Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 143. OCTUBRE. Año 1976.
0. SUMARIO
OCTUBRE es austero, aunque no triste. Se han recogido las últimas cosechas del verano. La tierra ya no dará más, si, otra vez, no le echamos primero.
Por eso hay que preparar los campos para la sementera.
Hay que volver a tensar los esfuerzos, menos clamorosos, pero más constantes. La pausa tomada por las cosechas gozadas no puede ser demasiado larga. Las fiestas interminables enervan, mientras la vida erige y espera ―no sólo en los campos― la generosidad de otra siembra. Se hará, y el hombre crecerá otro poco, sobre la tierra, hacia otro sol de otro verano.
LOS QUE SE "BORRAN" DE DIOS
LÍMITES
Y AHORA, LOS NUDISTAS
LA DESIGNACIÓN DE OBISPOS
SÓLO DOS MIL AÑOS
ATEÍSMOS
EL NIÑO, SIN CLASE DE RELIGIÓN
AFIRMACIONES PARA NUESTRO TIEMPO
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1. LOS QUE SE "BORRAN" DE DIOS
HA DE HABER un orden, también en la vida espiritual del hombre, como la hay, por pura exigencia de la misma naturaleza, en el orden físico y biológico.
Orden no es rigidez, ni esclavitud, sino conducción de la libertad. El desordenado acaba sofocado, agotado, roto en la misma esclavitud de su arbitrario, descuidado e irracional proceder.
Muchos se quejan de la falta de medios de formación cristiana, o de oportunidades para la puesta al día de una instrucción deficiente, recibida de modo elemental, en edad infantil, y luego jamás remodelada. No es extraño que se quejen de las dificultades que encuentran para afrontar la problemática de la vida cuando no se quiere o no se puede arrinconar la fe al intentar resolverlas. Existe un notable desnivel entre lo poco que se sabe y se dedica de atención a Dios, y lo mucho que nos absorben e interesan las demás solicitudes temporales. No es extraño que se produzcan eso que ha venido en llamarse "crisis de fe" y, hasta cierto punto, el no producirse podría ser señal de inconsciencia. Pero no basta con lamentarlo. Muchas veces tales lamentos proceden de muy dudosa sinceridad, en vano intento de justificarnos de descuidos y perezas por haber desperdiciado fáciles y óptimas ocasiones para cultivar nuestra fe.
No nos perdamos en lamentos, ni en reproches de deberes incumplidos achacados a los demás. Nosotros, ¿qué hacemos y, si algo hacemos, con qué orden y con qué constancia? Si dudamos de qué medida debemos aplicar a nuestra vida religiosa, a mantenernos en una fe que no se desentienda del contexto de todo nuestro hacer y vivir, es fácil llegar a algún criterio práctico comparando las energías que dedicamos a todo lo que no es Dios. ¿Qué le dedicamos a Dios? ¿Cómo asistimos a Misa? ¿Qué interés ponemos en la vida de la Iglesia, como plan de Dios en el mundo, no como mera curiosidad polemizada para lucirnos en discusiones, o para justificar nuestro descuido, culpando a los demás? ¿Y qué hacemos para que los demás, a través de nuestra vida y trato, puedan ver (sin exhibicionismo ni disimulada vanidad beatil) la sinceridad de nuestra fe?
Lo sorprendente es que, para muchos que todavía se llaman cristianos, exista el recuerdo de Dios, a pesar de dedicarle tan poca atención. No es extraño que, después de una larga temporada con una idea de Dios tan "accidental", acaben muchos borrándose del Cristianismo: o porque han crecido en otros conocimientos y han quedado atrasados en los que les quedaban de Dios, o porque en Dios ya no encuentran consuelo o diversión o halago, o porque para ser consecuentes para con su fe, aún elemental, deberían imponerse unos esfuerzos a los que se resiste su falta de generosidad. Y por no tener que reconocerlo, "se borran" de Dios.
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2. Límites
CONOCER sus propios límites constituye el secreto de la fuerza del hombre. Conocerlos para hacer todo lo que alcanza: conocerlos paro no hacer menos, ni más.
Esforzarse no es impregnar de furia temperamental el impulso de cada intento, de cada acción. Esforzarse es no ceder a pereza o cobardía alguna; pero no es apostar y romper, en hipoteca suicida, dando el salto en el vacío, tentando a Dios. Los demasiado partidarios de esfuerzos extraordinarios no suelen mantener la constante del ordinario, esforzado y sencillo hacer.
La fuerza de que disponemos y que hemos de poner entera en el trabajo, en la fiel dedicación al bien que hemos de hacer, ha de ser iluminada; el impulso ha de ser conducido. Hay una racionalidad incluso para lo santo:
fuera de ella, o vivimos de ilusiones, o tentamos a Dios. Lo primero es tontería, lo segundo es pecado.
Cuando incurrimos en alguno de esos fallos, debemos imputarlo a no haber siquiera mirado, o a haber confundido o a haber prescindido del dato de nuestros propios límites: éstos nos los da la inteligencia, los juzga e interpreta la conciencia y los decide la libertad depurada de arbitrariedades. La libertad es preciosa, pero delicada porque su recto uso supone una profunda y arraigada honradez.
El limite de lo que podemos y debemos hacer, en su validez inmediata e instantánea, está más hacia ACA de la absoluta, última y rotunda perfección de lo que alcanza el ideal: el sonido es más rápido que los cuerpos terrestres concretos, la luz es más rápida que el sonido, y la Inteligencia más rápido que la luz. Se alcanza, finalmente, el ideal, no en la explosión de un instante, sino en el progreso diligente de paso tras paso y día tras día. Hoy no podemos hacer, todavía, la tarea de mañana, no podemos anticipar al {3 (123)} esfuerzo actual el contorno circunstancial todavía inexistente ―no habría aire para este pájaro, ni mar para este pez―: pero mañana depende ya de hoy y engarzamos su eficacia en este presente no despreciado.
La fuerza y la sabiduría del hombre creyente dependen de la atención y el respeto a este orden establecido por Dios: es un orden natural, pero que sirve de cauce ―como el de los ríos al agua― para todo lo sobrenatural.
Hay que mantener, indeclinable, la tensión hacia el ideal, pero sin olvidar los medios, andando a pie los caminos. San Agustin nos hizo lo advertencia que en si mismo, reflexivamente, experimentó, de que Dios que nos ha dado la existencia, el ser, sin consultarnos a nosotros, no obra en nosotros ningún crecimiento en el bien, sin nuestra consciente y diligente colaboración. Este crecimiento o desarrollo no se opera de manera instantánea, sino sucesiva, esforzada y prudente.
Conocer los propios límites, para no desperdiciar ni malgastar ninguna energía, lo mismo que para no caer en el vértigo de ninguna presunción o temeridad. Hay falsas humildades que cubren perezas o disimulan cobardías, y fingidas valentías enraizadas en la presunción y la soberbia. La vida, la libertad, no admiten huidas ni dimisiones: exigen, sencillamente, honradez, generosidad, modestia, constancia y fe.
No un esfuerzo nacional, sino un esfuerzo humano.
Yo imagino que la Humanidad, cuando haya comprendido, en bloque, que está sellada sobre sí y que solamente puede contar con ella en el mundo (si no en los cielos) para salvarse (experimentalmente, bien entendido), sentirá en primer lugar pasar por sus fibras un inmenso estremecimiento de caridad interna. Nos ocurre al percibir, por relámpagos, qué tesoros de bondad oculta el hombre para el hombre, en su corazón. Pero estos tesoros están casi siempre cerrados, de forma que, de la sociedad, apenas conocemos más que las servidumbres y los tropiezos:
los hombres de hoy viven al azar, sin buscarse y sin amarse...Si la presión de una gran necesidad común llegase a vencer nuestras repulsiones mutuas y a romper el hielo que nos aísla, ¿quién puede saber qué bienestar y qué ternura no saldrían de esa multitud armonizada?
Entrevemos justamente, en la hora presente, lo que puede ser un esfuerzo nacional. Será preciso, sin embargo, que la Humanidad adulta, bajo pena de perecer a la deriva, se eleve hasta la idea de un esfuerzo humano, específico e integral.
Teilhard de Chardin
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3. Y ahora, los nudistas
NO SOMOS historiadores ni antropólogos, y no vamos a discutir, aquí, de si el vestido es o no indispensable al cuerpo humano o simplemente se trata de un adorno que comenzó por vanidad o superstición y que luego, en progresiva sofisticación, el vicio cultural ha convertido en imprescindible, entre otras cosas, porque el hombre ha descubierto la comodidad de la protección térmica de tal envoltorio o el realce estético, por lo menos ocasional, que le proporciona. Y que si ahora, en amplios sectores, no se acepta la desnudez habitual, es porque ya ha perdido, sin hacer por recuperarla, su primitiva ingenuidad y se le han atrofiado las capacidades físicas de acomodación o resistencia inmediata frente a las inclemencias exteriores. Dicen que las guerras las hacen hombres "vestidos"; pero también es verdad que el buzo lo mismo que el astronauta necesitan complicados "vestidos" especiales para descender a las simas o alcanzar las alturas de lo desconocido y maravilloso.
Todo puede y seguramente, debe relativizarse. El hombre es un ser en transformación y, al mismo tiempo, transformador del entorno que le envuelve y habría mucho que discutir sobre hasta qué punto las transformaciones o cambios que introduce en su modalidad vital constituyen siempre un hito del progreso humano o, acaso representan, en alguna ocasión, un regreso que el cansancio de lo sencillo, en ingrata reacción, le provoca. La técnica ―también es arte y es técnica el vestido― puede multiplicar los valores naturales y agilizarlos... y puede, contradictoriamente, destruirlos.
No vamos pues a discutir. Pero sí a referirnos a algo chocante, a nuestro juicio, porque puede significar que, a pesar de la invocada vuelta a la simplicidad, incurran (por lo menos el sorprendente detalle que vamos a relatar) en aparentes artificios y utilizaciones de lo divino, más bien propios de la sociedad o culturas que precisamente ellos, denuncian.
La Federación Internacional de Nudistas, el pasado mes de agosto, celebró su Congreso en una isla de Rhin y, con tal ocasión, solicitaron y obtuvieron que un pastor luterano fuese a bendecir su asamblea, compuesta por miembros de todas las procedencias ideológicas y religiosas de un crecido {5 (125)} número de países, principalmente europeos de aquende y allende del "telón de acero". Lo cierto es que, en otra no muy lejana ocasión, y para un suceso semejante, habían hecho la misma solicitud a sacerdotes católicos, quienes, advertidos por su obispo, no accedieron.
Tenemos dos cosas a objetar ―no al pastor, sino a los nudistas―: en primer lugar se nos antoja que es querer "vestir" de forzada religiosidad la simplicidad natural de la filosofía que profesan. Lo cual nos lleva de la mano a esta segunda reflexión, ya apuntada:
incurren o reproducen la tendencia abusiva, tantas veces criticada, de la hipocresía burguesa, hipercivilizada, amiga de los convencionalismos espirituales y las apariencias falaces, o invocadora de una trascendencia que utiliza como medio, pero se resiste a admitir como fin.
Hoy, la Iglesia, las iglesias, recuperan con vehemencia su original misión de predicar, evangelizar, enseñar, adoctrinar en la fe; incluso denunciar los errores que se oponen a ella y a lo que es fundamental en la naturaleza, de modo que no queda tiempo para adornos y comparsas, políticas, culturales o filosóficas. Se resiste el Evangelio a ser utilizado.
Cabe, en ellos, sin embargo, una excusa y es que, conscientes o no de su error o su abuso, es cierto que no han pedido a nadie que bendiga armas ni aliente, sacrílegamente, en nombre de Dios, guerra alguna; ni predique esperanzas de cielo, callando la denuncia de las injusticias de la tierra.
4. La «prenotificación oficiosa» y el «derecho de veto» en la designación de obispos
LA LLAMADA "prenotificación oficiosa" o "simple", por la cual Ja Santa Sede comunica a un Gobierno los nombres de los candidatos al episcopado, por si tiene objeciones políticas oponibles a los respectivos nombramientos, va a ser la forma que sucede a la del desafortunado Concordato ―en desmantelación― de 1953, para la provisión de las sede, episcopales en territorio del Estado español.
Voces autorizadas se han apresurado a puntualizar que tal "prenotificación" no podía equipararse al derecho de veto", puesto que, tal como se especifica en el documento suscrito por ambas partes (Santa Sede y Estado español), la valoración de las posibles objeciones políticas corresponden, en ultimo término, "a la prudente consideración de la Santa Sede".
Esto, sin embargo, no significa otra cosa que, de producirse y mantenerse objeciones, la Santa Sede puede, teóricamente, imponer su punto de vista y desafiar las que estime improcedentes. Lo cual es muy dudoso que llegue jamás a producirse. Precisamente para que no se produzca se desciende a este "acuerdo" que transforma el más rígido y cesarista anterior, de 1953, que tan perjudicial ha sido al bien espiritual del pueblo fiel español, al dar una reiterada imagen politizada a los miembros de la jerarquía eclesiástica española, con una confusión a pique de reproducir la del arrianismo histórico, siglos ha superado.
El acuerdo, de todos modos, tiene de positivo el siguiente significado: que reconoce prácticamente, por lo menos, la inviabilidad de aquella confusión que instrumentalizaba a la Iglesia para utilidad del dominio político interior, en un Estado débil y discutido.
No corresponde a nosotros analizar hasta qué punto benefició o perjudicó al Estado tal estrategia; pero ciertamente perjudicó a la Iglesia, mediatizada políticamente, con males que sería largo enumerar, pero que, {6 (126)} desde una visión de fe, es fácil poner en evidencia. De proseguir se habría llegado a una Iglesia poco más que folclórica, convertida en elemento administrativo del Estado.
El bien de la levadura evangélica no se habría acabado de extinguir, pero siempre "a pesar" de la falsa apariencia dada por la autodefinición oficial del catolicismo nacional. No es poco, pues, lo alcanzado ahora.
Pero no es bastante, y hay que confiar que, el principio que con tal acuerdo se establece, progrese hacia la total independencia espiritual y jerárquica de la Iglesia.
Córrase o no se corra para aclarar que no se trata, la "prenotificación oficiosa", de un "derecho de veto", ya resulta sintomática que se hagan precisas tales aclaraciones.
Aunque sea evidente que, formalmente, tal puntualización resulta válida, queda expedita, sin embargo, la posibilidad del hecho", o virtualidad implícita de la coacción moral, incluso antecedente. El compromiso del "secreto" con que las diligencias se han de llevar a cabo protege la consecuente. Esa "prenotificación" no es pues un simple y comprensible acto de cortesía", sino un tamiz que actúa de condicionador político.
Antes existía la selección política de derecho" y ahora el condicionamiento político "de hecho".
Resumidas comparativamente, la situación creada por el Concordato de 1953 y la actual, resulta lo siguiente: en aquél, las objeciones a los seleccionados por el Estado, las podría poner la Santa Sede; ahora, las objeciones, a los seleccionados por la Santa Sede, las puede formular el Gobierno español. Después de un primer ensayo primaveral, pero falaz, aquel procedimiento ha conducido a bloqueamientos ya irreductibles; está por ver a dónde nos va a conducir el de ahora, más allá de los primeros expectantes ensayos.
Porque el problema sigue siendo el mismo:
con presiones llamadas jurídicas", concordatarias o contractuales primero, o con tanteos y, en realidad, ofertas o consultas al César ahora. En lo civil, la contra prestación correspondiente seria, que también para los cargos políticos y administrativos más relevantes, existiera el requisito equivalente de una "prenotificación oficiosa" a la Santa Sede, por si hubiera objeciones "religiosas" oponibles al candidato del Estado en las funciones de gobierno. Por lo mismo que se comprende que la Iglesia nunca exigirá esto, no debiera ocurrir lo contrario cuando se trata de la designación de sus jefes o pastores. Es patente.
Está muy bien el principio que encabeza el artículo primero del reciente documento, en el que se dice textualmente: "El nombramiento de arzobispos y obispos es de la exclusiva competencia de la Santa Sede". Pero esto se dice siempre: lo malo son los añadidos.
El único matiz o condición comprensible en la hipótesis de un Estado aconfesional, podría ser la de que éste se reservara la concesión del permiso civil de residencia, en el extraordinario supuesto de que los designados fueran extranjeros. El resto es asunto interno y, como se dice en el texto, de la exclusiva competencia de la Santa Sede", de la Iglesia. Y no menos.
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5. Sólo dos mil años
SI COMPARAMOS esta cifra con la edad, indescifrable, del mundo; si se compara con la del planeta Tierra, si con la aparición de la vida en él; si con la edad de la Humanidad o con los más antiguos vestigios de su búsqueda de Dios, ¿qué son sólo dos mil años?
Hace sólo casi dos mil años que Jesucristo dijo a los que eran simiente de la Iglesia: "Id por todo el mundo, anunciad el Evangelio a todos los pueblos".
¿Se ha cumplido este encargo de alcance universal?
La Humanidad creía y sigue creyendo en el Dios verdadero o en dioses falsos, pero todavía, tomada mayoritariamente, el anuncio del Evangelio de Jesucristo no ha cubierto la faz de la tierra. ¿Son dos mil millones, son tres mil millones los que falta por evangelizar? Dedicados específicamente a esta parte de la humanidad que no tiene noticia de Cristo, la Iglesia tiene poco más de cien mil personas ―más del doble son mujeres― plenamente dedicadas a este apostolado pionero o, como se le suele llamar, "misional".
El resto del apostolado más o menos organizado se ejerce en el mantenimiento de las grandes zonas con tradición cristiana, de las que tampoco es siempre posible restar sacerdotes y religiosos y religiosas para destinar a la evangelización exterior.
Además, el Evangelio no es un proyecto culturizador, sino un anuncio que espera la respuesta libre de las conciencias y que, en el marco social, Do debe desplazar las culturas para imponer otras nuevas, sino servir de levadura para fecundar en la fe y la gracia las autóctonas. Esta razón tampoco permite la ligereza "conquistadora", "propagandística" o política con que los poderes del mundo imponen sus intereses e ideologías dominadoras. No es "un reino de este mundo" o como los de este mundo. Parece que la Iglesia va despacio, pero, en comparación con el alzamiento y el hundimiento y ruina de las estrategias y reinos temporales, la Iglesia, con medios más humildes, mantiene una permanencia y crecimiento superior a los regímenes, dinastías o instituciones que han intervenido en la Historia.
Esta constatación, en modo alguno, puede satisfacer al verdadero creyente, para que se desentienda de la misión expectante, que es esencial a la presencia de la Iglesia en el mundo.
Pues a pesar de la superior permanencia {8 (128)} de la Iglesia, ésta no ha desarrollado toda su eficacia, ni en los mismos que nos profesamos creyentes, ni ha sido siempre la santidad el testimonio que los que desconocen a Cristo, han podido contemplar en ella. Su misma presencia en medio del mundo la ha salpicado del polvo de sus vanidades y egoísmos y, lo prodigioso ha sido que, a pesar de tales riesgos y condicionamientos históricos, ha mantenido íntegra la verdad recibida de Cristo:
para decirla a los demás y para aplicársela a ella misma, vuelta siempre en constante conversión.
Cuando pensamos en lo que falta todavía por evangelizar, miremos, además, cerca de nosotros mismos, y mirémonos a nosotros mismos, porque predican a los infieles no solamente los cien mil misioneros, hermanos nuestros, que están en continentes distantes. Los que allí se les acerquen y les oigan las palabras del anuncio evangélico, enseguida les preguntarán de dónde vienen y, al fin, nos mirarán a nosotros: mirarán nuestra sociedad, nuestras leyes, analizarán nuestras instituciones y los ideales e intereses que nos dominan, y no bastará que nos llamemos "cristianos" si las conductas lo desmintieran.
Si les hemos de predicar a Cristo y esperamos de ellos una adhesión no infantilizada, o fanática o enajenante, sino una aceptación de hombre libre que acaba de descubrir a Dios y su proyecto en el mundo ―el Reino de Dios―, y hemos de decirles la verdad, no podremos hacerlo sin reconocer que Judas y Caín están todavía con nosotros, porque hemos blasfemado llamando "santas" a algunas guerras, porque a ellos mismos les vendimos Y Vendemos armas para que hagan las suyas y nos ahorremos de las nuestras, porque les hemos robado sus riquezas, les hemos explotado haciéndoles trabajar y vivido de este beneficio, y no les hemos instruido por temor de que descubrieran, más deprisa, nuestra hipocresía.
Esas grandes zonas de tradición cristiana, no son todavía cristianas:
errores y pecados, satisfacciones anticipadas y retrasos de conversión mantienen la misma urgencia, necesitan la misma reiterada predicación de una verdad sólo parcialmente conocida o sólo parcialmente aceptada. Sin poder negar todo el cambio enorme que, desde hace dos mil anos, a partir de la predicación del Evangelio, se ha obrado en el mundo, queda, todavía y aquí, otro tanto por hacer.
Lejos de su propio país, en la avanzadilla misionera de la Iglesia, hay poco más de 100.000 hombres y mujeres que han consagrado su vida a la evangelización de los que no conocen a Cristo. De cada diez de ellos, uno es español y, entre los españoles, la mayoría vascos.
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6. ATEÍSMOS
PERDER la fe no es fácil. Por más que, como don, no alcance P lo absoluto y, como experiencia, sea un bagaje provisional, no definitivo, como todo lo que cabe en la temporalidad de la vida del hombre. La fe comienza como una gracia, cuyo contenido es la semilla de un conocimiento sobrenatural de Dios, que luego la inteligencia, la libertad y todas las capacidades del hombre, peregrino en este mundo, deben secundar.
La fe es un principio de conocimiento y una búsqueda de Dios. La fe no es el producto de una conclusión silogística, aunque ningún silogismo, sin vicio lógico, se le puede oponer. Los que hubieren llegado a un conocimiento de Dios como Ser cumbre puesto en la cima del orden ontológico universal, no habrían llegado a tener fe por la simple conclusión de su razonamiento, que conviene en llamar "Dios" al ser supremo, tras el cual sigue la colección de los restantes seres inferiores.
Una idea naturalizada de Dios puede resultar de alguna utilidad para explicarse otras cosas, puede servirles de recurso para amortizar dudas o ahorrarse indagaciones sobre problemas físicos o éticos difíciles de afrontar. Pero Dios es más que una razón suprema, o que un motor universal. El Dios cristiano, por lo menos, no puede ser utilizado para ahorrarnos los planteamientos más difíciles de la vida, sino, en todo caso, para estimularnos 0, más bien, comprometernos a encararnos con ellos e intentar resolverlos honesta y generosamente, con criterios que no suprimen, desde la eminencia de la fe auténtica, todo el esfuerzo natural, aunque elevado por y hacia la trascendencia.
Por estas razones, cuando hay gentes que nos dicen que han perdido la fe, puede pensarse que, en realidad, lo que han perdido, con independencia del nombre que le den, no era la fe, sino, {10 (130)} a lo sumo, alguno de sus sucedáneos. No pudieron perder lo que no habían tenido.
Y en cuanto a la pérdida de la verdadera fe, a la apostasía como tal, al abandono total de la referencia a Dios desde el conocimiento sobrenatural de la primera, aunque imperfecta, sincera iniciación cristiana, es algo que ocurre con poca frecuencia, porque hace falta un rechazo insistente y protervo que, incluso para un acto negativo, requiere una fuerza y calidad personal que no alcanza la mediocridad de los que, tomando la fe como sugestión, también padecen la sugestión de haberse desprendido de ella.
Hay maneras de entender la fe y formas de creer que no tienen nada, o tienen muy poco que ver con la fe genuina. Existen verdaderos ateísmos envueltos en leves sugestiones pseudo-religiosas, insustanciales, a modo de refugio, transferencia o simple enajenación.
Por otra parte ―y sin proclamar el principio de su legitimación universal―, hay ateísmos o formas de negación de Dios, que no están lejos, en quienes los profesan, de actos de acercamiento a la verdadera fe. Los que rechazan a un "dios" convencional, complemento burgués de egoísmos radicales, deformación manoseada del Dios grande de la Biblia y de Jesucristo, decoración cultural o acomodo legitimador de seguridades discriminatorias, no merecen reproche ni desde la posición de la fe. Reniegan de un dios que tampoco es cristiano. Si lo confunden con el del Cristianismo, lo hacen por error.
Si su negación de Dios no parte de resentimiento alguno, sino de haber elegido algo que estiman mejor, perseguido y proclamado, bajo las formas de justicia y de verdad, de respeto y {11 (131)} defensa leal de todo el orden creado, en eso mismo ya se mueven, aunque lo ignoren, a impulsos del mismo Dios verdadero, en quien dicen no creer, aunque ya se hallan cerca de él.
Está más cerca de Dios el hombre que lo niega, pero se entrega a un ideal de bien para ser compartido con todos sus semejantes, sin permitir que se le corrompa ese mismo ideal por concesiones al propio egoísmo o a la soberbia, que el que se declara fiel y cristiano, pero que sólo busca en Dios una seguridad que le ampare, le honre o le libre de miedos, La fe, lo mismo que un ideal, y más todavía que un ideal, vale más que la vida. Un verdadero idealista puede comprender algo de lo que es la fe cristiana, aunque él mismo no sea creyente. Y un verdadero cristiano puede ser el mejor idealista.
Pero un resentido o un perezoso, ni podrá racionalmente descubrir la felicidad, ni será capaz de ideal alguno, ni podrá prepararse para el primer acto de fe que ilumine y libere su vida y se convierta en luz para los demás.
El común de los hombres consideran a Dios como un ser a distancia. Pero el cristiano que se mueve en su presencia, que acoge su Espíritu, no se ve precisado a buscar sus huellas fuera de sí mismo.
Movido, conducido por Dios, le basta dejarse llevar...
Yo no digo que esto ocurra de manera absoluta, pero sí que resulta del estado del alma que se alcanza por la oración mantenida y vigilante.
Card. NEWMAN
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7. comentario leve: EL NIÑO, SIN CLASE DE RELIGIÓN
SE TRATA de un supuesto no imaginario: un niño regresa del colegio público, al comenzar el curso y ya con los libros "nuevos". El maestro les ha dicho, en clase, que no les explicará religión, que la pueden estudiar por su cuenta, en el libro de E. G. B. correspondiente.
No vamos a discutir, aquí y ahora, sobre la conveniencia o no de incluir las materias de religión en las escuelas de alumnos supuestamente bautizados y miembros, con sus familias, de la Iglesia. Incluso vamos a prescindir de si el maestro puede o no inhibirse de esta parte del programa de enseñanza establecido. Puede que él mismo no tenga fe y prefiera no incurrir en hipocresías; puede que su propia formación religiosa sea tan elemental o borrosa que no llegue a situar su importancia en relación con el conjunto de las otras materias y opte por "aprovechar mejor el tiempo" explicando matemáticas o geografía...; puede, incluso, que no sepa distinguir entre lo que, en materia de religión, deba ser objeto de estudio y conocimiento, de lo que, por referirse a la inmediata preparación para recibir los sacramentos, corresponda al sacerdote y de este modo, olímpicamente, se desentienda de todo.
Lo que aquí nos llama la atención es la más común reacción que es obra de los padres del niño que llegó a casa con el mensaje de que en la escuela el maestro les dijo que no enseñaría religión, que la estudien por su cuenta. Suponemos que la familia que oye al niño es cristiana. ¿Cuál será su reacción? Al fin y al cabo son los primeros responsables del niño, antes y por encima de la misma escuela.
Es posible que la familia lamente la indebida omisión; es menos probable que en la familia se asuma la tarea de suplir y dar la instrucción religiosa que el colegio descuida. Y es casi seguro que, si en vez de tratarse de la religión, el niño hubiese llegado a casa diciendo, por ejemplo: "El señor maestro nos ha dicho que no enseñará aritmética, o gramática, {13 (133)} o historia... y que, como está en el libro, la estudiemos por nuestra cuenta", allí se armaba la de Troya.
La familia, llamada cristiana o no, levantaba clamorosa protesta, exigía inmediata rectificación y garantía de integridad en la enseñanza. Y si tal exigencia no era infaliblemente atendida, obtenía la expulsión del maestro si se tratara de un colegio estatal, o infamaba al establecimiento y directores si era un colegio privado, y el niño era llevado a otro centro.
Pero con la religión no ocurre así. Salvo poquísimas excepciones, incluso la familia "cristiana", se resigna. El niño, hasta donde alcance en su reflexión, sacará la consecuencia de que poca importancia debe tener todo eso de Dios y la religión cuando el maestro, sin rubor, la relega, y la familia se desinteresa.
La "religión"... Eso: una costumbre, una tradición, un sentimiento, un complemento, un adorno, a veces una distracción. Lo importante, lo único verdaderamente importante para tantos paganos que se llaman ―no importa― "cristianos", es lo demás. Lo demás, como dicen, "da cuartos", y los cuartos dan seguridad, infunden respeto y proporcionan bienestar. Incluso biológicamente, a los espiritualmente huecos.
Lo peor de estas familias, no es que sean paganas, sino que, siendo todavía, pasen o se hagan pasar por "cristianas".
UN DIOS GRATUITO.
Cuando Dios muere en una sociedad, de su cadáver surgen dioses alienantes.
Pero el único Dios vivo es el Dios de Jesucristo; un Dios que no se impone, sino que se entrega; cuya relación con el hombre no es una explicación, sino una salvación.
Un Dios en lucha radical contra los dioses.
Un Dios gratuito, pero no superfluo.
Sólo la fe en este Dios gratuito esteriliza el cuerpo social contra la alienación religiosa.
José M. González-Ruiz
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8. documento: AFIRMACIONES PARA UN TIEMPO DE BUSQUEDA
Con el título que antecede, un grupo de teólogos españoles, muy próximos a la Conferencia Episcopal, presentaba, a principios del pasado verano, un documento que trataba de "redefinir" el papel de la Iglesia en España, en el momento actual. Se intenta desvincular la misión de la Iglesia de la que pudiera resultar de la identificación con cualquier molde cultural, o un concepto de la sociedad, o un medio político. Es algo de lo que, de modo y con estilo y oportunidad periodística, nos han recordado y recuerdan con insistencia cristianos sinceros como el moralista Aranguren o teólogos avanzados como González Ruiz. Aunque el documento es interesante en toda su extensión, aquí reproducimos solamente sus últimos párrafos.
Incompatibilidades estructurales y éticas {1} con el capitalismo {1} y el marxismo
• No pocos cristianos, que perciben agudamente la incompatibilidad entre las estructuras capitalistas y la realización de una comunidad fraternal universal, optan por el socialismo, considerado como alternativa global y opuesta a la sociedad capitalista.
Desde un punto de vista teórico y global, no es difícil detectar la convergencia existente entre ciertos objetivos del socialismo y las exigencias éticas de la vida cristiana.
La satisfacción de las necesidades personales y comunitarias, en lugar de la búsqueda del lucro privado; la abolición de cualquier forma de explotación y opresión, mediante la creación de estructuras opuestas a la discriminación clasista; la acentuación del carácter comunitario {15 (135)} del hombre.... solicitar la adhesión del cristiano, que quiere ser fiel a las exigencias del seguimiento de Jesús.
La Iglesia, Independiente {1} y crítica
Con todo, sería peligroso desconocer el pluralismo de las concepciones teóricas, de las realizaciones prácticas y de los programas políticos que se esconden bajo el mismo denominador común de socialismo, dentro de los cuales se contienen afirmaciones inconciliables con la fe cristiana. La autonomía del cristiano en la construcción del mundo no es tan ilimitada que le permita acoger cualquier ideología o aprobar indiscriminadamente cualquier programa político. Si no queremos desembocar en un nuevo dualismo o en un reduccionismo que extenúe los contenidos de la fe, hay que reconocer a ésta la capacidad de someter a crítica, desde su peculiar punto de vista, todas las ideologías y programas.
La Iglesia estimula y anticipa la justicia {1} y la fraternidad
La salvación cristiana trasciende las realizaciones humanas, al mismo tiempo que asume y estimula las aspiraciones y realizaciones que contribuyen a crear progresivamente al hombre como imagen de Dios, en su doble vertiente personal y comunitaria. La convergencia no puede convertirse en identificación; la fe no puede reducirse a cobertura de nuestros proyectos; la racionalidad política no es la última palabra para el cristiano; la Iglesia no es simplemente la reunión de los que se identifican con el mismo proyecto social.
La libertar de la Iglesia y la autonomía {1} de los cristianos {1}
• Hay que afirmar que la Iglesia debe ser una comunidad real, en la que se viva personal y socialmente el Evangelio más allá de las exigencias de las leyes civiles y de los usos de la sociedad circundante, de tal manera que aparezca ante los hombres el ejemplo vivo de una vida humana reconciliada, libre y liberadora, que sea a la vez crítica y estímulo para la sociedad entera. Aunque la Iglesia, por su origen y por la naturaleza de sus últimos objetivos, no puede identificarse con ninguna institución humana ni ningún objetivo histórico, ella tiene que testificar y trabajar en favor de un progreso real de la humanidad hacia el modelo esperado del Reino de Dios, encontrándose con todas las fuerzas positivas y nobles que mueven a la humanidad, y manteniéndose a la vez distanciada {16 (136)} y libre para criticar en ellas todo lo que no esté suficientemente abierto u orientado a esta plenitud final, que no nace de la tierra, sino que tiene que ser esperada como don de Dios a los hombres de buena voluntad. Los cristianos, bajo su personal responsabilidad, tienen que trabajar, por todos los medios posibles y legítimos, en favor de esa permanente humanización de la sociedad, pensando que así cumplen los mandamientos de Dios, santifican su nombre y preparan la venida de su Reino.
Por todo ello es preciso reconocer la validez de los esfuerzos por independizar a la Iglesia de las vinculaciones sociológicas y políticas que le impiden realizarse a sí misma auténticamente como una comunidad de creyentes y ejercer tanto su función crítica y respecto de todos los aspectos pecaminosos y deficientes de la sociedad como su función estimulante y anticipada en favor de una humanidad siempre más justa y más fraterna. La Iglesia debe mantenerse siempre en una dolorosa dialéctica con la sociedad entera, pero no puede dejarse en volver enteramente por ninguno de los polos dialécticos en que vive disociada la humanidad. Dejaría de hacer sus aportaciones específicas al conjunto de la sociedad y de la historia.
La Iglesia, comunidad {1} corresponsable
• Los ministros de la Iglesia son escogidos y consagrados para dirigir la vida religiosa de los creyentes, alimentar y estimular su fe, presidir sus celebraciones, expresar y mantener continuamente la unidad de cada comunidad de creyentes y de todas las comunidades entre sí, sin perjuicio de una auténtica corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios.
La primacía del culto {1} "en espíritu y verdad"
Esta misión no puede ser nunca instrumentalizada por las opciones políticas de quien las desempeña. Su ordenación y sus funciones específicas tienen sólo significación y autoridad dentro de la comunidad misma y respecto de los creyentes; ante el conjunto de la sociedad, y desde un punto de vista civil, son ciudadanos como los demás, sometidos a las mismas leyes que los demás, y sin otra autoridad o relevancia que la que sus méritos personales les confieran. No tiene un sentido claro que los sacerdotes se sientan dirigentes de barrio o animadores de grupos {17 (137)} políticos, ni que los obispos se sientan llamados a orientar las actuaciones políticas de sus conciudadanos. Puede ser que el peso de nuestras tradiciones haga esto todavía inevitable, pero es necesario darse cuenta de que es ésta una situación confusa, indiferenciada y arcaica, con demasiados rasgos de una sociedad medieval, y aun precristiana.
Mientras tanto, los temas específicos que sustentan la fe y construyen la Iglesia no son suficientemente atendidos, entre otras cosas, porque no se confía suficientemente en el valor humanizador de la religiosidad ni del culto verdadero respecto de todas las realidades humanas; también las económicas, sociales y políticas.
La Iglesia ha de afirmarse desde sí misma
Los cristianos y todos los miembros de nuestra sociedad tienen derecho a esperar de los pastores que aclaren los elementos y objetivos primordiales de la Iglesia, su forma específica de situarse y actuar en la sociedad contemporánea, así como las principales incompatibilidades con las estructuras y con la ética del capitalismo y del marxismo. Han quedado atrás los tiempos de la indeterminación, de la timidez y de las convivencias. La Iglesia debe afirmarse y hacerse respetar desde ella misma y desde unas posiciones sólidas y claras.
La autonomía de la sociedad civil para sus problemas políticos {1} y jurídicos
• Entramos en una época de creciente libertad y pluralidad social. Es importante que la Iglesia subraye su diferenciación del resto de la sociedad. No en el sentido de ofrecer a los cristianos refugio en un paraíso espiritualista al margen de la vida real y de los verdaderos conflictos de los hombres, sino para delimitar bien su propio origen, sus formas de vida, sus propias competencias y sus aportaciones específicas a la redención y a la liberación de la humanidad y de los hombres concretos. Para ello es preciso reconocer a la sociedad civil su plena autonomía respecto de sus propias cuestiones, acostumbrarse a decidir los problemas de la comunidad política por procedimientos políticos. Es urgente sentar las bases para que los problemas políticos o jurídicos que se pueden plantear dentro de poco entre nosotros no se quieran resolver en el campo de los ordenamientos civiles por procedimientos, y mucho menos por imposiciones, religiosas. Que los problemas que hayan de ser dilucidados políticamente en el campo de las instituciones {18 (138)} y los ordenamientos civiles y jurídicos no se conviertan en nuevas divisiones dentro de la Iglesia ni en fuente de nuevos rechazos desde la sociedad frente a una Iglesia civilmente prepotente. Temas como el del divorcio tienen que tener un tratamiento propio dentro de la Iglesia para los creyentes que quieran vivir de acuerdo con las exigencias de la fe cristiana, y otro diferente como objeto del ordenamiento civil.
La fe es liberadora y humanizante
• Deseamos una Iglesia que sea de verdad la comunidad de los creyentes convertidos al Evangelio de Jesucristo, una Iglesia de hombres que crean en Dios como origen y garantía de la plena salvación de los hombres y testifiquen ante la sociedad el valor liberador y humanizante de esta fe. Una Iglesia que no pretenda imponerse al resto de la sociedad ni quiera fortalecerse con privilegios sociales, sino que viva civil y políticamente en la misma condición que los demás ciudadanos y grupos sociales; una Iglesia que honre el nombre de Dios ante los hombres y contribuya positivamente a acercar la vida humana al Reino de Dios esperando, sin separarse de la historia y sin confundirse con ella, sin huir del mundo y sin conformarse con él, formando realmente parte de la sociedad, y no dejándose asimilar por nada ni por nadie.
Una Iglesia convertida y sostenida por la esperanza de una humanidad justa y feliz que viene de Dios.
1 de junio de 1976.
Ricardo Alberdi, Rafael Belda, Olegario González de Cardenal, Juan Martin Velasco, Antonio Palenzuela, Fernando Sebastián, José María Setién.
En los movimientos juveniles estadounidenses (hippies) había mucha más rebeldía que voluntad de revolución.
José Luis L. Aranguren