BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 62. JUNIO. 1967.
1. LA ÚLTIMA PIEDRA
Hace cuatro años, por estas mismas fechas, reseñábamos con gozo trémulo de esperanza, la colocación de la primera piedra de nuestras obras. Y decíamos en aquella ocasión: "Hay tres piedras: la primera, la segunda y La tercera. El señor obispo ha venido a ponernos la primera, gozosa. Nosotros, ahora, damos poner la segunda, dolorosa. Y la Providencia pondrá la última, gloriosa. Igual Me en los misterios de la vida del Señor y de la Virgen: gozo, dolor v gloria.
¡Haremos un rosario, con piedras grandes, para Dios!" Sí, hemos hecho el rosario: rosario de piedras grandes, pero sobre todo hemos hecho un rosario de amigos, de hermanos, de almas, de abnegaciones que han sido alegrías... Y lo hemos hecho para Dios, y ahí está.
Ha sido un rosario, pero glorioso no. En esta vida no hay misterios de gloria, porque la última piedra no existe, o no se acaba de poner nunca.
La vida cristiana, concentrada en la fe, dinamizada por la esperanza, vivificada por el amor, camina, se expande, progresa, como esos círculos que se ensanchan en la superficie herida del agua serena, y que no paran hasta hacerse ola que alcance la orilla definitiva de Dios.
Hace cuatro años que, la primera piedra, nos parecía como un hito del que partíamos con el ansia de alcanzar la última, acariciada como la cima de un Logro que nos daría el descanso. Pero ahora vemos que no es asi: en esta vida no hay metas. Y nuestra última piedra se nos ha convertido en otro hito más grande, que percute la serenidad de los mares del alma y despierta y dilata y {1 (13)} propaga círculos aún mayores sobre la vida, lanzada hacia la orilla no alcanzada de Dios, que está más allá.
La última piedra no existe.
Ambiciosamente, hemos colocado, como remate, esa piedra colosal, único altar de la casa de Dios, representación de Cristo, foco elíptico de toda la fábrica, corazón del templo, mole que sobrecoge y domina, albura amarfilada que dulcifica y acerca el espacio dorado por la miel de la luz que espiritualiza la materia..., pero 720 va más allá del símbolo que nos emplaza hacia la realidad futura, cuando veremos a Cristo, piedra, cúspide y meta del mundo, que remata, centra, aglutina y sostiene, trascendente al tiempo, la edificación eterna de toda la obra de Dios.
Lu última piedra no existe. No existe cuando se mira más allá, hacia Dios, esa orilla que hemos de alcanzar.
Entonces, a pesar de las ilusiones con apariencia de logro, todas las piedras de esta vida, siguen siendo primera piedra para la eternidad Cabe, es cierto, la tentación perezosa del cansancio. Pero si el corazón es capaz de abrirse realmente a la verdad, puede más la alegría que conmueve el alma, cuando piensa que los trabajos y abnegaciones que la esperanza mantiene para edificar el templo de la eternidad, comienzan aquí, han comenzado precisamente aquí, ahora.
Y en la superficie serena, límpida, del mar profundo de la propia vida, la sacudida clara y vigorosa de la fe y del amor, agrandan el círculo de la onda que se hace ola anhelante hacia la búsqueda de la orilla definitiva, eterna, del regazo de Dios.
2. LAS PIEDRAS VIVAS
El día de la inauguración alguien nos decía:
—En la iglesia no hay "santos". ¿Dónde están los "santos"?
Y le contestábamos, señalando a los fieles:
—Estos son los santos, diría San Pablo...
Pero insistían:
—Bien, pero siquiera para representación, para símbolo, porque también se tienen sentidos...
Y señalamos:
—Entonces mirad estas piedras, imagen de las "piedras vivas", que son las almas de los santos. ¿O no habéis oído la homilía del señor obispo, basada precisamente en estas ideas?
POR FAVOR:
no nos pregunten cuánto cuesta la iglesia, porque los que preguntas son los que nunca quieren dar pada y nos duele que se delaten; las muchas penas que hemos pasado con los acreedores, nos hacen desagradable la evocación de cifras; —el no preguntar demasiado siempre es prueba de respeto y buena educación, que agradeceremos, —lo que más vale de la iglesia no se puede medir, ni contar, ni se podría pagar con dinero:
—la iglesia no se ha hecho solamente con dinero, y éste ha permanecido tan poco tiempo en nuestras manos, que ni sabemos el que hemos pagado; —y porque, en fin, si es que solamente nos iban a preguntar llevados de la caridad y simpatía, y esto es verdad, sepan sinceramente que aún están a tiempo para darnos o aumentarnos su limosna, que será muy oportuna para enjugar las difíciles últimas deudas, y Dios se lo pagará.
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3. CÓMO SE HA HECHO LA IGLESIA
Han sido tantos los trabajos y tan continuas las preocupaciones, que no nos ha quedado tiempo libre para contar, para medir o para comparar. Рог eso nos resulta difícil, ahora, acertar & responder a las personas de bien que se nos acercan movidas de la curiosidad y hasta por la simpatía, y nos preguntan sobre cómo hemos hecho la obra, y qué métodos hemos empleado para sufragar los gastos no indiferentes que la misma habrá acarreado.
A pesar de haber sido grandes los esfuerzos, y de habernos costado sudares del cuerpo y del corazón... lo cierto es que el aspecto material y económico nunca ha constituido nuestro problema principal, ni nuestra angustia mayor. Gracias a Dios.
También hemos comprobado como las personas que apuntaban cantidades hipotéticas, incurrían en grandes errores al aplicarlos a nuestra obra, que en realidad ha costado siempre bastante menos de lo que los calculadores han aventurado a suponer cuando la han visto ya realizada. Nos hemos esforzado en administrar lo mejor posible, por la misma escasez de medios con que contábamos y por el respeto que nos merecía el origen de las limosnas, las más de las veces de los pobres.
Pero por encima de todo, nos hemos movido y hemos vivido de la alegría de hacer algo para Dios, y este ideal, avivado en el rescoldo fraternal de los más adictos, ha cundido en muchos más y el Señor lo ha bendecido. Por otra parte, nos ha impulsado otra ilusión, cristiana y humana al mismo tiempo, de hacer algo para Albacete: algo que fuese primordialmente para su bien espiritual, pero que tuviera, además, esta dimensión plástica concretada en un edificio que la embelleciese, tomando como motivo a Dios; y que se lo pudiéramos brindar como el adorno que se ofrece al ser amado, que se tiene cerca.
Prácticamente terminadas las obras, nos damos cuenta que no tienen nada de extraordinario ni sensacional, pero nos parece que llegan a servir al fin pretendido, nacido y crecido en el corazón, pero además concretado en estas paredes. Nos da alegría pensar que en el crecimiento religioso de Albacete, impulsado principalmente a causa de su no tan lejana erección en diócesis, el Oratorio ha {4 (16)} podido añadir a la corona santa y bella de templos que la adornan y la consagran, otro altar y otro sagrario.
Y nuestro gozo no se detiene solamente mientras miramos nuestro templo, que hemos querido simple y bello, digno de Dios y honra de la ciudad, sino que aumenta nuestra alegría cuando nos damos cuenta que se levantan otros, para alabanza de Dios y para santificar a las almas. La experiencia de nuestros trabajos y afanes nos permite tener mayor admiración hacia todos cuantos nos han precedido y más comprensión y simpatía por los que nos siguen y seguirán, idealistas del bien, enamorados de Dios y amigos de la ciudad, fundido todo en entusiasmo limpio y sobrenatural.
Y decimos entusiasmo, es decir, enardecimiento por lo santo, porque es éste precisamente el mejor "material de construcción", que no se adquiere con dinero, ni sustituye el dinero.
Ahora, cuando vemos terminada nuestra iglesia, y la miramos y admiramos un poco como los padres miran y contemplan a sus hijos, se nos ha de perdonar que no sepamos reprimir siempre la manifestación externa de nuestro celo por esta casa de Dios, y nuestro gozo que la acaricia con incesante preferencia y que cada día nos la descubre más bella. Pero es verdad que, por encima de esto, lo que más nos consuela, no es la simple contemplación de la mole edificada, sino la comunión de alegría entre todos "log de casa": estos hombres y jóvenes y chicas y mujeres que la miran y saben adivinar que, en conjunto, no es otra cosa que la imagen de otra edificación invisiblemente trabada, aunque más real, de almas y corazones, arracimados a eso que llamamos Oratorio y que no tiene fronteras en la ciudad; y hasta nos es difícil deducir si lo que se acaba de hacer es más bien efecto del apostolado realizado hasta aquí que causa del que se ha de hacer. Puede que sea las dos cosas, bien entendidas.
Porque no hemos hecho la iglesia con dinero. La hemos hecho con entusiasmo: con el entusiasmo de estos corazones arremolinados a nuestras pobres personas, porque ellas fueron las que nos empujaron a acometer la empresa, y a ella nos lanzamos, confiados en Dios, y en su Providencia, porque estábamos convencidos de antemano de que era muy superior 4 nuestras fuerzas lo que íbamos a comenzar. Esta convicción ha sido nuestra fortaleza y hemos visto, realmente, como el Señor, a pesar nuestro, ha {5 (17)} bendecido y culminado la obra que en su nombre emprendíamos.
Por esto ahora, cuando nos preguntan cómo, con qué método hemos llevado a cabo todo, no acertamos a responder. Se nos ocurre que los más capaces para entender no tienen necesidad de preguntar, y que los que tengan que preguntar nunca acabarán de comprender.
Los que preguntan siempre hablan de dinero. Hay una obsesión, entre los mortales, de reducirlo todo a cifras y cantidades, incluso cuando se trata de obras para Dios... Nosotros creemos honradamente que, para hacer una iglesia, el dinero nunca es el factor principal. Y para quien nos quiera entender diremos que tenemos esta convicción, no porque no hayamos tenido problemas económicos, sino porque al tenerlos y grandes, no hemos tenido más remedio que sopesarlos en las balanzas de la fe, y nos ha sido más posible soportarlos y resolverlos al colocarlos y mantenerlos en su lugar, sin permitir que nos invadieran el campo de lo esencial. Y el resto lo ha hecho Dios.
Si sólo, o si principalmente se tratara de dinero, creemos que más dinero se podría recoger y las cosas se podrían hacer, en Albacete y en todas partes. Creemos que, para Dios, hay que seleccionar incluso el dinero. Nosotros no sabemos si lo hemos logrado, pero si sabemos que hemos querido sinceramente y constantemente atenernos a este criterio, por amor al Señor y por amor a lo que estábamos haciendo. Y ello nos ha costado más sacrificio.
En realidad, no teníamos dinero, teníamos solamente a personas que nos querían, y que nos querían porque habían encontrado el Oratorio en el camino que les llevaba a Dios. Estas personas, en general, no eran ricas, y las que pudieran parecerlo, si llegaron a ayudarnos por amor a Dios y sin tratarle como a un mendigo importuno, es que eran más ricas de otra cosa que de dinero, y que lo hacían no para hace nos un bien, sino para hacérselo a sí mismas. Nosotros, para nosotros mismos, sólo necesitamos oraciones; Dios tampoco necesita, pero se lo merece; y los que dan limosna y nosotros, necesitamos agradecer a Dios los bienes que nos da devolviéndoselos a El, de alguna manera, y necesitamos hacer penitencia de nuestros pecados, sobre todo los cometidos con dinero o a causa del dinero... De necesitar, necesitan las almas y necesita Albacete.
Si pudiera contarse todo detalladamente, habría materia para escribir {6 (18)} unas "florecillas", y sin estragar la fantasía: los que más han dado y menos lo parece; los que han dado y ni sabemos, ni han dejado que sepamos quienes son; los que parece que han dado, pero no han dado; los que han perdido, pero han ganado; los que han ganado, pero han perdido: los que han dado todo lo que tenían; los que han dado "lo que no tenían..." Hacer la iglesia ha sido una escuela espiritual y ha hecho más buenos & muchos. El Señor ha mantenido un espíritu, lubricado con gozo, batido con dolores, que a todos nos ha hecho más hermanos que ha seleccionado el amor, amor como de familia, con Dios en medio; hermanados los de dentro de casa y los de fuera de casa, por un ideal de bien, que no nos daba tiempo ni a juzgar ni a envidiar a nadie, porque nos absorbía el afán, un afán hermoso y santo, y no teníamos tiempo que perder.
Mientras tanto el Oratorio ha crecido de una manera que no revelan las estadísticas, ni encierran las cantidades, que tanto preocupan a las mentes inquiridoras, materialistas y sensualizadas hasta en lo espiritual. Y ha crecido en amor, difundido por este entusiasmo participado, que ha sido más que el de los amigos de una misma calle, o de los vecinos de un barrio, o de los compañeros de una profesión, o de las gentes de un nivel social determinado, y ni siquiera de sólo los de Albacete: de más lejos también... Pero todos han amado al Oratorio, a Albacete, a Dios.
Hemos hecho la iglesia antes con almas que con piedras. Y hemos puesto las piedras como si fuesen almas.
Las piedras quedan ahora como un símbolo, surgido sin pretender. A pesar nuestro, el Señor lo ha hecho todo.
Cuando se hacen obras para Dios, unos se ganan el cielo, otros se ganan la vida y otros ni se ganan el cielo ni se ganan la vida.
Hacer una iglesia es la cosa más fácil y más difícil del mundo: no se puede comenzar hablando o pensando en dinero, sino en almas y en la gloria de Dios. Lo demás sigue por añadidura, cuando no es pretendido, y lo pone Dios.
En cuestión de limosnas y generosidad con las obras buenas, siempre es verdad que se cumple el viejo refrán que dice: "Lo que no se lleva Dios se lo lleva el diablo".
El Oratorio de Albacete considera como a sus benefactores, no sólo a todas aquellas personas que le ayudan materialmente a sostener sus vocaciones y a consolidar la misión espiritual y apostólica que tiene confiada en esta parcela de la Iglesia, sino también a cuantos, con verdadera caridad y simpatía cristiana, le tienen presente en sus oraciones.
Para todos, con espíritu de gratitud, se ofrece especialmente la Misa de diez de cada domingo.
Ni lo caro es siempre bello, ni lo bello siempre es caro.
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4. ACTA DE LA PRIMERA PIEDRA
Terminada la iglesia, nos parece oportuno renovar el recuerdo, no tan lejano, de sus comienzos y, para ello, nada mejor que ofrecer estos párrafos del Acta de la bendición y colocación de la primera piedra.
En el nombre de Dios. Amén.
En el año del Señor MCMLXIII, y en el día veintiséis de mayo, Festividad de San Felipe Neri, cuando se cumplía el décimo aniversario de la erección canónica, por la Santa Sede, de esta Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de Albacete, y ocupaba la silla de Pedro el Papa Juan XXIII, en pleno Concilio Ecuménico Vaticano II; y era Pastor de esta joven Diócesis de Albacete, su primer Obispo, el Excelentísimo y Reverendísimo Padre Arturo Tabera Araoz, C. M. F.: el mismo Señor Obispo, bendecía y colocaba la primera piedra de la iglesia de la Congregación del Oratorio albacetense, que se edificaba en alabanza de Dios, en obsequio de la Bienaventurada Virgen María y de Nuestro Padre San Felipe Neri, y para bien de las almas.
Junto con el acta presente, se encontraban en el cofre dispuesto en la cavidad de la primera piedra, como documentación fehaciente de la época, un ejemplar de "L'OSSERVATORE ROMANO" del día veintitrés de los corrientes, el del día veinticuatro de "LA VOZ DE ALBACETE", con otros impresos relativos al Oratorio, y el último ejemplar de "LAUS"; también algunas monedas de curso legal en España, Ciudad del Vaticano, Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Canadá, Checoslovaquia, Chile, Cuba, Estados Unidos de América, Francia, Grecia, Holanda, Inglaterra, Irlanda, Israel, Italia, Laos (Indochina), Marruecos, México, Mónaco, Persia, Polonia, Portugal, Rumanía, Rusia, Siria, Suecia, Suiza, Túnez, Turquía y Venezuela, y se pretendía dar, en la reunida variedad de países, razas y continentes por ellas representados, una expresión simbólica de la actual aspiración de la Humanidad, anhelante de paz y de unión, que deseábamos fuese bajo la mirada de Dios, Padre de todos los hombres.
Se depositaban, además, medallas de la Santísima Virgen María, de San Felipe Neri y una de los Apóstoles San Pedro y San Pablo con la efigie, en el reverso, del Pontífice felizmente reinante, y un poco de tierra de las Catacumbas de San Sebastián, de Roma, recogida en el lugar donde, hace cuatro siglos, San Felipe Neri recibió el Espíritu Santo.
En fe de lo cual, junto con el Señor Obispo oficiante, firman algunos de los presentes, y se sella con el propio de esta Congregación, para conocimiento de los venideros.
Y siguen las firmas y el sello que dice: CONGREGATIO ORATORII SANCTI PHILIPPI NERII.
ALBASETI.
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5. LA VIRGEN DEL ORATORIO
A la Virgen María, Madre del Señor, no le hemos construido ningún altar, porque el altar sólo es para Dios, y a ella, humildísima, no te gustaría suplantar a nadie, y menos a Dios. Amar con justicia nos parece que es amar con el mejor amor.
Con el mejor amor hemos querido honrarla, y este amor nos ha inspirado ponerla precisamente en el portal de la casa de Dios, como invitándonos a entrar, angélica y maternal, mientras parece que nos vuelve a decir: "Haced to que él os diga", como en las bodas de Caná. Cuando salimos, al bajar los peldaños, ella nos da su sonrisa blanca, casi de niña, como si fuese a bajar de entre las flores y tender las manos para coger las nuestras y seguir con nosotros el camino que nos aguarda, hecho rio de almas que avanzan aguirnaldadas como las olas de la vida, hacia Dios.
Hemos querido una imagen de la Virgen que se vea desde la calle, porque nuestra ciudad no tenía ninguna así. Y hemos querido que sea hermosa, esbelta, erguida como una flor de piedra, que encarne la plasticidad que conviene al conjunto de esta casa de Dios, al ambiente que la envuelve, al tiempo que vivimos, al buen gusto que no deja envejecer la nobleza del cincel que lucha por hacer inmarcesible la belleza, para que sea perdurable testimonio de la generación que le profesamos nosotros ahora y para que pueda servir igualmente a los que pasen después de nosotros, camino adelante de la vida.
Estamos convencidos que venerar a la Virgen, es agradar a Dios, porque es su Madre, es honrar a la Iglesia, porque es su figura, es predicar el Evangelio, porque es la primera cristiana, y hasta es exaltar a la mujer, porque ella representa, bendita entre todas, la forma más elevada, más limpia y más generosa de gracia y de feminidad.
Y nos gusta hacerlo aquí en el parque, en este lado de la ciudad, donde siempre es primavera, para poner su imagen frente a la asamblea extasiada y muda de los pinos, levemente cimbreados por el aplauso del viento, mientras el agua, las flores y los pájaros, cosen v pintan y cantan, entre el verde, sobre el verde perenne v altísimo de los árboles.
Más allá están los hombres, que vienen o pasan, y miran.
{9 (21)} Los primeros que vienen son los niños, esos que las madres sueltan a la calle porque les estorban o les ensucian el piso o les distraen mientras oyen el serial...
y otros. Niños revoltosos y destrozones, como manadas de gorriones, groserillos, mal educados aunque sean de casa "bien", crueles con los árboles y con las flores... aunque a veces roban las del parque y las traen v ponen, desordenadamente, sobre la repisa del jardincillo de nuestra Virgen, que les amansa la furia infantil y les cambia el rostro de fierecillas descontroladas, en claridad de ángel con cara sucia de ojos puros. La Virgen también fue niña y jugó con niños, aunque sus padres cuidaron mejor de ella.
Y pasan o vienen los novios, cogidos del brazo, más respetuosos cuando la miran... (La Virgen también fue novia). Ella será espejo de amor no empañado y fuente limpia de felicidad para todos los novicios del verdadero amor. ¡Que pasen, que pasen todos los jóvenes, ellos y ellas, y la miren y la puedan mirar siempre, y se acerquen a recoger la caricia de luz que reparten sus manos!
La Virgen fue, además, esposa, y comprende a los casados: sufrió, amo, ayudó, hasta el fin, delicadamente, generosamente. Tiene cara de niña pero nos mira desde la cima del mejor amor.
Fue madre. Y hubo de crecerle el corazón para serlo bien: primero para comprender a su Hijo, luego para compartir su obra, enteramente, devolviendo todo lo que había recibido. Amo tan bien al Hijo que se le hizo el corazón grande como el mundo, hasta poder amar a todos los que iban a creer en Él.
Y cuando pasen junto a ella las almas vírgenes, pensarán que es ella la hermana mayor, del más grande amor, cuando se hace divino y universal, cuando se centra en su Hijo y en la obra de su Hijo, la Iglesia, y por eso muis fecundo.
Y todos los que pasen: los tristes, los que son felices, los pobres de corazón, los que sufren, los que buscan, los que esperan, los que aman o que quieren amar, los que luchan y se cansan... Que vean en la Virgen a la que se olvidó de sí misma y se entregó del todo a los planes de Dios. Ahora este plan, para nosotros, está en nuestro tiempo y en nuestro mundo: hagamos en el mundo lo que Cristo nos dice, lo que el Evangelio nos repite cada día, como la figura de la Virgen nos recuerda, pero hagámoslo como ella lo hizo.
Seríamos felices, tendríamos paz, más paz en el corazón, y podríamos llevar a los otros el tesoro de esta paz.
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6. LOS ARTÍFICES
No puede haber santidad que no esté envuelta en aureola de belleza, porque ésta, resplandor del bien, necesariamente debe manifestarse en cualquier bien y más en el bien espiritual, que es el más subido, en la santidad.
La santidad es fuente luminosa de belleza, y creemos que la belleza nunca puede oponerse a la santidad; es más, ayuda y conduce a la santidad. Por esto nos hemos esforzado en dar forma bella a esta casa de Dios, para que ayudara a todos a llevarnos hacia Él.
La tarea no era fácil, porque nos imponíamos ser extremadamente sencillos y sinceros, en líneas, en materiales empleados, en recursos decorativos.
Queríamos, por encima de todo, que el Altar, único, fuese el centro plástico y psicológico de toda la edificación y de todo el ámbito visible, para lo cual hubo que pensar en cómo suprimir todo cuanto pudiera distraer y aminorar esta pretendida primacía que, por otra parte, exigen las leyes litúrgicas. Había que conseguir, con poquísimos elementos un orden conducente hacia la unidad esplendorosa de la belleza, que aspira hacia la misma altura de donde recibe la luz. Y nos parece que se ha logrado.
En esta porfiada lucha por la belleza que revela y que lleva y eleva hacia lo santo, hemos tenido dos artífices, que sería injusto no mencionar:
han sido nuestros arquitectos, don Adolfo Gil y don Antonio Escario, gracias a los cuales hemos logrado este conjunto de solidez y de valentía, de prudencia y de juventud, de modernidad sin truculencias sensuales, de novedad y de sinceridad, que si no tuvieran ya merecido reconocimiento por otras obras realizadas, ésta habría bastado para proclamar el acierto de ambos artífices. Pero para el más joven de los dos, para don Antonio Escario, ha habido la emoción, no solamente de ser su primera iglesia, sino su primera obra de arquitecto. Estrenarse con una iglesia debe ser emocionante, además de comprometido, para un arquitecto cristiano; sobre todo cuando, apenas descubierto con ésta su capacidad y buen estilo, aquí mismo, en Albacete, se le encomiendan cuatro iglesias más:
la Asunción, San Pablo, Espíritu Santo y la parroquial de Pozo-Cañada.
Nosotros deseamos que lleve a estas, junto con sus colaboradores, li misma unción de sencillez, de belleza y de santidad, que admiramos en la nuestra del Oratorio, que será, para siempre jamás, su primogénita.
Don Adolfo Gil ha sido el maestro y hasta el padre que le ha apadrinado, sobre todo en los primeros días de su iniciación profesional en esta obra. Experto en otras muchas, de la ciudad y {11 (23)} de fuera de la ciudad, podía conducir los pasos de su hermano más joven, encauzar los impulsos, y fundirse hasta experimentar el gozo nobilísimo de ceder el triunfo al más joven, para que encontrara en la estrena gozosa del acierto reconocido, un estímulo profesional y un motivo de superación.
También a estos dos hombres, la iglesia les ha costado, muchos desvelos y cansancios profesionales. Pero, principalmente, mucho afecto y entrega del corazón.
Los dos son cristianos; uno ha hecho su primera casa para Dios, y otra casa para Dios don Adolfo.
A sus desvelos quisiéramos añadir el reconocimiento a todos cuantos se han cansado y han trabajado en nuestra iglesia, especialmente a los obreros más humildes, que han aguantado el sol y el frío de cuatro años, que han regado con sudores estas piedras, que las han acarreado una a una, que hasta las han ungido con la sangre del cuerpo herido, aunque no de muerte, gracias a Dios...: que son los que menos gloria recibirán por todo, y que quisiéramos que les hubiese servido para más que para ganarse el pan de cada día: que les hubiese servido para alegrarse trabajando en la casa de Dios, también suya porque son hijos de Dios y además la han hecho con sus manos.
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7. LAS RELIQUIAS
San Pablo llama al altar "mesa del Señor". En el Cenáculo el Señor instituyó la Eucaristía en la mesa. Por eso, aun cuando el paso del tiempo vaya modificando su origen, siempre, el altar cristiano, tendrá la forma de mesa. Pero he aquí que pronto el altar se convirtió en mesa sepulcral, cuando los cristianos comenzaron a celebrar el Santo Sacrificio sobre la tumba de los mártires. Y tan profundamente arraigo en la conciencia cristiana la idea de unir en un mismo sacrificio el de Cristo y el de sus mártires, o sea, de sus santos, de su Cuerpo místico, que llegó a establecerse regularmente la celebración de la Santa Misa o sobre los sepulcros de los mártires o sobre sus reliquias. Así la mesa sacrificadora llegó a ser mesa sepulcral, trocándose en piedra.
San Juan, en el Apocalipsis, contempla debajo del Altar de Dios, en el cielo, las almas de los santificados, a propósito de lo cual San Agustín establece una relación entre las almas de los santos y el Cuerpo de Cristo, que se encuentran en el altar, y San Pedro Damián dice: "El unir en los altares las reliquias de los mártires al Cuerpo del Señor, significa el cuerpo de la Santa Iglesia unido a su Redentor; así en el Altar se encuentran el Esposo con la Esposa".
Por esta razón, y para cumplir con lo preceptuado con el rito de la consagración del altar, el señor obispo colocó reliquias de santos mártires, a las que se añadieron otras, en realidad no necesarias para la validez del rito, pero sí con intencionado significado.
De todos modos, cada una de las reliquias depositadas en la consagración de nuestro altar, está cargada de significación espiritual, que alguna vez tendremos que comentar más detalladamente. Por ahora bástenos enumerar las reliquias, con sólo una breve consideración para cada una.
En primer lugar se depositó una reliquia de Santiago Apóstol. No podemos ocultar nuestro gozo y nuestro agradecimiento al poder tener en el sepulcro de nuestro altar, a este testigo, amigo y Apóstol del Señor, simbolizado en la presencia de su reliquia.
El patronazgo que se le reconoce sobre España (aunque por motivos que no es oportuno aducir aquí, nos parecería mejor fundado el de San Pablo), también nos le acerca más. Y no digamos por su juventud, por su impetuosidad, mezclada de imprudencia y generosidades, que la Gracia de Dios iría purificando, santificando...
Otra reliquia es del mártir San Sebastián. Un hombre joven también cuya figura está en todas las mentes que recuerdan la narración famosa de {13 (25)} Wiseman, Fabiola. La Providencia ha querido que, en esta última piedra" —el Altar— se completara una relación iniciada al colocar la primera, cuando junto a la misma depositábamos, hace cuatro años, un poco de tierra de las catacumbas romanas de San Sebastián, del mismo lugar donde San Felipe Neri, en su juventud, recibiera sensiblemente el Espíritu Santo.
La tercera reliquia es de una Santa virgen y mártir, Santa Victoria. Ella representa a las mujeres santas: es la Marta y María junto a Cristo, con la gracia de su juventud, con el perfume de su pureza, con la generosidad y el sacrificio de su martirio.
Y siguen luego dos reliquias intencionadas, colocadas como complemento simbólico: la primera es la de nuestro Padre San Felipe Neri, bajo cuya advocación hemos dedicado el templo que acabamos de inaugurar.
Así sus hijos, cada vez que subamos al Altar para la celebración de la Santa Misa, nos parecerá estar más cerca de aquel sepulcro de nuestra iglesia romana, donde se guarda su cuerpo entero, sobre el cual hemos ofrecido otras veces, el Santo Sacrificio, y ante el cual hemos vertido las súplicas más grandes de nuestra vida, también por Albacete y por nuestra labor de oratorianos aquí La segunda de estas reliquias complementarias, es de un santo barcelonés, San José Oriol, del que nos puede bastar recordar, por ahora, que fue un sacerdote secular muy amigo de los Padres del Oratorio de Barcelona, cuyo amor y fidelidad evitó la extinción de aquella casa, al poco de ser fundada, en una época en que el Señor quiso probarla con pruebas y persecuciones tan graves, hasta llegar al encarcelamiento de su benemérito fundador y primer Prepósito, el Padre Oleguer Montserrat de santa recordación. Por esta razón San José Oriol ha sido siempre considerado, entre los oratorianos, como un símbolo de la fraternidad con el sacerdocio diocesano.
La rica significación y sublime ejemplaridad de estas cinco reliquias nos revelan que no hacen falta otros "santos" a nuestra iglesia... La "Piedra", el Altar, significa a Cristo, y ellos, escondidos en la Piedra "escondidos en Cristo", como diría San Pablo, representan al Cristo total, al cual todos rodeamos y hacia el cual —también con frase paulina— todos aspiramos, y del cual estamos tan cerca, sobre todo si además de sernos símbolo, es Mesa del Señor que nos alimenta, al comer del Sacrificio que allí se inmola, y al que podemos unir la continua ofrenda de nuestra vida.
Esta Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de Albacete, no percibe ninguna clase de subvención del Estado, ni de ningún otro organismo.
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8. "La Iglesia está abierta..."
Tal como dice el letrero del portal, la iglesia está abierta todos los días, a las horas que se indica en el tablón de anuncios, para comodidad de los piadosos visitantes.
Apenas lo requiera la utilidad espiritual de los fieles, ampliaremos las horas de apertura y el horario de cultos.
No dudamos que todas las personas sensibles y amigas del Oratorio, nos ayudarán, como buenos cristianos, a que cuantos visiten esta casa de Dios, la consideren como un lugar sagrado, por encima de cualquier otra motivación, ya sea de curiosidad o de simple valoración artística, y que también sabrán comprender que hemos elegido unas horas para el público, que sean las más oportunas a su conveniencia espiritual, a la par que compatibles con nuestras muchas ocupaciones, también apostólicas, aunque no siempre ceñidas al recinto del templo.
No olviden también que, esta iglesia no es una obra de arte, sino una casa de oración, por encima de todo. Nos disgusta la curiosidad inútil y barata de los que entran a contemplar las paredes, pero no vienen a decirle algo al Señor, que en esta, como en todas las iglesias, espera siempre a todos, como el Padre a los hijos, en la oración sosegada que favorece el debido respeto al lugar sagrado.
Los conduciré hasta mi lugar santo,
y los llenaré de gozo en mi Casa de oración;
sus ofrendas y sus sacrificios
serán gratos sobre mi Altar:
porque mi Casa será llamada
Casa de oración.
(Isaías, 56,7)