Boletín del Oratorio de Albacete
N.º 125. OCTUBRE. 1974.
0. SUMARIO
COMO las hojas que el viento se lleva, pasan los días, los meses, los años. Pasan las cosas, pasamos nosotros. Pero la vida no sólo es pasar. Vivir es estar y crecer; vivir es hacer y crear. Aunque los árboles pierdan las hojas, el viento no alcanza a arrancar las raíces. Sigue la vida también para el árbol. Las nubes de otoño no apagan el sol, ni pueden subir y arrancar las pupilas del cielo — estrellas altísimas...
Otoño es crecer todavía. Hacia dentro. Hacia arriba.
OCTUBRE, OTRA VEZ
DIOS Y DINERO
ACERTARÉIS, ACERTARÉIS...
MODOS Y MANERAS
EL ESPÍRITU DE TAIZÉ
TAIZÉ: "CARTA AL PUEBLO DE DIOS".
DENUNCIAS Y CELO INSINCEROS
CÓMO ANUNCIAR EL EVANGELIO HOY
EVANGELIZAR
LAS "BUENAS" Y LAS MALAS NOTICIAS
IGLESIA Y ESTADO EN CHILE
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1. Octubre, otra vez
QUERÁMOSLO o no, prácticamente recogidas las cosechas, mitigado el calor estival, y con el pensamiento en la siembra próxima, octubre marca un recomienzo cíclico en los campos, otra vez un principio.
También, en especial para la gente joven y, de rechazo, en las familias, la reapertura del curso escolar interviene en la reordenación de los horarios domésticos.
La misma vida pública, la administración y la política, reemprenden igualmente el ritmo que ha relentado el verano. Consiguientemente los trabajos y los negocios, los proyectos y todas las actividades se sienten influidas, aceleradas, reordenadas.) Se trata de un fenómeno que al principio de cada otoño se reproduce y que arrebata importancia al simbolismo inicial que en otros tiempos se concentraba en la fecha del principio de año, cada mes de enero. Si se ha podido, además, gozar de algún descanso verdadero, de unas mínimas vacaciones, esta sensación otoñal de recomienzo, se hace más real.
La sensación de recomenzar, es siempre buena, porque ayuda a la juventud de corazón: porque cultiva la ilusión y apunta a ella el esfuerzo, que lo es menos si un poco de generosidad y de esperanza en nosotros mismos y en los demás no9 despierta en camino de vida siempre nuevo.
Que la menor parte de todo nuestro recomienzo no sea para Dios. Y ojalá que no sea sólo "una parte", sino que nos ingeniemos para que constituya el "todo", de modo que todo lo inspire, lo dirija, lo impulse y fecunde, revitalizando todas las actividades, empresas, trabajos, ideales y esperanzas.
No como simples sueños, sino como un vigor puesto certeramente en surcos abiertos, en campo nuevo para más cosechas, de las que no acaban con las estaciones, ni se contienen en los graneros. Y que, después de otros vientos y lluvias, fríos y calores, cardos y flores, conducen a la bendición del Señor. Otra vez.
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2. Dios y dinero
DIOS o dinero, dinero o Dios; dinero en lugar de Dios, o Dios en lugar de dinero. La disyuntiva no nos va y, acto seguido —tan seguido que "sigue" todavía— pasamos a la copulativa: Dios "y" dinero. Posiblemente, no sea ninguna exageración afirmar que la mayoría de hombres vive pendiente, preocupada por el dinero; posiblemente tampoco lo sea el suponer que la mayoría de fieles vivan preocupados —los capaces de preocupaciones— no tanto por elegir entre Dios "o" el dinero, sino por conciliar Dios "y" el dinero.
Pero, ¿es posible tal conciliación? Aunque la leamos deprisa, la afirmación de Jesús es tajante: «No podéis servir a Dios y al dinero». La leíamos, una vez más, en el Evangelio de una Misa dominical, hace muy pocas semanas, y al recorrer la mirada por cerca o lejos de nosotros misinos, nos podíamos dar cuenta, también una vez más, que el deseo de conciliación persiste, tanto como las lecciones patentes de su imposibilidad.
La humanidad, o por lo menos los que nos declaramos fieles, creyentes en algún Dios que pueda serlo (bueno, infinito, justo), ¿estamos locos?
Preocupa menos la actitud de los que, de antemano, niegan a Dios o, sin hacer explícita esta negación, nos podemos dar verdadera cuenta de que lo arrinconan, lo olvidan o lo rebajan a caricaturas inofensivas, sin enmarañarse en discusiones teóricas, pero erigiendo y dando culto práctico (lo que polariza, lo que es lo primero, lo que absolutiza el resto vital) al dinero, o lo que con el dinero se valora de uno u otro modo. Ricos de corazón y ricos prácticos, "creyentes en el Becerro de oro", liberales respecto a los medios para el fin (dinero), libres a su modo, servidores y esclavos al fin de lo que creen que les independiza y les prepara la felicidad.
Más libertad tienen los pobres, por lo menos negativamente, para encontrar y servir al verdadero Dios. Aunque, también los pobres prácticos, reales, si el mal ejemplo de los ricos desata su codicia, su envidia, su resentimiento, pueden arder en la misma pasión —«no sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió», dice el refrán popular— del oro deseado, hasta renegar del único verdadero Señor de todos, si creían en él, y hacerse aduladores, serviles y hasta ladrones de los ricos, con tal de escalar, poco a poco, su rango. Ni faltan, de vez en cuando, los impacientes que, todo de una, y aun a costa del crimen, apuesten como sea por la riqueza. Es la respuesta enloquecida al reto del escándalo de los ricos.
{3 (123)} Aunque luego el convencionalismo de la sociedad se olvide o pase por alto la culpa de los muchos y quiera tranquilizar su conciencia eligiendo un solo reo, por todos, y digan: «He aquí el criminal».
La gran masa, la mediocridad estandardizada, puede que lo crea así. Pero lo peor no es que esta masa sea lo mismo incapaz del crimen que de un acto de heroísmo; lo peor es que, presa de la estupidización difusa que la envuelve, no se detiene para alcanzar, reflexivamente, cada uno y todos, un mínimo de sensatez para una visión honesta y humana, de lo que ha de ser la vida de cada uno de los hombres, y las relaciones de unos con otros. Porque, cuando los que más tienen o más codician, pidan y exijan y hasta paguen por un orden externo que evite desasosiegos y crímenes demasiado patentes, no lo hará para proteger, promocionar y salvar a cada hombre y a todos los hombres, sino para salvar el propio patrimonio y la propia favorecida situación que lo acrecienta.
Los demás hombres interesan sólo si pueden ser utilizados para este fin, que llaman "orden". La parte mínima que dediquen a fines buenos desinteresados, es meramente decorativa y simbólica: nada o muy poco más.
En esta gran masa están, seguramente, la mayoría de los que se denominan creyentes, para los cuales, el deber de procurar un mundo mejor, no se basa únicamente en consideraciones de mera justicia o de razón natural, sino en la fe que admite la excelencia infinita de Dios y su Paternidad universal sobre los hombres.
Pero ocurre que la mayoría gastan la vida, a lo sumo, en la pretensión de integrar a Dios con su dinero, en conciliar a Dios con... el anti-Dios. No se niega al Dios teórico, pero se adora al dios del dinero. El verdadero Dios se subordina a los valores del mundo y, esta clase de fiel, saca de "su" fe, un "seguro de eternidad". Quiere, aquí, una vida buena, rica, cómoda, exitosa, placentera, colmada. Y quiere más: quiere "otra vida", quiere dos vidas. En estas vidas, Dios es el talismán de la primera y un saldo a favor para la segunda.
Se prefiere todo a Dios, y ese "todo" es el dinero, o lo que con él se valora.
No es extraño, a pesar de las apariencias impuestas que éstas, de vez en cuando, artificiales como son, se rompan, y surjan crímenes interesados, y existan y prosperen negocios —legalizados o no— sucios, y se desaten guerras económicas —todas lo son— y la sucesión de escándalos y locuras, tiranías v revoluciones, despilfarros y miserias, nos hagan menos fácil distinguir entre verdad y mentira, justicia y corrupción, orden y opresión, honestidad y culpa. ¿Quién es el inocente? ¿Quién es el culpable, más allá del chivo expiatorio elegido?
Es dramático. Drama que se traduce en dolor, aunque el dolor más agudo no toque cada día a todos. Pero toca algún día. Como el dolor de la muerte, el máximo dolor.
Si reuniéramos todas nuestras fuerzas y, con valentía, analizáramos y quisiéramos llegar a la raíz de estos dolores, de las violencias más agudas y aparentemente más absurdas que nos aterrorizan, y nos aguantáramos la primera reacción de desesperanza y el primer grito de protesta, tal vez llegaríamos a descubrir en el árbol del mal que nos da frutos tan amargos, la savia maléfica, que teje codicias y compra placeres, soborna jueces y paga guerras, obliga adulaciones y cubre verdades... y que se llama —un nombre para todo— dinero.
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3. Acertaréis, acertaréis!...
ACERTARÉIS si, en vez de deteneros en un solo culpable, buscáis la culpa.
Acertaréis, o faltará muy poco, preguntando y respondiendo, más o menos, así:.
Móvil de un crimen? ... Dinero.
¿Motivos de una guerra? ... Dinero.
¿Riñas de familia? ... Dinero.
¿Envidias de vecinos? ... Dinero.
¿Traición de un amigo? ... Dinero.
¿Mentiras por verdad?... Dinero.
¿Justicia negada o demorada? ... Dinero.
¿Venganza por justicia? .... Dinero.
¿Excepción del deber? ... Dinero.
¿Profesión alabada? ... Dinero.
¿Porvenir feliz?... Dinero.
¿Placeres "honestizados"? … Dinero.
¿Constancia sorprendente? ... Dinero.
¿Robos legítimos? ... Dinero.
¿Poder asegurado? ... Dinero.
¿Razón por adelantado? ... Dinero.
¿Buen "partido"? ... Dinero.
¿Decencia? ... Dinero. :
¿Buena "familia"? ... Dinero...
¿Puertas abiertas? ... Dinero.
¿Don (...)? ... Dinero.
Dinero, dinero, dinero, dinero…
Es triste que muchas cosas sean, o que sean así. Pero la gente, tanto si presume desafiando, como si envidia con resentimiento, continuará llamando "felicidad", "buena suerte" y "bien" al dinero.
Llenan el aire palabras de sonido fuerte y ensucian las paredes letras grandes "millones", "hágase rico", "gane mucho", "le damos dinero"....
La propaganda es prometer dinero;
{5 (125)} el premio es dar dinero;
la razón es tener dinero;
el mérito es ganar dinero;
el valer es hacerse rico;
la inteligencia es entender de dinero;
el negocio es comprar y vender dinero ... de los demás, y quedarse con el precio, porque el negocio es el negocio.
No sería tan triste si se dijera en los mercados, en las sociedades anónimas, en los bancos ... solamente. Lo más triste es que, a pesar de todas las hipocresías domésticas, de todos los disimulos sociales, de todas las astucias educadas, de todas las mentiras para "servir a dos señores", muchos padres —padres bien, padres... decentes, "cristianos"— desean, enseñan y transmiten a sus hijos, al "prepararles para la vida", como prudencia, la codicia; como estímulo, la ganancia; como honor, la riqueza; como seguridad, el dinero. Son ricos de corazón, pero tan pobres de todo verdadero bien, que desconocen otra cosa mejor.
Es triste, porque si el dinero no sirve para algo más, para mucho, para muchísimo más que para hacer negocios y para tantas mentiras, tenerlo, y aun desearlo cuando no se tiene, es la peor de las maldiciones, porque pudre al que lo toca o lo espera. Da igual que lo gane —¿a qué llamamos "ganar"?, o ¿quién y cómo "gano"?, y ¿quién es Señor de algo?...— o que lo robe.
Después de esto, aunque "además" les hablen de Dios, no sirve para nada. Si el primer dios es el dinero, el verdadero Dios les sonará como añadido, molesto, inútil o falso. Ni confíen demasiado en posteriores conversiones; porque, en tales condiciones, la mayoría de éstas no son para volver a Dios y entregarse a El, sino para acudir a Dios y "sacarle" lo que ya no da de sí lo demás. Es otra codicia; no santidad.
Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?...
Ningún siervo puede servir a dos amos; porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
San Lucas, 16, 11-13
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4. Temas morales: Modos y maneras.
VIOLENCIA, PORNOGRAFÍA, JUEGO, EDUCACIÓN, POLÍTICA... (DINERO)
TODOS y maneras de entender o de tomarse la moral, se descubren cada día: basta reseguir las columnas de un periódico en su rúbrica de "sucesos", o harta de política; basta atender a una conversación condenatoria o apologética y detenerse en la consideración y análisis de expresiones arquetípicas acerca de la bondad, los deberes y las actitudes humanas, para poder componer una variada antología de conceptos, o demasiado generales, o poco profundos, o simplemente superficiales, frecuentemente con salpicaduras de tópicos emocionales y hasta de verdaderos disparates. Nos podemos dar cuenta, al instante, de la poca atención que se presta, en la mayoría de los casos, a la idea básica de bien, y al valor de integridad que debe contener, para su coherencia, y para su realidad. Perdidos entre vaguedades y ambigüedades que lo hagan compatible con la capacidad de egoísmo de cada cual, emergen conceptos envueltos en apariencias convencionales que inútilmente pueden servirnos como expresión del auténtico bien: por lo menos, de esta realización de cada sujeto sin que implique daño para los demás. .
Cuando ocurre algo extraordinario que sacude la conciencia colectiva, o simplemente impresiona a un grupo humano más o menos considerable, es la hora propicia para recoger tal variedad de conceptos o analizar las diversas actitudes morales de las personas que se manifiestan. Lo cual ocurre cada día, en un lugar u otro. Nos complacemos en citar unos ejemplos relativamente recientes, cada uno de ellos merecedor de análisis y, probablemente, de distinto juicio según el modo y manera de entender y ser la moral de quien los medite.
Ahí van:
• Hace sólo unas semanas, en la Cámara de los Comunes británica, uno de los diputados más jóvenes proponía un experimento para reducir los delitos de violencia, que, por lo visto, proliferan o, por lo menos, preocupan, a la población inglesa. Se trataría, según él, de suprimir totalmente, durante tres años, en los programas de TV del país, cualquier film que incluyera escenas de violencia, temas policíacos, combates de boxeo, propaganda y venta de juguetes de guerra, etc.
¿Nos atrevemos a decir que no tiene razón?
• En el "Bulletin municipal officiel de la ville de Paris", se leía, en el mes de septiembre pasado, una admonición del consejero comunal Gilbert Gantier, en la cual, además de proponer restricciones en el anuncio de los films eróticos que infectan la mayoría de las salas de proyección de l'Avenue de Champs-Elysées, y que merecen la atención de gran cantidad {7 (127)} de turistas, para los cuales, sin tales filme y algunas otras expansiones más. "París no sería París", pedía que tales proyecciones fuesen gravadas con un fuerte impuesto especial, cuyo producto sería destinado a la financiación de actividades verdaderamente culturales, menos rentables, pero más aconsejables. ¿Se trata de una multa anticipada? Cuestión ardua, ciertamente, en la que intervienen las contradicciones entre medio y fin, o que nos lleva a suponer, por lo menos, y tal vez sin errar demasiado, que allí toleran la pornografía cinematográfica por razones parecidas a las que aquí nos llevan a desfiguraciones como las de construir plazas de toros en Sant Feliu de Guixols o "tablaos" en Palamós.
• Hace pocos meses, el magnate y estratega de las finanzas mundiales (casinos, barcos, petróleo, financiaciones estatales...) Onassis, "de paso" por España —Málaga y adyacentes—, después de dedicar unas alabanzas sospechosamente interesadas, al Jefe del Estado Español, dejaba caer, como quien no dice nada, que, «dado el nivel turístico de la zona que visitaba, quedaría muy bien que además hubiese allí algún casino de juego... moderado, naturalmente». ¿Quería despertar adhesiones para que luego no dudaran otros en proponer un cambio en las leyes españolas, prohibitorias del juego? Un casino de juego, atrae a los turistas selectos —ricos—, y siempre es negocio... para el dueño del casino. Si luego algún señor feudal apuesta y pierde el precio de su cosecha, a consecuencia de lo cual los obreros de sus campos no cobren nada o cobren muy poco, y emigren —nueva y contemporánea forma de esclavitud— a buscar el pan donde se sientan forasteros, nadie o muy pocos se impresionarán, con tal de que no se produzcan atracos contra la tesorería del casino, o de los bancos que operan con el mismo. Porque un atraco —no lo discutimos— es inmoral... a pesar del mayor riesgo de los protagonistas, y tal vez de la menor ganancia.
• Una pudorosa señora, algo alarmada, decía a su marido —un "cristiano" caballero—, después de descubrir un manojo de revistas pornográficas, evidentemente extranjeras, en el pupitre de su hijo universitario: «¡Mira... nuestro hijo, tan "bien" educado! ¿Qué hemos de hacer?» (Aunque más propio hubiera sido, preguntarse: «¿Qué debiéramos de haber hecho?»). Y le respondió el marido: «Mujer, no te preocupes: son los veinte años.
Con tal que no se meta en política...» Claro, que hay mala política, en cuyo caso se pueden discutir los pareceres.
Pero si se entiende por política algo referente a la preocupación por el bien común, regulada por el derecho, organizada según justicia, para la convivencia y promoción de todos los ciudadanos, el tal "padre" prefería para su pobre hijo un egoísmo glotón, cerrado, a la generosidad abnegada abierta a un bien para todos.
Pero el padre, probablemente, ya no pensó más en el incidente, y la madre —¡cuesta entender a los hombres!— a lo sumo diría alguna avemaría a la Virgen… por su hijo. La fe "sirve" para mucho.
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5. jóvenes: El espíritu de Taizé
LA EXPERIENCIA ecuménica de Taizé, tan cerca del corazón de Juan XXIII, ha protagonizado este verano la apertura del "Concilio de los jóvenes", como resultado de los preparativos que tienen su origen en los encuentros juveniles iniciados en 1966, cuando por primera vez, dos mil jóvenes llegados de unos sesenta países, recibieron, con el gozo de la Pascua, el anuncio de este "Concilio". Este verano, a principios de septiembre, se congregaron cerca de sesenta mil muchachos y muchachas de edades entre los 16 y los 25 años, procedentes de 120 países, para algo más que para un festival "pop". Les acompañaron personalidades como el cardenal Willebrands, presidente del Secretariado Romano para la Unidad de los Cristianos, que representaba al Papa; el obispo anglicano de Worcester, en representación del arzobispo de Cantorbery, y el pastor Philip Poter, secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias.
En el intento de buscar una expresión clave que de alguna manera sintetizara todos los anhelos de aquella juventud cristiana, se enarbolaba el lema de "Lucha y contemplación".
Porque un mundo mejor no se debe esperar del milagro, sino de la entrega comprometida del hombre que no rehúye el esfuerzo, mientras vive de la fe y, desde ella, mira e interpreta el mundo contemplando a Dios.
El "Concilio" de Taizé no se ha fijado ningún objetivo de antemano; pretende mantenerse en la espontaneidad para preservar la capacidad creadora, suscitar la liberación de energías y reconciliar el ideal de acción y contemplación. No se pretende formular un programa, sino suscitar un espíritu.
¿Lo conseguirá?
Los panegiristas de este "Concilio" ven en él una manifestación exaltante capaz de movilizar las reservas de idealismo de los jóvenes del mundo entero. Los detractores, en cambio, hacen notar su aspecto emotivo, pero ambiguo, que permite encontrar a cada cual lo que le acomoda o sugestiona, e incluso participar en sus denuncias de aspecto profético, pero sin compromiso mantenido.
Los participantes en el pertenecen a todas las clases sociales, aunque, entre los europeos, se nota la preponderancia de los procedentes de familias acomodadas y de tradición cristiana intelectual; los sudamericanos pertenecen en mayor número a la clase trabajadora.
"Lucha y contemplación"... El tiempo nos dirá hasta qué punto la belleza y oportunidad de este tema despierta una vocación de intrepidez y santidad, más allá del impacto de una simple interpelación, para que, además de un clamor profético, sea un compromiso apostólico generosamente mantenido.
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6. TAIZÉ: Texto de la "Carta al Pueblo de Dios"
JÓVENES CRISTIANOS DE TODO EL MUNDO DIRIGEN UN LLAMAMIENTO DE INTERPELACIÓN A TODAS LAS IGLESIAS.
HEMOS nacido en una tierra que es inhabitable para la mayoría de los hombres. Una gran parte de la humanidad es explotada por una minoría que goza de privilegios intolerables. Son muchos los regímenes policiales que protegen a los poderosos. Las sociedades multinacionales imponen sus leves. Reinan el lucro y el dinero. Los que ostentan:
el poder casi nunca escuchan a los hombres sin voz.
Y el pueblo de Dios, ¿qué camino de liberación abre? No puede esquivar este interrogante.
Cuando los cristianos de los primeros tiempos se encontraron delante de una cuestión insoluble y vieron que iban a dividirse, decidieron reunirse en concilio. De ello nos acordamos en Pascua de 1970, cuando buscábamos respuesta para nuestro tiempo. Y optamos no por un fórum de ideas, tampoco por un congreso, sino por un concilio de los jóvenes, es decir, una realidad que reúne a jóvenes de todos los países y que nos compromete sin ambigüedad a causa de Cristo y del Evangelio.
En el corazón del concilio de los jóvenes se encuentra Cristo resucitado. Es a él a quien celebramos, presente en la Eucaristía, vivo en la Iglesia, escondido en el hombre nuestro hermano.
Durante cuatro años y medio de preparación, nos hemos hecho incesantes visitas los unos a los otros. Hemos recorrido la tierra en todos los sentidos, a pesar de los medios muy precarios. En ciertos lugares, las condiciones políticas nos han hecho atravesar situaciones graves.
Poco a poco ha ido surgiendo una conciencia común. Ha sido marcada muy particularmente por la voz de los que entre nosotros están sometidos a la dependencia, a la opresión, o de los que están reducidos al silencio.
Y hoy tenemos una certeza: Cristo resucitado prepara a su pueblo para que llegue a ser, a la vez, pueblo contemplativo, sediento de Dios, pueblo de justicia, viviendo la lucha de los hombres y de los pueblos explotados, pueblo de comunión donde el no creyente encuentre también su lugar de creatividad.
Nosotros somos parte integrante de ese pueblo. Es por eso que le dirigimos esta carta, para compartir con él las inquietudes que existen en nosotros y las esperanzas que nos devoran.
Numerosas iglesias, tanto en el hemisferio sur como en el hemisferio norte, están vigiladas, molestadas, incluso perseguidas.
Algunas de ellas demuestran que, desligadas del poder político, sin medios de poder, sin riquezas, la Iglesia puede conocer un nuevo nacimiento, llegar a ser fuerza liberadora para los hombres e irradiar a Dios.
Otra parte del pueblo de Dios, tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur, pacta con la desigualdad. Hay cristianos que —de manera individual, así como muchas instituciones de Iglesia— {10 (130)} han capitalizado los bienes, amontonado inmensas riquezas en dinero, edificios, tierras, acciones en los bancos. Hay países en donde las iglesias permanecen ligadas a los poderes políticos o financieros.
De lo superfluo de lo que poseen dan grandes cantidades para el desarrollo, pero no modifican, sin embargo, sus propias estructuras. Hay instituciones de Iglesia que se procuran los medios más eficaces para llevar a cabo su misión, animar sus actividades, reunir sus comisiones; pero muchos comprueban que, poco a poco, la vida desaparece dejando a las instituciones girando en el vacío.
Las iglesias son cada vez más abandonadas por los hombres de nuestro tiempo.
Su palabra pierde credibilidad.
Los cristianos de los primeros tiempos lo ponían todo en común. Se reunían cada día para orar. Vivían en la alegría y en la simplicidad. En eso se los reconocía.
Durante los últimos años de preparación del concilio de los jóvenes, en medio de la extrema diversidad de sugestiones expresadas, he aquí las intuiciones que se destacan sobre las demás y a las cuales dedicamos el primer período del Concilio de los Jóvenes:
Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?
¿Vas a renunciar a los medios de poder, a los compromisos con los poderes políticos y financieros?
¿Vas a abandonar los privilegios, renunciar a capitalizar? ¿Vas a llegar a ser finalmente «comunidad universal que comparte», comunidad al fin reconciliada, lugar de comunión y de amistad para toda la humanidad?
En cada lugar, y en toda la tierra, ¿vas a llegar a ser semilla de una sociedad sin clases y sin privilegios, sin dominación de un hombre sobre otro, de un pueblo sobre otro pueblo?
Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?
¿Llegarás a ser «pueblo de las bienaventuranzas», sin otra seguridad que Cristo, un pueblo pobre, contemplativo, Creador de paz, portador de la alegría y de una fiesta liberadora para los hombres, a riesgo de ser perseguida a causa de la justicia?
Si somos parte integrante de ella, sabemos que no podemos pedir nada exigente a los otros, in arriesgar nosotros mismos el todo por el todo. ¿Qué podemos temer? Ya nos dice Cristo: «¡He venido a encender un fuego sobre la tierra y cómo quisiera que ya ardiera!» Nos atreveremos a vivir el Concilio de los jóvenes como una anticipación de todo lo que pedimos.
Tendremos la audacia de comprometernos juntos y de manera definitiva a vivir lo inesperado, para hacer brotar el espíritu de las bienaventuranzas en el pueblo de Dios, para ser fermento de una sociedad sin clases y sin privilegiados.
Dirigimos esta primera carta al pueblo de Dios, escrita en nuestros corazones, para compartir esto que nos está quemando.
Apertura del Concilio de los Jóvenes.
Taizé, 1 de septiembre 1974 11 (131)
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7. DENUNCIAS Y CELO INSINCEROS
NO PRETENDEMOS quitar nada a la necesaria lógica de una vida en la I que se manifieste, entre los que profesan el Cristianismo, la fe que han abrazado. Pero no podemos estar de acuerdo con el socorrido latiguillo de los acusicas farisaicos que, sin apostar nada ellos, desde una posición de meros espectadores, se escandalizan (?) de los que "todos los días se dan golpes de pecho, y en cambio —dicen— no dan ejemplo..."; o de los que señalan actitudes o modos de proceder de sacerdotes o religiosos, que les desagradan, y hacia los cuales apuntan acusaciones con un celo por demás sospechoso. En general les importa muy poco el bien o el mal: les duele, en cambio, lo que no colabora con sus intereses o puntos de vista, y, ante la inseguridad de la propia posición interesada, la ocultan y utilizan pretextos para conseguir oficios clamorosos, distantes del bien o el mal pretextado.
Tales acusaciones suelen proceder de despechados resentidos o de aprovechados desagradecidos. Unos porque, finalmente, han dado en hueso al intentar aprovecharse, una vez más, envueltos en sonrisita o sin ella, de todo lo que tratan; otros por envidia de imaginarias ventajas y por secreta frustración ante la incapacidad y el egoísmo para cualquier verdadera abnegación, que tanto más enérgicamente exigirían en los demás cuanto menos ellos mismos asumirían. Todo lo cual, en no pocas ocasiones, resulta menos difícil de explicar si recurrimos a la teoría freudiana compensatoria de las "transferencias"...
La mayor parte de las críticas —las más resonadas, por lo menos— que se hacen en nuestra vida sociológicamente cristiana (desde el supuesto cuantitativo, hereditario, sentimental y folklórico que con frecuencia la informa), contra sacerdotes y religiosos y seglares cristianos significados por la limpieza de su amor a la Iglesia, y por parte de elementos equívocamente autodefinidos como fieles a la doctrina de Cristo, se debe a que les duele que tales personas no colaboren en mantener las apariencias externas —lo interior no les interesa— de lo que ellos, desautorizada y monopolísticamente, interpretan como cristianismo, como "su" cristianismo. Pueden impresionar a los no informados, a los {12 (132)} superficiales; pero bastaría un ligero análisis para descubrir que, en tales falsos celadores, nunca ha existido la preocupación por un cristianismo total:
les ha interesado, únicamente, las ventajas que se pudieran extraer de una apariencia (solamente). Por esta razón, cuando en aras de la sinceridad evangélica se les desmontan tales supuestos, arremeten contra los no colaboradores, y acusan y fingen escandalizarse, y encarnan aquel tipo de "profetismo de mal agüero" denunciado por el papa Juan XXIII, extendiendo, sobre el porvenir de la Iglesia, sombras y hasta predicciones de derrotismo y desesperanza.
La Iglesia es eterna. Para ellos, sin embargo, la eternidad no existe; salvo la imaginada por puertas custodiadas por espantajos con guadaña. Pero la Iglesia es eterna y espiritual y, por ello mismo, más interesada y mejor interesada —más total y profundamente interesada— en la realidad temporal, desde una perspectiva de objetividad, de verdad, de libertad, de esperanza, solamente posible desde superiores perspectivas e intereses no contingentes.
Evidentemente, esto supera las mezquinas visiones de cualquier tinglado sociológico, y escapa del control de las imposiciones y domesticaciones terrenas. Porque en la misma medida en que ahínca en lo eterno y se purifica en lo espiritual, su existencia alcanza también hasta las actitudes temporales y presentes, las simplifica y tiende vigorosamente a su transformación, por supuesto no querida por los inmovilistas avariciosos de "su" presente —¡oh, si lograran detenerlo!—. Lo eterno les interesa, de rechazo, sólo en función de la presentidad codiciada. Y {13 (133)} tiemblan o se irritan cuando presienten el desamparo de apelaciones misteriosas que se la garanticen, si ya no con cielos por premio a quienes se la respeten, por lo menos con miedos de infierno a los que se la discutan.
Por eso se enfadan con los no colaboradores, y les acusan, y pretenden denigrarlos.
En la sociedad donde viven, ellos estarían dispuestos, incluso, a pagar —en su mente, todo es comprable y vendible— todos los "uniformes" para "buenos", si con tal medida se pudiera mantener la decoración de una aparente bondad colectiva, oficializada, en calles y plazas, en ambientes y convencionalismos, importándoles muy poco los corazones y las' conciencias.
¡Que todo parezca bueno... por lo menos por fuera! ¡Que haya especialistas dedicados a organizar y mantener la apariencia, a exaltar el símbolo, al precio que sea!
Estiman que, todo considerado, bien vale la pena poner precio para sufragar el esfuerzo de unos pocos que cumplan (?) por todos, con tal que de ello no se aperciban demasiado los más ignorantes y embaucados, si así se ocultan o disimulan los vicios de los avariciosos impenitentes, de los explotadores estrategas, de los injustos, de los depredadores, de los falsificadores, mentirosos, lascivos, soberbios; pero... dispensados, ellos mismos, de "dar ejemplo" porque ya pagan para el espectáculo ferial de la apariencia de bondad, que les permite decir, desahogados: «Aquí?... Aquí todos SOMOS católicos».
En el supuesto de que, al acusar, llevaran razón alguna vez, olvidan, sin embargo, otras cosas importantes. Olvidan, en primer lugar, que el que es capaz de ver el mal donde debiera haber un bien, puede —y debe—, por esto mismo, ir él a hacer el bien que echa de menos. Pero no va: no le duele el mal que finge descubrir.
Cristo tuvo, y la Iglesia de hoy tiene los que merodean acechando para "encontrar en qué puedan acusar": el escándalo que fingen cuando llegan a construir y manipular alguna acusación, el celo por el bien que blasonan, es farisaico. Si el mal les doliera por el mismo mal, no dirían nada, sino que irían, corriendo a hacer el bien.
Olvidan, también, que una acusación no justifica a nadie. Justifica la conversión. pero no la quieren.
«Los casos del obispo Añoveros, del cura de Fabara, son signos de una Iglesia en la que hay vida, hay problemas, hay libertad, hay diversidad de tendencias, hay inquietudes, hay esperanza, y en la que el compromiso y la inestabilidad se mezclan», afirmaba el obispo auxiliar de Oviedo y secretario de la Conferencia Episcopal Española, mons. Elías Yanes, en unas:
declaraciones al diario "La Tarde" de Santa Cruz de Tenerife.
Y proseguía: «Sería sin embargo un error reducir la vida de la Iglesia a una problemática particular, y un error más grave aún reducirla a los hechos que saltan a la prensa».
En cuanto al futuro de la Iglesia en España, lo contemplaba «con una gran esperanza: veo que la Iglesia aquí ofrece cada día un rostro más evangélico. Pero no se hará sin sufrimiento y sin amor».
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8. Cómo anunciar el Evangelio en el mundo de hoy
SE TRATA de un tema apasionante, sobre el cual la Iglesia de hoy se interroga sin cesar: ¿Cómo anunciar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo? ¿De qué modo proclamar la Buena Nueva a un mundo que se está secularizando? ¿Cuáles son los obstáculos que frenan o se oponen a esta evangelización?
El mandato de Cristo a su Iglesia de anunciar el Evangelio a toda criatura (Marcos, 16, 15) es la misión que la define como Iglesia de Jesucristo. No podrá jamás dejar de cumplirla si quiere ser fiel al Señor.
Pero hoy estamos viviendo un fenómeno peculiar. Durante siglos nos hemos movido en un contexto social en el que la gran mayoría de los nacidos en nuestro país eran creyentes.
La tarea de la Iglesia estaba orientada principalmente a conservar y alimentar la fe de sus miembros. Ahora, en cambio, cada vez son más los que prescinden e incluso abandonan la fe cristiana. Comprobamos también la existencia de personas a las cuales no ha llegado el anuncio eficaz del Evangelio de Jesucristo, porque o bien han sido marginadas, o bien sistemáticamente lo han rechazado e incluso combatido.
¿Vamos a replegarnos sobre nosotros mismos, lamentándonos del presente y viviendo nostálgicamente de la añoranza del pasado? Rotundamente, no. Las circunstancias cambian; pero las dificultades que ahora se oponen a la proclamación del Evangelio no son mayores que las vividas por la Iglesia primitiva en su predicación a los gentiles y a los judíos de aquellos tiempos. Ciertamente las dificultades son otras; pero la asistencia del Espíritu y la fuerza de Cristo resucitado —que están presentes y actúan en la Iglesia— son las mismas.
No miremos pues la tarea del Sínodo como algo que incumbe al Papa y a los obispos. Debe ser una preocupación de toda la Iglesia.
NARCISO JUBANY, Cardenal - Arzobispo de Barcelona, Septiembre 1.974 15 (135)
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9. Evangelizar
Suponer que el mundo que llamamos "cristiano" lo es en realidad, es mucho suponer. Pero hacer como los derrotistas que imaginan un cristianismo en regresión, es falta de conocimiento del Evangelio y falta de verdadera fe cristiana, y no cuesta demasiado aclarar, con un poco de examen, que lo que verdaderamente les mueve, no es el progreso o regreso de la Iglesia que invocan y cuya "fidelidad" proclaman, sino posiciones e intereses de honor temporal, de control de riqueza, de situación política. Es sencillo también poder descubrir que son estos intereses los que sufragan la exagerada noticiosidad que se conceden a sus nostalgias derrotistas, a su falso espiritualismo, lanzado como una estrategia más por el sanedrín de las codicias contra la Iglesia del Señor.
Los intereses de la Iglesia no son, como los de Cristo, de este mundo, y por esto Ella aquí no puede perder nada. Eso que a veces dicen que pierde, no es suyo. La misma Inquisición era una policía al servicio del Estado, disfrazada por éste de clericalismo, con objeto de sacralizar el derecho a la represión, no para defender la fe, sino para defender una determinada situación política, donde la sola alegación de deberes civiles no bastara.
Exigir, retrospectivamente, que las cosas en el pasado se hubieran hecho mejor, es pretender que hubieran tenido, mucho antes que nosotros, la visión que, gracias al tiempo y al progreso, podemos tener nosotros ahora, cuando gozamos de la ventaja de podernos corregir de los errores en que ellos cayeron.
Las perspectivas se han dilatado.
. El reino de Dios que Cristo trajo para que se inicie en este mundo, sabernos que no queda establecido poniendo, en las cabezas de los soberanos temporales, coronas que rematen en cruz; sino que es preciso evangelizar, es decir, anunciar la verdad —algo más que proclamar un triunfo— de Dios, como mensaje de libertad para todos los hombres, y que esto es lo que quiere decir "salvación" y "redención".
No es que el cristianismo comience ahora; pero tampoco es que antes hubiera llegado a su plenitud, ni mucho menos. A través de la historia de la Iglesia el fiel puede ir constatando un progreso, a épocas en las que la Iglesia ha ganado aparentemente en extensión, o cuantitativamente, suceden otras que señalan un interés depurador, cualitativo. Posiblemente nuestra época constituye un momento de purificación y profundización porque, a despecho de los materialismos del signo que sea —sin descontar el de los políticos del clericalismo cortesano, oscurantista—, se acentúa una preocupación espiritual, una sinceridad que arrincona nostalgias interesadas, porque se proyecta hacia esperanzas renovadoras de la Iglesia y del mundo.
El mundo todavía no es cristiano. La Iglesia no ha agotado su misión. La verdad que tiene que decir a los hombres, no ha terminado de anunciarla todavía. Evangelizar no es regresar, sino continuar, hasta los confines de la Tierra, hasta el fin del tiempo.
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10. Las "buenas" y las malas noticias
BUENA noticia» es el Evangelio, el anuncio del Reino de Dios a todos los hombres, la liberación espiritual del hombre y, desde el vértice del espíritu, de todo su ser. Y no solamente del hombre, remacharía san Pablo, sino de «toda la creación, que está gimiendo mientras espera ser liberada, para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rom 8, 21).
Pero cuando este anuncio gozoso tropieza con las miras egoístas de los que creen imposible su propia libertad (?) si no es a costa del sometimiento injusto de los demás o del acaparamiento de lo creado, el gemir del mundo, el rechinar del orden creado en busca de la paz necesaria para el bien que debe prosperar, se propaga en forma de miedos, de dudas, de temores, de desconciertos, de vacilaciones en los corazones de las gentes más sencillas, con frecuencia incapaces o no bastante capaces, por sí solas, de reaccionar con un esforzado acto de fe en la Providencia, para salvar la serenidad a pesar de los anuncios contrarios, de las anti-noticias, del contra-Evangelio, de la astucia tecnificada que se especializa, incluso con apariencias de objetividad, en propalar noticias incompletas, o en ocultar noticias verdaderas, o en no desmentir las erróneas, o en no apostillar debidamente las inverosímiles, intentando o permitiendo que la confusión, el desconcierto o la sospecha turbe las mentes de los más sencillos, prácticamente indefensos, desarmados frente al bombardeo noticiero al servicio de otros intereses que el de la verdad, de objetivo y principal interés público.
Nos referimos, por lo que a nosotros respecta, a las noticias desorientadoras de tema religioso, confeccionadas o difundidas a partir de una selección temática o de una incompletez de detalles que, por sí mismas, ofrecen un aspecto deformado, y por consiguiente desorientador, respecto al carácter espiritual de la Iglesia, como institución o de sus pastores: el mismo Papa, los obispos, sus sacerdotes...
No pretendemos aquí que se divinicen tales personas, ni que se proclame la perfección triunfante de la Iglesia, ya en este mundo. Pero es sospechosa la insistencia de ciertos medios (Radio, Televisión, determinados periódicos y agencias) en seleccionar lo que produce sorpresa turbadora sobre la ingenuidad popular.
No somos partidarios de ocultar las verdades de interés público, ni siquiera, como es natural, las de carácter {17 (137)} eclesiástico. Pero por la misma razón nos parece injusta toda tendenciosidad en manipular lo noticioso de la Iglesia, tanto si se hace para procurar su desprestigio, como si se hace para ocultar otras verdades o noticias de relativa mayor vigencia. Mientras noticias interesantes —eclesiásticas o no— se omiten o desvirtúan, se procede a seleccionar, abultar y destacar desproporcionadamente y con evidente deformación, sucesos o hechos de la Iglesia que no pueden ser, y finalmente resulta que no son, tal como se presentan. La clarificación o la rectificación, no sigue luego, o llega tarde y semi-oculta, con evidente injusticia y fraude a quien tiene derecho al total silencio respetuoso o a la verdad completa.
Es perfectamente posible y hasta fácil, a la par que triste, poder hacer colección de esas noticias (a veces solamente "fabricadas", otras veces incompletas o deformadas, producto de un acecho interesado y malévolo) que aparecen con regularidad periódica y estratégica, en páginas, en ondas o en imágenes (no importa que se llamen, además de otros adjetivos, "católicas").
La falta de independencia y de imparcialidad en la información explica este triste fenómeno. Por esta razón, en lo que respecta a la Iglesia y a su información, con reiteración aconsejamos, desde aquí, que todo buen católico se procure medios informativos y formativos que, aun con el riesgo de limitaciones de espacio y tiempo, le puedan ayudar a mantener sus criterios sin injerencias espurias, en lo que a la Iglesia y a su vida se refiere.
Cuando por otros medios, aunque sean más poderosos, nos alcance una noticia turbadora para nuestro amor a la Iglesia o el buen sentido cristiano, suspendamos, por lo me os, nuestro juicio, y esperemos: lo más probable y casi seguro es que, cuando nos llegue la posible mejor información, se disipen nuestras dudas al descubrir el juego de la manipulación informativa. Y tal vez podamos ayudar, además, a los espíritus débiles que, desorientados, nos pregunten o se expansionen con nosotros.
La Iglesia, en el mundo, es, ha sido y será siendo, un "signo de contradicción" consigo misma porque no puede cesar en su esfuerzo de superación y purificación, incomprensible a los mundanos; y frente a los mundanos, que la adularán, si pueden utilizarla, la desprestigiarán si se les escapa de las manos, y la perseguirán si les dice una verdad de parte de Dios.
No me gustan los beatos: los que como no tienen fuerza para ser de la naturaleza, creen que son de la gracia; los que creen que están en lo eterno porque no tienen el coraje de lo temporal; los que como no están con el hombre creen que están con Dios; los que se creen que aman a Dios simplemente porque no aman a nadie.
CHARLES PEGUY
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11. NINGUNA CELEBRACIÓN RELIGIOSA, EN CHILE, PARA EL ANIVERSARIO DEL "GOLPE" DE ESTADO
EL PASADO mes de septiembre se cumplió el primer aniversario del golpe militar chileno. El cardenal Silva Henríquez, arzobispo de Santiago, no se ha prestado a colaborar con ninguna clase de manifestación religiosa. Esta y otras actitudes precedentes del cardenal, ha disgustado a la dictadura de Pinochet y, por esta misma razón, en estos últimos días, arrecia en la prensa, una violenta campaña denigratoria que, a través de los periódicos, lleva a cabo la "junta" militar.
En efecto, el general Pinochet no puede tolerar que la Iglesia no le haya concedido ni tampoco prometido el apoyo necesario para conferir a la dictadura violentamente establecida, una mayor oficialidad, dada la casi totalidad de la población católica chilena. No ha tenido lugar ninguna celebración religiosa, en todo el país, para celebrar el recuerdo del golpe de estado.
Según una comunicación de los obispos, los ataques al cardenal primado y a otras personas de la Iglesia católica en Chile, constituyen «procedimientos degradantes de un periodismo que descalifica y deshonra nuestro país».
Dirigiéndose a los obispos reunidos, el mismo cardenal Silva Henríquez, ha recordado que «la obra redentora de Cristo, aunque se proponga la salvación espiritual de los hombres, se refiere también a la restauración del orden temporal en la justicia», y que «la misión de la Iglesia no se agota con transmitir el mensaje de Cristo, sino que incluye el compromiso de llevar el espíritu del Evangelio en el interior del orden temporal».
Ha recordado las palabras de san Pablo: «Cristo me ha enviado no solamente a bautizar, sino a predicar».
El cardenal ha terminado afirmando que «los obispos de Chile, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios encarnado, están dispuestos a sufrir la Cruz y a sacrificarse por la paz, el amor y la verdadera liberación del país».
También el secretario de la conferencia episcopal, monseñor Carlos Camus Larenas, ha puntualizado que los obispos chilenos, en conformidad con los documentos conciliares y las palabras del Papa, saben bien que «la Iglesia está obligada a llevar el Evangelio a todas las circunstancias de la vida. Es nuestra misión —ha dicho— eliminar el odio, porque el odio no es cristiano».
Es imposible un cristianismo auténtico sin un interés vivo por la Iglesia:
no ya por su pasado, del que podemos desprender lecciones, sino por el momento presente en que vivimos: un interés que tienda a globalizar la comprensión de su presencia en el mundo, sintiéndonos parte de ella. Ella... somos nosotros, los bautizados.
El pan y la verdad.
Dos terceras partes de la humanidad pasan hambre física. Pero estas dos terceras partes casi coinciden con la geografía humana que aún no conoce ni participa del don de Cristo.
Pretender llevar a estos hombres la fe sin el pan puede ser una alienación. Pero no lo es menos llevarles el pan y la promoción humana sin llevarles al mismo tiempo el Mensaje del Evangelio.
En el ámbito de las cosas y de las realidades humanas no todos podemos repartir. Los pobres, los que no tienen voz, los que carecen de poder de decisión, ¿de qué podrán desprenderse? Son los ricos, los influyentes, aquéllos cuya voz cuenta, los que deben dar acceso a los demás a un más justo disfrute, a una más equitativa participación, a un sentirse escuchados y valorados.
Pero no sucede lo mismo, me refiero a los cristianos, en el ámbito de la Fe. En este campo, todos los cristianos somos poderosos, ricos y decisivos.
Pretender vivir la fe cristiana sin colaborar a su difusión universal sería lo mismo que creer que Jesucristo sólo ha muerto por mí.
Mons. J. M. LARRAURI, Ob. aux. de Pamplona :