BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 73. NOVIEMBRE. 1968.
1. SIGNOS
Más allá de su misma realidad individual, hay hombres, y sucesos, que tienen un valor eminente, en el curso de las cosas o en las actitudes colectivas de la humanidad. La Providencia los suscita aun a sabiendas de la fragilidad de lo que se elige como "signo" y, aún más, de la resistencia de las perezas que despierten y de los egoísmos que comprometan. No importa, Incluso esa resistencia purificará la imperfección del "hombre-signo" y aumentará la fuerza de su mensaje: esto ocurrió con Newman, con Rosmini, y tantos... Esto está ocurriendo con Helder Cámara, con Camilo Torres, y tantos... Dios no abandona el mundo y no cesa de mandarle profetas, aunque el mundo los apedree. Se mantiene la correspondencia entre Maestro y discípulos que el Evangelio establece de los labios del mismo Cristo.
Hay que saber entender los signos de los tiempos, en sus hombres y en sus sucesos. Esta exhortación evangélica la repitió y la hizo lema Juan XXIII. El mundo camina y los "signos" son la señalización de este camino que lleva a.
Dios. No es un camino cuesta abajo, que hay que seguir con el freno pisado a fondo; es más bien una ascensión continua, purificada de perezas y de egoísmos, hacia la bienaventuranza, hacia el reino de Dios. Los jóvenes nos advierten: no vale quererse detener en el cielo pequeño, en la "Instalación" avariciosa del egoísmo. Hay que caminar: detenerse es morir, detener es matar.
Ofrecemos en este número de Laus, algunos rasgos "significativos" de estos mismos nombres que hemos citado. Acerquémonos a ellos, pensemos y caminemos, purificándonos sí, pero sin frenar.
Por causas ajenas a nuestra voluntad nos vemos precisados a suprimir varios textos que teníamos preparados para este número, a los que se alude en el anterior articulo.
2. LA IGLESIA Y LOS JÓVENES
Varias veces se ha referido el Papa Pablo VI a la juventud; pero el día 26 de septiembre pasado se detuvo más de lo acostumbrado ante una asamblea en gran parte formada por jóvenes.
"Todos quisiéramos ser jóvenes" decía el Papa. Y en seguida analizaba los rasgos más salientes de la juventud de nuestros días y se preguntaba a la Iglesia era también para ellos.
Porque existe una juventud que ve en la Iglesia un freno que limita sus posibilidades de realización. ¿Lleva razón?
El Papa hace como que oye las que.
las que tantos formulan ante el espectáculo de esos jóvenes inconformistas. Tales quejas "quizá sean parcialmente exactas, pero no responden a la entera realidad de los jóvenes de hoy", dice el Papa. Y continúa así:
¿Por qué? Porque descuida algunas características importantísimas del Joven de hoy: características que encuadradas en el perfil exacto de su auténtico rostro, nos dan una imagen muy diversa del joven de hoy. También en este punto, si quisiéramos estudiar bien las cosas, habría mucho que decir. Adelantamos solamente, por vía de ejemplo, algunas preguntas.
¿No es verdad quizá que la juventud de hoy está apasionada por la verdad, por la sinceridad, por la "autenticidad" (como ahora se dice), y no constituye esto un título de superioridad? ¿No hay en su inquietud una rebelión ante las hipocresías convencionales de las cuales estaba frecuentemente llena la sociedad de ayer? Y en la reacción que parece inexplicable a muchos, y que los jóvenes desencadenan contra el bienestar, contra el orden burocrático y tecnológico, contra una sociedad sin Ideales superiores y verdaderamente humanos, ¿no es una intolerancia ante la mediocridad sicológica, moral y espiritual, hacia la insuficiencia sentimental artística y religiosa, ante la uniformidad impersonal de nuestro ambiente tal como lo va creando la civilización moderna?
¿No hay, pues, en esta insatisfacción juvenil una secreta necesidad de valores trascendentes, la necesidad de una fe en el Absoluto, en el Dios vivo?
Más aún: ¿es verdad que los jóvenes de hoy son individualistas y egoístas cuando no saben vivir sino en compañía de otros jóvenes, cuando tienen {2 (134)} instinto. A veces excesivo, de la asociación y del conformismo colectivo?
¿Quién se atreverá a sostener que nuestros jóvenes son incapaces de abnegación y de amor al prójimo cuando son precisan ate ellos quienes frecuentemente, en los momentos de necesidad pública o en las situaciones socialmente insostenibles, dar a todos lecciones de prontitud, de entrega, de heroísmo y de sacrificio? No conocen a los jóvenes quienes no ven cuanta capacidad de renuncia, de valor, de servicio, de amor heroico tienen ellos en su corazón; y hay quizá más que antes. ¿Qué significa su impaciencia de querer participar en seguida y como hombres cultos, no como niños menores de edad, en los proble1 13 de la vida real, sino una respetable y muchas veces encomiable ansia de participar en la responsabilidades comunes?
Es necesario revisar el examen del espíritu juvenil contemporáneo, que es delicado y complejo y que a Nos desde este momento nos ofrece esta certeza: la relación entre la juventud y la Iglesia, a la que nos referíamos, no es por cierto una relación definitivamente negativa, no es una relación de oposición, de lejanía es una relación positiva; la de una escuela donde la verdad y el espíritu se abren, se descubren y se encuentran, el de una comunidad orgánica, donde la unidad no crea opresión, ni uniformidad, sino reciprocidad, respeto y amor: la de una singular plenitud, de una felicidad inesperada: la plenitud de los auténticos valores humanos y espirituales; la felicidad de la certeza, de la caridad; la de un encuentro prodigioso y estupendo, el encuentro con Uno, el cual está entre la Iglesia que lo introduce y la juventud que lo descubre, más aún, que descubre en Él el único verdadero amigo, el único verdadero maestro, el único verdadero y supremo héroe, el único  verdadero prototipo de Hombre que vale la pena buscar e integrar para siempre en la propia vida: ya entendéis quién es: es Cristo, es Dios hecho hombre. Es el secreto, es el don de la Iglesia. Ella lo ofrece a la juventud.
PALABRAS DE DOS PAPAS:
«Advertid inmediatamente al clero, y mandadnos el decreto de la elección a fin de que el obispo sea ordenado con nuestro consentimiento, como en los tiempos antiguos. Sobre todo tened cuidado de que en esta acción electiva no se entrometan ni la autoridad real ni protección alguna de personas poderosas; ya que el que es ordenado de este modo, está forzado a obedecer a sus protectores, con perjuicio del bien de la Iglesia y de su disciplina».
San GREGORIO I, en 563, a la diócesis vacante de Salona, «La Iglesia pide a los Gobiernos que consientan en reconocerle y devolverle su plena y entera libertad en cuanto concierne a la elección y nombramiento de sus Pastores».
PABLO VI, 28. 10. 1965.
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3. SOBRE MORAL PERIODÍSTICA «El periodista serio y honrado ―dice el Papa― debe estar libre de presiones políticas y económicas».
Con motivo de la asamblea de la "Unión Católica de prensa italiana". Inaugurada en Tarento el 7 de este mes de noviembre, S. Santidad Pablo VI ha dirigido a su presidente, Raimondo Manzini, director de "L'OSSERVATORE ROMANO", un mensaje, recordando algunas normas de Deontología periodística ―tema de la asamblea―, de las cuales la primera se contiene en las siguientes palabras:
Ante todo, el respeto a la verdad, puesto que sólo con esta condición la prensa informativa cumple su intrínseca e indispensable función de servicio al bien común. En la difusión y comentario de las noticias, la objetiva referencia de lo que realmente ha sucedido debe prevalecer sobre cualquier otro interés.
La obligación de buscar la verdad es a veces muy pesada, pero el periodista serio y honrado, libre ―como debe estar― de presiones políticas y económicas, así como de prejuicios personales, la cumple de buen grado.
Resistiendo a la tentación de inflar o embellecer las noticias ―incluso de inventarlas―­ lo mismo que de detenerse en sus aspectos sensacionales y superficiales.
El respeto a la verdad pide también al periodista que no sea parcial o aproximativo, que no calle lo que es esencial a la recta comprensión del significado de una noticia de modo que pueda despistar al lector. Y el respeto de la verdad exige, por último, la rectificación de una noticia falsa: obligación esta que es moralmente grave, cuando con la falsificación de una información se ha causado serio daño a la fama y a la honorabilidad del prójimo. El hecho de que éste sea un "adversario", en el aspecto ideológico o político, no podrá jamás justificar el uso de la parcialidad, de la tendenciosidad, de la mentira en relación con él.
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4. «EL DESARROLLO» SEGÚN NEWMAN
Traducimos los siguientes párrafos del interesante artículo "Lo sviloppo secondo Newman e la psicologia positiva" que, firmado por Giulio Nicolini, publicaba "L'OSSERVATORE ROMANO" del 21 de septiembre último.
Alguien ha afirmado muy acertadamente que, en el presente momento eclesial, estamos más cerca de los hombres de la antigüedad cristiana que de los hombres del siglo pasado.
Pero hay hombres del siglo pasado que han tenido una parte tan grande en la vida de la Iglesia, que han ejercido un papel tan decidido y realmente profético, para los que su recuerdo no resulta solamente actual, sino que ayuda a una más exacta comprensión del presente. Pensemos en el cardenal Newman —una de las figuras gigantes de todos los tiempos― que ha sido el precursor de la nueva época a la que el Concilio ha dado inicio y concreción, La actualidad de Newman ha sido muchas veces sacada a luz. Muchas afirmaciones e indicaciones del Concilio son la adquisición de aquello que el gran inglés había fijado o preanunciado sobre temas esenciales o característicos, tales como el ecumenismo, la libertad de conciencia, la eclesiología, la teología del laicado.
Tampoco quisiéramos olvidar aquella particular psicología que llevó a Newman a experiencias bastante cercanas a nuestra mentalidad; sus polémicas, por ejemplo, su estilo de vida. Elevado al cardenalato cuando su figura parecía olvidada, los años de Newman transcurrieron en el Oratorio de Birmingham, en sus pequeñas habitaciones repletas de libros, rodeado del afectuoso clamor de los jóvenes. Un sacerdote de nuestro tiempo, el Padre Bevilacqua, también oratoriano, elevado al cardenalato, ha continuado en sus días ―¡mucho más breves!― en una existencia parecida. Un cardenal vive hoy entre leprosos, otro sigue de profesor en un seminario suizo.
Pero más allá de estas ciertamente significativas coincidencias, a Newman lo sentimos actual por su doctrina sobre el "desarrollo" eclesial, que tiene tanta parte en la eclesiología y ―nos parece― en la mentalidad con que tenemos que mirar los problemas de la Iglesia de hoy.
Newman piensa que la Iglesia siempre debe cambiar. La ley del cambio no le da miedo; es, por el contrario, natural a su misión histórica. Es cambiando que continúa siendo la misma, en mayor medida y profundidad, no por una exigencia fatalista, ni por un prejuicio determinista, sino por la ley de la fidelidad.
{5 (137)} Y llega a otra afirmación que, al menos en un primer momento, parece sorprendente en un espíritu ecuménico como el suyo, y es que fuera de la Iglesia católica el hombre se condena al ateísmo.
La dinámica del cambio está sometida a las leyes de lo que Newman llama más adecuada y claramente, el "desarrollo", sobre el cual escribió un famoso ensayo. Hombre moderno en el mejor sentido de la palabra, no tiene miedo de mirar a la Iglesia como una realidad que cambia. El cambio es sinónimo de vida; para vivir es necesario haber cambiado muchas veces..
Pero ¿qué y por qué cambiar? Sus respuestas pueden encontrar una semejanza ideal en el árbol que se desarrolla a partir de una semilla inicial, da origen a un pequeño tallo, que después se hace mayor, crece continuamente, sustituye con nuevos brotes a aquellos que se han secado, obedece, en una palabra, a un dinamismo que no se aparta nunca de la naturaleza de la semilla sembrada en la tierra.
El conocimiento anticipado de la necesidad de cambiar se salva con la fidelidad. Es una exigencia que no prohíbe sino los impulsos de naturaleza subversiva y corrosiva.
No se puede olvidar que Newman meditaba sobre la Iglesia católica después de un fatigado y largo camino iniciado para encontrarse no con ella, sino con i verdad. Una vez que comprendió que la verdad coincidía con aquel vinculo histórico que une los sucesores de Pedro al Pescador de Galilea y consiguientemente a la voluntad de Cristo, él amo a la Iglesia como a una madre, una madre suspirada y soñada, que satisfacía su antigua y nunca extinguida necesidad de luz, que daba valor y plenitud a aquella misión" a la cual él se había sentido llamado desde los ardores de su juventud.
"Raramente la vida espiritual de un hombre estuvo marcada por un sentido místico de la Iglesia, como la de John Henry Newman. Para él la Iglesia representaba el valor supremo, el objeto de sus aspiraciones y de su devoción, no menos que de los penetrantes progresos de su espíritu. Se puede afirmar que la espiritualidad newmaniana es una mística de la Iglesia", afirma un profundo conocedor de Newman, el dominico holandés P. Walgrave. El hermano de Newman dejó escrito incisivamente: "Para él la Iglesia era todo, para mi nada".
Esto no está en oposición con el alto concepto que él tenía de la libertad de conciencia. Es precisamente partiendo de las indestructibles exigencias de la conciencia por donde el infatigable pensador llega a la Iglesia, porque la conciencia quiere una donación incondicionada, pide una obediencia absoluta a Yos: y es la Iglesia la que comunica al hombre la voluntad de Dios. La Iglesia, pues, es necesaria para superar la sensación de inseguridad que suele acompañar a la conciencia abandonada a sí misma.
La ley del desarrollo no sólo no pone en discusión o ensombrece el sentido {6 (138)} de la fidelidad, sino que lo pide y lo vivifica. Sin fidelidad no hay desarrollo, sin desarrollo no hay fidelidad.
Comentando la palabra programática de Cristo: "edificare ni Iglesia", Pablo VI ha hablado (16 nov. 1966) de la Iglesia como edificio en construcción, poniéndonos en guardia ya contra la tentación de crear obstáculos a la renovación, ya contra el intento de cambios arbitrarios. "El Concilio ―decía el Pontífice― ha puesto a la Iglesia en movimiento en todos los campos de su vitalidad, dándonos a todos el sentido de una renovación, de una nueva fatiga a llevar a cabo, de un desarrollo a realizar".
No nos parece arbitrario descubrir en estas palabras una impronta newmaniana.
Concluiremos con esta luminosa observación de Newman (*): "San Pablo dice que el poder apostólico ha sido dado para edificación y no para destrucción, No puede darse mejor definición de la infalibilidad de la Iglesia. Es provisión de una necesidad y no va más allá de la necesidad misma. Su objeto es y su efecto también, no debilitar la libertad o el vigor del pensamiento humano en las especulaciones religiosas, sino contener y controlar sus extravagancias".
(*) En la "Apologia pro vita sua", en un párrafo a la respuesta general a Mr. Kinsley, cuando trata de los límites de la infalibilidad. Más interesante cuando, Como se sabe, Newman, aunque creía en la infalibilidad pontificia, no había ocultado su parecer contrario a la oportunidad de fijar su definición dogmática con ocasión del Concilio Vaticano I.
A LOS JÓVENES:
Debéis ser lúcidos y críticos hacia vosotros mismos. Sabed descubrir y combatir con eficacia las ambiciones malsanas y los estrechos egoísmos que habitan en todo corazón humano, y no os deis por satisfechos con sólo poner en cuestión el mundo de los adultos, sin obrar antes vuestra propia conversión a este rigor que exigís a vuestros mayores.
Poneros generosamente al servicio de los pueblos en vías de desarrollo y colaborad con los responsables de los poderes públicos para alcanzar una solución rápida y humana de los grandes problemas que siguen interpelando a nuestro mundo.
Sed artífices convencidos de la paz, hasta más allá de las barreras que levantan los nacionalismos, el racismo, la lucha de clases, y los demás obstáculos que las generaciones que os han precedido han levantado, a veces, artificialmente entre los hombres, los pueblos y las naciones.
PABLO VI, (22-7-68).
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5. NUEVAS PLEGARIAS EUCARÍSTICAS
Hace escasamente un año, con ocasión de una importante y significativa in novación litúrgica, como era la posibilidad de recitar el canon de la Misa en castellano, predecíamos desde las columnas de este Boletín la pronta aparición de nuevo cánones o plegarlas eucarísticas, que vendrían a enriquecer notablemente las celebraciones litúrgicas.
La introducción de las nuevas anáforas representa en primer lugar la iniciación [1] de un nuevo paso en la renovación litúrgica. Paradójicamente la preocupación por mantener intacto el canon romano, ha abierto la puerta a la creación (aunque sea a veces sobre textos venerables) de nuevas plegarias eucarísticas. Así se ha atravesado el umbral de una reforma litúrgica que va más allá de la simplificación o de la adaptación o incluso de la creación en textos y ritos muy secundarios. La nueva etapa en la que hemos entrado admite ya desde la realidad actual la creación de los textos más fundamentales. Ello es un paso trascendental, lleno de un dinamismo que hoy difícilmente podemos adivinar.
Pero la importancia de las nuevas anáforas no proviene solo de su significación en la dinámica de la reforma litúrgica, sino básicamente proviene de su misma realidad.
Sería Interesante, a este propósito, poder señalar la riqueza propia de cada anáfora, nos contentaremos, sin embargo, con decir que, en general, desarrollan explícitamente una serie de perspectivas de la Eucaristía que faltaban o estaban ocultas y oscurecidas en el tradicional canon romano, y por otra parte la variedad de formularios permite una mayor acomodación a las diversas asambleas y festividades, así como una mayor fidelidad al esquema tradicional de la bendición eucarística.
Confiamos que los nuevos textos harán sin duda más asequible el alcance de aquel ideal de participación activa, interior y exterior, que constituye la meta indicada por el Concilio a la restauración litúrgica.