BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 102. FEBRERO. 1972.
0. SUMARIO
ESPIRITUAL, pura, generosa, la luz es uno de los símbolos predilectos del Cristianismo. Los hombres Caminan sedientos de la verdad que ella simboliza: los cristianos acrisolan sus vidas en la diafanidad sobrenatural que les renueva, mientras se hacen, en el seno de la Iglesia, constelación de los hijos de Dios hacia la casa del Padre.
LUZ DE CRISTO
LA IGLESIA VIVA
BIEN Y DINERO
UNA CONVERSIÓN A LA LUZ: NEWMAN
FALTA COMUNIDAD
NI ESCÁNDALO NI DESALIENTO
UN POCO MÁS CERCA DEL SEÑOR
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1. Luz de Cristo
EN todas las iglesias de Oriente se encienden luces cuando ha de leerse el Evangelio; y se encienden aunque brille el sol. Naturalmente no se hace esto para disipar la oscuridad, sino para expresar alegría, decía ya san Jerónimo a finales del siglo IV.
Luz y alegría. Alegría porque simboliza a Cristo «luz del mundo», no solamente porque él mismo se llamó así (Juan 8, 12), sino porque de esta manera fue anunciado (Isaías 49, 6; 60, 1: Lucas 1, 79); porque de todas las cosas sensibles la luz es la que ha preferido la Escritura para simbolizar a Dios (1° Juan {1,5), que es fuente de luz (Salmo 35, 10), que habita en claridades inaccesibles} (1" Timoteo 6, 16). Pensando en la misión que les encomendaba para que esparcieran su verdad por el mundo, Cristo llama a los apóstoles «luz del mundo» (Mateo 5, 14). San Juan lo resume de esta manera: «En él ―en Cristo― estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (1, 4).
En cualquier rito sagrado, aunque no fuese cristiano, encontraremos siempre el recurso simbólico de la luz relacionado con la divinidad. En el Cristianismo la simbología de la luz acompaña todas las celebraciones. El cirio pascual es símbolo de Cristo, y cada vela encendida junto al altar o en el templo, simboliza a los cristianos que, en el gran templo sin paredes del mundo, debemos ser luz, peregrinos luminosos que abren caminos de claridades en la ruta sobrenatural que conduce todas las cosas a su fuente: Dios. Camino de luz y de alegría, porque sólo es triste el caminar entre tinieblas; la luz, en cambio, hermosea todo lo que toca, da vida a todo lo que envuelve y resplandor a todo lo que se ofrece limpio a su contacto, como una bendición que convierte en celestiales las cosas terrenas.
Dentro del simbolismo de la luz, la Virgen María participa como primera iluminada, como candelabro de oro que la porta y la ofrece al mundo, gozosa y generosa; primera iluminada, primera cristiana, primera abeja, de cuya cera virgen surge la Llama, Cristo.
Como una reverberación de las claridades navideñas y de la Epifanía, la celebración de la Presentación del Señor en el Templo, ilumina la liturgia del invierno, en el pórtico de este mes de febrero; esa fiesta en la que la Virgen aparece como lámpara mística del sol de la Redención, que ha venido para ser «luz que ilumine a todas las gentes». La luz es Cristo, y la Virgen es figuración de la Iglesia, y figuración de cada cristiano, que debe comunicar a los demás la misma llama que ha recibido, sin por ello perder la propia incandescencia, propagador de la verdad, de la vida y del gozo: que eso es la «luz de Cristo».
{2 (18)}
2. LA IGLESIA VIVA
LA soledad fría de los campos, los árboles desnudos, los jardines ahora apagados de flores, la luz escasa del invierno, la gelidez del aire que hace ingrata la contemplación del paisaje monótono, como si hubiese cesado el movimiento, como si los veranos jamás hubiesen existido, podrían ser la imagen de la inmovilidad mental respecto al concepto de cosas grandiosas, solemnes, distantes, imponentes e inmutables, que identificáramos con nuestra relación con Dios, y que podríamos llamar religión.
Para muchos la religión se aproxima a esa idea monolítica, de contenido enorme, misterioso, lejano y frío, con esa apariencia de inmutabilidad invernal.
Dios no te mueve, Dios no cambia; la religión tampoco puede cambiar: cambiar es destruir. El paisaje invernal cambiará, porque el campo no es Dios, ni la flor era Dios, ni los árboles tampoco.
Cuando la palabra "cambio", u otras equivalentes se aplican a la Iglesia, surge algo incomprensible, que les impulsa a la huida o al replegamiento interior reforzando su "invierno mental", 0, si se sienten "cruzados creen deber controlar con energía desde fuera y por la fuerza, a esa Iglesia fuera de sí, que quiere suicidarse. En su actitud y procedimiento se hacen herejes inconscientes para combatir herejías fantásticas, inexistentes. Estos ni estuvieron en el huerto cuando Cristo habló de las espadas, ni en el sermón de la montaña, ni vieron la luz de la Resurrección. Si hubiesen sido contemporáneos de Cristo, las cosas habrían sucedido de otro modo, y Cristo habría hablado de otra manera y obrado otra clase de milagros.
Pero a la palabra "cambio" aplicada a la Iglesia, se opone no solamente esta reacción violenta de cruzados, sino la más filosófica y utilitarista de los que ven en ella, con preferencia, una actitud aglutinadora al servicio del orden social. La religión es buena, hace el bien, "ayuda"... Consiguientemente, cualquier cambio despierta sospechas, a veces fundadas, de que no seguirá "ayudando" un determinado orden social o incluso que, por el mismo carácter profundo y popular de todo fermento religioso, puede despertar o deducir de las premisas dogmáticas o éticas que encierra, planteamientos críticos respecto a los errores y limitaciones de un orden social determinado. En cuyo caso, {3 (19)} dicen, la religión pasa de aglutinación a crítica. Como quiera que todo orden social históricamente determinado contiene siempre imperfecciones y ambigüedades, éstas se ofrecen a la vulnerabilidad de los planteamientos nuevos que puedan sobrevenir a causa del cambio surgido al margen del control establecido anteriormente.
En nuestro caso no pretendemos poner ejemplos, por considerarlo innecesario, ya que basta señalar las motivaciones o prejuicios en los que puede fundarse el conservadurismo inmovilista que, inevitablemente, se siente afectado en esta época en que se hace más perceptible cada día el dinamismo de la Iglesia y su esfuerzo por transmitir, también a nuestro tiempo, el mensaje evangélico con todas sus exigencias. (No ha de tardarse mucho en publicarse en castellano la obra de N. Bellah, The historical background of Unbelief, donde examina con detalle de historiador y sociólogo la actitud reaccionaria que apuntamos).
El "cambio", la actitud de cambio es necesaria, sin embargo, al estadio temporal de la Iglesia. Nunca tantas veces como ahora se ha venido repitiendo la frase de Newman: «Es necesario que la Iglesia cambie, precisamente para poder seguir siendo siempre la misma». El cambio no es un peligro, sino una exigencia vital y funcional. No cambian los muertos. Se equivocan los que consideran las cosas de Dios como un paisaje cristalizado de una vez para siempre. Se equivocan igualmente los que pudieran haber interpretado el silencio de la Iglesia como un sueño alejado del mundo, en su orilla, para consolación intermitente de los fatigados, hasta alcanzar el esperado o temido gran descanso de la eternidad.
Tampoco deberían de temer los que, de buena fe, quisieran verla como fautora de equilibrio y aglutinadora de la sociedad. Lo es. Pero de otra manera:
no "utilizada", como eslabón de un orden, sino libremente, como enviada de Dios. Y ello, no por arrogancia, sino por pureza, por fidelidad a su genuina función, para poder ser lo que debe ser y no otra cosa. Por eso ha de cambiar hacia su mayor fidelidad, día a día, aun a trueque del escarnecimiento, de vez en cuando, de los mismos que la harían corrompida y que la han corrompido, y que la desprecian cuando ya no les "sirve".
Pero sirve todavía. Ha venido a servir precisamente: colabora en nuestra época al equilibrio y al orden histórico porque estimula a la humanidad hacia un futuro comunitario cualitativamente más humano; tal vez eso parezca nuevo.
Por otra parte, solamente puede ser aglutinante en la medida en que sea también fermento crítico, o sea, en la medida en que convoque a los hombres para que se esfuercen en hacer un futuro más justo.
Ella no se arroga el derecho de determinar las últimas fórmulas prácticas {4 (20)} de esta realización; pero no puede silenciar su voz a la hora de señalar los puntos vulnerables o injustos de los proyectos humanos, precisamente para seguir siendo servidora de los hombres, antes que de los sistemas.
La Iglesia es viva y para la vida: como esos campos que encierran la semilla escondida germinada; como los árboles que profundizan sus raíces, en el silencio invernal, para sostener mejor las ramas y los frutos que se esperan. Así, en todo caso, hay que interpretar los silencios de la Iglesia y de Dios por medio de ella.
Y volverán más veranos; veranos de fatiga, de trabajo, de cosecha y de preparación de nuevas siembras, para que el ciclo fecundo del bien en el mundo hacia Dios no se pierda.
La Iglesia no puede ofrecer, sin traicionarse, sin destruirse, un paisaje muerto y gélido, de abstracciones decorativas, relegadas o inútiles. La Iglesia es para la vida. Cristo también dijo: «He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia». No vale hacerse el escurridizo ante las exigencias ya presentes ―«El reino de Dios ya ha comenzado...»— y dividir la vida en demasiados apartados. Dividir la vida es matar. La Iglesia no lo es de los muertos, sino de los vivos.
3. BIEN Y DINERO
HA pasado la "crisis de enero", ese tópico anual de cada invierno. En una vida organizada con marcada preponderancia sobre presupuestos económicos, el problema del dinero ha de aparecer en cada una de que encrucijadas, tanto halagüeñas como dolorosas. Con Navidad en el centro, tenemos sus vísperas con un par o tres jornadas prácticamente invadidas por lo que He espera, por lo que resulta y por lo que se comenta de la lotería navideña:
felicidad es dinero, el bien es dinero, Navidad es también dinero... Después, el frío es falta de dinero, y las incomodidades de las escaseces son falta de dinero.
Impresionados por los símbolos, nos basta para creernos buenos saber que un connacional fue canonizado y que su nombre figura en el calendario; nos basta para sentirnos civilizados, recordar que Ramón y Cajal fue Premio Nobel; nos hasta para ser deportistas haber comprado un campeón, y nos basta para {5 (21)} no acomplejamos de pobres que uno, entre millones, de repente se haga rico gracias a la lotería. Entre todo lo que nos puede impresionar tal vez sea esto último lo que más nos afecta. Así lo parece porque, en adelante, por inercia, ya seguimos hablando y ―sobre todo― pensando que, si no hacemos más o mejores cosas, es por falta de dinero: «si tuviéramos dinero...», «si me tocara la lotería...», «si acertara en una quiniela...», «si...». Nos perdemos en esperanzas pueblerinas, de televidentes sugestionables.
El primer elemento de todo lo más grande que se ha realizado en el mundo, no ha sido precisamente el dinero: por lo menos el primer elemento de las cosas buenas. No vamos, ahora, a recordar todo lo que Cristo dijo del dinero...
Nosotros hablamos del dinero, incluso para emplearlo en cosas buenas, porque el dinero abrevia expedientes, ahorra fatigas, acorta distancias entre el deseo y la realización; porque el dinero hace más cómodo el bien que queremos hacer. Pero ese bien puede hacerse siempre: con el trabajo, con el aprovechamiento generoso y racional del tiempo y de las fuerzas que Dios nos ha dado; con la capacitación perseverante, con la apertura no interrumpida en el obrar; con el empleo y el gasto de lo que ganamos honesta y diligentemente; con la dedicación inteligente y atenta de fuerzas y posibilidades, sin perdernos en mariposeos inútiles, por esa feria disipante y superficial de lo inútil, de lo mal gastado.
La mayoría de los que no hacen más bien porque, dicen, les faltan posibilidades para ello ―dinero, conocimientos, tiempo...— tampoco lo harían si dispusieran de ellas; basta contemplar la hibridez en que se aburren, respecto al bien, la mayoría de los que podrían hacerlo: el que dispone de tiempo, lo pierde en disipaciones y paseos inútiles; el que tiene conocimientos, tal vez los presume, pero más fácilmente los apunta a la conquista de ganancias cómodas; y, el que tiene dinero, lo guarda (¡por eso lo tiene!...). En todo habrá algunos idealistas; pero pocos.
El bien, para que lo sea, necesita de pocas condiciones; su dinamismo es incontenible. Las condiciones las ponen la pereza y el egoísmo. Sólo el que no le pone condiciones, cuando tiene los medios, los emplea y sublima en la tarea sin reposo que hay siempre por hacer y que nunca acaba.
El bien cristiano, para que lo sea, ha de ser el bien ganado": mi trabajo, mis logros, mi entrega... Cristo "se" dio. San Pablo dice que «nos enriqueció», que «nos compró con su entrega». Y también decía a los corintios: «así yo también me entrego y me gasto gustosamente en beneficio de vuestras almas».
«Dios ama al que da con alegría»; pero la alegría de dar surge más bien de dar lo propio que dar lo administrado. Muchos se nos ofrecen para administrar; pocos para amar. Por eso, tantas veces, el dinero es el anti-amor, «la iniquidad» según dice el Evangelio.
{6 (22)}
4. UNA CONVERSIÓN LA LUZ: NEWMAN
TODO el que emprenda seriamente un camino de sinceridad hacia Dios, tendrá que pasar por la experiencia del esfuerzo honesto y doloroso de una búsqueda que será marcada con intermitencias inefables y profundas de momentos en los que el buscado ha sido él mismo. Estos momentos, generalmente decisivos, en los que la fe y la oración están en el centro y en la actividad en plenitud del sujeto, con lo que también pueden llamarse conversiones".
John Henry Newman, el gran convertido e insigne fundador del Oratorio en Inglaterra, decía que "su" conversión había tenido lugar cuando contaba quince años. Seguramente él quería decir que desde aquella edad, tomó seriamente a Dios en su vida; pero ésta tuvo más adelante ―sin duda como derivación que aquella decidida y consciente seriedad inicial― varios de esos momentos que marcan, con hitos de trascendencia, el caminar del hombre en busca de Dios, hasta la muerte, "conversión" suprema. Sus escritos, sus notas autobiográficas, sus poesías, nos permiten descubrirlo. Hoy queremos reproducir una de estas poesías que, para ser más fieles en la trascripción, traduciremos en versión arrítmica. Es sin duda la más conocida de cuantas Newman escribió, incluida en los himnos cantados tanto en las iglesias católicas, como protestantes…  {7 (23)} excepto en el mismo Oratorio de Birmingham, donde Newman, consciente mejor que nadie de su carácter personal, no podía oírla sin profundo y ruborizante estremecimiento.
En diciembre de 1832 terminaba su primer libro The Arians of the fouth Century y se embarca para un viaje hacia Italia y Sicilia. Aquí sufre una grave enfermedad que le lleva al borde de la muerte. Coincide con ella una de las crisis más importantes del camino espiritual de Newman hacia el catolicismo, aunque tardara doce años más en entrar en la Iglesia (1845). Todo, los sentimientos de Newman se transparentan en sus palabras, compuestas durante su viaje de retorno, todavía convaleciente, sobre la nave, cerca del estrecho de Bonifacio. Reflejan la humildad serena y la pacífica confianza del abandono que asegura el camino hacia la esperanza que aureola la meta:
GUÍAME, LUZ BENIGNA
Lead kindly light
Llévame de la mano, luz, benigna, cuando me envuelven las sombras,
¡llévame de la mano!
La noche está oscura y me encuentro lejos del hogar,
¡llévame de la mano!
Vela sobre mi camino. No pido poder ver
el lejano horizonte; me basta avanzar un poco.
No ha sido siempre así; no siempre te he pedido
que tú me condujeras.
Yo quería elegir y ver por mí mismo el camino, pero ahora
¡llévame de la mano!
Prefería el día encendido de sol, y a pesar de mis temores,
el orgullo dominaba mi voluntad: ¡olvida mis años pasados!
III
Tu poder me ha colmado de bien hasta ahora,
¡llévame todavía,
a través de desiertos y ciénagas, de piedras y torrentes,
hasta que se acabe la noche,
y me sonrían, con la mañana, los rostros de los Ángeles
que tanto he amado, y he perdido en un momento!
{8 (24)}
5. FALTA COMUNIDAD
LO mínimo que debe pretenderse, es hacer inteligible una celebración litúrgica; si bien este mínimo no basta, porque no basta para la vida, y la liturgia debe ser vivida, y responder, por lo tanto, lo mejor posible, a las condiciones de la existencia vital cristiana, para que la ilumine con su mensaje y la fecunde sacramentalmente. Si esto no tuviera o no pudiera tener lugar, la liturgia se reduciría a un espectáculo ―aunque para algunos devoto― al que se "asiste" o "soporta", a un cumplimiento" impuesto, a una "costumbre" tradicional; pero no sería el encuentro fraternal del pueblo de Dios con Cristo, para alabanza del Padre al participar y vivir la Redención. No sería liturgia, sino otra cosa. Otra cosa que podría valorarse desde aquellos que de buena fe, pero con mentalidad raquítica, no han dudado en clasificar la misa como "acto de piedad" seguramente importante, hasta los que se han complacido en la estética de su solemnización, o en las etéreas complementaciones sentimentales que puede proporcionar, como descanso para el espíritu, o como fuente automática de gracias y de indulgencias, decoradoras de la espiritualidad individualista de cada creyente.
Se ha podido comprobar cómo, especialmente en las celebraciones eucarísticas, la versión en lengua vernácula, de lecturas y formularios, ha puesto más en evidencia la necesidad de la "participación", puesto que la inteligibilidad de gestos y palabras no bloqueaba ya la "comunicación", más sensible ahora, más inmediata y a nivel lingüístico de los mismos entre los que se establece. Y ha bastado comenzar para descubrir que, con sólo "entender" tampoco se concluía todo el esfuerzo posible para esa participación vital, aunque la primera forma, o primer grado de participación, sea el entendimiento.
Dos cuestiones se han destacado, a las que pueden reducirse todas las demás y que sería siempre preciso tener en cuenta antes de formular crítica alguna respecto a la insuficiencia de las reformas o instauraciones más recientes, que tal vez hemos calificado, como más trascendentales de lo que realmente eran, debido a concepciones precedentes erróneamente estáticas y a otros prejuicios ajenos al buen sentido espiritual y cristiano. ¡Tanta falta hacía una renovación, {9 (25)} que lo poco alcanzado ha parecido mucho! Mucho y demasiado a los retrógrados; todo y, por lo tanto, poco, insuficiente, a los impacientes.
CRISIS DE COMUNIDAD
Lo poco hecho ha parecido mucho en parte, por falta de receptividad de aquéllos ―no todos, evidentemente― a quienes iba destinado. Intelectualmente, el pueblo cristiano estaba con seguridad más preparado para comprender las renovaciones de lo que era de suponer ante un previo análisis superficial; pero este mismo pueblo, como verdaderamente "cristiano" seguía ―sigue― en amplísimos sectores, con un cristianismo más sociológico que comunitario, y más individual que personal. Y acentuamos las dos palabras comunitario y personal, que consideramos términos clave. Lo sociológico supone más convergencia que convivencia, más reunión que comunicación o comunión, más la "presencia-con" que el "amor-a". Si contemplamos un templo lleno de fieles con ocasión de una misa dominical, no por ello, de manera espontánea, brota la relación de fraternidad entre los presentes, y, si se expresa resulta inevitablemente fugaz y forzada: ¿en qué ha venido a parar ese abrazo de paz aconsejado en las celebraciones?... Reducir la mayoría de expresiones a simbólicas, degeneraría en teatralidad, de donde a veces surge, más espontánea, la simplificación.
Los formularios renovados suponen ―debían suponer― la comunidad del pueblo de Dios; pero lo cierto es que esta comunidad como tal es muy débil todavía, de donde lo forzado de suponerla o de imponerla. Hay que crearla.
Pero: ¿es posible crearla desde la misma celebración, a fuer de repetir fórmulas "comunitarias" o ensayar gestos afectivos?... Por lo menos no se puede dar, a esta pregunta, una respuesta positiva y exclusiva, porque no se puede ser cristiano sólo en el momento de la celebración: sería un juego y un equívoco.
Faltan comunidades: esa es la realidad. Comunidades que no se crean por voluntad autoritaria y positiva como se crean municipios o sociedades filantrópicas; sino comunidades que se edifican en el dinamismo del bien, no desde el individuo, sino desde la persona. El individuo se incomunica, se aprovecha, se asegura; la persona se abre, se comunica, y crece y se define a fuer de aumentar en su comunicación y apertura. Desde la celebración litúrgica se puede instruir, se puede ensayar, se puede alentar hacia la comunidad; pero no jugar a comunidades. Los más serios, ya lo vemos, no juegan: "cumplen" con preceptos o costumbres en favor de sí mismos y nada o muy poco en favor de los demás, que tienen al lado, cerrados, como ellos.
La renovación iniciada, preciso es reconocerlo, es buena, pero se queda corta. Buena hasta más allá de lo que somos capaces de aprovechar; pero corta, {10 (26)} porque todavía debería permitir mayor espontaneidad, más amplia acomodación a lo que ha de ser una asamblea litúrgica cristiana.
En eso, no obstante, y mientras hemos de desear y esperar una mayor amplitud, tenemos todo mucho por hacer, y que ni las autoridades, ni los liturgistas, ni los sociólogos pueden inventar en la Iglesia. No cuesta mucho "jugar" a comunidades; lo que vale, sin embargo, es generarlas y mantenerlas, y esto tiene que ver más con la gracia y la caridad verdadera, que con las legislaciones u organizaciones: e=to hemos de hacerlo cada cristiano, sea el que sea el lugar que ocupe en la Iglesia. Inventar fórmulas para reunir personas no es tarea nueva; se viene haciendo desde hace muchos siglos; incluso basta que algo se presente como nuevo para conseguir algunos adeptos, en esa mezcla de interés y curiosidad humanas propensa al cambio, si es fácil o si distingue.
Hay cristianos que necesitan cambiar de apostolado, o de reunión espiritual cada dos años, como si el juguete se les hiciera viejo. Y van "jugando a comunidades" hasta dar enteramente la vuelta por todas, o en espera de la última inventada. Pero olvidan que la Iglesia no puede complacerles, honradamente, en ese proporcionarles diversión o entretenimientos místico-apostólicos; la Iglesia es comunidad, esfera del amor, crecimiento fraternal en el bien y, por eso, transformación del mundo. Esto es mucho y es difícil. Tal vez gusta oírlo, pero gusta menos seguir hasta el compromiso a que lleva... Es el momento del cambio a otro apostolado, o el borrarse, o de mantenerse más o menos encerrados en piedades y ascetismos individuales, relamiéndose el alma en la propia sugestión beatil. Aquí la perseverancia es menos ardua, a pesar de tener que vencerse y luchar por mantenerse... individualmente. Estos cristianos seguirán concurriendo a las celebraciones a buscar un bien para ellos mismos y a sólo rogar por los demás, en realidad alejados, desfraternizados, ajenos al valor comunitario sin el cual carece de verdadera significación la eucaristía en que tal vez participan (?). Y ¡son los "mejores"!
No se han dado cuenta de la insistencia de la Iglesia, especialmente a través de la liturgia, para que se produzca una apertura comunitaria y se recobre el sentido cristiano de las celebraciones que son más que un servicio espiritual repartido a cada uno de los asistentes.
CREATIVIDAD LITÚRGICA
Para facilitar la participación" observamos cómo la actual renovación litúrgica se aleja de la exactitud uniforme precedente y ofrece fórmulas diversas para la celebración de la Misa y para otros sacramentos y actos de culto, con objeto de una mejor acomodación comunitaria y circunstancial de dichas celebraciones. Seguramente que no sólo se ha pretendido obviar a esa conveniencia, {11 (27)} sino proporcionar un conto entrenamiento creativo, porque tener que elegir es ya, aunque mínimo, un acto creativo. No se trata de resucitar un prurito inventivo para un regreso romántico a la: primeras celebraciones improvisadas, sino de abrir cauce al espíritu para que su espontaneidad no se oponga a la necesidad de la convergencia del siglo comunitario. Son muchos los que miran a las innovaciones estrenadas, no como un logro, sino como un principio de donde partir hacia la creación de nuevas expresiones. En realidad, aun aceptando la totalidad literaria de los libros recientemente aprobados, queda siempre una posibilidad de acomodación reservada al que preside la asamblea, y pensamos que sería todavía más amplia esta facultad —homilía, moniciones, oración de los fieles...— si todos, fuésemos conscientes, como comunidad en y fuera del templo, y no arrastráramos defectos e incapacidades espirituales y hasta intelectuales y estéticas que nos situarían en peligro de trivializar las acciones sacramentales. Es lástima que no sepamos hacer mejor las cosas, pero, si no sabemos hacerlas, es mejor que no las hagamos, porque el ridículo no honra a Dios ni evangeliza a los hombres. No obstante, hemos de pensar, y rogar y estudiar y merecer esa superación necesaria y consecuente de la apuntada arriba, cuando hemos hablado de la crisis de comunidad, para que, cuando se haga, no se nos convierta, también 0, en un juego más, en novelería pasajera, o en vulgaridad y singularidad sin sentido. Ni el genio ni el arte se improvisan, a pesar de los atrevimientos de la ignorancia. Pero es conveniente, desde ahora, que veamos en las celebraciones, esa posibilidad constantemente renovadora y renovada a la que hemos de ir disponiéndonos, aunque contemos con un bagaje tal vez poco rico espiritual y culturalmente y debamos considerarlo como un acicate más para superarnos.
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6. SIN ESCANDALO Y SIN DESALIENTO
CADA vez son menos los que se escandalizan por los cambios del mundo y, consiguientemente, por los cambios, también, de la Iglesia en el mundo; pero también cada vez, los pocos que van perseverando en esta reducida posición radical, se endurecen más hasta adquirir, aunque pretendan manifestar todo lo contrario, un comportamiento sectario. A su actitud intransigente y hasta violenta se debe, en parte por lo menos, la reacción contraria de desaliento en los que, impacientes, precisamente aguardaban y deseaban, todavía más amplias y explícitas, las reformas y renovaciones que el conservadurismo frenaba, retardaba o, por lo menos, contradecía u ocultaba.
Pero, ¿de qué se escandalizan? En realidad, hasta ahora, los cambios o renovaciones habidas en la Iglesia, han sido importantes más bien por su significación que por su dimensión.
Nos referimos al movimiento derivado de la celebración del Concilio Vaticano II. Este Concilio ha sido importante, no ya por lo que ha salido de él, sino por el movimiento que ha originado y que supera las consecuencias más próximas de él derivadas. Porque ya no puede ser limitarlas a "cumplir" con el Concilio, a aplicar solamente sus decretos o a proclamar sus constituciones, parte de lo cual ya se estaba superando en el mismo momento en que se publicaron. Muchos, sin darse cuenta, adoptaron la actitud de los judaizantes del primer siglo cristiano, ajenos a la verdadera renovación espiritual interior, a un cambio de mentalidad, o tomaban el Concilio como un "añadido" a su bagaje cultural cristiano, o como el último código a aplicar, para seguir cumpliendo" siempre con la Iglesia, pero ajenos al espíritu, sin abdicar de sus viejas deformaciones cristianoides, por más que usaran y gastaran la terminología que el Concilio suscitaba ―diálogo, colegialidad, pastoral, estructuras, carisma, etc....― El análisis de la psicología propensa al modo de conducirse de tales conservadurismos, más o menos inconscientes, o más o menos disimulados, excedería el espacio de que disponemos, aunque sea cierto que ha engrosado amplios sectores de creyentes, a veces significados. Cuando ha sido así lo {13 (29)} corriente era que tal significación estuviese marcada por factores no estrictamente religiosos, cualesquiera que fueren las apariencias externas.
De todos modos, su presencia no ha sido siempre perjudicial, a pesar de haber alejado a buen número de hombres de buena voluntad que han confundido el falseamiento del mal ejemplo conservador con la fisonomía de la verdadera Iglesia de Cristo, no siempre coincidente con las exterioridades más visibles. No ha sido del todo perjudicial porque, merced a ellos, los avanzados han tenido que profundizar sus razones y consolidar criterios y no limitarse a seguir el impulso instintivo de su arranque, ni bastarse con sus intuiciones; sino que, superada toda ligereza, con purificada reflexión y tenacidad, han vigorizado su dinámica renovadora. Sin este esfuerzo surgido precisamente del contraste, lo que tenía que ser renovado correría el riesgo de ser solamente cubierto de novelerías superficiales y engañosas, pobres de pensamiento y de imaginación, convirtiendo en otro conservadurismo recién llegado, ese descanso tras el solo mínimo esfuerzo, más allá del cual falta el aliento y se asusta el corazón.
Para superar el riesgo de las fosilizaciones, para ir más allá de un mimetismo evangélico, o de meros gestos simbólico-renovadores válidos únicamente para impresionar, es providencial ese contraste, y hasta contradicción que obliga al trabajo reflexivo, profundo y leal, en esta época bendita en la que se nos advierte, más que en otras, de la conveniencia y la necesidad de mantenernos en constante actitud renovadora.
Por otra parte, no todos los conservadurismos han permanecido como cristalizados en su inmovilidad. Algunos de ellos procedían de un instinto prudente todavía no bastante desarrollado, y las polémicas o tensiones les han despertado a realidades no sospechosas, obrando un paso más en el proceso de conversión" siempre abierto, que es toda vida cristiana sincera, parta de donde parta. Un cambio demasiado rápido no habría permitido tales recuperaciones. Porque no siempre hay que juzgar esos cambios que se observan en ciertas valentías de última hora, como oportunismos para no quedarse en tierra cuando ya se liquidan, por irremediablemente inservibles por desplazados, los últimos conservadurismos.
Con un poco de visión providencial no ha de ser difícil vencer la crisis de desaliento. Basta no tomar como sustancial lo que es solamente accesorio, para evitar confusiones desorientadoras: cambia lo que debe cambiar; cuando el cambio es demasiado lento — aun en los frenazos provocados solamente ocurre que se amplía hacia un más dilatado y profundo influjo renovador. Son los caminos de la Providencia. Caminos, de todos modos, no para sentarse a su orilla y contemplarlos, sino caminos para ser andados, sin remolonerías, con alegría y alabando a Dios.
{14 (30)}
7. UN POCO MÁS CERCA DEL SEÑOR
Si tuviéramos que reducir al mínimo el programa cuaresmal de un cristiano deseoso de que no transcurriera inútilmente por el calendario de su vida ese tiempo de conversión" que se nos ofrece, especialmente a través de la liturgia, le aconsejaríamos que no se perdiera la asistencia y participación en las misas, tanto diarias como dominicales, y que lo hiciera con regularidad y puntualidad, para poder atender, con el debido sosiego, a todas sus partes. El malogro que se hace de la liturgia de la Palabra por los que mantienen su costumbre o afición de rezagados, les impide el beneficio de ese medio, prácticamente indispensable, para la debida disposición sacramental de la Eucaristía.
(Naturalmente, no decimos nada para esos que llegan al ofertorio y se escapan apenas se inicia la comunión... ¡Estarían mejor en sus casas, porque se evitarían la raquítica molestia del cumplimiento —"cumplo" y "miento"—, y no darían mal ejemplo de cicatería supersticiosa a los espíritus débiles que les pueden ver!).
Las Lecturas, la Eucaristía, serán dos encuentros diarios con el Señor": mentalización y vida cristiana. Renovación, "reconversión", a partir de ese Bautismo recibido en edad inconsciente y que, para hacerlo fructífero, cuando la conciencia se despierta, precisa de una auténtica conversión personal, que ha de renovarse {15 (31)} sin cesar, si bien en el tiempo de Cuaresma la Iglesia dispone para sus hijos toda una pedagogía y unos medios sobrenaturales que la facilitan más todavía que en otras ocasiones.
La santa Misa, la penitencia, la oración, la limosna, todo ello no entendido como un conjunto de detalles simbólicos, sino arracimado a una mayor compenetración con Cristo, ha de ayudar a esa conversión" no acabada que hay que ir completando.
Si además preparamos la asistencia a las celebraciones con la lectura anticipada de la Escritura que allí se ha de leer, y si procuramos beneficiarnos de alguna de estas series de conferencias en las que se nos ofrece una síntesis estimulante para la fe y la gracia, llegaremos al portal de la Semana Santa, de la Pascua, un poco más cerca del Señor.