Boletín del Oratorio de Albacete
Núm. 117 NOVIEMBRE. Año 1973
0. SUMARIO
HAY un magisterio de la muerte de la muerte de los que vemos morir y de la que inevitablemente nos espera. Su lección es para la vida. Pero, a los ojos de la fe, más allá de lo que entendemos por esta vida, transformada, la vida sigue.
SOMOS FUTURO
COMPRENDER LA MUERTE
CASALS, MÚSICO CRISTIANO
NEWMAN, POETA
«YO TUVE UN SUEÑO»
LA POESÍA DE ERNESTO CARDENAL
GABRIEL MARCEL: LA MUERTE, LA EXISTENCIA
JESÚS ES REY. ¿DE QUÉ MANERA?
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1. SOMOS FUTURO
NACEMOS dos veces en la vida. Una vez cuando nos separamos del seno materno y otra cuando nos separamos del seno del mundo. Es decir: en el momento de nacer y en el momento de morir.
Por el nacimiento surge un ser frágil amenazado claramente por todas partes. La protección, el cobijo y el hogar que le ofrecía la madre ya no existen.
El niño se encuentra totalmente expuesto a los peligros del exterior. Por primera vez rompe a llorar la criatura entregada a la muerte. Pero al mismo tiempo comienza el peregrinaje maravilloso de la relación cósmica. La oscuridad se ilumina de luz; el iris de los colores endulza la mirada; las manos cariñosas suavizan el temor; el amor circundante en vuelve al ser.
En la muerte ocurre algo parecido, sólo que con mayor radicalidad. El hombre se encuentra de nuevo constreñido en su estrechez. El ser humano padece, en cuanto abandona el ámbito mundano que hasta entonces era el h gar para su cuerpo y para su alma.
Al mismo tiempo, sin embargo, se abre ante él la dimensión profunda del universo. El hombre "palpa" el fondo del fundamento del mundo, se hace claramente presente al cosmos. Su alma se libera de la estrechez del contexto opaco. Irrumpe en el universo revelador de Dios y en una vida totalmente transformada.
La intuición del cielo
El cielo supera de tal forma nuestras categorías, que casi únicamente podemos decir lo que no es. Sólo se nos ha revelado de él lo suficiente para que no desfallezcamos en la espera. Pero sabemos algo con absoluta seguridad:
el cielo es plena consumación, pleno acabamiento y perfección. Así el hombre intuye y vislumbra el cielo como {2 (118)} felicidad ilimitada, como el punto céntrico que da pleno sentido a todas las cosas. Si queremos pues responder a lo que es el cielo, hemos de saber en qué sentido nuestra vida busca espontáneamente su plena consumación, su completez, para luego extraer hasta lo infinito esta tendencia, hasta la felicidad sin límite. Pero aun así conseguimos tener una idea muy lejana de lo que es el cielo.
El cielo, esencia de toda nuestra esperanza
¿Qué conseguimos vislumbrar proyectando al cielo las experiencias profundas de nuestra vida en la tierra?
Surge ante nosotros un mundo en su pleno crecimiento y expansión. Un mundo que tiene por fin la participación con Dios en todo el proceso de su evolución, ya que toda la vida, todo sentimiento, todo lo que existe en el mundo ―desde la materia hasta el espíritu, pasando por los organismos― llegará a integrarse en la felicidad infinita de Dios.
La revelación nos va dando una serie de imágenes para expresar de un modo sencillo la felicidad eterna e infinita de este estado de gracia: nosotros queremos ser un dios y Dios se hace un niño para nosotros; con Cristo los justos se sentarán en el trono de Dios; desde allí reinarán sobre la Tierra, resplandecerán como sol: Dios les dará el lucero del alba... Todas estas son imágenes de felicidad, de pureza, de claridad, de vitalidad. Imágenes que incluso el hombre más sencillo entiende y que, sin embargo, superan con su simbolismo profundo todo lo que se puede decir. ¿Cuál es el sabio, el teólogo, que ha podido exponer en todo su valor el significado de estas imágenes: rentarse en el trono de Dios, gobernar el mundo, resplandecer como el sol y la luz, coronarse de gloria, alcanzar el resplandor del primer lucero de la mañana...?
¿Qué nos promete Cristo? A una samaritana, agua; al pueblo, pan: a los pescadores, una red llena de peces; a los negociantes, perlas preciosas; al campesino, cosechas abundantes; a todos nosotros, sabiduría, inteligencia y toda suerte de auxilio. El Apocalipsis hace resplandecer todos los colores del mundo, hace centellear las piedras preciosas, hace vibrar las voces del universo y entonar a los hombres cantos de júbilo y triunfo. El aire se llena de fragancia, los objetos sensibles resplandecen como el oro. Montado en un caballo rojo y acompañado de un ejército de jinetes aparece Aquél que es la verdad. Su nombre es: "Verbo de Dios", "Rey de reyes". Lleva el manto manchado de sangre: en un último combate ha conseguido salvarnos para que nuestro ser consiga su plenitud.
Ahora se celebran las bodas del Cordero, y se oye una voz desde el cielo:
«Voy a hacer del vencedor una columna del templo de mi Dios Y nunca más podrá perder su sitio». Ser "columna" en el templo de Dios significa construir y soportar el mundo en la tranquilidad y en la seguridad de una existencia infinita que goza de eterna, inmarcesible vitalidad.
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La vida eterna es la unión con Dios
Jesús cuando describe la vida eterna la presenta como una unión con Dios.
«Quien me ama que guarde mis mandamientos. Y mi Padre le amará y a él vendremos y haremos en él nuestra morada». «Vosotros os sentaréis a mi mesa para comer y beber conmigo en mi reino». «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono». Dios será mi tú eterno.
Pero olvidando estas palabras, intentemos penetrar en el misterio que se encierra en la plegaria de Jesús en la última cena:
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo esté también en ellos.
Este amor de Dios se convertirá para nosotros, en el cielo, en ser eterno.
Resulta imposible expresar lo que esto representa de intensidad creciente en el ser, de iluminación de la existencia.
Si somos inmortales por naturaleza, si el mundo despierta en nosotros, y de qué manera, el ser de la resurrección, son cuestiones de poca importancia a fin de cuentas. Lo que verdaderamente importa es que amemos a Dios y que Dios nos ame. Su amor es infinito y lo abarca todo. Su amor se convierte en nuestro propio ser de un modo experimentable, real y para siempre.
Testigos de la resurrección para traer la alegría al mundo
La resurrección de Cristo ha significado el inicio de los últimos tiempos". Para que podamos perseverar fielmente en esta vocación del amor de Dios, debemos vivir ya desde ahora como si estuviéramos en el cielo. Este es nuestro destino y nuestra misión.
El Dios hecho hombre nos prometió la vida bajo los distintos apelativos de reino de los cielos, la tierra de los vivientes, el consuelo completo, la plenitud de nuestros deseos, la misericordia infinita, la participación sustancial con Dios. Nos indicó también el camino que debíamos seguir para alcanzar estas promesas: despego de nosotros mismos, dulzura, hambre y sed de justicia, acción pacificadora. Virtudes que son propiedades esenciales del amor, por el que el hombre se encuentra a sí mismo en cuanto, olvidándose, abnegándose, se entrega a los demás.
Llegamos, con esto, al final de nuestras consideraciones sobre el futuro del ser terreno. Todas nuestras reflexiones han desembocado en la alegría de Dios. El cristiano habrá de traer esta amable y silenciosa alegría a un mundo que tan poco sabe de verdaderas alegrías y sabe tanto de dolor.
Ladislaus Boros.
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2. Comprender la muerte
¿NERUDA, que murió de dolor, viendo cómo se luchaba por el pan de los pobres «disputado a las ratas», cuando «había muerto la verdad, de ambigüedad o de violencia», llegó a comprender la muerte? La muerte y la vida, en todo caso, se comprenden la una por la otra. Imposible mirar la vida, sin referirla a la muerte; imposible mirar la muerte sin sacar una filosofía para la vida. Esta mirada despertará la angustia en Heidegger, tropezará con el absurdo en Sartre, descubrirá la esperanza en Marcel.
Los cristianos no solamente nos explicamos un extremo por el otro, sino que nuestra fe nos revela que, en Cristo, la muerte es la vida, es renacer y es la resurrección.
No es exacto decir que el hombre mes un ser para la muertes. El mismo que ha pronunciado esta fórmula (Heidegger) reconoce, sin embargo, que cada uno de nosotros nos comportamos como si estuviéramos convencidos de nuestra inmortalidad. El hombre es un ser para la vida. Lo más importante en el hombre no es que ha de morir, sino que ha nacido, y que ha nacido para vivir. Pero la muerte, cierta, inexorable, universal, sobre la vida del hombre, es un misterio terminal, aunque no el fin de cada mortal.
Todo lo fuerte, todo lo grande, profundo y totalizador de la vida del hombre, está influido por el pensamiento y por el concepto que éste tiene de la muerte.
No solamente en los filósofos. El hombre tiene un verdadero ideal cuando está dispuesto a morir (¡no a matar!) por unas convicciones y propósitos que estima más que la propia vida. La entrega, la exposición de la vida es la prueba máxima de la sinceridad del ideal profesado.
El arte, ese añadido espiritual humano al beneficio divino de la vida, también se dibuja, se destaca y se hace resplandor y vibración de inteligencia y bondad, al contraluz de la muerte. No queremos decir el mal llamado arte de relumbrón, pandereta y consumo, para embotar, degenerar o enajenar el gusto, sino el arte que descubre y pone belleza en la vida, porque es resplandor de alguna verdad que en ella se ilumina, El arte contemporáneo es casi siempre mensaje sobre el fondo austero de la muerte. ¿Cómo entender, sin este supuesto, el cine de Bergman, Buñuel, Visconti, Mulligar...? ¿O el teatro de Fernando Arrabal? ¿O la narrativa de Mann, Bol...?
{5 (121)} Parece como si, en la misma medida en que multiplicamos las posibilidades consumidoras para todo lo superficial e irrelevante, el espíritu de unos pocos, más lúcidos, más honestos, más sensibles, más conscientes, no dejara de advertirnos, cuando se eleva a la magnitud de heroísmo su entereza que no sólo no Me resigna a ser absorbida por la mediocridad humana, digestiva, sensual, y no pensante, sino que les duele esta humanidad hermana, distraída, obcecada, engañada que, a lo sumo, busca aquietar su mala conciencia, con el esfuerzo por olvidar lo verdaderamente bueno, justo y bello, o más astuta lo comercializa, o lo convierte perezosamente en espectáculo. No digamos de los héroes de la justicia, de los verdaderos artistas, de los verdaderos creadores; hasta del justo cultivo y de la exaltación y armonía de las fuerzas físicas, del deporte, ha hecho, hemos hecho un espectáculo, un triste y borreguil espectáculo. Acaba de morir un deportista ejemplar, Abebe Bikila, pero tendrá, para la mayoría, menos importancia el recuerdo de la ejemplaridad de este excepcional atleta, que el semanal prurito quinielista, o los rumores sobre los últimos fichajes, o el ascenso de un equipo favorito.
Pan y circo. Y no verdad, justicia, libertad y amor, belleza y pensamiento:
Por eso no nos debe extrañar demasiado, que sigan los escándalos de las guerras nunca acabadas, desplazadas, cultivadas de aquí a allá, con paces hipocritizadas por los mismos proveedores de las armas homicidas.
Y por esto hemos de agradecer que las voces de los jefes religiosos del mundo, la de los hombres insignes y relativamente más libres por el prestigio de su saber o de su arte, no se encierren en su independencia o en su gloria, y digan palabras y adopten actitudes que sean aviso y testimonio para la humanidad. Cuando estos hombres mueren, o son perseguidos, o han dado a su vida la fuerza de un signo al servicio de un ideal para una humanidad mejor, nos renace la esperanza de poder comprender mejor la vida y la muerte.
Estos hombres serán inmortales, no con la fama póstuma ambicionada estoicamente por los héroes clásicos y renacentistas, sino porque han dejado algo que no puede perecer, que ha de ser recogido, agradecido, guardado y sembrado en la vida de los que todavía caminamos. Sus nombres no serán decoración de la historia. No se trata de encandilarnos contemplando soles de gloria, sino de iluminarnos con semillas de luz, con el don que en ellos había de verdad y de ejemplo. Como espectáculo no nos puede interesar la vida de nadie ―sólo puede distraernos―; como herencia espiritual y humana, siempre.
Un escritor chileno, a propósito de Neruda ―podría servir para epitafio de otros― ha dicho: «Que no descanse en paz. Que sea una oscura lucha contra la tierra. Para que un día amanezca su flor, o su verde canto, o su estrella...» Los nombres de los que se mueren no se pierden. No se ha perdido el nombre de Cristo, ni el de los mártires, ni se pierde el de los hombres a quienes la humanidad no ha sido indiferente. No se van con el viento de otoño como las hojas de los árboles: un remolino de luz los eleva, y son las constelaciones que permanecen encendidas sobre los caminos de los hombres: Allende, Neruda, Casals, Marcel, Bikila y las cenizas removidas del sepulcro, ahora abierto, de Jan Polach...
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3. CASALS MÚSICO CRISTIANO
El temario predilecto de sus composiciones fue:
la Encarnación de Cristo, las alabanzas a la Virgen y el canto a la Paz LA MÚSICA tiene, en el transcurso del año natural, dos momentos que le son especialmente propicios: la primavera, caracterizada por el renacer de la hermosura que convierte en himno el despertar de la naturaleza, y esta estación que estamos viviendo en la que la Iglesia, al celebrar la fiesta de santa Cecilia, nos ofrece un símbolo de esta primavera hacia adentro, descubridora de armonías. Dicen que los países de largos inviernos son los de más temperamento musical, porque la necesidad de volver los ojos hacia los paisajes del alma, al apagarse la esplendidez de los exteriores, incita a descubrir y a cultivar, desde "la soledad sonora del espíritu, desde otro universo más profundo, un amanecer que supera en hermosura el cromático de las luces que se convierte en canto trenzando melodías, o en acorde de paz que no se puede revelar con palabras, o en estallido de entusiasmo que se concibe en la raíz de la música callada", primera de todas porque es la del espíritu. «La música, decía Casals, nace del alma; si no, no es música».
Noviembre y santa Cecilia evocan la música. Tierras adentro, se apaga el resplandor de la naturaleza. El frio desnuda y pone silencio a las cosas sensibles. Y entonces es más fácil la interiorización hasta dar con el manantial de armonías en el cauce del recogimiento. En este sentido, la música también es una ascética, y los grandes músicos son, a la vez, grandes espirituales.
La Iglesia ha amado la música, no porque sea un adorno de la palabra, ni una posible solemnización del rito, sino, principalmente, porque es un elemento espiritualizador, unificador, pacificador de los corazones, porque eleva el espíritu. Cuando ha tropezado con dificultades para encontrar forma, musicales de expresión que pudieran convenirle, ha sido porque no se ha tenido en cuenta esta distinción, o se ha carecido de capacidad, educación y gusto para discernirla. En esta época en que anda tras la búsqueda de nuevas formas y estilos, en el afán de renovación que le impulsa, cuenta con la exquisita, sencilla y riquísima tradición del pasado que cristalizó en el llamado "canto gregoriano", y cuenta con el ejemplo de músicos, como Pau Casals, para los que la música fue una vocación, un medio de espiritualización y un apostolado. «Todos y cada uno de nosotros ha recibido un don ―afirmaba mirando hacia arriba, en tono de agradecida reverencia―: todos y cada uno de nosotros es lo {7 (123)} que ha recibido: un don es una palabra maravillosa: es algo que nos ha sido dado y que tenemos el deber, cada uno de hacer florecer, dedicándole la propia conciencia, la vida entera».
Pasado ya a la historia como el más grande violoncelista del mundo, como compositor excelente e como magnifico director. A nosotros nos llama, especialmente, la atención, por su actitud artística cristiana. Para ello sólo nos fijamos en el temario que ha servido de banca las mejores y más famosas de sus composiciones (Cristo, la Virgen, la Paz), ni en el hecho significativo de que hubiese elegido, en la mayoría de ocasiones, y para sus mejores conciertos, el recinto de los templos, sino el amor que, a través de la música, manifestó a los hombres. Sus primeras ganancias como gran concertista ―allá por el año 1925―, las dedica a la fundación de una entidad ―Asociació Obrera de Concerts―, que adquirió gran difusión, con la finalidad de que los más sencillos entre el pueblo pudieran participar del beneficio cultural y espiritual de la música, porque precisamente el pueblo es el que más la necesita, el que más se la merece y porque le prepara para el gozo y la convivencia universal en la paz. «Cuanto más pesado es el trabajo del hombre, más necesaria le es la confortación de la música», solía repetir.
Es subido que su máxima obra, «El Pessebre», estrenada en Acapulco en 1960 y luego ofrecida en multitud de audiciones a través del mundo, fue compuesta como un mensaje de paz y para dedicar todos los ingresos que proporcionara para los fondos de promoción mundial de la paz. Al referirse a este oratorio musical, decía que su deseo era que, aun después de muerto, se recordara que lo había compuesto y dedicado, en especial, a sus colegas, los músicos, para pedirles que pusieran la pureza de su arte al servicio de la humanidad, en el esfuerzo para unir los pueblos del mundo con vínculos de fraternidad).
En efecto, la música, el más espiritual de todas las artes, tal vez sea también la más universal de las expresiones comunicativas, que no necesita de traducción para ver ofrecida y aceptada, y, cuando sale de un hombre como elocuencia de sus más puros sentimientos, es para pertenecer a todos los demás hermanándolos. La música, la verdadera música, que no es el ruido de las cosas que se rompen, sino el sonido de las calidades que vibran en la creación y que el artista adivina, recoge, para que estas vibraciones esenciales y armonizadas anden y corran y salten y vuelen con pasos de ritmo, con alas de tiempo. «Cuando uno se detiene a contemplar la maravillosa diversificación del universo, y sobre todo el milagroso mundo que cada uno lleva dentro de sí, ¿cómo puede el hombre resistir a pensar que existe algo más grande que uno mismo?», decía, refiriéndose a Dios.
U Thant, en las Naciones Unidas le dijo: «Usted ha consagrado su vida a la verdad, a la belleza y a la paz.. El novelista Thomas Mann le admiraba #porque había logrado armonizar el arte y la moral». Albert Schweitzer, que participaba de los mismos criterios que Casals sobre la paz y la guerra, había expresado: «Casals es un músico de tan extraordinaria medida porque, ante todo, es un hombre extraordinario». En efecto, Pau Casals escribía hace algún tiempo a uno de sus mayores amigos: «Siento más que nunca mi responsabilidad como ser humano y como músico, y hago todo lo posible para dar el máximo de mí mismo y sacar provecho de la experiencia que Dios me ha concedido».
En tiempo de la presidencia de Kennedy, éste le dijo al finalizar un concierto en la Casa Blanca: Usted ha conseguido que todos, al oírle, nos sintiéramos un poco más humildes, Casals acababa de tocar la sencilla melodía del «Cant dels ocells». La misma que han repetido los músicos que le han acompañado al llevarlo a enterrar.
«Después de Dios, lo primero es el arte»
FALLA
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4. NEWMAN, POETA
Varias de sus composiciones líricas figuran en los himnarios cristianos anglosajones.
Pero la obra que le ha dado mayor fama, como poeta, es «The dream of Gerontius», para un "oratorio musical".
LA OBRA poética del cardenal Newman ha sido acogida, posteriormente, no sólo por los católicos, sino también por los demás cristianos, especialmente los de lengua inglesa: podemos encontrar poesías del gran convertido de Oxford en los himnarios protestantes y oírlos cantar, todavía, en sus templos durante los actos de culto. Sin irenismo alguno, podemos afirmar que Newman no es solamente católico: literariamente es ya un clásico inglés, por su personalidad es un genio, y, como los clásicos y los genios, pertenece a todos. Los mejores protestantes de Inglaterra do esperaron a su muerte para estimarle, reconocerle y respetarle como tal y por encima de sectarismos miserables.
La cronología nos lleva a situar a Newman, como literato, entre los románticos victorianos. Pero el romanticismo de Newman ―como, desde otras perspectivas, el de Manzoni― está impregnado no solamente de la fe cristiana, sino de la serenidad sin comparación posible si, por ejemplo con el tema de la muerte, trasladáramos nuestro oído al Byron inglés, al compatriota de Manzoni, Fóscolo, o a nuestro desesperado hispánico, Espronceda.
En Newman escribe un cristiano, en este "sueño", el drama de la muerte, Y si bien le es imposible disimular la transparencia helénica bebida en las aguas de la armonía de la dicción clásica, no encontramos ningún alarde de erudición pagana, ni resquicios por donde se filtren esteticismos o concesiones para la mitología. Es la fe que desarrolla, desde la vida, para más allá de la vida, con los datos de la revelación, lo que supera la existencialidad terrena, resplandor magnificado de un "segundo nacimiento" ―the quickening ray, Lit from his second birth―.
El protagonista no es ningún héroe mítico, ni mitificado; es un anciano ―¿hace falta decir que el mismo Newman?― marcado con la fe de Cristo, cargado con el peso de las debilidades humanas, pero no un hombre perdido o desesperado; un hombre que sale de este mundo temporal, sin estoicismos {9 (125)} transformados de fortaleza postiza, que clama humilde, sinceramente: «Líbrame, Señor, de la muerte...» El poema no pretende ninguna finalidad apologética; es una meditación de la muerte para ser leída u oída por creyentes, una meditación esperanzada y sobrenatural por consiguiente. El diálogo, arquitecturado con sencillez sobre verdades reveladas, se desenvuelve diáfanamente en forma teatral, representable, y se presta al revestimiento de la composición musical que conocemos con el nombre de "oratorio". En 1885, con ocasión de los Festivales de Birmingham, el compositor checo Antonin Dvorak, que conocía la traducción alemana del poema, estuvo a visitar al cardenal Newman en el Oratorio, y deseaba poner música a la obra. Es posible que no se decidiera finalmente a ello porque le faltaba conocimiento más profundo del idioma inglés, a pesar de haber realizado algunos viajes a las islas con motivo de dirigir algunas de sus obras; otra cosa hubiera sido diez años más tarde, de regreso de su estancia de tres años en Nueva York, al frente del Conservatorio de Música. El poema de Newman fue musicado por el compositor inglés Edward Elgar, sin contar composiciones parciales, algunas meritísimas, de otros músicos que eligieron fragmentos del poema. El oratorio musical «The dream of Gerontius», de Edward Elgar, fue estrenado en los Festivales de Birmingham, en el otoño de 1900. Este compositor coincide con la corriente haendeliana y mendelssohniana, y es el primero que pasa a Europa con personalidad inglesa, superando el influjo germano de otros compositores británicos contemporáneos.
El romanticismo, en muchas partes, fue, antes que una revalorización de lo genuino y nacional, una asimilación de colonizaciones sentimentales, estéticas, ideológicas ―música, literatura, política...―, hasta que fue posible, a los pueblos y culturas nacionales, encontrarse a sí mismos. Elgar, seguido luego por Waugan Williams, representa la creatividad de este encuentro, definido, en cada pueblo europeo que lo consiguió, con la denominación de "nacionalismo musical", que no es el romanticismo mismo, sino más bien su producto, en lo que a música se refiere. Por esto, en último término, fue mejor que el poema de Newman fuese llevado al pentagrama por otro inglés, que por un checo aunque fuese más tarde el autor de La Sinfonía del Nuevo Mundo.
Cuando se lee, o cuando se oiga el poema de Newman será oportuno recordar, como con su Apología y los escritos autobiográficos, que El sueño de Geroncio, pertenece a la vida del autor, a pesar de la parábola. Lo cual, por lo demás, aunque menos estrictamente, cabría decirlo del resto de su obra, como de la obra de todo autor.
Por este poema Newman ha sido comparado a Milton, a Shakespeare, a Jorge Manrique, a Dante, a Calderón... Pero Newman no pretendió para él mismo grandiosidad alguna; lo escribió casi de un tirón, poco después ―lo cual sí es significativo― de concluir su Apología. La simplicidad ornamental, la sinceridad fervorosa y serena, sin tiempo para ser estudiadas, fluyeron espontáneamente.
Damos, aquí, la traducción, necesariamente imperfecta, de unos pocos de sus versos.
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5. «Yo tuve un sueño»
Caí en el sueño: ahora siento alivio,
una consolación inusitada:
la sensación inexpresable
de agilidad y de un sentido amplio
de libertad, como extensión vital de mi
jamás me sucedió antes de ahora.
¡Cuánto silencio!
Ya no percibo el afanoso golpear del tiempo,
ni el jadeante respirar del pecho,
ni el martilleo de mi pulso:
ni diferencias en la sucesión
de los momentos.
Yo tuve un sueño, sí.
Con suavidad dijeron a mi lado:
«Acaba de partir; se ha ido».
Y el eco de un suspiro recorrió la alcoba.
Distintamente oí la voz del sacerdote,
fue un grito: «Subvenite!»;
y los presentes se pusieron de rodillas
en oración.
Parece que los oigo todavía;
susurros débiles y quedos, desmayos,
que se pierden en intervalos
indefinidamente dilatados.
¿De dónde es eso?
¿Esta separación, qué es?
Una invasión de soledad, desde el silencio,
en lo muy hondo de la esencia de mi alma.
Y la profundidad más reposada,
calmada y dulce,
no excluye la dureza y el dolor,
al remontar, mis pensamientos, a su origen,
por una rara introversión,
forzándome a nutrirme de mí mismo,
porque no tengo nada más...
Mas, ¿estoy vivo o estoy muerto?
No, no estoy muerto:
sigo en el cuerpo todavía...
Sin conocer cuál sea mi postura,
{11 (127)} de pie o echado, en un sitial o de rodillas.
Tan solamente sé, sin saber cómo,
que la amplitud del universo, mi morada, me abandona,
o le abandono yo, acaso...
Y este prodigio: hay alguien que me tiene protegido
en el cobijo de su inmensa mano:
no es asimiento
como en la tierra:
es envolverme en derredor, enteramente,
toda la sutileza de mi ser,
igual como se aguanta una esfera,
y su presión amable y uniforme,
me indica que me llevan, sin mis fuerzas,
hacia adelante, sobre mi camino.
Pero, ¡escuchad!
Oigo canciones.
En calma todavía,
no encuentro la manera de expresar
si oigo, gusto o palpo
tonalidades de la música.
¡Oh, cuán subyugadora melodía
invade el corazón!...
...Rápidamente el rayo:
que se encendió con su segundo nacimiento,
le hace volver al ser que antes tuyo:
y el cielo brota de la misma tierra.
¡Te digo adiós, querido hermano,
pero no para siempre!
Sé valeroso, sé paciente
cuando el dolor te abata sobre el lecho:
la noche de la prueba pasará rápidamente,
y volveré a despertarte cuando llegue la mañana,
Cerca de Birmingham, en Rendal, hay una pequeña posesión de los Padres del Oratorio: una casita, una capilla y el cementerio de la Congregación, y en le cementerio la sepultura de Newman, cubierta de césped, sin más adorno que una cruz. Simplicidad, silencio y paz para pensar: «por la cruz a la luz», «desde el mundo de las sombras y de los símbolos hacia la verdad», y desde la tierra al cielos, como en el poema: «and heaven grows out of earth», y el cielo brota de la tierra...
R. Mas
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6. LA POESÍA DE ERNESTO CARDENAL
El sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal Martinez, conocido en todo el mundo por el testimonio de su vida y por sus cantos religiosos, que han sido comparados a los del profeta David (cuyos salmos ha intentado traducir en lenguaje e imagen contemporáneos), también es conocido en España por la referencia positiva que le ha dedicado la mejor prensa de información, así como la cristiana y la sacerdotal (valgan los ejemplos de LA VANGUARDIA, [1] de VIDA NUEVA, de ILUSTRACIÓN DEL CLERO...) La poesía de Cardenal, sencilla, limpia y purificada de triunfalismos y de arqueologías, ha sido aceptada en los ambientes más cultos e interesados en una renovación espiritual sinceramente evangélica, también en lo social.
Ernesto Cardenal nació en 1925; estudió en México y en Estados Unidos, fue discípulo de Thomas Merton; ha publicado libros y ha dado diversas conferencias y recitales en varias universidades. Aunque nicaragüense, no fue partidario de la dinastía de los Somoza ni ha sido visto con buenos ojos por los amigos de ésta.
Reproducimos un artículo de José M. Sala, aparecido en LA VANGUARDIA, de Barcelona, el 2 de diciembre 1971.
En otra ocasión le dedicaremos más amplio espacio.
ENTRAR en discusión sobre la calidad de literaturas tan variadas y tan apoyadas en un contexto histórico lleno de interés como las de Hispanoamérica o, según hacen algunos, comparar sus logros con los de la literatura peninsular, nos parece absurdo y desmedido. Un español, preocupado por la poesía, no puede desconocer a Rubén Darío, ni tampoco ya a Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra. A esta breve nómina de poetas nicaragüenses por su origen y españoles por su lengua y validez, creo que habrá de añadirse a Ernesto Cardenal.
Por esto los Salmos de Cardenal invocan a un Dios de la verdad. Y a las futuras Hiroshima, a la Máquina omnipotente, a las sociedades acéfalas e inhumanas, {13 (129)} opone un Dios de la libertad, el Dios sencillo que ha llevado al poeta nicaragüense a su airada contemplación y a retirarse en el archipiélago de Solentiname. Aquel segundo paraíso que para Daniel Boone fue Kentucky huele hoy a fenol.
Pero, profeta y juez (Cardenal nos recuerda en ciertos momentos a León Felipe), el poeta pasa también, como diablo cojuelo, por la cómoda habitación del teleadicto, mira los neones publicitarios de las grandes ciudades y reza, por Marilyn Monroe, una de sus oraciones:
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century Fox.
El templo ―de mármol y oro― es el templo de su cuerpo en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano expulsando a los mercaderes de la 20th Century Fox que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Cardenal, a la manera de tantos otros poetas hispanoamericanos, nos habla de su país, Nicaragua, colonizado, de la realidad de su tierra y del que fuera su dictador, Somoza, para luego ―en «El estrecho dudoso (1967) y Homenaje a los indios americanos» (1969)― remontarme a los primeros conquistadores y a la América precolombina, cuando los incas ni conocían la pobreza ni el dinero, cuando «La verdad religiosa y la verdad política eran para el pueblo una misma verdad».
Ernesto Cardenal, sacerdote de una religión de justicia, desde su aislado pero no lejano Solentiname, nos habla con palabras de hoy, y si poesía toma el pulso a nuestra realidad, la ausculta y diagnostica sus enfermedades. Sepámoslo.
¡Babel armada de bombas!
¡Bienaventurado el que coja a tus niños
―las criaturas de tus laboratorios―
y los estrelle contra una roca!
Ernesto Cardenal
Jamás (antes do este gran dolor) me había dado cuenta de que soy inmortal y, al mismo tiempo, que he de morir oía los gritos de los niños asesinados en Belén, mezclados con un lamento que nadie más percibía me llegaba el Aliento de las fieras destrozando los cuerpos de los primeros mártires, como si sus garras se clavaran en mi carne: y el sabor salado del mar sofocaba mi garganta con amarguras profundísimas como barreras que rompían las olas del dolor.. Eran paisajes que antes no había visto.
Heinrich Boll
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7. ENTRE LA FILOSOFÍA Y LA MÍSTICA: Gabriel Marcel: la muerte, la existencia
SE DICE que los jóvenes mueren en primavera ―¿fue por eso, hace cinco años, que llamaron "primavera de Praga" a la que costó el tributo de tantas vidas jóvenes?―, los adultos preferentemente en otoño, como estas hojas que se caen de los árboles. No faltan los vendavales de las guerras en todo el año, que cerca o lejos, arrancan de la vida a tantos miserables y a tantos inocentes. Pero este otoño, casi de manera precoz, nos ha traído la noticia de todo un racimo de nombres de hombres significativos, que han muerto: son representativos de algunos de los ideales de nuestra humanidad doliente. Nosotros nos acercamos a Gabriel Marcel el existencialista cristiano. Filósofo de la muerte y de la vida, y por eso de la esperanza. Él nos habla de la muerte, no como de un muro que nos cierra todos los caminos, sino como la puerta de apertura a lo Absoluto, más allá de nosotros ―más allá de "cada uno" ― para consumar el gran nosotros" en el "Tú" inmenso de Dios.
El hombre no puede evitar enfrentarse con la muerte. Su ineluctabilidad esta profundamente trabada en nuestra conciencia. Encerrados y abandonados a nosotros mismos, acabaríamos fatalmente en la desesperación. La desesperación de vivir desembocaría en el suicidio. Sería una triste prerrogativa del único ser inteligente ―del único que "sabe" que ha de morir―, ésta de ser también el único capaz de la mayor negación: la de truncar la propia existencia. Los demás seres del mundo animal buscan siempre la vida y tienden a escapar, como sea, de la muerte.
Pero es una evidencia generalizada que el hombre normal siente una repugnancia, un horror profundo por el suicidio, porque subsiste en nosotros, dice Marcel algo verdaderamente "positivo" que, afirmándose, se opone resueltamente a la muerte. No, como diría Sartre, para descubrirnos que estamos "condenados a vivir", sino, afirma Marcel ―interior a Sartre―, porque en nosotros está una como constante "invocación" ―convencimiento, búsqueda, esperanza...― proyectada hacia la trascendencia, desde la raíz de nuestro mismo ser, de nuestra propia existencia.
{15 (131)} Gabriel Marcel, filósofo, creyente, cristiano , finalmente católico, en el itinerario de su pensamiento y de su fe, no es un Apologista que reivindica para el cristianismo la última moda filosófica, el existencialismo. La oportunidad estaría descartada desde el precedente cristiano de Soren Kierkegaard, el padre del existencialismo. La mayor difusión de las obras de Paul Sartre, el famoso humanista de la negatividad y del absurdo, es posterior. El primer existencialismo fue cristiano, es decir, surgió de planteamientos cristianos y mantuvo ―principalmente con Marcel― la orientación hacia esta trascendencia religiosa.
No obstante a Marcel no le agradaba demasiado que le añadieran el calificativo de "cristiano" a su planteamiento filosófico. «El existencialismo, decía, no es ni cristiano ni no cristiano: aunque si la filosofía existencialista auténtica se orienta necesariamente hacia el cristianismo. En realidad, la dramatización de la contingencia humana que hace en su filosofía, no se opone a la necesidad del ser divino, del ser absoluto, del gran "Existente". Y hay una llamada del hombre hacia la trascendencia, hacia ese ser en plenitud, absoluto, que es Dios. Como ser, el hombre se le parece porque, aun cuando carece de absolutidad, es, por la inmortalidad de su vertiente espiritual, inagotable como existente; está llamado a perdurar, a ser para siempre.
Luego, no solamente hay que acercarse a esa existencia, sino que hay que anteponer su experiencia a todo idealismo, a toda organización propia de conceptos, restituyendo a la experiencia humana todo su peso ontológico. El ser, el existir, en una tensión constantemente renovada ―somos inagotables― y creadora; una tensión entre ese yo real, encarnado, que soy yo mismo, y ese inagotable concreto", alcanzado por un progresivo conocimiento, incesantemente purificado de artificialidades, escorias, rutinas, presiones sociales, prejuicios y vanidades, mediante la fidelidad y la libertad, que son los valores indispensables para permanecer y para moverse en el ser y desarrollarlo en la personalidad, en la comunicación, desde el "yo" personal hasta el gran "nosotros" de la comunión existencial.
{16 (132)} Dios estará en este "nosotros", como meta ―no panteísta― de la simplificación y del enriquecimiento de la existencia de todo ser personal.
En su obra "Ser y Tener" ―Être et Avoir, publicada en 1935: Sartre publicaría L'Être et le néant en 1913―.
Marcel parte de la relación entre la propia existencia y la del mundo, del "ser en el mundo", y descubre la doble experiencia solidaria del cuerpo proveído por algo más profundo y esencial, y la pertenencia al mundo en el que se encuentra la instrumentalidad para la existencia del hombre ―de mi existir―. Surge la tensión entre el "ser" y el "tener", cuya oposición exige ver revuelta. El afrontamiento ―no la inhibición― en el que nos coloca Marcel, nos puede llevar no sólo u planteamientos personales y ascéticos, sino a deducciones de ética social y de política. En él se recogen y de él se derivan varios de los modos y actitudes contemporáneas positivas de inspiración renovadora, espiritual, esperanzada, de proyección social, cultural, religiosa.
Ser y tener, de manera que el ser no depende de la posesión, ni se limite a ella, porque acabaría absorbido, disuelto en lo mismo proveído y, finalmente, desplazado, suprimido. Por eso debe intervenir la fuerza del amor, para dominar, en la dinámica del bien, el objeto, y convertirlo no en tropiezo y dependencia, sino en ocasión material de creación. El ser no se realiza, no madura su existencia, con sólo tener, u objetizar o contemplar el mundo. El mundo no se nos ofrece como un espectáculo o como una teoría de objetos coleccionables. El mundo no es para ser poseído, para ser contado, para ser contemplado. Para que crezcamos en él, con él, es necesario superar el egoísmo, el miedo, la pereza: es necesario el amor, como madurez de la fidelidad, como dirección de la esperanza, como fuerza de la libertad: que es subordinación de sí mismo una realidad superior, como apertura la trascendencia, una Presencia y a un Tú, el Tú absoluto, Dios...
Solamente el amor "nos realiza", superando riesgos y nos prepara para la gran comunión.
No hemos intentado resumir su doctrina, ni hacer el panegírico de Marcel. Sólo caminar un poco con su pensamiento ―¿filosófico, místico?― porque ha servido a muchos para un lenguaje de esperanza en esta humanidad de búsqueda, de comunicación de existencias, a pesar de los delirios que la retuercen.
La verdad es una virtud trascendente que entra en todos los asuntos bien regulados y, según la diversidad de éstos, toma distintos títulos.
En las escuelas se llama ciencia; en el hablar, veracidad; en las costumbres, pureza; en la conversación, sinceridad; en el obrar, rectitud; en el contratar, lealtad; en los tribunales tiene el sublime título de justicia.
Ésta es la verdad del Señor «que permanece para siempre».
P. Pegneri
Es imposible imaginar una conciencia que pueda afirmarse, decir "yo", en medio de una soledad absoluta. Nadie piensa jamás en sí mismo, sino pensando al mismo tiempo en algo más. Es por esto que, en nuestras individualidades, somos, cada uno, personas, es decir, conciencia de nosotros mismos, implicando el apercibimiento de la infinita realidad en la cual nos encontramos sumergidos, y que hace de cada uno de nosotros una unidad y un centro.― P. LUCIEN LABERTONNIÈRE, C. O.
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8. JESUS ES REY ¿De qué manera?
COMO cubierta que cierra el libro de la: liturgias del presente ciclo, oiremos, antes de iniciar el camino expectante hacia Navidad, este diálogo entre Pilato y Cristo, que relata el evangelio de san Juan (18, 33-37):
―¿Eres tú el rey de los judíos?
― ¿Dices esto por tu cuenta o le lo han dicho otros de mí?
― ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?
Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Conque, ¿tú eres rey?
―Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto be nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Jesús, testigo de la Verdad, está ante un tribunal político, el de Roma.
La política pretende juzgar a la Verdad. No. En realidad será la política la que comparecerá ante el tribunal de la Verdad.
Nos encontramos en una de las escenas claves de la Pasión, en la que Juan ve implicaciones teológicas. Merece la pena detenerse en ella.
En el acta de acusación figuraba la pretensión de Jesús de ser rey. Esta pretensión constituye el fondo del proceso. Pilato, quizá en actitud de burla o de desprecio, pregunta al culpable (son las primeras palabras de Pilato a Jesús):
¿Eres tú el rey de los judíos? Esta pregunta constituirá, en definitiva, el motivo de la condena. Jesús, que no acepta la pregunta como burla, sino en todo su realismo, pide una aclaración. No se opondrá a la condena, pero pregunta, pues si es Pilato quien hace la pregunta en tal caso se refiere a un rey político, queriendo colocar a Jesús entre tantos provocadores que habían surgido en la historia; pero si son los jefes de los judíos los que preguntan (aunque no crean gran cosa en la pregunta) entonces se trata de una realidad religiosa, mesiánica, de Jesús como «Rey de Israel». Por ello dice a Pilato: ¿Es pregunta tuya o son otros los que me preguntan por medio de ti? Pilato se ofende por la respuesta- {18 (134)} pregunta de Jesús. A él no le interesa en absoluto el pueblo judío. Deja, pues, el problema judío de la realeza de Jesús y baja al terreno de su competencia y, consciente de ser romano y no judío, le dice: Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?» Aunque le ofrece campo amplio para que le exponga su caso, Jesús vuelve a la pregunta primera, porque quiere explicar la naturaleza de su realeza, para obligar a Pilato a optar o por el mundo o por la verdad. La respuesta va en forma negativa, lo que le hace aún más misteriosa para el pagano Pilato: «Mi reino no es de aquí» (lo que indica que es de otra parte. El lector cristiano conoce la respuesta, pero ni Pilato ni los judíos la conocían). Su reino no es de este mundo (cfr. Jo 17, 11. 16). Jesús está en este mundo totalmente desarmado y quiere seguir así siempre (también hoy).
Pero Jesús no es claro para Pilato. Lo único que entrevé es que mantiene todavía su pretensión de ser rey. Pilato quiere una respuesta concreta, ya que en la acusación consta que Jesús busca ser Rey, y le pregunta: «¿Eres Rey, si o no?» Jesús contesta afirmativamente: «Tú lo dices» (haciéndose responsable así ante Pilato de su pregunta), y le hace ver que ha nacido para ser Rey, pero por medio de la verdad. No es Rey por herencia, no por las armas, sino por la Verdad, traída por El, en calidad de Hijo de Dios, como Testigo (cfr. Jn 14, 6). EI es Rey y exige ser reconocido como tal. Toda su vida adquiere sentido a partir de su realeza.
Pero su reino no viene impuesto por la fuerza, sino que es ofrecido a todo el que escuche su voz (10, 3) y quiera ser de la verdad, a todo el que ame (14.
Jn 3, 18-19) y busque incesantemente la verdad. El que no quiera escuchar su Voz no es de Dios (Jn 8, 47), sino de la mentira y se aparta automáticamente de Cristo.
La fe es una adhesión, un descubrimiento, un testimonio perpetuado.
G. Marcel