BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 7. MAYO. 1960.
1. SAN FELIPE NERI
Si bien todos los Santos buscan hacer todo el bien que pueden, no hay duda que cada uno de ellos tiene algo que le es propio, por lo que será conocido en las futuras edades de la Iglesia.
San Felipe tomó a su cargo el «mundo». Le puso cariño y enseñó que todos aquellos que viven en él, hombres y mujeres, pueden ser tan perfectos como los más grandes Santos.
Por eso concedió tan gran importancia al corazón, como un verdadero Santo bíblico. Fundó su Congregación para la ayuda de las personas que viven en el mundo y escogió las ciudades como campo de acción de sus hijos.
Yo he experimentado que todos aquellos que le son devotos, to son con entusiasmo, aunque no sepan decir apenas en qué consiste su devoción. Es más bien una especie de atracción, que una dulzura o don especial. Yo me he preguntado a menudo en qué consiste este encanto desconocido, y no acierto a responder. Es algo que sentimos, algo que, silenciosamente, llena nuestro corazón. Nos sentimos dichosos de estar a los pies de un amable Santo, de quienes somos hijos. Y todo aquello que él hace por nosotros o en nosotros; todo lo que nos hace hacer, la libertad que nos deja, el amor que nos otorga, el temor que nos Inspira, todo nos une a Dios.
Federico G. Faber, C. O.
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2. MÁXIMAS DE SAN FELIPE
El que quiere ser sabio sin el Evangelio, o salvarse sin Jesucristo, está loco o enfermo.
La perfección no consiste en lágrimas, sollozos y cosas semejantes, sino en virtudes sólidas y verdaderas.
El don de lágrimas no prueba la santidad, ni que se está en gracia de Dios.
El buen humor fortalece el corazón: los siervos de Dios deben procurar estar siempre de buen humor. El verdadero medio de profesar las virtudes, es estar siempre alegre.
Que nuestra divisa sea siempre caridad y alegría, caridad y humildad.
Cosa buena es renunciar al mundo y a nuestros bienes para servir a Dios, pero esto no es aún bastante. La grandeza de nuestro amor a Dios debe probarse con nuestro deseo de sufrir por amor suyo.
Hagamos poco caso de nuestros ayunos y abstinencias cuando nos los imponemos por nuestro propio gusto.
La perfección consiste en someter nuestra voluntad a la de Dios.
No pidas a Dios tribulaciones presumiendo que podrás sufrirlas; es menester ser prudente, y no es poco sufrir lo que Dios nos envía todos los días.
En esta vida no hay purgatorio: sólo hay infierno o paraíso.
Para el que sirve a Dios verdaderamente, las penas y todos los males se convierten en consuelos El que no sirve a Dios verdaderamente y se abandona a la sensualidad, tiene dos infiernos: en éste y en el otro mundo.
Cuando Dios derrama bendiciones y dulzuras extraordinarias en un alma, debe prepararse a tribulaciones y tentaciones muy peligrosas. Pida nos entonces fuerza a Dios para soportar lo que El habrá de enviarnos, y estemos prevenidos.
Debemos, como San Bernardo, amar la pobreza, pero no la suciedad.
Todos los pecados desagradan a Dios, pero más que todos la sensualidad y la avaricia, que son muy difíciles de curar.
Que los jóvenes refrenen su carne, que los ancianos refrenen su avaricia, y todos seremos santos.
{2 (18)} El Espíritu Santo es el maestro que nos enseña a orar, y es el que nos hace permanecer en una paz continua y en un contento precursor de aquel que gozaremos en el paraíso.
El amor de la Santísima Virgen a Dios era tan grande, que hallarse separada de Él, la hacía sufrir cruelmente, y el Padre Eterno la consoló enviándole su único Hijo.
No conviene sobrecargarse con muchas devociones: vale más tener pocas y perseverar en ellas, porque si el demonio nos persuade de dejar una, poco a poco nos hará dejarlas todas.
El que se deja dominar, aunque sea poco, de la avaricia, nunca hará progresos en la virtud.
El que desea poseer grandes riquezas, nunca tendrá grande devoción.
La lengua humana no puede expresar la belleza de un alma que muere en gracia de Dios.
¡Bienaventurados los jóvenes, porque tienen tiempo de hacer el bien!
No nos fiemos demasiado pronto de los jóvenes, que tienen gran devoción; esperemos y veremos de lo que son capaces.
Alegrémonos de que los otros progresen en la virtud.
Nada hay tan peligroso para los principiantes, como el querer hacer de maestros y guiar a los otros convertidos.
Para ayudar con celo al prójimo, no debemos reservarnos ni tiempo, ni lugar.
Dejemos las cosas de este mundo con el afecto antes de morir, y nuestra muerte será más dichosa.
Despreciemos el oro, el dinero, las alhajas y todo lo que estima este mundo corrompido, ciego e ignorante.
Los padres y las madres de familia deben educar a sus hijos en la virtud, considerarlos como a hijos de Dios más que suyos, mirar la vida, la salud y todos los bienes como cosas que Dios les ha prestado.
Dadme diez hombres desprendidos y convertiré el mundo.
La oración es como un convite de donde es bueno retirarse con hambre y con deseos de volver.
No dejemos nuestras prácticas de piedad al menor pretexto:
procuremos confesarnos en el día fijado, y sobre todo asistir a misa todos los días.
El mejor día de la vida, para el Santo, es el día de su muerte.