BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 57. MARZO. 1966.
1. MORTIFICACIÓN. PERO.
...Pero mortificación que sea amor, que sirva para el amor. Cualquier dolor impuesto o soportado, que no fuese así, sería inútil.
Mortificación que sea amor a Dios: dominar, cortar, dejar todo lo que impida que Dios sea lo primero y todo en nuestra vida. Si no, no sería vida.
Mortificación que sea amor a nosotros mismos: sofocar lo que nos desvía, nos desequilibra, nos esclaviza; abnegarnos para que triunfe y domine el espíritu y reine y sublime toda nuestra personalidad de seres racionales y de hijos de Dios. Sin lo cual no seríamos libres.
Y mortificación que sea amor a los demás, a todos, sin lo cual quedaría en sentimentalismo nuestro pretendido amor al Señor, y en miserable egoísmo el legítimo, bien ordenado, que nos debemos a nosotros mismos. Porque, de lo contrario seriamos falsos.
Evitar una vida inútil. Son inútiles los que no aman, y no aman los que no miran a Dios y a todos los hombres, hasta la abnegación, hasta olvidarse de sí mismos.
Todo este camino nos queda, si queremos llegar a Dios.
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2. EL CARISMA DEL CONCILIO
El Concilio, al igual que el pontificado del papa Juan XXIII, que fue su causa instrumental inmediata, es un carisma con el cual Dios ha enriquecido lo mismo a la Iglesia que al mundo.
Más importante que los mismos textos conciliares es el espíritu que el Concilio ha dejado en la Iglesia que camina. Ahora todos tenemos la palabra, católicos y no católicos, cristianos y no cristianos.
Esta palabra, por ahora, es un interrogante.
Es una hipótesis. Queda pendiente al libre juego del misterio de la historia de la salvación, que se halla sumida en la continua interferencia entre la acción del Espíritu y las reacciones del hombre, en el misterio mismo de la Iglesia.
Puede decirse que el papa Pablo VI, tomando un concepto plenamente paulino, ha dado con la palabra precisa. Es un problema de «metanoia», de conversión.
A nivel conciliar, es decir, en el episcopado del mundo, se ha producido una conversión; la Iglesia ha tenido y sigue teniendo, como fruto del Concilio, una actitud de humildad, de arrepentimiento y de confianza. La traducción de esto es una Iglesia que vive para el amor. Ahora somos los hombres los que tenemos la palabra, desde los obispos, pasando por los sacerdotes, a los bautizados y a los que no lo son, e incluso a los que no creen.
Mons. Manuel Bonet.
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3. MEDITACIÓN
Hemos hablado mucho de «cruz», pero no s avanzado más allá del «cristiano crucificado», cuando debiéramos llegar a la consecuencia y desembocadura de esa «Cruz», de ese «estar crucificado con Cristo», de esa «concrucifixión», que es el ser «eucaristía»... Me parece que eso es lo que debiéramos aspirar a ser los cristianos en la tierra, eucaristías vivas, seres «comidos», que pueden ser «comidos» por los demás.
San Ignacio de Antioquia ya decía al ser llevado al martirio que era «trigo de Cristo».
Es la consecuencia de la Cruz. Has padecido, te han triturado, te han molido, lo has hecho «por Cristo»: es Él el que aparece a través de esa «molición» o demolición tuya. Y tomas la forma de Pan divino. Se opera la transustanciación. A través de la Cruz dejas de ser tú —el minúsculo y aborrecible «yo»— y aparece Cristo en la tierra: la hostia eucarística.
Son las dos caras de la amorosa acción sobrenatural que nos une a Dios: para mí la Cruz, para los demás la Eucaristía.
Pan. Manjar para los demás. ¿Cuándo llegaré a ser «eucaristía»? Eso es el cristiano, la esencia cumbre del ser de un cristiano. Hombres-pan. Hombres nutricios para los otros seres, Hombres que han pasado por la crucifixión, que siguen pasando por ella. Que están como el Cordero, inmolados. Y que por ello ya son de todos. Para todos.
...El ser cristiano de verdad es la maravilla del mundo.
Lili Álvarez.
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4. PARA HACER EL BIEN
Cuando nos dispongamos a hacer el bien, pueden servirnos estos consejos, que nos dicta el sentido común y el cristiano:
1. Que no quede todo en belleza de palabras y emoción de sentimiento; hacer el bien es «hacerlo», y hacerlo «bien».
2. Que, si algo hacemos, sea digno de Dios y de los hijos de Dios, que somos y que son.
Hay obras que llamamos «buenas», y que sólo revelan lo poco que estimamos a Dios, lo poco que nos estimamos a nosotros mismos y lo poquísimo que estimamos a los demás.
3. Que, si los hombres nos aplauden por el bien que dicen que hacemos, no nos sintamos satisfechos, sino entremos en nuestra conciencia y, en relación con todo lo demás que nos ocupa y preocupa —y que vale menos que Dios y que los hijos de Dios—, ella nos dirá si hemos sido en verdad leales y justos ante el Señor, o no hemos ido más allá del raquitismo de lo simbólico o del pacto de un compromiso humano o escrupuloso.
4. Que no nos comparemos con los demás o, si nos empeñáramos en hacerlo, que el término de comparación sea, Evangelio en mano, el mismo Cristo o sus santos. ¡Veríamos cuán cortos nos hemos quedado!
5. Que tengamos prisa y nos lancemos enseguida {4 (20)} a remediar el hambre, la enfermedad y toda desgracia sensible; pero que, como seres inteligentes que somos, usemos nuestra inteligencia para ir más allá y prevenir todos o la mayoría de estos males, con medios y estilos que tal vez nos impresionen menos, pero que son más eficaces: establezcamos y mantengamos obras, organicemos fuerzas, formemos hombres, difundamos ideas, instruyamos y demos mentalidad verdaderamente cristiana... porque aunque son tan lamentables y dignos de compadecer y necesarios de remediar los males físicos y corporales, tan urgentes y mayores son los morales y de las almas. Si resolviéramos éstos, los demás casi desaparecerían; porque siempre será más pobre, más miserable, el ignorante, el que no tiene voluntad, el extraviado, que el hambriento, el haraposo o el enfermo...
A no ser que esta pobreza material y sensible, no delate, como sucede de continuo, la interior y espiritual, que es su causa.
5. SOBRE LA CONVERSIÓN
¡Ay del que se convierte y se desconvierte y se reconvierte y vuelve a desconvertirse y reconvertirse una y otra y otra vez!...
No porque a Dios le falte misericordia para perdonar, sino porque este pobre ser vicioso de la conversión, se va haciendo cada vez menos capaz de entender y recibir el perdón de Dios, y le resbala, a pesar de las posibles e emociones (sensualidad del alma).
Léase, en s. Mateo, cap. 12, vv. 43-45.
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6. ESTADÍSTICAS
—Cada año mueren de hambre 40.000.000 de hombres.
—El 50 % de la población mundial está insuficientemente alimentada.
—La mitad de los niños, antes de llegar a los 14 años, contraen la tuberculosis, por falta de alimentación.
—Hay en el mundo, un total aproximado de 15.000.000 de leprosos que, según los adelantos de la ciencia médica de nuestros días, podrían sanar si se pudiera disponer de la suma de cien mil millones de pesetas que costarían los medicamentos.
Etcétera.
El dinero para remediar todos estos males del mundo, existe, sólo que está mal repartido...
Pero no nos detengamos a señalar a los ricos porque, si los que somos pobres poseyéramos riquezas, es posible que aún las usáramos peor; ni acusemos a los políticos y a los gobiernos, porque tampoco solemos administrar tan bien la poca autoridad de que disfrutamos en nuestro reducido ámbito vital; ni deleguemos en las grandes organizaciones mundiales, como la O. N. U., o en las personas eminentes, como el Papa, etc. Creamos más bien que hacen lo que pueden y encomendémosles a Dios para que acierten en sus esfuerzos. Pero miremos cerca {6 (22)} de nosotros y mirémonos a nosotros mismos, y hagamos todo lo que se puede y debe hacer, por Dios y como hijo de Dios.
Podemos hacer mucho en la sociedad civil, en la Iglesia; mucho para todos los demás, y mucho por nosotros mismos, si nos administráramos, de cara a Dios, un poco mejor.
Por ejemplo: con lo que vale un paquete de tabaco, en la India, se remediaría el hambre, por dos días, a una persona. Y tú mismo: con lo que ahorraras de fumar, de beber, de comer de más... podrías salir de tu ignorancia humana y cristiana.
¿Cuándo no será verdad que se gasta más en el estanco y en el bar que en las librerías?
7. CUANDO VAYAS A MISA
No recortes nunca tu asistencia a la santa Misa. Aquí se trata de algo más que de simple urbanidad; se trata del bien de tu alma.
Oye misa entera, y llega con tiempo para poder atender a la palabra de Dios, que va para ti. Aplícatela sinceramente, totalmente. No tengas miedo a dejarte tomar por Dios, y deja a los hipocritones que nunca van a dejarse tomar, sino a tomar ellos de Dios lo que, en sus ilusiones, les justifica o lo que les va.
Luego ve a comulgar: el Señor te espera en el abrazo eucarístico de esa misma Misa. Con su palabra ha iluminado tu fe y con su pan alimentará tu alma, para que sepas a lo que has de ir y para que tengas fuerzas y vayas. Y sal, y camina, y crece en cristiano.
Y deja a los coleccionistas de misas sintéticas y de comuniones talismánicas: porque tú has oído y recibido al Señor. Y caminarás con El.