Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 119. ENERO. Año 1974.
0. SUMARIO
IDEALES, verdaderos ideales, como el que puso en camino a los magos, como las esperanzas de los profetas, como la transformación del hombre y del mundo propuesta y obrada por Cristo, como la entrega de la fe, como las abnegaciones de todos los hombres de buena voluntad que han querido y quieren hacer el bien y obrar lo justo. Ideal de una Iglesia cada vez más purificada, ideal de un mundo mejor, ideal difícil de la paz, ideal de verdadera justicia... Así comenzar el año, y comenzar todos los días, y vivir toda la vida.
UNA IGLESIA SERVIL
LA IDEA DE LA PAZ
HOMBRES DE IDEAS
«¿POR QUÉ HAS HECHO ESTO?..»
JUSTICIA Y PAZ
EL FRÍO, EL SILENCIO, LA ESPERANZA
EL HOMBRE, LA FE
EN FAVOR DE UN PROFUNDO HUMANISMO
REVISTAS BÁSICAS PARA LA FORMACIÓN
{1}
1. Una Iglesia Servil
LA IGLESIA de Cristo no es servil, sino servidora de los hombres. Una Iglesia servil no sería la Iglesia de Jesucristo.
Una Iglesia es servil cuando vende su libertad y se resigna a la simple custodia y repetición de ritos sin relación con la presentidad y sin influjo espiritual en los participantes (?), más o menos ajenos a la significación sacramental originaria, reducida a arqueología, a encuentro de convencionalismo cívico o de prestigio social, en espectáculo mágico.
Una Iglesia servil es muda, o substituye la predicación de la Palabra por consideraciones abstractas, etéreas, literarias o lejanas, ajenas a las necesidades espirituales y morales de los hombres a quienes pretendidamente se dirige, con lo cual se hace insalvable el escollo del precedente ritualismo formulario, anquilosante y sinagógico. La razón es el temor de causar disgusto al sector dominante del cual la Iglesia es instrumento servil.
Una Iglesia es servil cuando se hace fin de sí misma y pretende salvar apariencias cuantificables al precio de renunciar a su misión esencial: predicar el Evangelio a los hombres, a los de aquí, a los de ahora.
Una Iglesia es servil cuando, por fin, dice la verdad y predica la justicia, pero de forma tan genérica y ambigua, que no cumple la misión de evangelizar, sino la de una justificación simbólica, descomprometida e ineficaz. Desde fuera parecerá oportunismo; desde dentro sugestión para vencer escrúpulos de mala conciencia.
Una Iglesia es servil cuando desfallece su fe y abandona el estilo de Cristo por la táctica y las prudencias mundanas.
Una Iglesia servil se olvida de los pobres del cuerpo y, todavía más, de los pobres del alma —los pobres de verdad, de libertad, de justicia—, postrados, desorientados o desesperados en la miseria de su suerte.
Una Iglesia servil pierde las generaciones jóvenes y pone a prueba constantemente la fe y la esperanza de los apóstoles. Una Iglesia servil desmiente a Cristo y no sirve ni para anunciarlo a los mismos por quienes se deja monopolizar.
Una Iglesia servil no es la Iglesia de Jesucristo.
Una Iglesia Libre
La Iglesia de Jesucristo predica la Redención, es decir, la liberación del hombre. No podría hacerlo si no permanece libre. La verdad no se puede vivir, mi se puede decir sin la libertad.
Una Iglesia libre no es enemiga de nadie y está dispuesta a servir para el bien de todos: sin autocensuras que conviertan en adulación las palabras que dirija al poderoso, sin mudez que se burle del hambre y sed de justicia del pobre de corazón. Una Iglesia libre es servidora de todos, sierva de nadie.
Aunque no a todos agrade una Iglesia libre. Una Iglesia libre no ha de buscar la persecución, pero no puede sorprenderse de ella. Una Iglesia libre ha de partir de la pobreza, ha de soportar la incomprensión, ha de resistir la difamación y la calumnia, ha de pasar por la persecución.
Como Cristo.
Una Iglesia libre no puede olvidar las dificultades con que inició su camino por la Historia y las que ha tenido que atravesar cada vez que ha profundizado en su misión o ha sido purificada. Una Iglesia libre, incluso, no debe olvidar que, log primeros que la persiguieron, se declaraban fieles creyentes en el Dios verdadero.
Una Iglesia libre se parece a Cristo y su presencia le acompaña hasta el fin de los siglos.
{2}
2. LA IDEA DE LA PAZ
Porque son las ideas las que guían al mundo, ha dicho el Papa
LO QUE finalmente triunfa, no es la fuerza; en todo caso es la fuerza al servicio de una idea. Y lo que finalmente triunfa, podemos añadir, no es cualquier idea, sino la idea del bien, puesto que somos providencialistas, aunque nos puedan poner el fin muy lejos...
El hombre es un ser pensante y su vida se organiza y desenvuelve a partir del pensamiento, de la cristalización de sus ideas. De cómo sean éstas dependerá su vida y su actuación.
Por esto el Papa, en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, ha destacado el valor de las ideas y, en concreto, el valor de la idea de la paz, de la buena idea de la paz. Si no hay paz, o si las hay fingidas, es que el hombre no la quiere; no la quiere a partir de su mente, de su pensamiento; no deja que la paz se eleve en él como la substancia de una idea. O cultiva otras ideas incompatibles con las de la paz y entonces sus fuerzas, todos sus recursos, están al servicio de estas ideas, y no de la de la paz.
La paz, afirma, debe tomarse como un axioma que brote «de una concepción fundamental, espiritual de la humanidad: la humanidad debe ser pacífica, es decir, unida, coherente consigo misma, solidaria en lo más profundo de su ser.
La falta de esta concepción radical ha sido y es todavía el origen profundo de las desgracias que han devastado la historia».
El Papa condena la tutela del propio interés egoísta en perjuicio del legítimo interés de los demás; condena la mercantilización de la dignidad humana, condena las injusticias y todo abuso. Y llega a afirmar que la idea de la paz es un deber que debe entrar en la conciencia de los hombres como supremo objetivo ético, porque se trata de algo esencialmente natural, obligatorio y, por lo tanto, posible. «Hay que ver la humanidad, la historia, el trabajo, la política, la cultura, el progreso, en función de la paz».
Pero, para alcanzar la paz, ¿basta con aceptar, con mantener conscientemente su idea en cada hombre? La idea de que la paz consista en el establecimiento {3} de un orden y en su mantenimiento coercitivo, es muy común. Los escépticos no se preocupan de conseguirla a partir de convicciones o de ideales. Con lo cual se consiguen órdenes, paréntesis de calma, contenciones, que son con frecuencia el simple pacto de conveniencias por lo común minoritarias, que aplazan alternativas de venganza, de codicia o de resentimiento, porque no proceden, como un fruto, de la inteligencia y de la espiritualidad del hombre.
De donde la precariedad y hasta la falsedad de las paces humanas basadas en la amenaza, la disuasión, la prepotencia, la imposición.
La paz verdadera, aun en el orden natural, se ha de construir desde dentro del hombre, desde su espíritu, y ha de comenzar con el respeto a este espíritu.
El primer acto de este respeto es creer en tal espiritualidad y en la primordialidad de su valor.
El hombre es respetado cuando se reconocen sus derechos, cuando es posible ejercitarlos, cuando las prerrogativas naturales que le son propias están protegidas, cuando él mismo se hace digno de ellas porque son irrenunciables sin destruirse a sí mismo. Por esto el Papa alude a estos "derechos naturales y humanos", versión contemporánea de los que los antiguos venían incluyendo en la "ley natural", esa ley eterna que afecta a los hombres y cuenta con ellos.
Para un creyente, para un cristiano, está la urgencia pacífica y pacífera del Evangelio y la confortación vigorizante de la gracia. Pero incluso prescindiendo de esta vertiente sobrenatural, la paz es posible y es obligatoria, y su idea debe ser aceptada por todo ser racional.
La paz depende de las ideas de los hombres. Porque, en último término, influyen, deciden y dominan las ideas en el mundo.
Incluso: mueren los idealistas; pero las ideas son inmortales.
{4}
3. Hombres de ideas
EN LOS albores de nuestro siglo, y por nuestras latitudes, llamarle a alguien "hombre de ideas", podía significar calificarle de presunto subversivo, de hombre desplazado de la realidad o, en el mejor de los casos, de ser anormal con encima la absurdidad de querer complicarse la vida o hasta de poder complicarla a los demás. Retrasada la marea de las transformaciones sociales que conmovían, más lejos, a los hombres continentales, chocaban las palabras, las ideas expresadas, los planteamientos y las actitudes de los primer informados, o de los intuitivos precoces, o de los simplemente más preocupados por el desarrollo humano, con la pasividad y la sorpresa del conformismo burgués, muy pegado al provecho económico, a las seguridades minoritarias adquiridas, y desinteresado o receloso por todo lo que pudiera derivarse más allá de sus inmediatos intereses, o pudiera conmoverlos.
La expresión se acuñó entonces. Pero "hombres de ideas" había habido antes —Quevedo, Feijoo, Jovellanos, Larra, Balmes...— y en todos los tiempos, y los ha habido después y seguirá habiéndolos. Es curioso que, aunque de lejos no nos cuesta demasiado reconocer que llevaban razón, en su tiempo fueron pocos los que se la dieron, y el sufrimiento, los desencantos y las persecuciones, de un modo u otro, fueron el salario amargo por la verdad que decían y por el bien que querían hacer. Pero los dolores, las incomprensiones que padecieron éstos y otros hombres, no venían de las razones que les pudieran oponer los que les combatieron, o difamaron, o abandonaron, o encarcelaron; venían de las pasiones de sus oponentes, es decir, de la vanidad que peligraba en su estrado, del poder cuya legitimidad era discutible, del dinero que se podía perder o se dejaría de alcanzar. Todavía ahora —y seguirá siendo así en el futuro— cuando alguien ponga objeciones o arremeta contra ideas o actitudes demasiado claras y justas, preguntémonos qué puede perder el que se opone, o cuánto gana, o de qué manera lo gana... Nadie quiere ser inelegante y todo el mundo procura añadir a la verdadera razón brutal de la pasión, de la vanidad o del interés, artificiales y sofisticados argumentos pseudo-ideales; pero el verdadero motivo está en querer salvar el orgullo, en no querer dejar el poder, en asegurarse la riqueza o el sueldo. La verdad, la justicia, si queda lugar, viene luego; o simplemente se queda fuera. Lo elegante es accesorio, cuando el contenido válido de verdad y de justicia, no se acepta absolutizándolo.
Los hombres de ideas" han tropezado con esta clase de oposiciones. Y sólo cuando, en la lejanía, no han supuesto un peligro demasiado próximo para intereses inferiores y particulares en peligro, pero momentáneamente triunfantes, {5} se han podido hacer más generales las voces que, finalmente, han reconocido la razón y hasta el mérito de los desaparecidos. Hay que morir para llevar razón.
Es el caso de Cristo que, en el más noble sentido de la expresión, fue un Hombre de ideas": las ideas que él dio a la humanidad constituyen, sobrenaturalizadas, el contenido de la fe para el creyente.
Porque Cristo fue condenado y crucificado por las ideas que expresó: tildado de subversivo por los que detentaban el poder y la influencia en su pueblo, compadecido como infeliz o visionario por los prudentes según el mundo, amado y comprendido a medias por una minoría aturdida, sólo después de la muerte, en el respiro que comenzaban a otorgar aquellos que creían no poder temer nada de él, se inició la recuperación reflexiva de sus más fieles y confundidos discípulos. Robustecidos por la gracia, tendrían que pasar, a la vez, por parecidas contradicciones, como el Maestro —«Si a mí me han perseguido, también lo harán con vosotros...»—, y, de esta manera, el Evangelio comenzó a introducirse en el mundo, y de esta manera va, todavía hoy, penetrando auténticamente en el corazón de los hombres. La gracia de Dios no añadía verdades a las ideas de Jesús; sólo confortaba, robustecía a los creyentes que las aceptaban. La verdad de Cristo debía extenderse y aceptarse por su propia razón, sin fuerzas extrañas.
Los cristianos, los apóstoles, fueron los hombres de ideas" que iniciaron una transformación de la humanidad todavía en proceso.
Mirando hacia atrás, también ahora vamos dando la razón y concediendo a Cristo y a sus seguidores ya muertos, honores y alabanzas; pero cada vez que surge un nuevo "hombre de ideas" —en nuestro caso cristianas—. Y en la medida en que más auténticamente correspondan a la originalidad del Evangelio y sirvan para una dada situación actual del hombre y de la sociedad, hombre y sociedad instalada adoptarán actitudes críticas, despectivas, o persecutorias, reluctantes a la conversión que no se quiere aceptar y que el Evangelio exige con su anuncio. Simplemente con su anuncio cuando pretende ser integro y no alejado de la realidad del hombre, ni disimulado por idolatrías pseudocristianas.
Hay personas para quienes su amor por la Iglesia depende de su amor al mundo, de modo que si el orden de su mundo y el bien de la Iglesia llegaran a estar en contradicción, se inclinarían en favor del mundo y en contra de la Iglesia.
J. H. Newman, C. O.
{6}
4. Jóvenes: «¿Por qué has hecho esto?»
ESTA pregunta de María a Jesús la han repetido mucho: padres a sus hijos, cuando han llegado a la adolescencia, al umbral de la juventud. En este momento, el "por qué" de la curiosidad candorosa de los niños, dirigido a sus padres, se ha cambiado por la pregunta angustiada de éstos a los hijos. Hijos que, a esta edad, se yerguen como un misterio amado —más amado todavía—, pero ya indominable.
Es la pregunta dicha, o contenida en el corazón —la Virgen también guardaba palabras, pensamientos, en el corazón...—, al hijo, cuando al anochecer vuelve a casa desde su primer lugar de trabajo, del corro de sus compañeros nuevos, o cuando, de los primeros cursos universitarios, las vacaciones restituyen a la convivencia familiar a los jóvenes de voz recia recién cuajada, impresionados por ideas centelleantes recogidas en el horizonte más dilatado de la inteligencia:
aulas, profesores, compañeros... Se han asomado a un mundo que les parece inmensamente mayor que el heredado de los adultos. Algo mayor que no hay que ganar, que no hay que merecer, como a veces les decimos, sino que hay que hacer, que hay que construir.
Y hablan, y exigen. O callan, porque piensan que no les podríamos comprender, o porque no nos quieren disgustar inútilmente. A veces también callamos nosotros, los mayores. Otras no podemos callar: «¿Por qué has hecho esto?...» El paralelo evangélico de esta situación es la escena de Jesús encontrado en el Templo, después de haber estado con los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas). El Templo era la "universidad de los hebreos, y hasta era allí donde los jóvenes podrían prestar el único "servicio" fuera del hogar, porque los hebreos rehusaron prestar el servicio militar y los dominadores romanos respetaron esta voluntad. La experiencia de salir fuera de casa", para un joven hebreo, comenzaba en la adolescencia, cuando era admitido a participar en los viajes para "peregrinar a Jerusalén". Jesús pasó por esta experiencia, y de ella Los quedan los únicos detalles escriturísticos sobre la adolescencia y la juventud de Cristo. Lo cual todavía hace más preciosas las consecuencias que los cristianos podamos sacar de esta escena honda, rica, profundamente humana, familiar. Aleccionadora especialmente para los padres.
María y José «no comprendieron las razones que él les daba». No es extraño que otros padres no comprendan siempre a sus hijos.
Es verdad que Jesús era un hijo "especial"; pero lo son todos los hijos para sus propios padres. Los primeros brotes de la personalidad que se revela en los hijos serían fáciles de comprender si todos los hombres fuésemos iguales, si la Creación hubiese sido {7} concebida como un proceso standard.
Pero cada ser humano tiene su propio temperamento, a desembocar también en una peculiar personalidad. Y además, lo que pueda suministrar la experiencia, a los mayores cuando recuerden la propia adolescencia y la comparen con la de sus hijos, les sirve sólo parcialmente, porque la vida, el desarrollo de la humanidad, las condiciones culturales, no se detienen en su evolución; por lo cual, todo intento de comparación hacia las generaciones futuras, desde las pretéritas, no puede ser una ecuación. Para juzgar y comprender a los jóvenes de hoy es preciso, junto con la experiencia precedente, acumular la ponderación de las circunstancias variantes, progresivas, que se van ofreciendo, sin precipitarnos a calificar de ruptura lo que solamente es síntoma de evolución, y observar el curso de la vida con apertura de mente, con amor esperanzado, con generosidad que se proyecta hacia adelante en constante y noble esfuerzo por abarcar con una visión cada vez más universal, a la vez sintética y progresiva, el valor del hombre, su dimensión social y las responsabilidades consiguientes.
En la Virgen se dio, sin duda, este esfuerzo, esta nobleza. Ella comenzó "no entendiendo"; sin embargo, siguió meditando y terminó aceptando y comprendiendo hasta sumarse, hasta identificarse con el proyecto cristiano:
no "se guardó" el Hijo, llegó a comprender que no debía ser sólo "suyo", que debía ser de todos, universal. Y resultó que, al comprender, al dar y al ayudar a su Hijo a darse, ella misma se creció proyectada en la magnitud liberadora, redentora, del Hijo. No desvió la misión de éste, ni condicionó el modo cómo éste tenía que llevar a cabo su obra. La obra de Cristo fue divina, pero humana, y en lo humano pura, desprendida, generosa, limpia, universal, espiritual. Con los pocos medios que nosotros tenemos para lo poco que hemos de hacer, nos cuesta comprender por qué los recursos del poder divino no fueron empleados para hacer más "confortable", más cómoda a la par que automática, la obra de Cristo. Somos menos espirituales y menos generosos. O decimos, para justificarnos, que «ellos eran más santos»...
Pero Cristo no nos pidió que le admiráramos, sino que le siguiéramos.
Es camino abierto que muestra el que y el cómo.
No sabemos cómo sería la reacción de la Virgen (y de José, mientras estuviera) cada vez que Jesús hablaba de redención, de liberación, de libertad, de salvación con sacrificio; cuando hablaría del mundo de todos los hombres, del bien de su gracia —que nosotros hemos reducido a contraste o validez talismánica—. Cuando hablaba de la injusticia, de la verdad, de la paz, del amor: por supuesto del amor verdadero, no de melifluidades empalagosas, de degeneraciones vaporosas del sentimiento, de sueños de hadas angelizados; sino de una pasión de bien por el Padre y toda su obra, por el mundo y por el hombre, por el orden de Dios y por la ley de la Creación.
Hoy nos asustan los jóvenes si nos hablan de libertad, de exigencias elementales de justicia, de deshipocritacización de las conductas; en fin, de los "derechos humanos" que, con ser simple enumeración de la ley natural o la consecuencia inmediata de la misma, derivada de la Ley eterna de Dios, {8} levanta ampollas a las sensibilidades arcaicas.
No queremos decir que siempre las exigencias juveniles sean justas o, tal vez, correctas en su planteamiento.
Pero tampoco podemos hacer menor salvedad cuando analizamos las actitudes de los que se oponen a ellas. Muchas veces, cuando se da el error, en el objeto o en las maneras de lo que los jóvenes pretenden, ello es debido a que les hemos dejado solos y, a la hora de concretar y desarrollar sus intuiciones de justicia y de bondad sin fariseísmos, nuestro moralismo santón, parcial y egoísta, les ha convencido de que no podían contar con nosotros.
Otras veces, lo que en ellos, de momento, nos sorprende o sobresalta, se nos revela, finalmente, como el fruto de la generosidad, de los buenos ideales que les hemos dado como semilla, en su infancia y que, más tarde —ahora—, recogemos o comprobamos fructificada a su medida y a la de las esperanzas del mundo que les aguarda. Finalmente su obra es, además, nuestra obra.
También hay unos hijos que jamás crean problemas a sus padres: son los estúpidos, de conciencia dormida o sensibilidad bestializada. Y además los egoístas, si los padres también lo son.
5. Justicia y Paz
PARA «construir la paz» hay que partir de la justicia. Lo ha repetido el Papa al felicitar a la ONU, el pasado 10 de dic., con ocasión del XXV aniversario de la Declaración Universal de Derechos del Hombre, «una de las mayores glorias de las Naciones Unidas».
Los Derechos Humanos son formulaciones basadas en la Ley Natural, y ésta es, decía santo Tomás, «la participación de la misma Ley eterna de Dios dada a la creatura racional». Por eso subrayaba el Papa: «La Iglesia no podrá jamás desinteresarse de lo derechos del hombre». Y declaraba: Prestamos nuestra voz a todas las víctimas silenciosas de la injusticia, para protestar Y suplicar por ellas.
Todos sabemos que Pablo VI, el día 6 de enero de 1967, instituía la Comisión Pontificia de Estudio Justicia y Paz, para que, tal como su nombre indica, suministrara criterios y propusiera objetivos concretos en orden a la edificación de la paz y a las exigencias de la justicia amenazada en el mundo. A imitación de dicha Comisión Pontificia, se han establecido también Comisiones de Estudio «Justicia y Paz» a nivel nacional.
La tarea de tales Comisiones no es técnica, sino orientadora desde una perspectiva cristiana, objetiva y documentada. Las declaraciones y documentos que de ellas emanan son, por lo menos, dignos de estudio y de reflexión respetuosa.
Es un servicio que personas cristianas, inteligentes, amantes del Papa y muy familiarizadas con los documentos conciliares, prestan a sus hermanos de fe, bien sean simples ciudadanos o, eventualmente, ocupen cargos con responsabilidad pública.
{9}
6. El frío, el silencio, la esperanza
«En el silencio y en la esperanza Estará vuestra fuerza» (Isaías, 30,15)
INVIERNO es el tiempo del frio. Y el tiempo del silencio y de la esperanza.
En el silencio oscuro, lujo tierra, crecen las raíces, cuando por fuera la vegetación se inhibe, en el silencio, ocultas, sepultadas germinan las semillas y fe prepara la multiplicación prodigiosa de las cosechas para cuando el verano vuelva.
También para el hombre, y todavía mas para el creyente, en el silencio se desarrolla la esperanza, y en la esperanza construye su futuro y remansa la fuerza para la vida. Pensar y esperar para actuar, desde la inmanencia del espíritu hasta la realidad expresiva de las palabras de los estos y de los actos. Porque la esperanza, cuando es virtud, es —como las demás—, operativa, diligente, volcada al objeto que la especifica. El que nada tenga que decir ni quiero hacer, nada puede esperar.
Es en el aparente frío interior de la soledad, en el silencio, donde se profundizan, como en su tierra, las raíces de los pensamientos que sostienen el tronco de la vida; allí es donde las convicciones se hacen radicales y reestructuran en fuerza para ser proyectada, para convertir en plenitud, en realización y, al mismo tiempo. En generosidad y beneficio. En el silencio interior del alma, pensamientos y convicciones en laboriosidad expectante, extraen el sentido de la propia vida y descubren y valoran el de la vida de los demás. Vivir es andar y descubrir y descubrirse y encontrar; es hablar y escuchar, decir y comprender, dar y recibir, mostrar y admirar. Desde el silencio.
En el silencio se elabora la palabra encendida por el pensamiento y, para decirla, necesitamos, también, un espacio de silencio que pueda ser ocupado por nuestra voz. El que quiera recibirla y comprenderla tendrá que otorgarnos a la Tez, también en silencio, un poco de su atención: un paréntesis de calma, un cobijo de buena voluntad acogedora, sin lo cual sería imposible cualquier experiencia o intento de comunicación personal, humana. Necesitamos del silencio para pensar y expresar, para oír y comprender, nosotros a los demás y los demás a nosotros. El ruido neutraliza a destruye la comunicación: paraliza la atención, narcotiza la conciencia, maltrata y rompe los significados.
La esperanza no es la pereza beata que aguarda inoperante, sino la diligencia iluminada que busca mientras construye afanosamente, y que construye con los demás. Como la planta que crece, no sola, sino con la tierra, con el agua, con el aire y con el sol; pero que devuelve pureza al aire, que, florida, hermosea el color de la luz y que regala, finalmente, la generosidad del fruto.
El hombre, en silencio, con esperanza, se siembra en el surco de la abnegación, {10} para la cosecha de la vida. Porque «si el grano no muere, no puede dar fruto...» En el silencio puede comenzar a creer en estas palabras. En el silencio se puede descubrir que, la aparente renuncia, se ha convertido en siembra, y In siembra en promesa de fecundidad, en esperanza de cosecha. Y por lo tanto en gozo y en fuerza.
La Biblia exalta la fortaleza que proviene del gozo exuberante de la bondad.
Otra fuerza es solamente corteza endurecida que oculta, hasta que se rompa, la vergüenza de la debilidad y de la mentira.
Isaías, mientras oleaba horizontes de consolación para su pueblo, y por encima de las previsiones políticas de otros contemporáneos suyos, clamaba el anuncio de la paz sobre los caminos diciendo:
«En el silencio y en la esperanza estará vuestra fuerza».
Fuerza del pensamiento y fuerza de la acción; fuerza clarividente de la verdad, fuerza y fecundidad del bien, que crece, que se va haciendo.
Nos quejamos, muchas veces, de lo que no se puede hacer, de la que no se puede decir. Y llevamos razón: en el mundo la verdad es maltratada y el bien, muchas veces impedido. Y, todavía, el valor positivo de lo que se dice o el Influjo del bien que, a pesar de todo, se hace, en gran parte se inutiliza a desvirtúa, al dar can In ignorancia indefensa, al tropezar con la tozudez errónea, o con el bombardeo aturdidor, unilateral y ruidoso de mensajes hueros, sentimentaloides, primitivos, superficiales y vulgares y, por lo mismo, aptos para dirigirlos a la manipulación de las masas, a su paralización ideológica, a su fatal enajenación.
Pero todo esto no es lo más grave. El mayor mal puede estar, solamente en la renuncia consciente al silencio interior que restaura y que ordena el espíritu, y lo mantiene vigilante y abierto para relacionare con el mundo y para mantener su interpretación correcta desde la serenidad de la inteligencia y de la fe.
Son menos temibles los influjos externos, los ruidos de fuera, que las perezas interiores, las comodidades negligentes, la falta de atención y discernimiento, de sinceridad y confianza, de diálogo y comprensión, de esfuerzo por hacerse comprender, de nobleza por merecer la confianza.
Los influjos externos poco podrían si no encontraran zonas del hombre al que se destinan, que son tierra de nadie", espacios inermes del pensamiento y de {11} la conciencia incultivados y todavía no despiertos.
El pensamiento, la conciencia, se cultivan desde dentro, desde el silencio. He aquí lo primero que hemos de defender en nosotros mismos, y lo que hemos de respetar y defender en los demás. De esta defensa, y de este respeto, se puede deducir la esperanza sólida del bien futuro del hombre.
El pueblo de Dios fue adoctrinado en el desierto para las esperanzas mesiánicas; el cristiano lo es en la oración para cualquier proyecto de bien; todo hombre lo es en la serenidad reflexiva para su propio desarrollo y el de la humanidad que le envuelve.
Tenemos la imagen en este frío de invierno, en el silencio vegetal de la naturaleza, que sabemos que es crecimiento interior, radicación de esperanzas para el consuelo de otra primavera, para la riqueza del verano, en el gozo y la fuerza del gozo, desde el silencio activo de la esperanza.
7. Dos tareas urgentes y cristianas: EL HOMBRE, LA FE
NO ES suficiente decir que nuestra época atraviesa por un nuevo humanismo, como si las transformaciones culturales y la evolución de la vida del hombre en el mundo de hoy fueran la simple repetición de las tales renacentistas, a cuatro siglos de distancia. Porque el hombre es una síntesis del universo y porque lleva en sí mismo la imagen del Ser absoluto e infinito que le trasciende, la actividad de la inteligencia y de la voluntad humana no agota los objetos de su interés ni puede paralizarse la profundización en la conciencia de su propio valor. No se repite nada: simplemente han crecido sus conocimientos, ha progresado en sus síntesis, ha perfeccionado la conciencia de su dignidad.
Por esto no nos puede sorprender que la Iglesia, en esta época nuestra, en uno de los documentos que es imprescindible tener en cuenta —la Gaudium et spes—, comience declarando que «es el hombre, pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» en el que centra Fu atención, para respetarlo, defenderlo y servirlo. Creyentes y no creyentes, afirma (GS, 12), están de acuerdo en que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos.
{12} No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material. Por su interioridad es superior al universo entero (GS, 14).
La constitución conciliar Gaudium et spes ofrece la complementación cristiana actualizada para una reflexión sobre los «naturales, irrenunciables e inviolables» derechos humanos.
Se acaba de anunciar, como de inminente aparición, un libro de la UNESCO, cuyo título EL DERECHO DE SER HOMBRE, alberca el contenido de multitud de documentos históricos, a través de los cuales se puede seguir esa odisea de la conciencia humana en pro de la justicia y de su propia dignidad. Será un libro conmemorativo del XXV aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, alabada, por Pablo VI, como una gloria de la ONU.
Pero el valor de cualquier conmemoración no se puede limitar a que sea registrada en los anales que se archivan, sino que debe traducirse en motivo de interés y profundización en lo que merece ser recordado. Por esta razón destacamos aquí el documento conciliar y este libro también básicamente documental.
Sobre la fe
Nos referimos a otro libro, igualmente de próxima aparición, en el que su autor, el padre Teófilo Cabestrero, recoge sus entrevistas con diversos teólogos centroeuropeos, españoles y latinoamericanos. Está anunciado con el título de «CONVERSACIONES SOBRE LA FE».
Sorprendidas o asustadas, críticas o inquietas, y también curiosas o irónicas, son muchas las personas que hablan, opinan o juzgan sobre la fe de los cristianos de hoy. Este libro está desprovisto de objetivos apologéticos y no será demasiado útil para los no creyentes; pero sí tendrá muchísimo interés para los cristianos capaces de seguir los diálogos que en él se ofrecen, en los que se tratan los problemas actuales de la fe, los peligros y riesgos que puedan afectarla y las tareas más urgentes que deban asumir los creyentes, es decir, la Iglesia, en relación con la fe.
Seriedad, franqueza, incluso cierta profundización sin academicismos, viva actualidad, competencia de los interviuados (Ladislaos Boros, Marcel van Caster, Heinrich Fries, Francois Houtart, Hans Küng, René Laurentin, André Liegé, René Marlé, Jürgen Moltmann, Joseph Ratzinger, Edward Schillebeeckx, Jean Marie R. Tillard, José Gómez Caffarena, José M. González Ruiz, Evangelista Vilanova, Enrique Dussel, Segundo Galilea, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo...), son sus notas más destacadas. Creemos, sinceramente, que este libro está llamado a hacer un gran bien".
Como una muestra del mismo, ofrecemos la conversación" con José M.
González Ruiz, no solamente porque es uno de los teólogos españoles más destacados, sino porque, en Albacete, tenemos el buen sabor de su paso por el Oratorio en una inolvidable conferencia, en mayo de 1969.
La «fe» y la FE.
Por José M. Gonzales Nuis LA FE es esencialmente una opción libre del hombre, y gratuita por parte de Dios. Es un diálogo entre Dios y el hombre, pero es Dios quien tiene la iniciativa.
Un auténtico creyente tiene plena consciencia de la gratuidad de su fe, y a la hora de la verdad no sabe dar "razón" de ella: cree, y no puede decir lo contrario. Así se explica que los verdaderos creyentes sean los más comprensivo, con el fenómeno del ateísmo: si para ellos la fe fuera el resultado de una rigurosa investigación, no comprenderían cómo otros hombres no llegan al mismo resultado. Pero, como tienen esa profunda experiencia de la gratuidad de su fe, son comprensivos con sus hermanos ateos.
Ahora bien, en un clima de "cristianismo convencional" se da frecuentemente el caso de que por "fe" se entiende otra cosa distinta: es una especie de convicción que justifica todo el universo vital y cultural en el que se mueve el individuo. Por eso, cuando por una causa u otra se derrumba ese universo, vemos a esos "creyentes" aferrarse desesperadamente a los elementos que constituían ese universo, creyéndose que efectivamente va a desaparecer la fe. Ahora bien, es cierto que la fe", va a desaparecer, pero de ninguna manera la Fe. Esta —la auténtica Fe— se desarrolla más fácilmente en un clima de resistencia, que hará más fácil la opción gratuita.
Cuando en una sociedad el ser creyente" es prácticamente exigido para ser ciudadano de primera clase, lo más natural es que se produzca el fenómeno de la "fe", pero no de la Fe: le falta el suficiente clima para que se produzca la dinámica de la gratuidad. No olvidemos que la edad de oro del cristianismo la constituyen los primeros siglos, en que ser cristiano era reato mortal según los cánones de la seguridad del Imperio romano.
EL MÁS GRAVE PELIGRO.
Para mí, el más grave riesgo es el intento de encerrar la Fe en una fórmula y eternizarla de esa manera. Los grandes teólogos medievales hablaban del Dios siempre mayor: o sea, que jamás la comprensión humana puede agotar toda la riqueza de la revelación de Dios. Y entiendo por "revelación" lo que propone la Biblia: no sólo la manifestación de un determinado saber sobrenatural, sino el desvelamiento de Dios que se manifiesta precisamente en el gesto de liberación de toda clase de esclavitudes. En el pórtico de la gran revelación de Dios en el Sinaí, a propósito de la promulgación del Decálogo, aparece esa declaración:
«Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he hecho salir de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud» (Ex 20, 2).
LAS TAREAS DE LA FE.
La tarea esencial y más urgente es, sencillamente, vivirla. La Fe no es un "depósito" que se posee como una cuenta bancaria, sino una vida que se desarrolla en presencia de ese Dios que manifiesta el poder de su brazo «derribando el trono de los poderosos y ensalzando a los humillados». (Job 5, 11, 12, 19; Sal 147, 6; Luc 1, 52).
Si la Iglesia no vive ese riesgo vital de la Fe, corre entonces el riesgo de perderla y sustituirla por la "fe".
{14}
8. EN FAVOR DE UN PROFUNDO HUMANISMO Y DE UNA IGLESIA JOVEN Y DINÁMICA
Nos parecen muy interesantes unas palabras del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que sacamos de un reciente discurso suyo. Manifiestan la actitud de la Iglesia ante la cultura, ante las ciencias humanas, para la fecundidad espiritualizadora del Evangelio que ella ha de comunicar al mundo. Fueron pronunciadas con motivo de la apertura de curso en la Universidad Pontificia de Salamanca, el día ocho del pasado octubre, en un acto académico, en el aula magna de la Universidad. Son, no sólo interesantes, sino significativas porque el cardenal Tarancón, además de Gran Canciller de aquella Universidad, es el presidente de la Conferencia Episcopal Española. Entre otras cosas, dijo el cardenal:
¿Qué es la Universidad?
La Universidad es como una confluencia de personas empeñadas en la investigación, en la docencia, y en el aprendizaje, que ponen en común sus saberes, sus preguntas y sus respuestas, sus dudas y opiniones, para crear un clima humano en el que la verdad aparezca y se difunda de la manera más limpia, más honesta, más completa y más enriquecedora posible.
La Universidad católica y los saberes humanos
Las mismas facultades eclesiásticas necesitan vivir enclavadas en este contexto más amplio de los saberes humanos para mantenerse en la línea donde realmente están las preocupaciones de las demás ciencias y disciplinas y para no perder el contacto con la realidad de la vida que ha de ser uno de los estímulos en orden a su florecimiento y eficacia. Además, todos los saberes, y particularmente los saberes sobre el hombre, despiertan en el creyente importantes cuestiones acerca de las exigencias concretas de la fe.
Pensar, enseñar y aprender para ayudar a los obispos
Los obispos, para realizar nuestra misión magisterial y pastoral, necesitamos de grupos de hombres estrechamente vinculados con nosotros, que se dediquen a pensar, a enseñar, a aprender. Pero no sólo en el ámbito estricto de las ciencias eclesiásticas, como podría parecer a primera vista; necesitamos también grupos de hombres que sepan mantener y desarrollar continuamente un diálogo {15} fecundo entre las ciencias eclesiásticas y las ciencias humanas y, más ampliamente, entre la Iglesia y el mundo.
Para que este diálogo sea eficaz, parece casi necesario que quienes cultivan las ciencias eclesiásticas se asomen al mundo de las ciencias humanas e incluso convivan con sus especialistas para que puedan recoger sus preguntas y sus aportaciones, y que haya también especialistas en las ciencias humanas que convivan y trabajen juntos con los que se dedican a las ciencias eclesiásticas.
Esta es la manera práctica —a mi juicio— de ir construyendo entre todos la armonía entre el mundo y la Iglesia, entre la historia y la salvación, entre la ciencia y la fe.
No es posible ignorar la realidad cultural secular
Está haciendo mucha falta que acortemos distancias entre la Iglesia y la cultura.
Ya quedan lejos aquellos tiempos en que Iglesia y cultura eran cosas tan estrechamente unidas que casi parecían hermanas y muy bien avenidas.
El desarrollo ha traído, entre otras cosas, la universalización y la secularización de la cultura. Y en la Iglesia no podemos vivir y actuar acertadamente ignorando lo que piensan y lo que sienten los que se dedican a las ciencias humanas.
Incluso tenemos la obligación de encarnarnos en la cultura actual para poder evangelizar eficazmente.
En favor de un profundo humanismo y de una Iglesia joven y dinámica
Es necesario, también, que los hombres de España —los que se declaran católicos y los que se consideran marginados de la Iglesia— puedan tener una comprensión cada vez mejor de lo que es la religión, de lo que es verdaderamente la fe cristiana, de la misión o intención salvadora de la Iglesia. Incluso creo que es necesario que se multiplique la figura del universitario y del profesional que se mueva en su actividad civil con una percepción profunda de lo que ha de ser la Iglesia en el mundo de hoy y del mañana, con un verdadero compromiso cristiano en favor de los valores auténticamente humanos: en favor de la verdad, de la justicia, de un profundo humanismo en todos los aspectos de la convivencia social. Y comprometido, al propio tiempo, en mantener una Iglesia joven, dinámica, alerta siempre a lo que ocurre en torno nuestro para proyectar sobre la realidad la luz de la fe y el espíritu del Evangelio.
{16}
9. 1974: PARA UNA FORMACIÓN PERMANENTE
Tomamos en consideración las recomendaciones contenidas en el Decreto conciliar sobre los Medios de Comunicación Social y la Constitución sobre la Iglesia y el mundo actual, en orden a la necesidad de la información, para ayudar al bien común de la sociedad, a cultivar la propia fe y a interpretar los hechos históricos y culturales en la perspectiva del providencialismo cristiano.
Con la expresión «FORMACIÓN PERMANENTE», queremos mostrar que se trata de continuar el proceso formativo, sin interrupción, para satisfacer las exigencias profundas de la personalidad humana en su desarrollo, y para responder a las demandas, cada vez más apremiantes, de un mundo que se transforma. Todos comprendemos hoy claramente que la vida de los individuos, la de las sociedades y la de los pueblos no puede contentarse con un nivel de formación dada en un mundo cuyas estructuras se hallan en constante transformación INFORMACIÓN {t} Los medios de comunicación social en un mundo en situación de cambio como el nuestro, nos aportan unos hechos y unas situaciones sobre las cuales la Fe debe incidir como respuesta vital.
«VIDA NUEVA» . Edita: P. P.C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
. Publicación semanal.
. Precio suscripción anual: 500 ptas.
Revista de información religiosa. Muy apropiada para seguir, sobre todo, la marcha y vicisitudes de la Iglesia en España en la hora actual. Interesantes los "pliegos" semanales, reportajes monográficos sobre un tema de actualidad para la Iglesia y el mundo.
«CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO» . Edita: «Edicusa» - Jarama, 19 (prolongación) – Madrid.
{17} Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 725 ptas. normal.
Revista imprescindible para seguir la evolución de la vida social española.
Trata de responder a la ausencia de una formación política seria en los medios españoles más cultos. Presenta soluciones y posturas que, dentro de lo discutible, hay que valorar seriamente.
«TRIUNFO» Edita: Triunfo - Plaza Conde Valle Suchil, 20 - Madrid-15 Publicación semanal.
Precio suscripción anual: 1.200 ptas.
Semanario de gran difusión. Proporciona muy buena información internacional, aunque pocas referencias al momento español. Culturalista.
Interesante y discutible.
«DESTINO» Edita: «Public. y Revistas, S.A.» - Consejo de Ciento, 425 – Barcelona.
Publicación semanal.
Precio suscripción anual: 1.040 ptas.
Semanario cultural. Más que revista de actualidad, es literaria, y de gran calidad.
PEDAGOGÍA DE LA FE
Es necesaria una profunda reflexión para responsabilizarse de la comunicación del mensaje repensando la propia fe personal.
«IMÁGENES DE LA FE» Edita: P. P. C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
Diez números al año.
Precio suscripción anual: 175 ptas.
Versión española de la ya veterana «Fêtes et Saisons» francesa. Cuidada presentación con números muy logrados. Clara orientación catequética.
Dirigida al público de nivel medio. Es de lectura fácil.
«LA BIBLIA Y SU MENSAJE» Edita: P. P.C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
Precio suscripción anual: 130 ptas.
Revista de divulgación bíblica. Expone de forma catequística y vulgarizada los grandes jalones de la historia de la salvación. Pedagógica para ambientes de nivel medio. Indicada para adquirir una visión de conjunto sobre la Sagrada Escritura, para cuantos no podrían emprender un estudio sistemático sobre la Biblia.
{18}
REFLEXIÓN CARA AL MUNDO
En los momentos como el nuestro en el que se da una situación social de cambio es cuando la fe nos sitúa en una instancia crítica para rechazar o asumir los nuevos valores.
«EL CIERVO» Editorial El Ciervo - Calvet, 56 - Barcelona-6.
Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 375 ptas.
Fiel a su trayectoria, sigue esta excelente revista informando con una perspectiva crítica y amena. Tiene todas las secciones de una revista de actualidad. Muy buena para seguir el panorama cultural.
«HECHOS Y DICHOS» Apartado 243 – Zaragoza.
Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 275 ptas.
Después de transcurridos tres años en la publicación de esta nueva versión de la Revista se puede decir que responde magníficamente a lo que debe ser una revista de orientación y pensamiento cristiano. Muy buenas colaboraciones.
«MUNDO SOCIAL» Edita: «Casa de Escritores S. L.» - Pablo Aranda, 3 - Madrid-6.
Once números al año.
Precio suscripción anual: 250 ptas.
Desde el mundo de los problemas sociales surge esta Revista, que llena un gran vacío en el panorama informativo español. Una visión objetiva y proposición de soluciones valientes son la tónica de sus planteamientos.
Responde así a lo que el Concilio pidió en las relaciones Iglesia-mundo, de acuerdo con la trayectoria de la nueva sociedad que nace.
«RESEÑA DE LITERATURA Y ESPECTÁCULOS» Edita: «Casa de Escritores S. L.») - Pablo Aranda, 3 - Madrid-6.
Precio suscripción anual: 400 ptas.
Reseña de literatura, arte y espectáculos. Revista "orientadora", que señala el contenido ideológico y el valor moral, estético y social de cada obra. Revista "selectiva" que analiza de preferencia aquellas obras que pueden ejercer influjo en la mentalidad actual.