Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 126. NOVIEMBRE. Año 1974.
0. SUMARIO
V ENOS organización externa; pero más vida interior.
Sin angelismos; pero más espirituales. Sin materialismo, pero más humanos. Sin derrotismos; pero más realistas. Sin vanidades, ni triunfalismos; pero sinceros reconocedores de todo el bien que debemos a la Iglesia, purificándonos con ella, extrayendo de la fe y de la vida de gracia, sentido y fuerza, esperanza y alegría de seguir caminando.
LAS COSAS IMPORTANTES
LA IGLESIA NO TIENE FUTURO
¿QUÉ ES LA VOCACIÓN?
CARTA AL CARDENAL TARANCÓN
EL DERECHO A LA ESPERANZA
DERECHOS HUMANOS
TENDENCIAS DE LA EVANGELIZACIÓN
OPINIÓN PÚBLICA Y EVANGELIZACIÓN
VITTORIO DE SICA
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1. LAS COSAS IMPORTANTES
POR PRINCIPIO no nos atrevemos a negar la primacía de los valores supremos. Incluso los hacemos objeto de nuestras conversaciones. Otras, de nuestras denuncias, otras nos lamentamos sobre nosotros mismos.
Pero no basta darse cuenta, pensar, juzgar, entender. Menos hasta limitarnos al juego de la justificación propia, estableciendo comparaciones desvalorativas frente a los demás, o derivando al pesimismo de las quejas sobre la propia incapacidad. La dialéctica, si no es para la praxis, de cada vale, encerrada o detenida en el armario de cristal de teorías centelleantes, pero inútiles y paralizadas.
"Deberíamos hacer", "hace falta que me decida", "comenzaremos"... Sí; pero ya.. Porque hacemos demasiadas cosas sin pensar demasiado. Del mismo modo que, con frecuencia, hacemos poco de lo que pensamos mucho.
La primaria de lo espiritual, no como huida de la trama de la vida, vino para que la vida no se nos escape, como una cadena de automatismos somnolientes, neutros de humanidad y desconectados de la dinámica de la le.
Tantas cosas son necesarias... Tantas nos empujan incesantemente nos atraen o nos arrastran. E, preciso, sin embargo, abrir un paréntesis al propio recogimiento, para no desperdigar fuerzas y aplicarlas a lo que, también tantas veces, decimos que es primordial. Centrar el espíritu, concederle respiro, acercarse y actuarse en la presencia de Dios, atender A su Palabra, no perder el trato fraternal, desde la Eucaristía, hacia el mundo y la vida abierta del deber, de los contactos personales, del bien que se busca para multiplicarlo y repartirlo, con lucidez y sencillez purificada de insinceridades y beaterías.
¡Hay tanto por hacer: no solamente porque hace falta que alguien lo haga, sino porque "nos hace falta" que lo hagamos! Y es muy importante.
El futuro del hombre.
Desde que Jesús nació, creció, murió y resucito, todo ha continuado moviéndose, porque Cristo no ha terminado de formarse: no ha terminado de hacer que se le acaben los últimos pliegues del Traje de carne y de amor que le forman sus fieles. El Cristo místico no ha alcanzado aún su pleno crecimiento. Y en la prolongación de este irse engendrando está colocado el resorte último de toda actividad creada.
Teilhard de Chardin
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2. La Iglesia no tiene futuro
EL FUTURO de la Iglesia se invoca por los que desean una mayor radicalización espiritual de su institución; por los que se afanan en preparar su aptitud ante el amanecer de nuevas edades para el mundo, envuelto, en esta época, todo él, en presentimientos de profundas transformaciones; por loe vigilantes celosos que no quisieran ver jamás llegar tarde el mensaje que Cristo urgió transmitir: y hasta por los bien intencionados, pero animados por un secreto triunfalismo, amoroso y partidista a la vez y, por lo mismo, que podría merecer alguna parte de la reprensión que el Señor dirigiera al bueno de Pedro, cuando éste pretendía disuadirle de penalidades y fracasos. Y no digamos de cuando, impulsivo, quiso defenderle violentamente.
También se invoca, el futuro de la Iglesia, por los falsos profetas de calamidades, contagiados, en el fondo, de fiebre maniquea y que someten, por lo tanto, a la contingencia de las alternativa, temporales, de las incertidumbres desesperanzadas, la posibilidad del Reino de Dios, como si se tratara de una apuesta, o de la superación de un naufragio.
Es equivoca la apelación al futuro, referida a la Iglesia de Cristo, como Reino de Dios. Este no tiene futuro: ya está en el presente, ya ha llegado, ya es inextinguible, ya se ha superado, para siempre, el dilema repetido sólo en la tragedia, "ser o no ser..
La Iglesia, como Reino de Dios, no tiene perspectivas de futuro, sino de eternidad.
La preocupación presente, no puede disponer el futuro; en cambio, la visión contemplada de eternidad, sí que transforma el presente.
Cierto, se trata de un presente entre caminos de contingencias; pero superables, en cristiano, sólo desde la visión de lo eterno.
En cierto modo un cristiano no es un ser que va hacia lo eterno; sino que viene de la eternidad. Entenderlo es dejar florecer la esperanza en los caminos {3 (143)} de la vida. Y no como una apelación al quietismo falsamente espiritual, ni como un refugio de pereza disfrazada de inactividad prudente, sino como una razón y una fuerza que nos enseña y nos ayuda a inferir en lo que en pagano se llama presente, y lo que en fiel se llama inmortalidad.
Para el fiel, el presente es ya eternidad. La eternidad no tiene futuro, porque es un presente inmenso.
No podemos medir a la Iglesia de Cristo con las medidas de los reinos o de las cosas de este mundo. Está en el mundo, pero no es del mundo.
Con frecuencia, las apelaciones al "futuro" de la Iglesia, tienen su motivación en miedos o en nostalgias de triunfo. No hay lugar para el miedo ―No tengáis miedos, dijo Cristo―, ni para preparar triunfos, porque ya tenemos el de Cristo ―«Yo he vencido el mundo»― para siempre. Se trata nada más, de anunciar, desde esta visión de eternidad, el triunfo de Cristo para que sea vida del mundo.
La victoria de Cristo, no es la derrota, sino la vida del mundo.
No podemos der avaros del presente; no podemos temer el porvenir; no se nos permite cultivar nostalgias de nada perdido, pasado. Vivimos de la fe, que no es solamente un modo superior de ver lo temporal, sino de vivirlo. Pero la fe que la Iglesia de Cristo predica, que su mensaje extiende, que transforma a los hombres que lo aceptan, ni cuino verdad puede compararse a las doctrinas que convencen y congregan a los adheridos o militantes de los partidos humanos, o de las conveniencias de las solidaridades sociológicas, o de los movimientos humanitarios, o de las corrientes culturales, ni, como vida, a un acontecer medido en el tiempo, .n cuyo paréntesis ha de resolver alternativas problemáticas.
El paréntesis temporal del peregrinar de la Iglesia, tomado, juzgado o vivido con abstracción de una perspectiva de eternidad, no tiene sentido para la fe cristiana Solamente podemos entender la vida de cristianos, la vida de Iglesia, si aprestamos nuestra mirada y todas nuestras fuerzas, y precisamente con mayor generosidad si cabe, porque creemos, porque sabemos que la eternidad ya ha comenzado.
Pertenece a la esencia misma de la fe el hacer presentes las cosas invisibles; el actuar desde su misma simple perspectiva como ni ya se poseyeran realmente: y el lanzarse a la aventura de apostar todo lo presente en aras de la eternidad.
John H. Card. Newman, C.O.
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3. ¿Qué es la vocación?
¿Acaso una elección, una respuesta, una necesidad de la Iglesia, una disponibilidad incondicionada?...
NOSOTROS, los que somos cristianos, los que tenemos alguna noticia de Cristo y agradecemos ser bautizados en la fu que nos une a él, sabemos que lo debemos a los que nos han precedido en esta misma fe, y nos la han anunciado; sabemos que, desde Cristo hasta nuestros días, no ha bastado, para esta transmisión, la simple adscripción sociológica o histórica a pueblos y generaciones, sino que, dentro de ellas, ha habido siempre algunos cristianos plenamente dedicados al anuncio del Evangelio de Cristo, han existido grupos de fidelidad intensa al Señor, desde cuya enucleación se ha visto amplificada y asegurada la misión que Cristo confió a los primeros apóstoles y, más ampliamente, también a la primera generación cristiana.
Sabemos que esta misión no terminaba con el primer mandato directo de Cristo, y que tampoco termina con que haya llegado a nosotros mismos u mensaje. El mundo sigue, las generaciones alcanzan, los hombres se multiplican y continúa la necesidad, además del deber general de todo cristiano de hacer llegar a los demás lo que para él ha sido el bien de la fe, esa necesidad de proseguir específicamente el cumplimiento de la misión que diera a los apóstoles el mismo Señor.
Podemos decir que la respuesta a esta llamada, para una plena dedicación apostólica, es lo que podemos denominar "vocación".
A veces creemos que la fuerza de esta llamada, y el mismo deber de no dejarla in respuesta obedece a la necesidad" que Cristo, la Iglesia, el mismo bien del mundo, tienen de nosotros. Estamos a punto de decir, o decimos, que "vamos" porque nos necesitan".
Pero es preciso aclarar que esta sola razón no bastaría para dar solidez a nuestra entrega. Sin falsa postura de humildad, la realidad de una respuesta correcta a la "vocación" ha de superar esta disposición de ser útiles a un plan de difusión del mensaje, o de extensión de la beneficencia y de la caridad que el Evangelio nos pueda inspirar en {5 (145)} orden a los demás. De no superarlo podríamos correr el riesgo de detenernos en lo inmediato de éxitos comprobables, o de perdernos en fantasías románticas y aventureras, y hasta en hacer consistir el hecho de la vocación más como un abandono o huida de ambientes profanos ingratos que del positivo encuentro o descubrimiento del Señor que se acerca y nos habla, para que prosigamos juntos con él, haciendo y obrando fu Evangelio. El ir lejos o el quedarnos lejos de donde mismo nos llama, no puede ser una condición de su seguimiento: Él está en todas partes, y también aquí. Pero aquí, no para justificar nuestros apegos egoístas, sino para espiritualizar y transformar nuestra vida, desde dentro mismo del alma. Lo de lejos o lo de cerca es algo posterior, que ha de ser purificado de fantasías, de planificaciones programáticas, porque está su providencia que lo realiza, y nos lleva con él. El camino es hacia dentro.
La respuesta a una llamada de Cristo comienza a crecer en nosotros, a edificar el ser apostólico, no por lo que materialmente hagamos ―no por "jugara apostolados"―, sino por la sincera y pura actitud de disponibilidad sin condiciones; no porque Cristo nos necesita, sino porque somos nosotros que le necesitamos. La respuesta surge de descubrir que nos llama y de la necesidad que tenemos de entregarnos a él.
Y el modo de responderle casi nunca está demasiado lejos. No puede ser a través de una exaltación romántica que necesitaría el cultivo de renovadas emociones para agitar las velas de la fantasía y del sentimentalismo... sobrenatural (?). Ha de ser convirtiendo en pan de la verdad de cada día, la prosa de la existencia que el amor ―t o las circunstancias― renueva sin cesar. Y, aun así, tal vez no de inmediato como un logro cuajado y completo, Fino como algo que es posible hacer y que de cierto re está haciendo, cerca, aquí mismo, como cuando se hace una familia, algo que empeña la vida y que es creativo y que, casi sin palabras, es anuncio del Reino de Dios. Lo exterior viene como una añadidura que surge de una sinceridad espontánea, como la vida, de una generosidad limpia, como el verdadero amor.
¿Cómo fue, si no, el seguimiento de los primeros discípulos del Señor, cuando, a orilla: del Jordán, le preguntan dónde vives? ¿Cómo sería el trato de Pablo con Timoteo, con Tito, con Lucas...? ¿Cómo ha sido el surgido de los núcleos de hombres y mujeres que, en humildad y perseverancia, se han dado a Dios y han sido semilla de su Evangelio?
No es por lástima a los pueblos no evangelizados, ni por correr a denunciar injusticias, ni por responder emocionalmente a la reparación de los males del mundo... Es por haber encontrado a Cristo, e: por responderle a él mismo, es por quererle amar, es por darse a él enteramente, es por necesitarle a él.
Lo demás es una consecuencia que él sacará de nuestro verdadero amor.
Si estableciéramos otro planteamiento, u otro orden en el planteamiento, convertiríamos los apostolados en empresariales, profesionalizaríamos la vida evangélica o, at lo rumo, nos engañaríamos con estímulos sentimentales y fantasías que periódicamente necesitan renovarse para conseguir alguna permanencia jugando a apostolados".
Para el apóstol "la vida es Cristo".
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4. De una CARTA AL CARDENAL ENRIQUE Y TARANCÓN
Eminencia:
Desde estas cálidas playas, donde viene casi a fenecer el "Mare Nostrum", hemos seguido muy de cerca el desarrollo del Sínodo Mundial de Obispos realizado en Roma.
Es curioso observar cómo el cuarto poder" empieza también a sucumbir a las maniobras ocultas de no se sabe quién, hasta llegar a presentar las cosas exactamente al revés de como han sucedido Y digo esto, porque sectores muy dignos de nuestra prensa nacional han caído inconscientemente en la trampa de presentar una Iglesia dividida, sobre todo en España, creando para ello la noticia superinflada y sensacionalista de que al margen del Sínodo auténtico se desarrollaba un contrasínodo" a cargo de los rebeldes de costumbre.
Yo mismo he sufrido en mis propias carnes las consecuencias de esta desinformación cuando, por arte de birlibirloque, me he visto actuando como **padre contrasinodal" en la Ciudad Eterna, siendo así que me encontraba arropado en mi propia ciudad de Málaga, atento a lo que pasaba en el Sínodo "auténtico".
Tengo a la vista las notas que cierta agencia de prensa española distribuye, en las que se destaca este título: Análisis muy confuso y lleno de dudas de Monseñor Lorscheider en el Sínodo.
A continuación viene a decir lo siguiente: la primera intervención del Sínodo, el pasado día 27, ha corrido a cargo de Monseñor Lorscheider, arzobispo brasileño, a quien se le ha encargado hacer una "panorámica" del momento actual de la Iglesia, que el prelado ha llevado a cabo con escasa fortuna. El método de su relación era hacer un elenco de los aspectos positivos y negativos de la Iglesia actual, y lo único que ha conseguido es sembrar nueva confusión (por si en la Iglesia no la hay en los momentos actuales)sobre todo porque se limitó a plantear problemas sin darles solución alguna.
Esta última frase, que he subrayado yo, es la verdadera madre del cordero:
{7 (147)} de la Iglesia – de los obispos – se espera la solución mágica de todo. En el fondo, es una actitud idolátrica, que ya apuntó en las primeras comunidades cristianas, tal como se desprende de la lectura del Nuevo Testamento, Los responsables vendrían a constituirse en sucedáneos de Cristo, y, como tales, también podrían presentarse ante sus comunidades como auténticos "señores". Pablo es uno de los que reacciona más vivamente contra esta usurpación, y así escribe a su comunidad de Corinto: «Nosotros no nos proclamamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como servidores vuestros por amor a Jesús» (2 Cor. 4,5).
Así se explica que lo que para algunos es negativo, para nosotros sea positivo.
Señor Cardenal: en su relación vemos un tono humilde, objetivo, buscador, que nos da muchas esperanzas.
Es un documento que no gustará a los que de los jerarcas eclesiales esperan una auténtica postura de "señores", y no de servidores vacilantes de la comunidad cristiana. Pero le aseguro que una gran mayoría de españoles ―dentro o fuera de la Iglesia― empiezan a mirarnos con respeto, con simpatía e incluso con esperanza.
Usted mismo lo dice muy bien: «Con sus luces y sus sombras, creemos que el camino emprendido es de gran esperanza, porque la Iglesia se ha acercado más a los pobres y a los oprimidos; porque se ha robustecido, aunque no suficientemente, el sentido comunitario de la fe y su compromiso con la justicia; porque se ha abierto la participación en la vida de la Iglesia a muchos sectores, sobre todo en lo que se refiere al ámbito de la renovación litúrgica, y porque, como balance total, creemos que ha aumentado la credibilidad de la Iglesia, especialmente por sus esfuerzos de mostrarse libre de todo poder terreno, Asumiendo su papel de conciencia crítica de la sociedad, aunque se haya producido la confusión en ciertos ambientes», Esta inesperada y rápida caída de las cadenas triunfalistas que atenazaban a nuestra Iglesia ha producido, como usted dice muy bien, la confusión en ciertos ambientes. Era inevitable. Pero puestas en la balanza esta confusión y aquella liberación, el platillo de esta última se inclina para abajo de una manera inequívoca.
Usted hace muchas alusiones concretas; pero quiero destacar lo que dice al hablar del difícil diálogo con los jóvenes: «Los pasos dados por los obispos al aceptar el riesgo del cambio, al intentar vivir en mayor libertad y pobreza evangélica, creemos que han sido comprendidos por los jóvenes y les han predispuesto favorablemente a la aceptación del mensaje». Usted mismo nos da un ejemplo de ello, que le agradecemos mucho. Me refiero a la nueva imagen pública de "obispo" que se produce en su propia diócesis de Madrid, y así en la zona IV ―la de Vallecas―, que es la que conozco mejor, da gusto ver mezclado con la gente, que lo acepta como suyo, a un hombre joven, pequeño, amable e inteligente a quien todo el mundo llama cariñosamente "Alberto". Es el obispo auxiliar encargado de aquella zona.
José M. González Ruiz en SÁBADO GRÁFICO. n. 909.
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5. El derecho a la esperanza
Sí, también es un derecho. Contra el pesimismo y contra los sembradores de pesimismo. El reciente Sínodo de obispos, tras enumerar aquello que considera como síntesis de los derechos fundamentales del hombre, terminaba su mensaje con la proclamación del derecho a la esperanza. Necesitan levantar sus corazones a la esperanza los pusilánimes, para quienes las primeras impresiones inmediatas de cualquier contrariedad, les sumergen en turbaciones que les impiden una visión más amplia del mundo y de la vida, de cuanto ocurre y de la acción de la Providencia, no ya para soportar las penalidades del esfuerzo momentáneo en la tarea del bien, sino para presentir y entrever que todo se integra en el proceso perfeccionador del mundo y de la historia del hombre, mientras crece y se acerca a las metas que le preparan a la visión de Dios. Son de doler los errores, hay que señalar los males y corregir las desviaciones para que se acelere, y no se retrase por culpa de nadie, la hora del reino de Dios; pero éste está asegurado. «Del Señor es el mundo y todo lo que en él se contiene», cantaba ya el salmista.
Proclamar el derecho a la esperanza es necesario y oportuno siempre, porque, para el fiel, la vida en la tierra únicamente tiene sentido si se convierte en explicitación de la esperanza cristiana.
La esperanza cristiana no es una suerte de tozudez espiritual; no es una pseudomística de la cabezonería indomesticada, miópica o perezosa, de cómoda o estúpida referencia a Dios, porque no se ve, no se sabe o no se quiere estar en la vida y tomar la vida como una tarea personal, lúcida y consciente, en la que vale tanto la fe como la abnegación laboriosa y la diligencia entusiasta: sin éstas resultaría imposible la fe sincera al no ser actuante.
Es necesario proclamar el derecho a la esperanza cuando los malévolos se entristecen de no poder registrar fracasos a cuenta de la Iglesia cuyo dominio se les escapa y cuyo aplauso ya no reciben.
¿Quién ha dicho que el pasado Sínodo ha sido un fracaso?... La iglesia no tiene éxitos ni tiene fracasos: sirve al Señor, busca su rostro y se esfuerza, venciendo debilidades y purificando sus palabras y sus gestos, en ofrecer el mensaje del Evangelio a los hombres. Eso es todo.
¿Debilidades? ¿Vacilaciones?... Las que puedan tener los demás hombres, mientras esté formada por hombres, aunque caminen hacia Dios. Pero ojalá que todos los humanos aun los que la miran, la juzgan, la "observan" ―¡también al Señor le "observaban"!― se esforzaran como Ella, como los más conscientes de sus bautizados, como los más sencillos de sus fieles, como los más reflexivos de sus sabios... para purificarse, para ser fiel al encargo recibido del Señor y para hacer el bien a los hombres.
Tenemos derecho a la esperanza, porque Dios rige el mundo y lo ama. Y porque una de las pruebas de este amor es la existencia de la Iglesia y las verdades que anuncia a los hombres....
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6. DERECHOS HUMANOS
UNA VEZ más se observa que la afirmación de los derechos de Dios engendra la de los derechos del hombre. La religión del Evangelio es así: la caridad hacia Dios es la raíz de la caridad hacia el prójimo, y todo el mundo es nuestro prójimo. La renovada afirmación del valor y del deber humano y sociológico de estos consecuentes y lógicos derechos del hombre viene a propósito hoy, cuando tanto se habla de la liberación y de la promoción de la humanidad hacia arduos niveles de la justicia, de la igualdad, de la fraternidad y de la solidaridad. La dignidad humana aparece así reivindicada, en virtud de aquel sentimiento religioso, que tantos no consideran en su justo valor, y en el momento en que la convivencia civil, tocando el vértice de su feliz y progresiva evolución, aún tolera hipótesis y condiciones contradictorias y representa peligros de nuevas y espantosas conflagraciones. La historia es siempre un drama de oscuros destinos. Y la Iglesia, impávida y amorosa, levanta su bandera de justicia y de paz. — PABLO VI.
CON el título de "Derechos humanos y reconciliación" y apoyándose en la cita de la encíclica "Pacem in Terris" y la declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos, los obispos reunidos en el Sínodo del pasado octubre, en unión con el Santo Padre, redactaron un mensaje dirigido a la Iglesia y al mundo, puestas las miras especialmente en aquellos que ocupan posiciones de mayor responsabilidad, ya que de ellos depende, en gran parte, el necesario y deseado progreso en la protección y desarrollo de los valores y de los derechos de todos los hombres.
La preocupación por la defensa de estos derechos está en el mandato de Cristo; la Iglesia «cree firmemente que la promoción de los derechos humanos es requerida por el Evangelio y es central en su ministerio.
Por ello, la Iglesia quiere respetarlos más en su propia vida, con un continuo examen y purificación de sus leyes, de sus instituciones y de sus programas.
La conciencia de nuestras limitaciones, carencias y fallos en la justicia nos ayuda a comprender mejor las de otras instituciones e individuos. Ninguna nación está hoy sin culpa cuando se trata de derechos humanos. Y aunque no es función del Sínodo mencionar violaciones concretas ―ello se hace mejor a nivel local―, señalamos, sin embargo, ciertos derechos hoy día más amenazados».
{10 (150)} El mensaje se refiere a cuatro categorías de derechos: el primordial de la vida física, el derecho a la alimentación directamente implicado en el orden de la economía; los derechos político-culturales, y, finalmente, el de la libertad religiosa.
No es de extrañar que en estos cuatro polos se conjuguen todos los problemas del ser, de la dignidad y de la libertad del hombre, tan agudizados en la hora de nuestra historia; hora de un mundo de nuestra historia; hora de un mundo en rápida transformación, en el que la avidez y el despotismo, o la envidiosa y triste pereza, o el miedo impotente de los más pobres, nublan las esperanzas de felicidad y aun de supervivencia. Pero la Iglesia nos invita a superar los temores mientras nos recuerda su perenne lección de amor, desde el mismo Evangelio.
«Impávida y amorosa, como ha recordado el Papa, mientras levanta su bandera de justicia y de paz».
El derecho de los hombres a la vida
Es el primero a que se refiere el mensaje. Santo Tomás ya nos recordaba que el primer y principal don que hemos de agradecer a Dios es que nos haya dado un ser. El ser no lo dan los hombres, y por eso no lo pueden quitar. Dios solo es el autor de la vida. Lo que Dios ha dado al hombre nadie tiene derecho a arrebatárselo, a discutirlo, a impedirlo, a maltratarlo. Los demás dones que Dios otorgue al hombre necesitan de esa primera plataforma que haga posible el don, es decir, necesitan de la existencia previa del ser humano en su propia naturaleza, que ha de ser respetada, favorecida, protegida. Hay que desmontar los pretextos que pretenden falsas justificaciones alegando beneficios para la humanidad, pero a base del absurdo de impedir la vida, o de herir al hombre o de organizar o consentir o comerciar con horribles matanzas.
El mensaje denuncia que este primer derecho – el derecho a la vida – está «gravemente violado en nuestros días por el aborto y la eutanasia, por la extensión de la tortura, por hechos de violencia contra víctimas inocentes, por el flagelo de la guerra». Al citar la guerra se refiere al escándalo de los armamentos, «como una locura que pesa sobre el mundo». En efecto, la carrera de armamentos agota {11 (151)} las pocas reservas de los países pobres, víctimas del comercio inicuo de los vendedores de armas, y los precipita en el círculo vicioso de una miseria desesperada e incapaz de liberarse a sí misma, reducida y explotada por los que controlan y determinan, en provecho propio, la fluidez económica mundial.
Si se tiene en cuenta que el presupuesto estadounidense del año 1973 dedicaba para armas, la cantidad de 21.000 millones de dólares y que esta cantidad es superior al doble del total del presupuesto nacional español, para toda clase de gastos del Estado, en el transcurso del año económico, se comprenderá la enormidad de los gastos para armamento. Además, y precisamente en Estados Unidos, si se paralizara la fabricación de armamentos, a los cinco millones de parados actuales, habría que sumar doce millones más… ¿No es triste que los hombres no alcancemos a organizarnos de tal manera que las actividades a que nos dediquemos, se orienten a la construcción positiva de un mundo mejor, sin la pérdida de tantas y tan cuantiosas energías solamente útiles para la destrucción y la muerte?
... Y al pan
Estrechamente vinculado al derecho a la vida, está el derecho a la alimentación. Es imposible pensar en una humanidad en vías de reconciliarse, es inútil hablar de paz entre los hombres, si un sector de ellos carece de lo que es indispensable para mantenerse en fuerzas y con vida. Corresponde a los gobiernos la búsqueda diligente, sin pérdida de tiempo, de los medios para remediar la carencia o mala distribución de los alimentos. Las masivas desigualdades de poder y de riqueza se oponen a la necesaria hermandad de todos los hombres. En orden a los derechos socioeconómicos «la concentración del poder económico en manos de unas pocas naciones y de grupos multinacionales, el desequilibrio estructural en las relaciones comerciales y en los precios de los recursos, el fracaso en la combinación adecuada del crecimiento económico con la justa distribución ―nacional e internacionalmente―, el paro forzoso extendido y las prácticas discriminatorias de empleo, así como los sistemas de consunción global de los recursos, todo esto exige ser reformado si la reconciliación ha de ser posible».
En este mes de noviembre, precisamente, la P.A.O. se dedica a estudiar los problemas de la escasez y distribución de alimentos en el mundo. Al más alto nivel ―participan Jefes de Estado y ministros de Exteriores y Agricultura―, tendrá lugar la Conferencia Mundial de la Alimentación, en Roma: países ricos y pobres, ideologías políticas opuestas, exponentes de las naciones más poderosas y representantes de los movimientos de liberación afro-asiáticos, hombres de todos los continentes se reúnen para discutir y buscar solución al hambre de la humanidad. Es posible que sus debates causen menos emoción que las conferencias sobre cuestiones de armamento o de precarios "altos al fuego", pero tendrían, a buen seguro, más importancia y eficacia para la paz si consiguieran convencer a todos para que dedicaran, al pan y a la cultura de todos los hombres, las astronómicas cantidades todavía destinadas al servicio del miedo y de la guerra, para desgracia del mundo y riqueza de unos pocos.
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Los derechos político-culturales
La cultura ―el pan del espíritu del hombre―, el desarrollo de todas sus potencialidades interiores y de su crecimiento en la verdad. De la verdad que hace librea, según el aserto de Cristo. Porque la humillación de tener que soportar la mentira y vivir en la obscuridad de la ignorancia en la peor de las esclavitudes, como comentaba Pablo VI; a propósito de los derechos de la inteligencia humana.
Al tratar de los derechos político-culturales, el texto redactado por el Sínodo fe refiere a la participación política, al derecho al libre acceso a la información, a la libertad de palabra y de prensa. «Condenamos, dice, la negación o limitación de los derechos humanos por causa de la raza. Requerimos de las naciones y de los grupos en conflicto que procuren la reconciliación, suspendiendo la persecución de otros y concediendo la amnistía, benevolente y equitativa, a los prisioneros políticos y a los exilados».
Está claro que las tan frecuentes negaciones y recortes hechos a la libertad en materia cultural y política, suelen ir acompañados de razones que quieren justificar el sacrificio impuesto, cuando ya no puede ocultarse tal imposición, en aras de beneficios superiores que lo compensan. Es posible, incluso, que la imposición proceda de una practicidad poco ilustrada o sin mala fe; pero aun en tales casos, debe evitarse ―como recordaba Pablo VI en la P. P., n. 33― el riesgo de ordenamientos o planificaciones arbitrarias que, al negar la libertad, excluyen el ejercicio de los derechos fundamentales de la persona humana.
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La libertad religiosa
Es evidente que las convicciones más profunda, del ser humano surgen, en el creyente, de su fe en Dios, y que, de tal fundamento obtienen su fuerza indestructible. Por esto no es extraño que, cuando desde el exterior del mismo hombre no se puedan erradicar los ideales fundamentados en instancias que trascienden el orden humano Y temporal, se desalen manifiestas o larvadas persecuciones, o por lo menos, discriminaciones religiosas. Por esta razón se explica que el derecho a la libertad religiosa sea «hoy negado y restringido por diversos sistemas políticos, de modo que se impide el culto, la educación religiosa y la acción social. Hacemos, dicen los obispos, un llamamiento a todos los gobiernos no sólo para que reconozcan de palabra el derecho a la libertad religiosa, sino para que eliminen cualquier discriminación e, independientemente de sus convicciones religiosas, concedan, a todos, los plenos derechos y oportunidades propios de los ciudadanos».
El hambre del mundo.
Los ricos y los pobres,
los poderosos y los débiles,
los sabios y los ignorantes…
se encuentran, discuten,
Acusan, prometen,
protestan, engañan,
compran, venden,
prestan, recobran...
«Somos demasiados»,
dicen los ricos.
«¡Que se repara todo!»,
gritan los pobres.
Cuando hay bastante
Para que todos tengan,
sin faltar, sin sobrar,
para vivir sin rencores,
sin envidias,
sin despilfarro.
Pero sigue el hambre.
Y no sólo de pan.
Hambre de vida:
de salud,
de justicia,
de información,
de verdad,
de fraternidad,
de responsabilidad,
de trabajo,
do fiesta,
de libertad...
De existir, simplemente.
Dios ha muerto.
¡Dios! Me dicen que estás muerto.
Lo dice Nietzsche, lo dice el Time, lo dicen los marxistas.
Y con tu muerte juegan todos: filósofos y teólogos.
La palabra de ahora ya no es Cristo.
«¡Revolución total, liberadora y santa!
¡Que mueras Tú y el hombre renazca!»
Pero aunque muerto, vives en mi humana nostalgia, quemante herida, pasión absurda de esperanzas.
Te siento lejos, inmensamente lejos, y sin embargo, sé que estás adentro, pero sé que eres Tú.
y ese Tú me doblega.
Y donde hay muerte y frío y hambre y odio me obliga a ver amor, luz que renace, flor de fango y de lágrimas.
Hernán Larraín Acuña
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7. A propósito de la evangelización, tres tendencias: ESPIRITUALISMO DUALISTA. TEMPORALISMO, FILOMARXISMO
De la intervención del card. Jubany, en el Sínodo, el día 11 de octubre de 1974, en nombre de la Conf. Episcopal Española.
1. TENDENCIA DE TIPO ESPIRITUALISTA O DUALISTA
La más ampliamente extendida entre los católicos de España.
He aquí algunas de sus características.
El Reino de Dios es una realidad exclusivamente trascendente, sin relación explícita con los problema de la sociedad humana; la vida cristiana debe quedar reducida al culto y a la moral individual.
La preocupación de los cristianos debe ser, por lo tanto, la de "vivir en gracia", sin explicitar más las consecuencias que de ello derivan en el orden temporal; la acción cristiana en el mundo debe orientarse sólo hacia los individuos (con el fin de que obren según su propia conciencia), no hacia las instituciones, grupos o estructuras. Los problemas sociales políticos o económicos de la sociedad son de orden puramente técnico, que deben ser resueltos por los individuos; la esfera de influencia de la moral cristiana se reduce al matrimonio, la familia, el trabajo profesional, como testimonio de vida, y la beneficencia.
De esto nace un dualismo rígido entre evangelización y promoción humana.
2. TENDENCIA DE TIPO TEMPORALISTA
Se da en grupos minoritarios n.uy significativos.
Algunos cristianos defienden con tesón que la promoción humana siempre ha de ser previa a la evangelización. Otros, en cambio, parten del principio de que la humanidad está dividida en dos grupos: el de los opresores y el de los oprimidos; la culpa de ello está en las vigentes estructuras socioeconómicas de carácter capitalista. El encuentro del hombre con el Cristo de la fe se verifica exclusivamente a través del encuentro con los oprimidos.
Por su parte, la Iglesia institucional, en virtud de compromisos históricos seculares, es obstáculo para el acercamiento del hombre con los oprimidos: por esto, frente a ella debe surgir la fraternidad de los oprimidos, cuyo vínculo substancial es el compromiso solidario de suprimir, mediante la revolución, la opresión en el mundo.
La celebración actual de la Eucaristía no tiene sentido porque reúne a opresores y oprimidos; la auténtica eucaristía debe ser la reunión de los oprimidos que, mediante su celebración, han de fortalecer su solidaridad y su unidad. → 15 (156)
3. TENDENCIA DE TIPO MARXISTA
Propia de algunos grupos cristianos, clérigos e intelectuales.
Algunos de los seguidores de la segunda tendencia optan por el marxismo militante y se esfuerzan en conciliarlo con la fe cristiana. Su argumentación parte del hecho de que el marxismo es un método de análisis científico de la realidad social y política, que ha descubierto el funcionamiento de los mecanismos de opresión propios del sistema capitalista, y un cambio científicamente fundado, que permite elaborar una alternativa global a dicho sistema. El cristiano marxista descubre en su fe una exigencia de liberación integral de la persona humana y de la sociedad; así su fe, sui esperanza y su caridad tienen una dimensión política y llevan consigo una exigencia de cambio radical de la sociedad.
La opción por el socialismo deriva, pues, del análisis científico de la realidad política actual, que descubre en el socialismo marxista la única salida válida ante las contradicciones internas del capitalismo.
La lectura del Evangelio, hecha a la luz del compromiso político revolucionario, ayuda al cristiano marxista: el análisis y la praxis revolucionarias se erigen en criterios de interpretación del mensaje cristiano de salvación.
No podemos pasar por alto, dada su actualidad e importancia, la postura de estos cristianos que han hecho una opción marxista. Por una parte se trata de una cuestión que es muy difícil, porque las ideologías son plurales y cambiantes y el lenguaje no es unívoco. Por otra parte, existen, entre otros, unos problemas de orden teórico-pastoral que estos mismos cristianos se plantean y aún no han aclarado debidamente.
EVANGELIZACIÓN Y LIBERACIÓN DEL HOMBRE
Creemos que es urgente y necesario, ante las posturas antes indicadas, profundizar más en la relación que existe entre evangelización y progreso humano o liberación integral del hombre. Se trata, según el Santo Padre, de dos complementos que «aunque distintos y subordinados entre sí, se corresponden recíprocamente por la convergencia hacia el mismo objetivo: la salvación del hombre».
Se trata, por una parte, de superar el dualismo que experimenta hoy nuestra pastoral tradicional, al tener que dar respuesta al hombre de muestro tiempo, especialmente sensible a toda opresión social, económica o política, sin que esta pastoral haya descubierto la relación intrínseca que todos estos problemas tienen con la le cristiana.
Por otra parte, hay que salir al paso de cualquier reduccionismo del mensaje evangélico ya sea de tipo espiritualista o temporalista. No es suficiente, según nuestro modo de entender, optar por dar prioridad a uno de los dos aspectos; porque esto equivaldría a seguir dividiéndolos, privando de unidad a la acción evangelizadora que se enfrenta con una realidad única, en la que la esfera personal se encuentra cada vez más implicada en contextos sociales de opresión, de injusticia o de simple subdesarrollo.
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8. mass media: OPINIÓN PÚBLICA Y EVANGELIZACIÓN
LA OPINIÓN pública es una de las grandes fuerzas sociales del mundo actual. Lo demuestran los conatos políticos y hombres de negocios para influenciarla y movilizarla, a fin de conseguir sus objetivos partidistas y comerciales.
Pío XII definió la opinión pública como «el eco natural, la resonancia común, más o menos espontánea, de los sucesos y de la situación actual en los espíritus y en los juicios de los hombres».
En nuestros días, la multiplicación y creciente rapidez de los medios de comunicación, un nivel más elevado de educación, una mayor socialización y democratización, y una conciencia más viva del derecho a la información, han desarrollado e enormemente el influjo social de la opinión pública, la Iglesia no puede ignorar este fenómeno que constituye un verdadero "signo de los tiempos". La formación de la opinión pública, y su liberación de la fuerzas que la quieren suprimir o deformar, deberían constituir hoy día uno de los principales objetivos de la tarea evangelizadora de la Iglesia.
La adecuada formación y expresión de la opinión pública es necesaria para el desarrollo humano integral que la evangelización quiere promover. Por consiguiente, como el Concilio Vaticano II declaró: «Todo esto pide también que el hombre, salvados el orden moral y la común utilidad, pueda investigar libremente la verdad y manifestar y propagar su opinión y que se le informe verazmente acerca de los sucesos públicos» (Gaudium et spes, n. 59).
Los dos elementos principales que de hecho forman y definen la opinión pública son: por una parte, la información que se difunde sobre los hechos y las ideas, sobre la realidad histórica en que vivimos; por otra, los valores, esquemas mentales y actitudes que condicionan la recepción de esa realidad y a veces hasta la deforman.
Esforzarse a fin de que la opinión pública no sea manipulada, sino que sea informada de una manera objetiva e imparcial, para que esta información se reciba e interprete a la luz de una visión cristiana del mundo, del hombre y de la sociedad, es hacer obra de evangelización.
{17 (157)} No cabe duda de que los medios de comunicación social son de los más eficaces para informar y formar la opinión pública. Con frecuencia estos medios están controlados por intereses políticos o económicos y la información que dan es, si no falsa, por lo menos parcial e incompleta, filtrada y viciada en su misma fuente.
Aun cuando se esfuercen por ser objetivos, los responsables de los medios de comunicación social se encuentran con frecuencia sometidos a una triple tiranía que constantemente les oprime: la tiranía del tiempo... la tiranía del interés...; la tiranía de la originalidad... Estos condicionamientos y tensiones explican, en gran parte, las inexactitudes de información, la abundancia de casos extraños y escandalosos, y la presentación a veces deformada de un hecho o de una información.- P. Pedro Arrupe, S. J. (en el Sínodo).
El respeto, el amor.
Cuando digo a un hombre:
―Te respeto,
te admiro,
te venero...".
¿no puedo decirte, ya, nada que sea más elevado,
que sea más digno?
¿He agotado las palabras del lenguaje humano?
No; todavía me queda algo que decir.
Me queda una palabra,
una palabra única,
la última de todas...
Puedo decirle:
«Te quiero».
Miles de palabras la preceden;
tras ella, sin embargo, ya no hay ninguna otra,
en ningún idioma del mundo.
Solamente es posible, cuando ha sido pronunciada,
repetirla otra vez.
Lacordaire
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9. el cine: Vittorio De Sica
HACE una treintena de años que aquellos niños del Oratorio de la Garbatelia, en la periferia romana, a quienes un dudoso artista quería utilizar en una película de éxito incierto, porque había que partir de recursos muy elementales, por necesidad... y por convicción, no habrían podido sospechar que eran candidatos a un protagonismo de ficción, que luego no solamente marcaría un hito en la historia del Cine, sino que, ya sin duda, hasta los historiadores que querrán asomarse a la tristeza de las caras, a los rostros de los sencillos de corazón que hubieron de padecer la locura de las guerras contemporáneas, sin saber por qué, tendrán que volver a contemplar.
Charlie Chaplin, con ironía y con ternura, criticó los despotismos contemporáneos. Vittorio De Sica, dulce y triste, supo recoger la debilidad y la belleza de lo elemental que, en el hombre, ni las guerras destruyen y que tal vez excitan. «Tiempos modernos», de Charlie Chaplin, y «Ladrón de bicicletas», de Vittorio De Sica, valdrán, para nuestra época, lo que la escritura cuneiforme para las remotas, o los pergaminos para la Edad Media, si la Historia es más que lista de fechas y crónica de batallas.
Las grandezas históricas que se pudieron asentar en el solar italiano son tan antiguas, que el pueblo que lo habita ya no puede ser ni Soberbio por presumirlas. ni resentido por recordarlas demasiado. La grandeza política y militar del Imperio romano quedó disuelta o emigró. Pero como péndulo mediterráneo, Italia no quedó inactiva:
tuvo sabios y allí nació la primera universidad europea; tuvo artistas, que recogieron las luces, los colores y las formas de la belleza; tuvo un buen puñado de santos para quienes el bien y el amor fueron una forma exquisita de sabiduría, de orden, de belleza, de fortaleza y de verdad.
Los últimos totalitarismos que la cercenaron no pudieron suprimir esa herencia, casi solamente espiritual. Vittorio De Sica participa de ella, con Rossellini, como por otra parte ―aunque se proclame marxista― el mismo Pasolini.
No se trata de hacer una apología italianizante de la cultura occidental.
Pero nadie puede dejar de reconocer esa nota de humildad, de sencillez humana que, desde Italia, ha intentado repartir claridad, descubriendo la belleza de lo elemental y la dignidad de la pobreza limpia, y la fuerza irresistible de la verdad que se defiende sola, y se basta, «umile, casta e chiara» como del agua pregonaba san Francisco; con «distacco», ágil, como quería san Felipe.
Vittorio De Sica ha muerto, y de él nos conforta, no sólo la autenticidad de su obra, es decir, su «neorrealismo» que fue una lección ante la {19 (159)} grandilocuencia hueca del arte mecanizado, derrochón pero estética y hasta moralmente irrelevante, sino porque, hace muy poco, de paso por España ―su esposa María Mercader es catalana― decía, con sencillez que no tenía miedo a la muerte, porque no podía separarle del recuerdo de lo bello. Que es resplandor del Bien.
También dijo que «el cine de hoy, en general, es pseudointelectual, irresponsable, deshonesto y pornográfico porque sí». Que de la vida, dolerle o arrepentirse lo hacía de «haber trabajado con dinero americano y haberse sometido a su servidumbre». Que su mejor recuerdo, o sus preferencias como creador estaban en «Ladrón de bicicletas» y «Umberto D»... Tal vez, pensamos, porque en la silenciosa elocuencia de este último se veía él mismo descrito, y también porque en su primer film neorrealista reverdecía la ternura de su incipiente vejez.
Descanse en paz.