BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 22. FEBRERO. 1962.
1. PÓRTICO CUARESMAL
El tiempo de Septuagésima es el pórtico de la Cuaresma.
No se nos da, todavía, un programa ascético: esto se reserva para luego. Ahora se nos señala, solamente, una disposición.
En los evangelios de estos tres domingos se nos invita, primeramente, a trabajar para renovarnos espiritualmente (Septuagésima), a fin de que recibamos debidamente preparados la semilla de la gracia en la buena tierra del corazón (Sexagésima); esta gracia, que ha de iluminar como luz nueva toda nuestra vida, debemos pedirla con súplica humilde a nuestro Salvador (Quincuagésima).
En las epístolas, se nos incita a emprender este trabajo con la ilusión y el esfuerzo de un atletismo espiritual (Septuagésima), igual que los santos que por la gracia lograron, como S. Pablo (Sexagésima), una elevada transformación sobrenatural, puestas las miras en las alturas de la caridad. (Quincuagésima), reina de las virtudes, sin la cual todo esfuerzo sería vano.
Así dispuestos, estaremos en condiciones de recibir las primeras lecciones cuaresmales de ascetismo cristiano; y seguir todo el camino de purificación sobrenatural que nos conducirá a la renovada conmemoración del gozo y de la victoria pascual, verdadero triunfo de Cristo y nuestro.
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2. DESPUÉS DE LA «MATER ET MAGISTRA»
Entre las referencias más notables que la jerarquía española haya dedicado a la encíclica social «Mater et Magistra», destaca la conferencia pronunciada por el Obispo auxiliar de Tarragona en las conversaciones de Poblet del pasado año, la cual nos complace resumir esquemáticamente, en la convicción de que a pesar de ser dirigida a Intelectuales cristianos, también se puede aplicar a todo el que sea responsable o partícipe del orden social en que vivimos, mientras pretendemos hacerlo más cristiano.
Los deberes del intelectual católico ante el problema social que tanto preocupa a la Iglesia, pueden resumirse en el mandato bíblico referente a Adán: trabajar y custodiar. Hay que llevar a sus aplicaciones concretas los principios formulados en las encíclicas sociales, las cuales son siempre un opus imperfectum, o sea, sin terminar. Es preciso que haya una experimentación social de las doctrinas, pues en estas materias tan prácticas no basta la deducción lógica para acertar plenamente.
Otra obligación es la de divulgar la doctrina social de la Iglesia, lo cual corresponde, en gran parte, a los seglares.
Hay que admitir que, providencialmente, el comunismo es hoy un mal necesario para remover los egoísmos personales y nacionales. Dios lo destruirá cuando ya no sea ocasionalmente necesario: cuando se imponga la doctrina social católica, el comunismo deberá desaparecer.
Esta doctrina descansa sobre cuatro principios básicos, a saber:
1.º Dignidad de la persona humana, natural y sobrenaturalmente considerada.
2.º Derecho de propiedad, pero entendido en cristiano y despojado de los prejuicios del liberalismo aun influyente y de los errores del materialismo.
3.º Subsidiaridad de la intervención del Estado.
4.º Solidaridad entre los grupos sociales, a escala local, nacional e internacional.
{2 (6)} Ante el problema social hay que adoptar una actitud que mantenga, en conjunto:
a) Firmeza en los principios.
b) Esfuerzo en las deducciones.
c) Prudencia en las experimentaciones.
d) Audacia en las realizaciones.
Nos parece, en conjunto, un índice bastante completo que nadie que tenga responsabilidades, deberes o derechos sociales, puede dejar de considerar, de estudiar y de asimilar para integrarlo en su vida, si ha de ser cristiana, como Dios quiere, como la Iglesia espera y como el mundo necesita.
3. MISA Y COMUNIÓN
Es deseo de la santa Iglesia, que no solamente asistamos con la mayor frecuencia posible a la celebración del Santo Sacrificio, sino que participemos sacramentalmente de él acercándonos a recibir la sagrada Comunión. Todo cristiano bien formado debiera hacer suya esta norma: ni Misa sin Comunión, ni Comunión sin Misa.
! Por fortuna está cada vez más fuera de uso la costumbre de comulgar fuera, o antes, o después de la Misa, porque los cristianos están también cada vez más instruidos sobre lo que la Misa es y lo que la Comunión representa en ella, en el vértice sacramental que les hace participantes del Sacrificio de Cristo.
Además, con la mitigación de la ley del ayuno eucarístico, desaparecen casi todas las razones que, fuera del caso de enfermedad o peligro de muerte, podían justificar la recepción de la sagrada Comunión fuera de la Misa. Sólo la insistencia sentimental en una mal entendida devoción, o cierto egoísmo piadoso, o la ignorancia de algunos cristianos, o la pereza y la vida sin orden podrían ser los motivos que pretendieran lo contrario.
Y no comentamos lo mezquino que sería el cristiano que se preparara a comulgar con tan pobres disposiciones, sabiendo y pudiendo hacerlo mejor.