Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 116. OCTUBRE. Año 1973.
0. SUMARIO
AR A la juventud también otoño es primavera; para la cultura, más; para el espíritu, siempre, porque no puede envejecer, aunque caigan todas las hojas de los árboles del mundo. En éste, siempre, mientras dura, florecen nuevas esperanzas y despiertan amaneceres de luz para todo el que los quiera ver, mirar y recoger con los ojos y con el corazón los horizontes que se dilatan.
LOS JÓVENES DE AHORA
CON EL TIEMPO
LA JUVENTUD QUE ESTUDIA
CUANDO SE BUSCA, CUANDO SE HUYE
BEBER Y APURAR
CONOCER EL HOMBRE, INTERPRETAR EL MUNDO, DISPONER EL REINO DE DIOS
TENDENCIAS DE LA JUVENTUD DE NUESTRO TIEMPO
CRITICAR A LA IGLESIA
COMEDIA (NADA CÓMICA) EN DOS ACTOS
LIBERTAD RELIGIOSA PARA LA UNIÓN SOVIÉTICA
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1. Los jóvenes de ahora
«Nuestra juventud prefiere ahora el lujo y la molicie.
Tiene modales chabacanos y desprecia la autoridad.
Ha perdido el respeto por los mayores.
Prefiere parlotear y divertirse al honrado esfuerzo del trabajo.
Los jóvenes de ahora contradicen a sus padres, comen sin urbanidad y tiranizan a sus profesores».
¿QUIÉN ha pronunciado afirmaciones tan severas para los jóvenes? Cuando se exalta y se alaba todo lo joven, ¿quién se atreve a soltar afirmaciones tan tajantes?, ¿quién no teme incurrir en la antipatía general?
En cualquier caso, ¿es exacto este juicio? ¿Manifiesta la realidad de la juventud actual, o lo dice algún resentido, para vengarse de su juventud perdida y lejana, o realmente procede de alguien que ha observado y reflexionado seriamente antes de hablar, sin alegrarse en nada por los defectos que podía señalar, sino más bien con tristeza forzada a la sinceridad por el amor?
Los cristianos sabemos de la predilección de Cristo por la juventud: entre tantos testimonios que podríamos extraer del Evangelio, de actos, de palabras, de elecciones de Jesús, bastaría por todo recordar que fueron principalmente los jóvenes quienes le vitorearon en la efímera gloria de su entrada en Jerusalén, entre ramos y hosannas". Y, en la historia de la Iglesia, los santos han demostrado constantemente amor por los jóvenes, si bien no han sido excesivos en las alabanzas que les dedicaban y más bien señalaron el bien latente, las esperanzas que podían despertar por sus disposiciones sinceras y generosas, cuando la corrupción no les había alcanzado y, superando egoísmos que envejecen prematuramente el corazón, se abrían al entusiasmo de un ideal de verdad, de justicia y de gozo compartido.
¿Quién ha pronunciado, pues, esas tremendas palabras?
Son muy antiguas: hace dos mil cuatrocientos años que las dijo un profundo conocedor del hombre y de los jóvenes, Sócrates. Tal vez entristecido por el espectáculo o por el resultado de una infancia que había sido a ratos mimada, pero que había carecido de verdadera educación doméstica.
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2. Con el tiempo
EL NUEVO REY que acaba de ocupar el trono de Suecia, ha elegido y ha anunciado el lema de su reinado, que será: "Por Suecia, con el tiempo, Todos han entendido que deseaba significar la identificación con el sentido de juventud de que siempre ha hecho gala, en su comportamiento, en sus palabras, en su estilo, en medio de un pueblo donde la monarquía no parece ser ningún obstáculo a la organización de una convivencia democrática que algunos no han dudado en calificar de "república coronada". Pero en nuestra época no solamente los reyes quieren ser jóvenes: para todos, la juventud es el estilo de nuestro tiempo, porque cuando decimos tiempo", tiempo vivo en oposición a tiempo arqueológico, a tiempo de nostalgias o recuerdos, a tiempo para hito de conmemoraciones y aniversarios, queremos significar la agilidad y el dinamismo creador e iluminado de la juventud, porque ella está siempre "con el tiempo".
El tiempo es la vida; nuestro contacto con él es ese latir de nosotros con su presencia. Lo demás carece de interés, porque carece de vida. Lo pasado o el hipotético futuro, son maneras de "presentificación" que valen lo que valga el rastreo o anticipación ahora presentada. Cuando hablamos de Dios y de su eternidad, queremos decir, entre balbuceos, algo como un simple, condensado y universal presente, infinito, no mensurable y, por lo tanto, que no es tiempo, sucesión de presencias medidas.
Cuando decimos "con el tiempo", queremos decir con el sucederse característico de la presencia de la vida en él. Interpretar la inscripción de esta vida que, para el creyente, es un ensayo de la eternidad, constituye la verdadera sabiduría, di miramos a Dios, al que decimos que esperamos, pero que ya nos envuelve.
Interpretar esta vida, actualizar —es una redundancia— su latido ex ser joven, es mantener al compás del tiempo, con el tiempo, la inserción que agiliza toda nuestra capacidad dinámica, toda nuestra inteligencia y entusiasmo. No podemos decir que vivimos, con la densidad propia de esta palabra, si no mantenemos esa tensión de juventud en nuestros actos, si no miramos con esperanza nuestro camino, como un amanecer que nos invita a continuas estrenas, a la serenidad honda de un entusiasmo siempre nuevo y agradecido, a un ensayo de plenitud, cuya meta es Dios.
{3 (99)} Por lo tanto, no podemos atarnos a lo que pasa. Pero, como la autogénesis no existe, no podemos maldecir lo que llamamos pasado, porque nos soporta, nos alcanza, y, en cierto modo, sigue con nosotros, desbloqueándonos, abriéndonos y transmitiéndose hasta más allá de nosotros mismos. Saberlo, creerlo, no impedirlo y fomentarlo es lo que hace hermosa la vida, es lo que hace fecundo cada momento de ella.
Cuando discutimos de comprender o no comprender a la juventud de hoy, hemos de situarnos en el hilo de este discurso. Cierto que llamamos o se llama "juventud de hoy" a jóvenes que ya no lo son o no lo han sido nunca, cualquiera que sea la escasez de su edad o el atuendo con que nos sorprendan; pero no podemos negar que nuestra época está particularmente afectada por la prevalencia de lo joven, no ya como una moda, o un estilo de simple apariencia más o menos convencional, sino entendida la juventud como un espíritu, como una actitud para valorar y medir lo positivo de la existencia, como una exigencia que nos fuerza a universalizar todas las capacidades humanas de simpatía y de bien compartido, como la justicia, como la verdad, como la libertad, como el amor. Es posible, aun en la buena intención que despierta tales impulsos, que falte a veces la proporción en lo mismo que se exige, que la ceguera apasionada de lo que se reclama ponga en peligro su mismo logro; pero es igualmente innegable que tales exigencias surgen de intuiciones que no se pueden despreciar y que, tenidas en cuenta, asociadas a la perennidad de una vida atenta, que sintoniza con el tiempo, que interpreta su significado, que no deja envejecer el corazón, tales exigencias permiten y, hasta cierto punto, son necesarias, para que no se apague o detenga la constante renovación del corazón humano, siempre en estrena de gracias a cada momento nuevas, que nos enriquecen la visión —que dilatan la fe— de todos los que creemos y hasta de los que, prescindiendo de Dios, no pueden por menos de experimentar la maravilla de la vida.
Comprender a los jóvenes no es transigir con sorpresas que no acabamos de entender, para que no nos califiquen anticipadamente como "viejos"; no es pactar para no perderlo todo; no es contemporizar añadiendo puerilidades ridículas para recoger con ligereza los últimos miserables aplausos ganados a base de ficciones oportunistas, porque ahora la juventud está de moda. Comprender a los jóvenes es comprender la vida y comprenderla con el tiempo. Y comprenderla con el tiempo, y desde una perspectiva de fe y de gratitud, es preparar lo que llamamos vida para la eternidad, que es la juventud de Dios.
Los cristianos en marcha hacia la ciudad celestial deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano.
Decr. IM, 57
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3. LA JUVENTUD QUE ESTUDIA
EN la Edad Media se dejaba el estudio para los clérigos o para aquéllos a quienes faltaba valentía para el oficio de guerrear; no se creía demasiado en la superior valentía del pensamiento. Fue el humanismo y sobre todo fue a partir del Renacimiento que el hombre se sintió en el centro del universo con curiosidad para descubrirlo, con entusiasmo para conocerlo y con lucidez para interpretarlo. En realidad la aparición de la imprenta facilitó enormemente este impulso, remansado y protegido, hasta ese momento, por la paciencia benéfica de la cultura de los monasterios: ellos nos transmitirían —sagrado o profano— todo el acervo cultural de la antigüedad cristiana o precristiana; era el eclesiástico, un monopolio o polarización, sin imposiciones ni usurpación de ningún género, sino resultado espontáneo de recoger lo que la sociedad descuidaba y, algunas veces, incluso despreciaba. Aunque hubiera excepciones insignes como Alfonso el Sabio, Alfonso el Magnánimo...
No es extraño que, en el siglo XVII, sorprenda un René Descartes al emprender la aventura de buscar una razón filosófica partiendo de la autonomía del pensamiento secular, para proyectar una construcción de certezas a partir, por sistema, de la única certeza de la propia duda. Él no era ningún clérigo, ni hasta entonces se había visto que se escribiera sobre filosofía en otra lengua que no fuese el latín, a no ser que se regresara hasta el siglo XIII para encontrar a Ramón Llull, empeñado en buscar razones del pensamiento que bastaran para convencer para la fe a los que todavía no conocían a Cristo, sin necesidad de imponérsela por la fuerza de las armas o la coerción de los decretos de los reyes a quienes el fenómeno religioso interesaba e interesaría, en general, más como recurso o elemento que ayudara a la unidad política de sus reinos, que como bien espiritual de sus súbditos.
Descartes era un seglar y Llull un ermitaño por dentro y un andariego por fuera, que se sabía todos los caminos de Europa al impulso de su celo santo y utópico a la vez, y que no fue comprendido, simplemente, porque era demasiado pacífico. Ambos profundamente creyentes además de sinceros.
Y jóvenes de corazón. Pertenecían a tiempos en los que estudiar era un ideal, una profesión tal vez, pero todavía no un oficio: eso que nunca debiera ser y cuya amenaza se nos echa encima contrarrestando el beneficio de la ampliación de acceso a la cultura que se da en nuestro tiempo.
Conocer, saber, pensar. Para descubrir la vida, para construir la persona, para perfeccionar el mundo. ¿Son éstas las miras de la juventud que estudia?
La "clase" estudiantil
Hace siglo y medio que apareció, en Occidente, el obrerismo, como resultado de la industrialización. Era una nueva "clase" de hombres: ellos, junto con los grandes intereses económicos, {5 (101)} por otra parte, han protagonizado las mayores convulsiones de toda una época todavía no amortizada, cuando ya se enlaza con ésta en la que la juventud y, de manera especial, la juventud estudiantil, la comienza a distinguir, porque es otra clase" de hombres que ahora aparece y que llega equipada con instrumentos intelectuales para el despertar de una concienciación que no se limita a ellos mismos.
No importa que grandes sectores estudiantiles transiten dormidos por los pasillos de la cultura, o que la soliciten únicamente como aval para un posterior mercantilismo, en ese mundo en que todo se pretende vender o comprar, o todo quiere convertirse en objeto. Quedan todavía los que creen, no solamente en Dios, sino también en el hombre —porque "hace falta creer también en el hombre", decía Juan XXIII—  y quedan los que, a veces sin nombrar a Dios, lo confiesan, sin embargo, porque apuntan y quieren, para este mundo, la misma justicia que Dios ha estado siempre exigiendo por la voz de sus profetas.
Esa juventud que estudia, élite de la nueva clase que viene a revolucionar el mundo, podrá cambiarlo, como sueña o exige a gritos, con la condición de que sus protestas y exigencias actuales, sean algo más que la sintomatía de complejos o reacciones compensatorias de frustraciones que buscan en la anticipada venganza de la acusación lo que sólo se podrá alcanzar, además de denunciar y protestar, con el esfuerzo y la perseverancia de la propia responsabilidad mantenida, sin ceder a las posteriores claudicaciones y aburguesamientos con que nos entristecen hoy los disconformes de ayer.
Cuando la nueva clase no solamente tenga razón, sino la mantenga.
Con esperanza
La cultura se secularizó a partir del Renacimiento, se racionalizó con el positivismo y se ha generalizado —algunos dicen "masificado"— después de las dos últimas grandes guerras. La nueva "clase" de los que estudian llegará a ser universal dentro de muy poco y a despecho de los restos de privilegios que subsistan en las zonas subdesarrolladas, y tendrá características nuevas, porque superará la falta de movilidad de la antigua "clase" obrera. Los obreros difícilmente dejaban de serlo; lo mismo que los ricos, todavía más seguros en su clase. La clase de los estudiantes, en cambio, será clase de una época de la vida del hombre, será clase de una edad. Pronto, estudiar, no será un privilegio y, por lo tanto, no será una tentación que puede llevar al hombre a capacitarlo mejor para oprimir o explotar a su prójimo en vez —como debiera de ser— de servirlo mejor. Pues, aunque sea cierto que el estudio y las titulaciones universitarias han dado a grandes servidores de la sociedad, no lo es menos que también han dado acceso a los buscadores de patentes para empleos, cargos o ascensos en los que, con mínimo esfuerzo y servicio, pudieran conseguir fáciles ventajas económicas y un "status" social privilegiado. Pero esto, merced a la generalización del acceso a la cultura, ya resulta cada vez, afortunadamente, más problemático.
Desde que vamos comprendiendo mejor que la fe no puede suplir todo lo que la comprensión racional pueda proporcionarnos, hemos de abrirnos a la esperanza al ver que el número de los que estudian aumenta. La inteligencia nos la ha dado Dios y desarrollarla {6 (102)} y enriquecerla es un medio de realización humana y de comprensión del mundo. Por lo tanto es un medio para perfeccionar el mundo. En la medida, sin embargo, en que la cultura se libere del egoísmo y de la vanidad y se conciencie y responsabilice, para una mejor comprensión humana: lo cual nos lo proporcionará la fe y la clara visión cristiana de la vida. De esta fe no hipocritizada surgirá la idea de que los estudios y la capacitación universitaria o técnica, no pueden tomarse, ni ofrecerse. ni exigirse como medios principales para la obtención de títulos, sino para la adquisición comprometida de responsabilidades.
Esta mentalidad, si prospera, permitirá la superación de los males del burocratismo impersonal y asfixiante de nuestra sociedad y nos curará del cáncer del empleadismo, para reducirlo todo al concepto verdadero de servicio del prójimo. Pablo VI lo ha previsto en su encíclica "Octogésima adveniens" (núm. 47).
La primacía cultural
Entendida la cultura como desarrollo de la persona y de la sociedad, como atesoramiento de conocimientos y experiencias que se transmiten y modelan el crecimiento del hombre y su organización de convivencia, generadora de principios y convicciones que la vinculan a la libertad, a su ejercicio, a la ordenación generosa de las fuerzas vitales, a la comunicación, constituye una de las ideas que dominan casi todos los discursos del papa Pablo, como algo naturalmente indispensable para el soporte de todo bien espiritual creciente. Por esto es lícito creer que, la juventud que estudia, prepara este futuro mejor.
A despecho de apariencias contrastantes y de actitudes exhibicionistas y contestatarias, tenemos confianza en los jóvenes.
A aquellos que buscan nuevos caminos de compromiso personal, les quisiéramos repetir la frase inquietante del Evangelio: «¿Por qué estáis ahí todo el día sin hacer nada?». Su sed de absoluto no puede ser colmada con los sucedáneos de ideologías o de experiencias prácticas aberrantes.
No, los jóvenes tienen en sí mismos la capacidad, el ingenio, la inventiva, la imaginación, la fuerza, el espíritu de entrega, y de sacrificio para poder prestar su contribución a la salvación de los hermanos: «¡Id también vosotros!...»
PABLO VI, 22. 6. 73
{7 (103)}
4. Cerca y lejos de Dios: Cuando se busca, cuando se huye
HAY GENTES que no están con Dios, porque todavía le |buscan. Y gentes que no están con Dios, porque huyen de Dios. De los primeros Cristo diría que no están lejos de su Reino, de los segundos que su mirada hacia lo que llaman verdad, no es limpia de corazón.
Los que buscan a Dios, lo identifican, anticipadamente, con las exigencias positivas absolutas de lo que consideran el bien. Si un día lo descubren, no se detendrán en la posesión del hallazgo, sino que continuarán buscando: Dios es infinito. Muchos de ellos tal vez mueran sin haber encontrado, o sin haberse dado cuenta que su búsqueda no acabada apuntaba hacia la divinidad; muchos de ellos serán de aquéllos de los que se dice en el Evangelio: «Pero, Señor, ¿cuándo te encontramos, cuando te visitamos, cuándo te hicimos el bien si no te conocíamos?». Y a los que Cristo respondería: «Sí, cada vez que lo hacíais, o encontrabais, o servíais, u os preocupabais por uno de estos más pequeños, más pobres, a mí me lo hacíais, a mí me encontrabais... Pasad, pasad a participar de mi gozo».
Los que huyen de Dios, aunque suplan o busquen substituirlo con alguna de las falsificaciones que se venden por esos mundos; aunque se nos presenten como los rebeldes que reaccionan contra todas las reales o supuestas injusticias de nuestra época y de esta tierra, se parecen al pseudorrebelde que satiriza ese todavía joven autor americano, Murray Shisgal, en su obra The tiger, cuyo héroe, cargado de nociones filosóficas postizas, y que invoca el ideal del hombre primitivo de la sociedad, el hombre natural lawrenciano, al que la sociedad actual es hostil, en el fondo no es más que un ser momentáneamente insatisfecho, cuyos miedos y pobreza de personalidad intenta esconder, y que está totalmente dominado por los valores de la clase media y sucumbe, finalmente, a la tentación de la comodidad y de los placeres burgueses. Porque más que ideales, lo que le movía era el resentimiento. Y era un resentido porque le faltaba limpieza de corazón, la transparencia de la buena voluntad, la valentía generosa de un entusiasmo por la nobleza desinteresada del bien. Era un egoísta que gritaba; ni un profeta, ni un apóstol, ni un idealista.
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5. Beber y apurar
HAN pasado las fiestas de nuestra ciudad y de muchos pueblos y ciudades que, por estas calendas, celebran el gozo de las cosechas; gozo legítimo después del trabajo y del fruto por él conseguido que, además, entre cristianos, tienen el significado de agradecer los bienes que nos depara la Providencia, manifestada, de manera particular, por esta convergencia del esfuerzo humano con el continuo manar de la naturaleza, dócil al orden que el Creador ha impreso en ella. Las fiestas son legítimas, son justas, porque revisten el significado de una gozosa y colectiva acción de gracias al Padre de todo lo creado:
de la tierra, de las plantas, de toda semilla, del agua, de todo ser viviente, y de la fuerza y de la inteligencia y voluntad del hombre, que cuida, recoge, transforma y usa y goza, mientras transforma y domina todo cuanto aparece y se mueve en la superficie de la tierra.
Inscrita en una de estas celebraciones, a últimos del mes pasado, venía en algunos diarios de circulación nacional, una noticia no comentada, pero que juzgamos lamentable por sí misma y porque se refería a una parte de un programa de festejos de un pueblo de nuestra provincia manchega —que no citaremos— en ella se daba cuenta del triunfo de un joven en un concurso de bebida celebrado en aquella localidad con motivo de sus fiestas patronales", y relataba la hazaña del vencedor —¡cuatro litros de cerveza en menos de veinte minutos!—, quien después de obtener el premio en metálico asignado al ganador, dijo, pidiendo más cerveza, que "pensaba gastar aquel dinero en beber para celebrar el triunfo". Había sido un concurso para mozos, con notoriedad suficiente para que el corresponsal de la agencia Cifra recogiera el suceso y fuese lanzado a los teletipos de las redacciones. Sin comentarios, porque éstos se los haría ya el lector, bien fuese por lo chocante y divertido del impenitente bebedor, bien por lo chabacano del suceso.
¿No basta ya que, en España, existan algo más de dos millones de alcoholizados, para que la poca imaginación de los que organizan festejos, aunque pongan a un Santo por patrón, tenga que recurrir a la burdez de los concursos de bebedores? ¿Qué clase de deporte es ése? ¿Qué exponente de cultura? ¿Qué mérito se pretende realzar? ¿Qué valores exalta o qué ejemplaridad promueve?
Nos escandalizamos del consumo de drogas, como de una corrupción por lo común externa y exótica de la que nos sentimos todavía libres: pero nos deja indiferentes que sigamos con uno de los índices mundiales más elevados de afectos y enfermos por el abuso del alcohol, y somos campeones en el descontrol de su publicidad y en las facilidades comerciales de su venta y consumo. Además, en {9 (105)} amplios sectores de nuestra sociedad se mantiene el concepto de que el uso precoz del alcohol es una nota de nuestro machismo hispánico. Hay padres y personas mayores cuya ignorancia no les advierte del daño que causan dando de beber bebidas alcohólicas, aunque sea en pequeña proporción, a los niños:
pero otros lo hacen creyendo que, de este modo, "se hacen más hombres" o se preparan para ser más fuertes".
Cualquier estudio sobre las enfermedades, llevado de forma estadística, nos llevaría a tener que admitir que, directa o indirectamente, tienen el origen, en elevado porcentaje, en el alcoholismo, que se caracteriza por la perturbación fundamental del sistema nervioso central, y un conjunto de derivaciones físicas que no solamente afectan al individuo bebedor, sino que alcanzan a su herencia; este tanto por ciento se eleva enormemente —cerca del 50— en lo relativo a las perturbaciones y enfermedades mentales.
Si el examen se hiciera sobre la delincuencia, veríamos la espantosa y crecida relación que guarda con el alcoholismo.
Pero todo esto no descubre nada nuevo. Por lo común son cosas sabidas y repetidas. Ni siquiera hace falta dosis alguna de filosofía para sacar consecuencias, si todavía nos queda un mínimo de sentido común y de moralidad. 0, si lo preferimos, de amor a nosotros mismos y de justicia y de amor a nuestros prójimos.
¡Cuánto cuestan los libros!
Llevan razón, seguramente, los padres que los han de comprar este principio de curso para sus hijos: uno con otro, cada alumno español necesitará gastar 1.250 pesetas. Hace sólo cuatro años que esta suma se reducía al 80 por ciento.
Pero, moralicemos un poco: por aquellas mismas fechas, cada español gasto en sus diversiones anuales, 5.000 pesetas —naturalmente, los grandes por los chicos y los ricos por los pobres, mejoraron dicha cantidad—. Si al finalizar este ano se mantienen las proporciones, cada español habrá gastado en divertirse unas 7.000 pesetas: y también, lo que no gasten unos, lo gastarán de más otros.
Esta cifra no incluye aperitivos, bebidas alcohólicas, tabaco, discotecas, cabarets, etc.
Sería interesante, además, esperar a Reyes para ver cuánto en juguetes y en regalos se gastará, en más o en menos, para los mismos que ahora necesitan los libros.
…Aunque es verdad que los libros son demasiado caros.
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6. CONOCER EL HOMBRE, INTERPRETAR EL MUNDO, DISPONER EL REINO DE DIOS
HOMBRE, mundo y trascendencia. Vivir es saber llegar a la coherencia que integra esta trilogía: yo, lo que me rodea y el más allá. Yo en el mundo y el mundo en mí. Y yo y el mundo en Dios, y Dios latiendo en mí y moviendo el mundo, cálido de su presencia.
La fe no me sirve para defenderme del mundo o para dominarlo: la fe tampoco me sirve para explicarme lo que ignoro o los misterios que los demás no pueden desvelarme. La fe no explica, la fe integra. Con ella he de ir descubriendo lo que soy y de interpretar lo que me rodea, armonizándolo todo con la referencia a Dios. No puedo caminar con los ojos cerrados, con la mente en trance de justificar su pereza a base de docilidades estratégicas y fingidas, o de esconder su ignorancia con el barniz de filan asimilaciones, que pueden engañar o engañarme, pero que, a la postre, no consiguen otra cosa, con su plagio, que detener o deformar el crecimiento sereno de mi personalidad de creyente.
Mi personalidad no está en la apariencia diferenciadora que logre revestir mi conducta comprobable; no es lo que me singulariza sin más. Si fuera solamente esto podría coincidir fácilmente con los complejos y envidias fruto de las comparaciones ociosas que miran el entorno sin referirse al fin. No es el destacar de otros o entre otros lo que pone en evidencia mi personalidad; es el despertar, el poner a flote y desarrollar las semillas de las potencialidades que Dios ha sembrado en mí para ser "yo". sin complacerme en la propia contemplación, sin entristecerme en la comparación ajena, sin despreciar ni olvidar a los demás es profundizar en ese "yo" sincero y humilde, generoso y abierto, que busca más el dar que el esperar recibir, y que por esto no juzga, ni las cualidades ajenas le entristecen, ni roba ni se aprovecha, sino que descubre el gozo en el reconocimiento de lo que recibe de Dios y en el desprendimiento de lo que da a los demás, sin llevar la cuenta.
Es posible desde una actitud de le, desde la serenidad profunda que ella comunica, para encontrarme a mí mismo sin detenerme en mí, porque me abre a la admiración ante lo que Dios me muestra y me da, y me infunde respeto hacia los demás, impulsándome a ayudarles sin absorberles y sin invadirles, reconociendo y agradeciendo —con la lógica del amor, a la cual no basta el cumplido— la instrumentalidad providencial que me sostiene y me guía. Ese mundo en el que tanto he recibido y desde el que se me dilata la visión de horizontes más amplios en esperanza, cuando voy descubriendo, a lo largo del caminar de la vida, la inmensa tarea, todavía por estrenar, ante la humanidad que sufre y espera. Deseos y esperanzas de verdad y de justicia, y sufrimientos porque todavía no se realizan.
{11 (107)} Todo el mundo, hoy, habla de justicia y de verdad, y al tiempo que su invocación y su exigencia prosperan en todas las proclamaciones, aumenta el silencio de su referencia a Dios. Algunos porque dan por perdida su fe en lo trascendente, por la simple razón de que no es simplemente comprobable o porque suponen que, los que defienden a Dios y la trascendencia, proceden de la enajenación y conducen a ella. Otros, a pesar de conservar integra la fe, por temor de que, una vez más, no sea aceptada su sinceridad. Es cierto que la razón de Dios no se defiende con peleas y con cruzadas y ni siquiera desde posiciones polemistas: la hora de la apologética ha pasado, y la de la fuerza nunca ha sido cristiana. Pero la de la verdad serena y el de la honradez de su afirmación, aunque incluya la trascendencia en quien la proclama, es más legitima que nunca.
La proclamación del Evangelio no incluye ninguna vindicación monopolística del bien, ni apaga la mecha humeante ni rompe la caña quebrada, porque el Evangelio es integrador, como luz que abraza todo lo que toca, y es transformador, como levadura que fermenta todo lo que penetra. El Evangelio no es una "propaganda", sino un anuncio de bien para todos los que se abran a la esperanza de lo que se incluye en el Reino de Dios. Cuando Bertrand Russell se refería, prescindiendo de Dios, a este mundo y a las tres pasiones que lo debían liberar de sus miserias, que debían ser como los pilares de la nueva ética —necesidad de amar, sed de conocimiento y piedad ante los sufrimientos humanos— incluía la trascendencia, a pesar suyo.
La fe me dice que la trascendencia es lo sobrenatural, pero ya desde aquí, sin aplazamientos que hagan cómoda mi responsabilidad de ahora. Porque el Reino de Dios no es reducible a una esperanza de premio para el más allá, sino que se edifica con el esfuerzo de una verdad que quiere realizarse, que debe comenzar a realizarse ahora mismo: por esto me interesa el mundo, porque es en su marco donde únicamente puedo realizar toda esta labor, y se me entusiasma el corazón y se conmueve de reverencia todo mi ser porque lo he de hacer yo al lado de todos los que también creen o, por lo menos, buscan.
Esa tarea comprendida, esa gracia correspondida, me transforma y me compromete. Es una vida y es ya en este mundo que necesito comprender y acompañar, y es hacia Dios, porque Él resume todo el bien que yo mismo y todos los demás podamos desear en una comunión universal de esperanza, desde aquí, para Dios. Es ya el Reino de Dios, que comienza.
El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo.
Deer. IM, 34
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7. Tendencias de la juventud de nuestro tiempo
LA JUVENTUD de nuestro tiempo ha sido fuertemente marcada por los acontecimientos políticos, por las transformaciones sociales, por los movimientos ideológicos y por los desastres bélicos que han constituido la agitada historia de estas últimas décadas. Como si se hubieran derribado todas las murallas, la rapidez y difusión masiva de sus efectos y el influjo de sus derivaciones incontenibles ha llevado, en lo religioso, a una disociación entre trascendencia y vida civil. Se han secularizado todos los órdenes de la cultura y de la naturaleza, y el mundo que nos ha tocado vivir, se ha tomado más como una tarea que hay que hacer, que como un lugar donde Dios se manifiesta. Un humanismo superior en fuerza al que cerraba la Edad Media, ha surgido imponiendo la figura del Hombre, como un proyecto enfocado hacia el futuro, cuya atracción priva sobre el pasado e incluso sobre las mismas vigencias del presente. Las teorías o planteamientos intelectuales de otros tiempos sólo se aceptan en tanto que permiten ser re-interpretados para integrarse en esa visión hacia el futuro.
El hecho religioso, como consecuencia de la "secularización, se privatiza:
la época de la "cristiandad" ha pasado, cualquiera que sean los intentos de remodelamiento póstumo: los reinos cristianos, las guerras de religión, la cesarización de lo divino ya han sido amortizados. Pero, casi inmediatamente, como una reacción que no acepta demoras, se despierta, en nuestros días, una tendencia de exigencias políticas para una renovación de la sociedad civil, de sus estructuras sociales, de la necesidad de participar —contra toda inhibición— en el proceso histórico de la humanidad, todo lo cual supera, evidentemente, y transforma desde su raíz la privatización religiosa yendo mucho más allá del ámbito de la vida individual.
Los adultos cristianos han podido seguir la parábola, por lo menos en la última parte del proceso, de esta evolución del mundo actual, y han tenido la ventaja de poderlo contemplar y de participar en ella con la serenidad que confiere la posesión vivida de más datos otros, es posible, que hayan asistido al fenómeno inhibidos y asustados, porque sus mentes cristalizadas y cerradas, no habían sido educadas para ninguna integración posterior, rectificadora o enriquecedora. Pero en cuanto a los jóvenes, han despertado a la razón en pleno hervor de la rápida y universal transformación que se opera. Por eso no debe extrañar demasiado que en ellos se manifieste la prevalencia de estas tendencias, cuando la influencia de un conservadurismo {13 (109)} a ultranza no ha conseguido envejecer tan prematuramente, que hayan despertado a la vida sin conciencia ni visión del proceso en que les correspondía participar. Tienen un interés mayor:
por lo futuro que por lo pasado
por lo dinámico que por lo estático
por lo esencial que por lo accidental,
por los contenidos que por las formas,
por el compromiso arriesgado que por la preservación autodefensiva,
por lo exterior que por lo interior,
por lo inmediato que por lo remoto,
por la eficacia que por la sola buena voluntad,
por la crítica que por el talento constructivo,
por lo personal que por lo institucional,
por lo comunitario que por lo individual,
por lo reivindicativo que por el paternalismo asistencial.
Estas oposiciones deberían de ser valoradas, y los problemas prácticos que resultan cuando se traducen en conductas están en la raíz de la crisis generacional por las dificultades de comprensión y de compensación recíproca, difíciles de equilibrar en un momento de cambio tan rápido. Ese es el problema.
Estas tendencias apuntadas se dan, inevitablemente, en los jóvenes en los que es posible descubrir algo positivo o una cierta profundidad capaz de hacerles buscar un sentido a la vida, más allá y por encima de esos también jóvenes en edad, pero incapaces de sobreponerse a la vida consumista y erótica que les destruye o, por lo menos, les detiene o los enajena. Aquí nos referimos no al tiempo biológico de la juventud, sino a la denominación relativa a la época en que se despierta y va construyéndose la verdadera personalidad, al paso que descubre el mundo que le envuelve, sus esperanzas y sus problemas, con la progresiva consolidación de la personalidad, que no le permite mirar la realidad y el horizonte con indiferencia.
Algo de mí, precisamente ahora.
Dios quiere algo que es parte "de su Reino y de su justicia": lo quiere precisamente de mí, precisamente ahora. Me lo hará conocer no por experiencias extraordinarias e iluminaciones, sino por medio de las cosas sencillas y de la verdad en ellas oculta: mediante el sentido que revela la situación tan pronto yo la contemple, no con los ojos del mundo o de mi propio punto de vista personal, sino al llevarla delante de Dios y examinarla con la disposición de hacer su voluntad.
Romano Guardini.
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8. Criticar a la Iglesia:
¿Porque nos sentimos más libres, por ligereza, por ignorancia, por odio, por amor?
EN NUESTRA época somos más sensibles que en épocas pasadas a la idea y al ejercicio de la libertad, esa prerrogativa en la que se basa la dignidad y la responsabilidad del hombre. Y una de las formas en las que con más frecuencia se ejercita, es la crítica, es decir el análisis y valoración de lo que destaca en la experiencia de la convivencia humana.
Podría ser ésta la ocasión para reflexionar y puntualizar en qué consiste, más concretamente, la crítica, en cuáles han de ser sus cualidades y que efectos debe pretender; pero bástenos tomar la acepción generalizada con que el término se emplea para ver que se trata de señalar los defectos, de denunciarlos y, en muchas ocasiones, de provocar reacciones contestataria:
o protestas que refuercen el vigor del mal descubierto y denunciado.
En general el hombre es más propenso a denunciar a los demás que a sí mismo; y todavía, cuando denuncia a los demás, toma con frecuencia las precauciones de dirigir sus denuncias de manera que adquieran la máxima sonoridad, pero que le lleven las menores consecuencias desagradables. Por esta razón la Iglesia es denunciada con tanta frecuencia, porque, sensiblemente, tienen poco alcance las puniciones que de ella pudieran caernos. Las denuncias que ella formula, en cambio, o simplemente los "anuncios" de la Buena Nueva de Dios que expone a los hombres, suelen acarrearle no pocas penas y represalias.
Con lo cual no queremos decir que en la Iglesia no haya defectos. Los que la formamos, cualquiera que sea el lugar que en ella ocupemos, somos pecadores y, por lo tanto, con o sin razón, siempre ofreceremos motivos para el que observe con ánimo para la denuncia. Si el que señala defectos lo hace con el amor del que la desea más santa, la crítica no será de temer.
Si el que denuncia lo hace por el odio —será menos veces—, en realidad es lamentable para el mismo denunciante más que para la Iglesia. Lo más corriente es que las denuncias o críticas proceden de la ligereza, de la ignorancia, de la mala información, de mentes deformadas, de conceptos errados que se dan incluso en personas en otros aspectos instruidas pero faltas de un sencillo y elemental criterio sobrenatural, imprescindible a la hora de juzgar el bien y el mal de los hombres que componen la Iglesia.
De nada, ni de nadie que estamos a como en este mundo, ni de la misma Iglesia mientras camina por el tiempo, podemos estar satisfechos ni creer en bondades y perfecciones rotundas. Pero no se puede decir que la Iglesia este inactiva en su esfuerzo por promover el bien la justicia, la libertad, la paz... Tiene, como institución temporal, los defectos que los hombres {15 (111)} le ponemos y, en general, menos defectos que otras instituciones y, en conjunto, suele ser siempre menos de lo que los hombres nos merecemos y nos devuelve más de lo que le entregamos. Lo que ocurre es que la comparamos demasiado con todo lo que es simplemente humano y, si le atribuimos alguna santidad, es para delegar en ella exigencias de perfección que no quisiéramos asumir nosotros mismos. Con todos los defectos que indudablemente acarrea su dimensión humana, no ha recortado nunca un ápice del Evangelio que nos transmite, nunca en las partes que pueden ser esgrimidas para echarle en cara sus actuales deficiencias. Las reconoce, las sabe y, de algún modo, se esfuerza en superarlas.
Mitificamos las exigencias que en ella delegamos y formulamos críticas que encierran verdaderas contradicciones. Por ejemplo, le exigimos que, por un lado, sea más efectivamente pobre —y este deseo es justo—, mientras por otro la acusamos de falta de agilidad y de presencia, de notoriedad y universalidad en palabras y juicios, sobre todo lo que ocurre en el mundo, para la prudencia de cuyos juicios o la oportunidad de cuyas acciones le sería indispensable una información solamente posible de obtener, por si misma y con seguridades de exactitud y veracidad, si disponía de enormes y universales recursos técnicos —es decir, de riqueza— para que ello se pudiera llevar a cabo. Exigimos a su jerarquía lo que bastaría que hicieran los cristianos por el solo hecho de su bautismo. Pedimos definiciones y sentencias, sólo para ahorrarnos el tener que afrontar las responsabilidades de nuestras personales decisiones. Y, en no pocas ocasiones, nos escandalizamos de lo que carece de realidad, porque aceptamos cualquier información o interpretación turbadora sin dar tiempo a la reflexión, o porque nos falta fe en ella para desconfiar de las informaciones manipuladas que falsifican sus gestos o su imagen. Muchas veces por no habernos educado en sólidos criterios de prudencia humana y sobrenatural, nos pasan por alto palabras y gestos de hombres y hasta de jerarquías de la Iglesia que nos llenarían de consolación.
Ello explica, además, por qué tantas veces nos resulta excesivamente comedida cualquier declaración del papa o de los obispos: se dan cuenta de que son observados y del riesgo de ser utilizados y manipuladas sus palabras y tergiversados sus actos, por la malicia, por los intereses o por la ligereza humana.
Creamos en la Iglesia. Y no por ello nos resignemos a pactar fatalmente con los defectos que le descubramos: son, en realidad, nuestros propios defectos. Pero seamos cautos y no precipitemos juicios cuando algo pueda sorprendernos demasiado. Además, procurémonos informaciones más completas y principalmente, eduquémonos en la serenidad de juicio, en la apertura de la mente y en la rectitud de criterio.
Y antes de dudar o de criticar de ella, mirémonos al corazón y examinémonos sobre el amor a Dios, a ella, a los hombres y a nosotros mismos.
Porque la libertad, cuando no es ejercida con el amor, se traduce en estupidez que da arañazos o en malicia que destruye.
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9. Comedia (nada cómica) en dos actos
QUÉ CÓMODO sería para la Iglesia no tener los pies en Y la tierra. Esta queja de Pablo VI vuelve hoy a nuestra memoria al comprobar —una vez más— qué difícil resulta valorar cualquier suceso en el que valores religiosos y problemas políticos se juntan. El drama de Chile nos plantea de nuevo la cuestión.
HACE una semana abríamos la televisión y el general Pinochet en persona iniciaba una entrevista contándonos que acababa de venir "de un Te Deum de acción de gracias". No vamos a ocultar que la noticia nos dejó de piedra. ¿Un himno de acción de gracias cuando los muertos seguían cayendo por las calles, cuando las noticias hablaban aún de miles de fusilamientos? ¿Se montaba la Iglesia chilena en la carreta del vencedor y se felicitaba del golpe de estado?
Se olvidaba de sus esfuerzos de imparcialidad política y se disponía a servir generosamente a los nuevos amos prestándole su cobertura moral? Honradamente no podíamos dudar de la palabra del general presidente y, por si nos quedaba alguna duda, los periódicos de la mañana publicaban lo que la víspera podíamos haber oído precipitadamente. Era real: Pinochet afirmaba acabar de venir de tal Te Deum.
Pero pronto las noticias empezaban a ser menos claras. Otros periódicos negaban la existencia de tal exaltación jubilosa de acción de gracias y hablaban de la simple coincidencia del aniversario de la fiesta nacional en el que el cardenal de Santiago había rezado por los muertos. Declaraciones posteriores del cardenal Silva Henríquez aclararían del todo los hechos: «La Junta militar quería que el día 18, fiesta nacional, oficiara un Te Deum en la Escuela Militar.
Yo manifesté —dice el cardenal— que no estaba de acuerdo. Que estaba dispuesto, por el contrario, a participar en un acto ecuménico en cualquier iglesia de Chile para orar por la paz. Ellos comprendieron y aceptaron».
La distinción del cardenal era matizada y correcta. No es lo mismo un himno de felicitación a los vencedores que una oración no jubilosa por la paz. Pero ¿quién ve, quién mide las distinciones por muy justas que sean? El cardenal distingue. Pero, a continuación, el general tiene un pequeño "lapsus" y la noticia del Te Deum celebrado corre por el mundo entero y con ella la idea de que la Iglesia chilena se ha vendido. Alguna revista minoritaria tratará de aclarar los hechos, pero eso lo leerán unos cuantos miles de interesados mientras el mundo se convence una vez más de que la Iglesia juega su papel oportunista.
{17 (113)} PERO la comedia tiene un segundo acto. Dos días después del presunto e inexistente Te Deum se celebra en Roma una misa por Allende. Asisten cinco mil personas. En ella el celebrante —el abad Franzoni, conocido puntero del progresismo— lanza su ataque sobre la jerarquía chilena. Nunca estrechará la mano —proclama— de obispos que han festejado con un himno religioso la violencia del capitalismo armado. El orador no otorga a la jerarquía chilena ni siquiera el privilegio de la duda, no espera a informarse suficientemente.
Parte del supuesto de que un obispo es un presunto servidor de los ricos. No parece siquiera haberse preguntado si la misa que está celebrando no es una manifestación política gemela, desde el otro extremo, de las políticas misas por Hitler o Mussolini, cuyas celebraciones ha repudiado cuando se han llevado a cabo. Por lo visto en su caso la utilización política de la eucaristía está autorizada porque esta utilización coincide con sus ideas personales.
Y ASÍ es como siempre y desde todos los lados, la Iglesia, la jerarquía, la eucaristía misma son utilizadas por los espadachines de distintos colores. Unos y otros confunden y mezclan, unos y otros camuflan sus puntos de vista personales bajo la capa del Evangelio.
¿Es que no es posible distinguir? ¿Es que no es posible aclarar? ¿Es que la condición humana es este caminar entre dudas y la realidad de vivir en cristiano coincide con la certeza o la probabilidad de equivocarse cada mañana y cada tarde?
Probablemente. Pero al menos sería bueno que viviéramos en constante revisión de nosotros mismos, en constante sospecha de que nuestro evangelio puede terminar siendo mucho más "nuestro" que "evangelio", en permanente desconfianza de si no estaremos todos y cada uno de nosotros utilizando nuestra fe y nuestra Iglesia para imponer nuestros personales dogmatismos.
La lección de Chile podría conducirnos a una pequeña "cura de humildad", a una renovación del propósito de no juzgar, que no nos incite a la inactividad, pero que sí nos frene en la precipitación. A no ser que queramos escribir cada uno de nosotros un tercer acto a esta nada cómica comedia.
Creo que no se producirá ningún progreso hacia la paz hasta que logremos compenetrar la juventud hacia lo que tiene de sagrado y de permanente la naturaleza humana. (Pau Casals)
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10. LIBERTAD RELIGIOSA PARA LA UNIÓN SOVIÉTICA
Con motivo del viaje a Alemania occ., de Leónidas Brejnev, fue entrada la siguiente carta a la embajada soviética en Bonn.
CON VIVO interés, todo el pueblo alemán se dispone a seguir vuestro viaje a través de la República federal alemana. Esta visita es considerada como una contribución a una comprensión creciente y a una colaboración más estrecha entre nuestros pueblos. La acompañan grandes esperanzas para un futuro pacífico de Europa.
Por su parte, los cristianos de nuestro país mantienen sus esfuerzos por contribuir a la paz, incluso entre pueblos que se diferencian por la diversidad de las concepciones fundamentales y de los sistemas sociales. Nos consta que, en sus esfuerzos en pro de la paz, el pueblo alemán ha de soportar sacrificios, hasta superar los recuerdos dolorosos del pasado. A pesar de ello, es preciso declarar abiertamente que una paz duradera entre los pueblos es posible solamente si los derechos esenciales del hombre están garantizados y efectivamente realizados en todos los países. Y no dudamos que la libertad religiosa forma parte de estos derechos fundamentales.
Es precisamente sobre este punto que muchos de ellos se sienten invadidos por una profunda preocupación, porque actualmente —y no solamente ellos— han recibido informaciones según las cuales en vuestro país, a pesar de lo que claramente se estipula en la Constitución sobre la libertad religiosa, personas y grupos enteros son perjudicados y oprimidos.
Os rogamos queráis comprender que, frente a este problema, no podemos permanecer en silencio. En la línea de un mejoramiento de las relaciones entre nuestros pueblos, nos creemos en el deber de aprovechar la ocasión de vuestra visita a Alemania federal para poner de relieve la realidad de tales informaciones y el estado de opinión pública de nuestro país en lo que se refiere a este asunto. Os pedimos con insistencia que examinéis estas informaciones y que pongáis remedio a los hechos que revelan.
Es comprensible que las informaciones que nos han llegado se refieran de manera particular a los cristianos evangélicos y católicos. Como un ejemplo de lo que decimos, queremos citar la situación de las comunidades baptistas y la de los católicos de Lituania.
Estamos en disposición de transmitir las informaciones recibidas bien a la embajada de vuestro país en Alemania federal, bien a otra dirección que nos queráis indicar. Y estamos convencidos de que el contenido de estas informaciones es de la mayor importancia para la reconciliación durable entre nuestros pueblos. Os agradeceríamos, señor Secretario general, que tomarais en consideración este problema con la atención que merece.
Con la expresión de nuestra más alta consideración, Dr. HERMANN DIETZFELBINGER, y Cardenal JULIO DOEPFNER, pres, del Cjo. de la Igl. Ev. Alemana, y pres, de la Conf. Episc. Alemana.