Boletín del Oratorio de Albacete
Ns. 113-114. ABRIL-MAYO. Año 1973
0. SUMARIO
COMUNIDAD y comunión de santos es la Iglesia de Cristo. Se nos recuerdan los nombres de los que A nos han precedido en la fe y en la gracia, como estrellas lucientes en un firmamento sobrenatural, a través de cuyas constelaciones nos llega siempre la misma luz de Cristo, para nuestro estimulo, mientras peregrinamos.
SEGURAMENTE, UNA COINCIDENCIA FELIZ
NEWMAN, DESDE SAN FELIPE
DIFICULTADES PARA LA ORACIÓN
NI SONADORES, NI ROMÁNTICOS, NI ENAJENADOS
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD, SANTIDAD Y ALEGRÍA
LOS NIÑOS ¿PUEDEN MEDITAR?
PICASSO: PROTEICO EN EL ARTE, ESTÁTICO EN LA FE
SAN FELIPE NERI, FUNDADOR DEL "ORATORIO MUSICAL"
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1. Seguramente, una coincidencia feliz
HA HABIDO fundadores de obras que, antes de llevar a la práctica su pensamiento, han elaborado teóricamente su realización, han estructurado legalmente o establecido los principios reguladores de su desarrollo y actividad, de tal modo que se puede decir que el ideal, la meditación reflexiva, ha sido una previsión relativamente completa del proyecto a realizar. Cuando nos encontramos con san Felipe y su obra este capitulo teórico, previo u legal, nos falla. Fue llevado, ciertamente, de una intuición sobrenatural, mantenida con fidelidad poco común, a la que no faltaron desprendimientos heroicos, iniciativas insignes pero siempre con una simplicidad desprovista de cualquier apariencia de previsiones humanas, incluso legitimadas según una prudencia que pudiera llamarse también cristiana, o compatible con el espíritu cristiano.
La vocación primero, y la obra después, en san Felipe, no fueron fruto de previsiones, ni de cálculos. Llegó al sacerdocio casi sin habérselo propuesto, en pocos meses. Había nacido en 1515; en 1550 empezó a hablarse de su ordenación, y a mediados de 1551, recibía la ordenación sacerdotal, cuando contaba el Santo treinta y seis años de edad. En principio él no había previsto que su entrega total al Señor y a la Iglesia debieran de incluir también el sacerdocio, y había sido fiel a dicha entrega.
En cuanto al Oratorio, como institución perpetuada legalmente dentro de los estados de vida evangélica reconocidos por la Iglesia, también se encontró con que lo había fundado sin pretenderlo. Le sorprendieron las prisas del papa Gregorio XIII cuando, en 1575, quería estructurar con leyes canónicas aquella pequeña comunidad que Felipe formaba con sus principales adictos, en la que todos a una llevaban una vida evangélica sin por ello adoptar las leyes que regían a los religiosos.
Pero la insistencia de Gregorio XIII salvaría a la Congregación de acusaciones malévolas por cuantos la tachaban de grupo excesivamente independiente y personalista, como había ocurrido, con graves disgustos para aquella media docena de sacerdotes, en tiempos del riguroso pontificado de Pio V, mal aconsejado por sus secretarios, alguno de ellos llevado de la envidia por la popularidad de Felipe, cuyo apostolado en la Roma de entonces, paganizada y poblada de personas ambiciosas, iba convirtiendo, poco a poco, en modelo de piedad, por medio de sus charlas, contactos personales, dirección espiritual y vida de sacramentos.
{2 (62)} Todo ello, sin embargo, tenía un denominador común de donde partía el celo de Felipe y sus discípulos, y a donde conducía a los seglares, sacerdotes y prelados de la corte romana que, de alguna manera, eran influidos por el equipo del Oratorio: la oración.
Tal vez sea éste el punto capital de todo el intuicionismo sobrenatural de san Felipe. Todo, para él, sin oración, era nada; la oración lo era todo. No temo nada de este mundo, solía decir, con tal que se me conceda un poco de tiempo para concentrarme y poder tratar con Dios.
La oración evitaba la rutina de la vida de piedad, porque la hacía consciente y personal; la oración purificaba la teatralidad de los ritos, porque los convertía en solemnizados encuentros con el Señor; la oración sobrenaturalizaba los actos ordinarios de la vida entera, porque mantenía la presencia de Dios en el caminar del hombre; la oración daba paz y seguridad al alma de buena voluntad y rectitud de intención en sus obras porque era como un cielo anticipado que crecía en el corazón. La oración era el respirar del alma, era la compañía del Señor, era el trato y la búsqueda de Dios mientras se vive. La oración acerca al Dios lejano, y conforta y hace feliz la vida del hombre, que interpreta la realidad con una visión divina de la existencia, que transforma lo que serían dificultades en ocasiones de acercamiento al Señor.
No se había pensado en el nombre de la nueva Congregación nacida casi sin esperar, pero sin esfuerzo para imaginarlo, vino como cosa natural, porque ya era el que todos daban al conjunto de prácticas que san Felipe y los suyos habían adoptado, sin esfuerzo para inventarlas. De aquellas reuniones que se iniciaban con alguna lectura o comentario y en las que se incluía siempre la oración, en los pensamientos, en las palabras y en los cantos, y que tuvieron lugar en un espacio que no llegaba a templo y que por eso llamaron "oratorio", vino el que fuesen llamados "del Oratorio" y fuese la nueva Congregación apellidada igualmente del Oratorio. Era una feliz coincidencia, tampoco inventada; pero elocuente, significativa, aceptada por todos y por todos entendida porque lo resumía todo: la historia y los propósitos. El camino hasta donde les había conducido y el que pensaban seguir, y que valía más que todas las leyes del mundo.
Nosotros queremos,
sin más,
con esperanza
humilde,
la plenitud eterna
de la rosa,
una suprema eternidad
de flor.
Mientras las casas de la noche
Se cierran, una a una,
y las sombras se acercan
al hontanar
del alba,
aprenden nuestros ojos
del más sensible tacto
de ciego.
a mirar y saber,
y entendemos
con lento amor.
Salvador Espriu
{3 (63)}
2. NEWMAN, DESDE SAN FELIPE
IDEAS, CULTURA, ESTILO, APOSTOLADO
CALIFICAR a Newman —¿filósofo, teólogo, historiador, periodista, místico, humanista...?— sería una ardua tarea. Su dilatada cultura clásica, su respeto por la ciencia, sus estudios de patrología, sus ideas sobre el desarrollo del dogma, sus puntualizaciones éticas, el rigor y honestidad de sus polémicas, la santidad de su vida, el fervor y generosidad de sus esfuerzos prácticos por llevar a la realidad sus ideales, su perseverancia en el estudio, su fidelidad martirizada en servicio incomprendido de la Iglesia, la agudeza de sus puntos de vista inaccesibles a la mediocridad reinante, su amor a la verdad y a las almas, nos permitirían atribuirle cualquiera de las calificaciones apuntadas, u otras parecidas, o todas a la vez. Sabio y artista, humano y santo, prudente y audaz, inglés y universal, seria descubierto, finalmente, y reconocido, justificado y glorificado, por otra inteligencia poco común y por ello capaz de comprender su siglo y hacer la síntesis cristiana que aquel momento exigía, en sociología, política, ciencia y apostolado: León XIII, el papa que fue recibido con recelo por gran parte de la burguesía llamada "católica"; que fue desobedecido por las derechas monárquicas francesas, retrógradas, apasionadas y resentidas; que liberalizó e impulsó la cultura eclesiástica en el momento en que muchos se dedicaban a la caza de brujas" a costa del progreso científico; que recordó el indeclinable deber de todos los cristianos de responsabilizarse en los puestos seculares que la Providencia les depara en la vida que, para el hombre, siempre es "en sociedad", es decir, relacionada con los demás, en un mismo mundo.
¿UN LIBERAL E INGENUO?
La calificación o condenación de "liberal", ha sido la más piadosa que se le ha ocurrido a la ignorancia o a la pereza científica, pero suficientemente vanidosa para no querer pasar por tal, cuando —aplicando aquí lo que Machado dice en un contexto más concreto— su altivez «desprecia cuanto ignora».
Incomprendido y despreciado fue Newman, tachado de liberal, por los que, aunque más beatos, eran en realidad menos rigurosos que él en las cuestiones esenciales, y, por supuesto, menos generosos que él en los compromisos prácticos donde Newman se encontró siempre, en los momentos decisivos, casi completamente solo y abandonado: unas veces por la miopía provinciana de los que, escépticos o perezosos, no alcanzan a comprender o desconfían de planteamientos demasiado universales, cuando no parecen previstos en los esquemas elementales y monótonos de la rutina que libera de problemas; y otras —más dolorosas— por las inhibiciones o escamoteos y silencios medidos por la envidia, que no admite el bien desinteresado de ningún agente, sin participación superior que absorba la renta de gloria del que —aun sin buscarla— pudiera merecer en su solitaria fatiga.
{4 (64)} Cuando Newman, con tanto afecto, hablaba del Oratorio como de su "nido", es porque conocía la experiencia del consuelo restaurador que le aguardaba en casa, en su cuarto... desde donde en estudio y oración volvería a salir, para otros y continuos nobles aunque "malos negocios" apostólicos, de los que nunca se arrepintió, gracias a su amor a Dios y a la Iglesia, y a pesar de las ingratitudes humanas.
¿Era un ingenuo, Newman? ¿Le faltaba talento práctico o existía desproporción entre la grandeza de sus miras y la capacidad de disposición de medios para realizarlas? La respuesta la tendríamos en su ideal de caballerosidad" humana y cristiana, con frecuencia evocado. Lo que le preocupaba no sólo era el hacer", sino el cómo y la manera, y la nobleza del fin jamás le hubiera consentido ser indulgente con la exigible nobleza de los medios. El no convirtió jamás su tacto en táctica, ni su sinceridad en estrategia política de ninguna clase, ni sus obras apostólicas en méritos recompensables con honores o dignidades. No fue incapacidad, sino fidelidad iluminada a unos principios de rectitud en un alma superior a la mayoría de las que le rodeaban. Sus esperanzas de bien distaban, por una parte, de la confianza en resplandores sinaíticos y, por otra, de la falacia estratégica que, demasiadas veces, también los buenos" llaman prudencia.
Para él no se trataba simplemente de "hacer", sino de cómo hacer. Cuando se prescinde de la calidad en los medios, muy pocas cosas son demasiado difíciles: pero también es verdad que los medios malos corrompen, antes de nacer, las obras buenas que pudieran pretender realizar.
LA IDEA SOBRE UNA UNIVERSIDAD
Uno de los capítulos más interesantes de la vida del Newman católico, es el de sus esfuerzos por llevar adelante su idea sobre la Universidad Católica en Dublín. No vamos a analizar aquí los motivos de su fracaso porque, lo principal, aunque éste no se hubiese producido, fueron las ideas sobre la educación universitaria que, con motivo de dicha empresa, nos legó. Sobre educación Newman pensaba, como católico, evitar la tendencia del espíritu humano con tanta frecuencia inclinado a sistematizar con exceso el conocimiento, o a buscar un fundamento por principio de todo saber como si se pretendiera dar con una ciencia que abarcara todas las demás ciencias.
En el primer sermón pronunciado ante la universidad irlandesa, afirmaba:
«Quiero que el entendimiento se expansione con la máxima libertad, y que la religión goce de igual libertad; pero lo que estoy defendiendo es que ambos deben encontrarse en su mismo lugar y de ellos deben dar ejemplo las mismas personas. Quiero destruir aquella diversidad de centros que lo confunde todo al crear oposición de influencias. Quiero que el mismo techo abrigue a la vez la disciplina intelectual y la moral. La devoción no es un límite que se pone a las ciencias; ni la ciencia es una especie de pluma en el gorro, un ornamento y compensación de la devoción. Quiero que el laico intelectual sea religioso y que el devoto eclesiástico sea intelectual».
Y en su libro "The Idea of a University" escribía: «Las ciencias físicas, la astronomía, la química y el resto de las mismas, se ocupan, sin duda alguna, en {5 (65)} obras o trabajos admirables y no pueden, por tanto, desembocar en conclusiones religiosas que sean falsas. Pero, al mismo tiempo, ha de tenerse en cuenta que la revelación hace referencia a circunstancias que no han surgido sino después de haber sido formados los cielos y la tierra. Su origen es anterior a la introducción del mal moral en el mundo, considerando que la Iglesia católica es el instrumento reparador de semejante mal».
Newman escribía esto en pleno movimiento científico europeo, acelerado desde los días de Copérnico, y luego Galileo, Newton, Darwin —contemporáneo de Newman—, cuyo progreso llegaría en nuestros días a las aportaciones de Freud y Einstein. Movimiento que despertó tantos recelos —aun prescindiendo de la elaboración de las teorías políticas y sociales que le eran paralelas—, porque se basaba en una emancipación —hoy diríamos ya, sin vacilar, "secularización"— del saber natural del hombre. Newman, hace ya más de un siglo, no temía esa emancipación, que estimaba benéfica a la causa de la fe, mejor que cualquier forma de polarización o monopolio fideísta, fautor de confusionismo.
Pensaba que esta emancipación consentía mejor una interpretación cristiana justa, sin extorsiones, sino completando el conocimiento natural del hombre con la luz de la fe. La ciencia, decía Newman, era como la historia de la naturaleza, de la misma manera que la literatura era la historia del hombre; no solamente la historia del hombre en equilibrio, natural, sino también del hombre en rebeldía. Moralmente la ciencia es más aséptica; la literatura, más comprometida con el bien y con el mal».
En la octava de las conferencias del libro citado, escribía Newman: «Quizá alguno pueda decirme: "Debemos preservar a nuestra juventud de la corrupción.
Debemos renunciar a toda clase de literatura, ya universal, ya nacional; debemos poseer una literatura cristiana propia, tan pura y tan real como la israelita, por ejemplo." Pero esto no podemos hacerlo: no digo que no podamos formar una literatura selecta para jóvenes o para clases poco formadas; sin embargo ésta es otra cuestión. Yo hablo de la educación universitaria, la cual incluye un amplio círculo de lecturas, que ha de tratar y estudiar las obras de los genios, los llamados clásicos del lenguaje, y si la literatura ha de ser el estudio de la naturaleza humana, no podemos tener una literatura cristiana. Es una contradicción, pues, el querer intentar una literatura pura que sea la historia del hombre pecador. Podemos ciertamente, reunir algo que sea muy superior y más elevado que la literatura; pero cuando hayamos hecho esto, veremos que lo conseguido no es literatura en absoluto. Habríamos abandonado, sencillamente, la descripción del hombre como tal, y sustituido por la del que debiera ser, supuestas ciertas especiales ventajas o dones especiales. En cuyo caso renunciemos al estudio del hombre como tal, pero digámoslo claramente. No vale decir que estudiamos al hombre, su historia, su inteligencia y su corazón, cuando en realidad nos dedicamos al estudio de otra cosa distinta... Hagamos caso omiso del hombre o tengámosle presente; pero cualquiera cosa que hagamos no lo tomemos por lo que no es, por algo divino y sagrado, por un ser completamente regenerado... Si queremos tener una literatura de santos, lo primero que debemos hacer es formar una nación de santos... Si la Universidad es la preparación {6 (66)} directa para este mundo, dejémosla que cumpla su cometido. No se trata de un convento ni de un seminario; es, por el contrario, un lugar donde se forman y capacitan hombres de mundo y para vivir en él. No podemos evitar el que entren en el mundo con todos sus principios y máximas, cuando les llegue su hora; pero podemos prepararles contra lo que es inevitable; y no es el medio más apropiado para aprender a nadar en aguas turbulentas, el no poner pie en agua».
No nos puede sorprender que este planteamiento encontrara dificultades en más de una mente. Pero él insistía «por muy difícil que pueda parecer la cuestión y por muy divididas que sobre la misma puedan ser las opiniones de los católicos» que debieran decidir sobre la misma. «No prohibir la verdad, de cualquier clase que ésta sea, pero haciendo que la autenticidad del nombre de la verdad se atribuya solamente a las doctrinas que lo merezcan».
La misión de la Universidad no era la de censurar doctrinas, sino de examinarlas honradamente todas y señalar las buenas.
¿Era pues, un liberal Newman? No, en el sentido de aceptarlo todo por igualmente bueno; sí en el respeto mientras se trabaja en la indagación de lo verdadero y en el reconocimiento del realismo de la vida humana, a la que hay que llevar el mensaje cristiano sin más imposición que la que se desprende de su misma autenticidad. Las presiones las hacen los que dudan de la fuerza de la verdad por sí misma. La verdad se basta.
LA LECCIÓN DE SAN FELIPE
Al final de su argumentación, Newman, como descubriendo la última —la mayor— razón entre todas las expuestas, escribe en su libro: «Tal es la lección que he podido aprender de todo lo estudiado y leído sobre la materia, tal es la lección aprendida de la historia de mi Padre y Patrón san Felipe Neri. Él vivió en una época tan desleal a los intereses del catolicismo como cualquiera otra de las que le precedieron y le siguieron. Vivió en unos momentos en que imperaba el orgullo y los sentidos; en un período en que los reyes y los nobles nunca tuvieron más pompa ni recibieron más honores, ni tuvieron menos responsabilidad personal en peligro; cuando el invierno de la Edad Media se acababa y cuando el sol de la civilización traía en sus hojas y en sus flores multitud de formas de placeres voluptuosos; cuando un mundo nuevo de ideas y de bellezas se abría al espíritu humano al descubrir los tesoros de la literatura y el arte clásicos. Vio al noble y al sabio deslumbrados por el encanto de los placeres y embriagándose en su magia; vio al poderoso y al prudente, al estudiante y al artista, la pintura y la poesía, la escultura y la música, la arquitectura, todos dentro de su orden y al borde del abismo; vio cómo las formas paganas se elevaban y estacionaban en el aire denso; todo esto lo vio, y se dio cuenta de que al mal había que enfrentarse, no con argumentos, no con la ciencia, no con protestas y amenazas, no por medio del monje o del predicador, sino mediante la fascinación de la pureza y de la verdad. Quiso llevar a cabo una obra peculiar dentro de la Iglesia, sin pretender otro Jerónimo Savonarola, aunque san Felipe sentía verdadera devoción hacia él y guardaba una tierna memoria de su casa florentina». Ni se preocupó por entender la corriente cultural de su tiempo, {7 (67)} sino que entró en ella, en «aquel torrente de la ciencia, la literatura, el arte y la moda que todo lo llenaba, purificando y santificando lo que Dios había hecho bueno y el hombre corrompido».
«Y así, pues, consideraba como la idea de su misión, no la propaganda de la fe, la exposición de la doctrina o la fundación de escuelas catequistas, aunque todo esto le parecía bien, pero no llegaba a convencerle; renunció a la regla monástica y a la oración al igual que David había rechazado la corona de su rey.
No, él no sería sino un sacerdote como los demás y sus armas la sencilla humildad y el amor al prójimo. Todo lo que hizo lo llevó a cabo por el fervor y la elocuencia convincente de su carácter personal y de su fácil y amena conversación. Fue a la Ciudad Eterna y en ella se quedó, y su casa y su familia fueron creciendo paulatinamente con el gran número de personas que a él acudían, gentes de toda condición, ricos y pobres, nobles e ignorantes...» Newman detalla el proceso de cambio espiritual obrado en cuantos se acercaban a Felipe: cardenales, obispos, el mismo papa; abogados, artistas, médicos, músicos —Palestrina, Aminuccia, Soto...—. Finalmente, al cabo de unos años, cambió la faz de Roma. Y Roma era el corazón de la Iglesia.
Por la naturaleza misma de las cosas, el bien es menos ostentoso que el mal. Sólo el Padre, que ve en lo escondido, ve plenamente el esplendor de la ciudad situada sobre el monte. Cuánto bien no se hace en la Iglesia por gentes cuyo nombre no se oye jamás: por el hombre de la calle —sea la que sea la clase social—, por la mujer de vulgar apariencia, por el sencillo niño piadoso. Los hombres por quienes dijo Jesús los bienaventuranzas no salen en el periódico. La Iglesia en una Iglesia de pequeños y de pobres y por ende, do santos. No por ser tan grande la cúpula de san Pedro de Roma llamamos a la Iglesia católica Iglesia de Jesucristo, sino porque debajo de elle han sido beatificadas o canonizadas tantas gentes sencillas. Ellos representan a otros infinitos anónimos.
Naturalmente, esta santidad no es obra puramente humana.
Todo servir se une e Identifica con el servir de Cristo, que dio su vida por el mundo entero. La celebración de ose don do su vida en la Eucaristía, y aun todo lo que hace Cristo en su Iglesia, fundamento de espíritu de servicio del pueblo de Dios respecto de la humanidad. Si quisiéramos desarrollar más por extenso estas ideas, habríamos de hablar de muchas cosas de los Sacramentos, de la Palabra, de la oración...
Del CATECISMO HOLANDÉS
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3. Dificultades para la oración
De un discurso de Pablo VI, en la audiencia general del 14 de febrero, {1}
{1973} ¿SE REZA hoy? ¿Se advierte qué significado tiene la oración en nuestra vida? ¿Se siente su deber, se experimenta su necesidad, su confortación, su influjo en el ámbito del pensamiento y de la acción? ¿Cuáles son los sentimientos que acompañan nuestros momentos de oración: el aburrimiento, la prisa, la confianza, la interiorización, la energía moral? ¿O acaso también el sentimiento del misterio? ¿Tinieblas o luz? ¿El amor, tal vez?
Qué entendemos por oración
Deberíamos, en primer lugar, intentar hacer, cada uno por su cuenta, esta exploración y acuñar, para uso personal, una definición de lo que entendemos por plegaria. Podríamos proponernos una muy elemental: la oración es un diálogo, una conversación con Dios.
Inmediatamente vemos que este diálogo, esta conversación, dependen del sentido de presencia de Dios, que consigamos representar a nuestro espíritu, ya sea por intuición natural, o por una cierta figuración conceptual, o por un acto de fe. La nuestra es como una actitud de ciego que no ve, pero sabe que tiene ante sí un Ser real, personal, infinito, vivo, que atiende, escucha y ama al que ora. Entonces nace la conversación. Este otro es Dios.
Si faltase esta advertencia de que Dios está de algún modo en comunicación con el hombre que reza, éste se prodigaría en un monólogo, no sería un diálogo su manera de orar... Un monólogo, hermoso quizás, superlativo a veces, como un esfuerzo supremo de volar hacia el cielo opaco e indefinido, pero que aclama yen este capo con frecuencia, llora en el vacío. Estaríamos en el reino de la más lírica y más profunda fenomenología del espíritu, pero sin certeza, sin esperanza, y más bien en desolación de música callada.
Pero no es así para nosotros, que sabemos que la oración, es decir, el encuentro con Dios, es una comunicación posible y auténtica. Ponemos esta afirmación entre las certezas indiscutibles de nuestra concepción de la verdad, de la realidad en que vivimos.
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Ante la trascendencia y la inmanencia de Dios
Puede producirse en el que reza un estado de ánimo primordial e importantísimo, resultante de la síntesis de dos sentimientos diversos, aparentemente opuestos: el de la trascendencia de Dios, deslumbrante, que nos abruma, y el de su inmanencia, es decir, de su inmediata cercanía, de su inefable presencia. Dos sentimientos que se integran en la pequeña y pobre celda de nuestro espíritu y encienden en él inmediatamente una extraordinaria vivacidad religiosa, que puede de improviso balbucear su doble expresión orante: la alabanza y la in vocación; o puede también, en algunas almas místicas, permanecer absorta en un silencio contemplativo, casi indescriptible.
Esta es la génesis de la oración que, elevada al plano de la fe y surgida de la escuela del Evangelio, asume una voz queda, pacífica, casi hecha connatural con nuestro lenguaje humano, autorizado como está a llamar al Dios inconmensurable, con el nombre amable y confidencial de "Padre".
Dificultades para la oración
Pero aunque esto resulte sublime, debemos admitir que el mundo de hoy no ora con gusto, no ora fácilmente; no va a buscar nada en la oración, no la saborea y a menudo no la quiere.
Donde no ha llegado una cierta instrucción religiosa es bien difícil que pueda formularse una oración. El hombre, el joven permanece mudo ante el misterio de Dios.
Donde se ha negado la creencia en Dios, donde ha sido declarada vana, superflua, nociva, ¿qué otras voces sustituyen a la oración?
Y después de las insistentes lecciones contra la espiritualidad, tanto contra la natural como contra la educada por la fe; las lecciones de naturalismo, secularismo, paganismo, hedonismo, de la aridez religiosa con la que tanta parte de la pedagogía moderna ha asfaltado el alma de las muchedumbres, ¿cómo puede florecer en los corazones el lenguaje sobrenatural de la oración?
En nuestros días dos son las dificultades típicamente contrarias a la oración.
Una de índole psicológica, que proviene de la sobreabundante, fantástica, profana y sensual profusión de imágenes sensibles de las que los modernos y de por sí maravillosos instrumentos de comunicación social llenan la psicología social. La otra dificultad es el orgullo del hombre que ha progresado por los caminos de la ciencia y de la técnica, maravillosas también, pero excesivamente autosuficientes.
Sin embargo y por fortuna, tenemos también muchos ejemplos insignes, contemporáneos, que nos sirven de confortación para nuestra tendencia innata que busca en Dios el complemento único, infinito, de nuestras limitaciones y la feliz plenitud de nuestros deseos y de nuestras esperanzas.
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4. Ni soñadores, ni románticos, ni enajenados
LOS SANTOS no fueron unos soñadores extraviados en fantasías irracionales, incompatibles con la realidad, sino personas muy ajustadas a la vida, que consiguieron moverse en ella con sentido práctico, profundamente sinceros, incapaces de falacias y sin que les fallaran los reflejos. Les habría costado admitir que hicieron grandes renuncias; lo que en ellos nos puede parecer extraordinario, más bien fue una elección que un desprendimiento. Seleccionaron más que despreciaron nada de esta vida.
Descubrieron valores que supieron cultivar por encima de superficialidades.
NO FUERON unos románticos. Sin nostalgias de tiempos pasados, ni lugares remotos, supieron interpretar con serenidad y clarividencia sobrenatural la época y situación que les tocó vivir, y sumaron su entusiasmo por el bien al dinamismo de la historia común a los demás hombres, sólo que con más espíritu de fe, de valentía y de responsabilidad cristiana.
NO FUERON unos enajenados que, huyendo del mundo, se desplazan —real o Imaginariamente— a las regiones artificiales de la sugestión o ceden a las seducciones narcotizantes disimuladas con la apariencia de consolaciones o justificaciones sobrenaturales que compensen su incapacidad para aceptar la vida verdadera. Al contrario: ellos elevaron el significado de la vida y el valor del tiempo, en un esfuerzo heroico, generoso y enamorado por integrarlo en la trascendencia. ¡Tan vivo era su agradecimiento por la vida, su amor por los hombres y su amistad con Dios!
LOS SANTOS han sido, ni más ni menos, lo mismo que somos y que podríamos ser nosotros. Otras cosas que a veces decimos o pensamos de los santos, es un añadido que no les pertenece. O no habrían sido santos.
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5. Libertad y responsabilidad, santidad y alegría
INSTITUCIONALMENTE, lo que ha constituido la característica más peculiar del Oratorio de san Felipe Neri, ha sido desde su origen —hace cuatro siglos—, el deseo de constituir un medio de "vida apostólica", para los que formen parte del mismo como miembros, por la práctica libre y responsable de los consejos evangélicos, a nivel y a beneficio sobrenatural de las personas y de la comunidad, y en un clima de serenidad y de alegría.
Vida evangélica, sin votos
En el Oratorio no existe ningún tipo de consagración o votos al estilo de lo que acostumbra solemnizar las vinculaciones de las personas que las integran, en las órdenes monásticas o en las congregaciones "religiosas". San Felipe reverenciaba y estimaba estas formas de consagración a Dios, pero no las quiso para si ni para los suyos. Entre otras cosas por su reluctancia a lo excesivamente legalizado y, sobre todo, porque él mismo había hecho experiencia de la posibilidad de llevar una vida de hecho equivalente, pero de una manera libre y espontánea. Por otra parte, históricamente, lo que en los primeros siglos del cristianismo se llamó "vida apostólica", sabemos que era lo que luego se designaría como "vida religiosa" o de consagración, si bien en su origen careció de las formalidades añadidas posteriormente por la introducción de los "votos", que solemnizaban y daban valor público y jurídico a la consagración especial de la vida a Dios. San Felipe quería "el hecho" concreto, solamente, de tal entrega, que tenía que ser de intención y de propósito "para siempre", pero no constreñida por lazo alguno ni por efectos contractuales de ninguna clase, sino simplemente y honestamente mantenida por una voluntad siempre dispuesta y siempre libre. «No los votos, decía; sino las virtudes de los votos», Pero la realidad fue que, a partir del concilio de Trento, y como reacción aseguradora, después de la crisis de la Reforma, las obras surgidas para facilitar la vida evangélica y de mayor entrega al apostolado, no prescindieron de los votos, y hasta se reforzó su significado. De ningún modo puede dudarse que el voto constituye positivamente un valor de carácter religioso, bien que sin perder su cualidad de medio, para llegar a otro fin superior.
Y al ser realzada la solemnización jurídica de la "vida religiosa", el estilo conservado por san Felipe a través del Oratorio, persistió como algo muy especial. Más recientemente, algunas obras apostólicas, y de manera especial los modernos "institutos seculares", han tenido en cuenta algún aspecto de la experiencia oratoriana.
Libertad y responsabilidad
Es claro que san Felipe no daba al concepto de libertad la legitimación del {12 (72)} capricho; ni cabe imaginarlo en la experiencia de su vida ejemplar, ni lo consintió jamás en los que se le unieron al dar realidad a los primeros pasos del Oratorio que, por esto mismo, constituyó, originalmente, una comunidad más bien reducida:
estaba transformando la faz entera de la ciudad de Roma y eran no más que media docena de miembros. No había apenas reglas y todo era en realidad muy simple y elemental, pero, precisamente por ello, hacía falta una mayor capacidad personal, una mayor disposición para la aptitud asociativa, en una atmósfera de libertad, no dispersiva, sino constructiva y perseverante.
Hacía falta un grado de adultez, capaz de usar de la libertad como de una condición agilizadora del bien, entendido como una elección, como una entrega y como una respuesta a Dios; como una responsabilidad que parte del corazón, frente a Dios, frente a la Iglesia y frente a los hermanos, y que hace más generosa y entusiasta la contribución a la realización personal y comunitaria de una tarea que es para Dios.
La estabilidad
Este espíritu de libertad evangélica unido a la capacidad de responsabilidad apostólica y comunitaria, son especialmente necesarios en el Oratorio, donde la permanencia de los miembros prácticamente por toda la vida en la misma casa, requiere un sentido de perseverancia y de dedicación poco común, para el que no basta un solo entusiasmo inicial, una intención más o menos recta. Si bien, en otro sentido, es una garantía que favorece la construcción, día a día, menos espectacular, pero más eficaz, de un bien apostólico y sobrenatural, purificado de novelerías, curiosidades y sensacionalismos, y, por ello, más homogéneo, constante, creciente y dedicado al lugar." Perseverancia, {t} santidad y alegría {t} Newman decía que la tentación y la gloria de un hijo de san Felipe era precisamente su libertad, porque la libertad capacita para los mayores errores cuando pretende ejercitarla quien carece de adultez. El hombre es hombre porque es libre; pero, si no acaba de ser hombre, tampoco sabe ser libre.
No obstante la libertad es la condición del verdadero amor, y el amor. lo es del bien y la felicidad: por esto san Felipe la anteponía como irrenunciable, porque pensaba que limitarla era limitar o falsear lo que juzgaba esencial: la autenticidad del amor, la espontaneidad del gozo. Es decir, santidad y alegría, santidad en la alegría.
Tan lejos estaba san Felipe del gozo facilón y chabacano como de la melancolía y el misantropismo. En él no es posible disociar la virtud y la santidad de una sencillez que jamás excluye la educación, {13 (73)} el buen gusto, el sentido de lo bello y una atmósfera de alegría sincera que es como una luz que todo lo envuelve.
Santidad y alegría: toda la facilidad —la simpatía— contagiosa de su apostolado estribaba en este binomio inseparable, en el que se contenía no sólo el espíritu cristiano de su alma limpia, sino también la claridad de su ascendencia florentina.
Una ciudad con nombre de flor
San Felipe supo unir lo festivo, lo bello, lo culto, con lo sobrenatural y lo santo. Y supo llevarse también, de Florencia, el estilo democrático, ciudadano, en oposición a los centralismos e imperialismos que apuntaban y se disputaban eficacias humanas al servicio, unas veces, de lo divino, o sirviéndose, otras, de lo divino...
En la Iglesia, san Felipe, representa una síntesis difícil, muy pegada al Evangelio y a la vida de los primeros cristianos, pero ilustrada con el mejor espíritu humanista del Renacimiento.
San Felipe ejerció su apostolado en Roma, sin moverse jamás de allí; pero no se le puede comprender sin tener en cuenta su florentinismo. Florencia no era imperial, sino ciudadana; no era un reino, sino un pueblo. La pasión de este pueblo fue la cultura, el arte y la libertad y resistió, hasta donde pudo, todos los intentos extraños de injerencia que atentara contra los valores de su ciudadanía y de su cultura.
En una época en que se pretendía transformar, extender o cambiar el mundo con la fuerza de las armas, y se construían castillos o glorificaban capitanes y estremecía la tierra la avalancha de grandes ejércitos o el mar las escuadras, Florencia todavía gastaba más en libros, escuelas, jardines, esculturas, lienzos, cerámicas y versos, que en la propia defensa de los que querían dominarla por la fuerza.
Florencia era una ciudad que tenía el nombre de flor, una ciudad de sabios, artistas y santos. San Felipe fue uno de éstos, y le alcanzó el resplandor de aquel momento en que la ciudad del Arno era la Atenas de Europa, en la Europa del Renacimiento.
Cuando en su adolescencia san Felipe abandonaba Florencia, se llevaba con el amor a su ciudad, el dolor de los estragos de los extraños que, ignorantes o envidiosos, quisieron malograrla, sojuzgándola con razones de fuerza, ultrajando la fuerza y la justicia de su derecho y de su razón. San Felipe no defendió con armas su florentinidad, pero jamás renunció a su espíritu y lo tradujo en Evangelio y santidad. Superó el espacio y la circunstancia temporal, no se detuvo en lo simplemente humano, tampoco quiso destruirlo, y lo hizo cristiano y apostólico, en su vida y en el Oratorio.
IDEAS, IDEALES.
Una idea para algo bueno, difícil y posible, que merezca la entrega de la vida; una idea para toda la vida; una idea para convertir en vida, tiene un nombre: IDEAL.
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6. LOS NIÑOS, ¿PUEDEN MEDITAR?
Reflexiones principalmente para los padres
EI P. Klemens Tilmann, del Oratorio de Múnich, y docente en aquella Universidad alemana, ha dedicado la mayoría de sus trabajos a la pastoral de la infancia y de la juventud. Nos brinda estas consideraciones que los padres cristianos pueden convertir en provecho y bendición para sus hijos.
EL AMBIENTE en que se desenvuelve la vida de nuestros días está marcado por dos cambios característicos. La técnica ha suplantado a la naturaleza.
Nuestro mundo ge va cargando cada vez más de productos artificiales y de tecnicismo. Lo específico de la técnica consiste en que sus productos no se presentan al hombre como el sol o la tierra, sino que son fabricados por el hombre mismo. Además, a diferencia de las plantas y de los animales, los productos humanos no crecen, no encierran los misterios de las cosas naturales, no subliman el sentido de la vida ni confieren una dignidad existencial. Son hechuras del hombre mismo que no pasan de pertenecer a la categoría de los útiles. Por eso los ojos y la atención de nuestros niños están menos dirigidos en este medio ambiente a la obra de la creación y al Creador.
El segundo cambio está, a nuestro juicio, en que la mentalidad de los hombres, entre los que vive y se desarrolla el niño de hoy, va impregnándose más y más de la esencia utilitarista, que es el alma del mundo técnico. A los sentimientos de admiración, de reverencia y respeto y a la sensibilidad por lo bello se sobreponen el afán y la ambición de conocer el mundo para sujetarlo, explotarlo y utilizarlo.
Todo esto redunda en perjuicio de muchas facultades humanas anímicas y religiosas, que no se despliegan normalmente en los niños, llegando incluso a atrofiarse. Esto se puede evitar cuidando de despertar, desarrollar y fomentar solícitamente la vida interior de los niños, colmando su mundo con ideas profundamente vivas y sentidas de la revelación. Tal es precisamente el objeto de la meditación.
MEDITAR ES NECESARIO Y FÁCIL
La meditación es un fenómeno primordial y elemental de la vida humana, es uno de los fenómenos más naturales del mundo. Responde a una de las necesidades más íntimas del hombre, que se pregunta por el sentido de la vida y de "su" vida; lo encontramos en la vida de cualquier hombre no cultivado y ni siquiera {15 (75)} está ausente de la vida interior de los mismos niños. Hay muchas maneras de meditar y existe una variadísima gama en cuanto a la profundidad y a la intensidad de la meditación, ya de las materias religiosas, ya de las naturales o profanas.
La necesidad de orientar y dirigir a los niños y a los jóvenes en el arte de la meditación es hoy especialmente apremiante.
LA MEDITACIÓN ESPONTÁNEA Y NATURAL DEL NIÑO
Todos hemos observado el deseo que manifiestan los niños de que se les repita el cuento que acabamos de contarles. Sería un error responder a los deseos del niño diciéndole: Ya lo sabes); esto manifestaría que nosotros estamos convencidos de que el interés del niño se cifra en ir oyendo y aprendiendo cosas nuevas. Por el contrario, el niño que pide la repetición del cuento no busca tanto aprender cosas nuevas como profundizar las oídas y llegar a poseerlas mejor mediante la repetición incansable de la historieta.
Otro hecho que es también muy conocido por todos: En los brazos del padre o de la madre, el niño hojea un libro de figuras. Se le explican éstas, y él no se cansa y vuelve constantemente a pasar y repasar las figuras. No siente solamente el placer de enriquecer su mente con novedades; no es esto lo que le induce a hojear el libro sin cansarse. Hay un trabajo más profundo de asimilación de las figuras y de su sentido; revive de nuevo las anteriores vivencias, descubre nuevos aspectos, capta con frescor y lozanía todo un mundo de cosas bellas cuyos contornos no había podido captar o que quizá ha olvidado, y así sigue disfrutando sumido en el libro. Está meditando.
Hay otra forma de meditación más profunda e intensa: El niño está con sus juguetes. Coloca las piezas aquí y allá. Al verle, el observador superficial pensará que el niño se entretiene sin ton ni son. Sin embargo, lo que va diciendo el niño cuando pone y quita las piezas de su juguete manifiesta claramente que se trata de algo muy distinto. Las piezas tienen su sentido y significan algo para el niño, que va reconstruyendo con ellas sus vivencias y observaciones.
En el juego, sirviéndose de las piezas de su juguete en las que concentra los sentidos externos, ya va tejiendo con los internos una meditación. El niño está completamente absorto en su realidad. Y esta realidad no son simplemente las piezas del juguete, sino lo que va meditando en el ir y venir de las piezas; va elaborando y asimilándose las vivencias, los conocimientos, las explicaciones dadas.
El niño no tiene por objeto de sus meditaciones los hechos y acontecimientos de la índole de los tres ejemplos que acabamos de analizar; la mente del niño penetra más allá de lo meramente visto u oído. Y cuando se pone a preguntarnos algo, va buscando en el fondo de su alma, sin perder la atención, la solución de la serie de cuestiones que plantea.
¿CÓMO MEDITA EL NIÑO?
El desenvolvimiento del niño, como cualquier otra actividad mental y espiritual, requiere la colaboración de los mayores, quienes lo facilitan y fomentan apartando los obstáculos, estimulándole y, sobre todo, meditando junto con él.
{16 (76)} Nunca y en ninguna parte pueden desarrollarse las facultades meditativas del niño como cuando van dirigidas y sostenidas por las palabras y los pensamientos piadosos de una madre y de un padre creyentes. Los padres ponen en marcha en el alma de sus hijos su proceso subterráneo y muchas veces lo realizan los niños en forma de juego, evocándolo una y otra vez para saborearlo y apurarlo hasta el fondo.
El primer paso y el más sencillo a dar en la educación del niño en el arte de la meditación, consiste en habituarle seriamente a recogerse en el momento que precede a la oración: ante todo, el silencio y la compostura exteriores, luego el dirigir la mirada interior hacia Dios.
Puede también recurrirse a la imaginación de los niños y hacer que piensen en el Señor con atención interna. Y también las funciones religiosas exclusivamente preparadas para los niños deparan oportunidades para ahondar su espíritu meditativo, con tal que sean realmente un ejercicio interior al nivel de las capacidades infantiles.
Juega, por lo mismo, un papel importantísimo el ambiente familiar. Donde el niño encuentra espacio para ocupar sus facultades de meditación natural, la vida meditativa se desarrollará felizmente. La vida religiosa del hogar, la piedad de la familia contienen muchas veces en germen todo lo que ha de disponer el niño para su trato con Dios.
Por el contrario, es hostil a la evolución de la vida meditativa el ambiente de excitación, de intemperancia, de superficialidad y de banalidad de muchas familias; el lujo inmoderado, los mimos y la condescendencia excesiva, que son una deformación del verdadero cariño a los hijos; las disensiones familiares; la prisa y el desasosiego; las largas sentadas ante el televisor; los viajes vertiginosos, las impresiones fuertes, en una palabra, aquellas vivencias vertiginosas y rápidas que el niño no puede digerir e imposibilitan la meditación natural.
Todo lo que perturba la tranquilidad y el orden interior del alma es perjudicial al desarrollo de las facultades meditativas de los niños. Pero no son perjudiciales el movimiento y el deporte sano.
AYUDAR Y MANTENER LA ORACIÓN DEL NIÑO
La continua necesidad de ayuda es propia de la edad infantil, así como la vida interior del niño no se desarrolla sino en contacto y convivencia con la de las personas mayores. Pero no olvidemos que no se trata solamente de iniciar al niño en la meditación, sino que se trata de conservarle en ella. Lo cual se presenta como algo en consonancia con la naturaleza y no es, por lo mismo, ninguna pretensión fuera de lugar ni una exageración religiosa. Desde el punto de vista puramente natural, el niño siente una auténtica necesidad de profundizar lo que ve, elaborar lo que oye, coordinarlo todo y armonizarlo con su vida, dar una respuesta a las novedades que se le ofrecen. La continua afluencia de estímulos externos desafortunados, así como una postura falsa adquirida ante la vida, puede atrofiar y hasta matar esa necesidad natural y, como consecuencia, incapacitar para la mirada del alma a Dios, hasta borrar la fe.
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7. PABLO PICASSO: proteico en el arte, estático en la fe
LA ANTÍTESIS, la contradicción, existe donde falta tiempo u ocasión para la síntesis entre las oposiciones reales o aparentes. En los genios, la gloria es la síntesis que sigue a su vida, y que conjuga muerte e inmortalidad. Picasso acaba de alcanzarla.
Del azul al amarillo, y del rojo al negro, su arte también fue una síntesis crecientemente repetida y superada, entre naturaleza y espíritu, entre ojos del cuerpo y espejo interior del alma, entre formas y luces que se descomponen y reintegran, en reiterada invención de novedades resplandecientes y prodigiosas.
Los sabios alcanzan las síntesis de la verdad; los santos las del amor —pasión del bien—; los artistas las de la belleza —forma, color y canto—. Picasso fue un artista. Y tan apasionada y libre su entrega al arte —absorbido por la belleza que miraba, absorto por la que descubría multiforme e inagotable—. que, despreocupadamente, dejaba sueltos otros muchos contrastes y contradicciones de su vida, que no tuvo tiempo de resolver, a no ser que algunas, por sí mismas, fueran integrables, o se extinguieran al olvido del tiempo o, simplemente permanecieran como testimonio de que, también, los genios son seres con limitaciones.
Batallador y pacifista, pintor de toros y palomas; clásico y cubista, ateo y supersticioso, antifeminista y polígamo, español y universal, andaluz y catalán, exaltador de la belleza y redentor de lo feo, glorioso y modesto... muerto e inmortal, queda ya fijado como un símbolo: abstracción para elocuencias inefables, no sólo artísticas, sino también —quizá más todavía— humanas.
Pero... ¿y cristianas? Nos parece que, a pesar de su longevidad, murió demasiado pronto para tener tiempo de deshacer y reconstruir —como con las formas y los colores— esa fe recibida elementalmente en su infancia de esperanzas y de dolores. El valor matemático de la edad es relativo: el número de años no siempre corresponde a la intensidad en la vida. Y la suya, como artista, fue maravillosamente intensa, aunque era tal el potencial a desarrollar que no le alcanzó desenvolver todas las capacidades latentes personales, por falta de tiempo, a la escala de su grandeza.
Se sentía continuamente joven por la conciencia de tantas cosas que le quedaban todavía por hacer.
La síntesis intuitiva y vital del arte de Picasso se contiene e un misterio humano de dolor —su época azul—, {18 (78)} luego gozoso —su época amarilla—, más tarde, como un exceso de liberación humana y formal, traza aristas revolucionarias —el negro, el rojo—, con el cubismo, como si pretendiera hacer matemática la belleza envasada en la exigencia de formas nuevas y geométricas. Fue el Picasso que destruye formas, borra líneas y apaga colores, para recoger las astillas mortecinas y más humildes del rescoldo del desastre, y encenderlas de nuevo con fuego de hermosura re-creada, a la luz amaneciente del espejo de su allá, para extraer una nueva —otra, insólita, inesperada— naturaleza, incisiva, esquematizada, más pura, olvidando el hombre que era por fuera y dejando solo, con formas y colores siempre nuevos y renovados, al niño que quedaba dentro, mirándose en el espejo del espíritu, como si fuese la ventana prodigiosa del mundo, que comienza a existir de nuevo.
Pero este hombre que supo mirar, retener, destruir y re-crear lo que abrazaban sus ojos enormes, no dilató sus pupilas para fijarse y penetrar la primera fe amanecida en su infancia.
Su fe murió de no ser mirada, como mueren los amores incipientes. Proteico en el arte, pero estático en la fe; fluyente en la naturaleza, pero cristalizado en la trascendencia, convertida en dato más que en vida, se le paró el corazón para Dios.
La grandeza unidimensional desfasa el desarrollo paralelo de las restantes virtualidades humanas y espirituales; la síntesis total es difícil en este mundo. Más difícil todavía, cuando en la cuadriga de las tensiones galopantes, descuella más veloz que las demás, la genialidad vertiginosa que se adelanta sin compasión para las rezagadas...
{19 (79)} Tal vez por esta razón, para llegar a ser cristiano —para "re-crear" su cristianismo— le faltaron años a Picasso. No sabemos de ese paréntesis de misterio entre lo que llamamos tiempo y el encuentro de cada mortal con Dios; pero a Picasso le faltó edad para descubrir la fe, como había descubierto colores y formas y llegado a saber que no bastaba copiarlos y guardarlos, sino que era preciso jugar y luchar con ellos hasta hacerlos manantial renaciente que surge del alma, de la personalidad del artista. Atareado, no tuvo tiempo para reconocer que la fe  —ese paisaje más sorprendente y más profundo que el teatro de lo visible—, exige más atenta mirada, y una más íntima comunión, en el vértice del ser, hasta asimilarla y convertirla en algo que ya no se recibe y guarda solamente, sino que se asimila en el espíritu, convertido en fuente de donde mana en renovación transformante más radical, profunda y gozosa que la que los ojos del artista puedan vislumbrar en sus éxtasis frente al volumen de las formas y las luces del color.
Al artista verdadero no le basta la exactitud del copista, porque el copista no crea. Al fiel tampoco le basta una fe elemental si no crea con ella una nueva vida. No basta ser neutral respecto a la fe, no basta guardarla como una lucecita al lado de colosales hogueras encendidas sin la llama de Dios, sin integrar la fe en una síntesis que no limita, sino que dilata horizontes, si se entiende lo que es fe, si su claridad se hace presente en la totalidad de la vida como tal.
La primera inspiración de las pinturas de Picasso, las que le descubrieron al mundo como artista, fueron cristianas: "Ciencia y Caridad", "Primera Comunión"... Luego, dejando de lado la fe, ha exaltado valores a ella vinculados: la paz, la libertad, la justicia...
Por lo demás fue siempre respetuoso con la religión y con los que tenían fe.
Consecuencia sin duda de su sentido de la libertad y del recuerdo de los ejemplos domésticos y su experiencia infantil.
Pero a una vida de fe no le bastan los sentimientos de veneración hacia una madre cristiana, ni el aniversario de una primera comunión infantil. La fe no es un sentimiento, como la belleza no es una vibración de la sensibilidad.
Ha de ser mucho más.
Estas líneas no pretenden añadir a silenciadas polémicas, la última sobre Picasso y Dios. Ni tampoco son lástimas de dolidos triunfalismos defraudados. Pero sí son constatación de un fenómeno que, si es verdad que se hace más visible en la vida de un ser extraordinario, no deja de ser frecuente en la de los seres comunes, para los que, incomprensiblemente, la fe, algunas veces, es un legado estático sin preocupación ni entusiasmo por alimentar y renovar su integración en la vida, arte supremo de toda existencia.
Cuando alguien nos dice que alguna vez creyó en Dios, pero que la fe se le ha apagado, si de veras fue creyente, es que, de todas formas, la fe representó para él algo secundario y accesorio; o que, todo analizado, en realidad nunca tuvo fe.
El que ama
está más cerca
de Dios que el
que es amado.
El amor, en un
artista, es un
pensamiento
que puede
hacerse
sentimiento y
un sentimiento
que puede
hacerse
pensamiento.
Thomas Mann
{20 (80)}
8. LA MÚSICA, DESDE SAN FELIPE A HAENDEL: San Felipe Neri, fundador del "oratorio musical"
(De la HISTORIA DE LA MÚSICA, por Federico Sopeña) AN FELIPE Neri aparece en la historia de la música como el protagonista del "oratorio musical". Nacido en Florencia, educado en un ambiente humanista, buen poeta, encauza estas inclinaciones naturales al servicio de las ideas de la Contrarreforma, que da silueta austera y preocupada a la Roma que conserva el rescoldo de los alegres renacentistas.
San Felipe Neri combina las dos facetas esenciales de su tiempo: junto a una elevación religiosa de la "amistad" humanista —la "Congregación del Oratorio" es su trascendencia—, coloca una piedad profunda. San Felipe Neri es un hombre perfectamente situado en su tiempo, con una forma de piedad bellamente ecléctica que prolongará su influencia hasta nuestros días:
el cardenal Newman, buen músico, es el símbolo más reciente de esta línea del "oratorio".
Por ello puede dar un impulso decisivo al "oratorio". Como "pequeño sermón en música" lo definen entonces. Se trata de excitar sensiblemente la piedad mediante la puesta en música de un trozo bíblico, intercalado entre la predicación. Aunque se busque siempre una música digna, recostada en la mejor tradición polifónica, esa misma llamada al sentimiento exigía una recogida del afán melódico. Junto al "oratorio" de san Felipe Neri, el amigo de Victoria y de Palestrina, ponía, sin saberlo, las bases de un gran capítulo de la historia musical europea. Ya sabemos cómo Victoria y Palestrina gozaban de su tutela espiritual.
LOS PRECURSORES: LA ESCUELA ROMANA
En los músicos del *oratorio" fundado por san Felipe Neri se adivinan ya los pasos iniciales de la evolución posterior. De la ingenua Laude filippina, de Animuccia, hasta Carissimi, hay una serie de nombres, como Ancine, el español Soto, Isabelli, Rossini, Martini y los seguidores del estilo palestriniano, que, por {21 (81)} las mismas exigencias de la vida espiritual de la "Congregación del Oratorio"" van tomando elementos y signos de la música profana en torno. Ya en el Teatro spirituale, de Anerio, se ofrecen los elementos esenciales del oratorio: narración, diálogo, meditación, pero en forma impersonal, sin encontrar todavía, ni en la música ni en la letra, una disposición adecuadamente dramática. Francesco Balducci, muerto en 1643, con sus textos y sus escritos, toma ya la palabra "oratorio" en su especifico sentido de forma musical: el oratorio en lengua vulgar y el latino se juntan. La palabra "oratorio" define, de manera esencial, las nuevas vías de la música religiosa en el siglo XVII. Esta forma aparece como un intento de síntesis entre la tradición polifónica y la avalancha monódica del melodrama.
SENTIDO Y FORMAS
El "oratorio" no ha nacido con fines puramente musicales, ni mucho menos eruditos; no hay en sus protagonistas complejo alguno de resurrección de antigüedades griegas. El fin es plenamente piadoso: que la música preste a las palabras bíblicas un sencillo apoyo de sentimiento. Por eso la famosa Rappresentazione di anima e di corpo (1600). de Cavalleri, no es un oratorio", sino un melodrama con argumento religioso. Como en toda época de aurora, las formas se influyen confundiéndose muchas veces.
El "oratorio" musical, como inmediato derivado del melodrama, cuando no de la sencilla "laude" sacra, toma sus elementos de la polifonía clásica:
modalidad arcaica, ausencia de innovaciones armónicas, huida del cromatismo, austeridad. Ahora bien: cuando se trata de poner en música episodios bíblicos, narrativos sin ejemplo cercano de procedimiento en la polifonía o, sobre todo, cuando se quiere una mayor intensificación de la piedad individual" —la polifonía clásica es objetiva", sometida al texto—, la época, inconscientemente, presta todo ese caudal melódico, ineludible ya para un espíritu culto de ese siglo. El equilibrio romano entre tradición y novedad gana caracteres de genialidad en Carissimi.
Después de Carissimi, el "oratorio" musical sufre una doble transformación: en Roma se continúa como tradición". Como forma ecléctica deriva ya a la forma de "melodrama" espiritual, ya hacia lo hagiográfico. Luego evoluciona de forma que lo "representativo" vence a lo "narrativo". Sin embargo, dentro de la escuela romana sigue conservándose el estilo polifónico y el tratamiento sencillamente fugado de los coros.
EL ORATORIO HAENDELIANO
La esencia del oratorio italiano se recoge y se alza en el oratorio haendeliano: la voz unánime llega aquí a su apoteosis. El coro de Carissimi se movía en grandes cuadros estáticos, sostenidos por una armonía sencilla y a veces arcaica. El coro de Haendel nos da siempre la impresión de plenitud, plenitud movida y ondulante desde muy dentro. Carissimi conservaba la objetividad de {22 (82)} la polifonía clásica: esa castidad expresiva que impide al compositor meter entre el pentagrama dolores o gozos individuales.
Goethe veía en la música de Haendel una gran línea: "homérica" se ha dicho, y no mal. La vacilación entre el oratorio "narrativo" y el "meditativo" se resuelve maravillosamente en Haendel. Toma de los relatos bíblicos lo más ligado con el pueblo entero que dialoga a grandes voces y sin sobresalto; encuentra un tono de 'epopeya" donde la expresión lírica tiene esa apasionada serenidad de los coros de la tragedia antigua. Diálogos monumentales, "música de bronce", última trascendencia de ternuras y de dolores colectivos.
RASGOS ESENCIALES DEL ORATORIO.
—Prevalencia de la caridad sobre la ley.
—Espíritu de fe y oración, y de caridad y servicio, estimulado y alimentado por el estudio familiar de la Palabra de Dios y el trato espiritual.
—La Eucaristía como centro de toda la vida.
—Dedicación al bien y progreso de la Iglesia, por la peculiar vinculación del Espíritu a su misterio.
—Entrega a la Congregación, de sus miembros, por la libre voluntad de permanecer siempre en ella hasta la muerte. Sin votos, juramentos o promesas. Libertad que concuerde al máximo con el espíritu del Evangelio.
—Su fuerza, como en las primeras comunidades cristianas, debe consistir más en el mutuo conocimiento, en el respeto y en el verdadero amor de la convivencia familiar, que en la multitud de miembros.
(De las Constituciones)