BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 75. ENERO. 1969.
1. EVANGELIZAR LA PAZ
Lo mejor no se impone, no se establece por la fuerza: se anuncia, se ofrece y se recibe. Lo mejor necesita, para serlo, ser acogido por el hombre con el entusiasmo de su libertad, sumada generosamente al bien que recibe.
Por eso el Evangelio no es una imposición, sino un anuncio, anuncio pacifico de bien: anuncia la liberación del pecado y la obra de la santificación del hombre, en Jesucristo.
La Iglesia, depositaria del Evangelio, tampoco impone nada, Renuncia a la fuerza y al apoyo de la violencia —instalada o revolucionaria— como medio para instaurar el bien que ha de comunicar a los hombres. Sabe que, en el momento en que cediera a su tentación, dejaría de ser fiel a lo mismo que anuncia.
Pero la Iglesia no calla: el clamor de su voz es llama de profecía que nunca se extingue, y exhorta, predica, trabaja y sufre, sin descanso, mientras sigue recordando a los hombres el mensaje evangélico, señalando abusos y pecados, injusticias y desgracias que es preciso evitar y remediar.
La voz de la Iglesia se dirige al corazón y a la voluntad de los hombres, para que sumen su libertad en el esfuerzo por ese bien —compendio de todos los bienes— que anhelan, pero no aciertan a encontrar.
Tal vez porque, precisamente, quieren imponerlo, en vez de recibirlo, libres y agradecidos.
Una vez más, la Iglesia, les evangeliza la Paz.
2. «La paz no se puede «establecer» por decreto»
A la paz le pasa lo que al amor; no se puede hablar de él sin sentirlo, sin vivirlo, sin haber luchado y sufrido por él.
La paz no se puede "establecer" por decreto.
La paz, la alegría, y el amor se viven, y al vivirlos dan sabor, como la sal.
Y entonces en el mundo hay paz, amor y alegría, que van prendiendo de uno en uno, en cada hombre.
La paz brota del corazón de cada hombre como brota de su alma la sonrisa. No es una maniobra, ni una técnica; no es una idea, ni un partido. Es una actitud interior que se derrama y sorprende, contagia, crea, reparte felicidad y perdón, estalla en mil detalles y servicios, se multiplica en la entrega constante y repetida a las tareas pacificadoras de cada día en la familia, en la profesión, en la sociedad.
Para lograrlo necesita algo más que hacer planes o dar el nombre a organizaciones. Se necesita tener un corazón abierto a todos los sacrificios, el de la pureza interior, el de la humildad constructiva, el de la fe en la Providencia de Dios.
Unos cuantos hombres reunidos en torno a una mesa, no harán nunca la paz. Ellos solos no pueden producir la conversión del corazón. Necesitamos de Dios.
MONS. MARCELO GONZALEZ, Arzob. de Barcelona 2
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3. ¿Qué espera de nosotros el nuevo Obispo?
El 25 de este mes de enero, será consagrado obispo, en la Catedral de Albacete, monseñor Ireneo García Alonso, para suceder, en esta sede, a su primer obispo, el Padre Tabera. Nos parece oportuna la ocasión para formularnos la pregunta que encabeza estas líneas: ¿Qué espera de nosotros el nuevo obispo?
Y nos atrevemos, espontáneamente, a suponerlo.
En primer lugar, espera SINCERIDAD, llaneza transparente y respetuosa, sin necesidad de apoyar la manifestación de nuestra verdad en la acusación, ni la referencia a los defectos de nadie. La sinceridad es la primera forma de amar, porque el amor comienza siempre siendo una verdad. Y una sinceridad sin amor sería una mentira del corazón.
En segundo lugar, COLABORACION: no se puede esperar todo del obispo, ni lo puede hacer todo el obispo. Hay una forma de obediencialismo, que consiste en relegar y cargar todo lo gravoso a quien ostenta un cargo, hasta sofocarle. Cada uno en su lugar, según la diversidad que adorna y enriquece a la Iglesia, debe dar lo mejor que tiene.
Es un pecado contra la piedad no "compadecerse", también, de los que ostentan más alta responsabilidad y se les abandona a sus solas limitadas fuerzas, o se les abruma con problemas, sin ayudarles en las soluciones.
Y; por fin, AMOR, que ya lo es todo y lo comprende todo. Pero hay que amarle y ayudar a amarle. No hacer, no decir nada que impida que sea amado de los demás, y no sólo de nosotros. No intentar secuestrar su afecto, ni creernos objeto exclusivo de predilecciones que mermarían el afecto de nuestros hermanos hacia él: porque también necesitan amarle, y porque también necesita ser amado de ellos.
Nos parece que esto le ayudará a ser y sentirse Padre de la diócesis, hermano mayor de los sacerdotes y amigo de todos.
Y que así se puede "hacer Iglesia".
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4. EL MENSAJE DE LA PAZ
De mensaje "histórico" ha sido calificado el del Papa, en esta II Jornada de la Paz, por el profesor Luigi Bassani, miembro de la Comisión Pontífica "Iustitia et Pax". Mensaje añade. "dirigido a todos los responsables del curso de la Historia: llamamiento a toda la opinión pública, a la juventud deseosa de una renovación mundial. Esta invitación mundial a la paz se dirige especialmente a los hijos de la Iglesia católica, a los que se les proporciona una enseñanza en la última parte del documento. El texto está redactado en un espíritu ecuménico y como un servicio que la Iglesia rinde al mundo, aportando el mensaje de amor, de justicia y de paz de Cristo, exponiendo públicamente el ánimo que la comunidad eclesiástica leva a todos aquellos que hoy militan por la paz.
En este mismo Boletín ofrecemos los párrafos más significativos de las palabras pontificias. Aquí vamos a resumir los ocho puntos principales a los que hace referencia el Papa: constituyen una válida síntesis Introductoria, He aquí los ocho puntos principales del citado mensaje:
1.- La paz está intrínsecamente unida al reconocimiento ideal y a la restauración efectiva de los derechos del hombre, 2.- La paz es un deber universal y perpetuo.
3.- La paz es un orden Justo y dinámico que debe construirse continuamente.
4.- Cualquiera que sea el sentido del hombre, no puede ser mas que un artesano de la paz.
5.- La paz debe ser un resultado moral.
6.- La paz debe estar antes en las almas para poder estar presente después en los acontecimientos.
7.- La paz exige revisión de los abusos y coincide con la causa de la justicia 8.-La paz terrestre y temporal es el reflejo y el preludio de la paz celestial y eterna, y Cristo, Príncipe de la paz, es el defensor de todos los derechos humanos.
Con este título rotulamos los siguientes párrafos del mensaje de Pablo VI, para la Jornada Mundial de la Paz, fechado en el Vaticano, el 8 de diciembre último.
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5. EL DEBER DE LA PAZ
Con este título rotulamos los siguientes párrafos del mensaje de Pablo VI, para la Jornada Mundial de la Paz, fechado en el Vaticano el 8 de diciembre último.
La paz está hoy intrínsecamente vinculada al reconocimiento teórico y a la instauración efectiva de los derechos del hombre. A estos derechos fundamentales corresponde un deber fundamental; éste es precisamente el deber de la paz.
SENTIDO Y VALOR DE LA PAZ
Todo lo que el mundo contemporáneo viene tratando sobre el desarrollo de las relaciones internacionales, sobre la interdependencia de los intereses de los pueblos, sobre el acceso de nuevos Estados a la libertad y a la independencia, sobre los esfuerzos que la civilización va haciendo para procurarse una organización jurídica unitaria y mundial, sobre los peligros de incalculables catástrofes en la eventualidad de nuevos conflictos armados, sobre la psicología del hombre moderno deseoso de prosperidad tranquila y de relaciones humanas universales, sobre el progreso del ecumenismo y del recíproco respeto de las libertades personales y sociales, nos persuade que la paz es un bien supremo de la vida del hombre sobre la tierra, un interés de primer grado, una aspiración común, un ideal digno de la humanidad dueña de sí misma y del mundo, una necesidad para mantener las conquistas alcanzadas y para alcanzar otras nuevas, una ley fundamental para la circulación del pensamiento, de la cultura, de la economía, del arte, una exigencia actualmente insuprimible en la visión de los destinos humanos. Un orden justo y dinámico que continuamente debe ser construido.
Sin la paz no existe confianza y sin confianza no existe progreso. Una confianza fundada en la justicia y en la lealtad.
Solamente en el clima de la paz se reconoce el derecho, avanza la justicia, respira la libertad.
Si éste es el sentido de la paz, si éste es el valor de la paz, la paz es un deber.
Es un deber de la historia presente.
La razón, no la fuerza, debe decidir el destino de los pueblos. El entendimiento, las negociaciones, los arbitrajes, no el ultraje, la sangre o la esclavitud, deben medrar en las difíciles relaciones entre los hombres. Ni tampoco {5} una tregua precaria, un equilibrio inestable, un terror de represalia y de venganza, un engaño bien conseguido, una prepotencia afortunada pueden ser garantía de paz digna de tal nombre, Es necesario querer la paz. Es necesario amar la paz. Es necesario crear la paz, Debe ser un resultado moral; debe brotar de espíritus libres y generosos.
La proclamamos como un deber. Un deber inderogable. Un deber de los responsables de la suerte de los pueblos. Un deber de los ciudadanos del mundo: porque todos deben amar la paz; todos deben contribuir para crear aquella mentalidad pública, aquella conciencia común que la hace deseable y posible.
La paz debe estar primero en los ánimos, para que después se traduzca en los acontecimientos.
INVITACION A LOS JOVENES
Nos atrevemos a esperar que, entre todos, destacarán los jóvenes en recibir esta invitación como una consigna capaz de interpretar cuanto de nuevo, de vivo y de grande se agita en sus ánimos exacerbados, porque la paz exige la revisión de los abusos y coincide con la causa de la justicia.
DERECHOS HUMANOS
Una circunstancia favorece nuestra respuesta: se acaba de celebrar el XX aniversario de la proclamación de los Derechos del Hombre. Es un acontecimiento  que afecta a todos los hombres: individuos, familias, grupos, asociaciones, naciones. Nadie lo debe olvidar, nadie lo debe descuidar, porque à todos nos recuerda el fundamental reconocimiento de una digna y plena ciudadanía de todos los hombres sobre la tierra. De este reconocimiento nace el primigenio título de la Paz, expresado así: "La promoción de los derechos del hombre, camino hacia la paz".
Para que al hombre se le garantice el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad a la cultura, al disfrute de los bienes de la civilización, a la dignidad personal y social, es necesaria la paz, donde esta pierde su equilibrio, el derecho pierde su aspecto humano. Donde no existe respeto, defensa, promoción de los derechos del hombre, donde se comete violencia o se defraudan sus libertades inalienables, donde se Ignora o se degrada su personalidad, donde se ejercitan la discriminación, la esclavitud, la intolerancia, no puede existir verdadera paz. Porque paz y derecho son recíprocamente causa y efecto el uno del otro: la paz favorece el derecho, y, a su vez, el derecho ayuda & la paz.
Queremos esperar que estas razones sean válidas para cada persona, para cada grupo de personas, para cada nación, y que la trascendente importancia de la causa de la paz difunda su reflexión y promueva su aplicación.
CONCEPTO CRISTIANO DE LA PAZ
La paz, para nosotros cristianos, no es solamente un equilibrio exterior, un {6} orden jurídico, un conjunto de relaciones públicas ordenadas. Para nosotros la paz es, ante todo, el resultado de la actuación del plan de la sabiduría y del amor con el que Dios ha querido establecer relaciones sobrenaturales con la humanidad. Es el primer efecto de lo que llamamos gracia: es un don de Dios, que se convierte en estilo de vida cristiana; es una fase mesiánica, que refleja su luz y su esperanza también sobre la ciudad temporal, y que conforta con sus más altas razones los motivos sobre los que ésta funda su propia paz.
A la dignidad de los ciudadanos del mundo, la paz de Cristo añade la de hijos del Padre celestial; a la igualdad natural de los hombres, añade la de la fraternidad cristiana; a las contiendas humanas que comprometen siempre y violan la paz, la paz de Cristo desvirtúa los pretextos y rebate los motivos, presentando las ventajas de un orden moral, ideal y superior, y manifiesta la prodigiosa virtud religiosa y civil del perdón generoso; a la insuficiencia de la habilidad humana para producir una paz sólida y estable, la paz de Cristo le presta la ayuda de su inagotable optimismo; a la falacia de la política del prestigio orgulloso y del interés material, la paz de Cristo presenta la superior política de la caridad; a la justicia demasiadas veces cobarde e impaciente, que sostiene sus exigencias con el furor de las armas, la paz de Cristo infunde la energía invicta del derecho derivado de las profundas razones de la naturaleza y del destino trascendente del hombre.
No es miedo a la fuerza y a la resistencia la paz de Cristo, que deriva su espíritu del sacrificio que redime, y no es cobardía transigente con las desgracias y con las deficiencias de los hombres sin fortuna y sin defensa, porque la paz de Cristo tiene el sentido del dolor y de las necesidades humanas y sabe encontrar amor y dádivas para los pequeños, para los pobres, para los débiles, para los desheredados, para los que sufren, para los humillados, para los vencidos. Es decir, la paz de Cristo es más que otra fórmula humanitaria, porque se preocupa de los derechos del hombre.
Esto es, queridos hermanos e hijos todos, lo que quisiéramos que recordarais y anunciarais en la "Jornada de la paz", con cuyo augurio se abre el año nuevo, en el nombre de Cristo, Rey de la paz, defensor de todos los auténticos derechos humanos.
«Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios», dice el Evangelio (Mt. 5, 9).
Bienaventurados no los que combaten valerosamente, ni los que ganan la guerra, ni los héroes; sino bienaventurados los que hacen reinar la paz en sí mismos y en torno a ellos; bienaventurados los que con su vida, impiden que llegue la guerra; bienaventurados los que, de tal modo aman a los demás, que por su parte hacen imposible la guerra.
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6. HAY UNA ENCÍCLICA QUE LEER: LA «PACEM IN TERRIS»
Muchos hombres de nuestra época, piensan que están a tono con ella, sólo porque atienden a las noticias que la salpican continuamente con mil curiosidades y sorpresas; pero no se detienen, superficiales y distraídos o ávidos de algo aún más nuevo, a meditar, a reflexionar sobre el sentido de lo que se nos dice. Esto sucede, especialmente, con las noticias sobre la Iglesia y las enseñanzas de su magisterio. No pensamos referirnos a los que, intencionadamente, escamotean o mutilan las verdades que se contienen en las palabras de los Papas o de los obispos, para que los incautos o prácticamente incapacitados para conseguir mejor información, interpreten de manera dirigida y prefabricada los sucesos y las verdades religiosas; sino simplemente a la gran masa, curiosa ciertamente, pero apresurada y superficial, que le es suficiente conocer el nombre de un tema o el título de un documento para imaginarse que conoce, del mismo modo, su contenido.
Precisamente, en nuestra época, y a propósito del Concilio Vaticano II y de los últimos documentos pontificios y episcopales, hemos tenido no pocas confirmaciones de este vicio, tan próximo a la ignorancia y, más temible que ésta, tal vez por cuanto pasa por sabedor el que no sabe, incluso cediendo a la buena fe; a esa buena fe "sui generis", contaminada de prejuicios estáticos, de anquilosamientos beatiles, o de conveniencias mentalmente suicidas y de inhibiciones que han ido arrinconando la misma exigencia del buen sentido y de la conciencia, apabullada por todos esos razonamientos que comienzan por distinguir lo teórico de lo práctico, lo absoluto de lo relativo, lo humano de lo divino, pero que acaban falseando la teoría, desvirtuando lo absoluto y sometiendo a las conveniencias y egoísmos humanos los mismos valores divinos.
Hay que leer y releer los Documentos del Concilio; hay que leer y estudiar las encíclicas papales y los escritos de los obispos. Contienen, actualizada, la doctrina y el pensamiento de la Iglesia, que necesitamos tener en cuenta y aceptar profundamente convencidos, si es que decidimos seguir llamándonos cristianos. Porque el cristianismo no puede ser solamente un nombre. Es una vida y un compromiso, anterior a todo para quien lo profesa.
Se da, demasiadas veces, entre personas medianamente instruidas, un desequilibrio escandaloso y trágico entre el acopio de conocimientos profesionales, por ejemplo, o simplemente mundanos y frívolos, y la escasa, incompleta y deforme cultura media religiosa, Mientras lo que ellos llaman "religión", "Cristianismo" o "Iglesia" no exceda de esos fosilizados y embotellados conceptos inservibles, están en paz, pero apenas se vean precisados a cotejarlos con otros más auténticos, vivos y comprometidos, es inevitable el desasosiego {8} y la crisis de sus almas, en ese fondo de sinceridad profunda que hay en todo hombre.
No hay que volver a la Universidad para "estudiar la carrera de cristiano"; pero sí que es preciso profundizar algo más, hasta donde consienta la capacidad media de nuestra cultura personal, para no sólo tener noticia, sino conocimiento, de la doctrina de la Iglesia. De ello depende nuestra personal tranquilidad y felicidad interior, y también el saludable influjo que podemos y debemos ejercer en torno a nosotros mismos, en nuestra familia, en nuestra profesión, en todas nuestras responsabilidades de cristianos y ciudadanos.
A propósito de la paz —tema impuesto en este número de Laus— es indispensable, por ejemplo, volver a leer la encíclica "Pacem in terris", de Juan XXIII. Leerla y meditarla, párrafo tras párrafo. ¿Qué médico, qué abogado, qué maestro o bachiller o persona medianamente instruida no lo ha hecho ya?..
No basta hablar de la paz o adherirse a la paz; ni basta vitorear a Cristo o proclamarse "más papista que el Papa.". Hay que conocer y que asimilar el pensamiento vivo y dinámico de la Iglesia, día a día.
No damos ningún resumen de la "Pacem in terris"; no hay espacio. Pero sí insistimos en nuestro ruego. Y lo mismo de los Documentos del Concilio, y así de todo lo que contenga la doctrina general de la Iglesia.
De lo contrario, reduciríamos nuestra religiosidad a "una simple superstición llamada cristianismo", pero no seríamos cristianos.
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7. LA VERDADERA PAZ
El Papa ha repetido este año su invitación sugiriendo que la segunda jornada mundial de la paz, coincidente casi con el vigésimo aniversario de las Declaraciones de los Derechos del Hombre, se celebre bajo el lema que da título a esta exhortación: "La promoción de los derechos del hombre camino hacia la paz".
La palabra paz es una de las que se emplean hoy más frecuentemente cuando se habla de las relaciones entre los individuos o entre los pueblos.
Pero no todos parecen entenderla de la misma manera, Es necesario por ello que reflexionemos sobre la verdadera naturaleza de la paz.
No hay paz completa sin orden público. El orden público es un valor sumamente apreciable y contribuye a fomentar el desarrollo social que, según su Santidad Pablo VI, es en nuestro  tiempo el verdadero nombre de la paz. Pero no cualquier clase de orden puede identificarse con la paz. La paz verdadera supone el orden en el respeto teórico y práctico de los derechos de la persona humana.
Hay una paz superficial y engañosa que procede del endurecimiento de la conciencia que nos hace insensibles a la propia maldad y ciegos para los desórdenes materiales y morales de la sociedad en que vivimos. Y hay otra paz profunda, auténtica, que brota de la orientación de toda nuestra vida hacia Dios en el servicio generoso y desinteresado a nuestros hermanos, Si la verdadera paz es fruto de la justica, no puede haber paz donde no hay justicia, o lo que es lo mismo, donde no es posible el disfrute de los derechos de la persona humana.
Esta relación íntima entre la paz y los derechos del hombre, subrayada por el Papa ante la Segunda Jornada Mundial de la Paz, es tan evidente que no hay ningún ser civilizado que la ponga en duda, al menos en teoría. Y todos los Estados, con muy raras excepciones, sea cual fuere su naturaleza, reconocen teóricamente los derechos del hombre.
El camino de la paz supone una auténtica conversión de nuestras vidas personales y una renovación de las instituciones sociales, racionales e internacionales. Los gobernantes de las naciones tienen por esto gravísimas obligaciones en sus servicios a la causa de la paz, tanto en el interior de sus pueblos como en la gestión de un orden internacional más justo. Pero todos, cualquiera que sea la situación que ocupamos en la vida social, tenemos también nuestros deberes en este orden de cosas. Todos, por ello, aparte de hablar de la paz, y orar por ella, podemos y debemos hacer mucho en nuestros propios ambientes, rectificando conductas injustas para dar a todos los hermanos lo que en justicia les sea debido.
Es deber nuestro trabajar, en la medida de nuestras posibilidades y según el puesto que cada uno ocupa en la vida, para que desaparezcan todas las desigualdades que sean injustas e irritantes; para que llegue a todos equitativamente lo que es fruto del trabajo de todos, empresarios, técnicos y obreros, y se ofrezca a todos una participación activa y eficaz en el planteamiento y ejecución de las responsabilidades comunes.
MONS. JOSE M. CIRARDA, Ob. de Santander y A.A. de Bilbao 10
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8. NATURALEZA DE LA PAZ SEGÚN EL CONCILIO
Al lector medianamente observador no le pasará desapercibida la descripción de la paz que, en la Constitución conciliar "GUADIUM ET SPES", y en su bien meditado número 78, se hace yendo bastante más lejos del clásico concepto de la "tranquillitas ordinis". A continuación reproducimos las palabras del Concilio, que se aclaran en el comentario que luego añadiremos:
No es la paz la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio  de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad de la llamada obra de la justicia (Isaías 32, 7). La paz es el fruto de un orden inscrito en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar a cabo. Aunque, en efecto, el bien común del género humano se rige primariamente por la ley eterna, está no obstante sometido a continuos cambios, en sus exigencias concretas, a través del tiempo. Como además la voluntad humana es frágil y herida por el pecado, el cuidado de la paz reclama de cada uno constante dominio de las propias pasiones y la vigilancia de la autoridad legítima.
Pero esto no es aún suficiente. Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la libre y confiada comunicación entre los hombres de las riquezas de su espíritu y de sus facultades creadoras. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y es necesario el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. Así la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia pueda realizar.
La paz terrena, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. Porque el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su sacrificio en la cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su propia carne (Ver: Efesios 2, 16; Colosenses 1, 20-22) y, después del triunfo de su resurrección, ha difundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres.
Por esto se llama insistentemente la atención de todos los cristianos para {11} que, "viviendo con sinceridad en la caridad" (Efesios 4, 15), se unan con los hombres verdaderamente pacíficos para implorar y para instaurar la paz.
Llevados por este mismo espíritu, no podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la acción violenta en la defensa de sus derechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto pueda hacerse sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la comunidad.
En tanto que los hombres son pecadores, les amenaza el peligro de la guerra, y será así hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por el amor, superen el pecado, pueden también superar la violencia hasta que se cumpla aquella palabra: "Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra" (Isaías 2, 4).
Evidentemente, la "tranquilidad del orden" no puede ser una definición completa de la paz. Esa definición la cogió San Agustín de los estoicos y la transmitió al pensamiento medieval. Ha sido hasta aquí, una definición clásica, pero no es suficientemente válida para expresar el necesario dinamismo de la paz, que el Concilio, igual que los Papas modernos tiene decidido interés en destacar. .
Como dice la Constitución, la paz es algo más que "ausencia de guerra"; menos aún puede ser el orden impuesto por "una dominación despótica". El Concilio expresa lo que es la paz como el fruto de la justicia y el fruto del amor, todo a un mismo tiempo. No es difícil descubrir el equilibrio de los dos párrafos consagrados a estos dos aspectos.
A través del curso cambiante de todo lo humano, la justicia constituye una búsqueda jamás totalmente lograda, y tanto más si tenemos presente que nuestra capacidad de pecar se une a lo precario de nuestras construcciones.
Esa exigencia de justicia puesta por Dios mismo en el corazón humano y en los fundamentos de la sociedad, obliga, pues, incesantemente a cada individuo a un examen de conciencia y a un vencimiento de sí mismo, para evitar la injusticia que se desencadena de las pasiones no dominadas. Y otro tanto a la autoridad, puesto que las estructuras, cuando se hacen gravosas, ponen inevitablemente la paz en peligro.
Pero el amor, es decir, la comunicación entre las personas, el intercambio y participación de toda clase de bienes, el respeto recíproco, no es menos necesario. Porque no puede decirse que exista una verdadera "comunidad" allí donde nos limitemos a dar a cada cual lo que le es debido —es decir lo "justo"—, sin cuidar de que pase además, de unos a otros, una corriente de amistad y de solidaridad, tanto si se trata de personas como de naciones enteras entre sí.
{12} Al establecer la paz también sobre el amor, hay que hacer referencia a Cristo, como lo hicieron ya Pío XII y Juan XXIII, aduciendo los célebres textos de las epístolas a los Efesios, a los Gálatas y a los Romanos: "Cristo es nuestra paz". Una paz buscada incesantemente en el vencimiento de sí mismo y en el acercamiento a los demás, según la abnegación y la generosidad, cuya causa y cuyo ejemplo tenemos en Cristo. De donde, la contribución cristiana a la causa de la paz consiste en convencer y llevar a los hombres y a los pueblos hasta más allá de los simples equilibrios de fuerzas, de las contenciones provisionales o de la dureza de la represión, Implorar y trabajar para esta paz es el deber de los cristianos.
Si los cristianos viven sinceramente el amor y en el amor que les une a Cristo, sabrán, no sólo entre ellos, sino entre los demás hombres, aún no cristianos, pero deseosos sinceros de la paz, encontrar colaboradores para su empresa.
Mientras tanto, ese mismo amor les inspirará de qué medios no violentos podrán valerse para defender pacíficamente el derecho atropellado. Estos medios pacíficos, más de una vez, resultarán escandalosos a los ojos del mundo; pero el tiempo y, sobre todo, el juicio de Dios, los identificará, sin duda, con el escándalo de la Cruz, de los mártires y de los profetas.
9. EL PADRE BEVILACQUA entre dos guerras
Cuando Pablo VI elevó al cardenalato al Padre Julio Bevilacquia, del Oratorio de Brescia, le dijo: "Padre: elija entre venir a Roma y ayudarme en algo que le confié cerca de mí, o permanezca en Brescia y desde allí también ser útil a la Iglesia". El Padre Bevilacqua, recordando seguramente el precedente de Newman, en el Oratorio de Birmingham, eligió permanecer en Brescia, en su Congregación, cerca del apostolado suburbial que le tenía absorbido en estos últimos años, aunque ello le obligara a continuas idas y venidas, a las que, por otra parte, ya estaba acostumbrado, en sus largos años de activísimo apostolado, en los que se simultaneaba el ministerio más sencillo y humilde, entre los pobres, los enfermos y los niños y jóvenes, y las tareas y responsabilidades más arduas en el servicio fiel de la Iglesia y en la asistencia a la misma persona del Papa.
Pronto se cumplirán cuatro años de su muerte, pobre en aquel barrio de gente también pobre: no cambió de cuarto, ni de cama, ni compró más libros, ni necesito capilla privada, ni sede en el altar, ni dejó su sotana negra (la roja usada en la ceremonia del Consistorio solemne, era vieja y prestada, por fortuna {13} bastante aproximada a su talla; otro tanto de la morada de obispo, usada en su consagración episcopal...) Pero el Padre Bevilacqua, sin orden pretendido, y a pesar de que era más orador que escritor, ha dejado diseminados una gran cantidad de escritos, además de los libros que había publicado en vida, cristalización del pensamiento en épocas de silencio impuesto, o efusión encendida de sus inquietudes cristianas ante las ansias, los problemas y las exigencias de su tiempo, que él sabía iluminar con particular intuición. Su palabra sacudía las conciencias, escribe G. L. Masetti Zannini, en el "Obsservatore Romano", del 11 del pasado diciembre, "Bevilacqua, dice, no era para los indiferentes, aunque también sabía atraerlos por medio del paciente conversar hasta despertar el fuego escondido de una llama dormida; era hecho para los generosos, a los que descubría sus conciencias, vivificaba los propósitos y decisiones, solicitando la belleza de la coherencia", es decir, de la correspondencia práctica con los principios, de la sinceridad cristiana profesada en los actos, de la mentalidad evangélica encarnada en la vida.
"Bevilacqua, dice el mismo escritor, era coherente, campeón de la libertad que sabía afrontar el riesgo si era preciso, siempre abierto, siempre atento, siempre persiguiendo, no quimeras, sino ideales, verdades. El sufrimiento, la renuncia, la humildad, la obediencia, la misma tragedia conducen al puerto de la alegría interior. El Padre Bevilacqua lo repetía incesantemente sin inventar nada, sin añadir nada que no fuese el testimonio de su vida. Era un corazón grande, que respetaba la conciencia de los demás, que respetaba al hombre, la libertad. Como sacerdote supo hablar de verdad, de libertad, de justicia; desafió los peligros de la guerra, las venganzas de los políticos, la impopularidad fabricada por los instigadores del mal".
Sus escritos, dispersos antes, acaban de aparecer en un grueso volumen, en forma de antología, recogida y ordenada por el profesor Ennio Giammancheri, que ha escrito una larga introducción en la que se destacan detalles históricos interesantes relativos a la vida religiosa y civil de la ciudad de Brescia, marco de la figura del Padre Bevilacqua, de quien nos ayuda a admirar aún más el tesoro de su cultura, los dones de su ingenio, y que nos conmueve incluso con los vuelos inesperados de la elevación mística, al tiempo que aplaca el corazón herido y doliente con la fuerza misteriosa y granítica de una fe que, en cualquier momento de la vida del hombre, da testimonio de la verdad y de la palabra de Dios.
Son los escritos del Padre Bevilacqua comprendidos entre las dos guerras últimas que ha sufrido Italia y que, en tantos detalles, marcaron la vida del célebre y humilde oratoriano de Brescia.
El mundo actual no es un mundo que se descristianiza, sino, por el contrario, un mundo que, por caminos dolorosos y misteriosos, se está haciendo más cristiano.
Card. Julio Bevilacqua, C. O.
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10. LA CRISIS DE LA IGLESIA
"Por rotunda convicción, fundada en la experiencia y en la fe, creemos, con el Papa, que en la Iglesia de hoy hay muchas más cosas dignas de admiración que de reproche y caminamos hacia una realidad religiosa indiscutiblemente mejor que la que, tranquilamente, eso sí, heredamos de nuestros mayores". Con estas palabras cerraba su editorial VIDA NUEVA, en su número del 28 de diciembre último, al ofrecernos un balance de la Iglesia en el año 1968. A nosotros nos parecen muy apropiadas como introducción a las más extensas que ofrecemos a continuación, y que son del padre dominico Yves M, Congar, uno de los teólogos más destacados del mundo, cuya idea sobre "la crisis actual de la Iglesia católica", se publicaba en el diario francés "Le monde", el día 2 de este mes de enero. Resumimos así:
El padre Congar se detiene en la palabra "crisis" y opina que, aplicada a la vida actual de la Iglesia, no puede parecer demasiado fuerte si se tienen en cuenta los conflictos, revisiones diseminadas a lo largo del año, "contestaciones"... Valores que se tienen por universales y radicales se discuten o se revisan.
Un hombre de mi formación y de mis convicciones, dice el padre Congar, se encuentra como un náufrago en el océano: apenas ha logrado sacar la cabeza para respirar, que una nueva ola de agua salada se abate sobre él. Incluso se tiene la impresión de ahogarse. Todo, hoy, adquiere un ritmo de violencia y un cariz de agresividad. Parece como si nadie estuviese a gusto en su piel.
¿Será por la urgencia de los problemas? Ya no se quiere esperar más, y se pasa, con gran facilidad, a la solución de los hechos consumados.
LAS FUERZAS JOVENES
¿Todo esto justifica que hablemos de "crisis"?, se pregunta el célebre teólogo.
Creo que sí, ya que los problemas que son fundamentalmente los mismos en todas partes, son de una tal profundidad, que ponen en cuestión las estructuras consideradas hasta el presente tradicionales e incluso esenciales.
Se trata de un cambio de civilización que interpela a la conciencia que el hombre tiene de sí mismo y de las condiciones sociales de su vida. No hay ninguna necesidad de acusar a los sacerdotes de haberse convertido al mundo, aunque el riesgo exista, ni hay que hablar de adoración de lo temporal. La aguda conciencia de las condiciones reales en las cuales la Iglesia debe ejercer eficazmente su misión —conciencia que cada vez se ha hecho más intensa {15} y más precisa— basta para explicar muchos de los más radicales planteamientos de hoy. Porque el problema es siempre este: ¿Cómo llegar a los hombres para darles a Cristo?
Intentarlo permaneciendo en los moldes heredados de una situación distinta de la actual requiere, en opinión de muchos, integrar las fuerzas jóvenes, que pertenecen a un nuevo mundo cultural y que respiran a su ritmo. En este nivel y en esta línea hay que buscar el común denominador de las contestaciones", de las búsquedas e incidentes que nos ha ofrecido la crónica religiosa del año.
VISION DE PROFUNDIDAD
¿Dan todos estos hechos una visión real de lo que la Iglesia es y vive?
La vida de la Iglesia, responde el padre Congar, es mucho más que todo esto. Tomando como punto de partida unas palabras de Pablo VI, al abrir la cuarta sesión del Concilio ("¿Qué hacia la Iglesia en este momento?, se preguntará el historiador. La respuesta será: la Iglesia amaba, con un corazón pastoral, misionero, ecuménico..."), el padre Congar prosigue: Si; mientras un grupo protestario ocupaba una catedral, mientras crecía la "contestación" de la "Humanae vitae", mientras se añadían firmas a este o aquel manifiesto, mientras se desarrollaba el conflicto entre una parroquia y su obispo, la Iglesia amaba.
La Eucaristía era celebrada en todas partes, la Palabra de Dios anunciada, los pecadores reconciliados, los cursos de teología profesados en escuelas y facultades. Y, al mismo tiempo, en todas partes se iniciaban libremente experiencias positivas y, con admirables ejemplos de generosidad, se buscaba una forma de vida más verdaderamente evangélica; y ocurría así en todos los continentes.
Pero esto no es aún suficiente, porque: ¿quién se atrevería a afirmar que, en los hechos evocados sólo a título de ejemplo, aún dentro de modos desconcertantes y que pueden inspirar reservas, no está presente también la Iglesia que ama?
LA INFORMACION RELIGIOSA
Lo que ocurre es que todo esto es nuevo, que todo esto impresiona, que es, por lo tanto, materia de información. Si yo escribiera un artículo contra el celibato sacerdotal, por ejemplo, tendría derecho a dos columnas en los periódicos: mi fidelidad mantenida, día tras día, en cambio, no les interesa, porque es normal y, por esto mismo, no constituye materia de información. Ahora bien: este hecho merece reflexión, porque plantea los límites y las condiciones de la información religiosa. En cuanto a los límites son bastante claros. Por esto insistiré sobre un aspecto, al menos, de las condiciones.
En su alocución de la audiencia general del 18 de septiembre de 1968, Pablo {16} VI denunció y deploró un hecho: "Hay periódicos y revistas que parecen no tener otra función que la de insertar noticias desagradables acerca de hechos o personas del ámbito eclesiástico..." El informador no se siente responsable más que de los hechos o ideas que comunica. Su regla es la del historiador: decir sólo lo verdadero, pero todo lo verdadero. El informador, ciertamente, no es un moralista, pero no deja de estar sujeto, en su función, a una moral. La tentación del informador consiste en no tener en cuenta ningún peligro derivado de su información, servida en nombre de la objetividad, pero sin liberarse de esa preferencia hacia lo más excitante, privilegiando lo picante, lo sensacional, hasta más allá de su misma importancia real.
Es natural que, en este caso, el pastor se inquiete y se preocupe por los comportamientos que seguirán a tal información, y los efectos que provocará.
Su experiencia le ha instruido y no puede dejar de tenerla en cuenta.
Hace alusión también, el padre Congar, al sensacional desarrollo que adquieren, en nuestro tiempo, las "ciencias humanas": psicología, psicoanálisis, análisis estructural, etc. Son técnicas para un mejor conocimiento de la realidad, que tienen su parte entre los factores que liberan al individuo de ciertas subordinaciones empobrecedoras. Pero, como simples técnicas, no ofrecen normas; con sus análisis pueden ser, igualmente, medios de subversión, y no solamente contribuir a desmitificar ciertas realidades religiosas, sino hacerlas es tallar y volatizarlas. Porque no hay fe, ni puede haber vida religiosa sin normas, es decir sin un apoyo en la tradición y en la obediencia. Por esto se comprende que el pastor se inquiete.
Por lo demás, el papa se limita a denunciar el gusto por lo sensacional, la complacencia deliberada en aguzar todo lo que perturba o agita a la autoridad o las posiciones tradicionales y, de esta suerte, disemina la inquietud y la indocilidad.
Hijo de un periodista, el Papa, ama la información. En Brescia, junto al padre  Bevilacqua fue educado en el coraje y no rehúsa el planteamiento de problemas. Pero opina que ello debe hacerse con un gran sentido de la responsabilidad y en un cierto clima de amor hacia aquello de lo que se trata. Porque éstas son, & su juicio, las condiciones de la verdad.
Porque la verdad debe ser servida en el tono adecuado, respetando sus mismas proporciones, más integra, más lúcida y menos trucada. Cuando así se hace, debemos un inmenso reconocimiento a los que nos aseguran una información a la medida de la vitalidad que, incluso en sus desbordamientos, muestra la vida religiosa actualmente allí donde goza de libertad.
Cada vez que no amamos a uno de nuestros hermanos, le declaramos la guerra.
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11. Sí, somos pobres...
No se trata de fomentar la avaricia, pero sí, por lo menos, de revisar los gastos innecesarios, los vicios, pequeños o grandes, que nada tienen que ver con la virtud, que perjudican la salud, que nos esclavizan a gastar en cosas inútiles y perjudiciales lo que, nosotros o los demás, necesitarían para cosas indispensables, tal vez urgentes.
Y puesto que somos más fáciles a criticar y murmurar que a examinarnos y corregirnos, por vía de ejemplo, y para de este modo aplicar el ejercicio a otras materias, vamos a referirnos a un par de cosas:
Primeramente: ¿Sabe usted que España es el país del mundo que más puros habanos consume? ¿Y sabe usted que en 1967 quemamos puros importados de La Habana por valor de 1.200.000.000 —¡mil doscientos millones!— de pesetas? ¿Sabe usted que, como cada año gastamos aproximadamente un 15 por ciento más, en 1968 habremos gastado en puros habanos solamente, unos 1.380.000.000 de pesetas? En las otras clases de tabaco, elaborado o producido por la industria española, hemos gastado, en 1968, cerca de 11.000.000.000 de pesetas. Una pira en tabaco, por lo tanto de 12.380.000.000 pesetas.
En segundo lugar, el whisky, que cada día se consume más en España, al ritmo de un aumento del 11 al 13 por ciento anual: en los nueve primeros meses de 1968 entraron en España 2.408.005 litros de esa bebida extranjera, que costaron 232.400.000 pesetas. Además, hay el whisky español....
Y más cosas.
Después decimos que somos pobres. Y somos pobres: los ricos gastan lo que no deben gastar; los pobres gastan lo que no pueden gastar.
¿Queréis mayor pobreza que ésta, que ya no es de dinero?
No ser amado es sólo mala suerte; pero no amar es una desgracia. La sangre y los odios descarnan el corazón; la larga reivindicación de la justicia agota el amor que, no obstante, fue quien le dio la vida.
ALBERT CAMUS
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12. UNA PROTESTA
Es verdad que esta Navidad nos ha deparado la maravillosa felicitación de los astronautas Anders, Lovell y Borman, mientras volaban sobre los cráteres de la Lura. Nos han deseado "una feliz Navidad y que Dios os bendiga a todos vosotros en la Tierra".
Estas palabras augurales del comandante Borman habían sido precedidas por la lectura alternada de los diez primeros versículos del Génesis, que comenzó Anders: "En el principio creó Dios los cielos y la Tierra..." Grandioso, consolador, ejemplar.
Pero mientras nos llegaba la noticia de este gesto hermoso, serenísimo, valiente y espiritual, veíamos, no lejos de nosotros, otros gestos y actitudes, conocidísimos, reiterados, tristemente "clásicos" en nuestra Navidad ciudadana: disfraces, borracheras y desmanes carnavalescos, consentidos en plena calle, como cada año; profanación insultante y escandalosa de lo que debiera ser una fiesta cristiana.
Este lamentable y canceroso espectáculo junto al evidente despilfarro de tantos otros a los que cualquier fecha, religiosa o profana, les va siempre bien para quemar dinero en comilonas, vicios y vanidades, estragado todo gozo legítimo, lejos del calor del hogar, que es el único marco decoroso de la alegría limpia y cristiana de Navidad, nos ha causado, una vez más, profunda tristeza.
Por un momento hemos comprendido el significado de aquellas pancartas airadas con las que se echaron a la calle unos jóvenes de Helsinki, que habían escrito en ellas: "¡Abajo Navidad!".
Nosotros, ante el espectáculo que contemplamos, también diríamos copiando a los jóvenes finlandeses y condenando el carnaval y el despilfarro pagano que lamentamos: "¡Abajo nuestra Navidad!".
¡ALERTA!
La presentación de determinadas noticias, hechos, circunstancias y supuestos religiosos de dentro y de fuera de nuestro país, se hace no pocas veces con un matiz demoledor, si no escandaloso para las gentes que no están en condiciones de calibrar el sentido e intención de la información recogida. Parece como si se tuviese interés en suscitar la desconfianza hacia personas e instituciones eclesiales v poner de relieve sus fallos humanos que descorazonen a la vez que asombren.
Todo ello entraña, llamando a las cosas por su nombre, un anticlericalismo más o menos solapado contra el que convendrá estar y poner en guardia al pueblo fiel.
ECCLESIA, Órgano de la A. C., 5.10.68