BOLETIN
DEL ORATORIO DE ALBACETE. |
N.º
53. NOVIEMBRE. 1965. |
1.
AL ENCUENTRO DE DIOS |
Antes
de comenzar el ciclo litúrgico del santo tiempo de Adviento, la Iglesia, en
las lecturas de los últimos domingos, nos ha ido disponiendo para los grandes
balances del alma. |
Balances
ante Dios: balance de nuestra fe, balance de nuestro amor, balance de
nuestras obras, balance de la actitud profunda de todo nuestro ser. |
Nuestra
vida, con sus anhelos y ansias, con todo lo que contiene, con todo lo que la
domina, ¿es digna de Dios?... ¿O es, Dios, como otras tantas cosas de nuestra
vida, una más sometida a la conveniencia, condicionada por la comodidad,
limitada por el egoísmo, relegada a la opción?... |
Un
día tendremos que encararnos con El ¿Nos preparamos seriamente para este
encuentro? |
Es
curioso: Dios que no nos necesita, mientras caminamos hacia Él, nos ama;
nosotros, que le necesitamos, mientras vamos hacia Él, le tenemos miedo. ¿Por
qué? |
Sencillamente:
porque todo lo que llena nuestra vida ―tiempo, fuerzas, esperanzas,
ansias, desvelos, fatigas del corazón, cansancios de nuestro cuerpo...
―, no es aun para El. Aun no amamos, o no amamos bastante. |
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(49)} |
2.
LAS FÁBRICAS, TEMPLOS |
El
23 de octubre pasado, se hacía pública la noticia: la S. Sede volvía a
permitir a los sacerdotes-obreros, el trabajo en las fábricas, a plena
jornada. Nos complace espigar, en las palabras del que iba a ser el Papa
Pablo VI, cuando ocupando la sede de Milán, como arzobispo, escribía en 1954: |
«Es
al sacerdote a quien corresponde desplazarse, y no al pueblo; es inútil que
el sacerdote voltee la campana, si no le hacen caso; es necesario que él
preste atención al sonido de las sirenas de las fábricas, esos templos de la
técnica en los que vive y palpita el mundo moderno; es a él a quien le toca
hacerse misionero, si es que quiere que el cristianismo se mantenga y sea
otra vez un fermento viviente de civilización». |
Y
en 1958, refiriéndose también al sacerdote: |
«Si,
alguna vez, su paciente espera del hijo pródigo que por sí mismo se decide a
volver, obtiene un buen resultado, lo más frecuente es que el pastor deba
preocuparse y tomar la iniciativa de salir del aprisco, especialmente si se
da cuenta que no es una de las cien ovejas la que falta, sino las noventa y
nueve». |
La
experiencia de los sacerdotes-obreros, calvario y gloria de la Iglesia
francesa, se reanuda con la bendición del Papa. Y en otras {2 (50)} partes
del mundo (Bélgica, Argentina, Brasil, Chile, África...) surgen experiencias
paralelas. |
Y
la misma Iglesia anglicana, en Inglaterra, imita, a su nivel, esta empresa de
los católicos. |
Un
día, s. Felipe, advirtiendo que un penitente suyo, se le hacía huidizo, y que
ello coincidía con que el tal sujeto había mejorado en su posición económica,
le dijo cariñosamente: |
"Hijo
mío, antes que tuvieses estos pocos bienes, tenías un rostro de ángel y daba
gusto mirarte. Ahora, en cambio, has mudado de semblante, has perdido la
alegría y andas melancólico". |
También
decía el Santo: "Es más fácil convertir a un sensual que a un
avaro". |
Hay
quien se preocupa tanto por estar bien, que no le queda tiempo para ser
bueno. |
Hay
quien se preocupa tanto para ser bueno, que no le queda tiempo para hacer el
bien. |
Y
todo sería más sencillo si la preocupación fuese ésta: hacer el bien, todo el
bien. Porque el que hace el bien es bueno, y el que es bueno está bien... por
lo menos con Dios. |
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3.
LOS POBRES DE CRISTO |
No
basta ser pobres para tener derecho a la ciudadanía del Reino. No basta
abandonar las riquezas para, sin más, ser perfecto. El pobre, cuando no le
pesa de su pobreza, cuando se gloria de la pobreza en vez de convertirla en
riqueza, está, es verdad, más cerca de la perfección moral que el rico; pero
el rico que se ha despojado a favor de los pobres y ha preferido vivir al
lado de sus nuevos hermanos, está más próximo aún de la perfección que quien
nació y creció en la pobreza. Renunciar a lo que nunca se ha tenido, puede
ser meritorio, porque la imaginación agranda las cosas ausentes; pero
renunciar a cuanto se ha poseído y que de todos fue envidiado, es indicio de
subida perfección. |
El
pobre que es sobrio, casto, sencillo y contentadizo, porque le faltan
facultades y ocasiones. tiende a buscar una compensación en placeres más
altos que no cuestan dinero, y en una superioridad espiritual que los
satisfechos no pueden discutirle. Pero muchas veces sus virtudes derivan de
impotencia o de ignorancia: |
no
prevarica porque no puede; los vicios no se fían.... |
Jesús
amaba a los pobres porque en ellos veía, por cierta equidad, a los más
legítimos habitantes del Reino; amaba a los pobres porque {4 (52)} hacían más
fácil, con el estímulo de la caridad, la renuncia de los ricos. Pero, más que
a nadie, amaba a los pobres que fueron ricos y que, por amor al Reino, se
habían hecho pobres. Su renuncia era el acto más grande de fe en su promesa. |
Los
amaba porque habían dado lo que, en rigor, no es nada, pero lo es todo a los
ojos del mundo. Y lo habían dado por la esperanza de participar de una vida
más perfecta. Habían tenido que vencer, en sí, uno de los instintos más
profundamente arraigados en el hombre. |
Aunque
Jesús, nacido pobre entre los pobres, para los pobres, no ha abandonado nunca
a sus hermanos: les ha dado la abundancia fructífera de su divina pobreza. |
Pero
buscaba, en su corazón, al pobre que no fue siempre pobre; al rico dispuesto
a hacerse pobre por amor suyo. Lo buscaba: tal vez nunca lo halló a su paso.
No importaba: se sentía más tiernamente hermano de aquel invocado ignoto, que
de todos los dóciles mendicantes que se apretaban a su alrededor. |
GIOVANNI
PAPINI. |
Hay
razones para excusarse de todo lo que no se ama; pero hay una sola razón para
el amor, y es él mismo. |
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(53)} |
4.
PREPARAR PARA EL AMOR |
Muchos
jóvenes van a la vida con un déficit enorme de amor: necesitarían saber amar,
pero no saben amar. Nadie les enseño, antes, a usar el corazón. |
Los
mayores se preocuparon de su salud física, del desarrollo de su inteligencia,
de sui orientación profesional..., se pensó en su futura colocación en la
sociedad, etc. Pero el capitulo «amor» se omitió en la asignatura de la vida. |
Si
acaso la palabra fue pronunciada, sirvió sólo para significar inútiles y
enfermizas vaporosidades sentimentales, infantiles y afeminadas; o fuera para
encubrir o legitimar, con su bello nombre, la transformación de la familia,
en clan centrípeto de multitud de egoísmos. |
Pero
no se les enseñó a amar: a gastar la vida en el bien; a buscar el bien, a
adherirse al bien, a comunicar el bien, a transformar la vida entera, en una
vocación votada al bien. Ni se les enseñó que el centro sublime y vital de
todo este dinamismo inextinguible de bondad, comienza y acaba en Dios, y en
Él se envuelve y se resume todo. |
Por
eso hay tantos jóvenes tristes, aun, en el mundo. Son jóvenes viejos, sin
capacidad de ideal, porque llegan con el corazón atrofiado. |
Nunca
podrán ser verdaderamente felices, y arrastrarán indefinidamente su tedio,
distrayéndose perdidos en los mil sucedáneos asquerosos de la felicidad
inútil, que tampoco es felicidad. |
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(54)} |
5.
COMENZAR Y ACABAR |
Somos
vanidosos y nos pasamos la vida asignándonos el mérito de todo lo que hemos
comenzado, como si lo hubiésemos hecho. |
Hay
hombres que, en realidad, no han hecho más que comenzar muchas cosas, estar
en muchas cosas, solemne, pomposamente, pero no han decidido, no han
terminado ninguna. |
Se
figuran que han hecho mucho, y no han hecho nada. Porque sólo se puede decir,
legítimamente, que se ha hecho, lo que se ha terminado. |
«Hacer»
es: comenzar, seguir y terminar, Cuando no se termina, se es, se está, se
figura... Pero «no se hace». |
No
hay mucho tiempo, en una vida, para hacer muchas cosas: bastaría que
hiciéramos una, grande, hermosa, santa; pero «hecha» de verdad, es decir:
comenzada, seguida fielmente, mantenida generosamente, sostenida, TERMINADA. |
¿Qué
lo impide? La curiosidad inútil y novelera, la vanidad mundana, la pereza
para mantener el esfuerzo, la cobardía para despreciar el respeto humano, la
incapacidad para enamorarse de lo auténtico y verdadero. |
La
vida de cada hombre debiera ser un campo fértil, con árboles – muchos o
pocos, que llegan al cielo, como pidiendo a Dios que {7 (55)} se inclinara a
cosechar su fruto. Pero, ¡ay!, muchas veces, son solamente un campo de
troncos, restos de una vegetación mutilada, truncada por la inconstancia en
el bien, o una planicie miserable de matorrales a los que la mezquindad
impidió erguirse en arboledas. |
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