente de información, entre otras, un Periplo que debió ser redac- tado por un marino de Massalia a me- diados del siglo via.C.
2.1.2. Arte ibero.
En el Cerro de los Santos se descu- brió, en el siglo xix, un importante santuario que albergaba una exten- sa colección de figurillas y exvotos de barro.
Gran Dama oferente del Cerro de los Santos, Albacete.
Devotio ibérica: tipo de cliente- la militar, común a muchos pueblos prerromanos, por la que un guerrero se comprometía a defender, incluso con la vida, a un personaje impor- tante a cambio de su protección. La muerte del patrono podía implicar el suicidio de sus devotos.
{14} La economía de estos pueblos se basaba en el cultivo de la denominada tríada mediterránea: cereales, vid y olivo. La ganadería alcanzó también un impor- tante desarrollo, especialmente la cría de caballos. Dominaban la cerámica y la metalurgia y destacaron en la fabricación de armas (como la falcata ibérica) y de objetos de orfebrería. Conocían el uso de la moneda que facilitó los inter- cambios con los pueblos colonizadores procedentes de Oriente.
2.2. Los celtas.
Los pueblos celtas llegaron a la Península en dos importantes oleadas, en los siglos IX y Vla.C. Pese a sus diferencias, todos compartían como rasgo esen- cial su pasado indoeuropeo. Galaicos, vacceos, vetones, lusitanos... ocuparon el norte, centro y oeste de la Península.
Su estructura social era tribal y se basaba en clanes familiares dominados por los guerreros. Su dominio en la fabricación del hierro les otorgó importantes ventajas militares y contribuyó decisivamente a su expansión. Su economía dependía en gran medida de la ganadería, y de hecho los propietarios ganade- ros formaban la aristocracia del grupo. Vivían en asentamientos permanentes fuertemente fortificados (castros). La diversidad de estos pueblos se plasmó en diferencias culturales:
pueblos de los denominados «campos de urnas», fueron los primeros en en- trar en la Península.
• Vacceos, poblaron el valle del Duero y practicaron el colectivismo agrario (las tierras pertenecían a la comunidad y sus frutos se repartían entre todos).
• vetones y su cultura ganadera de los verracos (toscas esculturas zoomorfas de granitos).
• cultura de los castros (poblados fortificados formados por viviendas de plan- ta circular) localizada en el noroeste peninsular.
2.3. Los celtiberos.
Aunque de ascendencia celta, determinados pueblos (arévacos, pelendones...) que ocupaban la zona oriental de la Meseta consiguieron distinguirse a causa de las fuertes y refinadas influencias culturales de sus vecinos íberos. Como en el caso de los celtas, las relaciones sociales estaban basadas en el parentesco:
las familias extensas eran el pilar de la comunidad y la comida o el descanso se realizaban en común. La religión era muy compleja porque rendían culto tanto a divinidades de carácter astral como de procedencia celta o a divinida- des menores de culto local.
Los poblados contaban con una asamblea popular, un consejo de ancianos y unas magistraturas. Sin embargo, era la aristocracia militar la que dominaba la organización política de la sociedad. Aunque fueron pueblos belicosos prac- ticaron el hospitium o pacto de hospitalidad con otras comunidades.
2.4. El reino de Tartessos.
El conocimiento sobre el reino de Tartessos, situado en torno al valle del Gua- dalquivir, se mueve entre lo histórico y lo legendario. Su momento de esplen- dor coincidió con el mítico reinado de Argantonio, entre el 630 y el 550 a. C., y la máxima actividad comercial de las factorías fenicias.
Su prosperidad se debió a su estratégica situación en el lugar de intercambio de metales (cobre, estaño, plata y oro) ya su riqueza agropecuaria.
{14} Tartessos fue más bien una federación de ciudades al estilo fenicio en la que existían fuertes desigualdades, como atestiguan los yacimientos de El Caram- bolo y La Aliseda. Las causas de su decadencia no están claras, pero a partir del siglo v a.C. el reino se fraccionó en diversas tribus o pueblos, entre los que destacó el turdetano.
2.5. Los colonizadores orientales.
Casi coincidiendo con las primeras invasiones celtas llegaron a la Península pueblos procedentes del Mediterráneo oriental. Entre los siglos x y ix a.C.
fenicios y griegos establecieron colonias en el litoral oriental y meridional, interesados en el intercambio de productos con las poblaciones indígenas:
cerámicas, adornos metálicos, armas, etc., a cambio de los abundantes metales existentes en la Península.
2.5.1. Los fenicios.
Fueron los primeros colonizadores que llegaron a la Península. Procedían de Tiro y otras ciudades del actual Líbano. Nunca pretendieron invadir territo- rios, solo deseaban aprovechar su habilidad como navegantes para instalar fac- torías en la costa y en las Baleares en las que realizar actividades de intercambio comercial.
Los fenicios introdujeron la técnica de conservación del pescado en salazón, el torno alfarero, la industria del tintado con púrpura y la escritura alfabética.
Después de una serie de disputas con los griegos, el área de actuación fenicia en la Península se limitó a la costa levantina y andaluza, donde establecieron colonias como Gadir (Cádiz), Malaca (Málaga), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra)...
2.5.2. La colonización griega.
Los griegos fundaron factorías en la Península entre los siglos viI y vi a.C., im- pulsados por intereses semejantes a los de los fenicios, con los que compitie- ron. Mercadearon con Tartessos: a cambio de metales, sal y esparto los griegos distribuyeron su delicada cerámica, sus tejidos de lino, así como vino y acei- te. Su principal área de actuación fueron las costas catalanas, con Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas) como principales centros comerciales.
{15} 2.5.3. Los conquistadores cartagineses {s} A partir del siglo VI a. C., una nueva potencia hizo su aparición en el Medi- terráneo: Cartago. Sus habitantes procedían de antiguos fenicios establecidos en las cercanías del actual Túnez, donde fundaron Cartago. Sustituyeron a los fenicios en su papel colonizador aunque con medios menos pacíficos. La coin- cidencia de intereses, con griegos primero y con romanos más tarde, les impul- só a lanzar verdaderas expediciones militares y de conquista contra los pueblos peninsulares.
Su derrota frente a los romanos en la primera guerra púnica (264-241 a. C.) les obligó a centrar su actividad en la península ibérica con el objetivo de que sirviera de base para su desquite frente a Roma.
Fue una poderosa familia cartaginesa, los Amílcar Barca, los que en el siglo III a. C.
impulsaron las campañas púnicas. Cartago Nova pasó a ser el centro de su po- der, mientras que desde Ebusus (Ibiza) reclutaban onderos baleáricos para su enfrentamiento contra el enemigo romano.
Aníbal Barca (247-183 a. C.).
General y político cartaginés. Descen- diente de la familia de senadores pú- nicos Amílcar Barca. Desde muy joven inició una vertiginosa carrera militar en la península ibérica que le llevó a asediar Roma, después de de- rrotar a las legiones en numerosas batallas como Cannas. Finalmente fue vencido por los romanos en Zama y tuvo que huir a Oriente, donde pre- firió suicidarse antes que entregarse a los enemigos.
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3. La Hispania romana.
A partir del siglo iv a.C., la ciudad de Roma, que ya había conquistado gran parte de la península itálica, se encontró con fuerzas para ampliar su expansión territorial. Sin embargo, las ambiciones romanas chocaron con los intereses car- tagineses en Sicilia. Se inició un conflicto entre ambas ciudades-estado que, tras tres largos enfrentamientos, las guerras púnicas, se resolvió a favor de Roma. Durante la segunda guerra púnica (año 218 a. C.) tuvo lugar la llegada de los romanos a lo que denominarían Hispania. Doscientos años después (19 a. C.), tras cruentos conflictos, el poder romano dominaba toda la Penín- sula, e Hispania pasaba a incorporarse totalmente a su vasto imperio.
3.1. La conquista de la Península.
3.1.1. La lucha contra Cartago.
El ataque de Aníbal en el año 219 a. C. a la ciudad prerromana de Sagunto.
aliada de los romanos y situada en la costa levantina, fue el casus belli que pro- vocó la segunda guerra púnica entre Cartago y la República de Roma. Tras ocho meses de asedio Sagunto sucumbió, lo que permitió al general Aníbal emprender la invasión de Italia tras atravesar los Pirineos y los Alpes con su ejército.
Con el objetivo de cortar los suministros a Aníbal, en el año 218 a. C. las le- giones romanas desembarcaron.en Emporion. El mando de las tropas de Roma en Hispania estuvo en manos de una de las familias senatoriales más impor- tantes de la República: los escipiones. Tras duras luchas, Publio Cornelio Es- cipión (más tarde conocido como el Africano) logró derrotar a los cartagineses en sucesivas batallas y conquistar los enclaves estratégicos de Cartago Nova y Gades. En el año 206 a. C., el poder púnico en la Península quedó desplazado definitivamente por el romano.
{17} 3.1.2. Resistencia y sometimiento {s} En su guerra contra Cartago, los romanos encontraron la colaboración de al- gunas tribus indígenas. Pronto, Roma dio señales de ambicionar sus tierras y riquezas. Ante esto, algunos pueblos, como los ilergetes al mando de Indíbil y Mandonio, iniciaron sublevaciones que fueron aplastadas. En general, los ro- manos dominaron con relativa facilidad a los pueblos ibéricos, acostumbrados al contacto con fenicios, griegos y cartagineses. Aunque ofrecía menos rique- zas que el área mediterránea, resultó mucho más costosa la conquista del inte- rior peninsular donde celtiberos y celtas llevaron a cabo una táctica de guerrillas que causó enormes contratiempos a los romanos. Pese a todo fue una lucha descoordinada, Roma nunca hizo frente al conjunto de pueblos penin- sulares, sino que los fue sometiendo uno a uno.
El momento culminante de la conquista fueron las guerras lusitanas (147-139) y las guerras celtiberas (154-133 a. C.), de ellas surgieron dos símbolos de la re- sistencia: el caudillo lusitano Viriato y la ciudad arévaca de Numancia (Soria).
Durante un tiempo, la alianza de algunos pueblos peninsulares puso en jaque a las legiones enviadas por Roma. No obstante, la muerte de Viriato y la caída de Numancia, tras un larguísimo asedio comandado por Escipión Emiliano, termi- nó con el sometimiento de toda la Meseta. En el año 123 a.C. los romanos con- quistaban las Baleares, solo el área cantábrica escapaba del control de Roma.
3.1.3. Las guerras civiles y el final de la conquista.
Durante casi cien años, las conquistas romanas en la Península quedaron pa- _ralizadas por el grave conflicto que afectó a la organización política de Roma y que concluyó con la transformación de la república en imperio. Como con- secuencia se sucedieron una serie de enfrentamientos entre las diferentes fac- ciones que se disputaban el poder, que en algunas ocasiones tuvieron como escenario Hispania: guerra de Sertorio (81-73 a. C.) y guerra entre Julio César y los partidarios de Pompeyo (49-44 a. C.).
Tras la victoria definitiva de Octavio Augusto en estas guerras civiles, Roma se dispuso a la conquista definitiva de la Península. El objetivo eran las tierras de cántabros y astures, ricas en yacimientos de metales. La dificultad del terre- no hizo que el propio Augusto participara en las denominadas guerras cánta- bras (29-17 a. C.). La resistencia fue dura y la represión feroz, con crucifixiones de prisioneros y esclavitud en poblaciones enteras. Finalmente Roma logró su objetivo y toda Hispania cayó bajo su poder.
3.2. La romanización.
La romanización consistió en el proceso por el que las sociedades indígenas prerromanas adoptaron la cultura romana (lengua, instituciones, derecho, religión...) y sus formas de vida. Supuso un fenómeno de aculturación, es de- cir, la integración cultural de los habitantes de la Península y de las Baleares en el mundo romano. Sin embargo, el proceso no fue homogéneo en todo el territorio, ya que las zonas mediterráneas y el sur peninsular se vieron más pro- fundamente afectadas que el interior y el noroeste, que conservaron en mayor medida las costumbres y formas de vida prerromanas.
Los elementos esenciales de la romanización fueron el ejército y los colonos.
El ejército romano desempeñó un papel primordial no solo por su presencia.
{18} continua en el territorio, sino por el influjo de los veteranos que se asentaron en las tierras hispanas. Por otra parte, la llegada de colonos supuso el despla- zamiento de población civil, que acudió a explotar los recursos económicos y contribuyó de manera activa a la difusión de la romanización.
3.2.1. La administración provincial.
La provincia fue la unidad administrativa utilizada por Roma para con- trolar los territorios conquistados fuera de la península itálica. De hecho, la provincia era un espacio geográfico limitado en el que se reunían una serie de comunidades sometidas a Roma, administradas por un magistrado, enviado anualmente desde la metrópoli, y obligadas al pago regular de un tributo.
Tras sus primeras conquistas, la República romana dividió Hispania en dos provincias, la Citerior en el norte (con capital en Tarraco) y la Ulterior en el sur (capital Corduba). En el año 27 a. C., con la creación del Imperio, Au- gusto dividió Hispania en tres provincias: Tarraconense (capital Tarraco), Lusitania (capital Emérita Augusta) y Bética (capital Córduba), las dos pri- meras bajo mandato directo del emperador y la tercera bajo administración del Senado.
En el siglo III d. C., el emperador Diocleciano impuso una importante rees- tructuración y dividió la Tarraconense en tres provincias: Gallaecia (capital Bracara Augusta), Cartaginense (capital Cartago Nova) y Baleárica (capital en Palma). Además, se crearon diócesis que englobaban varias provincias; una de ellas era la diócesis hispana, formada por la Tarraconense, la Bética, la Lu- sitania, la Cartaginense, la Gallaecia, la Baleárica y la Mauritania Tingitana (situada en el norte de África y con capital en Tingis).
3.2.2. El sistema urbano y la red de comunicaciones.
Aunque algunos pueblos prerromanos disponían ya de verdaderas ciudades, fue Roma la que impulso decididamente la red de ciudades en Hispania.
Estas constituyeron una de las esencias de la romanización y a la vez fueron uno de los elementos difusores del modo de vida romano. Siguiendo el ejem- plo de la propia Roma, la ciudad era el centro político, administrativo, re- ligioso y económico del territorio. Dentro del mundo-romano existieron diversos tipos de ciudades:
{19} • Ciudades estipendarias: eran ciudades indígenas conquistadas por los ro- manos a la fuerza. Sus habitantes estaban obligados a pagar un estipendio o impuesto, además de estar bajo control de los magistrados y del ejército ro- mano. Constituían la gran mayoría de ciudades de Hispania.
• Ciudades federadas o libres: habían pactado su subordinación a Roma de forma pacífica y sus habitantes gozaban de amplios privilegios: no pagar im- puestos ordinarios, conservar su propio derecho... Algunas de ellas fueron Malaca, Sagunto y Emporion.
• Colonias: en general, ciudades fundadas por los romanos para acoger a los legionarios veteranos, a los que se les concedía la ciudadanía romana. Se regían por leyes especiales y tenían una organización político administrati- va semejante a la de Roma. Fue el caso de Tarraco, Itálica, Emérita Augus- ta, Caesaraugusta, etc.
Las ciudades estaban unidas entre sí por una red viaria constituida por calza- das. La función de estas calzadas era doble: desplazamiento de las legiones ro- manas e impulso del comercio. Un verdadero cinturón de vías rodeaba la Meseta, surcada a su vez por otras calzadas que la comunicaban con la costa.
Alguna de las más importantes eran la Vía Augusta o Heráclea, o la denomi- nada Vía de la Plata.
3.2.3. La explotación económica de Hispania.
Desde el principio Roma mostró gran interés por los recursos naturales de Hispania. El sistema económico romano estaba basado en el esclavismo y pre- cisamente de las guerras en la Península obtuvo importantes contingentes de esclavos.
La riqueza minera fue otro importante aliciente para los romanos, que explo- taron intensamente estos recursos: oro de las tierras del noroeste, mercurio de Almadén, cobre de Río Tinto, etc.
La economía agropecuaria y los productos derivados de la agricultura constituyeron uno de los pilares de la explotación económica de Hispania.
La agricultura se basaba en el cultivo de la denominada tríada mediterrá- nea (cereal, vid y olivo), frutos que en buena parte se destinaban a la ex- portación.
Igualmente, los productos derivados de la pesca, como el garum, tenían como destino abastecer los mercados romanos, a los que también llegaban tejidos de lana o armas procedentes de los talleres artesanales hispanos.
Desde el siglo i a. C. tuvieron gran desarrollo las villas romanas, que adquirie- ron la forma de grandes explotaciones agrarias (latifundios). En el Bajo Impe- rio se convirtieron en destacados centros de poder en el medio rural.
3.3. El legado cultural romano.
La larga presencia romana en Hispania ha dejado una huella cultural tan pro- funda que todavía hoy se percibe en algunos aspectos de la vida cotidiana. Pese a la dureza de la conquista, los indígenas terminaron por adoptar gran parte de la cultura romana, aunque la pervivencia de las culturas autóctonas fue toda vía importante, especialmente en el norte peninsular.
{20} 3.3.1. Latín y derecho romano {s} El latín fue un símbolo del poder romano y pronto se convirtió en la lengua utilizada por las élites indígenas hispanas. Poco a poco, terminó por imponer- se al resto de lenguas peninsulares y la latinización alcanzó todas las capas so- ciales: de las lenguas prerromanas solo sobrevivió el vascuence. La absorción del latín fue tal que incluso alguno de los intelectuales más destacados del mun- do romano procedían de Hispania: los Séneca y el poeta épico Lucano, de Cór- doba; Quintiliano, de Calahorra; o el poeta Marcial, de Calatayud, son algunos ejemplos.
Además de la lengua, otro de los testimonios del legado romano fue su sistema jurídico: el derecho romano, que sigue siendo base de buena parte del ordena- miento jurídico de las sociedades actuales. El emblema máximo del derecho ro- mano era la ciudadanía, en principio solo reservada para los naturales de Roma pero que, poco a poco, se fue extendiendo a otros habitantes del Imperio.
nivel social.
Los indígenas hispanos fueron considerados bárbaros y, una vez sometidos, pe- regrinos. Pero con el paso del tiempo, en Hispania aumentó el número de in- dividuos con derecho de ciudadanía, hasta que finalmente, en el año 212 d. C., el emperador Caracalla lo concedió a todos los habitantes del Imperio.
DOS EMPERADORES ROMANOS NACIDOS EN HISPANIA Marco Ulpio Trajano (Itálica 53 d. C.-Seli- nonte 117 d. C.) Su etapa como emperador, entre los años 98 y 117 d. C., coincide con uno de los go- biernos más brillantes del Imperio. Fue el vo primer ciudadano romano de origen provin- cial que accedió al trono imperial. Destacó en la carrera militar, el emperador Nerva le adoptó como hijo en el año 98 y le nombró césar, asociándole a las tareas de gobierno.
Ese mismo año murió Nerva y Trajano, ya emperador, puso en marcha su programa político. Nombró senadores procedentes de las provincias orientales y traspasó muchas de sus tareas a los funcionarios imperiales.
Impulsó un intenso programa de infraes- tructuras (puentes, calzadas y canales).
En el año 106, Dacia se convertía en pro- vincia romana e incorporó el reino de los nabateos como provincia de Arabia. El im- perio de los partos se convirtió en su nue- objetivo. Ocupó Armenia y parte de Mesopotamia pero su deficiente salud le obligó a regresar a Roma. Falleció duran- te su traslado, en Selinonte. Su sucesor fue otro hispano Publio Elio Adriano.
Flavio Teodosio, Teodosio l.
Emperador romano nacido en Cauca, Hispa- nia. Adquirió experiencia militar en Britania y en Mesia contra los godos. Se proclamó emperador tras derrotar a Máximo.
A pesar de haber impuesto el catolicismo como religión oficial del Imperio, fue exco- mulgado por el arzobispo de Milán, san Ambrosio, a causa de la represión de la re- vuelta de Tesalónica, en la que murieron unas 7000 personas (390). Teodosio hizo penitencia pública para obtener el perdón y, desde entonces, se convirtió en instru- mento político de la intolerancia eclesiásti- ca: prohibió los cultos paganos en Roma  (391), medida que luego extendió a todo el Imperio (392).
A su muerte dividió el Imperio entre Orien- te y Occidente {21} 3.3.2. La huella artística {s} El largo proceso de romanización dejó un conjunto ingente de obras y un va- lioso legado artístico que se manifiesta en los numerosos monumentos que to- davía perviven de la etapa del dominio romano sobre Hispania:
LA HUELLA ARTÍSTICA.
Edificios públicos.
Enclavados en las ciudades y destinados al ocio de sus habitantes: templos, teatros, anti- teatros, circos y termas. Algunos ejemplos muy destacados se conservan en Mérida, Ta- rragona, Uxama, Clunia, Sagunto, etc.
Obras de ingeniería.
Esculturas mosaicos.
Algunas de las más espectaculares son los acueductos, como el de Segovia, los puentes como el de Alcántara, o las murallas de defensa de las ciudades, caso de Lugo. Por último, las calzadas también constituyen uno de los símbolos más des- tacados del legado del genio romano en ingeniería.
Son abundantes los restos de bustos, retratos y mosaicos, especialmente en los foros, villas y palacios de los habitantes más adinerados del mundo hispanorromano.
3.3.3. La cristianización.
Los primeros tiempos del cristianismo en Hispania son algo confusos; sin em- bargo, tenemos constancia, ya en el siglo II d. C., de la existencia de impor- tantes comunidades cristianas en el sur. A pesar de las persecuciones, el cristianismo se propagó especialmente en los núcleos urbanos hispanorroma- nos. Los impulsos decisivos para la cristianización del Imperio fueron:
• El Edicto de Milán (313 d. C.), que acabó con las persecuciones y concedió libertad de culto a los cristianos.
• La imposición como religión oficial del Estado romano (379-395) por el em- perador Teodosio I: la Iglesia cristiana pasó a ocupar una posición privilegia- da en el aparato estatal y en la sociedad romana; a cambio, el poder imperial comenzó a intervenir de manera creciente en los asuntos religiosos.
{22} La Iglesia tuvo que hacer frente a escisiones o desviaciones de su doctrina, como el arrianismo o el priscilianismo, que fueron declarados heréticos.
3.4. La crisis del siglo III.
A partir del siglo III d. C., el Imperio romano inició su decadencia. Una profun- da crisis económica afectó al sistema de producción basado en la mano de obra esclava y generó un encarecimiento de la vida, la subida de los impuestos, el in- cremento de la concentración de la propiedad, el desplome del comercio y la de- cadencia de los núcleos urbanos. En consecuencia, se produjo una auténtica ruralización del Imperio, con un incremento de la población asentada en las villas o fundi.
Desde el punto de vista político y militar, las guerras civiles, la rápida sucesión de emperadores y los continuos ataques de los pueblos germanos (denomina- dos bárbaros por los romanos) debilitaron el poder imperial. En Hispania se produjeron incursiones de francos y alamanes, seguidas por revueltas campe- sinas contra las oligarquías municipales. En el año 395 el Imperio romano fue dividido en dos zonas, oriental y occidental. En el año 476 se produjo la des- aparición del Imperio romano de Occidente.
Priscilianismo: secta encabezada por el obispo de Ávila, Prisciliano, y que tuvo especial incidencia en las provin- cias de Lusitania y Gallaecia, Proponía una religiosidad extrema, la igualdad de sexos y el libre examen de los tex- tos bíblicos. Prisciliano fue considera- do hereje y ejecutado por orden del emperador en el año 385 d. C.
Villas o fundi: grandes explotacio- nes agrarias de la nobleza romana que durante el Bajo imperio organi- zaron su economía de forma autár- quica e incluso suplantaron muchas de las funciones de la Administración imperial romana. La crisis del sistema esclavista llevó a su sustitución por el colonato, que consistia en el reparto de tierra por los grandes propietarios entre los hombres libres, para que estos los cultivaran a cambio del pago de determinadas prestaciones.
Así los colonos quedaban vinculados de por vida a la tierra.
Viriato: (2-139 a. C.).
Fragmento de Muerte de Viriato, de José Madrazo, Museo del Prado, 1808-1818.
Pastor durante su juventud, terminó por convertirse en el jefe de la suble- vación lusitana contra los romanos, entre los años 147 y 139 a. C. Derro- to varias veces a las legiones roma- nas en la provincia Citerior, lo que le permitió instalarse entre el Tajo y el Guadarrama y tomar la ciudad de Segobriga. Roma tuvo que enviar numerosos refuerzos, pero no con- siguió su sometimiento hasta que Viriato fue asesinado por tres de sus compañeros que habían sido sobor- nados por ellos.
{23}
4. La monarquía visigoda.
En plena crisis del Imperio, en el año 409, los pueblos germanos alanos, sue- vos y vándalos invadieron Hispania. Para expulsarlos de la Península la ya debilitada Roma solicitó ayuda a otro pueblo germano, aunque aliado, los visigodos, procedentes del norte del Danubio y establecidos entonces en la Galia (reino visigodo de Tolosa).
En el año 416 entraron en la Península, derrotaron a alanos y vándalos, y re- gresaron a la Galia. A mediados del siglo V, los visigodos volvieron para lu- char contra los suevos, a los que arrinconaron en el noreste, y se anexionaron el resto del territorio, excepto la cornisa cantábrica. Después de su derrota ante los francos en Vouillé (507), fueron expulsados de la Galia, se establecieron en la Península e instauraron un reino con capital en Toledo. Más adelante, el rey Leovigildo (569-586) conquistó el territorio que ocupaban los suevos y sometió la mayor parte de los enclaves bizantinos costeros, que fueron defini- tivamente expulsados en el año 620.
4.1. La organización política.
Şu organización política se basaba en una monarquía electiva. El rey era ele- gido por los principales jefes militares y religiosos, lo que generaba enfrenta- mientos e inestabilidad entre la nobleza por hacerse con el cargo. .
Los visigodos representaban una minoría frente a la población hispanorroma- na, por ello buscaron la integración con ellos mediante la supresión de los obs- táculos a los matrimonios mixtos y el establecimiento de una monarquía fuerte y centralizada. Con ese propósito, los reyes fundamentaron el Estado en el derecho romano (Leovigildo), y en el III Concilio de Toledo (589), convocado por Recaredo, abandonaron el arrianismo para convertirse al catolicismo, lo que les brindó el apoyo de los hispanorromanos y de la Iglesia. La unificación concluyó con el Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo), promulgado por Recesvinto, en el año 654, como código judicial para visigodos e hispanorromanos.
{24} 4.1.1. El poder de la Iglesia {s} La Iglesia, después de la conversión de Recaredo al catolicismo, desempeñó un papel predominante: los concilios contribuyeron a la unión entre la Iglesia y la monarquía, institución que tendió a sacralizar. Del mismo modo, se convir- tió en depositaria y transmisora de la cultura latina. Una figura fundamental del periodo fue san Isidoro de Sevilla.
La Iglesia patrocinó el arte y la cultura visigoda. A ella se deben las principa- les muestras de arte prerrománico del periodo, esencialmente rural y religioso:
iglesia de San Juan de Baños (Palencia), de San Pedro de la Nave (Zamora) o diversas muestras de orfebrería (coronas votivas de Guarrazar, Toledo).
Iglesia de San Pedro de la Nave.
4.1.2. El poder de la nobleza.
La dirección de las provincias por los dux, miembros de la nobleza, así como la acumulación de grandes latifundios permitió la existencia de muchos no- bles con enorme poder económico y político.
Participaba en el Aula Regia, como apoyo de los monarcas; pero, en ocasio- nes, también constituyeron alianzas entre grandes señores que degeneraron en enfrentamientos civiles. En el año 711, una de estas pugnas -entre los parti- darios de Witiza y los de don Rodrigo-fue aprovechada por los musulmanes, llegados desde el norte de África, para derrotar al ejército visigodo en Guada- lete y conquistar la mayor parte del territorio peninsular.
4.1.3. La ruralización de la economía.
La economía visigoda fue eminentemente rural. Desde el siglo III, las ciuda- des habían ido decayendo, como en otros territorios, a causa de la crisis final del Imperio romano. Se mantuvieron como centros de poder político y reli- gioso, y se convirtieron en sedes permanentes de obispos o de condes, con sus respectivas clientelas y el artesanado. Los visigodos apenas crearon ciudades; puede destacarse únicamente la de Recópolis (Guadalajara), fundada por Leo- vigildo y de breve duración.
La tierra, en manos de la nobleza visigoda e hispanorromana, se transformó en la principal fuente de riqueza. La debilidad del Estado y la seguridad que ofre- cían los señores del campo llevó a muchos pequeños propietarios a ceder sus tierras a cambio de protección, circunstancia que sentó las bases del feudalis- mo medieval.
Arrianismo: doctrina elaborada por el obispo Arrio, que defendía que dentro de la Trinidad solo el Padre era Dios. En el Concilio de Nicea (325) fue condenada como herejía, lo que no impidió su adopción por numero- sos pueblos germanos, como los visi- godos.
Liber Iudicum o ludiciorum: pro- mulgado por el rey Recesvinto en el 654, recopila la legislación visigoda e hispanorromana. Supuso la unifica- ción jurídica de ambos pueblos.
Las instituciones visigodas.
Las instituciones visigodas más des- tacadas fueron: el Aula Regia, asamblea formada por nobles para asesorar al monarca en cuestiones diversas; y los concilios, que, con- vocados después de la conversión de Recaredo, estuvieron constituidos por eclesiásticos y nobles, y adqui- rieron potestad legislativa.
San Isidoro de Sevilla, 556-636.
Obispo de Sevilla desde el año 600, fue un gran conocedor de la cultura clásica e intentó impulsar el desarro- llo cultural tanto de la Iglesia hispana como del propio reino visigodo. Es uno de los escritores más destacados de la literatura universal. En su obra cumbre, Etimologías, reunió los co- nocimientos de la época en forma de enciclopedia.