BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 5. FEBRERO. 1960.
1. SEPTUAGÉSIMA ANTE-CUARESMA Y CUARESMA
La noche de Pascua de Resurrección ha sido, en todo tiempo, el centro del año eclesiástico. Desde los tiempos apostólicos, la fecha que le ha estado más estrechamente unida, ha sido el día quincuagésimo después de ella, es decir, el día de «Pentecostés», Desde que los cristianos vieron la necesidad de prepararse con la penitencia y mortificación para aquella misteriosa noche de Pascua, la hora más santa del año, tomaron el ejemplo del Señor, que ayuno en el desierto durante cuarenta días, y así nació la Cuaresma. Luego les pareció corto este período preparatorio, hasta que lo alargaron en tres semanas más y dieron origen al tiempo llamado de Septuagésima o Ante-Cuaresma.
La Ante-Cuaresma comprende el tiempo de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima, que significan, respectivamente, el 70, 60 y 50 días antes de Pascua. A la Ante-Cuaresma le sigue, inmediatamente, el tiempo de Cuaresma, que nos conduce hasta las fiestas pascuales. Este ciclo del año litúrgico, que se denomina ciclo de Pascua, consta de una fase introductoria (Ante-Cuaresma), otra preparatoria (Cuaresma) y finalmente otra fuerte y densa, que se extiende desde el domingo de Ramos hasta Pentecostés, inclusive.
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LA ANTE-CUARESMA
Es como un pórtico que Introduce a la Cuaresma. Comienza con una Invitación al trabajo: Id también vosotros a mi vinal, leemos en el evangelio del domingo de Septuagésima. Resuena la voz de Cristo que busca hombres para que vayan a su Iglesia y que, por el trabajo de la conversión y de la penitencia, puedan alcanzar las gracias pascuales. San Pablo, en la epístola, nos estimula para que imprimamos a la aceptación del llamamiento de Cristo, el ímpetu y la ilusión del atleta que corre en el estadio y merece, victorioso, la corona. La muestra, sobrenatural, será inmarcesible.
El evangelio del domingo de Sexagésima nos viene a decir que, a nuestro trabajo, se juntará la bendición de las gracias que Cristo va a esparcir, como semilla lanzada sobre el campo de las almas. De las disposiciones de éstas dependerá el fruto de las gracias pascuales. ¡Ved en la epístola lo que la gracia hizo en S. Pablo!
El mismo Apóstol, el domingo siguiente, Quincuagésima, nos habla de la caridad, reina de las virtudes, porque sin ella de nada nos servirían cuantos esfuerzos hiciéramos para vivir sobrenaturalmente estos tiempos de gracia. Por último, nuestra buena disposición será completa, si reconocemos la debilidad y pobreza interior, que nos impiden confiar en nuestras propias fuerzas (ver introitos de los tres domingos). Somos pobres, pecadores, ciegos para el bien: sólo hallamos refugio en Cristo, adhiriéndonos a Él, siguiéndole de cerca con el ruego del ciego del evangelio: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!» Él es nuestro Refugio y nuestro Salvador: es el nuevo Adán, que va a llevar consigo a la Humanidad hacia un paraíso de gracia y de gloria; es el nuevo Noé, que nos salvará introduciéndonos en su arca, la Iglesia; es el nuevo Abraham, que ofrecerá el verdadero sacrificio de reconciliación de los hombres con Dios. Por todo esto, los sacerdotes, en este tiempo, leen, en sus breviarios, las historias de Adán, Noé y Abraham, referidas en el sagrado libro dcl Génesis, cc. 1-XXV.
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PROGRAMA ASCÉTICO
Dios nos llama al trabajo por medio de los sacramentos, de nuestra vida de oración y de nuestros deberes cristianos (obediencia, lealtad, buen ejemplo, actividad profesional).
La gracia de Dios fecundará nuestro esfuerzo si vivimos en caridad y somos humildes.
FÓRMULAS DE ORACIÓN
(Crea en mí, oh Dios mío, un corazón limpio, y renuévame una firme buena voluntad. Dame el gozo de tu Salud y mantén en mí un espíritu generoso». (Ps. 50).
«Señor, ¿qué quieres que haga?» (S. Pablo).
«Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha». (Samuel).
Ved los textos de las misas de este tiempo.
También los Salmos 35, 51, 99, 102 y 146.
LA SANTA MISA
La Misa no es una simple ceremonia, un espectáculo, una formalidad cultural: es una función pública y sagrada, centro del culto y vértice de la economía cristiana, como la pasión de Jesucristo en el vértice de la historia de la Humanidad, relacionada con Dios.
Para asistir fructuosamente a Misa, hay que penetrarse bien de lo que se hace en el altar y unirse con el pensamiento y el corazón, al sacrificio que se ofrece en él. Seria ciertamente una mediocre manera de asistir al santo sacrificio, efectuar prácticas de devoción que no tienen nada de común con él.
El modo más natural y más normal de asistir a Misa, es seguir y entender las oraciones y lecturas del misal, al mismo tiempo que las recita el sacerdote. Este las pronuncia en nombre de los fieles, por lo cual es conveniente que éstos sepan lo que se dice para ellos y se unan en una misma oración a aquel que les representa en el altar ante el Señor. Estas lecciones y oraciones son bellas, concisas y profundas; en gran parte están inspiradas por el Espíritu Santo. Son las oraciones de la Santa Iglesia: cl que reza así no está solo, porque su voz queda Integrada en la gran voz de la Iglesia universal y participa de su soberano poder de intercesión y alabanza.
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CONSEJOS PARA ASISTIR A MISA
Documentarse. Existen publicaciones para todas las Inteligencias, que ayudan a la comprensión de la Misa. Adquiera alguna de ellas tomando antes parecer de un sacerdote que le pueda orientar convenientemente. Además, por celebrarse en latín, recitado en voz baja las más de las veces, le contendría proveerse de un buen misal con la traducción castellana, si aún no lo tiene.
Preparar la Misa. Antes de acudir al templo, registre y lee con calma los textos propios del día correspondiente. Si tiene costumbre de hacer oración mental, no dude en basarla en dichos textos, por lo menos de vez en cuando.
La puntualidad es doblemente reveladora de buena educación, cuando asistimos a un acto tan sagrado como es la Misa.
Los niños que no han llegado al uso de razón y cumplido los siete años, no están obligados a oír misa; ni las personas mayores que necesariamente les han de cuidar. Es antipedagógico y desaconsejable llevarles a los actos del culto, si no han cumplido por lo menos los seis años, porque se les hace pesado tener que soportar lo que no comprenden y molestan e impiden la atención de los fieles.
La Comunión no debe separarse de la Misa, como no la puede separar el sacerdote celebrante. Sólo cabe la excepción en caso de enfermedad, de peligro de muerte o verdadera imposibilidad de oír misa. La tendencia a comulgar fuera o antes o después de la Misa, es una desviación o mutilación de la genuina piedad cristiana, aunque pretenda escudarse en razones llamadas prácticas o devotas.
Estas razones suelen reducirse a la pereza, al egoísmo piadoso, al sentimentalismo o a la ignorancia. No quiere esto decir que hay que comulgar menos, sino que hay que oír más misas, pero bien oídas, Aunque la Santa Iglesia, indulgente, a veces no exija más a los fieles, lo cierto es que éstos no sacan todo el fruto de la Misa, si no pasan de espectadores a sacramentalmente participantes en la Comunión.
Todo buen cristiano debiera tener esta divisa: ni Misa sin Comunión, ni Comunión sin Misa.