Publicación mensual del Oratorio
Núm. 128. ENERO. Año 1975.
0. SUMARIO
AÑO SANTO, Año Internacional de la Mujer... y año de la universal austeridad. Salvo que, superficiales, dormidos pasemos por las verdades y por los dolores, sin interesarnos la justicia, ni la dignidad, ni el bien ni el mal de los otros. Año 1975: número bello, a pesar de todo. Bueno, próspero, justo, santo, si quisiéramos.
1975
ANDAR Y BUSCAR
LO PEOR QUE SABEMOS HACER LOS MAYORES
TRIPLE INTERPELACIÓN PARA LA PAZ
CON EL CORAZÓN EN LOS LABIOS
CRISTO TODAVÍA NO HA NACIDO
LOS BUENOS EJEMPLOS
LO "NUEVO" QUE NO ES NUEVO
LA PAZ
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1. 1975
PARA los católicos será, como acontecimiento, un "Año Santo", aunque bien diferente, en las circunstancias, del último celebrado: el de 1950, durante el pontificado de Pío XII.
A pesar de las contradicciones, miedos y recelos de una paz bastardeada con las venganzas, aquel jubileo significó un respiro alentador de las ansias de renovación que el mundo sentía.
Como sucede después de todas las grandes guerras, quedan rotas muchas fronteras y los hombres descubren, después de ellas, o inventan, nuevos caminos para comunicarse y se movilizan los pensamientos en presencia de las comunes aspiraciones y frente a todos los problemas. El dilatado magisterio de Pío XII tuvo una palabra para todo, en la medida y en el sentido que entonces cabía esperar y se podía pedir. Y pareció inmenso.
Pero los hombres y el mundo estaban cansados de dolores pasados y de miedos presentes. Pareció conjurarlos, con el Concilio Vaticano II, la figura profética del Papa Juan XXIII. Mira el mundo, pero mira a la Iglesia y pide, no ya el cambio de las realidades terrenas según el espíritu de Cristo, sino que anuncia y emprende la transformación rejuvenecedora, la puesta al día de la misma Iglesia, para acompañar mejor A este mundo en transformación y dramático crecimiento. Y estamos aún bajo la fuerza del impulso que él nos dio, y es evidente, contra lo que no quieran reconocer los más exigentes, o lo que lamenten los más tradicionalistas, que la Iglesia se transforma, sin degenerarse, sino afinando más su conformación evangélica, dura y trabajosamente insistente.
No se trata de salvar a la Iglesia, sino de salvar lo que tiene que decir al mundo; de salvar la autenticidad de su mensaje, la integridad de su verdad.
Verdad insospechada de los que la acusan sin conocerla; verdad temida de los que la conocen mal y les falta fe para fiarse de Dios y, por lo tanto, de sus apóstoles.
¡Ojalá que este año que calificamos de "santo" sin haberlo todavía vivido, sea realmente una ocasión para la intensa predicación del Evangelio de Jesucristo y de la urgencia de llevarlo a la vida de todos! Solamente así sería portador de la bendición de la paz que debe acompañar siempre a la santidad, al bien de los hombres. De esos hombres que se afanan, discuten, y hasta sufren, hacen o pagan guerras, porque no quieren otro reino que no sea de este mundo.
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2. Andar y buscar
NO se trata de ejercitar la duda sobre Dios, como sistema desde el cual, revoloteando en torno a la verdad, nos justificamos frente a la exigencia ineludible de enfrentarnos y definirnos frente a ella. Para el cristiano la fe es ya una verdad; pero no es un término. No se llega a la fe, sino que se parte de ella. Desde ella puede y debe seguir buscando, el que ya ha encontrado: se trata de proseguir un desarrollo que desenvuelve expansione y clarifique, en una simplificación elevadora, toda la vida, su sentido terreno y su trascendencia, camino adelante, del espacio y del tiempo, hacia Dios.
Buscar sin datos, caminar sin camino, preguntar sin nombres, mirar sin luz, amar sin bien...conduce al absurdo y a la desesperación. Espera el que de algún modo ya posee; anda el que está orientado. La fe es esta orientación y es un bagaje elemental de datos que el fiel maneja mientras crece su aproximación a la plenitud del bien, que coincide con Dios.
En la vida muchos sólo quieren tener pocos quieren buscar. Y los que buscan en los campos de la dimensión humana de apetencias, lo hacen con la secreta esperanza de llegar a una relativa seguridad que les releve de esfuerzos posteriores. Pero en la fe no hay jubilación posible, ni seguridad que proteja retiro alguno del esfuerzo perseverante. Toda la vida del fiel es camino y actividad constante. Creer es buscar incesantemente a Dios, buscarlo desde el grado de posesión que se dispone, desde la fe, siempre incompleta.
El misterio navideño, sin excluir osa aureola de gozo y ternura que lo envuelve en la totalidad de su celebración, contiene siempre el testimonio de los primeros que se acercaron a Cristo, creyendo y buscando a la vez: María, José, los pastores, Ana, Joaquín, los Magos... En especial, al vencer nuestras conmemoraciones litúrgicas, se nos ofrece como ejemplo de fe activa, el camino y la actitud de estos últimos personajes, de los que tenemos pocas referencias, y que precisamente debido a ello, nos fijamos más en la insistente de fidelidad y búsqueda que el Evangelio nos manifiesta respecto a ellos.
{3} Sabían algo, poco, seguramente menos de lo que sabemos o podemos fácilmente saber la mayoría de los que nos llamamos cristianos. Pero partieron de su sabor en busca de la verdad total. Búsqueda laboriosa y accidentada, con dificultades que precisamente contribuyeron, no a extinguir, sino a acrisolar la calidad de su fe. Finalmente se postraron frente a Jesús, rey humilde, aunque temido por los poderOS0A mundanos (Herodes), reconocible solamente a través de la fe.
Pero hay una historia de los Magos que los Evangelios no nos narran, y que se contiene en el gozo que sigue al encuentro con Jesús, a partir del cual emprenden un camino nuevo. La fe para ellos no fue una cristalización sobrenatural y estática de la verdad referida a Dios, y a Dios hecho hombre:
sino un manantial, una corriente de vida para extender a todo lo demás: por esto no se detuvieron, y por esto siguieron andando. El único que permanece quieto en su lugar, en espera endurecida por el miedo y la decepción desesperada que ni la crueldad compensa, es Herodes, inmóvil en su ficticio y débil trono, y el solo, el gran decepcionado.
Pero los Magos, vencido ya cualquier temor, disipadas las vacilaciones de la primera gran búsqueda, han encontrado algo que, finalmente, no les cabe ni en la plenitud de gozo de un solo momento, ni de unos días; algo que necesita toda la vida y que exige ser proclamado a todos los hombres que encuentren mientras anden sobre la tierra; algo que no puede ser prestigiado u oscurecido por aquel rey, ni defendido o atacado por las espadas de sus soldados. Es como una semilla limpia en la tierra del corazón. Y no pueden estar solos: buscan a los demás. Aquella fe es un gran entusiasmo.
Un entusiasmo creciente, una verdad que se agranda, que cambia la propia existencia mientras se mira, desde ella, el mundo, y se anuncia a los demás hombres.
Así, y por esto, no se quedaron en aquel lugar y volvieron a su país.
Andando, buscando todavía, porque Jesús era "el Rey de los judíos" pero también el rey y salvador del mundo, y había que emprender esta tarea, 0, como dicen, apostolado, que se hace desde la fe, y que también es una búsqueda: proclamar la fe, repetir el anuncio del Evangelio, es acercar a Dios para enseñar a creer y a buscarlo.
La libertad es la cosa más preciosa y suprema en todos los bienes de este mundo temporales y tan amada y amiga de todas las criaturas sensibles e insensibles y mucho más de las racionales.
Fray Bartolomé de las Casas
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3. Lo peor que sabemos hacer los mayores
DECIR que la delincuencia juvenil en España, ha doblado la cifra en el transcurso de diez años —si se llevan las cuentas de las "condenas", que es una forma de control estadístico para el sociólogo— no resulta realmente nada tranquilizador.
Cuando se trata de evitar el delito y evitar la perturbación del orden social, los criminalistas insisten cada vez más en la necesidad de la prevención, y ésta a nivel de concienciación y educativo. Ni basta la clásica retribución de pena por delito, ni la presión psicológica antecedente que el temor del castigo previsto pueda disuasoriamente ejercer sobre los hipotéticos delincuentes.
Si no pasáramos por ser cristianos, sólo en interés de la defensa y seguridad social, debiéramos someter a examen y rectificación, la costumbre tan generalizada de repartir juguetes bélicos en estas fiestas que, por otra parte, siempre acompañarnos con la idea de "paz". Los padres de los niños, u otras personas especialmente obsequiosas con ellos, año tras año, en Navidad o Reyes, regalan en abundancia juguetes de guerra a los niños y, además, si son capaces —"incapaces"— de aguantarla, les sueltan la mentira de que se los regalan el Niño Jesús o los Reyes Magos...
Echar la culpa a los fabricantes y a los tenderos es una excusa falsa: ellos fabrican y venden lo que el público espera y desea porque, en último término, siempre es éste el que decide.
Ya se hacen anticuados los soldaditos de plomo para fantásticos ballets de desfiles marciales; ahora las tiendas venden pistolas y fusiles, bombas y granadas, tanques que disparan balas de plástico y aniquiladores que lanzan rayos Lasser... Cada año más perfecto y, aunque evidentemente inofensivos, más parecidos a las armas verdaderas:
se ha llegado a perpetrar atracos con pistolas de juguete, y harta al secuestro aéreo... Lo cual es jugar muy en serio, aunque hayan sido adolescentes.
No faltan quienes desvirtúan su posible valor de incentivo bélico a dichos juguetes, calificándolos de válvulas de escape por donde la congénita (7) violencia humana, encuentra, desde la infancia, desahogo, como puede serlo el espectáculo deportivo, por el mecanismo de transferencia belicosa ejercida en el contraste partidista entre equipos, o en la descarga de insultos contenidos hasta que resulta posible, impunemente, soltarlos al árbitro.
Esta idea pensamos que se basa en un desprecio del hombre, o en el concepto bestializado del mismo. Es evidente que el hombre es capaz de {5} embrutecerse; lo cual es lamentable, precisamente porque puede evitarse; pero no te corrige cultivando la desviación bestializadora, sino educando Y canalizando las energías del ser humano, ni hacia fingidas violencias lúdicas que le desfiguran, le infantilizan y retrasan o comprometen su desarrollo racional y humano, ni cediendo al fatalismo de la imposibilidad racional de sus aficiones y de su conducta verdaderamente humana, sino depurando y activando su capacidad de ennoblecimiento, en el trabajo, en el saber, en la generosidad.
Un juguete bélico en un niño, es un entrenamiento fantástico de violencia; es despertar, cultivar, tal vez legitimar, con harta ligereza, la agresividad latente en el ser humano, para que, incontenible de tan ensayada, no se limite ya a la propia afirmación, sino pase a la disputa primero, y luego a la lucha. Ni la vida es lucha, ni la lucha en vida: la vida para el cristiano es, sí, superación, pero no de los demás, sino de uno mismo, y de forma constante.
El Cristianismo suprime la rivalidad, engendradora de la envidia, del odio, del egoísmo y de la violencia, porque el Cristianismo es amor y el amor, si necesita obviamente afirmarse y poseerse primero, es solamente para poder entregarse.
El amor es un descubrimiento del bien, pero también es una oblación de lo bueno. El amor, en cristiano, no acapara, no discute, no depreda, no arrebata, no destruye, no lucha fuera de sí, sino lucha consigo mismo para hacer, día a día, más pura —más generosa— su entrega.
Los niños están especialmente dotados para el amor... con tal que no se les tuerza era energía, con la mala educación del egoísmo y de la violencia. No importa que, cuando lleguen a mayores, ciertos modales de fineza hipócrita o a ratos sentimental, les haga parecer buenos hombres y buenas mujeres en el fondo, disimulado, guardan el poso agrio del egoísmo, del zarpazo violento, astuto o brutal, porque ver la vida como guerra de algo, guerra con alguien fuera de ellos, si se les ha educado mal.
¡Abajo los juguetes de guerra, porque, por lo menos, recuerdan a los niños lo peor que hemos sabido hacer los mayores: las guerras!
Que se haya podido estrenar GODSPELL es significativo de que se puede abrir una brecha en cierto cerrado caparazón de prohibiciones, censuras y privilegios, precisamente por su coronamiento: la religión. Y no porque la niegue. La obra no se preocupa de eso, en absoluto. Sino porque la figura central de esa religión es vista alegremente.
Aunque entonces se cumple que quienes tienen la libertad prohíben la risa... ¡Maravilloso poder subversivo el del hombre que les el Evangelio!
(MUNDO SOCIAL, n. 226)
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4. Para la paz: Triple interpelación: LAS EXPLOSIONES ATÓMICAS, LA CARRERA DE ARMAMENTOS, LA VENTA DE ARMAS
Fragmento de una declaración de monseñor Jean Bernard, obispo de Nancy y de Toul, sobre la Iglesia y el Ejército, publicada en enero de 1974, recogida en La Documentation catholique de 17. 2. 74.
TRES cuestiones interpelan al mundo contemporáneo, cualquiera que sea el lugar de la tierra que habiten los hombres:
• Las armas atómicas pueden perturbar gravemente, y quizás comprometer totalmente, la posibilidad de vida sobre el planeta. La desintegración del átomo, mal dominada, puede alcanzar consecuencias gravísimas. " • La carrera de armamentos constituye, desde hace mucho tiempo, un peligro enorme; peligro que ha crecido, de modo singular, a causa de la eficacia destructiva alcanzada por las técnicas de fabricación y del elevado precio de su coste, que ge traduce en sustracción del dinero que debería dedicarse a las obras de desarrollo de la humanidad. ¿Cuál habrá sido el costo, en todos los sentidos, de la guerra árabe-israelí?
• La disparatada venta de armar especialmente a los países subdesarrollados. Toda conciencia moral debe plantearse esta cuestión, por más que resulte compleja.
El hombre, creado a imagen de Dios, descubre en nuestra época, mejor que en otras, como Dios lo ha querido asociar a su poder sobre la creación. Podemos motilarla; podemos, tal vez, destruirla. No sentirnos sacudidos fuertemente por estas cuestiones fundamentales —peligro atómico, carrera de armamentos, venta de armas— sería equivalente a rehusar nuestra responsabilidad sobre el futuro de este mundo que Dios nos ha confiado:
responsabilidad ante Dios y ante las generaciones venideras.
Sé que hombres destacados de la política y militares de alta graduación, están preocupados por estas cuestiones, en muy altos niveles.
También la Iglesia, por la voz del Concilio, del Papa, del episcopado, ha subrayado su gravedad y urgencia.
En modo alguno puedo estar de acuerdo con ciertas intervenciones que intentan relegar la Iglesia a los problemas del culto en el sentido estricto del término.
Es indiscutible que la política no constituye el dominio de la Iglesia, pero dejaría {7} de ser fiel a la misión que le ha confiado Jesucristo —Dios y, además, hombre— si los cristianos se desinteresasen de todo lo que es fundamental para la vida y el porvenir del hombre y de la humanidad.
Demostraría desconocer la naturaleza de la Iglesia instituida por Jesucristo quien pretendiera lo contrario.
VOCES PROFÉTICAS QUE JAMÁS DEBEN SER AMORDAZADAS
Son múltiples los medios que se nos presentan en el intento de resolver, en beneficio del hombre, estas graves cuestiones.
No han faltado voces de cristianos —obispos, sacerdotes, laicos— cuyas intervenciones han sido como un "grito" ante la gravedad de las cuestiones presentadas: están en la misma línea de las intervenciones de los profetas que denuncian las injusticias y los males que Nos asedian.
No faltan, por otra parte, los que quisieran reducir a silencio estas voces proféticas. Pero pido enérgicamente que no sea así: sería demasiado grande el riesgo de ahogar, de este modo, todos los llamamientos de la conciencia humana, y todos los a visos de Dios.
Sabemos, por experiencia, cómo, bajo el pretexto de preservar el orden, la fuerza puede amordazar la conciencia y sofocar los llamamientos de Dios.
Algunos insistirán, para apagar estas voces, que la fuerza es necesaria, por lo menos, en su particular carácter de recurso disuasorio. A pesar de este argumento, insisto en que jamás sea amordazada la voz de los que, en nombre de su conciencia, afirman con energía los peligros que nos amenazan y el escándalo de ciertas actitudes.
¡Qué desastre moral —del cual sería el hombre inevitablemente la víctima— si debe prevalecer la fuerza!
Sabemos que ya no existen islas y que las fronteras son inútiles. Sabemos que, en este mundo en constante aceleración, estamos forzosamente obligados a la solidaridad o a la complicidad...
Sabemos pues, sin lugar a dudas, que el nuevo orden que estamos buscando, no puede ser solamente nacional o ni siquiera continental, ni sobre todo occidental u oriental. Debe ser un orden universal.
Albert CAMUS
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5. jóvenes: Con el corazón en los labios
HABLO con el corazón en los labios, pensando especialmente en los jóvenes, en los más jóvenes que hemos visto comparecer entre los sospechosos protagonistas de la triste y vil delincuencia de estos últimos tiempos.
Observamos, aterrorizados, las reacciones: la de las lágrimas por las víctimas inocentes y vemos al pueblo que se lamenta con el ánimo colmado de sentimiento humano y cristiano; y estamos con él.
Nos damos cuenta de que estalla la indignación, en ciertos sectores, con propósitos y formas de venganza, de odio, de represalia; y nos parece que ésta no lleva a la reparación justa y a la concordia que es preciso restablecer.
Además, creemos descubrir una gran multitud de gentes desconfiadas, envilecidas, indiferentes y como resignadas al pesimismo moral y social ante un mundo fio principios superiores y tonificantes.
Y todo esto explica que la juventud, que una cierta juventud, se lance a empresas locas y audaces, antisociales Y antihistóricas; busca ideales fuertes y elevados, y, al no encontrarlos en la pedagogía agnóstica del pensamiento contemporáneo, se entrega a los substitutos de las veleidades subversivas.
En esta situación, el riesgo ha substituido al heroísmo; el interés económico ha ocupado el lugar de la grandeza moral; el hedonismo de las pasiones y del placer ha deformado el amor; cualquier fórmula teórica de moda se ha arrogado la función de la verdad y de la dignidad de la fe. De esta manera el amor social se ha adormecido y degradado.
¡Oh jóvenes! ¿No os dais cuenta que de las desviaciones de esta hora decadente y amenazadora, surge en vuestro espíritu una poderosa, una imperiosa pero simple y alegre invitación a la bondad, a la amistad, a la honestidad, a la Fe? De vosotros puede nacer el resurgir ideal y moral del pueblo.
Para él os lo pedimos, y en nombre de Cristo os lo prometemos.
PABLO VI, 11, AGOSTO, 1974 9
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6. Navidad ha pasado, pero Cristo todavía no ha nacido
PENSAMOS que esto no solamente "se puede decir", sino que "se debe decir": Cristo todavía no ha nacido. La frase no la inventamos nosotros; tampoco la dice un derrotista; ni es demasiado reciente: la pronunció Mahatma Gandhi, en vísperas de la Navidad de 1932...
Es cierto que Gandhi no era cristiano, y que no habló demasiado bien de los cristianos; pero sí habló bien de Jesucristo. De los cristianos dijo «que no vivíamos el Evangelio de Cristo»; de Cristo dijo «que era el ejemplo más noble de quien quiera darlo todo sin pedir nada; que era la fuente más rica de fuerza espiritual que hombre alguno pueda conocer».
Según Gandhi, «el Cristianismo todavía no ha sido realizado». Podríamos replicarle que confunde la meta con el camino; que estamos todavía en camino... ; que mientras andamos, no se nos puede pedir más que el avanzar, con sinceridad y nobleza, con ilusión y esperanza, con generosidad y buen corazón. Porque "estar" en el camino simplemente por "estar" parados en él, tampoco nos interesa: ningún camino es solamente para "estar" en él, sino para "andar" por él y avanzar.
El que no anda, entorpece a los demás y él misino pierde el tiempo.
De todos modos, su crítica es saludable, porque nos avisa: queda todavía bastante camino que andar. El camino no es meta.
Pero copiemos las palabras del testimonio de Gandhi, de hace más de cuarenta años:
Os diré, en estas vísperas de Navidad, qué impresiones ha producido en mí, la historia de Cristo en cuanto he podido leerla en el Nuevo Testamento.
Leyendo toda la historia de lo que Cristo ha hecho, me parece que el Cristianismo aún no ha sido realizado, a menos que aceptemos que allí donde descubrimos un amor sin límites y allí donde no existe algún pensamiento de venganza, haya un cristiano viviente y por encima de todo ceremonial y de toda enseñanza de los libros.
Pero no es así como, generalmente, se comprende el Cristianismo.
En la vida de una religión dos mil años pueden ser muy pocos.
{10} Efectivamente, a pesar de que cantemos «Gloria a Dios en lo alto de los cielos y paz en la tierra...», hoy no hay en la tierra ni gloria a Dios ni paz.
Hasta que el anhelo de paz no quede satisfecho y hasta que no hayamos librado nuestra civilización de la violencia, Cristo aún no ha nacido.
Cuando la auténtica paz se haya firmado, podremos decir que Cristo ha nacido entre nosotros.
Entonces no pensaremos en la Navidad sólo como en un aniversario, sino también como en un acontecimiento que se puede realizar toda nuestra vida.
Lo importante es vivir la vida que nunca se para, que sin cesar marchemos hacia la paz.
Si, por lo tanto, deseamos a los demás "felices Navidades" sin dar a estas palabras un sentido profundo, este deseo será una simple fórmula vacía.
Los que no quieren la paz para todos los hombres, tampoco la quieren para sí mismos, ya que no es posible alcanzarla, si, al mismo tiempo, no existe por parte de todos el mismo intenso deseo de paz.
Es posible, en verdad, sentir la paz incluso en un ambiente de lucha; pero solamente a condición de sacrificarse y crucificarse para que desaparezcan las causas de los conflictos.
Así que, como el nacimiento de Cristo es un acontecimiento, la cruz también es un acontecimiento en esta vida de lucha.
Por esta razón nosotros no tenemos derecho a pensar en la Navidad, sin pensar también en la muerte de cruz.
Cristo vivo, significa cruz viva.
Sin ella, la vida no es más que una muerte agitada.
Estas palabras son cristianas aunque nos las diga Gandhi. Nos advierten de la {11} necesidad de superar convencionalismos y falsedades. La celebración de Navidad no es solamente un "aniversario" histórico: es la representación de un misterio que se ha de introducir en el hombre como una levadura en la masa que ha de transformar.
Hemos de suponer la sinceridad de tales palabras; es decir, que no eran dichas como si aplazara su conversión cristiana condicionándola a la ejemplaridad del precedente cristiano. Gandhi se admiró de Cristo, sin llegar a la fe sobrenatural. Fue, sin embargo, clarividente y objetivo y «no estuvo lejos del Reino de Dios» predicado por Cristo. Pero pasó de largo, sin indagar, sin preguntar, sin buscar más.
La fe es, a la vez, un encuentro y una búsqueda: un encuentro con Cristo, un encuentro personal. Y una búsqueda hacia dentro de uno mismo para seguir buscando, incesantemente, más verdad, y derramarla, como luz nueva, hacia afuera, sobre los demás hombres y sobre las cosas, con el afán y la esperanza de que se transforme el mundo, para Cristo.
Algo, evidentemente, que no está hecho aún; algo que solamente ha comenzado. Algo por hacer entre todos. Entre todos, a partir de la fe.
Puesto que Cristo «todavía no ha nacido». San Juan, en el Apocalipsis, describe el alumbramiento de Cristo, hecho misterio en el mundo; anuncia el fruto místico de la Iglesia, finalmente transformando la tierra y el cielo en la novedad eterna de la gloria de Dios:
¡un cielo nuevo y una tierra nueva, liberada, nacida de la redención!
Ese nacimiento esperamos.
Si queremos vivir en paz sobre la tierra, nuestra fidelidad ha de cesar de ser partidista para convertirse en universal. Nuestra fidelidad ha de ir más allá de nuestra raza, de nuestra tribu, de nuestra clase o de nuestra nación; lo cual significa que debemos desarrollar en nosotros una perspectiva mundial. Nadie puede vivir solo, ninguna nación o pueblo puede vivir solo, y cuanto más intentemos aislarnos, tanto más multiplicamos los riesgos de la guerra en el mundo.
Por eso el juicio de Dios está sobre nosotros y debemos, o bien aprender a vivir juntos como hermanos, o bien a perecer también juntos y enloquecidos.
Martin Luther KING
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7. Los buenos ejemplos
A PESAR de las ironías de Buñuel, en Le charme discret de la bourgeoisie, es verdad que hubo, no hace tanto, un obispo francés que quito dedicarse a un trabajo manual, y no precisamente de jardinero de una casa de señores... pero nadie quiso emplearle y no tuvo más remedio que dedicarse a un trabajo autónomo, aunque muy humilde: zapatero remendón.
El tal obispo-obrero (no el simbólico e ironizado de la película), era el responsable de una asociación de sacerdotes que se dedicaban a un apostolado especial en medios obreros y él quiso, como superior, conocer por sí mismo y experimentalmente por varios años, este medio de trabajo. Y a él se sometió no queriendo depender materialmente para sus gastos de alimentación, vestido y alojamiento, más que de los ingresos que consiguiera con su tardío oficio. Ni siquiera dispondría de las limosnas por las misas celebradas.
No hace falta hacer notar que la experiencia de este obispo no era el resultado de un antojo o de una singularidad esnobista, sino la conciencia de la necesidad sentida por un pastor profundamente consciente, al que no bastaba el conocimiento teórico del modo de desenvolverse de una clase social a la que, con otros colaboradores, debía dedicar especialmente su apostolado.
Sólo más tarde la curiosidad informativa o el afán por lo que representa una novedad insólita, llamó la atención sobre tal hecho, sin que lo hubiese intentado ni le fuese posible evitar al propio interesado; pero es el tributo inevitable que se lleva el espíritu de este mundo, superficial y novelero, incluso de las cosas santas. Lo más positivo quedaría reflejado por el mismo protagonista en un libro aparecido en el año 1963, con este título: Cinc ans avec les ouvriers: témoignage et réflexions. El nombre del autor no es ningún secreto: Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon.
Aquel cardenal de sesenta años...
A últimos del año 1967, aquel cardenal de poco más de sesenta años cumplidos, Paul Emile Léger, arzobispo de Montreal, dejaba esta sede canadiense y, por motivos espirituales, pedía y obtenía de la Santa Sede la renuncia de su cargo para trasladarse a una leprosería africana y, bajo la dirección del obispo del lugar, dedicar su servicio y sus ministerios sacerdotales a aquellos enfermos.
El cardenal Léger no era ningún frustrado, ningún cobarde, ningún oscurantista asustado por el mundo donde vivía. Todos habían admirado siempre en él una apertura de mente y una comprensión profunda y ágil para los más complejos y dramáticos problemas actuales, al lado de su predilección {13} por los jóvenes y por los más pobres, tal como se hizo patente, brillantemente, en sus intervenciones conciliares. Pero declaró con sencillez que fue precisamente durante la celebración y asistencia a las sesiones del Concilio Vaticano II, donde se le hizo cuestión de conciencia la decisión que iba a tomar y que ha mantenido ejemplar y gozosamente.
Reintegrado a finales de 1974 a su diócesis canadiense de Montreal, es actualmente el párroco de una de las feligresías que él había regido como Ordinario diocesano.
Cual do entonces, hace siete años, le replicaban objetando que su decisión podía parecer el abandono de un puesto desde donde hacía mucho bien, él respondía que no sería difícil encontrar a otros mejores que él dilección —¡la Iglesia no depende de una persona singular, porque es universal y es divina!— Por otra parte, decía, que no alcanzaba a comprender por qué el cardenalato tenía que ser un impedimento para hacer la buena obra que se proponía.
La diócesis metropolitana de Montreal no ha padecido ni padece, en efecto, ningún quebranto por la decisión del "sacerdote" que queda en el fondo y en el alma del obispo-cardenal Paul Emile Léger, a pesar de ser aquélla una de las sedes más importantes del orbe cristiano, cuya administración requiere, además del obispo residencial, otros seis auxiliares.
Un caso reciente
Reciente porque su divulgación aparece en una revista que nos llega a las manos en estos días. Es sobre el estilo de vida que se ha impuesto monseñor Bernard J. Topel, obispo de Spokane (Washington), que desde 1971 dejó su mansión episcopal, aunque sin renunciar al cuidado de su diócesis, y se fue a vivir en una casa de madera del barrio más pobre de la ciudad. Allí vive solo, sin nadie más que él para el cuidado de la cara, de la comida, de su ropa y de la pequeña huerta que él mismo cava y cultiva y de cuyos frutos (patatas, cebollas, lechugas, tomates, judías, zanahorias, guisantes y maíz) se alimenta.
Cuando alguien pregunta a monseñor Topel las razones de este género de vida, afirma que desde hacía mucho tiempo deseaba emprenderla, que sólo hasta hace poco le ha sido posible realizar su ideal. Cuenta actualmente setenta y un años y es obispo desde 1955.
El sigue al frente de su diócesis.
Cada día sale a celebrar la Misa a una parroquia diferente, porque de este modo puede estar en contacto con todos sus diocesanos y escuchar a todos. Luego va a las oficinas del obispado para despachar los asuntos más importantes. Predica en todas las ocasiones que puede, procura estar en {14} contacto con la juventud, habla con todo el mundo. Al final de cada misa, sin formalismo alguno, sale al portal de la iglesia donde la celebra para ser accesible a todos los fieles que deseen acercarse a él, y tratarle con sencillez.
Es verdad que le es posible este género de vida y este estilo pastoral porque tiene delegadas en un buen vicario general la mayor parte de las cargas administrativas de la burocracia jurídica episcopal. Tal vez, los que se admiran del obispo, y sin quitarle su mérito, debieran valorar de manera parecida a sus auxiliares más inmediatas e, incluso, imaginar lo que ocurriría en la diócesis de tan virtuoso pastor, en la hipótesis de que también ellos imitaran a su obispo...
Pero en esta clase de buenos ejemplos pastorales, es curioso cómo, al lado de los que parecen hombres de profunda austeridad, aparecen rasgos de bondad y de dulzura, apenas se observan de cerca, y, también, en otro sentido, las apariencias más benignas, suelen ir acompañadas de exigencias bastante radicales. Un detalle reciente es significativo de esto último, en monseñor Topel, en relación con su punto de vista sobre las vocaciones sacerdotales para su seminario: en 1972 dirigió una carta pastoral específicamente destinada a sus seminaristas, advirtiéndoles, de manera clara y tajante, que quería hombres verdaderamente sobrenaturales y en los que, sin mojigatería alguna, se trasluciera una sincera dedicación a la oración, con constancia, diligencia y puntualidad; que cuantos no lo entendiesen así, ya podían volverse a sus casus porque nunca les ordenaría de sacerdotes. Su diócesis es una de las primeras, en Estados Unidos, en buenas y suficientes vacaciones, tanto sacerdotales como religiosas.
Sin mitos
Estos y otros ejemplos son una muestra de la salud espiritual de la Iglesia. Ni se agota todo con ellos, ni han faltado nunca otros parecidos para el que los ha querido reconocer. No hay tampoco que reducirlos a sólo los prelados o jerarquías de la Iglesia: en todos los grados y estados existen {15} virtudes, incluso más de lo que parece, que son, no ya un mérito humano —que sería muy poca cosa—, sino una prueba de la presencia del Espíritu del Señor en este mundo y, de manera especial, en su Iglesia.
Tampoco hay que exagerar y estragar el sentido de detalles ejemplares, que si bien no se les niega la debida importancia, tampoco resultaría ni sobrenatural ni siquiera respetuoso, utilizarlos para levantarlos hasta la categoría del mito. El Evangelio es una verdad para decir y querer vivir; 110 una propaganda. Y la importancia de tener algún conocimiento de Cristo no está en coleccionar ejemplos de los demás, ni en mostrar, como decía san Felipe, "santos en vida", sino en esforzarnos todos en hacer nuestras vidas más santas. 0, con otras palabras, en buscar sabia y honestamente la coherencia de la vida con la verdad del Evangelio, que no está destinado a decorar con nombres de héroes el calendario, sino a ser levadura del mundo, para que lo transforme.
La vulgaridad de las gentes, el hombre masificado, quiere, busca y se complace —sólo momentáneamente, es cierto— en el mito, y lo aplaude porque le satisface como si le relevara de hacer en sí mismo lo que, en transferencia psicológica, exagera en idealizaciones superficiales y sentimentales que le enajenan.
Hay cada día multitud de cosas buenas que se hacen y otras que cada uno debemos hacer, que son las que más gloria han de dar a Dios, y que nunca llevarán los periódicos ni se escribirán en las páginas de los libros.
Los ejemplos son eso: ejemplos. Pero no nos justifican. Son algo para mirar sin dejar de andar: no para mirarlos como un espectáculo, ni para convertir su carga anecdótica en símbolo, ni hacer de su color bandera. Lo que importa es recoger la luz de la fe y proyectarla sobre cada momento de la vida, y extender su verdad sobre las cosas, tal como surgen en cada instante:
tal como las hacemos, tal como las vemos.
La paz no puede ser pasiva, si puede ser opresiva.
La paz debe ser inventiva, Preventiva, operativa.
PABLO VI
La paz impuesta, no es paz.
No basta:
una paz impuesta,
una paz utilitaria,
una paz provisoria.
Hay que tener:
una paz amada,
una paz libre,
una paz fraterna.
Es decir:
una paz fundada sobre
la reconciliación de los
ánimos.
PABLO VI
¿El catecismo para los niños?
¡Qué error tan formidable unir la palabra catecismo al niño! El catecismo no es solamente para ellos. Los adultos deben renovarse en su cultura religiosa, como en todos los demás campos...
Muchos extremismos se deben a la incultura religiosa.
Por no captar todo el mensaje cristiano, se dan absurdos como el de españoles cultos, que se profesan cristianos y niegan la vida eterna...
Mons. CASES, ob. de Segorbe
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8. MIRET MAGDALEN lo "nuevo" que no es
EL PASADO día 28 de noviembre, y dentro del ciclo organizado, en Valencia, por la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, don Enrique Miret Magdalena, pronunció una conferencia con el lema "La Iglesia en cambio". Gran cantidad de público, especialmente estudiantil, acudió a la exposición de este escritor y publicista de temas eclesiales, conocido también en nuestra ciudad, y precisamente por su paso por el Oratorio.
Recogemos aquí algunas de las respuestas que dio a cuestiones que, al final de la charla, le fueron planteadas:
—¿Es usted optimista o pesimista, respecto a este cambio de la Iglesia?
—Creo que la Iglesia se va a despojar de muchas cosas que creíamos esenciales, pero que realmente no lo son. Ya no será la Iglesia triunfalista, grandiosa, que algunos quisieran, sino la auténtica que muchos han deseado.
En este sentido, en cuanto que creo que se va a despojar de muchas cosas accesorias, soy optimista.
—¿Se puede pensar en la posibilidad, por este mismo camino, de que un día desapareciera la Iglesia en cuanto a estructura, digamos "administrativa"...?
—La Iglesia como ente administrativo desaparecerá casi completamente, pero será un movimiento vital sin necesidad de que estemos encuadrados en una organización administrativa.
Habrá lógicamente un pluralismo necesario y, esta disgregación, si es con respeto a las opiniones de cada uno y tiene vitalidad, no puede ser negativa ni mala.
—¿Qué será lo que, dentro de ese pluralismo, permita distinguir al Cristianismo de lo que no lo sea? ¿Habrá un denominador común?
—Como dijo santa Juana de Arco, «son cristianos los que siguen a Cristo». Los católicos españoles tendremos que acostumbrarnos a ver que hay muchos caminos de vinculación a la Iglesia. Lo que no se puede tener es la idea exclusivista de que sólo son Iglesia quienes siguen fielmente unas normas, a veces de tipo farisaico. En mi libro "Catolicismo para mañana", pienso y digo que habrá, en el futuro, tres tipos de católicos: los pertenecientes a pequeños grupos, por una parte; por otra los herederos de una masa cristiana difusa, no atados por leyes canónicas sino que lo sentirán vitalmente, así como los hippies sienten el hipismo, sin normas concretas que les vinculen y, en tercer lugar, las personalidades solitarias que por su cuenta lucharían forjando el futuro.
Algunos de los santos, que previeron los futuros cambios que se iban a operar en la Iglesia, fueron ya, en su día, personalidades de este tipo.
{17} —Cabría preguntarse si esta transformación se opera en la Iglesia desde dentro de ella misma, o si, más bien, se da porque trata de adaptarse a las realidades, a las exigencias del mundo en torno.
—Como creyente pienso que el Cristianismo tiene una fuerza vital que, como tal, cambia y se desarrolla. Por otra parte, el Evangelio tiene que ser para los hombres de todas las épocas y sería recusable permanecer en las posturas del siglo XIX y principios del XX si nuestro tiempo es otro.
—En cuanto al sacerdote, ¿cómo piensa que será en esa Iglesia nueva?
—El sacerdote se parecerá muy poco al que hemos conocido. Será sencillo y corriente, y muchos serán casados, incluso, que en muchos momentos de su vida tendrán una dedicación a su función sacerdotal, pero no siempre.
Serán como los antiguos sacerdotes de las comunidades cristianas primitivas, gente que vive su tiempo.
—Un sacramento que pensamos cambiará enseguida su forma, es la confesión...
—Durante siete siglos, en la Iglesia latina y particularmente en España, la confesión y la penitencia sacramental, privadas, estaban prohibidas. Este tipo de confesión se introdujo en Europa por un monje irlandés y, cuando llegó a España, se produjo la necesidad de un Concilio que condenó a los católicos que hiciesen confesión privada. La confesión se establecía para los pecados sociales, que eran básicamente estos tres: adulterio, homicidio y apostasía. Se entendía que quien había incurrido en ellos se había apartado de la comunidad cristiana y tenía que confesar que deseaba reincorporarse a ella. Eso sucede en el siglo VI y VII.
A la salida, un grupo de jóvenes universitarios comentaba que algunos se sorprenden y toman como nuevas, cosas que no lo son, y combaten como novedades fuera de tono lo que es simplemente genuino y original, pero que incomoda porque sacude el polvo de los añadidos humanos extra-evangélicos.
Por nuestra parte pensábamos que la transformación de la Iglesia, obra desde adentro: que siempre ha estado cambiando, es decir, que siempre ha estado buscando como interpretar su tiempo, y cómo repetir la noticia de Dios" a los hombres en cada hora de la Historia, y que, substancialmente, ha cumplido su misión y que seguirá cumpliéndola. Y que ha sido y es irreemplazable.
España es una genuina tierra de misión. La descristianización es patente en muchos sectores y quizá sea llegado el momento de pensar en comenzar de nuevo su evangelización.
Mons. CARLOS AMICO, arzob. de Tánger.
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9. La Paz
La guerra es un invento humano. ¿Por qué, el ser que ha inventado la guerra no puede inventar la paz?
Santiago Genovés.
La mujer es la parte de la humanidad que no tiene las manos manchadas de sangre. Creo, realmente, que es la gran reserva de la humanidad.
Francisco Umbral.
No es lo mismo la razón de la fuerza, que la fuerza de la razón. Buscan la fuerza, los que temen que les falte razón.
Ob. Torres y Bages.
La paz no "está ahí", sencillamente, presta sin más para que el hombre la goce. La paz no es fruto espontáneo de ningún árbol; antes bien, tiene el que hacérselo, que construirlo. Por eso, el título más claro de nuestra especie es ser homo faber.
José Ortega y Gasset.
A todos los hombres de buena voluntad corresponde una tarea inmensa, la de restablecer las relaciones de la vida en sociedad sobre las bases de la verdad, de la justicia, de la caridad y de la libertad; relaciones de los particulares entre sí, relaciones entre los ciudadanos y el Estado, relaciones mutuas de los Estados, relaciones, finalmente, entre individuos, familias, cuerpos intermediarios y Estados, por una parte, y comunidad mundial, por otra parte. Tarea noble entre todas, puesto que consiste en hacer que reine la paz verdadera, en el orden establecido por Dios.
Juan XXIII.