BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 38. DICIEMBRE. 1963.
1. CRISTO QUE VIENE
Con el tiempo de Adviento tenemos, otra vez, Navidad a la vista. Y en Navidad, otra vez, el misterio de la encarnación de Dios, por amor a los hombres. Y en el misterio de esta encarnación, y en lo profundo de toda la ternura divina hacia nosotros, esa lección perdurable que fue y es como una luz que envuelve todas las gracias y el gozo celestial del nacimiento de Jesús: su pobreza.
Pobreza que es consuelo y prenda de bendición, para los que sólo quieren y tienen la paz y el pan de cada día, y a veces menos, pobreza que es aviso para los que tienen más, y acusación para los que quieren más y hambrean riquezas con que comprarse felicidades que se pudren.
Que venga Navidad; que venga siempre, el Señor: en el seno del misterio de su Iglesia, nace y vuelve a nacer incesantemente en las almas. Pero ay del que espere, otra vez, Navidad, sólo como un día señalado, o como otro aniversario del Nacimiento de Jesucristo, y su fe en El sea sólo un detalle, aunque muy importante, de la vida. Ese no sabrá recibir a Cristo, que aun viene, y seguirá a oscuras, por más que le roce el alma la emoción idílica del suceso recordado.
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2. POBRE SEÑOR
¡Cuán pobre eres, Señor, en el Belén de nuestro mundo!
Los pastores te dieron enseguida, lo mejor que tenían. Y los enriqueciste con tu paz y se fueron alegres.
Nosotros, muchas veces, estamos tristes, porque aun que te digamos que te queremos, lo pensamos mucho, antes de darte nada, tanto si son cosas del alma, como si la generosidad ha de concretarse en algo sensible.
Te damos, si acaso, como un mendrugo seco, el tiempo que nos sobra, después de divertirnos, o en las breves pausas de las esclavitudes que nos creamos, o los minutos de desperdicio luego de hablar y hablar en balde, o de perecear muellemente, o de pecar... Para ti siempre hay plazo, siempre puedes esperar: te tratamos como a un acreedor despreciable, como al ser más pobre e Infeliz de cuantos conocemos. Bien mirado, ese continuo relegarte es una burla; pero te exigimos que nos agradezcas nuestros míseros dones, con el aplauso externo de los hombres, o con la íntima sensación, por lo menos, de que somos mejores que los demás... Y, al ir a ti, si no nos consuelas enseguida, nos cansamos y te dejamos, no sin reprocharte que nos regatees el consuelo, del que está siempre sedienta nuestra fantasía festejara. Si nos dejaras, jugaríamos con tu cruz.
Si te damos dinero, o cosas que valen dinero, casi siempre te damos menos de lo que nos sobra. Jamás creemos que tú seas dueño de nada, ni que nada hayamos recibido de ti. Somos inteligentes y hábiles: lo nuestro es nuestro, y debieras conformarte y hasta agradecernos, si somos poderosos, con que no vayamos en contra de ti. Nos enfada que no quieras reconocernos esto como un mérito. No turbes la tranquilidad de las conciencias diciéndonos que te damos poco. Ha de ser así, porque muy poco queda, si algo queda, después que nuestra imaginación se alía con nuestra sensualidad y nuestro egoísmo, y nos creamos más y más «necesidades». Sí, cada vez es más duro ese mendrugo que te reservamos.
Casi nunca te damos nada, ni hacemos nada para ti, sin intentar que nos pagues «el favor» enseguida, al contado.
¡Cuán pobre eres, Señor!
Aun.
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3. LA IGLESIA DE LOS POBRES
«¡Bienaventurados los pobres!».. Pienso hoy en la pobreza y en la simplicidad exterior de la Iglesia, como condición para que pueda transmitir su mensaje.
El mensaje de la Iglesia ha sido siempre, es y será colmado de paz, de verdad, de amor, de esperanza y de espíritu de servicio.
Pero yo pienso: cuán difícil es para nosotros, pobres obispos de la Iglesia de Cristo del siglo XX, poder transmitir este mensaje que en su origen, fraguó en la pobreza de la Encarnación. del Pesebre y de la Cruz; que fue predicado por un obrero que vivió pudiendo decir que carecía de las madrigueras que no se negaban a las zorras, que lavó los pies de los que Tlaco amigos suyos, que se expresaba en el lenguaje familiar de la dracma perdida: mensaje destinado hoy a unas multitudes de austeridad proletaria, entre las cuales, el 65 por ciento padecen hambre, una gran parte viven en barracas y cuevas que se llaman entre ellos «camaradas» y están acostumbrados al lenguaje incisivo y directo de quienes los acaudillan…; cuando nosotros nos disponemos a darles nuestro mensaje desde lo alto de los mármoles de nuestros altares y de nuestros «Palacios» episcopales, dentro del barroquismo incomprensible de nuestras misas pontificales, con su extraña danza de mitras y nuestro más extraño aun lenguaje eclesiástico. y que, por añadidura, nosotros nos situamos delante de nuestro pueblo, revestidos de púrpura, y pasamos en un coche último modelo o en un tren de primera clase, y que ese pueblo se nos acerca y nos llama «Excelencia reverendísima» mientras dobla la rodilla para besar la piedra preciosa de nuestro anillo!
Despojarse de todo este peso inmenso de historia y de costumbres no es nada fácil. Desdichados los simplistas, que no encuentran dificultades en nada! Guardémonos, pues, de condenar o proponer soluciones precipitadas...
Señor, haz que podamos, dentro de la humildad, de la pobreza {3 (39)} y de la sencillez de corazón, en la oración y bajo el amparo de tu Madre, conseguir que Tú mismo nos concedas el tesoro de luz y de valentía necesarios, para que la Iglesia encuentre su camino, en nuestro siglo XX, y sea capaz de realizar, con toda sencillez, el ideal que tu humilde hijo, Juan XXIII, le ha propuesto: Que sea la Iglesia de los pobres...
‘+ JUAN J. IRIARTE Obispo de Reconquista (Argentina) Continúan las obras de nuestra iglesia, que será simple, sobria, clara, limpia y pobre, como para que el Señor se encuentre bien en ella, y todos los que le invoquemos, le sintamos cerca, sencillamente. Todo lo hacemos con lo que nos manda la Providencia. ¿Quiere Vd. ser, un poco, su mano?