Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 144. NOVIEMBRE. Año 1976.
0. SUMARIO
HAY una primavera oculta, de pensamientos y de H ideales, hacia adentro, a punto de florecer, en el I silencio del frío, en el alma que se recoge, cuando los vientos desnudan los árboles y señalan el invierno inmediato. La actividad humana no se detiene, el hombre no muere, la vida sigue. Sólo los espantajos del miedo quiebran las voces de esperanza. Pero la esperanza tampoco muere, porque está, pura, en todo lo espiritual. Y el espíritu es incorruptible, aunque no lo sepan los cobardes y los violentos.
EL AMBIENTE
LA IGNORANCIA DE DOLOR
LA TERNURA DE LA IGLESIA
SER Y HACER
APRENDER A MORIR
CREADOS PARA LA VIDA
LA HISTORIA NO ES NUESTRO ABSOLUTO
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1. tiempo de orar: EL AMBIENTE
Señor, es hora de que tengas,
porque nuestro tiempo pasa
y nuestro mundo se acaba.
Tú nos diste la vida para convivir
y nosotros lo llevamos todo a la muerte,
a la guerra,
a la competencia
y al rechazo indiferente.
Tú nos diste árboles y bosques
y nosotros nos dedicamos a talarlos.
Tú diste la primavera a los pájaros
y los ríos a los peces,
y nosotros contaminamos el aire
y pudrimos las aguas
con los residuos industriales.
Ya la primavera se hace amorfa,
se vacían de vida los ríos,
se enrarece corrompida la atmósfera.
Tú nos diste el equilibrio de la creación
y nosotros la destruimos
y llevamos al fracaso.
Nuestro tiempo pasa, Señor.
Danos "tu" tiempo, para que podamos, todavía, vivir.
Danos el valor de servir a la vida y no a la muerte.
Danos tu futuro a nosotros y a nuestros hijos.
J. Moltmann 2 (142)
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2. La ignorancia de dolor
EL HOMBRE es un ser limitado, pero abierto al crecimiento. El dolor, cuando es entendido por el hombre, se convierte en escozor saludable de ese crecimiento. Y lo que sería el supremo dolor, la muerte, desde una visión cristiana no es la coronación de un absurdo, como pensara Heidegger, ni el fin de la historia de un fracaso, como dijera Jaspers. Con una intuición a desarrollar probablemente por el mismo, Roger Garaudy, acaba de recoger, en el libro PAROLE D'HOMME, unas palabras de Walt Whitman que le sirven para expresar, en una meditación de la muerte, la riqueza y generosidad de los que no pasan por la vida inútilmente encerrados, perezosos, envidiosos y egoístas: La muerte es lo más hermoso que puede sucedernos.
Dolor que avisa del límite de la fuerza humana y muerte que señala la meta sensible y temporal de las relativas posibilidades de este ser cargado de misterio y esperanzas, el hombre. Pero dolor y muerte que lo hacen sabio. porque le encauzan y le apremian para el ceñimiento a la verdad, y la verdad es profundamente pacificadora y bella: por eso la muerte es lo más hermoso... Sólo lo inauténtico se resigna con la quincalla, imitadora y falaz.
El Cristianismo ha puesto en el dolor el valor del esfuerzo para el bien y el sentido del lenguaje del amor. Y ha cambiado la muerte en puerta de la Vida.
La muerte es hermosa, el dolor es fuente de sabiduría. Excepto para el presuntuo80, que aquieta con íntima y escondida arrogancia, el desprecio de lo que desconoce e ignora, levantando por fuera banderas de harapos que no son más que polvorientas miserias. La miseria no es una sabiduría:
es un fracaso, aunque padecido a veces sin toda la culpa.
Cuando contemplam09 log males del mundo y de los hombres ―¡tantos!―, no hace falta que nos los intentemos explicar cómo el efecto de grandes maldades radicales. No somos maniqueos. Basta darse cuenta de las todavía grandes ignorancias humanas y ver a los que andan vacíos de ideas claras y sólidas, como se apresuran no siempre a aprender, sino a aparentar: no siempre a ser, sino A improvisar astutamente la vanidad de una ficción oportunista, Consumidora de las etiquetas de la moda, en palabras, en actitudes, en enunciados, que no surgen de la convicción, sino de la somnolente mediocridad consumista, creadora de nada, aprovechada de todo.
{3 (143)} El dolor no se ha de buscar, ni la muerte ha de ser buscada, pero el hedonismo que proclama felices a los que nunca sufren. O afortunados a los protegidos sólo capaces de dolores imaginarios; o las enajenaciones que tienden a falsificar incluso los mejores valores espirituales dejando solamente espacio al dolor de la envidia, pueden llegar a secar el corazón del hombre y a endurecer su sentimientos hasta hacerle pasar por el mundo sin enterarse de lo mejor de la vida, sin hacer ningún bien a nadie, salvo el gratificado, aprovechado nato del bien ajeno, infecundo Inconsciente y presuntuoso del verdadero amor.
Para ser felices, para hacer felices, hemos de aprender y hemos de enseñar la sabiduría serena del dolor. El dolor no buscado ni maldito, el que la Providencia dosifica, el que Dios mismo unió a la dimensión humana de la Encarnación, como lenguaje de su verdad, como verdad de su amor.
El hombre, y más el hombre cristiano, no ha de ser actor en la vida, no ha de representar, ni preocuparse demasiado por parecer, aparentar, componer su imagen. El hombre, especialmente el hombre cristiano, ha de ser autor de su vida, ha de ser, no en la apariencia de un marco construido o elegido fuera de si mismo, sino desde dentro de sí mismo, desde el vértice del mismo ser personal, en abertura indefinida hacia la generosidad grande como el mundo.
Sin el dolor que fuerza el vértice de esa apertura, es imposible crecer en el ser y es imposible multiplicar el amor en el mundo. Por esto hay males en el mundo. No por las consecuencias de grandes maldades radicales, sino por las grandes ignorancias, especialmente por la ignorancia del dolor. Ignorancia de los hombres que, en apariencia moralmente neutrales en la pobreza de su Vaciedad, aplican a ella el coeficiente de las aunque no grandes sí verdaderas desviaciones de la vanidad, del egoísmo y de la envidia y disparan el producto de los desastres, de las injusticias y de la infelicidad que, con frecuencia, se cierne incomprensiblemente en los grupos humanos.
Es la ignorancia de dolor.
El insensibilizado o el ignorante de dolor, nunca encontrará gozo en crear nada; nunca será creador de nada, nunca dará nada. Dispuesto al Cómodo recibir y guardarse, maldecirá la fuente que él mismo agota, sin dar gozo A nadie, sin agradecer bien a nadie. Incapaz de la verdadera alegría, incapaz de la sabiduría cristiana, incapaz del amor.
La presencia del dolor en la vida del hombre, y la culminación de In muerte, experiencia indeclinable y única, seguirá siendo un misterio a descifrar: pero sabemos que no es inútil su inserción en la vida del hombre. El hombre solamente tiene una felicidad «semejante a Dios» cuando, de algún modo, también crea, y el hombre sólo cree en la pureza y en la generosidad del dolor. El hombre no es feliz cuando hereda ―en el Paraíso bíblico, el hombre, heredero de Dios, envidió a su Hacedor: el primer pecado fue de envidia de Dios, más que de orgullo, o como instrumento de orgullo―: el hombre es feliz cuando orea. La creación, en Dios, es redundancia de su gozo infinito; en el hombre, la creación, os esperanza y escozor doloroso.
Pero en uno y otro, es amor.
Es amor y es juventud: sólo lo creado es nuevo: sólo el creador es joven:
sólo el joven es feliz y sólo es feliz el joven. Sólo el que es capaz de ser feliz es capaz de la generosidad creadora del dolor. Sólo desde esta generosidad se alcanza la sabiduría.
Hay una fusión de eternidad y temporalidad. La eternidad puede incidir en cada instante de nuestra vida. Es una experiencia en definitiva mística.
ARANGUREN
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3. jóvenes: La ternura de la Iglesia
EL HECHO a que vamos a referirnos no lo comprenderían los que, incluso el ministerio sacerdotal, lo consideran principalmente "útil" e indispensable, todavía, para aglutinar y mantener la perseverancia en la fe a los que profesan el cristianismo. Introducidos los conceptos de "utilidad", "necesidad" y "escasez" en la economía, y convertida en instrumento de ésta a la política, nuestra sociedad materializa y contabiliza hasta lo que es espiritual y lo desvirtúa y corrompe. El hombre se hace superficial y desprecia ―por orgullo― lo que ignora y denuncia los defectos de lo que él mismo rompe o corrompe.
Pero lo material ocupa uno sólo de los sentidos que entrecruzan el cañamazo sobre el que se construyen los destinos del mundo. El cosmos no es unidimensional, diga lo que quiera la pedantería que sólo a gritos ahuyenta el miedo de la propia vaciedad.
Hay otro sentido de coordenadas que son las direcciones del espíritu, y el espíritu es inextinguible. Más todavía: no solamente inextinguible, sino también espiritualizador de la materia que intersecciona. Por esto pudo decir clarividente y profético, Teilhard de Chardin, que «la materia es la incandescencia del Espíritu».
La Iglesia no es materialista, sino espiritual y espiritualizadora. Y el peso de la aparente excesiva organización, se lo han cargado los hombres, no Jesucristo. Por esta razón asistimos hoy a una progresiva simplificación que, cuando no se sabe interpretar, tanto a partir de las iniciativas de sus más altas instancias como del análisis de las contradicciones providenciales, se toman sus crisis por manifestaciones de derrumbe y no de purificación.
Pero esto lo hacen los pesimistas. La Iglesia es espiritual, principalmente espiritual, y por eso inmarcesible.
Hace unos meses, Pablo VI rompió una ley en favor del espíritu: unos lo tomaron como una concesión sentimental, otros como un acto inútil. En cambio, se trataba, siendo realmente un gesto de ternura, de un acto profundamente espiritual, cristiano en el mejor sentido del Evangelio y de la vida enraizada en Cristo.
En Turín, un joven de 19 años, enfermo desde tiempo y consciente de su próxima muerte, deseaba ser {5 (145)} sacerdote. Manifestó su deseo al obispo y el obispo habló al Papa y el Papa no vacilo en hacer excepción a la regla de la edad y a los estudios. El joven, que se llamaba Cesare Bisognin, fue ordenado sacerdote el día cuatro del pasado mes de abril y expiraba santamente veinticinco días más tarde.
Pudo celebrar la santa Misa, en su mismo lecho de muerte, sólo diecisiete veces: lúcidamente, serenamente, dulcemente.
Con sencillez, sin dramatismos, con plena conciencia de la proximidad de la muerte o, mejor dicho, de la proximidad con Cristo, Cesare Bisognin, anticipándose en la adultez del alma, se configuró con Cristo sacerdote, y convirtió en Misa su vida y su muerte, más allá de lo ritual y espectacular.
Cuando se habla de "falta de sacerdotes" y de escasez de vocaciones" a algunos pareció inútil y ribeteado de sentimentalismo el acto en el que, el cardenal Pellegrino, arzobispo de Turín, rodeado de sólo los familiares del enfermo y un reducido grupo de amigos íntimos, convertía en catedral la sencilla habitación de aquel muchacho, en altar el lecho y en ministro y ofrenda el jovencísimo sacerdote que consagraba.
Los que se extrañaron o criticaron, no se daban cuenta de que nuestro tiempo no debe preguntarse si faltan O sobran sacerdotes, sino si somos o no somos bastante cristianos los que así nos denominamos. La preocupación no puede partir de los datos de las estadísticas, sino del misterio y de la vida, de la sinceridad y de la fe cristiana. Cuestionar desde esta perspectiva podría llevarnos ―¿quién sabe?― a la conclusión de que faltan como de que sobran sacerdotes.
Hay que desechar la idea del sacerdote como "funcionario" de una "administración sobrenatural" (?) llamada Iglesia. Queda cada vez más atrás el equívoco o la tentación de que la aspiración al sacerdocio sea una promoción por la que se "asciende" y sitúa y prestigia al que se introduce en el escalafón eclesiástico. Queda atrás incluso el tufillo de vanidad tontil, disfrazada de espiritualismo de bombonería, de que «el sacerdote tiene un poder que ni tuvo la Virgen» o de que está revestido de «una dignidad que ni Dios concedió a los ángeles», etcétera. Esto nos llevaría a la refutación de una cierta lírica mariana con que se ha pretendido lavar la culpa de la discriminación eclesiástica de la mujer por parte de las corrientes conservadoras y a la valoración del movimiento secularizador que disipa falsas espiritualidades.
Como en el Vaticano I se puso el énfasis en el papado y en el Vaticano II se detuvo en el episcopado, habrá ―lo exigirán las circunstancias, sin tardar mucho― otro momento de la Iglesia, cada vez más espiritual, que revisará y revalorizará el sacerdocio cristiano. Y la Iglesia crecerá en lo hondo, como Cristo en el corazón de ese joven de Turín. Porque la Iglesia todavía es muy joven para que no esperemos de ella muchas cosas más.
Tiene, todavía, muchas reservas de amor, de ternura, que le vienen de Dios, y va superando las leyes de los hombres para dar paso al espíritu del Señor.
Ella es fundamentalmente espiritual, como el amor. Somos los hombres que la recargamos de estructuras opresivas, o que no entendemos sus gestos de amor.
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4. SER Y HACER
NO PODEMOS renunciar a la existencia. Ser, existir, es lo primordial: todo el resto importa por referencia al acto consciente del propio ser que es capaz de conocer, contemplar y relacionar. Y es a partir de este acto que nos abrimos a la realidad inmensa envolvente, llamados a colmar la capacidad de comprensión natural y, enseguida, despertados a una aspiración por superarlo todo; aspiración que, desde la fe, llamamos vocación a la trascendencia.
Sin Dios sería impensable la realidad, la maravilla y la fuerza del orden y de la bondad que descubrimos: nos dignifica, porque pone de relieve nuestra propia grandeza; pero al mismo tiempo nos reta, porque nada es estático, porque todo aguarda un desarrollo, un crecimiento que, desde el momento en que lo descubrimos, ya depende de nosotros.
Lo admirable y grandioso no es sólo que Dios nos haya dado este mundo, sino que, además, nos haya equipado con fuerzas para transformarlo, para superarlo, para mejorarlo.
No somos para estar, sino que somos para hacer.
No cree el que está en la Iglesia, o no está en la Iglesia el que cree; sino que está en la Iglesia el que hace, y cree el que hace, y por eso está en la Iglesia: por creer haciendo, por hacer creyendo. La fe no es estática. No puede serlo porque es para este mundo, y este mundo se mueve y es para ser movido.
Movido hacia Dios, hacia el Reino de Dios.
Ser para hacer.
Ni la fe substituye la racionalidad del hombre; ni la gracia prescinde de las fuerzas naturales, ni la aspiración a Dios, si es legítima, puede enajenarnos de la realidad inmediata, que es marco de nuestra actividad.
Donde haya todavía falta de desarrollo de la racionalidad, donde haya somnolencia mental, donde el egoísmo haya transformado en hipócritas los esfuerzos para hacer del trabajo, elegido o impuesto, muralla para asegurar avideces, cerrando más al hombre, atrofiando o estrangulando su verdadera vocación, el hacer no ayudará al crecimiento del ser humano ni al verdadero progreso del mundo. El hombre puede que "tenga" más cosas, pero no será más hombre, ni mejor {7 (147)} hombre. Y el mundo tampoco será mejor.
El hombre, ser libre y racional, "es" según lo que sabe y quiere hacer proyectado al mundo, mejorando al mundo, entregándose y "restituyendo" a través de esta entrega, el mayor don recibido. El hombre cristiano crece en la medida en que construye el Reino de Dios.
Es un hacer, es un trabajo que es una restitución. Es un desprendimiento, una abnegación liberadora que enriquece el "ser" del hombre. El hombre no es lo que tiene, ni lo que se pone, ni la fama que se prepara, sino lo que sabe y lo que hace de bien para el mundo, para terminarlo. Porque el hombre es más que un habitante o un consumidor de este mundo; el hombre ha sido creado creador, y debe seguir la creación, o renunciar a ser hombre, malgastando o renegando, desagradecido e insensato, de su propia naturaleza.
Las realidades últimas.
Las llamadas realidades últimas son, de hecho, las "primeras". El hombre tiene que intentar comprenderse radicalmente a partir de su plenitud.
Lo que se realiza en la existencia cristiana es, en el fondo, un "nacimiento". El cristiano vive, en cuanto que es cristiano, en la alteridad radical, en una grandeza única, en un futuro insuperable que se llama bienaventuranza, cielo...
Por eso el gusto por la felicidad, la alegría de lo grande, no es que pertenezca también al Cristianismo, sino que caracterizan toda la realidad cristiana como esperanza y orientación hacia adelante; como el amanecer de un día esperado.
Un hombre comienza a ser cristiano cuando demuestra a su prójimo, mediante una actitud ejercitada y vivida, que nuestra vida está aún en devenir, que Dios nos prepara una alegría eterna, que caminamos hacia la plenitud de una vida que tiene el marco del infinito.
L. Boros
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5. APRENDER A MORIR
NO HACE mucho, la revista francesa "Gerontologie" ofrecía un resumen de las conferencias de la doctora americana Elisabeth Kübler-Ross, que se había dedicado a interrogar a centenares de enfermos incurables.
Las preguntas, en sustancia, eran estas:
¿Qué significa morir? ¿De qué tienen, en especial, necesidad los moribundos? ¿Qué se puede hacer por ellos? ¿Qué es lo que puede serles de alguna ayuda?
La doctora Kübler-Ross estaba convencida de que tales enfermos, próximos a la muerte, se encontraban en una profunda soledad y cercados por el terror. Sus investigaciones se orientaban a buscar el medio de remediar y evitar ambas cosas.
Llegó a la conclusión de que, los moribundos, desean hablar de su muerte, si bien el diálogo debe elegir el momento oportuno. Además, lo normal es que los moribundos hablen de la muerte con menos terror que los sanos que les rodean.
Los moribundos deben ser respetados en su libertad de personas, pero tienen el derecho de ser ayudados, mejor que nunca, en el momento supremo de su existencia:
el trance de la muerte.
La doctora Kübler-Ross narra el caso de un niño hospitalizado en Chicago, con un tumor cerebral incurable. Obtuvo, en la imposibilidad de una respuesta oral, un dibujo del niño en el que le representaba su actitud consciente frente a la muerte:
había diseñado un enorme tanque a punto de arrasar una pequeña casita escondida en medio de la hierba, de los árboles, bajo un sol luciente. Le puso el titulo: "La batalla del tanque". El tanque ―en un niño la guerra― era el símbolo aterrador de la muerte. Entre el tanque y la casita, a punto de ser abatida, había una diminuta señal de "stop", que representaba el deseo del niño, con ganas, todavía, de vivir, de detener la fuerza brutal de esa destrucción incomprensible.
La doctora prosiguió el trato con el niño, siempre en lenguaje de dibujos, iluminados con lápices de colores. Al niño le gustaba dibujar y, despierta y vívida su inteligencia, le compensaba de la imposibilidad de hablar. Se hicieron amigos y conversaron" muchas veces. Finalmente le ofreció, con una sonrisa de felicidad, un dibujo que substituía al del tanque amenazador o, más bien, lo completaba:
el tanque estaba abajo, duro e incomprensiblemente inhumano, resumiendo la más aberrante forma de violencia y de muerte, la guerra. La casita seguía escondida entre el follaje de los árboles y el verde de la hierba. El sol también se deshacía en temblorosos rayos de azul y amarillo, presidiendo una deseada claridad superadora del drama de la tierra.
Pero de la casita escondida y amenazada acaba de escaparse un pájaro con las alas abiertas en actitud de subir al cielo. El pájaro estaba dibujado en blanco y negro, pero en una de sus alas alcanzaba uno de los temblorosos rayos amarillos del sol y la teñía, como dorándola.
Le ofreció otro papel para que le acabara de explicar lo que significaba aquel dibujo. Y el niño escribió esto: «Es el pájaro de la paz, que escapa de la muerte y huye al cielo, cogido de la luz del sol. Y el pájaro es muy feliz».
Con oportunidad, con amor, con sinceridad, hay que aprender y hay que enseñar a morir.
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6. Creados para la vida
Oh Dios, no de los muertos, sino de los vivos:
concédenos, hoy, que elevemos nuestra plegaria con todos los que han terminado su camino corporal.
Los que han muerto después de alcanzar el tiempo de la vejez, para contemplar su vida y deducir la lección que da el tiempo, para disponer el encuentro contigo y convertirlo en alabanza.
Los que han muerto al ver destrozada su tarea, apenas iniciada.
Los que han muerto por el odio de los hombres.
Los que han muerto mientras se preparaban para odiar.
Los que han muerto sin ver la luz del día.
Los que han muerto quitándose ellos mismos la vida.
Todos están cabe ti, arrancados de nuestras disputas, de nuestra asistencia, de nuestros juicios.
Eres tú quien interviene y nuestras manos, lo mismo solícitas que justicieras, se han plegado.
{10 (150)} Ellos son, en tu mano, lo que somos nosotros en la desnuda realidad, cuando nuestra tensión puesta en acto se esfuerza para inscribir dentro del mundo la fuerza de la verdad.
Ellos y nosotros, te rogamos, oh Padre inmenso, a quien nadie ha podido jamás dar un consejo:
te rogamos para que se termine en ellos la deseada venida de tu Reino, hasta la resurrección de sus cuerpos y el acabamiento de tu justicia en el mundo.
Te confiamos nuestros hermanos en la fe:
que tu ternura los purifique Y a nosotros nos eleve hasta ellos.
Te confiamos a todos los hombres, porque a todos tú los creaste, y no para la muerte, sino para la vida.
Del libro "PROVOCATION A LA PRIERE", de In comunidad dominicana de Arbresle.
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7. documento: LA HISTORIA NO ES NUESTRO ABSOLUTO
Continuador de la corriente cristiana y personalista iniciada por Emmanuel Mounier, juzgamos interesante, dentro de las expectativas de nuestra circunstancia, el trabajo de Jean-Marie Domenach, que, con el título L'histoire n'est pas notre absolu, apareció en el número 23 de LUMIERE ET VIE como un análisis crítico de las absolutizaciones que una irreflexiva aceptación del marxismo podrían introducirse, como nuevas enajenaciones, en los cristianos en pugna por liberarse de las propias. Ofrecemos solamente los párrafos más salientes.
La gran pretensión de nuestra época es la de volver a empezar.
Ni el cristianismo ni el marxismo son algo de ayer, ni su alianza ni su confrontación. El debate entre ellos no comienza, sino que vuelve a empezar.
Un punto es olvidado con frecuencia por las dos partes:
la raíz de pensamiento de Marx es su radical crítica de la religión que, yendo más allá de una crítica de la religión del Estado, fundamenta una antropología en la cual la ſe en Dios, incluso concebida como algo privado, no puede encontrar su lugar, ya que es el principio que no cesará de segregar la alienación.
La primacía de las masas sobre la persona {1}
Sin embargo, Althuser y sus discípulos consideran esta crítica de la religión como un estadio superado del joven Marx, ya que éste no llegó a ser marxista sino mucho más tarde, después de la "ruptura epistemológica". El marxismo sería en realidad una ciencia, precisamente el fundamento {13 (163)} de toda ciencia del hombre. Pero al proclamar que «la filosofía es la lucha de clases en la teoría», Althuser no anula solamente la religión, sino toda la historia del espíritu humano en su búsqueda del bien y de la verdad. Y proclamando que «la historia es un proceso sin sujeto», Althuser no elimina solamente a Dios, sino a la persona, llevando al extremo la primacía de las masas sobre la persona.
Nos encontramos, pues, ante un dilema: o el marxismo es un humanismo construido sobre un fundamento antirreligioso (según la mayoría de los intérpretes), o el marxismo es un antihumanismo, la ciencia de las estructuras sociales.
En el primer caso, el problema del ateísmo se presenta de la forma tradicional: Dios debe desaparecer para dejar existir al hombre. Y entonces es todavía posible a los creyentes explicar que este Dios rival es un Dios falso. Es posible, al menos teóricamente, aceptar el reto del comunismo: el hombre futuro, desembarazado de sus ídolos, reencontrará la necesidad y el verdadero rostro de Dios.
El humanismo ateo y la "muerte del hombre"
En el segundo caso, la misma posibilidad de una resurrección del Resucitado queda excluida, ya que tal acontecimiento no puede tener lugar en un sistema donde todo lo que no es producido por las masas carece de consistencia alguna al no poderse referir a las instancias colectivas donde la historia se inmoviliza en una inmensa transparencia, encerrada en sí misma. Este reo-marxismo coloca a los creyentes ante una situación imprevista: luego de tantas batallas contra el "humanismo ateo", resulta que el ateísmo condena al humanismo. Y esta "muerte del hombre es probablemente más grave para la fe que la "muerte de Dios". El que Dios falte al hombre es una prueba que se supera en la esperanza de la resurrección, pero el que el hombre falte a Dios, excluye toda posibilidad de encarnación.
La verdad de la acción {1}
Hablar del marxismo no tiene hoy ningún sentido, pues hay varios marxismos. Los cristianos deberían interrogarse ante este hecho. Su encuentro con el marxismo era totalmente deseable, muchos le deben (le debemos) un {14 (154)} instrumento de crítica, implacable e irreemplazable. Pero tengo la impresión de que no es esta disciplina lo que muchos cristianos van a buscar en el marxismo, sino por el contrario un lirismo abstracto cuyos grandes temas reflejen los símbolos de su fe: la alienación es la figura del pecado original, el proletariado es el Cristo Salvador, la revolución es el Paraíso. Frustrados en su dogma religioso que se deshace, les es necesario un dogma político que tenga respuesta para lodo. No hace mucho, un movimiento de acción católica proclamaba orgullosamente que «había optado por la lucha de clases», como si la lucha de clases fuera una cuestión de opción.
La "ortopraxis" y la ortodoxia"
Yo he creído, y sigo creyendo, que el marxismo es un elemento fundamental de toda conciencia política. Creí, y sigo creyendo, que la caridad se prueba en la acción política. Pero se cae en la ilusión cuando se cree que una doctrina puede dar en la política el mismo género de certeza que el creyente encuentra en su fe. Hoy día escuchamos una palabra nueva, "ortopraxis", que se opondría a la "ortodoxia". Pero esta noción de una "acción verdadera" no es consistente. ¡Cuántos han actuado en espíritu de verdad y se han equivocado!
En ningún caso la acción es un criterio de verdad. Por el contrario, la acción supone una opción de valor y una lectura de la historia. La "ortopraxis" supone una operación intelectual y no puede vanagloriarse de ninguna superioridad sobre la reflexión. Escogemos en un sentido o en otro, ya que "leemos" de una cierta manera el Evangelio, y analizamos de una cierta manera el dato histórico.
"Actuar bien" suscita más problemas que el "pensar bien".
Uno y otro están unidos en una misma oscuridad, en una misma dificultad. Pensar es fácil cuando no hay que actuar.
Las vacilaciones de los marxistas
Si hubiera una "ciencia de la política", si el marxismo nos suministrara el medio de comprender la historia y de actuar como es preciso, no hubiera habido tantas dudas y tantos errores.
A pesar de poseer la doctrina de la lucha de clases, los marxistas alemanes (los más sabios de todos los marxistas) {15 (155)} tardaron mucho tiempo en ver claro, y su error facilitó la toma del poder por el nazismo. Igualmente, a pesar de su generosidad, los marxistas chilenos no se dieron cuenta del peligro que les amenazaba. Y hablando de la América Latina, donde el análisis marxista parece más adaptado, más operatorio que en las ciudades superindustrializadas, no se pueden contar los cambios de táctica, las idas y venidas ruinosas... (por ejemplo sobre la guerrilla). Todo esto no habría podido darse si el análisis marxista fuera tan luminoso como pretenden algunos.
Los totalitarismos marxistas
Justamente porque en el marxismo las opciones son múltiples, la ortopraxis arrastra consigo fatalmente la ortodoxia y el dogmatismo. Una "ciencia" susceptible de interpretaciones diferentes, no puede subsistir a no ser que una autoridad, un Estado, imponga la suya. Y así surgen las filosofías de Estado, y el totalitarismo. Estalinismo o maoísmo. Cuando leo este elogio de un joven cristiano: «la China, ese inmenso convento obligatorio», pienso que decididamente nadie podrá impedir que la historia vuelva a empezar ni tampoco que los cristianos sigan buscando en la política lo que ésta jamás les podrá dar.
Seguridad y vergüenza {1}
Si tantos cristianos recurren al marxismo como a la "ciencia construida de la práctica", se debe a un doble motivo: por la llamada «necesidad subjetiva de seguridad de los agentes de la historia» y por la vergüenza que sienten de la larga solidaridad de su Iglesia con los regímenes de explotación y de dictadura.
Por un lado, se quiere ir sobre seguro, se quiere por encima de todo que ya desde ahora se haga la separación entre buenos y malos, se busca una compensación a la inseguridad de la fe comprometida en "lo temporal", apoyándose sobre un conocimiento "positivo" ("científico") de las leyes de la política.
Por otro lado, después de muchos siglos de predicar a los cristianos la obediencia al orden establecido, concebida como una réplica al orden divino, ahora predica la revolución como una réplica a la subversión de Dios, y se sustituye a los pobres por la clase obrera.
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Las idealizaciones históricas
Y, prescindiendo del hecho de que la clase obrera es en un gran número de países un factor reaccionario, es lamentable que los creyentes pongan sus esperanzas y su caridad en un sujeto histórico idealizado (como por ejemplo, antaño, en la nación-Estado). Con el riesgo de ser mal comprendido por mis camaradas, debo recordar que el obrerismo ha jugado un papel anti-político y reaccionario en la Iglesia, como lo prueba la historia del catolicismo social. La lucha de clases es una realidad esencial (un elemento mayor de la interpretación de la historia), pero no es la única (el motor de la historia).
A menudo he prometido una fuerte recompensa a quien me citara un acontecimiento de importancia mundial después del 36, cuyo determinante principal haya sido la lucha de clases (*). Jamás he recibido una respuesta.
Y es que la lucha de clases es un elemento más, trabado dentro del conjunto de fuerzas del cual todavía hoy por hoy no tenemos teoría alguna que lo explique.
Los factores nacionalistas, culturales, religiosos han jugado y juegan un papel considerable. ¿Por qué reducirlos todos al determinismo de la producción? ¿Por qué no admitir que un hombre pueda aferrarse a su tierra o a su lengua hasta arriesgar su vida por ellas?
La ambigüedad de la historia
Para mí éste es el punto de contradicción más fuerte entre marxismo y cristianismo. Que el marxismo edifique su teoría sobre la negación de Dios me parece menos temible que la reducción que le inflige a la historia. El mayor de los engaños es pensarse que una doctrina puede explicar la totalidad de la realidad, pues el misterio no está sólo en el cielo sino en la tierra, y no existiría un misterio de la fe si no existiera un misterio de la historia.
Actuamos y continuaremos actuando sicut in enigmate, en la ambigüedad fosforescente de la historia y no en la plena luz que nos prometen los doctrinarios.
() Quizá, he excluya el abominable golpe de estado de Chile. Ya he dicho que en América Latina en donde el análisis marxista resulta más convincente. Aun así, en el caso chileno fueron factor determinante las clases medias ante las que el análisis marxista resulta balbuciente (cosa de la que Europa ya se dio cuenta cuando el máximo tomó el poder).
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la superación de la historia
Si poseyéramos el secreto de la historia, el Dios de Jesucristo no existiría, la revelación se encontraría en otro sitio: en una clase concebida sin pecado. No podemos al mismo tiempo conocer a Jesucristo y conocer la última palabra de la historia como no podemos verdaderamente desalienarnos sin confesar nuestra alienación de creaturas. Nuestra finitud condiciona muestra liberación como nuestra ignorancia del mañana condiciona nuestra esperanza. Estamos plenamente en la historia sólo porque hay un absoluto que la supera. La historia no es nuestro absoluto. Si lo fuera, se aboliría a sí misma, y en esto Althuser nos muestra el final lógico del marxismo.
La integración del marxismo
Se engañaría quien viera en estas conclusiones una La integración del razón para abandonar el estudio de Marx. Como antes marxismo Descartes, Marx ha entrado en nuestro pensamiento común. Los cristianos pueden integrar el marxismo y deben hacerlo, como los ateos integraron hace tiempo el cartesianismo. Ya no podemos pensar seriamente sin Marx, pero él no lo ha pensado todo. Hay tantas cosas sobre la tierra y en el cielo sobre las que no ha hablado...
El marxismo como todos los dogmas se ha convertido en un impedimento para vivir, para comprender, para actuar. Cuando nosotros, católicos, tomamos distancias respecto a nuestro dogma, ¿vamos a reanimar otro? En nombre de la revolución, en nombre de las liberaciones a realizar, comencemos por liberarnos de veneraciones anacrónicas.
Creo en la inmortalidad del alma, pero no me imagino la Eternidad como un coro de espectadores pasivos y absortos, mirando a Dios. La siento y la deseo de una manera activa, junto a mis seres queridos; junto a los seres que Dios y yo Amamos por una misma razón.
Narciso Yepes
«Volvería a renunciar a todo para seguirle».
Levi.― El jefe, al que algunos llaman por su figura… el Cristo. Yo no fui en su busca; fue él quien vino a buscarme. Estaba en la puerta del banco, para guarecerme de la lluvia y tuvo que apartarse para dejarme paso. Aunque había oído hablar de él, era la primera vez que le veía y he de reconocer que su mirada me impresionó. Aquella mañana apenas pude trabajar, le veía a través de las paredes de cristal de mi despacho... hasta que de pronto se acercó y entró. Le ofrecí un cigarro, y mientras él lo encendía —has oído, Simón, lo aceptó yo pensaba: «éste viene, como todo el mundo, a sacarme dinero», y por primera vez en mi vida estaba dispuesto a conceder un crédito sin garantía, fuera cual fuera la cantidad. Cuando le pregunté qué deseaba, me contestó: «Deja todo esto, Leví, y únete a nosotros», y salió sin esperar siquiera mi respuesta. Pocos días después dimitía de mi puesto y daba en mi casa una cena en su honor. ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Qué programa tiene? ¿A dónde nos conduce? Ni lo sabía entonces, ni apenas lo sé ahora, después de tanto tiempo. Habla de justicia, de libertad y de paz, aunque eso lo dicen y lo han dicho todos los políticos del mundo... pero ¿es un político? Volvería a renunciar a todo para seguirle.
Jaime Salom, en "Tiempo de espadas", p. 39
Caminos.
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas en la mar.
Antonio Machado