Publicación mensual del Oratorio
Núm. 131. ABRIL. Año 1975
0. SUMARIO
PASCUA es el tiempo de la "presentidad" del Señor en medio de los que han creído en él. La Iglesia se forma a partir de esta conciencia, de este descubrimiento: «Hemos visto al Señor». La Iglesia viene del Señor, de verlo, de creer en él. No vamos a Dios; venimos de Dios.
LOS VIEJOS DESFILES PROCESIONALES
LOS CRISTIANOS DE VALLECAS
SÓCRATES Y CRISTO
LA ESCUELA CATÓLICA ¿ES NECESARIA?
PARA RESPONDER A LOS NIÑOS
EL AGRADECIMIENTO DE LA VIDA
CRISIS DE CRECIMIENTO
TIEMPO Y ETERNIDAD
EXAMINAR LA CONCIENCIA
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1. LOS VIEJOS DESFILES PROCESIONALES
UN ASPECTO del precio que ha tenido que pagar esta cristiandad española por haber dormitado hasta ayer mismo, es decir, por haber tenido que enfrentarse desde su talante o sensibilidad tridentinos con el mundo moderno, es el de desgarros y apresuramientos, confusionismos y terrores... El otro aspecto no menos importante es el de la tremenda fragmentación de sí misma en parcelas totalmente heterogéneas, de una diversidad y hasta de una oposición, las unas frente a las otras, que ofrecen la imagen precisamente apocalíptica y que tanto gusta a algunos. En cuanto se ha derrumbado la fachada de unidad, desde luego sólo muy externa y cuyas grietas apenas podían disimularse, de la Iglesia de los tiempos de Pío XII en que entre nosotros si uno no aceptaba, pongamos por caso, a don Marcelino Menéndez Pelayo ya resultaba herético, la cristiandad española ha mostrado, por un lado, las terribles mordeduras del mundo moderno en punto a increencia y a indiferencia religiosa, que, por lo demás, ya eran un hecho muy notable en el siglo XVIII y desde luego en tiempos de la Segunda República, y, por el otro, ha florecido en mil pequeños reinos de taifas religiosos, para decirlo de alguna manera...
El país era o es católico de real orden, pero, por ejemplo, las pasadas vacaciones de primavera, que coinciden con la Semana Santa por puro homenaje a la tradición de las ordenanzas laborales, no creo que se diferencien gran cosa de las vacaciones de primavera de otros países que oficialmente están desacralizados y secularizados, y este no es más que un pequeño signo de otras realidades más serias que tampoco descubren las famosas encuestas y demás expedientes sociométricos sobre la religiosidad o la secularización. Pero, a la vez, siguen saliendo por toda la ancha piel de toro las viejas procesiones barrocas que, a su vez, irritan a otros cristianos o no cristianos, quizá por esa condición tan hispánica que nos torna impotentes para afirmar cualquier convicción propia, sin que sea contra alguien, de manera dialéctica y agresiva.
¿Hasta qué punto estas procesiones barrocas están arraigadas en el sentir religioso popular y hasta qué punto son pura supervivencia incluso folklórica alimentada por la voluntad de religiosidad oficial o por los intereses de la industria turística?...
En cualquier caso, no se ve todavía con alguna claridad qué clase de catolicismo popular puede sustituir al catolicismo popular barroco. De momento, no se ve otro sucedáneo que el de la indiferencia religiosa o el de esas vacaciones primaverales por otra parte bien merecidas en esta cultura industrial y su religión del trabajo y de la producción.
Yo creo que sólo la reflexión comprensiva y profunda de todo lo que nos está ocurriendo en este instante: desde la supervivencia de estas procesiones basta el "asunto Vallecas" cuyas noticias me siguen llegando mientras escribo estas líneas, puede ayudarnos en esta para nosotros difícil transición del barroco, la contra ―Reforma y contra― mundo moderno al corazón del siglo XX...
En realidad, es un drama imbricado además de la peor manera en que pudiera estarlo: a la política.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO (en DESTINO, n" 1957) 2 (62)
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2. Los cristianos de Vallecas
LOS cristianos de Vallecas no pensaban que llegaran a ser tan famosos. Lo han conseguido sin pretenderlo. ¡Hasta alguna revista americana, que tira siete millones de ejemplares, se ha ocupado positivamente de ellos! No digamos de los diarios europeos y, por supuesto, también en buen sentido, la prensa más independiente de nuestro país.
El interés que despierta lo genuino en la Iglesia es altamente consolador. Ciertamente estamos en un Amanecer de renovaciones que el Concilio suscitó y que son imparables. Es el Espíritu del Señor que las suscita. Lo folklórico y ornamental, lo arqueológico y fosilizado se Amortiza, y la riqueza de vida reverdece en el tronco secular y al mismo tiempo joven de la Iglesia. Los c011trutos y críticas no deben sorprender a nadie: representan el contrapunto secular del progreso de la Iglesia en el mundo, cuando, paso a paso, se esfuerza por transmitir el Evangelio a los hombres, por 100mpañarlos y comprender hoy en su vida y por llevarlos a Dios.
La notoriedad que han adquirido ha despertado el interés de muchos por el contenido de lo que allí se había estudiado y se ponía a discusión, de tal modo que lo que allí por causas ajenas no se ha podido discutir, ha sido el tema de discusión en muchas más partes y ha llegado a conocimiento de tantísimos que, en otras circunstancias, no se habrían enterado. El bien se ha multiplicado.
El temario era bien sencillo: "Cualidades de la Iglesia", "La Iglesia en el mundo" y "La Iglesia en su vida interna". Aprobado, por supuesto, por la Jerarquía y en estrecha consonancia con los documentos del concilio Vaticano II. Temario y aspiraciones que son las que la Iglesia recoge en todas las partes del mundo: por lo cual tampoco representan ninguna novedad, sino el consentir de la generalidad de los cristianos de todas partes, mientras se mueven deseosos de la renovación iniciada por el papa Juan XXIII y seguida luego por el sector más dinámico y espiritual de la Iglesia.
Como muestra bastaría repasar el común sentir de la mayoría respecto a la forma en que al presente se administran los 58oramentos Y como se desearía verla modificada. Nos referimos a este aspecto sacramental porque es, junto con la predicación actualizada, la tarea esencial de la Iglesia, encomendada por Cristo que, luego, a través de los tiempos, ha de ir acomodándose a las necesidades espirituales de los hombres, tomados no sólo individualmente, sino en comunidad, por ser el hombre esencialmente social.
{3 (63)} Así, la mayoría admitían que el Bautismo se administrara a los niños, aunque con reservas y matizaciones, en el sentido de no ser impuesto, ya que los padres deben, en todo caso, asumir la responsabilidad de educarles en la fe, puesto que no se trata de un rito simbólico, sino de un compromiso en el pueblo de Dios.
También que la Confirmación se debería de administrar en la juventud y previo un catecumenado juvenil que preparase a la adultez cristiana.
Que la Eucaristía no se administrara antes de los diez o, tal vez incluso los diecisiete. Se juzga necesaria una preparación a oscilar entre dos o cinco años, vinculada a la comunidad cristiana en la cual se recibe la "primera comunión". No se trata de jugar o trivializar en la inconsciencia infantil ese encuentro con el Señor en el abrazo eucarístico.
En términos generales se prefiere la celebración comunitaria de la Penitencia. Este sacramento es, probablemente, el que mayor evolución experimentará en el futuro, puesto que guarda relación con otras transformaciones.
Se desea un nuevo estilo para la celebración de la santa Misa. Debe ser más que un "cumplimiento": ha de convertirse en verdadera reunión de cristianos que superen la distancia del desconocimiento recíproco, de la masificación y superficialidad de espectadores. El pueblo cristiano debería intervenir más. Tolo lo cual presenta problemas urgentes: cómo abrir una mayor participación, cómo celebrar asambleas eucarísticas que no se reduzcan, en el esfuerzo de renovación que se auspicia, a novelerismos de curiosidad irresponsable o exhibicionista, etc.
En cuanto al Matrimonio, se pretende una dignificación del sacramento que "significa" la unión y el Amor de Cristo a la Iglesia. En los casos que esto no pueda ser o no se pretenda, ce preferible el matrimonio civil, tanto para evitar la profanación del signo sagrado sacramental, como por respeto a la libertad de los contrayentes.
Etcétera. Todo esto, volcado así, necesitaría ser discutido, matizado, puntualizado, estudiado más profundamente. Sirva, sin embargo como indicativo de una vitalidad y preocupación por hacer más efectivo y sincero un Cristianismo que no se resigna a la simple apariencia ritual, convencional y de fe ausento. No puede llamarse cristiano lo que no es cristiano.
Un ejemplo de este aliento de vida y sincera fe cristiana nos lo han dado los cristianos de Vallecas. Famosos, sin pretenderlo.
¿Qué ha cambiado en el mundo después de Pascua? Yo diría que nada y todo. Nada: porque para las miradas no iluminadas por la luz de la fe, sigue existiendo el dolor, la injusticia y la muerte. Todo: porque, gracias a la Pascua, es el hombre mismo el que cambia, descubriendo un nuevo sentido en su vida. Sabe que esta vida es la de Dios; experimenta, en sí mismo, que si Cristo vive, vive para nosotros, vive en nosotros. Entonces, a la luz de Pascua, el dolor y la muerte, el pecado y la injusticia adquieren nuevas dimensiones y son contempladas con ojos llenos de fe. Pascua también nos revela lo que somos y lo que seremos. Por esto es la fiesta de la esperanza, de la vida, del amor.
NARCISO JUBANY, cardenal-arzobispo de Barcelona
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3. SÓCRATES Y CRISTO
HAN SIDO comparados muchas veces, por su vida y, principalmente, por su muerte: vivieron para la Verdad y murieron en manos de la injusticia, con tanta serenidad, con tanta dignidad, que todavía acusan, en silencio, a sus jueces... y a los sucesores de sus jueces.
Sócrates, casi más que humano. Cristo, Dios que se traduce en hombre. Hay una convergencia de grandezas en estas dos figuras. Grandezas que pueden ser propuestas como ideal, especialmente a los jóvenes. A esa masa que amanece en la humanidad contemporánea, cuando la sociedad le ofrece, merced al desarrollo, posibilidades para una mejor participación en la responsabilidad de hacer un mundo mejor.
Un mundo mejor que saldrá no solamente de una mejor ordenada actividad humana, de una mejor administración de las fuerzas y capacidades de todos, sino del espíritu de todos, cuando en la propia realización no tenga que ver el entrenamiento para el egoísmo, para la vanidad latente en tantas formas de fingida generosidad o alteza de miras. Cuando los jóvenes vayan a la vida, no a aprovecharse, ni a desplazar, desde la envidia, a nadie, ni a despreciar lo que no entienden, ni a construirse oropeles miserables de fama, ni a asegurarse una medida de codicia. Sino cuando vayan a construir y trabajar, creativamente, con todo lo que permita su esfuerzo: sabiendo, por un lado, reconocer y agradecer el acervo que se les ha transmitido y, por otro, no limitarse a copiar. Cuando se les acierte a enseñar y se decidan a aprender que lo que deben hacer, más que las cosas, es el modo de hacer las cosas que vean en los mayores.
Cuando sea el estilo y no el plagio lo que tomen por estímulo. Cuando triunfar no sea parecer, sino realizar.
Cuando tener no sea esconder, sino emplear para el bien. Cuando no miren a los lados, sino adelante. Cuando ni temerarios, ni protegidos, ellos mismos eviten el aburguesamiento que critican, y en el que acaban, tantísimas veces, sepultándose, apenas han de aceptar algo que parezca responsabilidad, o para no aceptarla... Aranguren ha dicho muy bien que burgués es el que teme la vida, la enfermedad, la inseguridad, y pacta con el fariseísmo que sea para ampararse y defenderse de lo que teme. Nosotros no vamos a la muerte, sino que venimos de la vida porque somos cristianos. A no ser que convirtiéramos el Cristianismo, deformándolo, en otra "seguridad".
La Iglesia ha ido canonizando cristianos que nos pudieran servir de modelo para esta vida. La Iglesia ha procedido con acierto, aunque luego {5 (65)} los hombres hemos deformado el valor de estos cristianos ejemplares, y hemos oscurecido su grandeza, para hacer sus figuras más a nuestro gusto, pero traductoras de un evangelio equívoco. Por esto hace falta volver siempre a los modelos originales, que no envejecen, que se resisten a la deformación. Los jóvenes de hoy los buscan, y piensan, a veces, descubrirlos en los artífices de las ideologías más radicales. Nos lamentamos los mayores. Pero es sano que busquen la figura arquetípica de una verdad que quisieran realizar en lo que la vida, apenas comenzada, les depara. La lástima puede ser, en todo caso, que no acierten en el modelo y que sus cansancios desemboquen, desalentados, en la posterior decepción, o en el error de una construcción inútil. ¿Por qué no se fijan en Cristo?
Pablo VI, en el día de Pascua proponía la novedad de vida del Señor resucitado a las juventudes deseosas de ideal.
Hace, también, unas semanas, Salvador de Madariaga ―uno de esos viejos jóvenes que, como un milagro, nos reserva la Providencia de vez en cuando:
Juan XXIII, Adenauer, Pisasso...― hablando precisamente de la juventud, decía que debería de solemnizarse la entrada del hombre joven en la edad adulta, cuando ya puede participar en los compromisos cívicos, y que esta solemnización podría comprender, entre otras cosas, la entrega de un libro en el que se narrara la muerte de Sócrates tal como la refiere Platón, y la de Cristo, tal como la refieren los evangelios. Y que, en el momento de entregarle este libro, se le debería de decir lo siguiente: «No hagas nunca nada que pueda envenenar a Sócrates.
No hagas nunca nada que pueda crucificar a Cristo».
El regalo.
Quiero todas las manos de los hombres
para amasar montañas
de pan y recoger
del mar todos los peces,
todas las aceitunas
del olivo,
todo el amor que no despierta aún
y dejar un regalo
en cada una de las manos
del día.
Pablo Neruda
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4. La escuela católica ¿es necesaria?
CUANDO los padres quieren que sus hijos vayan a un colegio "religioso" o, más propiamente, confesional, ¿qué buscan, qué desean para sus hijos?
La respuesta lógica y más sencilla debiera ser la de que pretenden un complemento, a través de la educación escolar, de la formación cristiana que, principalmente ellos como padres supuestamente cristianos, tienen el deber de dar a sus hijos en el seno de la familia.
Pero una tal respuesta no puede darse en todos los casos en las familias llamadas cristianas o, si se da, no siempre puede valer como exacta, ya que sucede con frecuencia que los pudres apenas cumplen las obligaciones de una educación cristiana de sus hijos, a pesar de que estas obligaciones las aceptaron al bautizarlos.
En el mejor de los casos, estos padres delegan en el colegio el deber que no cumplen ellos mismos o cumplen imperfectamente, sea por descuido, por incapacidad o por ignorancia. En tal situación es muy difícil que prospere la formación cristiana del niño, puesto que han de ser frecuentes los desacuerdos entre las dos influencias:
la familiar y la escolar. Nos referimos, naturalmente, a la influencia escolar evangelizadora, no a la mera instrucción científica y humanística, que suele ser la que valoran con preferencia tales familias.
En otros casos, sin disimulo alguno, lo que los padres quieren de un tal colegio, es sólo la eficiencia en la enseñanza, el orden disciplinado y un trabajo académico mejor controlado que asegura el éxito en los exámenes clave y en la capacitación profesional a que se aspire o se desee para el hijo.
El influjo religioso, como domesticación de la conducta juvenil, se suele aceptar; pero enseguida se desmonta todo asomo de verdadera influencia que pudiera incidir en las convicciones del joven, que la familia cuida de paganizar inmediatamente: premios con dinero a los aprobados, suntuosidades disipantes (para que "se hagan hombres"...), estímulos a base de regalos costosos, y oportunas salpicaduras de crítica o sutilezas irónicas a costa de los maestros religiosos o de las instituciones de que forman parte.
¡No sea que les conquistaran al hijo, o que la hija se les hiciera monja! Para eso están los hijos de los picapedreros que necesiten promocionarse, o las muchachas de pueblo que no quieran servir. Cuando hay un "porvenir" por delante...
{7 (67)} Por esto, cuando dicen de alguien que ha sido alumno de un colegio confesional y, paradójicamente, ha perdido la fe después de frecuentar aquel colegio, habría que preguntarle qué es lo que primaria y principalmente fue a buscar a dicho colegio. Y se aclararían muchas cosas. Tal vez no era fe el bagaje espiritual con que llegó a él, ni lo que en él buscaba.
Cuando se alaba la calidad de la enseñanza impartida en los colegios religiosos se cree constatar en ellos el fruto de una dedicación que supera el simple deber profesional, y una constancia y abnegación ejemplares. Si en la calidad se reconoce esto, desde el punto de vista cuantitativo es verdad que, en muchas ocasiones, llena el vacío de las imprevisiones públicas y privadas en materia de enseñanza, lo cual también debe ser reconocido, y hasta agradecido.
Pero discurrir sobre el concepto que de la enseñanza confesional tienen los que la contemplan desde fuera, nos llevaría demasiado lejos. Lo que real y objetivamente es interesante, forzosamente ha de referirse al concepto que los mismos religiosos que a ella se dedican tienen de su misión, generalmente incomprendida o pasada por alto por los que la juzgan desde prejuicios utilitaristas, o simplemente malinformados.
F Mientras en la actualidad, ante las transformaciones sociales por las que pasamos, no faltan los que afirman que «la formación religiosa no corresponde a la escuela, sino a los padres y a la comunidad cristiana», otros ―como el "Consejo General de la Enseñanza Católica" de Holanda― llegan a la conclusión de que precisamente «en este mundo pluralista, la escuela católica es más necesaria que nunca, porque tiene como misión dar una respuesta a las cuestiones existenciales del sentido del nacimiento, de la vida y de la muerte, del sentido del mundo y de la relación con el hombre, y de todas las posiciones éticas en derredor de estos problemas. Y también porque la evangelización integra y abierta de los jóvenes con el anuncio del mensaje de salvación, y su preparación para una vida a la que este mensaje de un sentido profundo, es la misión más específica de la escuela católica».
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5. Para responder a los niños
"POR QUÉ" esto y "por qué" lo otro. Sobre todo a cierta edad, el "por qué" cándido, pero asediante, está siempre en los labios rosados y en la claridad confiada de los limpios ojos de los niños. Pero todo este encanto no impide que llegue el "por qué" al sobresaltado corazón de los padres como un incómodo y pícaro aldabonazo, sin acertar a responder a la precoz ―pero natural y explicable― curiosidad de los niños.
Para superar, de momento, la molestia y la dificultad de este asedio inocente, se ha recurrido a la leyenda, a los convencionalismos o, simplemente, a auténticas mentiras, más o menos adornadas de candidez y melosidad.
"¿Entonces...?", replicarán muchos padres.
Sí, que sepan solamente ―y claramente―, que a un niño, por pequeña que sea, nunca debe ni puede decírsele una mentira. (La mentira nunca hace bien, ni evita el mal; todo lo que parece que retarda el mal, aumenta el mal, lo madura, lo hace mayor).
Es cierto que el niño no es capaz de recibir ni de entender toda la verdad.
Y ahí entra en juego la prudencia de los padres, en saber dosificarles, con acierto y oportunidad, lo que, en cada momento, los niños pueden recibir, de tal manera que, no sólo no les sea nunca un daño, sino siempre una ocasión de bien. Porque la verdad punca es ni puede ser un mal, si se administra bien.
"... Pero ―insistirá alguien― ¿cómo se dicen ciertas cosas?" Sencillamente: cuando la casa, el hogar, no es una pensión de hombre y mujer y una guardería de niños, sino cuando es una verdadera familia, donde esposos, padres e hijos conviven sin prisas ni formalidades de hotel; donde los padres están con los hijos mucho tiempo, y todos los días, hablando con ellos, hablando de ellos, pensando en ellos; viendo sus juegos, vigilando sus estudios, oyendo sus conversaciones, y hacen todo esto sin demostrar cansancio.
Hay quien no sabe hablar con los niños, ni adaptarse a los niños, porque apenas trata con ellos... Esta es la razón principal, o el "por qué", muchos padres, no saben responder a los "por qué" de sus hijos.
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6. El agradecimiento de la vida
Hay, en nuestra odisea, un mensaje grande de esperanza: pero nosotros hemos sido sólo el vehículo de este mensaje; su autor es Dios.
En la inmensidad de esas montañas y esos cielos donde el silencio azota el alma, nos preguntábamos una y otra vez quiénes éramos y para qué vivíamos.
Sufrimos y supimos ofrecer nuestro dolor.
Cuando la angustia invadía el ánimo de alguno, inmediatamente había dos o tres a su lado para darle conversación y comunicarle nuestra fe común.
El canto era como una oración.
Con él la confianza sucedía a la angustia y la alegría a la tristeza.
Le habíamos perdido el miedo a la muerte, pero no creíamos que llegaría.
Teníamos tres o cuatro frases que nos repetíamos unos a otros todo el día: «Dios no nos abandonará nunca», «Si nos llama a la muerte es por algo».
Repartir las fuerzas de todos en razón de las necesidades de cada uno.
Lo importante es el grupo, no uno de ellos. Nos hemos hecho hermanos.
Al cabo de todo este tiempo ―setenta y dos días― estamos nuevamente en este mundo al cual hemos aprendido tanto a querer.
En su día, el noticierismo sensacionalista y hasta morboso, se fijó en otros detalles de aquella catástrofe aérea, a cuatro mil metros de altura, entre viento y nieve y la muerte de diez compañeros. Sobrevivieron dieciséis que se sintieron volver a la vida y más cerca de Dios. Hemos seleccionado arriba algunas de sus frases, después del rescate.
{10 (70)} HACE un par de años solamente, que daba la vuelta al mundo la noticia del rescate de los dieciséis uruguayos supervivientes de un desastre aéreo, salvados después de más de dos meses de hambre y soledad, de frío y angustia, de enfermedades y muertes, de peligros y contratiempos que les obligaron, en conjunto, desde el aislamiento de su dramática convivencia, a repensar, viviéndolas, sus ideas de la muerte, de la vida, de Dios. Su vuelta a la normalidad vino a ser parecida a la resurrección de Lázaro.
Eran los mismos, pero todo era visto diferente, porque todo había sido profundizado. No era obstáculo a la juventud de los protagonistas la seriedad iluminada de gozo de todas sus palabras y el testimonio de su comportamiento. «Desde la muerte, dijeron, hemos logrado conocer la vida, y desde la vida conocer a Dios».
Se vive, pero no se conoce la vida; no se conoce, no se reconoce, no se agradece.
Se está ahí, como el glotón que la traga, o el resignado que la soporta, o el inconsciente que la desprecia. Pero no se estima, no se descubre y valora, como un don que se revela y crece en cada uno de nosotros, dilatando nuestra capacidad para algo superior que nos trasciende.
Algunos esperan la felicidad para "más allá" de esta vida. Otros, glotones, se precipitan a saciar la avidez que en ella, ahora y cuanto antes, puedan colmar.
Superan, éstos, a lo sumo ―se le llama "educación" muchas veces― el aprendizaje de la mínima corrección convencional e hipócrita, mientras que se lanzan desenfrenados o astutos a la máxima posesión y al goce y destrozo de todo.
Son dioses de sí mismos, calculadores, egoístas, aprovechados, despegados, crueles, sin más límite que el que les pone la propia inteligencia para ver y ambicionar más, y el solo freno del disimulo que asegure mantener abierta la cantera de donde proveerse, envidiosos de quien les parezca que la tienen mejor y resentidos si no la pueden arrebatar. No tienen tiempo para olvidarse un poco de sí mismos y mirar fuera con silencio de admiración sin romper el don de las cosas creadas y gozar de su claridad serena. Para ellos nunca es primavera.
Tampoco lo es para los que se resignan, aturdidos, renunciando al bien y al mal.
Los que no asumirán nunca una responsabilidad, capaces, solamente, del esfuerzo para alcanzar la apariencia que la vanidad disfraza, teatralizando mediocridades {11 (71)} que no arriesgan nada; que bastan para conservar, sin peligros, el lote miserable de las codicias que no crecen, y pretenden ser respetables hasta el fin, inútiles y falsas. Nunca es primavera en un jardín de flores artificiales.
La vida no es un don que ha de absorber la codicia, ni una mentira que ha de representar la mezquindad.
Conocer la vida desde la muerte, y no como una oposición entre todo y nada, existir o desaparecer; sino sopesar la existencia en el tiempo y el espacio, valorándola hasta este paso que nos enfrente definitivamente a Dios.
Ni siquiera como un juicio, sino como un cambio de vida, como una transformación de la vida a través del misterio de la trascendencia. Misterio porque rebasa nuestra actual visión, porque ninguna experiencia nos la puede evidenciar. Solamente, desde la fe y con la fe, es posible aguzar el pensamiento cuando se hace probable su inmediatez.
Conocer la vida desde la muerte no como una liberación del miedo, o como una alternativa del dolor, sino como un descubrimiento del valor y la grandeza a donde apunta.
En la naturaleza hay un ensayo permanente y cíclico de la muerte a la vida y de la vida a la muerte. La primavera es una resurrección florida sobre los troncos rugosos de los árboles; es un volverse a vestir de hojas las ramas que ha desnudado el frío; es extender el manto verde de la esperanza fecunda sobre el ocre de la tierra que sepulta silencios generosos de semillas que se mueren para multiplicarse y dar fruto.
En el universo espiritual de cada hombre y de todos los hombres, también ruedan el dolor y la esperanza, la aspereza del trabajo perseverante y el consuelo de crecimiento con que se dilata la vida. Y no hay una sola contradicción, o un solo riesgo o fracaso medido a nivel terreno que no se pueda traducir y, por lo tanto, multiplicar, en significación de madurez existencial y trascendente. Cuando esto no ocurre es que la oportunidad no la capta debido al apresuramiento mecanizado de la precipitación egoísta, miope o superficial. La vida se descubre día a día, y vale cada vez más, y se aproxima a Dios ―a la fe y al amor, a la referencia y a la amistad con Dios― en la medida en que su valor crece.
Como ocurrió, hace poco más de dos años, a este grupo de cristianos, en la forzada y austera soledad de la cordillera andina, que ya les daba igual vivir o morir, porque todo era vivir y que, precisamente por ello, volvieron transformados a la vida.
La vida no es para ser absorbida, ni para ser despreciada. Es para ser entendida, paso a paso, sin separarla de Dios, y sin separar a Dios de la vida.
Entonces es agradecimiento y es gozo y esperanza.
¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna continuación para nosotros? ¿Es todo un puro sueño o esta vida y esta muerte tienen un significado? Nos vemos forzados a contestar a esta pregunta si queremos seguir viviendo.
Gustav Mahler
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7. CRISIS DE CRECIMIENTO
CON MENOS pánico, pero más honda y dilatadamente, se extiende, en este año de 1975, la preocupación por la gran crisis que, parecida a la de 1929, afecta a todo el mundo. Han cambiado las circunstancias porque se han multiplicado las interdependencias, y el conocimiento del hombre se ha enriquecido con la experiencia técnica y con el dato de lo que fue aquella calamidad económica del 29, repetida ahora, pero que aparece no imprevista, sino esperada y dominable. Tenía que llegar: aquélla pagó la guerra del catorce, ésta la del treinta y nueve. Las guerras se pagan, no por quienes las deciden, sino por los que las padecen: tienen, primeramente, el precio del dolor y la muerte, y luego el de la pobreza y el hambre. El mecanismo por el cual llega esta última factura retardada, es complejo, pero la efectividad es imprescriptible.
Cierto que, en último término, la Humanidad avanza, no a causa del hecho de las guerras, sino a pesar de las guerras que alguna vez no han sido otra cosa que rompimiento de la oposición al inevitable desarrollo del devenir positivo de la Historia. Pero este progreso del hombre en el tiempo y en el espacio, hubiera sido posible y hubiera sido mejor sin las guerras.
La magnitud de las violencias colectivas que llamamos guerras ha hecho reflexionar siempre a los hombres, una vez terminadas. Hoy recogemos una palabra cristiana, escrita por un sacerdote jesuita, hace casi treinta años, ante la perspectiva del final de la segunda Guerra Mundial, en un momento de meditación y recogimiento, sin pensar en que verían la luz pública. Se trata del padre Alberto Hurtado Cruchaga, tan vinculado a la Universidad Católica de Chile y de una revista cristiana nacida a su impulso. El padre Hurtado, todavía muy recordado allí, murió el año 1952, y lo que reproducimos estaba entre sus papeles personales, en forma de notas escritas, después de una meditación. El mismo las encabezaba así, después de trazar una cruz sobre el papel: Meditación: ¿Cómo vivir la vida? A los que confundan "meditación" con análisis intimista, o búsqueda sentimental de lo absoluto, o huida espiritual de la realidad, les puede sorprender el tono de estas palabras que siguen que son, a pesar de todo, verdaderamente cristianas, precisamente porque miran fuera.
1. Desorientados
Buscamos una orientación consciente y nos sentimos desorientados; la desorientación es tan profunda que nos alcance a nosotros mismos educadores.
Razón de esta desorientación: el mundo en que vivimos, dominado por problemas materiales formidables. En unos el problema es como ganarse la vida cuando la lucha por la existencia ha llegado a términos formidables; la desocupación que {13 (73)} al terminar la guerra pasada inmovilizó a 10.000.000 de hombres... y que ahora se asoma como espectro en muchos hogares; en otros, la competencia económica de empresas nacionales o extranjeras que concentra todas las energías en una mejor producción y a menor costo; en el estudiante, su carrera universitaria llena de exigencias, en la que teme ver a veces puertas que se le cierran por temor de los que ahora son profesionales, a la competencia de los que vienen detrás de ellos, y al término de sus esfuerzos no sabe que logrará después de tanto sacrificio... Situación de profesionales jóvenes que andan a la caza de trabajitos minúsculos porque no hay más. Empleados amargados en su trabajo sin horizontes, mecánico, incapaz de despertar un entusiasmo y cuyo sueldo no les permite afrontar el problema de su matrimonio...
Políticos, asqueados de su propio vocabulario de promesas huecas, que se dan cuenta que no afrontan los problemas reales, que no saben de qué manera solucionarlos.
Soldados que han peleado una guerra… sin saber por qué, ni que ha ganado el mundo después de ella. Militares que lucen un uniforme y limpian armamento que nunca han de usar... preocupados con el porvenir y con el ascenso...
Solteros que no saben cuándo podrán casarse; y casados, con mil problemas de corazón, de dinero, de conciencia atropellada a diario y que los hace vivir una vida doble...
Una amargura está oculta en medio de la trama de la vida, debajo de la máscara de aparentes alegrías, y se acude 1 diversiones ininterrumpidas, precisamente para desechar ese microbio que, como el de la tisis, está allí, limando, royendo el alma. En algunos 28 amargura los consume materialmente, a muchos los vence con las mil formas de perturbaciones psíquicas, a algunos incluso los lleva al suicidio.
Si somos sinceros nos daremos cuenta que éste es también nuestro caso; y su aún no ha llegado esa hora... es muy de temer que llegue pronto.
¿Alrededor de qué idea orientarnos?
¿En qué terreno firme edificar una casa que no echen abajo las tormentas?
2. La religión
¿La religión? Para muchos es una bella canción de cuna de pueblos primitivos; un ideal del corazón, pero que no soporta la prueba de la edad adulta; una emoción sana, hermosa pero irrealizable en su forma integral: un ideal que se ve hertr050 en unos ejercicios espirituales pero que es incompatible en su forma integral con la vida real que hay que vivir ahora.
Y este último aspecto es el que temo sea nuestro enemigo preciso: peligroso a más no poder como esas heladas intempestivas que matan el fruto aún en flor...
Y se guarda la religión, si: prácticas; aún bastantes prácticas... pero no se le entrega lo único que puede satisfacerla: la donación completa de la voluntad decidida a vivir su fe, a vivirla en cada momento del día y de la noche... con más o menos prácticas, si fuera necesario con menos, pero a vivir por un motivo de fe, a tener los ideales de su fe y también a guiarse por ellos aunque lo estén matando...
Por otra parte, al mirar la vida religiosa ya con ojos de adulto, encuentra tanto de que escandalizarse... La ignorancia, los vicios... superstición de la masa popular, la falta horrenda de caridad de parte de tanta gente culta que parecen contentarse con querer asegurarse un cielo en la otra vida con su dinero, y tomar para sí toda la felicidad en esta tierra...
La mezcla irritante de religión y política para cubrir con aquélla tantas atrocidades en nombre del orden.
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3. Materialismo
Por un lado una fuerza brutal que lleva al hombre a lo material, que centra su alma, sus preocupaciones en lo terreno, en lo terreno que necesita, en exigencias que no puede postergar y que se hacen presentes a cada hora, hasta en el sueño de la noche y tan pronto despierte, allí están ellas.
Y por otro lado el querer asirse a la religión le parece algo tan etéreo, tan poco consistente, tan incierto. Problemas que no sabe resolver y que están allí, a pesar de todo, pidiendo una solución.
El ambiente de placer, de la atracción de los sentidos que punza su carne con vehemencia en un mundo todo organizado para gozar. La prensa, la radio, la música, el cine, las mujeres en la calle, las conversaciones, todo habla de esa juventud que se vive una vez, y que él está malogrando tontamente...
4. La juventud
¿Qué sucederá en el alma joven ―en el que está llamado a ser jefe no puede menos de presentarse este problema―?
¿Qué será de su vida religiosa?, ¿de su fe misma? En muchos sucumbirá... en otros pasará una crisis más o menos duradera, en otros saldrá airosa y afianzada y a semejanza de esos árboles plantados en lo alto del monte: los que resisten quedan más firmemente arraigados y con sus hojas limpias, purificadas del polvo, mientras a su lado yacen muchos tumbados...
Pero los más, me temo, harán un compromiso: guardarán su fe, sus prácticas ―muchas al menos―, pero no le darán lo único que a la fe puede contentar: una voluntad entera, pronta, toda ella entregada a Cristo para vivir la fe, para hacer en todo la voluntad divina.
Esta vida de fe supone un gran amor, un inmenso amor y una renunciación entera: es el holocausto, el sacrificio completo. Pero si no se concibe así, en los que son capaces de concebirla, no durará... se irá extinguiendo y terminará por no brillar, como con tanta pena lo podemos constatar en quienes un tiempo brillaron externamente, pero sin realizar jamás la entrega completa de sus vidas.
5. ¿Cómo vivir, por tanto, la vida?
Vivirla en espíritu de fe. Lo que supone, antes que nada, comprensión de que Dios es Dios y yo soy yo. Que Él lo es todo, la primera, la grande, In inmensa realidad nunca pasada de moda. El primer sitio es el suyo: a su luz deberé mirar todas las demás cosas... Para el sacerdote lo mismo que para el seglar, la voluntad divina es la suprema realidad.
Luego, el padre Hurtado, resume la realización de esta voluntad divina en la santificación, por medio de un gran amor a Cristo, proyectado hacia fuera «cayendo en la cuenta de que Cristo y yo somos uno: que trabajamos», para hacer bueno y feliz el mundo, «sin salir del mundo», pero precisamente así para «ser sal del mundo y su luz»).
Las dificultades no son obstáculos, sino un reto acaso, un estímulo, una invitación a crecer más. Para un cristiano las crisis siempre han de ser de crecimiento.
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8. Tiempo y eternidad
Fragmento del libro "SECULARITZACIÓ I CRISTIANISME", de Lluís M. Xirinacs, presbítero, premio "Carles Cardó 1968".
LA ETERNIDAD no es un tiempo sin fin, puesto al final de nuestra vida. Esto continuaría siendo el tiempo de la cronología. La Eternidad está en el mismo centro de nuestra vida, a nuestro alcance en cada momento del tiempo.
En el transcurso de nuestra breve existencia, todos podemos recordar la experiencia de algunos "momentos eternos", descritos como "elevados estados de conciencia" por los psicólogos, y como "anticipación del paraíso" por los drogadictos. Para la Ciudad Secular, aprovechar el tiempo significa hacer muchas cosas en poco espacio de tiempo; lo cual es radicalmente distinto de la condensación del tiempo que conduce a la Ciudad Eterna.
El aprovechamiento secular del tiempo se alcanza por la descarga de trabajo sobre los electrones que corren a grandes velocidades por medio de complicadísimos ordenadores electrónicos.
Es el mismo sistema que emplea la naturaleza desde hace millones de años en el sistema nervioso de los animales.
En cambio, la densificación del tiempo que conduce a la Ciudad Eterna consiste en una sensación de plenitud alcanzada por un contenido de conciencia simplicísimo. El tiempo pasa "fuera" sin que nos apercibamos. El amor humano nos ofrece experiencias aproximadas al "momento eterno", pero es la larga tradición de enamorados de Dios la que nos proporciona la máxima abundancia de testimonios. «Vale más un día en la casa del Señor que mil fuera de ella», canta el salmista. Cuando alguien cae prisionero del Único necesario, se convierte en un ser insobornable, irresistible, eficaz de una eficacia radical.
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9. EXAMINAR LA CONCIENCIA
Creemos útiles estas consideraciones del padre KLEMENS TILMANN, del Oratorio de Múnich, y profesor de la Universidad de aquella ciudad alemana, las cuales pueden, por lo menos parcialmente, ayudar a una revisión del llamado "examen de conciencia", puesto que, junto con la crítica a los formularios erróneos, ofrece un cauce positivo por donde orientarse a la hora de analizar cómo entendemos y cómo realizamos nuestro modo de ser cristianos, nuestra vida con Dios.
LA VIDA cristiana es algo esencialmente distinto de la abstención de actos prohibidos expresamente y del cumplimiento de obligaciones jurídicamente especificadas. Se diferencia de ello en estructura y naturaleza, como la forma de un árbol se diferencia de una reproducción plástica.
El principio informante de la vida cristiana no es la ley que viene de fuera (ésta tiene sólo el carácter de seguridad exterior, cuando falta lo verdaderamente propio), sino un nuevo principio de vida interior que san Pablo llama "la ley del Espíritu" o "la ley de Cristo". Es la respuesta de vida y de amor al Dios que se nos revela, nos ama y tiene misericordia de nosotros, respuesta que brota de lo más profundo del corazón del hombre. Es la vida tomando por modelo a Cristo, e imitándolo; el cumplimiento del primero y más grande mandamiento, que nos exhorta a que correspondamos a la prueba del amor de Dios; es el renacimiento en el Bautismo y la incorporación a Cristo; es el Espíritu Santo que nos ha sido infundido. Por eso dice santo Tomás de Aquino que "la nueva ley es principalmente la gracia del Espíritu Santo", con lo que no hace sino repetir lo dicho por san Pablo en la epístola a los Romanos y en la primera a los Corintios.
Sólo un formulario de examen inspirado en esta ley del Nuevo Testamento puede servir de verdadero espejo para la vida cristiana. Es necesario, naturalmente, que en él se mencionen, con ejemplos concretos de las respectivas transgresiones, los ámbitos de la realización de la ley de Cristo, como familia, propiedad, respeto al prójimo, etc.
Errores en algunos formularios
Si consideramos los formularios de examen estructurados sólo sobre la base de los diez mandamientos, enfrentándolos con la naturaleza, ya conocida, de la vida cristiana, inducen a error:
1. EL COMIENZO NO ES LA LEY SINO EL AMOR
Los formularios de examen producen con frecuencia la impresión de que los diez mandamientos son el comienzo al que debe seguir nuestra respuesta mediante su cumplimiento. Y no es así, ya que el comienzo no consiste en mandamientos y leyes, sino en el amor y misericordia divinos, en la encarnación, muerte y {17 (77)} resurrección de Cristo; en la vocación y el perdón; en nuestra condición de hijos adoptivos de Dios.
2. EL PRINCIPIO INFORMATIVO
Parece como si los mandamientos fueran el principio informativo de nuestra vida, de modo que el cristiano podría creer que, si en el formulario de examen no halla ningún otro pecado, está ya en paz con Dios (como creía el fariseo de la parábola que comparaba Bu actitud con la del publicano); cuando la verdad es que el principio informativo está constituido por el amor a Dios inspirado por el Espíritu Santo, amor que Be acuerda con la soberanía divina, es una respuesta al amor divino y se realiza de conformidad con el orden de la creación, con la situación de cada momento y, sobre todo, con el llamamiento y la obra salvífica.
3. LA COMPLETEZ
Sólo mencionan las transgresiones y no inquieren sobre la buena intención, único origen de la bondad del acto. Preguntan casi exclusivamente por el acto cometido, y dan lugar a que pase inadvertida de la conciencia la culpa derivada de la omisión. Inducen a creer que lo que Dios quiere de nosotros es el cumplimiento de una serie de preceptos aislados, bien definidos; creencia muy parecida a la del niño para quien la vida de familia significara cerrar las puertas sin estrépito, dar un cariñoso beso de despedida al acostarse, no quitar Dada a sus hermanos, etc. Por el contrario.
Dios quiere en realidad algo total, la vida con él en obediencia, amor, devoción.
4. DEBERES ABIERTOS, PERSONALES, SOCIALES
Dan la impresión de que la voluntad de Dios se refiere a prohibiciones y deberes delimitados, cuando ella queda expresada principalmente en los grandes e ilimitados preceptos perfectivos, preceptos que no aconsejan, sino que obligan, y cuyo cumplimiento ha de ser siempre la meta a que debemos dirigirnos.
Los formularios de examen dan a entender que los deberes son los mismos para todo el mundo, con lo cual dan lugar a que pasen inadvertidos los deberes individuales que derivan del modo de ser de cada persona, de sus dotes, de su misión en la vida, del medio ambiente y de la situación. Muchos formularios de examen proceden todavía de la época del individualismo, y de ahí que la mayoría de ellos hagan caso omiso de los deberes sociales, ya sean los que incumben a cada individuo respecto a la comunidad, ya los que atañen a la comunidad respecto a cada individuo y que éste comparte.
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5. PROGRESAR EN EL BIEN Y DIALOGAR CON DIOS
Los formularios de examen inducen a desatender la ley del progreso. Cuando mayor es la madurez de un cristiano en el amor, tanto mejor sabe aquél cómo se halla obligado respecto a Dios, tanto más patente se le hace la culpa de quien desobedece a un claro llamamiento de la gracia, ya que la condición cristiana no es estática. La vida cristiana no es algo definitivamente acabado: preceptos prohibitivos y preceptos perfectivos, orden de la creación, cualidades personales.
Olvidan la iniciativa de Dios, quien, tanto por la situación como por su gracia, puede presentarnos hoy tareas que ayer no teníamos. Dios puede llamarnos hoy, incluso de modo obligatorio, a lo que ayer no nos llamó ni estábamos obligados. La voluntad de Dios ni es una ley rígida ni un objetivo definitivo, sino la voluntad del Padre y Señor que nos guía, nos prepara para empresas mayores y nos confía nuevas misiones; nos otorga por su gracia conocimiento más profundo y amor más vivo, y espera de nosotros que respondamos más sinceramente, con mayor ánimo, más preparados y con menos limitaciones. Así se realiza la vida con Dios: abriendo el corazón a la llamada de Dios y estando dispuesto a corresponder con gozo a la voluntad divina a medida que la vamos conociendo.
Pese a varios intentos de mejora en estos últimos años, la mayoría de nuestros formularios de examen se fundan en los diez mandamientos y, con ello, al interpretarlos, se corre el gran peligro de engañar y engañarse, puesto que en principio, no es aceptable una moral sólo de mandamientos.
En el caso de estructurar el formulario de examen a base de los diez mandamientos, debería hacerse resaltar claramente la importancia del primer mandamiento y sus diferencias cualitativas respecto de los demás. Claramente se vería que las relaciones inmediatas y personales con Dios implican algo cualitativamente distinto que no se encuentra en los demás mandamientos; que se trata de una conversión personal al Dios viviente, que estamos a la base de la reforma de toda la vida y del cumplimiento de cada uno de los otros mandamientos.
Para dar una idea aproximada de lo que llevamos dicho, presentaremos un texto concreto, aunque no resuelve la cuestión de cómo tendría que ser tratada la materia según las edades y condición de las personas, clases sociales y grados de madurez de la vida religiosa.
10. VIVIR CON DIOS
1. ¿Qué ha hecho Dios?
Dios me ha creado y me ha dado al mundo como espacio vital. Todo lo bueno que tengo y recibo, es regalo personal suyo.
Además, Dios me ha llamado, santificado y adoptado como hijo. Me habla en su Palabra, en las inspiraciones de la gracia. Cuida de mí, me ama, me guía si quiero ir con El.
{19 (79)} Me ha enviado a su Hijo como mensajero de la verdad, como maestro de la vida, como víctima expiatoria de mis pecados, como fuente de nueva vida.
Dios ha dado a mi corazón el Espíritu Santo, me ha incorporado a su pueblo, a la gran familia de los hijos de Dios, me ha dado innumerables hermanos y hermanas para que nos amemos unos a otros.
Nos ha confiado el mundo, este mundo extraviado, dolorido, despiadado y necesitado de amor, para que ayudemos a erigir el reino de su verdad y de su amor, hasta que El vuelva y complete la obra, dándonos un mundo completamente glorioso.
Dios me regala su constante, misterioso amor paternal, piensa en mi quiere librarme de todos los males y llevarme a la verdad, al amor ya su gloria eterna.
2. ¿Cómo he respondido a Dios?
¿Tomo a Dios en serio? ¿Es mi voluntad vivir con Él? ¿Cómo se lo muestro? ¿Me cuido de pensar más frecuentemente en Dios, de escuchar sus llamadas? ¿Tengo viva conciencia de ser hijo de tal Padre?
¿Me complazco en Dios, en su bondad, en sus planes, en el fin sublime a que me destina?
¿Le alabo y glorifico?
¿Adoro a Dios? ¿Me postro ante su santidad? ¿Me someto a su sabiduría y amor? ¿Me entrego sin reservas? ¿Siento de corazón cuanto afecta a su honra?
¿Creo que Dios quiere siempre lo mejor para mí?
¿Atiendo a su Palabra? ¿Trato de conocer sus designios? ¿Me esfuerzo para ajustar mi vida a su Palabra y a las inspiraciones de su gracia?
¿Tengo la firme voluntad de servir a Dios y vivir con Él en confianza filial?
¿Me pongo siempre de su parte?
¿Considero todos los bienes como regalos suyos? ¿Le expreso siempre mi agradecimiento, especialmente por la gracia de ser cristiano? ¿Acudo a Él, lo más pronto posible, con todas mis culpas y le pido perdón? ¿Acepto todas las tribulaciones como permitidas por él y como una misión que cumplir? ¿Tomo mi cruz y sigo a Cristo?
¿Procuro practicar la oración cotidiana (quietud, recogimiento, reverencia, dedicación de tiempo, oración personal, ofrecer toda nuestra vida a Dios, corresponder a su Palabra y acción, decírselo todo...)?
¿Me preocupo por aquello por que Dios se preocupa, por los hombres y su salvación, el prójimo, los hermanos y hermanas en el Señor, los que buscan, los que están en el error, los que odian, los amargados, los necesitados, los jóvenes y los ancianos, los mundanos? ¿Por la extensión de su Reino en mi ambiente y por la evangelización del mundo? ¿Qué hago por esto? ¿Trabajo por esta causa como trabajan muchos enemigos de la Iglesia contra las cosas de Dios? ¿Oro con este sentimiento?
¿Busco constantemente nuevas fuerzas en la Sagrada Escritura, en la Eucaristía? ¿En el trato con católicos fervientes? ¿Procuro ir formándome en el servicio de Dios y en el amor a El y al prójimo?