Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 124. JUNIO. Año 1974.
0. SUMARIO
DESDE la ciudad, el verano, es una pausa; desde el campo la cosecha, el premio de los afanes, casi en la mano. Pausa es disipación, y cosecha la venganza de la avaricia, si hemos perdido la capacidad para la meditación, el gozo y el esfuerzo de la generosidad; si el sol de la pereza o de la codicia nos quemara las vidas en la huida o en el ardor inútil. ¡Que no sea así, que esperemos cosechas para convertirlas en nueva sementera para repartir! Hay un verano más alto, y un sol todavía más claro.
"METERSE" EN RELIGIÓN
EVIDENCIAS, APARIENCIAS
EL TIEMPO DE LAS COSECHAS
DESDE MOZAMBIQUE
NEWMAN, FUTURO SANTO
NUEVOS ESTILOS DE LA IGLESIA
CARTA A LOS FILIPENSES
CRISTIANISMO Y PENA DE MUERTE
LA MUERTE DE HEINZ CHEZ
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1. "METERSE" EN RELIGIÓN
ÚLTIMAMENTE se ha difundido mucho la frase: "se ha metido en política", para indicar las supuestas o reales intervenciones de la Iglesia en la esfera autónoma de lo temporal. No es éste el momento para precisar la ambigüedad de esta frase (por ejemplo: defender log derechos del hombre no es meterse en política, dice el Concilio Vaticano II en la GAUDIUM ET SPES, n. 76). Pero, del mismo modo que existe una esfera autónoma en lo temporal, también existe autonomía para la religiosa.
El interés en la defensa de la autonomía de lo temporal ha de compaginarse con el interés por la autonomía necesaria de lo religioso, en este caso, de In Iglesia. TAMBIÉN SE PUEDE DAR UNA INTROMISIÓN, INDEBIDA DE LO TEMPORAL EN LA IGLESIA. Por esto se podría repetir la frase opuesta que insinuamos, es decir: "se han metido en religión".
Este planteamiento necesitaría más amplios comentarios. Simplemente indican09 algunos. Por parte de personas politizadas, incluso miembros de la Iglesia, se producen intentos de instrumentalización de la acción de la Iglesia, para ponerla al servicio de ideologías diversas, de variado signo.
Se quieren instrumentalizar celebraciones eucarísticas, asociaciones aparentemente religiosas, actos de piedad, publicaciones...
Se dan presencias de toda clase en determinadas celebraciones de la eucaristía y actos de piedad que hacen suponer que son consecuencia de compromisos políticos más que de fidelidad a la fe.
Pero la celebración o la simple memoria piadosa de la muerte de Jesús recuerdan el único absoluto que relativiza todo el resto, incluso toda la política. «No os acomodéis a la imagen de este mundo». Los mismos mártires de Cristo lo son únicamente como testimonios del amor de Dios, y no de sistema alguno humano; de perdón insobornable, y no de polémica.
¿Qué decir de ciertas asociaciones Aparentemente religiosas? Por de pronto es preciso hacer notar que ninguna entidad puede arrogarse el titulo de católica sin el consentimiento de la autoridad eclesiástica legitima (Concilio Vaticano II, APOSTOLICAM ACTUOSITATEM, n. 24). Y cuando desde publicaciones que pretenden ser religiosas se ataca impunemente a la Jerarquía de la Iglesia, el cristiano no puede olvidar la vieja norma del catecismo de nuestros padres: que no es a partir de ideologías y opciones temporales desde donde hay que definir lo que es doctrina de la Iglesia.
Si pretendemos servir a ciertas ideologías tendremos solamente falsos domingos de Ramos. Si queremos ser radicalmente evangélicos, so puede repetir la acusación hecha a Jesús ante Pilatos de agitador del pueblo.
(Lucas, 23, 18). Si queremos ser simplemente evangélicos nos espera la crucifixión del Viernes Santo. Pero mantengamos la esperanza, porque Cristo ha resucitado. Él es nuestra Vida.
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2. Evidencias, apariencias
TANTO necesitamos y deseamos la verdad que, a veces, porque nos parece que se retrasa su evidencia, o porque nos resulta arduo acercarnos a ella, o porque se nos hace incompatible con algo de lo que no nos resignamos a abdicar, nos quedamos en la precipitada, presurosa, ficticia construcción de las apariencias. Decimos, incluso, «salvar las apariencias» para significar que, puesto que las cosas no son o no pueden "ser", por lo menos sí pueden "parecer".
Ser y parecer, los dos extremos de ese dilema que san Felipe repetía con frecuencia a la hora de postular rectitud y sinceridad.
El mundo de las apariencias es enorme: parecer ricos, parecer jóvenes, parecer buenos, parecer justos, parecer poderosos... En ocasiones, la angustia, la prisa por "parecer", por construir y colocarnos en la mejor escena ―o por mantenerla― tiene su origen, no precisamente en una torcida y malévola intención, sino en una beata intención de provisionalidad para salvar emergencias, pero interiormente comprometida a realizar, lo antes posible, la simple anticipada ficción de lo que debiera ser real. Compromiso que, excepcionalmente, se cumple; pero que, en la mayoría de las ocasiones, o bien se olvida o se renuncia, hasta que, repetida la estrategia en sucesivas oportunidades, la ficción se convierte en sistema, en arte de "parecer", de "bien parecer", en lo que el mundo entiende por sabiduría, o poder, o riqueza, o belleza, o ―por lo menos― bondad.
Lo cual nos convierte en tributarios, en esclavos de los sucedáneos de la verdad, alejándonos de la evidencia de las cosas, de la realidad, de la verdad que necesitamos, y que la misma prisa nos aleja de ella.
Pero esto ocurre no solamente a nivel personal, de hombre en hombre, sino colectivamente, en las grandes comunidades humanas. La destrucción o el fracaso de las apariencias individuales forma parte del drama personal de cada uno; pero la destrucción, el derrumbamiento de las grandes apariencias colectivas son matices, por lo menos, del devenir histórico de los hombres y de los pueblos, en el claroscuro de su acercamiento o de su rechazo de lo verdadero, o {3 (103)} de lo que creían verdadero. Cada vez que la suposición se anticipa a la realidad, se produce un fenómeno de apariencias" que se derrumban por la presencia de la realidad... o de otra suposición, si la realidad, todavía, se retrasa.
En estos días, por ejemplo, el "referéndum" italiano ha descorazonado a muchos; a muchos católicos, no solamente italianos, sino de todo el mundo y, naturalmente, también españoles. No vamos a entrar, aquí, en análisis ni en antologías de comentarios. Aunque en general es cierto que, entre nosotros, hemos podido constatar un poco más de modestia que en otras ocasiones y nos hemos abstenido, cautamente, en exhibir "nuestro" catolicismo con el orgullo irracional de otros tiempos. Tal vez por aquello de la barba y el vecino; pero, sin duda, también por una mayor sensatez cristiana, más allá de simples estrategias o de nuevas "apariencias" para seguir la moda cambiante...
Lo de Italia no ha sido un mal porque, en parte al menos, ha desmontado wia apariencia. En otros países y, por supuesto, también en España podría ocurrir algo parecido. Si somos observadores podemos entreverlo ya, y sin necesidad de "referéndum" alguno: las apariencias caen y Dios quiera que sea para un acercamiento a la verdad auténtica, y no para otras ficciones, como una escena más del teatro del mundo. No basta decir que somos católicos, y comienza a resultar sospechoso la necesidad de repetirlo demasiado, por lo de blasonar y carecer.
Los símbolos, el aspecto sociológico pueden ser, sólo de modo accesorio, favorecedores de la autenticidad; pero cuando ésta ha de apoyarse sola o principalmente en ellos, la autenticidad degenera, y la evidencia de la verdad se aleja. Los últimos en aceptarlo son precisamente los que lo utilizan todo, hasta el nombre de Dios ―vanamente― para apoyar otros intereses, incompatibles con la ley de Dios o, por lo menos, ejeros a ella, cualesquiera que sean las apariencias, las ficciones provisionales.
EL APLAUSO A LA PAZ.
Brescia. ― Millones de italianos, a través de la televisión, han seguido el rito fúnebre que se ha desarrollado en la plaza de la Loggia, en Brescia. Las palabras pronunciadas por el obispo después del Evangelio, condonando la violencia, pidiendo justicia e invocando paz, han llegado al corazón de todos los presentes en la plaza y sus alrededores, y al de millones de telespectadores; por el contrario, los demás discursos pronunciados al final del rito fúnebre han ido acompañados de silbidos. (De los periódicos).
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3. EL TIEMPO DE LAS COSECHAS
TAMBIÉN la Iglesia, tiene su tiempo de cosecha. La Liturgia nos ha hecho discurrir, durante el año, por los misterios cristianos. Nos ha mostrado a Cristo: su vida, Eu Evangelio, su Liberación, su Iglesia. Y, enseguida, log frutos de esta obra salvadora, transformadora del mundo; enseguida esas grandes figuras que ocupan, en la conmemoración de las celebraciones litúrgicas, el tiempo posterior al del recuerdo y celebración de los grandes misterios del Señor: san Juan, san Pedro, san Pablo, la Virgen María... se irán convirtiendo, junto con otros nombres gloriosos, en otros tantos hitos que el pueblo cristiano tendrá en cuenta, como un aliento y un gozo anticipado de triunfos esperados, que ya se han realizado en los que nos han precedido en la profesión de la fe, y en el esfuerzo por llevar el Evangelio a la vida.
Los Santos son el fruto de la Redención, con la confirmación del Evangelio, son el triunfo de la Gracia, son los hermanos de los hombres... Son lo que queremos ser, lo que debemos ser.
Es un error, es una mutilación, por lo menos, reducirlos a meros intercesores de socorros para emergencias de los que los invocan. Es aleccionador que la Iglesia, en su liturgia, no posee ninguna oración dirigida a los Santos, ni siquiera a la Virgen... La Iglesia alaba a Dios por sus Santos, y porque éstos han sido una alabanza encarnada en la vida, en el tiempo, en el lugar de los hombres:
aquí, donde nosotros mismos estamos.
" Los Santos no son pajes de Dios, auxiliares de su Reino, ministros de sus gracias. Son sus hijos, son los héroes de la fe, de la esperanza y del amor. Y 100, además, hermanos nuestros. Dios no necesita de criados celestiales, aunque sea verdad que nos asocia a El mismo y a todos los que le han amado. El Reino de Dios que nosotros solemos imaginar, no pasa, en ocasiones, de un reino corno los terrenos, aunque sea tal vez perfeccionado, pero perfeccionado en lo que alcanzan nuestras perspectivas terrenas. El Reino de Dios no es como los reinos de este mundo.
No somos iconoclastas y porque creemos en la Gracia y en la misericordia de Dios, creemos en sus frutos y esperamos porque creemos. Esperamos que también nosotros entremos en la familia que la Gracia conjuga y que llamamos "comunión", algo más que simple noticia, conocimiento o comunicación; algo que implica convergencia de vidas sin que se anulen las personalidades, sino enriqueciéndolas precisamente. Algo que llamarnos "comunión de los Santos".
Que tiene una profunda verdad desde Dios, y que no cabe en el mundo, ni agotan nuestras mentes; que es todavía un misterio a descubrir con el progreso {5 (105)} de la experiencia de Dios a través de la vida de fe y de Gracia, pero cuyo calor, como una energía que se insinúa, que crece y que va incorporándose a la vida, invade la existencia cristiana preparando la edificación de la gran familia, del pueblo de Dios, de la hermandad universal en la que la fe ha de ser la verdad y la Gracia la trabazón y el dinamismo de su pujanza, desde el tiempo, pero hacia la eternidad.
Los Santos ya tocan esa eternidad, en la que, es cierto, también estamos los demás creyentes, pero que todavía no se nos evidencia. Caminamos hacia ella, hacia la evidencia esperada, alcanzada ya por los Santos. Por esto los amamos, por esto nos alientan, nos honran incluso.
Y en medio el Señor, Jesucristo, el Santo, el Hombre ungido por la misma Divinidad, al que los Santos se parecen, y al que queremos, debemos, parecernos. Porque la cantidad es precisamente esto. Y por esto la santidad es como una cosecha. Cosecha de Cristo, que quiso ser el grano que cae en la tierra, que consiste en morir, porque, de su muerte, surge el tallo y la espiga. Ese tallo es la Iglesia, esa espiga, la constelación gloriosa de los Santos, el fruto de la Redención.
Cristo, semilla y labrador, obrero y hacendado, servidor de los hombres y Señor del mundo. Y los Santos, riqueza de la Iglesia, cosecha de Cristo. Y también ellos, a la vez, semilla y planta, que multiplica las ramificaciones de la Gracia y fecunda, propagándola, el reino de los hombres para transformarlo en Reino de Dios.
El mundo entero es campo de Dios; el tiempo los surcos, y semilla la fe, la Palabra. Tierra y campo es también cada parcela del mundo, cada corazón de hombre, que oye la Palabra y que es capaz de entenderla y guardarla y hacerla fructificar. Los Santos fueron eso: hombres que recogieron la semilla, que dejaron que en ellos echara raíces, que ellos mismos, identificados a Cristo, se sembraron y dieron abundancia de frutos para los graneros eternos.
María, Juan, Pedro, Pablo... Como la primera espiga del campo del Señor.
Y habrá más espigas.
El trabajo no es una mercancía, en expresión de la persona humana.
Nunca el trabajo por encima del trabajador:
jamás el trabajo contra el trabajador:
el trabajo al servicio del hombre.
y todo hombre al servicio de sus iguales.
(Pablo VI. l. O.LT.)
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4. DESDE MOZAMBIQUE
DESDE Mozambique, pero unos meses antes de los cambios políticos de Portugal, del pasado mes de abril, decía el obispo de Nampula, Mons. Manuel Viera Pinto, rompiendo el miedoso silencio que se cernía sobre las noticias oficiales y oficiosas, a propósito de la salida del país de los Padres Blancos:
En defensa de los misioneros
No podemos aceptar las afirmaciones calumniosas contra los misioneros que buscan, a través de las diversas actividades de la evangelización, el ser fieles al Espíritu que los envía u proclamar la dignidad de los pobres y a dar testimonio, con peligro de la propia vida, de la justicia y del amor.
Negaríamos la autenticidad de nuestra comunión fraternal y de nuestra vocación de heraldos de la Verdad, si no manifestáramos nuestro reconocimiento a los Padres Blancos por su magnífico trabajo de promoción y de evangelización. Cuantos acusan a los misioneros de ser agentes de la subversión ofenden la verdad y la justicia. Deseamos ver a la Iglesia de Mozambique más independiente y más autónoma en su propia esfera, libre de compromisos y de ambigüedades que la desfiguran y restan la capacidad de anunciar eficazmente el Evangelio. Preferimos una Iglesia perseguida pero viviente, in una Iglesia ampliamente subvencionada pero gravemente comprometida con los poderes temporales.
En una carta dirigida al Papa Pablo VI, escribía a principios de agosto del año pasado, el mismo obispo y a raíz de los mismos hechos:
Nosotros (los obispos) con el deseo de no invadir competencias que no son las nuestras, hemos caído, con frecuencia, en la prudencia de la carne y hemos comprometido a la Iglesia con la guerra y con los males de ella derivados.
Las informaciones inmorales
Sabemos que una información es inmoral cuando no obedece a la ley fundamental de la verdad y de la justicia, o cuando no promueve una sana opinión pública, cuando no contribuye a que los hombres consigan por la comunicación reciproca entre ellos una más profunda conciencia comunitaria, que debe ser cada día más justa, más libre, más fraternal. Sabemos que es más inmoral, todavía, la manipulación de la verdad, ofender la justicia, destruir la libertad de pensamiento y, por consiguiente, enajenar las conciencias… Sí, nosotros sabemos todo esto, pero no nos atrevemos a decirlo con la necesaria claridad.
Condenación de la guerra
Que nadie se sorprenda, por lo tanto, que los misioneros más reflexivos nos acusen y declaren que no nos tienen confianza. Es necesario afirmar, con urgencia y claridad, a unos y otros, aquí y allá, que una guerra, por ser en sí misma una {7 (107)} violencia extrema del hombre contra el hombre, de un pueblo contra un pueblo, origen de situaciones de odio y de muerte, no puede ser querida por Dios, ni puede ser bendecida por la Iglesia ni aceptada por la conciencia.
Es necesario decir claramente que son crímenes de esa humanidad el exterminio de poblaciones inocentes, las represalias contra civiles desarmados: las ejecuciones sumarias de prisioneros y de posibles culpables: las torturas para arrancar secretos o confesiones, para convencer o para corregir; el terror como arma de persuasión o de exterminio. Actos todos que son criminales, lo mismo que las órdenes emanadas para que sean ejecutados.
La verdadera paz
Es necesario que, con urgencia, se diga que la paz no resulta del silencio de los muertos, sino que es obra de la justicia, entendida principalmente como reconocimiento de los derechos y de los deberes de los hombres y de los deberes fundamentales de los hombres y de los pueblos.
La paz no es algo que solamente hay que mantener, sino que hay que producir, y producir a partir de la verdad, de la justicia, del amor y de la libertad.
Hubieron otras declaraciones de Mons. Manuel Viera Pinto.
Huelga decir que el obispo de Nampula, por orden del gobierno portugués, fue expulsado de su diócesis y regresó a Portugal en fecha reciente: el 14 de abril último, pocos días antes de los cambios habidos en el país vecino.
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5. La beatificación de Newman. personaje de la semana: El cardenal Newman, un converso, futuro santo
Recogemos lo que la revista «VIDA NUEVA» escribía, hace poco, en una de sus secciones que titula «El personaje de la semana». Decía así:
Los católicos británicos se congratulan de la posible beatificación del cardenal Newman, en la que la Congregación para las Causas de los Santos están trabajando activamente. Si se puede completar la documentación y se concluyen las necesarias investigaciones, la Santa Sede programaría ese acto dentro del próximo año santo (que comprende desde la Navidad de 1974 hasta la de 1975). Así lo ha manifestado el cardenal Luigi Raimondi, Prefecto de la mencionada Congregación, diciendo que se tenia la esperanza de que así fuera.
Nacido y criado en la confesión anglicana, Juan Enrique Newman fue clérigo y profesor de la Universidad de Oxford, alcanzando las más altas cumbres del pensamiento teológico de su Iglesia. Al renunciar 1 ésta, en 1845, cuando contaba 44 años, para entrar en el catolicismo, se produjo una gran conmoción en Gran Bretaña.
Su conversión, independientemente de la sensación causada, tuvo mucho efecto debido a sus actividades docentes y sus escritos.
En 1847 se ordenó sacerdote y fundó la Congregación del Oratorio en el Reino Unido. Por indicación de los obispos de Irlanda trató de establecer una Universidad católica en Dublín, que no tuvo éxito, pero que dio origen a unas conferencias sobre «Idea de una Universidad» que han pasado a la categoría de «clásicas». Un ensayo suyo titulado Consulta a los fieles en materia de doctrinas, le puso en entredicho en el Vaticano, hasta que se le exoneró en 1867. Por entonces escribió su aplaudida «Apología pro Vita Sua»), en donde expone sus ideas religiosas. En 1870 publica otra de sus mayores obras: «Grammar of Assent», en donde trata de cómo los hombres alcanzan la convicción religiosa.
Pio IX le invitó a asistir al Concilio Vaticano I, pero rehusó.
Otra vez tuvo problemas con el Vaticano por culpa de una defectuosa traducción al italiano, de una defensa suya a la infalibilidad del Papa, en una pública «Carta al Duque de Norfolk», que había sido, sin embargo, acogida con simpatía por católicos y anglicanos en su país. El cardenal Manning, de Westminster, antiguo oponente suyo, le defendió.
En 1879 fue creado cardenal, pero no dejó su ascético modo de vida en el Oratorio de Birmingham, donde murió un año más tarde.
Las investigaciones para su beatificación se están realizando desde 1961 y, según Mons.
Francis Davis, vice-postulador de la causa, la comisión histórica encargada del caso aun tiene tarea para un año. Por el momento, se han editado quince volúmenes de cartas del cardenal, que formarán parte importante de la documentación. Otros quince volúmenes están dispuestos para editarse, pero diez de ellos pertenecen a su época de clérigo anglicano y no tendrán la misma importancia:
El cardenal Newman nació en Londres, en 1801 y fue una de las más grandes figuras del catolicismo británico después de la Reforma. Mientras permaneció en Oxford animó un movimiento en esta ciudad universitaria que se califica como de las primeras iniciativas ecuménicas.
Su estudio, en la residencia del Oratorio de Birmingham, se conserva tal cual él lo dejó.
Muy dotado para la expresión escrita, sus obras aún están muy cotizadas y se venden muchas en todo tipo de ediciones.
M. G. S. E.
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6. NUEVOS ESTILOS DE LA IGLESIA
CUANDO nos detenemos a considerar el progreso evolutivo de la Iglesia de nuestro tiempo, no podemos atribuir su vigor únicamente al reciente Concilio Vaticano II. Realmente la Iglesia ha estado siempre en evolución. Desconocen su naturaleza e, incluso, desconocen la condición de todo lo que es histórico, aquellos que se sorprenden de que ella no se resigne al inmovilismo. El cardenal Newman ya había dicho «que la Iglesia debe cambiar precisamente para ser fiel a su misión, a sí misma». La dimensión temporal en que se desenvuelve comporta inevitablemente, necesariamente, que acompañe a los hombres en su propia historia, y que les anuncie y proponga el Evangelio de la manera que ellos mejor puedan entender, en cada una de las variadas situaciones en que se mueven, según el orden de la Providencia y también según la misma propia capacidad natural humana, variable, evolucionante, perfectible.
El "movimiento litúrgico"
Uno de los factores menos lejanos que han influido en los nuevos estilos de la Iglesia, se debe, sin duda alguna, al llamado "movimiento litúrgico", que impuso una revisión de muchas formas {10 (110)} de piedad cristiana anquilosantes y rezagadas y, en muchas ocasiones, incluso desviadas y deformadoras del mismo concepto del cristianismo. La defección, el recelo o la desconfianza con la que tantos hombres sensatos se han mantenido alejados del cristianismo se ha debido, con frecuencia, a la visión de esa imagen deformada que, precisamente, no era la auténticamente cristiana. Históricamente hemos asistido a grandes movimientos en beneficio del hombre, que se han proclamado indiferentes o incluso hostiles respecto al cristianismo, precisamente en virtud de esa externa y patente deformación parcial, pero notoria, que a ellos les ha tocado contemplar. Ni vale que acusemos, a las jerarquías de la Iglesia, porque hemos sido la gran masa de cristianos los que, por pereza, o por temor de sentirnos desprotegidos de otros intereses no espirituales, nos hemos cerrado a toda evolución que pudiera hacer problemática la conservación de determinados egoísmos. Egoísmo que hemos querido apoyar, no sirviendo a Dios, sino sirviéndonos de Dios.
El "movimiento litúrgico", iniciado hace algo más de un siglo en Europa, por el benemérito benedictino Guéranger, proseguido luego por Schuster, Parsch, Marmion, Guardini y otros, encontró en nuestra Península, aunque algo tardío, efectivo eco con la celebración del I Congreso de Liturgia español, en el año 1915, en el monasterio de Montserrat. De aquel hito surgieron obras de investigación del entonces canónigo tarraconense Goma, del oratoriano Cirera, del benedictino Gubianas, y de Carreras, Glascar, Cardó... que si bien tuvieron su foco en el ámbito catalán, especialmente barcelonés, pronto fueron encontrando resonancias en el resto de España, sin que faltaran los alientos de la jerarquía más despierta ni los fervores y el rigor científico y estético de los mejores núcleos culturales del clero joven español.
Las críticas
No faltaron las críticas ni las resistencias contra aquel "movimiento" revisionista y depurador: los más acérrimos de sus críticos calificaban la corriente liturgista de demoledora, extranjerizante, iconoclasta o la identificaban con posiciones totalmente ajenas a los valores espirituales, bien por error o ignorancia o, simplemente, por esa miopía recelosa y soberbia en el fondo, que se niega a aceptar como posible y sobre todo como bueno, lo que ella misma no inventa. Los más benignos sonreían desconfiadamente como si aquello se tratara de un fugaz arqueologismo romántico de última hora, novelero y pseudomístico.
{11 (111)} El tiempo, sin embargo, ha dado la razón al "movimiento litúrgico" que fue, en cierto sentido, el primer impulso recogido y manifestado en la promulgación de los acuerdos conciliares.
El Concilio del papa Juan
Pero no podemos olvidar que, lo más importante del Concilio, no han sido las normas emanadas del mismo, sino la actitud difundida, abierta y dinámica, de renovación generalizada en la Iglesia. Cuando todavía espíritus recelosos o rezagados minusvaloran o silencian algunas de sus conclusiones más aperturistas, cargando el énfasis en sólo textos incompletos de los que podría sospecharse una carga de conservadurismo, lo que combaten, en realidad, no son las normas que discuten o esconden, sino ese general aperturismo tan en consonancia con los tiempos por los que, en todos los aspectos, estamos los hombres de hoy llamados a representar y organizar humana y comunitariamente en el mundo que nos toca vivir. Las normas del Concilio envejecerán mucho antes que el espíritu que representó y que, simbólicamente, perdura en la imagen enseguida aceptada del papa Juan XXIII.
Las revisiones
Y de la Liturgia al culto de los santos, a la administración de los sacramentos, a la evangelización y proposición de la palabra de Dios.
Ya no es posible mantener indiscutido una especie de "Olimpo cristiano", donde los héroes de la fe, los Santos, sean considerados como diosecillos benefactores en función de especiales intercesiones en una especie de gran supermercado de las gracias y de los milagros. Se les restituye la figura de hermanos en la fe, de predecesores en el Reino de Dios, de testimonios y ejemplares seguidores del Evangelio consubstanciado con la vida.
Se revisa no el contenido y la doctrina sobre los Sacramentos, sino su administración, para liberarlos de las superficialidades y convencionalismos paganos o por lo menos marcadamente sociológicos, dejando a margen las realidades sobrenaturales a que están ordenados. ¿Se puede bautizar a un niño inconsciente, en especial cuando sus padres no tienen fe o viven prácticamente prescindiendo de ella, ignorantes de lo que es un sacramento?
¿Es posible, a partir de la misma ignorancia, un matrimonio cristiano y sacramental, sólo porque es costumbre social que la convivencia de hombre y mujer, en determinados lugares llamados cristianos, se vería mal si la pareja no pasara por la Iglesia? ¿Y qué decir de las primeras comuniones, donde el acto de comulgar o de acudir donde el niño comulga es sólo, o poco más, que la cita para una gran fiesta en la que la Eucaristía no representa casi nada, más allá de un pretexto para una reunión o una fiesta donde se ignora el misterio del Cenáculo? ¿Y qué de las confesiones sin pecados, en busca de tranquilizantes o de consuelos, tal vez más que de gracias y verdadero perdón?...
Esta: y otras revisiones, precisamente a partir de la Liturgia, se plantean en la Iglesia de hoy, no para destruir los Sacramentos, ni para falsear la Palabra de Dios, sino precisamente para defender su pureza, para dejar atrás lo puramente convencional y paganizado, para liberar los signos de la Gracia de las ideas talismánicas que en muchas perduran. Y, en cuanto a la Palabra {12 (112)} de Dios, para depurarla de tópicos cansinos o literarios y ponerla al servicio de la fe que ella debe alimentar en los sinceramente fieles, tanto si son ilustrados como si son sencillos demente , con tal que, honrada y verdaderamente se esfuercen, con esperanza y buena voluntad, en llevar a la vida la verdad en ella encerrada y que el Espíritu se encarga de ir manifestando cuando los egoísmos o los miedos no cierran los caminos de la Verdad ni apagan, extinguiéndolo, el aliento del Espíritu.
Entonces la Palabra de Dios interesa, porque nos lleva más allá de nosotros mismos, al mundo abierto que hay que fecundar con la levadura del Evangelio, haciéndonos levadura del mundo y semilla del anuncio salvador, transformador, a todos los niveles, que es preciso operar. Entonces el cristiano no puede huir del mundo, sino intentar transformarlo desde criterios más que naturales; surgen entonces los compromisos; las dificultades, la necesidad de aguzar la inteligencia y de despertar el corazón y volver a oír la Palabra del Señor: «No tengáis miedo, que nada os acobarde: si creéis y me amáis, el Padre también os ama, y él y yo venimos a vosotros y hacemos dentro de vosotros nuestra morada».
Todo esto, naturalmente, es más que cumplir unos mandamientos; es más que procurar "salvarse"; es más que llevar una vida que se pueda decir, en la sociedad donde se vive, "decente"...
Todo esto pide más que listas de actos, que cumplimientos de leyes y reglamentos. Todo esto pide la vida. Todo esto lo pide todo.
Más que religión, vida
Ya no es posible inmovilizar y reducir a lo meramente talismánico, el aporte del cristianismo a la humanidad; ya nos resistimos, incluso, a llamar "religión" al cristianismo, ya que, en rigor, es más que una religión, porque el concepto que aplicamos a las demás y a las formas paganas, olímpicas, idolátricas o supersticiosas, no nos sirve ―ni mejorado― para el cristianismo. El Cristianismo es una vida: no una vida "relacionada" –"relación", "religación", "religión"...con Dios, sino una vida "transforma.
da" por Dios, por el misterio de Cristo, Hijo de Dios que, en él, nos asocia al Padre, del que se transfunde una vida ya nueva, a partir del Bautismo.
No vale ya el Bautismo sociológico, el de inscripción para posteriores legitimaciones convencionales humanas, mixtificadas y confusionantes sin clarificación explícita de los sentidos que deben tener, que es necesario comprender para admitir con validez humana y consciente..
* No obstante, esto mismo todavía no es aceptado por gran parte de la masa ―a veces intelectualizada en otros aspectos, pero ignorante, pagana todavía en el de la verdadera fe―. El tiempo del cristianismo convencional o sociológico, ha terminado; los conceptos de "cristiandad" se amortizan inexorablemente, cualesquiera que sean, todavía, las actuales resistencias a admitir este hecho irreversible. No se destruye, ni se desintegra la Iglesia; no desaparece el Cristianismo; no se desprecia el Evangelio; sino que se intenta recuperar su verdadero sentido, porque es el único que puede interiormente liberarnos y hacernos comunitariamente Iglesia de Cristo y dar forma al mundo nuevo que amanece.
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7. Carta a los Filipenses
ES UNA de las cartas más importantes de san Pablo. El, viajero y evangelizador de Cristo por todo el mundo a su alcance, no fue el obispo fijo de ninguna de aquellas primeras comunidades cristianas; pero si hubiese tenido que elegir una, seguramente habría sido ésta de Filipos, porque era su comunidad, su iglesia predilecta, de la que siempre recibió apoyo, y con la que estuvo en estrecha relación hasta el día de su muerte.
Esta «Carta a los Filipenses que nos conserva el Nuevo Testamento, es el escrito de un pastor separado de sus fieles, por la fuerza. Pablo está detenido en la cárcel, no sabe por cuánto tiempo, ni como será el final. La causa es la predicación del Evangelio». Pero Pablo serenamente, incluso gozosamente, Vuelve el corazón a sus hijos espirituales, en esta carta tan poco doctrinal, pero afectuosa, entrañable.
Filipos, ciudad itálica, colonia romana, casi una "Roma en pequeño", cosmopolita, civilizada, con caminos abiertos al continente ―primera etapa de Europa― y un puerto que es puerta del mar... Filipos, la primera ciudad europea donde hubo cristianos. Pablo el primero que predicó y bautizó en ella. Allí una mujer ―Lidia― sencilla, inteligente, generosa y emprendedora, que tenía un comercio, aceptó la doctrina de Cristo y se bautizó: el primer cristiano europeo.
Y luego los demás, cediendo ella su hogar para la predicación del Evangelio.
Y con el crecimiento de los discípulos de Cristo, las penas, las persecuciones. Desde la prisión Pablo les escribe esta carta, cuyo primer capítulo reproducimos.
Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, y siempre, en toda oración mía, todas mis súplicas por todos vosotros las hago con alegría, por vuestra contribución a la causa del Evangelio desde el primer día hasta ahora, teniendo esta confianza: que el que empezó entre vosotros la obra buena, la llevará al su término hasta el día de Cristo Jesús. En efecto, justo es que yo tenga estos sentimientos con respecto a todos vosotros, porque os tengo en mi corazón, partícipes como sois todos vosotros de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Pues Dios me es testigo de cuántos deseos tengo, en las entrañas de Cristo Jesús, de estar con todos vosotros. Y ésta es mi oración: que vuestro amor todavía abunde más y más en el conocimiento perfecto y en toda sensibilidad, hasta que lleguéis a discernir los valores de las cosas, para que así {14 (114)} seáis puros e irreprochables para el día de Cristo, llenos del fruto de justicia que se obtiene por medio de Cristo para gloria y alabanza de Dios.
SENTIMIENTOS DE PABLO
Quiero, hermanos, que sepáis que mis asuntos han resultado más bien en progreso del Evangelio, hasta tal punto, que en todo el pretorio y entre todos los demás se ha puesto de manifiesto que mis cadenas son por Cristo, y la mayor parte de los hermanos, cobrando confianza en el Señor a causa de mis cadenas, han redoblado su audacia para predicar sin miedo la Palabra de Dios.
Algunos, es cierto, proclaman a Cristo por envidia y rivalidad; pero otros, con buenos sentimientos. Estos lo hacen por amor, sabiendo que estoy puesto para defensa del evangelio: los de la rebeldía, anuncian a Cristo, no noblemente, creyendo que suscitan tribulación a mis cadenas. Pero ¿qué importa? En todo caso, como quiera que sea, por hipocresía o por sinceridad, Cristo es anunciado; y de esto me alegro y me seguiré alegrando.
Pues yo sé que esto redundará en salvación mía, por causa de vuestra oración y por la asistencia del Espíritu de Jesucristo, según mi ávida expectación y mi esperanza de que en nada seré defraudado, sino que, con toda valentía, ahora como siempre, Cristo será públicamente magnificado en mi cuerpo, ya sea mediante la vida, ya sea mediante la muerte. Pues mara mí, el vivir es Cristo; y el morir, una ganancia. Pero si el vivir en carne, esto me supone una actividad fructuosa, yo no sé qué escoger. Me encuentro en esta alternativa: por una parte, aspiro a irme y estar con Cristo, lo que, sin duda, sería lo mejor; pero, por otra parte, creo que permanecer en la carne es más necesario para vuestro bien. Y confiado precisamente en esto, sé que me quedaré y que estaré con todos vosotros, para vuestro progreso y gozo en la fe: para que, por mi nueva presencia entre vosotros, tengáis en mi persona un abundante motivo de gloriaros en Cristo Jesus.
HAY QUE LUCHAR CON VALOR POR LA FE
Solamente, llevad una vida digna del Evangelio de Cristo, para que, ya sea que vaya a veros, ya sea que esté ausente, oiga yo decir de vosotros que estáis firmes en un solo Espíritu, luchando a una por la fe del Evangelio, sin dejaros amedrentar en nada por los adversarios, lo cual es para ellos indicio cierto de perdición; pero para vosotros, de salvación.
Y esto procede de Dios: porque a vosotros os ha sido concedido, no sólo el creer en Cristo, sino el sufrir por él, librando el mismo combate que visteis en mí y que ahora oís decir de mí.
Nosotros hemos aprendido de Cristo que el hombre ha sido creado creador.
Roger Garaudy
{15 (115)}
8. Consideraciones cristianas sobre la pena de muerte
DISPONER, a sangre fría, de la vida de un hombre, es de muy difícil justificación cristiana; en especial desde la madurez reflexiva de la sociedad actual. O es prevalencia tardía del ojo por ojo y diente por dientes que condenó Cristo; o incapacidad de corregir la delincuencia de otra manera más de acuerdo con el misino modo de hacer de Dios, autor de la vida, y de la vida del hombre.
En la geografía de mayor influencia cristiana, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades inmediatas, se han reducido sensiblemente las zonas de vigencia de la pena de muerte: en Europa ya sólo quedan tres Estados que la incluyan en sus códigos; los demás la han eliminado, o suspendido prácticamente su aplicación.
La repugnancia de los países civilizados a la pena de muerte no es debida a sentimentalismos, sino a una mayor estima de los valores y derechos humanos y al respeto a la obra del Creador.
Es de esperar que del mismo modo que se han superado ―por lo menos teóricamente― las justificaciones de la esclavitud, no tardemos en ver superadas otras incongruencias en el modo de entender la justicia de los hombres. Respecto a la pena de muerte algo se ha avanzado desde los tiempos en que el "paterfamilias" romano tenía el derecho de castigar con esta pena no sólo a sus esclavos, sino a su mujer y a sus propios hijos; pero nos falta hacer sentir todavía un poco más la calidad humana y racional de nuestra justicia después, sobre todo, de que Cristo ―víctima en la que se condenan todos los errores e injusticias humanas― nos ha conminado a superar la ley de talión.
En anuencia con el cardenal Jubany, prelado de Barcelona, la Comisión Justicia y Paz de aquella archidiócesis, ha elaborado un documento de reflexión cristiana en orden a sensibilizar a todos, pero en especial a las comunidades cristianas, sobre esta materia, con ocasión de la Pascua del Señor de este año.
De cuyo documento extraemos algunos párrafos.
Filosofía de la pena de muerte La pena de muerte originariamente se presenta vinculada a una concepción simple de la sociedad, en la cual se mezclan los conceptos de "venganza", "punición" y "defensa del cuerpo social". De hecho, en la medida en que la estructura social es más primitiva, son más también los delitos sancionados con la pena de muerte (robo, incesto, aborto... etc.). Y, todavía hoy, podemos observar que, cuanto más simplista es la mentalidad de una persona, más fácilmente se muestra inclinada a aceptar la pena de muerte.
El "elemento vindicativo ha sido formulado claramente por la llamada "ley del talión", que precisamente Jesucristo {16 (116)} nombró como término antitético de su ley nueva del amor (Mateo, 5).
El "elemento punitivo" toma ya un aire menos noble al pretender un equilibrio teórico entre el bien y el mal. Pero es evidente el carácter abstracto de esta pretendida compensación, al margen de la persona real y concreta.
El "elemento de defensa de la sociedad" es, dentro de su pragmatismo, uno de los que, en la actualidad, probablemente mantienen más adeptos de la pena de muerte.
Pero esta tendencia está cada vez más en desacuerdo con las personas de moral más exigente y con los resultados prácticos analizados a la luz de la ciencia moderna.
En una palabra, es obvio el carácter primitivo y rudo de la filosofía que ha inspirado el establecimiento de la pena de muerte en las diversas sociedades.
Retroceso de la pena de muerte Si el origen de la pena de muerte se fundamenta en una filosofía primitiva del hombre y de la sociedad, su abolición se establece sobre la maturación de la conciencia humana..
En general, y desde un punto de vista educador de la sociedad, es preciso tener en cuenta el hecho demostrado de que el carácter contrario a la conciencia de la época de un sistema primitivo constituye un estimulo que pone en actividad las inclinaciones delictuosas.
Otro adelanto de nuestra época es la dificultad para aislar el delito cerrándolo en la individualidad del delincuente. Hoy es indispensable contar con el contexto social que da lugar a comportamientos:
individuales y llegar a descubrir lo que, en lenguaje cristiano, llamamos "pecado colectivo".
Las concepciones jurídicas modernas siguen asignando, como es lógico, al Estado, la misión de proteger todo el cuerpo social de los ataques de cualquier posible delincuente. Pero apuntan a la progresiva creación de unos dispositivos técnicos orientados hacia la prevención y corrección, no a la venganza, del delito. Nuestras sociedades no se encuentran ya en una situación incipiente, de inmadurez, que pueda justificar el recurso al terror de la pena capital como único medio. Más bien diríamos que, a pesar de las deficiencias, hemos entrado ya en aquel proceso de perfeccionamiento que, como ha dicho Pessina, crea una situación jurídica nueva.
Desde esta nueva situación, toda condonación de venganza hace desechable la pena. La conciencia jurídica de los pueblos quiere, precisamente, que la pena sea la negación absoluta del delito. Y, por lo tanto, que evite cualquier homogeneidad con el mismo. Por esta razón el Estado, al infligirla, no puede, en modo alguno, imitar al delincuente en su acción repudiada.
No debe repetir lo mismo que él castiga precisamente porque lo considera criminoso. El principio de la igualdad entre delito y pena es asumido, de este modo, en un plano superior, digno del espíritu humano. La "similitudo suplicii" es substituida por el principio de proporcionalidad que contiene una doble vertiente: la de la "cantidad" y la de la "cualidad". Ambas se complementan y se compenetran: porque la cualidad de una pena puede asumir una cantidad mayor o menor de castigo, y porque la cantidad es también una de las cualidades de la punición. Atendiendo a que la proporcionalidad no puede consistir en la imitación del hecho criminoso, será preciso buscar, fuera de la pena capital, una gradación de castigo según la diversidad de delitos ("Distinctio poenarum ex delicto").
Finalmente, la falibilidad de las sentencias judiciales, demostrada con tanta profusión de datos a lo largo de la historia, abre un gravísimo interrogante ante una pena como la de muerte, absolutamente irreversible.
Cristianismo y pena de muerte Hasta cierto punto este apartado está incluido en el anterior. Porque es evidente {17 (117)} la presencia del núcleo de In revelación cristiana en la filosofía del retroceso de la pena de muerte. Lo cual puede afirmarse con independencia de que sean o no cristianos sus propugnadores.
El pensamiento cristiano parte del Evangelio, en el cual son bien claros la oposición de Jesús a la muerte del hombre por el hombre ―contenida ya en el Antiguo Testamento― y su anuncio de un mensaje de perdón, de amor a los enemigos y de eliminación de cualquier tendencia a la venganza. Ahora bien, Cristo no aludía a los sistemas sociales y jurídicos que le eran inmediatos. Su mensaje era una levadura que iría fermentando a lo largo de la historia. Del modo como no se refirió a la esclavitud, tampoco se refirió a la pena de muerte.
Nuestra actitud es más bien la de estar atentos a los signos de los tiempos, es decir, adelantarnos hacia la progresiva aplicación del ideal evangélico a medida que el mismo progreso histórico lo consienten de la esclavitud a una igualdad entre los hombres cada día más real y absoluta; de la guerra y de la muerte impuesta, al respeto total a la vida; de la venganza al perdón... Lo de sed perfectos como mi Padre es perfecto (Mateo, 5) se proyecta hacia adelante, en un proceso de transformación del mundo, siempre abierto e inconcuso.
En esta perspectiva, la dirección del Evangelio es evidente, al margen de cualquier casuística. Hemos pues de aspirar a que pueda configurar nuestra vida personal y nuestra vida social, eliminando poco a poco el lastre de la inmadurez humana.
Por esta razón hoy nosotros, ante el hecho concreto de la pena de muerte, hacemos un llamamiento a nuestros hermanos en la fe, no para un pronunciamiento doctrinal sino para ocupar el lugar que nos corresponde en la marcha progresiva de la conciencia humana.
Barcelona, Pascua de Resurrección do 1974
9. Amor y perdón en la muerte de un ejecutado: Heinz Chez
DE ESTA manera sintetizaríamos la muerte de Heinz Chez: murió amando.
Fui llamado de la cárcel provincial de Tarragona para que atendiera religiosamente, si me lo solicitaba, a Heinz Chez, que debía ser ejecutado al día siguiente.
Eran las nueve y media de la noche del primero de marzo de 1974.
En la cárcel, un funcionario me indicó que suponía que el reo pertenecía a la Iglesia Evangélica. Fui enseguida a buscar al pastor de esta Iglesia. A pesar de la hora y de sus múltiples ocupaciones y lo desagradable de la misión, lo dejó todo para venir conmigo inmediatamente a la cárcel.
A pesar de que Heinz indicara, por medio de un funcionario, que de momento no requería nuestra asistencia religiosa, sí aceptó que le hiciéramos compañía.
Fuimos introducidos, pues, donde él moraba; debían ser las doce de la noche.
Jugábamos con él y otros funcionarios al parchís. Fue mi compañero de partida.
Sus fichas eran azules, color de cielo; las inías verdes, de esperanza. El seguía atento todas las jugadas, y noblemente indicaba los fallos de nuestros contrincantes, aunque pudiera perjudicarnos...
Pero les ganamos todas las partidas, menos una...
Entre partida y partida hablábamos de todo. Yo le pregunté sobre sus creencias religiosas. Me dijo que era católico, lo {18 (118)} «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (Juan, 3, 14)mismo que sus padres. No obstante lo cual, a instancias mías y de Enrique (Heinz), el pastor continuó con nosotros; su presencia nos ayudaba y sus creencias ―tan identificables con las nuestras, en lo esencial― nos alentaban.
Allí salió de cómo había perdido a sus padres a la edad de cinco años, desaparecidos en la guerra. Fue conducido a centros donde se concentraban cientos de niños abandonados. Durezas, castigos severos, picardías infantiles... Recordaba, no obstante, como un remanso de claridad, su primera comunión a los once años. Fue incluso monaguillo y con las características pillerías de apurar, a escondidas, las vinajeras...
En su recorrido por el mundo, las ciudades que más le gustaron eran: Montecarlo, por sus diversiones, y Roma por sus obras de arte y monumentos...
Manifestó públicamente que creía en Dios y en Jesucristo, nuestro Salvador.
Conocía bien la vida de Cristo.
Los funcionarios de prisiones atendían solícitos y afectuosos cualquier insinuación de Enrique: cigarros, vino, cerveza, coñac, café, pastas... Él lo aceptaba con sincero agradecimiento.
Eran ero de las tres de la madrugada y se nos avisó que llegaban el abogado defensor y el decano del Colegio de Abogados. Los recibió con cordialidad. Una ola de esperanza llenó el recinto en espera del timbre del teléfono con el anuncio del posible indulto... Ellos, los abogados, no cesarían en su empeño, hasta el final.
Alboreaba, miró la luz que comenzaba a penetrar por las rejas de la ventana.
«Posiblemente es la última luz de mis mañanas"», dijo. Se hizo un silencio antes de reanudar el juego.
«"¿Cómo es que hoy no tocan diana?», preguntó. Le contestaron: «Por respeto a ti». Una sonrisa de gratitud iluminó su rostro. «¡Cuánta gente está hoy preocupada por mi vida!» Eran las ocho de la mañana. El jefe del servicio entró para indicarnos que la esperada llamada telefónica no sonaba; que, por lo tanto, si era creyente, dispusiera sus asuntos con Dios. «También ―dijo― me correspondió a mí comunicar esto a mi padre, antes de que sufriera una operación que le costó la vida. Con el mismo afecto se lo digo a usted». Habló con claridad y convicción.
Quedé solo con Enrique. El Cristo de la eucaristía que nos había acompañado durante doce horas desde la cajita dorada, cerca de nosotros, iluminó su alma, como en el día de su primera comunión: «Que el Cuerpo de Cristo guarde tu alma para la vida eterna». La Unción de los Enfermos le infundió fuerza para comprender el valor del sufrimiento y de la muerte. Mirando el crucifijo, regalo de mi madre en el día de mi primera misa, lo tomó entre las manos para besarlo. «El murió sin amigos, yo, en cambio, muero rodeado de amigos».
{19 (119)} «Enrique, prométeme que te acordarás de mí cuando estés en el Reino».
Un fuerte abrazo y un beso fue la respuesta.
El pastor evangélico también entró.
Le sugirió que confiara en Jesucristo y rogó, en voz alta, por él. En medio del dolor reinaba la serenidad y la paz en todos.
Eran las nueve. Se le anunció la inmediata ejecución. Se despidió de los funcionarios y les pidió perdón por si les había causado molestias durante su estancia en la cárcel. Ellos le estrecharon la mano, indicándole que estaban contentos de su comportamiento. «Sí ―dijo―, pero es tarde».
«¿Quieres que comuniquemos algún deseo o encargo tuyo a alguien?» «No, no tengo a nadie en el mundo.
Las pocas cosas que poseo dadlas al compañero portugués, que, creo, es el más necesitado de la cárcel».
Lo esposaron, Fin ofrecer la más leve resistencia. Deseaba que no le cubrieran el rostro para poder continuar viéndonos; pero al Gin aceptó. Ya, con la cara cubierta, me beso. Hasta pronto, Enrique, no me olvides).
Con el crucifijo entre las manos, abrazado a mí, lo acompañamos al lugar de la ejecución: "garrote vil". No por todo el oro del mundo aceptaría jamás presenciar un momento de tal tragedia.
Una caja pobre, sin pulir, sin cruz, acogió el cuerpo exánime de mi querido amigo Enrique. El jefe de servicio colocó en la caja el crucifijo de mi madre.
Acompañado por el pastor evangelista, recé un responso. Más tarde celebraría una misa en sufragio de su alma, y cuatro más, domingo y lunes. En la parroquia donde está enclavada la cárcel celebrarían, días después, un funeral.
Heinz Chez, de 33 años, murió el 2 de marzo de 1974, amando y perdonando. Que descanse en paz.
Nota sobre Heinz Chez.
Al explicar la edificante muerte de Heinz Chez, no pretendo justificar los atropellos que pudiera cometer durante su vida.
Cristo, cuando dijo al buen ladrón:
«Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso», tampoco alabó fechorías, sino el amor y el arrepentimiento que demostró el ladrón en la cruz.
Juan de la C. Rodell, S. J.
(En El correo Catalán, 12. 4. 74)
Nota sobre Heinz Chez.
Al explicar la edificante muerte de Heinz Chez, no pretendo justificar los atropellos que pudiera cometer durante su vida.
Cristo, cuando dijo al buen ladrón:
«Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso», tampoco alabó fechorías, sino el amor y el arrepentimiento que demostró el ladrón en la cruz.
Juan de la C. Rodell, S. J.
(En El correo Catalán, 12. 4. 74)