Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
135. NOVIEMBRE. Año 1975. |
0.
SUMARIO |
SI
el silencio que imponen los primeros fríos sirviera para recoger nuestro
pensamiento, para encontrarnos a nosotros mismos y abrirnos al ámbito sincero
de la fe, podríamos hacer la vida más hermosa y fecunda, aunque veamos ahora
caer las hojas de los árboles. |
No
importa, no es la muerte: cuando las ramas se hacen rugosos brazos desnudos
e, inmisericorde, el leñador tala el mudo ademán tendido al cielo invocando
la ultima luz, no obstante, debajo tierra, silenciosamente, permanecen
intactas las raíces y crecen más deprisa, para que el árbol tenga, cuando
vuelvan las hojas y las flores y los frutos, el tronco más recio. |
No
hay muerte, no hay dolor infinito, no hay fracaso. |
Todo
es esperanza, dolorosa y humilde, pero inmortal. |
«MYSELF
AND MY CREATOR» |
MIRAR
HACIA DIOS Y MIRAR EL MUNDO |
HISTORIA
DE LA IGLESIA |
LA
ÚNICA ESPADA: LA PALABRA |
LOS
OBISPOS ARRIANOS |
LOS
PRIMEROS EMPERADORES CRISTIANOS" |
{1
(141)} |
El
Cristo aburrido de los aburridos cristianos |
El
Cristo aburrido de los aburridos, el de quienes, porque creemos que ya
tenemos fe, nos hemos olvidado de Él. |
Si
uno saliera hoy a nuestras calles para preguntar a los transeúntes qué saben
de Cristo, qué conviven de Cristo, ¿qué respuesta recibiríamos? |
Somos
como aquel hombre que nació a la sombra de la catedral y jugó y creció en sus
atrios, y nunca se ha molestado en mirarla. |
¿Cristo?
Ah, sí. Sabemos que nació en Belén, que estuvo un montón de años en Nazaret,
que luego predicó unos meses, que al final lo mataron. |
Sabemos
también que era Dios, pero ¿qué significa eso para nosotros? |
Vivimos
al lado de esta verdad como junto a esa catedral que ni miramos. |
Dios
hizo al hombre semejante a sí mismo, y el aburrido hombre ha terminado por
creer que Dios es semejante a ese aburrimiento. |
{2
(142)} |
1.
«Myself and my Creator» |
UNAMUNO,
ese gran preocupado por la muerte, pensador, buceador de su misterio, había
dicho: «La vida es la continua revelación de nosotros mismos; cada día nos
descubrimos; sólo con la muerte se completa esta revelación» y nuestra propia
vida. |
Vamos
a la muerte, los creyentes, para descubrir, para encontrar a Dios. |
Ese
Dios que imaginamos lejano, pero que llevamos dentro, tan cerca, haciéndose
claridad en el cielo interior de nuestra conciencia, limpia, silenciosamente,
como en un cielo estrellado en espera del gran amanecer, en la soledad
clamorosa del gran PRESENTE. |
Descubrirnos
a nosotros, poco a poco, es ir descubriendo a Dios. Descubrimiento que Newman
experimentó ―myself and my Creator― cuando nos confiesa que fue
arrebatado por el pensamiento de esa doble realidad, absoluta y luminosamente
evidente, equivalente, como vivencia, a algo más que a una conversión. |
Superando
los existencialismos, no es que nuestro destino cobra sentido o se manifiesta
absurdo según la alternativa de cómo lo refiramos a la muerte. Para el
cristiano la muerte es un hito ―el más decisivo, después de
nacer― en el que se acumula, resume y polariza, como experiencia y como
latido, el nacer y el vivir, descubriendo definitivamente a Dios: «yo, yo
solo, y Dios, mi Creador». |
Que
la vida sea no solamente preparar este descubrimiento, este encuentro; pero
que prepararlo resulte de haber comenzado a experimentar su evidencia,
mientras se hace creciente. Solamente de este modo se supera toda fatalidad
y, como nos diría Marcel, «el pasado y el porvenir se unen en el seno de lo
profundo» para hacernos «permeables a las infiltraciones de lo invisible,
para que, a partir de este momento, nosotros, que quizá no éramos al
principio más que solistas no ejercitados y, por eso mismo, pretenciosos,
tendamos a convertirnos poco a poco en miembros fraternales y maravillados de
una orquesta en que aquéllos a quienes indecentemente llamamos los muertos,
estén sin duda mucho más cerca que nosotros de Aquél del que quizá no se debe
decir que dirige la sinfonía, sino que ES la sinfonía en su unidad profunda e
inteligible; una unidad a la que no {3 (143)} podemos esperar acercarnos más
que insensiblemente, a través de las pruebas individuales, cuyo conjunto,
imprevisible para cada uno de nosotros, es, sin embargo, inseparable de la
vocación propia». |
La
idea de la muerte interviene como acto de comunión' que participa en un orden
de ámbito divino, alcanzable solamente a través del amor. |
De
todas formas es preciso superar, también aquí, el simple platonismo. |
Es
a partir de myself and my Creator, es a partir de la convergencia viviente
del 'yo y Dios" que se mira a lo demás, a los demás, y que nos Vamos
abriendo, comunicando, abrazando, descubriendo el bien, haciendo el bien,
haciendo bueno lo que descubrimos, haciéndonos buenos mientras hallamos. Esa
es la gran 'comunión' cristiana, hasta que, en la muerte, nos abriremos a lo
que hemos vivido en la tierras concluye también un personaje marceliano en La
soif. |
Por
lo tanto, es necesario 'vivir" intensamente, vivir 'yo y Dios',
mantener, partir siempre y llegar siempre a esta experiencia que ya hemos
dicho, Newman expresó condensando el tacto de Dios dentro del alma, en sí
mismo: myself and my Creator. Porque es la vida, y todo lo que hay más allá
de la vida, convertido en vida desde «el instante en que todo quedará
sepultado en el amor». |
El
pensamiento de la muerte acompaña constantemente el camino del hombre lúcido.
Los más sensibles (Jorge Manrique, Quevedo, Machado, Unamuno, Miguel
Hernández ...) y sinceros no han eludido enfrentarse con él. Nuestro mundo, a
pesar de todas las euforias o manipulaciones experimenta también su amenaza,
y lleva las heridas, nunca acabadas de restañar, de sus últimos zarpazos. Y
sigue con miedos que le acobardan mientras le imponen silencios y falsedades
en sus actitudes. Se llama 'vivir" A lo que es sólo actividad vital
falsificada. Harían falta valientes, para encontrarse a sí mismos y encontrar
a Dios. Y con Dios en el corazón, mirarlo todo, descubrirlo
―re-descubrirlo― todo, y VIVIR, hasta que la muerte ―lo que
llamamos 'muerte'― fuese alcanzada como el marco más amplio,
definitivo, de la plenitud de plenitudes: de nosotros en Dios, y de Dios en
todo. |
San
Pablo ya había dicho: «Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es
de Dios». Más amplio o, por lo menos, más explícito que la "plenitud de
plenitudes" de la redundante y Angustiada intuición unamuniana. |
La
muerte, tu esclava, está a mi puerta. Ha cruzado el mar desconocido y llama,
en tu nombre, a mi casa. |
Está
oscura la noche y tiene miedo mi corazón. Pero yo cogeré mi lámpara, abriré
la puerta de mi casa, y le daré, rendido, la bienvenida; porque es mensajera
tuya la que está en mi puerta. |
La
saludaré, llorando, con las manos juntas. La saludaré mientras pongo a sus
pies el tesoro de mi corazón. |
Rabindranath
Tagore |
{4
(144)} |
2.
Mirar hacia Dios y mirar el mundo |
MIRAR
HACIA Dios, mirar la propia conciencia, mirar el mundo. |
Cristo
nos abrió los ojos a un modo nuevo de dirigirlos a esa triple contemplación
de la vida, que por él sabemos que no es sólo movimiento, que no es sólo
pensamiento, que no es sólo temporalidad. |
Hay
que mirar afuera desde dentro; hay que mirar hacia dentro hasta llegar a Dios
y hay que contemplar a Dios, desde la fe, situándonos nosotros y
comprendiendo el mundo. Pensar, creer, mirar. Triple visión que "se
traduce" en novedad de vida: todo es diferente; todo queda agilizado,
trascendido, transformado. |
«Para
que los ciegos vean...» La peor de todas no es la ceguera del cuerpo; la
mayor claridad no es la luz cósmica. Concretas, cuantificables, quedan como
trampolín de analogías para verdades más altas, para vida más plena, desde
que Cristo vino a abrirnos los ojos a otra "luz" que ninguna
tiniebla puede sofocar, mientras sube más alto, inalcanzable a los vientos.
El huracán que pretendiera extinguir su llama, por el contrario la aventaría,
provocando la incandescencia del residuo de humo que se resintiera a la
ignición, secando las ramas verdes para que puedan ser ofrenda abrasada en el
fuego, acelerando así y purificando la transformación del proyecto
evangelizador que se va haciendo realidad y anuncio del auténtico Reino de
Dios. |
«No
tengáis miedo de los que sólo pueden matar el cuerpo... » El Señor da ánimos
porque el miedo es la forma de dolor más escondida en el alma humana y la más
extendida entre los mortales. Sólo puede ocurrir que el resplandor sea más
grande, si el dolor persiste. Se nos puede consentir que demos para el
cristiano y, por supuesto, para la Iglesia, un significado más que
antropológico a la conocida frase de Freud: «tanto como dure su sufrimiento,
puede todavía el hombre superarse un poco, alcanzar algo más» («So lange der
Mensch leidet, kann er noch etwas bringen»). |
Estamos
en camino y es preciso andar con los ojos abiertos: ver, contemplar,
entender, juzgar, interpretar desde la propia conciencia unida a Dios, la
realidad circundante, que nunca se da como una cosa definitivamente hecha,
sino fluyente, inacabada, necesitada incluso de un sentido superior que, sin
negligencia de lo evidente y natural, lo eleva activamente a la integración
universalizadora, espiritualizadora y trascendente del Reino de Dios, todavía
en trance de hacerse, {5 (145)} iniciado solamente y necesitado, por lo
tanto, todavía, del esfuerzo paciente y perseverante, para ser llevado al
óptimo no alcanzado, aunque sabemos que es vocación suya y nuestra, porque
somos hijos de Dios. |
No
sólo la humanidad, en sus más vivas y profundas aspiraciones, sino, dirá san
Pablo, "la creación entera está como gimiendo mientras espera esta
transformación" iniciada por Cristo, Señor del mundo, y destinada a ser
completada por la Iglesia, extensión y crecimiento misterioso de Cristo en el
mundo que él mismo ha conquistado y destinado a la suprema libertad de hijos
de Dios. Libertad que será merecida y participada, si se acepta por la fe y
se intenta realizar generosamente con la vida: mirando a Dios desde la propia
conciencia, mientras contemplamos este mundo que, gozosamente, restituimos a
Dios. |
Debe
ser desterrada la concepción de hacer compatible "mundo" y
"Evangelio" porque conduce a un moralismo glotón y cicatero,
cualesquiera que sean los disimulos tranquilizadores. Es, en todo caso, el
compromiso de una empresa por transformar el mundo en Reino de Dios, desde la
fe, que no es ni un añadido, ni un adorno, sino una visión totalizadora y
transformante, fecundada por la experiencia agradecida del don de Dios,
Gracia, amistad y vida de Dios en el hombre, que por fuerza ha de ver las
cosas y tratarlas y realizarse a sí mismo, de un modo "diferente"
al simplemente natural. El que mire o juzgue al cristiano o a la Iglesia
desde el ángulo de esta sola visión, jamás lo comprenderá, o los combatirá
como un regreso, o como un exceso, igualmente absurdos. |
Ha
sido preciso esperar hasta nuestros días para que los hombres puedan tener',
si quieren, el pensamiento y el corazón más libres para Dios. Ha sido preciso
llegar a esta época para que caiga el velo de los enigmas que recubrían este
mundo. En adelante el hombre puede contemplar el mundo tal como es y, por lo
tanto, ya no puede confundirlo con Dios. |
Ha
sido preciso que llegáramos a esta época en la cual existe una historia total
en la que todos participamos. |
Acaban
de comenzar las verdaderas oportunidades para el Cristianismo. |
Karl
Rahner |
{6
(146)} |
3.
HISTORIA DE LA IGLESIA |
SE
HA DICHO que la historia de los Concilios de la Iglesia, es la historia de
los cismas y herejías cristianas. Pero esto equivaldría a lo que,
paralelamente, también podría decirse de la historia profana, si la
consideráramos como la narración ordenada de las guerras y batallas de los
pueblos y series de reyes que las protagonizaron. Lo cual, con razón, se
rechaza, como igualmente rechazamos, por simplista, la primera hipótesis. El
romanticismo descubrió que la Historia no la hacen los reyes, sino los pueblos,
y que hay una alternancia dialéctica hacia el progreso, cuyos momentos
críticos o dramáticos, son síntomas o efectos de procesos más profundos que
hay que investigar, recoger y construir, con ellos, síntesis provisionales a
partir de las cuales nos abramos a una superior evolución, incesante como la
sucesión del tiempo, y varia como la extensión múltiple de fenómenos
paralelos interrelacionados que influyen en el caminar de la humanidad. |
No
vamos a hacer filosofía de la Historia, ni de la Historia de la Iglesia, pero
sí que debiéramos referirnos siempre a ella, no como quien mira desde el
exterior y se detiene en algún hecho o suceso señalado, sino añadiendo a
nuestra contemplación el presupuesto de la fe para que, lo que nos atrae o
aquello en lo que nos detenemos, pueda ser juzgado en función de ella, y nos
sirva, de este modo, para nuestra misma vida de fe. |
Es
inútil, para el fiel, hacer referencia alguna a la herejía, si el caso
concreto que analiza no lo considera como integrante del riesgo que entraña
la búsqueda de la verdad revelada, del esfuerzo por desarrollar esta verdad,
estimulado, tal vez, por buscar en ella una respuesta al reto que plantean
unas determinadas circunstancias históricas. Sin lo cual, todo lo que
pudiéramos pensar de una desviación doctrinal, pongamos por caso, podría con
facilidad parecernos un dato más de una serie de disparates teológicos
producidos por la estupidez del heresiarca de turno, que inventó otra
aberración. |
No
hay que querer pensar en una verdad divina para poder llegar a la invención
de nuevas herejías; pero si que es cierto que jamás comete error alguno el
que, siquiera sea por pereza mental, tampoco usa su inteligencia para
aplicarla, reflexivamente, a verdad alguna. |
Ello
explica que, cada vez que pongamos nuestra mirada cristiana en la vida de la
Iglesia, no podemos hacerlo {7 (147)} sin acompañarla de la reflexión del
creyente. En cuyo caso, tanto de lo que ―según una mirada asépticamente
natural― pudiera resultar positivo (éxitos de la Iglesia), como
negativo (fracasos, problemas), siempre redundaría en ejercicio de la fe y,
por consiguiente, en desarrollo y crecimiento de ella. |
Solamente
los enfermizos, débiles o infantilizados, son los que necesitan de continuos
estímulos y alientos (propagandas, estadísticas optimistas, insinceridad
triunfalista, disimulación cobarde de las realidades, estrategias
deformadoras, ocultaciones, exageraciones...). Cuando la verdad es que la
Providencia nos suministra, mezcladas y alternadas, confortaciones y pruebas;
cuando también es verdad que, al mirar el caminar de la Iglesia en su viaje
temporal, encontramos igualmente momentos de confortante crecimiento o
purificación y otros de oscuridad y zarandeo crítico. |
Pero...
¡no pasa nada! Para los primeros cristianos las persecuciones y el martirio
no suponían una catástrofe aunque sí la habría considerado tal cualquier
mentalidad pagana, mientras, desde lejos, nosotros mismos, consideramos que
aquella experiencia fue gloriosa para la Iglesia y a ella con evidente fruto
podemos referirnos cada vez que, circunstancias parecidas, han proporcionado
nuevos dolores a los cristianos o a nosotros mismos. |
Además,
Cristo fue el primer mártir: |
«el
que quiera seguirme que se despreocupe de defender su vida, que tome su
propia cruz y que me siga, y donde yo esté también estará él». |
Las
herejías a las que, desde nuestra óptica, aplicamos esquemas seguramente
demasiado sencillos, sabemos que fueron el chisporroteo perdido de un fuego
de verdad que se hizo, poco a poco, luz de la Iglesia. Como sin persecuciones
no habríamos tenido mártires, sin errores que discutir, sin búsqueda afanosa,
inacabada, de una verdad que la fe necesita como alimento, no habríamos
tenido Doctores para sistematizar, de alguna manera, el tesoro de la verdad
que la Iglesia quería legar a los hombres presentes y a las generaciones que
siguen. |
Incluso
el dolor de los cismas, separaciones y rupturas de obediencia, dispersiones
en el rebaño del que debía ser único bajo un solo Pastor, sirvieron para
precisar la calidad y alcance del orden que debe reunirnos en el camino hacia
Dios a través del tiempo, qué clase de autoridad o poder es el de la Iglesia,
cuáles son los puntos críticos de su estructura, probablemente todavía
demasiado parecida a las temporales, pero sin duda relativamente mejor que
ellas, a las que ha sobrevivido mientras, con medios muchísimo más débiles,
ha conseguido mayor eficacia, habida cuenta de la debilidad de los hombres,
que es la constante de cualquier institución humana y temporal. |
La
mirada sobre la Iglesia, tanto en el pasado como en el presente, debe
limpiarse de derrotismos fatalistas lo mismo que de apologías triunfalistas y
soberbias, para dar lugar a una mirada serena y ferviente, desde la fe. |
El
cristiano no mira la Iglesia desde fuera, sino que se siente y está dentro de
ella, y se alegra del bien que recibe, y descubre el bien que le falta, y
entiende los caminos por donde Dios la conduce, y vive ―convive―
su misma vida. En cualquier caso, el pasado es lección, el presente reto. |
{8
(148)} |
4.
La única espada: la Palabra |
CUENTAN
de Clodoveo, el rey franco, que mientras escuchaba el relato de la Pasión de
Cristo, llevado con indudable buena fe y típico fervor de neófito, exclamo:
«¡Ah, si yo hubiese estado allí con mis francos!...» |
Comprensible,
perdonable. Pero del mismo modo que el Señor no aceptó el magnífico proyecto
que le ofreció el diablo, cuando fue tentado en el desierto, habría
renunciado al recurso a la fuerza, a la seguridad del poder y a la presión
del prestigio y habría preferido, otra vez, un cristianismo crucificado.
Incomprendido especialmente por los poderosos, y crucificado por ellos. |
El
mensaje cristiano ha de ser fuerza de Dios, no imposición de los hombres. |
Entre
los judíos, la exclusividad de Dios en toda obra verdaderamente santa, ya la
indicó Gamaliel, cuando los otros grandes sacerdotes pedían la muerte de los
primeros predicadores de la Palabra: «¡Israelitas, tened cuidado con lo que
vais a hacer con estos hombres!» Y les recuerda el triste fracaso de dos
agitadores ―Theudas y Judas el Galileo― que, parada la racha
efímera de algunos éxitos, su influjo quedó en el fracaso. Y continuó: «Este
es mi parecer: no os ocupéis de esta gente y dejadla en paz. Si su idea y su
obra vienen de Dios, por mucho que hicierais no las podréis dominar y os
estáis exponiendo a combatir contra el mismo Dios». |
Esta
advertencia vale solamente para el perseguidor que cree en la Divinidad; mas
no en el caso del incrédulo. |
Aunque
es difícil de admitir que la persecución ―toda persecución― no
lleve emparejada la incredulidad, o la pretextación de un concepto de Dios
que equivale al ateísmo. Porque quien de veras admite y respeta a Dios,
respeta igualmente su obra. |
El
que persigue no es de Dios, sino que tiene el espíritu de la carne, diría san
Pablo: «El hijo de la carne perseguía al hijo del espíritu y así ocurre
todavía hoy» (Gálatas, 4, 29). Por el contrario, sucede que «todos los que
quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución» (2 Timoteo, 3,
12). |
El
evangelista san Juan, en el Apocalipsis ve a la Iglesia en figura de mujer
que huye de la persecución, y simboliza a los perseguidores en la gran
prostituta que persigue a los santos. |
Así
establecido parece como si quedara en completo desamparo la misión del
Evangelio, puesto que san Pablo ni siquiera para imponer la verdad admite que
sea forzada o violentada la conciencia de nadie, porque ejercer tal tipo de
presión, no sería solamente herir la conciencia del débil, sino pecar contra
Cristo (2 Corintios, 20). Y afirma, seguidamente, que «las armas de nuestro
combate no son carnales». |
De
modo más tajante establecerá en la carta a los Efesios (6, 17) que el arma
única, «la única espada del predicador de Cristo es la Palabra ―el
derecho a predicar―, porque la palabra es la espada del espíritu». |
{9
(149)} |
5.
Los Obispos arrianos |
«Los
pastores se han comportado como unos insensatos, porque, salvo un pequeño
número que ha sido olvidado a causa de su insignificancia, o que ha resistido
a causa de su virtud, y que debía permanecer como semilla y raíz de donde
brotaría la Iglesia, renacida bajo el influjo del Espíritu Santo, todos han
cedido a las circunstancias, con la sola diferencia de que algunos se han
alineado entre los que triunfan como campeones y caudillos de la impiedad, y
otros han quedado como simples soldados, semi derrotados por el miedo, pero
egoístas y aduladores o, lo que tiene menos excusa, vencidos por su propia
ignorancia». |
ERA
SAN GREGORIO Nacianceno quien, con las palabras que preceden, en el año 360,
resumía (Orat. XXI, 24) lo que había ocurrido con la crisis arriana. Por el
mismo tiempo (a. 363) no le iba a la zaga san Jerónimo, que escribía: Casi
todas las Iglesias ―es decir, diócesis― del mundo entero, bajo
pretexto de paz y de sumisión al emperador, se han contaminado de
arrianismos. Y son de entonces las célebres palabras que resonaron en el
concilio de Rimini: |
«Ingemuit
totus orbis et se te Arianum miratus est»; que era como decir: |
«los
fieles de la cristiandad se han dado cuenta, con sobrecogedora sorpresa, que
sus jefes los han hecho arrianos». |
Fue
aquélla la mayor crisis que jamás haya padecido la Iglesia, recién salida,
casi, de las catacumbas, cuando ya, en el marco del reconocimiento oficial de
su derecho a evangelizar, el ser obispo no equivalía a una candidatura para
el martirio, sino que se Comenzaba a convertir en promoción honorable,
paralela y hasta dependiente de los cargos de responsabilidad política. De
perseguida la Iglesia pasaba a reconocida y a protegida. Y fue entonces
cuando comenzó la atrocidad de una confusión político-eclesiástica, como
jamás se haya repetido en época alguna, puesto que incurrieron en la herejía
la inmensa mayoría de los obispos. |
{10
(150)} Suceso irrepetible, pero que es preciso tener en cuenta cuando se
quiera comprender cualquier otra crisis posterior: el cisma de Oriente, el
complejo problema de las investiduras en el Medioevo, la escisión protestante
que inaugura la Edad Moderna, log regalismos contemporáneos...por citar los
hitos más importantes, fueron y son de algún modo, siempre, reviviscencias de
aquella tremenda original experiencia, prototípica de los dolores y pruebas
de la Iglesia sometida al zarandeo de la Historia. Como si las palabras del
Señor a Pedro –*... y te llevarán adonde tú no querrá se cumplieran, en cada
ciclo histórico, para que el esfuerzo por superar la contradicción del
conformismo mundano, resurja, rejuvenecida de eternidad y purificada de
incrustaciones espúreas de triunfalismos anticipados, la que todavía ha de
actuar redimiendo ―liberando― a los hombres, des arrollando ella
misma, cada vez más, su libertad, su autenticidad, John Henry Newman
precisamente iba en busca de esa "autenticidad" de la Iglesia, hace
siglo y medio cumplido, cuando dio con el filón de este período histórico
decisivo. Se detuvo en él, lo estudió a fondo, y nos legó su obra decisiva
sobre THE ARIANS OF THE FOURTH CENTURY; ella representa la premisa
intelectual que le dispuso a la gracia de su conversión al Catolicismo: llegó
al convencimiento de una coincidencia de situaciones entre la época arriana y
el estado de la Iglesia anglicana, en la que había sido educado y de la que
era ministro. Su reflexión fue consciente, dilatada y profunda: terminó de
escribir THE ARIANS en diciembre de 1832 y entro en la Iglesia católica el 9
de octubre de 1815. |
Los
manuales de historia eclesiástica al uso, demasiado esquemáticamente, ordenan
y sitúan la sucesión de cismas y herejías, como crisis que atañen,
respectivamente, a la obediencia o vinculación en la única Iglesia de Cristo,
o como negación de verdades dogmáticas. En determinados casos en difícil no
sólo deslindar, en un mismo conflicto, la parte que corresponde a cada uno de
tales aspectos, sino el grado en que uno interviene en función del otro. Eu
el caso concreto del arrianismo, por más que se insista en la cuestión
conceptual o dogmática, lo decisivo fue la intervención del poder imperial y
el juego de ambiciones, para obtener o mantenerse en sedes {11 (151)}
episcopales unos, o, desde el interés imperial, por premiarlos para
asegurarse fieles colaboradores políticos. La momentánea prosperidad del
error se debió o la intervención política en la designación y remoción de los
pastores de la Iglesia, liberada de las catacumbas, pero no todavía de los
poderes de este mundo que veían en su intervención una continuidad con lo que
se había observado anteriormente al regular, desde el poder imperial, el
culto a los dioses paganos y hasta a la arrogada "divinidad" del
emperador. Era pedir demasiado, en tan poco tiempo, más allá de esta "utilidad"
en la nueva fe, que simplificaba en una sola el maremágnum de divinidades
anteriores, pero que no conseguía, tan rápidamente, el deslinde entre poder
temporal y libertad espiritual. |
Los
que critican o se lamentan ―¡y tantas veces con sobrada razón!―
del poder temporal en los asuntos de la Iglesia, no deberían de olvidar que
la escisión protestante pudo prosperar merced al apoyo que buscaron en los
reyes los disidentes del Catolicismo, cediendo, naturalmente, a cambio de la
protección, una parte sustancial de lo que debieran haber sido sus poderes
espirituales y su disciplina interna. Los regalismos católicos posteriores
surgirán, desgraciadamente, como una imitación de la invención protestante,
y, en general, serán de menor intensidad, aunque las tensiones que produzcan
puedan alcanzar momentos verdaderamente dramáticos para la Iglesia, siempre
celosa de su libertad, pero inerme, por principio, para defenderla frente al
aparato temporal. |
Newman
se dio cuenta que la Iglesia anglicana, con una jerarquía nombrada y
dependiente del poder real, con una estructura nacional, no cumplía los
ideales de universalidad y libertad que Cristo dejó a Pedro y, desde la
contemplación de la gran confusión arriana, pudo comprender todas las demás
y, singularmente, la que tenía tan cerca. |
Y
se hizo católico. |
El
vidrio, el sol, aquel verde sembrado, ante la luz, de trigo transparente, y
la Verdad, no tienen más que un lado: |
el
silencio de Dios, más elocuente que todo el idioma con que doro tanta verdad
como la lengua miente. |
Miguel
Hernández |
{12
(152)} |
6.
HISTORIA DE LA IGLESIA: Los primeros emperadores "cristianos" |
EN
LA EVOLUCIÓN de la vida de la Iglesia tuvieron singular importancia los
detentadores del poder temporal, en el momento en que ella pasa de la
clandestinidad de las catacumbas al público reconocimiento institucional y
jurídico. No nos puede sorprender, ni escandalizar el inicial entusiasmo y el
agradecimiento de los cristianos hacia los emperadores ―en especial
Constantino― que les concedieron la libertad para profesar públicamente
la fe en Cristo. Los consideraron como instrumentos providenciales al
servicio de Dios, y en realidad ―consciente o inconscientemente―
lo eran, aunque ello no eliminaba su posición de políticos, ni alteraba la
substancia de su mentalidad pragmática y temporalista. Lo contrario hubiera
sido un milagro, equivalente al final triunfal de la Iglesia. |
Ésta,
en su caminar por el mundo, no perecerá; pero será siempre peregrina;
cualquier triunfo que pareciera definitivo, o cualquier instalación en la
seguridad, le serán siempre ajenos, en su faz auténtica de fidelidad a
Cristo. |
Las
persecuciones habían exigido la pureza de una fe a prueba de la propia vida.
El Cristianismo no era un honor, sino más bien una infamia; el sacerdocio no
era una dignidad, sino más bien una candidatura al martirio. Las calumnias de
los perseguidores habían conseguido mantener, durante largo tiempo, la
hostilidad de las gentes contra el naciente Cristianismo, presentado como
enemigo de la sociedad y del Estado. Por otra parte, los cristianos no
disponían de ninguna voz para defenderse, ni de poder alguno para exigir que
{13 (153)} pudieran ser oídos. Sólo la paciencia, el derramamiento abnegado
de la propia sangre, y la infamia que les reducía al silencio y a la
clandestinidad: allí la fe era la llama de su vida, y la vida enamoramiento
desinteresado y generoso de Cristo. |
Tantos
y tan grandes fueron aquellos dolores que, al conseguir la primera libertad,
la sorpresa del alivio pudo traducirse en tentación de que toda posterior
dificultad había cesado para siempre. No todos, ni siempre supieron mirar más
alto y vencer la tentación; tentación "constantiniana". |
Constantino |
Ello
explica el mito con que se ha exagerado la figura y la misma intervención de
Constantino, al que sólo muy hipotéticamente podemos llamar emperador
"cristiano". |
Fue
en verdad el primero que permitió al Cristianismo salir de la clandestinidad;
pero todavía ahora nos sigue resultando difícil descifrar hasta qué punto
aceptó la fe cristiana o cuáles fueran sus convicciones religiosas. |
Los
historiadores actuales ven en él a un político de gran estilo, y fue
precisamente su buen sentido político que le llevó a reconocer para los
cristianos el derecho a profesar la propia religión. No otro es el
significado del Edicto de Milán, de 313: |
«Hemos
tomado esta resolución inspirados por la sana y noble convicción de que nadie
ha de ser privado de la libertad de elegir y obedecer las costumbres y el
culto de los cristianos. Y por ello con viene que a cada cual se le de la
facultad de encontrar la religión que él mismo considere que le conviene». |
Con
ello Constantino dejaba de postergar a una parte, aunque minoritaria, de sus
súbditos, cuando se había demostrado la falsedad de las calumnias que durante
más de dos siglos se habían fomentado y, por otra parte, junto a la
risibilidad con que el mismo Cicerón se había referido a las divinidades del
Olimpo (si bien juzgaba indispensable fomentar su culto por el bien del
Estado), la probada lealtad ciudadana de los cristianos les hacía acreedores
de ese mínimo respeto a su libertad de conciencia. Constantino al concederles
este reconocimiento aseguraba la paz y la convivencia ciudadana. Fue un
pragmático que obedecía a razones de Estado ―observa {14 (154)}
Duchésne― cuando obsequiaba a los obispos, lo mismo que lo había sido
Diocleciano cuando los encarcelaba. |
El
Cristianismo sucedía, en cierto modo, al decadente, diverso y disperso culto
pagano. El Cristianismo representaba una semilla de cohesión,
universalizadora, que prosperaba y se introducía sin renunciar a la
mansedumbre; no sólo no había que temerle, sino que podía ayudar, moralmente,
a la unidad, desde la Iglesia, y por reflejo, al mismo imperio. |
Cuando
con ocasión de la crisis arriana Constantino toma la iniciativa ―¡no
era ni siquiera bautizado!― de convocar el concilio de Nicea, para
zanjarla, lo que le preocupa es la unidad manifiestamente política; en cambio
considera «cuestiones de poca importancia, juegos de estudiantes inexpertos,
materias en las cuales cada uno puede pensar lo que le acomode» los más
trascendentales problemas teológicos, como entonces y en aquellos debates
eran las grandes cuestiones trinitarias. Y escribía, en efecto, al papa san
Melquiades: |
«Vuestra
solicitud no ignora mi respeto por la Iglesia católica auténtica, y no
permitiré que seáis negligentes o consintáis cualquier inicio de cisma o
división». |
Del
pre-cristianismo al Cristianismo |
El
Estado romano puede considerarse, al aparecer no el Cristianismo, como la
última evolución del Estado pre-cristiano, o típicamente pagano: Toma la
religión ―hecho común en la antigüedad― por su propia cuenta: |
sacramentaliza
el concepto de Estado, socializa lo divino y deifica la política. El Estado
romano representa la evolución más elaborada de la convergencia que se u
descubre, en las más remotas formas de civilización, entre poder político y
poder sagrado, entre "divinidad" y "realeza". |
Constantino,
tributario del concepto pagano del Estado, dio libertad a la Iglesia, pero no
comprendió el Cristianismo. Esa falta de comprensión no procedía de la
malicia del emperador, sino de la mentalidad de la que no se había
desprendido. Mentalidad, por lo menos errónea, que seguiremos encontrando en
muchos "protectores" de la Iglesia. El cardenal Charles Journet,
que ha reflexionado principalmente ―antes del Concilio... ― sobre
la teología de la Iglesia, llega a la conclusión de que la dificultad que el
Cristianismo encontraba en el {15 (155)} Estado pagano, no era el que éste
negara la divinidad, sitio el haber socializado la religión y convertido en
idolatría el poder temporal. Es el error en que reincidirán los regalismos, a
pesar de llamarse sospechosa y contradictoriamente "católicos"
cuando en realidad repiten la paganización del Cristianismo; es decir, cuando
lo reducen, como los emperadores romanos con sus divinidades, a un factor
complementario, útil y saludable, instrumentalizado al servicio de sus miras
temporales. |
Reducción
pagana |
El
Estado pre-cristiano persiguió, primero, el Cristianismo; más tarde lo
permitió; finalmente se declaró cristiano. Pero el Cristianismo oficialmente
aceptado, si bien superaba a las desacreditadas divinidades paganas, les
"sucedía" sin lograr operar, por automatismo histórico, el cambio
de mentalidad de los gobernantes, para quienes, más que por el Reino de Dios
(sólo indiscutido si coincidía con el concepto e interés de sus propios
reinos terrenos), se movían por razones de táctica política o preocupaciones
de orden público. Cualquier situación posterior en la que se repitiera el
predominio de las mismas razones, será un Estado igualmente pre-cristiano,
sin que valga el énfasis con que se recargue la confesionalidad que quiera
acreditar. Y, cuando decimos pre-cristiano, decimos, por supuesto, pagano. |
La
Historia es pródiga en confesionalidades, en aceptaciones del Cristianismo
que no equivalen más que a una reducción pagana del mismo. A un
superficialismo que no sobrepasa, a lo sumo, las categorías culturales, pero
que no profundiza en las radicales exigencias evangélicas. Se ha aceptado el
Cristianismo sin comprenderlo; se ha aceptado precisamente porque no se ha
comprendido. Se ha aceptado un cristianismo pomposo, sólo parcialmente
moralizante y, por consiguiente, mudo o enmudecido, reducible a "magia"
sin Palabra, o a palabra sin Verdad, o a verdad sin Vida. |
No
es el fracaso del Cristianismo, porque no es el Cristianismo. |
El
historiador Eusebio refiere cómo, en Nicea, concluidas las sesiones del
concilio, el emperador Constantino que celebraba entonces el vigésimo
aniversario de su imperio, invitó a los obispos a un banquete suntuoso. |
Los
obispos, algunos de los cuales llevaban en sus cuerpos {16 (156)} los
estigmas de las torturas padecidas en las cárceles y detenciones ordenadas
por los precedentes emperadores, no salían de su asombro y creían encontrarse
en la antesala del Paraíso, como en un sueño. Aquello era como el refrendo de
una paz alcanzada ya, merecida después de tantos sufrimientos, martirios,
infamias y contratiempos. |
Después
de Constantino, la purificación en la fe |
No
podemos reprochar a aquellos pastores la ingenuidad de su confianza en los
poderes imperiales tan benevolentemente exteriorizados; ni podemos tampoco
criticar sin más la táctica de Constantino y exigirle actitudes
sobrenaturales de las que era incapaz. Proporcionó un sosiego a la Iglesia,
que ésta se apresuró a agradecer; si bien, más que inaugurar una época de
paz, sería el punto de partida de una serie de violentas luchas que ocuparían
la historia de la Iglesia durante medio siglo. Antes, en las persecuciones,
habían padecido los cuerpos; ahora padecerían las inteligencias. |
Las
heridas y la purificación no sería en la carne, sino en la fe. |
Ello
vendría a confirmar que la paz del mundo no es el ambiente donde se fragua la
paz de Cristo, y que la verdad del Evangelio será, perpetuamente, como un
signo de contradicción. La Iglesia no se establece, sino que peregrina por el
mundo. No se alcanza la rotundidad de un triunfo para vivir, luego, de la
ventaja de su conquista, sino que se progresa y desarrolla de una etapa a
otra, en continua superación de un desarrollo que no puede hacerse definitivo
en el solo marco del tiempo. |
El
primer obispo "cortesano" y Constancio |
Constantino
muere en 337, tras haber aceptado el bautismo cristiano en el lecho de muerte
y de manos de un obispo hereje, Eusebio de Nicomedia, que desplazó al mismo
Arrio en el progreso de la herejía, merced a aventajar a éste en el arte de
la ambigüedad y la intriga política. Consiguió aparecer, con puntual
oportunismo, como enmendado de sus desviaciones arrianas, debido a la
intervención de la hermana del emperador y ver realizada su ambición de ser
nombrado obispo de la capital del Imperio, Constantinopla. A partir de lo
cual {17 (157)} jugaría un importante papel apenas desapareciera el emperador
Constantino. |
«Es,
este obispo, el primer ejemplo de esa desagradable clase de teólogos y
prelados cortesanos ―escribe el historiador Ludwig Hertling―,
dúctiles y aduladores que en lo sucesivo apenas faltaron nunca allí donde
hubo soberanos que ambicionaran influir sobre los destinos de la Iglesia». |
Constancio,
al suceder a su padre, en 337, no se limitó a salvaguardar la paz y la unidad
de la Iglesia, sino que aspiró a imponer en ella su voluntad y sus
convicciones, que eran las arrianas. Su mentor era el obispo Eusebio. |
Pero
Constancio, astuto, procedió, en un principio, con cautela, no sólo para
asegurar las posiciones que iba tomando, sino en consideración de su hermano,
Constante, que gobernaba Occidente y era contrario al arrianismo y seguidor
estricto, por tanto, de las definiciones de Nicea. Pero una vez muerto
Constante, desató su severidad contra los católicos, y dedicose a toda clase
de presiones, deportaciones, nombramientos, hasta querer imponerse al mismo
papa Liberio, a quien sometió a toda clase de vejámenes, de forma parecida a
como Napoleón haría para coaccionar a Pío VII, siglos más tarde. |
La
voz indómita de la ortodoxia: san Atanasio |
La
Iglesia no permanecía muda: las voces de san Atanasio de Alejandría y de san
Hilario de Poitiers, fueron vigías permanentes y certeros, a quienes ni las
amenazas, ni destierros, ni infamias hicieron callar jamás. |
Desde
la esfera política, se instalaba o se deportaba a obispos, o se les hacía
huir con amenazas de muerte, o se esparcían infamias tendentes a neutralizar
su influjo en la Iglesia. Lo inás importante ya no era la defensa de la
verdad, o la clarificación de la doctrina: ambiciosos, los expectantes
aduladores buscaban la ocasión de "merecer" el apoyo imperial para
ocupar o ascender a sedes honorables; por parte del poder imperial, la de
seleccionar colaboradores adictos a sus miras políticas, descuidada la fe. |
En
361 murió el emperador Constancio, harto diferente de su padre Constantino.
Solamente parecido a él en que también fue bautizado en el lecho de muerte. |
{18
(158)} |
La
máxima confusión |
Los
que escriben la Historia suelen definir a Juliano el Apóstata, primo y
sucesor de Constancio, como hábil general en la guerra, pero mal político en
la paz, por fanático, presuntuoso, rayano en la neurosis. |
Juliano
el Apóstata no quiso ser ni católico, ni arriano. Deberíamos calificarle de
neopagano. Hasta llegar al poder se había fingido cristiano; pero apenas
convertido en emperador, se declaró filósofo, revistiéndose de la máscara de
la imparcialidad y la justicia, y ordenando su política respecto a la
religión, en dos frentes por una parte intentando enfrentar a católicos y
arrianos para que ellos mismos se destruyeran en recíproca lucha, y creando
indirectas persecuciones legales, incruentas, pero decisivas, que obligaban
al silencio toda auténtica predicación de la Palabra de Dios. |
La
cristiandad fue presa de indecible pánico y ya creían que se encontraban a
las puertas de las persecuciones de un nuevo Decio o un nuevo Diocleciano. |
Juliano
no quiso atacar directamente a nadie, pero sí confundir a todos, preparar el
desprestigio del Cristianismo e iniciar un regreso a las instituciones
paganas del viejo imperio, más dúctiles. |
Pero
su obra destructora se detuvo cuando moría en el campo de batalla al cabo de
guerrear dos años escasos contra los persas. |
Graciano:
la abolición del paganismo |
Constantino
y los emperadores "cristianos" que le sucedieron retuvieron, sin
embargo, el título y ministerio de "sumo pontífice", lo cual, por
sí solo, ya demostraba la ambigüedad de su posición respecto al Cristianismo. |
El
primer emperador que rehusó estas prerrogativas paganas fue Graciano, que
prohibió todos los sacrificios de divinización, clausuró los templos paganos
y suprimió este culto. Con su gesto se desdivinizaba el poder (hoy diríamos
que se "secularizaba"). «A Dios lo que es de Dios y al césar lo que
es del césar». |
No
obstante, en el futuro y hasta casi nuestros días, en Occidente, la teoría de
los orígenes y fuentes del poder político, intentará reconstrucciones más o
menos filosóficas para reconducirlo a esta sacralización, especialmente los
absolutismos teóricamente confesionales, que buscarán en Dios su
autojustificación. Ello contribuirá {19 (159)} a desfiguraciones lamentables
de la Iglesia y, en definitiva, a un retraso del Evangelio. |
Pero
el Reino de Dios, aun siendo "de Dios", no puede hacerse sin los
hombres. Pacientemente, a través de dolores, de incomprensiones sin cuento,
de nuevas persecuciones, pero sin agotar jamás la esperanza, la Iglesia
camina arrastrando el polvo de los siglos y los errores y los pecados de los
hombres, aguzando la fe, purificándose en el mismo dolor surgido del esfuerzo
por ser fiel a su Maestro: en el mundo, sirviendo así al mundo, pero sin ser
del mundo. |
HAY
acusadores exigentes que se dirigen a la Iglesia: «Decir, anunciar solamente,
no basta», le reprochan. |
Pero
deberían reconocer que no es poco decir con sinceridad, decir con totalidad,
decir con oportunidad. |
Decir
así, es más que decir: es hacer. |
Decir
así es el quehacer esencial y primario de la Iglesia. |
Cristo
murió por decir así la misma verdad que la Iglesia transmite, también con
dolores, dificultades e incomprensiones, a los hombres de todos los tiempos. |
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