Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 118. DICIEMBRE. Año 1973.
0. SUMARIO
PALOMAS picassianas como símbolo de la paz. Pero, además, y sobre todo, lealtad a Cristo y a los hombres para anunciarla; gozo por los mártires y los perseguidos que la proclaman; buena voluntad para recibirla, y riqueza de imaginación para edificarla, venciendo el miedo, superando las tristezas —las debilidades― de todas las violencias. Conmemoraciones significativas:
«Pacem in terris», «Derechos de los hombres». Siempre la paz: de la justicia, en la libertad, con la verdad, para el amor, desde el amor.
ADVIENTO
DERECHOS DEL HOMBRE, CRIATURA DE DIOS
MONS. PEDRO CASALDÁLIGA, POETA
NO SÓLO POESÍAS
EL MENSAJE DE LA PAZ
HALCONES Y PALOMAS
CUANDO LA CARIDAD ES CLANDESTINA
«HE OÍDO EL CLAMOR DE MI PUEBLO»
LEXISMO Y SEMÁNTICA
LA FE NO ES UNA EVASIÓN
{1 (137)}
1. ADVIENTO: tiempo de esperanza, de historia abierta
TENER esperanza significa estar preparado en todo momento, estar atento a todo lo que quiere nacer para acogerlo y cuidarlo, sin llegar nunca a actitudes de desesperanza si el acontecimiento, el nacimiento que se espera, se retrasa.
Quien espera favorece todos los signos de la nueva vida; colabora sin desmayar en el advenimiento de lo que está en condiciones de nacer.
Cuando muere la esperanza, en ese mismo momento se trunca la vida y todo lo mejor que ella tiene. La esperanza anida en la dinámica más profunda del ser humano y avanza acompañada de la fe y la fortaleza.
La historia está abierta. Es la hora de despertar de este sueño de pereza en que nos hemos sumido; es hora de concretar las tareas adventicias, de rescatar este tiempo de sus limitaciones puramente cronológicas devolviéndole la esperanza liberadora en acción.
Tenemos que acercarnos y aproximarnos al adviento en actitud de redefinirle para nuestro hoy; y esto significa tomar conciencia de que vivimos enmarcados en una larga marcha por la liberación, en una etapa de progreso hacia el Reino de Dios en su manifestación definitiva.
La historia nunca se ha clausurado; nunca ha dado marcha atrás; nunca ha cedido a impulsos de la desesperanza. La historia ad-viene todos los días y siempre de forma nueva, con nuevos amaneceres.
La historia avanza por etapas, camino de un futuro siempre nuevo, al hilo de la promesa de Dios que no se agota detrás de cada acontecimiento histórico, sino que está abierta hacia horizontes sin descubrir.
La historia y el hombre están inacabados, por eso es posible el adviento; la historia y el hombre viven en provisionalidad, en trance de plenitud, pero sin haber llegado a esa plenitud de una vez para siempre, por eso es posible caminar sin descanso hacia la planificación; la historia y el hombre se sitúan en un compás de procesualidad, por eso es posible la esperanza; la historia y el hombre viven en el horizonte de una palabra pronunciada no para un pasado estático ni para un presente que anochece, sino para lo porvenir; la historia y el hombre son trama de libertad, de igualdad fraterna, de justicia y de construcción, por eso es posible emprender la conquista de estas promesas que todavía no son realidad; la historia y el hombre son proyecto, por eso es posible aterrizar el proyecto en la praxis real.
Cada hombre que trabaja con esperanza y con espíritu de futuro va poniendo los pilares y los cimientos de una liberación que nunca cede a los desánimos, ni a las represiones que imponen los señores del mundo, ni a las persecuciones.
Cada hombre que cree en sus hermanos y espera la llegada definitiva de Cristo va colocando, consciente o inconscientemente, unas bases para el nacer y el crecer de un futuro original más libre que el pasado, más justo que el presente.
Cada hombre que se ha tomado en serio la vida —no sólo la suya, sino también la vida de sus hermanos— es capaz de luchar con decisión y con optimismo para que se hagan realidad las aspiraciones más profundas de la humanidad.
J. J. Tamayo Acosta 2 (138)
{2 (138)}
2. LOS DERECHOS DEL HOMBRE, CRIATURA DE DIOS
Ante las injusticias:
la tentación de los ultrajados es la violencia, la tentación de la Iglesia es el silencio SE HABLA tan a diario de injusticias, que podría parecer que se trata de algo nuevo, propio de nuestro tiempo. Pero no cuesta ningún esfuerzo demostrar que tanto las violencias físicas sobre los cuerpos, como las morales e intelectuales sobre las almas, vienen padeciéndose, bajo otras formas, desde antiguo. El hambre, las cárceles, las torturas, las guerras, que han maltratado al hombre, que han diezmado la humanidad, son nuevas solamente en sus manifestaciones, evolucionadas, perfeccionadas. Y lo mismo las opresiones sobre los espíritus: las ideologizaciones impuestas, las informaciones tendenciosas, fragmentarias o simplemente falsas, las manipulaciones de la opinión pública a través de los monopolios de comunicación, las restricciones injuriosas de la libertad que, cuando inciden en el aspecto intelectual y espiritual del hombre, constituyen, en frase del Papa Pablo VI, «la peor de las tiranías». Ocurre que el mismo desarrollo de la vida humana se hace ambivalente: frente al progreso positivo de la madurez de la humanidad, no excluye la multiplicación de los problemas que el mismo progreso plantea al tener que ser participado por todos, como responsabilidad y como beneficio. El progreso, por sí solo, no elimina las debilidades humanas, no resuelve sus vacilaciones, no cura de todas las ignorancias, ni redime del egoísmo, capaz de tantas brutalidades y raíz de las injusticias y falsificaciones de las que el hombre no se acaba de poder salvar, aunque haya cada vez un sentido general más agudo para descubrirlas y una más viva exigencia que reclama la corrección y la reparación de todo mal, sea material o sea del espíritu.
Hoy, como siempre, la injusticia, el pecado, está de parte de los estáticos, de los que se cierran, en la práctica, al desenvolvimiento, al crecimiento del hombre, como ser temporal, social, inteligente y, por lo tanto, espiritual; de los que, paralelamente a su desarrollo, no admiten la reflexión, la discusión razonada, la crítica leal, la superación de las durezas y defectos reconocibles, el cambio en favor del hombre, total en su ser natural y total en el conjunto de la humanidad.
En teoría nadie se atreve a negar la dignidad humana ni los derechos anejos a la misma. En la práctica asistimos a grandes conculcaciones y a escandalosas y pactadas hipocresías.
{3 (139)} El hombre, en el lugar y en el tiempo, tiene derecho a la vida: al alimento —no faltan alimentos: falta el repartirlos mejor—, al cobijo, a la seguridad, a la integridad. El hombre, ser social, ser para la convivencia, necesita poder vivir relacionado, organizado y, al mismo tiempo, necesita sentirse y ser libre. El hombre, «para alimento de su inteligencia, decía san Agustin, necesita de la verdad» y, por lo mismo, tiene derecho a ella, a saberla, a buscarla, a comunicarla. El hombre, ser espiritual, debe ser respetado en lo más profundo y sagrado de su dignidad, porque pertenece al Creador.
Sí, todo hermoso y aceptable mientras se mantenga sólo en los principios; pero todo difícil y problemático si se ha de llevar a la realidad. Adhesiones, proclamaciones, aceptaciones solemnizadas no faltan. Muchos se honran con ellas, aunque la práctica desmienta luego lo proclamado. Nadie quiere pasar por enemigo del hombre, por despreciador de su libertad, por burlador de la {4 (140)} veracidad. Pero la realidad de cada día nos descubre la existencia persistencia del engaño, de la mentira, de injusticia, la opresión y el desprecio hacia los que carecen de fuerza física o de poder económico, que suele ser lo que más se respeta y, en no pocas ocasiones, lo único que se respeta.
Llegados a esta situación surge la tentación de la violencia, como único recurso de autodefensa, por parte de los débiles Vejados, los miserables, los marginados u ofendidos. Hay otras tentaciones, como puede ser la del pacto de la adulación, a cambio de la cual se pueden alanzar sucesivas certificaciones y hasta alguna forma de participación en el botín de la tiranía:
aprovechados y rastreros se avienen a ella. Y hay la envidia rencorosa, el resentimiento de los vengativos silenciosos, de los oportunistas retrasados, capaces únicamente de poner remedios a base de imitaciones deterioradas de lo mismo que pretenden remover, pues carecen de imaginación.
No es difícil descubrir estas actitudes en el mundo de hoy, debatido entre injusticias, deseoso, necesitado de paz.
Pero la verdadera paz la ofrece solamente el Evangelio. Es una paz difícil, pero verdadera. Una paz que algunos confunden con la inhibición, hasta con el silencio, con la "prudencia" natural de las políticas humanas.
Es verdad que el Evangelio no ofrece técnicas concretas, pero sí verdades claras, nada difíciles de concretar. Y es en la fe, en el anuncio constante de estas verdades —anuncio que resume el contenido primario y esencial de la misión de la Iglesia, sin el cual todo el resto sería traición al encargo recibido por Cristo— donde la paz se basa y se ofrece al mundo, y uno como la paz del mundo».
La Iglesia no tiene armas: ni las fabrica, ni las compra, ni las vende, ni —sería sacrilegio— las bendice. Su arma, dice san Pablo, «es la Palabra».
Esta Palabra «es eficaz para dar la salvación y la paz. Es una palabra de verdad y de justicia, no declamatoria, sino para hacerse concreta. Cuando la Iglesia la dice, entera, es salvadora y libertadora; pero los violentos según el mundo, no la alcanzan a entender, y arremeten contra quien la pronuncia.
Tampoco entenderán nunca, obcecados y endurecidos en su error, la afirmación de Cristo, sencilla pero exasperante:
la verdad os hará libres».
No es extraño que, ante las iras y las amenazas disuasorias de la violencia física o de la calumnia —o de ambas a la vez— la Iglesia esté siempre expuesta —sus fieles, sus pastores— a la {5 (141)} tentación, humanamente comprensible, del silencio, aunque incompatible con el encargo recibido por Cristo, que ya le recordó que sería perseguida como Él lo fue y a causa de Él. Cuando Cristo habla de persecuciones y de Iglesia, se refiere al futuro, y el futuro de Cristo no acabó con la inútil disuasión de las persecuciones de los primeros siglos cristianos; el futuro de Cristo, además, somos también nosotros: los cristianos, los sacerdotes, los obispos que le recordemos, que anunciemos su Palabra; Palabra que seguirá tropezando —también inútilmente, pero también dolosamente— con los poderes del mundo que han sucedido —que son el futuro— de los primeros perseguidores.
Si alguna vez nos parece que la Iglesia no llega bastante a tiempo con su mensaje, no la acusemos. Antes bien, examinemos nuestro propio comportamiento —sobre todo si nos llamamos cristianos— y hagamos un esfuerzo por comprender lo difícil que es salir a campo libre a decir una verdad y no ser perseguido.
A pesar de todo, y a pesar de las amenazas, de las presiones, de las imposiciones e intervenciones espúreas que a través de los siglos han mantenido el intento de frenar, escamotear o desvirtuar su palabra, que es la Palabra de Cristo en el esfuerzo de aplicarla a las situaciones concretas del mundo en cada época y lugar), no se puede negar que ha llegado hasta nosotros la integridad de su mensaje, todavía válido y, por lo mismo, todavía combatido. Y esto basta para todo «el que tenga oídos y quiera oír», para el que lo quiera aceptar. La Iglesia ha cumplido y sigue cumpliendo su misión. Algunos testimonios de ello se incluyen en estas páginas.
Sed fuertes en el Señor para que podáis resistir el mal...
Velad constantemente, todos juntos, rogando por todo el pueblo santo y también por mí, para que Dios ponga su Palabra en mis labios y la anuncie con valentía, porque soy su enviado, incluso estando en la cárcel, para que, sin miedo, siga hablando de él.
EFESIOS, 6: 10, 18-20
3. Mons. Pedro Casaldáliga obispo y poeta
POBREZA EVANGÉLICA
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada:
no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo dada.
Y este sol y estos ríos y esta
tierra comprada,
para testigos de la Revolución
ya estallada.
¡Y "mais nada"!
PROCLAMA SUBVERSIVA
Voy a cambiaros el revólver chulo por un bolígrafo de cuentas.
Para que no os engañen nunca ni los fazendeiros, ni los comerciantes, ni el Ministro de Hacienda.
¡Disparad hojas de libros entre las hojas de la floresta!
¡Bebed, en las noches claras, la "pinga" de otra Fiesta!
¡Emborracharos de sabiduría y de belleza, sertanejos mozos, hijos biennacidos {6 (142)} de los legítimos emperadores de América!
Dios se hace Pan de familia sobre esta mesa.
En Brasilia y en Washington ni lo saben ni lo esperan.
Pero el sol y la lluvia sellan la única ley de Derechos Humanos de validez cierta.
RECTIFICACIÓN
Saber esperar, sabiendo, al mismo tiempo, forzar las horas de aquella urgencia, que no permite esperar...
EQUÍVOCOS
Donde tú dices ley, yo digo Dios.
Donde tú dices paz, justicia, amor, ¡yo digo Dios!
Donde tú dices Dios, ¡yo digo libertad, justicia, amor!
SALMO
¡Oh Dios, escucha!
¡Vuelve por tus pobres!
¡Libértanos del yugo!
¡Sálvanos de las aguas que nos llegan,
crecientes, poderosas, concordadas!
POSTDATA URGENTE
Contra la compañía X y contra otras muchas facendas.
Con mucha ira.
Con más amor aún.
¡Voz del pueblo,
voz de Dios:
condenada!
Campo de esclavitud, patrocinado
por el silencio,
por la ausencia,
por el consorcio.
¡Cebada prostituta del Progreso!
¡Concubina pagada ante la Ley!
Ganado, grueso,
ricas "lavouras",
grandes "estradas":
¡Futuro esplendoroso del Brasil
asentado en los huesos
de los peones muertos de malaria,
clavados a pistola de negrero,
desangrados de hambre y de mentira!
Hélder, Vandré, ¡gritad!
¡gritadle a Dios, los muertos!
Lloremos de vergüenza
nosotros, los cobardes.
MIÉRCOLES DE CENIZA
"Recuerda que eres polvo" ¡y algo más!
¡Ayuna del ayuno! ¡Sal del miedo!
¡Rasga las vestiduras... de los demás!
¡Echarte todavía más ceniza, no puedo!
{7 (143)}
4. No sólo poesías
CON verdadero consuelo espiritual nos llega la noticia de la cárcel de este compatriota nuestro, nacido hace cuarenta y cinco años en el pueblo de Balsareny (Barcelona), y actualmente obispo de la diócesis de Sao Felix, en el Brasil: nos referimos al Padre Pedro Casaldáliga, algunas de cuyas poesías también insertamos en nuestra revista, y de quien hicimos mención, tiempo ha, reproduciendo su Romance guadalupano.
Consuelo, no porque de él dependa que podamos tener fe en la Iglesia y en sus pastores, sino porque nos confirma que la Iglesia los tiene y no para la mudez santona, decorativa y utilizada por los instalados que dominan, ni para entretener y suministrar soporíferos sobrenaturales (?) a todas las formas de pobreza material o vejación de la dignidad humana, sino para recordar y defender los derechos del hombre, como criatura de Dios y que, precisamente porque de Él los ha recibido, son sagrados e irrenunciables.
El cultivo de las variadas formas folklóricas de la religiosidad no suele provocar, en casi ninguna parte, complicaciones ni oposiciones cuando el Cristianismo se reduce a tales manifestaciones: por lo común no van más allá de una forma de propaganda sentimental y no pasan de recuperaciones modificadas de precedentes formas paganas y mitológicas anteriores a Cristo. Los problemas de la Iglesia, de sus fieles sinceros, de sus pastores responsables, se presentan inevitablemente en el preciso momento en que, apoyados en la Palabra de Cristo, intentan hacer deducciones aplicables a las situaciones concretas de la vida humana, tanto personal como social. Y se puede llegar a los casos agudos en que, perseguidos, desarmados frente a las tácticas calumniadoras de los poderosos, aparezcan, momentáneamente, como malhechores frente a las malas, aunque no frente a los más cercanos, pero pobres y, por lo mismo, escasamente influyentes.
Éste es el caso de lo que acaba de ocurrir con Monseñor Pedro Casaldáliga, en el lejano Brasil, cuando ha intentado ilustrar el conocimiento de sus diocesanos para que, a la luz del Evangelio, fuesen respetados los derechos de unas pobres gentes, diocesanos suyos, a pesar de apoyarse en medios pacíficos: solamente la palabra, la predicación, la instrucción y la invocación de las leyes que, aún imperfectas, en teoría ofrecían cauces para suavizar la miseria y para evitar, de ser aplicadas también para los pobres, las peores injusticias.
Pero ha sido en vano. Ni ha valido, tampoco, que otros obispos le apoyen con sus declaraciones y denuncias. Se han interpuesto, como en otras situaciones históricas, intereses políticos y económicos y, tras la táctica precedente de privarle de sus mejores ayudantes seglares y sacerdotes para mantenerle aislado e inoperante —como ha pasado con otros obispos— mientras se desencadenaban campañas difamatorias desde los monopolios de información, {8 (144)} ha ido a parar a la cárcel para ser procesado.
En otras páginas de este mismo número, reproducimos fragmentos de un documento episcopal colectivo, también del Brasil, que ha de inscribirse dentro de la misma crisis que allí se agita. Y también, el testamento" de otro sacerdote compatriota nuestro que acaba de ser asesinado en Chile con ocasión del golpe militar de septiembre.
Del mismo modo, muchos de nuestros lectores se habrán enterado, por la prensa, del regreso a España, después de do años de cárcel en Mozambique, y ahora puestos en libertad y expulsados de allí, de los dos misioneros Martín Hernández Robles y Alfonso Valdés de León, que habían denunciado las atrocidades cometidas por las fuerzas portuguesas contra los indígenas.
¿Cómo es posible que en países y sociedades que se llaman cristianas, o que se consideran civilizadas, ocurran semejantes contradicciones?
Muy en general se puede responder que, el Cristianismo, es joven en la historia de la Humanidad, si se tiene en cuenta que grandes zonas de las que se denominan católicas o, simplemente, cristianas, proceden de conversiones masivas y que todavía no han profundizado, a pesar de las proclamaciones y las apariencias, en el espíritu del Evangelio, del que han hecho reducciones de tipo moral o abstracciones ideológicas, relegando el verdadero sentido espiritual, universal y profundamente renovador que le es propio. Es evidente que el egoísmo humano, que el hombre "pecador", ha retrasado y sigue retrasando el bien del reino de Dios, del reino de la paz verdadera que Cristo vino a traer a los hombres.
Pero también lo es que, paso a paso, y a través de la buena voluntad del esfuerzo de los que más se acercan illa fe en el Señor, y de las purificaciones con que la persecución perfecciona a la Iglesia en su dimensión humana y temporal, los hombres se van convirtiendo y las verdades cristiana clarificantes, mientras el mundo camina y los hombres progresan, a pesar de todo, dolorosa pero seguramente, hacia la meta que Dios ha propuesto al mundo, y que se ha de alcanzar, vencidos los miedos, la: ignorancias, las malicias y los pecados —finalmente— de todos los hombres.
Continuamente damos prueba de que somos servidores de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos honestamente, sabemos lo que decimos, tenemos paciencia y somos amables... Nos tratan como impostores, y decimos precisamente la verdad.
II CORINTIOS, 6, 4-8
{9 (145)}
5. MENSAJE DE LA PAZ
Para llegar al gozo de contemplar a la humanidad entera fundida en un abrazo fraternal El día 24 de octubre de 1971, Pau Casals, que ya contaba noventa y cuatro años de edad, dirigía el estreno de su Himno de las Naciones Unidas, interpretado por una orquesta de ciento cincuenta ilustres profesores. Fue como un rito el acto que tuvo lugar en el palacio neoyorquino de la 0. N. U. Y el abrazo que, al final, le daba el secretario, U Thant, rubricaba la fe y la energía de las palabras del «Mensaje» que, con tal motivo, Pau Casals pronunciaba para que fuese oído por los más poderosos del mundo, y que ofrecemos aquí como un testimonio humano y cristiano, lleno de resonancias navideñas, casi como un eco del gran oratorio musical «El Pessebre», que el maestro había escrito, hacía poco, como su testamento artístico. Esta es la traducción del «Mensaje de la Paz» de Pau Casals:
CUANDO, en octubre de 1958 y con ocasión del décimo aniversario de la fundación de las Naciones Unidas, se me ofreció el privilegio de comparecer ante este foro supremo donde se debaten las causas que más profundamente afectan a la conciencia humana, utilicé dos medios para expresar las angustias que conturban mi espíritu, y, a la vez, para decir la esperanza con la que persisto en afirmar mi fe en los mejores dones con los cuales el Creador forjó la creatura que El hizo a imagen suya.
Quise valerme de la música y de la expresión verbal para manifestar el abatimiento que aflige a la humanidad ante el inmenso y, tal vez, mortal peligro que la amenaza. Me refería a la confusión y al temor que aniquila la conciencia del hombre como consecuencia del nacionalismo mal concebido, del fanatismo ciego, de las falacias de los dogmas políticos y de las negaciones de la libertad y de la justicia. El miedo, la desconfianza y la hostilidad son los impulsos regresivos que nos arrastran a la catástrofe, que aparece como más cercana y horripilante, a medida que el hombre progresa en sus ensayos sobre los extraordinarios descubrimientos nucleares, para intimidarse frente a la devastación que ocasionaría · no solamente con la destrucción material y física irreparables, sino también, la degradación moral y espiritual de sí mismo.
{10 (146)} En aquella ocasión afirmé mi fe en los supremos recursos de la espiritualidad del ser humano y en el relieve de sus básicos anhelos de supervivencia. Hice referencia a esa chispa de divinidad que puede unirse salvadoramente al deseo de paz.
Ahora me reafirmo en la convicción de que, a despecho de la actual confusión, el hombre quiere la paz. Creo profundamente que las grandes masas de todos los países del mundo se mueven afanosamente en ansias de comprensión y desean la cooperación recíproca de todos los hombres.
Son las naciones más poderosas a las que incumbe un deber mayor y una más grande responsabilidad en el mantenimiento de la paz. Corresponde a los Gobiernos y a cuantos hombres estén investidos de autoridad la tarea de hacer todo cuanto sea posible para que este deseo universal no quede frustrado. Para la solución de los problemas que tengan las fuerzas en conflicto, es preciso que tomen como base de sus discusiones la inhumanidad y la inutilidad de la guerra, condenada por todos los pueblos. La comprensión y la cooperación mutuas son los medios que no pueden postergarse, y vuelvo a insistir, con mayor ardor si cabe, en esta convicción para exhortar con el máximo anhelo en pro de un acercamiento entre todos los pueblos.
Y, una vez más, vuelvo a deciros que la música —este maravilloso lenguaje universal, comprendido por todo el mundo— ha de contribuir, y puede contribuir, a la comunicación y al acuerdo entre los hombres. Y exhorto, de nuevo, a todos los músicos del mundo para que pongan la pureza de su arte al servicio de la humanidad para unir a los hombres con lazos de hermanos.
Con este objetivo en mi pensamiento, me siento en el deber de aportar mi humilde contribución en favor de esta cruzada personal. ¡Que cada uno de nosotros, como mejor pueda, sume sus fuerzas para alcanzar el resplandor de este ideal!
¡Y unamos nuestras plegarias para que, en un futuro lo más próximo posible, podamos llegar al gozo de contemplar a la humanidad entera fundida en un abrazo espiritual!
{11 (147)}
6. HALCONES Y PALOMAS
CON estos dos nombres —halcones y palomas— no queremos expresar ni la persecución sanguinaria de los primeros contra la inocencia inerme de las palomas, ni la inmolación resignada de estas a la ira y a la sed enrojecida de los halcones. Es claro que, si somos cristianos, nuestra opción es por el pacifismo; pero al defender la paz, no confundimos esta actitud con la inhibición de la pereza comodona y egoísta, ni con el conformismo del silencio frente a la injusticia, ni con la huida enajenada hacia lo descomprometido, ni con la huera bondad de la tontería... En este sentido es en el que Cristo dijo: "No he venido a traer la paz...''; en este sentido es un riesgo anunciarla. Porque anunciarla quiere decir construirla, y construirla quiere decir señalar y barrer la injusticia, la mentira, y no sólo genéricamente. Por otra parte, la paz tampoco puede ser una imposición, porque no puede haber paz digna de tal nombre, y menos paz cristiana, si no es fruto de la libertad, además de inspirarse en la justicia, es decir, en el verdadero respeto al hombre.
Se ve, por lo tanto, lo difícil que resulta construir la paz.
Difícil desde la posición de los que tienen alguna capacidad decisoria en la organización del mundo; difícil, también, de los que, ultrajados, resentidos y explotados, han de reducir a cauces de razón las exigencias vindicativas de la justicia en ellos herida y burlada tantas veces.
Las formas de violencia temporales no son cristianas. Si de violencia cristiana se puede hablar, es de la violencia del espíritu — "sólo los violentos alcanzarán el reino de Dios", dijo Cristo—. La violencia del espíritu es el esfuerzo que agola todos los recursos del pensamiento, de la imaginación, de la palabra, del testo, de la acción expresiva, sin herir ni ultrajar al hombre. Se recurre a la violencia hiriente cuando se renuncia a este superior esfuerzo racional, tanto más difícil de aceptar, cuando más se prescinda de la idea de Dios.
Frente a las violencias, y a las tentaciones de violencia de nuestro pobre mundo, los cristianos hemos de anunciar y construir la paz evangélica, la paz de Cristo. Los halcones no arreglarán el mundo, no le darán la paz: endureciéndose podrán, a base de contenciones forzadas, de propaganda de miedos, aplazar los problemas — lo que equivale, en realidad, a agravarlos— pero no trabajar por la verdadera superación de los males del hombre. Estos encontrarán remedio en las inspiraciones de la verdad cristiana, de la justicia, y en el cansancio generoso por llegar a formas concretas, lo más inmediatas posible, de realización.
Alguna vez —ya no será la primera— el cristiano que lo pretenda así, precisamente porque no renuncia, ni provisionalmente, a seguir siendo cristiano, be expondrá a la ira irracional de los halcones. No importa: su dolor y su testimonio serán anuncio martirial de la verdadera paz.
{12 (148)}
7. Cuando la caridad es clandestina
Juan Alsina Hurtos, un sacerdote casi de la edad de Cristo, que había estudiado en el seminario gerundense, llevado del deseo de remediar en lo posible la escases de sacerdotes en Latinoamérica, allí voló hace casi seis años; fue detenido, el día 19 de septiembre último, en el Hospital de San Juan de Dios, de Santiago de Chile, al atardecer. Al día siguiente, su cuerpo muerto, con diez balazos a la espalda, fue recogida del río Maipo, próximo a la ciudad. La noche anterior a su muerte había dejado escritas estas reflexiones.
¿POR QUÉ?
Hemos querido poner vino en odres viejos y nos hemos quedado sin odres y sin vino... por ahora.
Hemos acabado el camino, hemos hecho senda nueva y ahora nos encontramos en las piedras. Seguiremos andando los que todavía quedamos.
¿Hasta cuándo? Ojalá encontremos árboles para ampararnos de las balas.
Nadie de los que han mojado pan en las ollas de Egipto alcanzarán a ver la Tierra Prometida sin pasar por la experiencia de la muerte».
Ya no hay profetas entre nosotros.
Sólo el becerro de oro. Desde hace un par de días ya no falta nada. No se puede hablar, pero se puede mascar.
Echamos de menos el pan duro, compartido, cortado entre sonrisas. Todavía no habíamos comprendido aquello de san Pablo: «Todos seréis probados con fuego». ¡Y cuánta paja ha ardido!
¿Dónde están los que querían resistir hasta las «últimas consecuencias»?
EE. UU. nos había permitido participar en un juego tan asqueroso y con arreglos tan limitados, que nosotros misinos nos hemos cansado. «Santa Democracia, pray for us».
Es muy difícil resignarse —pero fácil predicar la resignación— a perder.
Porque "perder" quiere decir dejar de TENER y comenzar a SER. Y los que más TENIAN y siguen teniendo, eran los que menos ERAN. Y eran menos.
Pero tenían el poder y la fuerza. El Verbo se iba haciendo carnes. Y esto no lo aguantaban. Es el escándalo de la Cruz. Jamás lo hemos aguantado.
«Respetaremos todas las ideologías»...
Mientras no se hagan carne y realidad.
Si se atreven, las convertiremos en sangre y carne triturada.
¿Y AHORA?
Son muchos los que han sido señalados, marcados, purificados. Setenta y dos, dicen las cifras". Cuarenta mil en el Éxodo. Y aquí también. De un lado y de otro, ¿qué importa? Es pueblo, es tropa, da igual. «Haremos un país nuevo, libre, independiente», «Otras voces, otros ámbitos». No, las voces son las mismas. Y la dialéctica... también.
{13 (149)} Falta conexión interior. No saber quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, Llegaré a mi casa. Este me mira. Este me puede arrestar. Escondido, depender de una llave, de una voluntad, de una intuición, de una confesión" arrancada. Sudor frío, sudor caliente.
Una pieza pequeña, sola, helada.
¿Quién ove tras el "fono"? ¿Quién llama a la puerta a esta hora? No se trata de saber lo que voy a hacer, sino qué me harán. Y lo más tremendo: ¿POR QUÉ? Esto es la inseguridad. Y la consecuencia de la inseguridad es el miedo. ¡Ahora entiendo esa canción que habla de luchar contra el miedo!
Y siguen los disparos, sobre todo de noche. ¿Quién contra quién? Pueblo, pueblo, pueblo. De un lado y de otro.
Ellos: o son muertos —los que ERAN— o huyen, o ¡están arriba! Estrategias, bandos, declaraciones. Y el pueblo, tendido, o dormido, o muerto.
Y la impotencia. La sangre que hierve.
Las palabras que no se encuentran. Y saber que —palabras y obras— son condenados al polvo, a la sangre y a la carne triturada, ultrajada. ¿Y nuestra Santa Madre? No se puede improvisar.
El equilibrio sirve solamente para el tiempo de "paz".
ESPERANZAS
«Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto». Un monte quemado es algo terrible. Pero es preciso aguardar a que, de la ceniza húmeda, negra, pegajosa, vuelva a brotar la vida.
La vida. La descubrimos cada día. A cada minuto. Descubrimos el valor de los pequeños gestos de cada momento.
La sonrisa en la calle triste, la voz amiga – en clave – al teléfono. La preocupación por el que ha caído. La mano que se tiende. La cara que se atreve a un chiste...
Recuerdo un relato de «Vol de nuit» de Saint-Exupéry. Volaba por encima de un país y, solamente entonces, descubría el sentido de la casa en la soledad del monte, la luz, las ovejas, el pastor.
Para descubrir el sentido de las pequeñas realidades hace falta que nos separemos de ellas o que nos fuercen a separarnos.
Ahora entiende lo de san Pablo: «La caridad no se hincha». La auténtica caridad es clandestina. Porque es el Verbo hecho Carne.
«Vamos de un lugar a otro como ovejas llevadas al matadero». En tus manos encomiendo mi espíritu...
No es literatura. En los momentos de peligro es preciso recurrir a los simbolos. De lo contrario no nos podríamos expresar.
Esperamos vuestra solidaridad. ¿Os dais cuenta, ahora, lo que significa el Cuerpo de Cristo? Si nosotros nos hundimos, es un poco de vuestra esperanza lo que se hunde. Si desde las cenizas alcanzamos de nuevo la vida, es que algo vuelve a nacer en vosotros.
Adiós. Él nos acompaña siempre, dondequiera que estemos.
Juan 14 (150)
{14 (150)}
8. «He oído el clamor de mi pueblo» (Éxodo, cap. 3, v.7)
ENCABEZADO con estas palabras bíblicas, los obispos y superiores religiosos de los estados del nordeste del Brasil, han publicado, a principios del verano pasado, un detallado documento cobre la situación de aquella parte del país, porque «ante los sufrimientos de nuestras gentes, humilladas y oprimidas durante tantos siglos, nos sentimos llamados por la palabra de Dios a tomar una posición al lado del pueblo; posición con todos los que, con el pueblo, se comprometen en favor de su verdadera liberación.
A ejemplo de Moisés, queremos cumplir nuestra misión de pastores y de profetas, ante el pueblo de Dios».
Declaran, como Moisés a Jahvé:
«¿Quién soy yo para ir a hablar con el faraón?» Pero en este año jubilar de la Declaración universal de los derechos del hombre y en el décimo aniversario de la encíclica Pacem in terris del papa Juan XXIII, deciden publicar tal documento ilustrado con datos objetivos, fruto de investigaciones y observaciones técnicas para que el juicio que formulan en nombre de Dios, declaran, no se deduzca de impresiones superficiales o de actitudes subjetivas.
Estos datos se refieren a la renta per cápita, al trabajo y desocupación, a la alimentación, a la habitación, a la educación, a la sanidad. Y, acto seguido, se examinan las causas de la persistencia del subdesarrollo como opresión de los marginados, la falacia de lo que se ha llamado «milagro brasileño», la ausencia de libertad, la violencia de la represión, las injusticias, el empobrecimiento del pueblo y la enajenación de los intereses nacionales en beneficio del capital extranjero... en lugar de seguir la auténtica vocación de progreso que derivará de la capacidad que tendremos utilizando los vastos recursos materiales y humanos de que disponemos, para conseguir una sociedad fundada en las tradiciones propias Y sobre los valores humanísticos y verdaderamente cristianos, para poder cumplir una misión en el conjunto de los pueblos, en vistas a la construcción de un mundo en el que se superen los antagonismos de religión, de clase, de raza, de agresión y de explotación internacional).
Dan por supuesto que su voz no será oída «por muchos que no pueden o no quieren atenderla ni siquiera ante la evidencia de los hechos, porque ceden a intereses de naturaleza egoistica. Son los defensores complacidos del statu quo; hacen de la fe, por motivos obvios, solamente una cuestión de relación personal con Dios sin interferencia alguna en la acción política y social del hombre; hacen de la religión una cuestión privada, aunque si la utilicen como un instrumento ideológico, {15 (151)} para defender grupos e instituciones que en absoluto no se ponen al servicio del hombre y, por esto mismo, se oponen a los designios de Dios».
Llama de manera muy particular la atención, en este documento, a la hora de juzgar en qué puntos esenciales hay que preparar y operar los cambios, la referencia a la economía capitalista y la necesaria evolución hacia la propiedad colectiva de los medios de producción. Emiten este diagnóstico: «Subalimentación, mortalidad infantil, prostitución, analfabetismo, desocupación, discriminación cultural y política, exploración, crecientes desigualdades entre ricos y pobres y muchas otras consecuencias que caracterizan una situación de violencia institucionalizada» en aquel país, en el que «la necesidad de la represión para garantizar el funcionamiento y la seguridad del sistema capitalista asociado, se manifiesta cada vez más imperiosa y se muestra inexorable en el envolvimiento de los poderes legislativos, en la censura, en los medios de persecución contra obreros, campesinos e intelectuales, en las vejaciones infligidas a sacerdotes y militantes cristianos, asumiendo, todo ello, las formas más variadas de cárcel, torturas, mutilaciones y asesinatos».
«El capitalismo internacional y los que con él se han comprometido en nuestro país —que forman la clase dominante—, imponen con todos los medios de comunicación y de educación, un tipo de cultura dependiente».
La clase dominada no tiene otra salida, para su liberación, que el largo y difícil camino, ya en curso, en pro de la propiedad social de los medios de producción. Este es el fundamento principal del gigantesco proyecto histórico para la transformación global de la sociedad actual, en una sociedad nueva en la que sea posible crear las condiciones objetivas en las que los oprimidos puedan recobrar su humanidad expoliada, ser liberados de la esclavitud del sufrimiento, vencer el antagonismo de clase y conquistar, finalmente, la libertad".
Termina con las palabras del evangelio de san Lucas (21, 28). «Levanta y alzad el rostro, que se acerca vuestra redención».
Lleva la fecha del 6 de mayo de este año y lo firman trece arzobispos y obispos, que son los de aquella región brasileña, el abad benedictino del monasterio de Bahía, y los superiores provinciales de los jesuitas, franciscanos y redentoristas que allí colaboran apostólicamente.
{16 (152)}
9. LEXISMO Y SEMÁNTICA
LA NOVEDAD de los tiempos también se patentiza con el nacimiento y el uso de nuevas palabras; a tiempos nuevos, palabras nuevas. Aunque sería muy triste que la fuerza renovadora del curso incitante del mundo que no se detiene, se redujera únicamente a alargar —a cada paso, a cada impulso, a cada nuevo efluvio primaveral— la lista de los sinónimos para reemplazar, por las de moda, las grafías y articulaciones gastadas. Una palabra, aunque se trate de una palabra nueva, no puede ser tomada como una pieza de reposición en el lenguaje humano. No llega para substituir nada, sino para enriquecer la capacidad expresiva, como el resultado de una creación significativa, descubierta, integrable en la vida, a la que le faltaban medios para decir, para contener el espíritu nuevo. Porque no cabía en el molde y el signo usado, se rompe la palabra vieja para modificarla o, simplemente, se crea la nueva.
Qué duda cabe, también, que la fuerza renovadora del Concilio se ha querido expresar en la proliferación de palabras nuevas —"aggiornamento" ha sido la primera, casi intraducible...— palabras nuevas por inventadas, o nuevas por la incisión intencionada de un significado, y hasta de un énfasis, verdaderamente urgente y comprometedor. Después del Concilio, nadie, o {17 (153)} muy pocos, ha querido ser anti-conciliar, y no va por la inercia humana en aceptar fácilmente lo que triunfa, con esa conformación posterior a la que es propensa la mediocridad humana o la astucia oportunista, sino por convicción, siquiera haya sido poco reflexiva en muchos casos, como beneficio de la complejidad y complicidad entre obediencia y comodidad, que consiste en delegar en los de más arriba la fatiga de elaborar principios y normas nuevas, luego aceptadas con ahorro de riesgos y con el honor de la actualidad. Cuando esto ha sucedido así, cuando ha faltado una verdadera actitud colaboradora y reflexiva, una responsabilidad personal e integradora, una disposición espiritual y de conversión, dócil y al mismo tiempo imaginativa, hemos caído en el "lexismo": hemos repuesto palabras sin descubrir y asimilar nuevos significados.
"Reponer" es demasiado parecido a "poner", y nos hemos "puesto" las palabras, como el que se pone un traje o un complemento de adorno, sin preocuparnos demasiado en profundizar, en convertir en ser la fuerza de la significación; coleccionando palabras, renovando léxico, pero como variado envoltorio de actitudes invariables.
Por ignorancia, por pereza, por miedo, poniendo sordina a la voz del Espíritu, o recubriendo de prudencia humana la incandescencia cristiana demasiado directa, tajante y clara. Inmóviles, anclados en la incapacidad para la espiritual clarividencia de la fe; 0, simplemente, disimulando resistencias, de verdadera y vergonzosa beatería.
"Aggiornamento", compromiso, diálogo, participación, responsabilidad, concienciación, opinión, testimonio… etcétera, etcétera, etcétera: toda una teoría de palabras que se nos hacen viejas antes de darles tiempo para vivir, para agotar el significado que estrenan, porque el mismo ha nacido muerto.
No, no basta cambiar o pedir prestado el léxico; no basta coleccionar y exhibir palabras. Si la palabra no es "signo", es sonido de bronce que no dice nada. El problema es de semántica. de significación y, por lo tanto, de lógica entre pensamiento, expresión y actitud y vida. Es decir: el problema es de inteligencia, de sinceridad, de voluntad y de conversión. No podemos jugar a decir para, por lo menos.
"parecer"; sino que intentamos vivir para aproximarnos a "ser". Y a "ser" sin el prejuicio de corrupciones previas motivadas por la preocupación de lo simplemente o primordialmente "aparente".
Sin inteligencia es ciega la voluntad, absurdas sus decisiones, infantilismo su energía. Sin voluntad es inútil la inteligencia, inoperante la capacidad humana, negativo el pensamiento. Si una y otra no se armonizan, es imposible la conversión. Y la conversión es aceptar el significado constante de la vida tomada en serio —para un cristiano, vista con fe—. Muy diferente del oportunismo léxico, apresurado por no quedarse fuera de toda novedad y, en el fondo, de toda vanidad.
La vida que acepta el "signo" de la palabra que la boca dice porque la inteligencia entiende y la voluntad acepta, jamás se reduce a la sola apariencia, sino que es fuerza, sencillez, sinceridad, creación, riqueza, crecimiento.
Declaración acerca de LAUS.
En lo que el Artículo 24 de la vigente Ley de Prensa e Imprenta afecta a esta publicación, se hace constar:
Que LAUS, Boletín del Oratorio, es propiedad de la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri, persona jurídica debidamente inscrita en el Registro de Empresas Periodísticas, del Ministerio de Información y Turismo.
Que, lo mismo que las demás obras apostólicas del Oratorio, se mantiene, económicamente, por las aportaciones espontáneas de los fieles y el producto del trabajo de los miembros de la Congregación.
Que el padre Ramón Mas Casanelles, como Director de la revista, es el responsable de su contenido.
Al cumplir con estas declaraciones, lo que prescribe la Ley y, en especial, en orden a enterar a los lectores de los recursos y situación económica de la publicación, tomamos ocasión para expresar nuestro agradecimiento a cuantos nos alientan y ayudan en el sostenimiento de nuestra modesta tarea.
{18 (154)}
10. La fe no es una evasión, sino un compromiso por la justicia y por el reino de Dios
HEMOS de proclamar de una manera clara y contundente que nosotros, los cristianos, confesamos hoy como ayer que Jesucristo es Dios y hombre verdadero. No en el dilema "divinidad o humanidad" se resuelve la pregunta de «¿quién es Jesucristo?», sino en la síntesis de ambas realidades.
El misterio de la vida cristiana es un misterio de encarnación, en el que ocupa un lugar imprescindible la relación del hombre con los demás. De esta aseveración se sacan, entre otras, las siguientes consecuencias:
• La inspiración evangélica de la vida del creyente no puede ser concebida como una evasión o un no inmiscuirse en las tareas de este mundo bajo pretexto de una mayor relación con Dios. La fe asume y trasciende lo humano y lo mundano.
• La madurez cristiana del creyente consiste en la completa integración y absolutización de Cristo en su vida. El compromiso cristiano surge espontáneamente de vivir a Cristo y su mensaje como valores absolutos.
• Esperar es estar dispuesto a acoger el futuro como un don, pero este don se recibe trabajando por la justicia y luchando por un mundo mejor y más humano. Por eso la esperanza de los creyentes en Cristo realiza una función liberadora en el curso de la Historia de la Humanidad.
Jesucristo, Dios y hombre, es, pues, el punto central de toda la vida cristiana y de toda la historia humana.