Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 145. DICIEMBRE. Año 1976.
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0. SUMARIO
CUANDO Dios entra en la historia – tiempo y espacio, de los hombres, también nace". Luego acepta la humildad de morir, como los hombres; pero transforma la muerte en un supremo y glorioso nacimiento: la Resurrección.
Dios se encarna y entra en nuestra vida, y los cristianos creemos y la fe nos incorpora a la suya: renacemos después de nacer. Ya no es la vida un continuo morir, ni el hombre un proyecto para la muerte, sino un ser abierto a la bienaventuranza. Por eso los primeros cristianos llamaban, a lo que los paganos denominaban "muerte", el nacimiento para el cielo" v la "vida en Cristo". Hay dos nacimientos: el terreno y el de la bienaventuranza; para el fiel siempre es Navidad.
UNA SÚPLICA A JESU-CRISTO
JESUCRISTO
TESTIGOS DE JESUCRISTO
PENSAMIENTOS DE GANDHI SOBRE JESUCRISTO
UNA MUJER...
EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN
EL CAMINO DE LA FE
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1. tiempo de orar: UNA SUPLICA A JESU-CRISTO
Señor Jesu-Cristo,
tú, que eres a un mismo tiempo, el Dios que salva a los hombres
y el Hombre que lo puede todo ante Dios,
nosotros te invocamos,
te alabamos y dirigimos a ti nuestra súplica.
Hazte presente, en medio de nosotros,
con tu indulgencia,
con tu compasión,
con tu perdón.
Despierta, en nuestros corazones, los deseos que tú puedas colmar;
en nuestros labios, las súplicas que puedas complacer:
en nuestras obras, los actos que puedas bendecir.
Cuando pensamos en tu nacimiento según la carne,
no te pedimos que se repita de nuero para nosotros,
la maravilla que sucedió una vez;
pero sí te rogamos que nos hagas nacer a tu Divinidad.
Lo que tú, por puro don, realizaste corporalmente en María,
de un modo único,
llévalo a cabo, ahora, por tu Espíritu, en la Iglesia.
Que su fe indefectible te conciba;
que su inteligencia, sin error, te alumbre y manifieste;
que su alma, fortalecida por el Todopoderoso,
te guarde y sostenga por siempre jamás.
(Misal mozárabe) 4 (164)
{4 (164)}
2. Jesucristo
EL QUE SE APROXIME a Jesucristo con ideas preconcebidas y cerradas sobre Dios, poco o nada comprenderá de su mensaje. Esta preconcebida cerrazón o seguridad conceptual, con Dios como pretexto, pero en realidad producto del egoísmo o del orgullo, no hay que atribuirla solamente a los fariseos de entonces ya sus sucesores, que de modo inexacto pero provisionalmente válido llamamos "beatos", sino también a los hipercríticos y escépticos de entonces y de ahora, porque todos ellos partían y parten de preconceptos que son incapaces de revisar.
No es a fuerza de aplicar la idea de Dios ―o una idea de Dios― a Jesucristo que se nos manifestará su divinidad. Verdadero Dios y verdadero hombre, no es desde Dios que constatamos que es realmente hombre (éste quedaría difuminado), sino que es desde el hombre Jesucristo que se nos revela Dios: Quien ve a mí, ve al Padres.
Antes de que la divinidad sea gloria de la naturaleza humana de Cristo, la humanidad de Cristo es instrumento de la divinidad.
No somos partidarios del hombre Jesús, que sirvió de envoltorio histórico a la divinidad: no somos "jesusistas". Nos llamamos y somos "cristianos", es decir, creemos en un hombre ungido, penetrado, en la raíz misma de su ser, allí donde se hace única la persona (en el mismo gozne donde se apoya), por la divinidad: divinidad que se nos manifiesta" a través de su integra y entera humanidad.
Jesucristo es el hombre salvador ungido por la divinidad, formando con ello un solo ser, soportado en una sola personalidad.
Cristo es hombre, coincidente en todo con nosotros, menos en el mal de que venía a liberarnos.
No podemos disminuir al hombre para que resplandezca Dios, ni relegar la divinidad enfatizando al hombre. Jesucristo es la presencia de Dios en el hombre: es el Reino de Dios, ya aquí, realizado en su convergencia divino-humana, como debe realizarse en nosotros, en la fe y la gracia.
{5 (165)} Verdaderamente hombre, con hambre y sed como la nuestra con frío, calor y cansancios como los nuestros: con gozos y tristezas humanas; con Amor, misericordia y compasión que empeñan enteramente su corazón de hombre: su valentía y generosidad. Su alma serena y su entrega sublime tuvieron expresión humana, como pueden tenerla nuestros actos y nuestros sentimientos, nuestra inteligencia y nuestros ideales. Cabalmente por esto somos, los hombres, capaces de entenderle y, entendiendo a Cristo, se "nos manifiesta" Dios.
Los Evangelios nos muestran cómo entendieron n Cristo los primeros cristianos, son la respuesta de la fe de los primeros que le conocieron y comenzaron a comprenderle. Esta comprensión ―esta fe― le hizo libres.
Entendieron que Cristo era, efectivamente, el Salvador, el libertador.
No podrá entender a Cristo ―o comenzar a entenderle― el que suponga que in fe en el producto organizado de conceptos estáticos sobre la divinidad. La fe es la apertura del alma a la manifestación de los signos divinos.
El vehículo del "signo" siempre es humano, y Jesucristo es el gran signo de Dios, el grande y único Sacramento, en el que se realiza el encuentro del hombre con Dios. Nadie puede ir al Padre si no es por medio de 61, de Cristo.
Y para conocer al Padre, hemos de aprenderlo de Cristo, nos lo ha de revelar él. Descubriremos el rostro de Dios en los rasgos del hombre de Nazaret y. Al ir profundizando en el conocimiento de Cristo, llegaremos a descubrir la huella y los rasgos de Dios en los demás hombres. Es la síntesis del Reino de Dios.
En el rostro de Cristo no leerán la presencia de la divinidad el fatuo y el saciado, el pedante o el rico, el que se cree sabio o el egoísta desconfiado, el escéptico, el computador pragmático, el que infinitiza su propia limitada racionalidad... tanto si lo hace "en favor de Dios o "en contra" de Dios. Descubrirá la divinidad en el hombre de Nazaret el que tenga hambre y sed de justicia: el que sea bastante inteligente para reconocer humildemente su propia pequeñez, el que sea limpio de corazón...
Como la Virgen, como José, como los pastores, como aquellos forasteros astrónomos, sabios humildes...
No como Herodes, ni como los escribas y fariseos, ni como Pilatos, ni como Caifás... Ni siquiera los que crean en el verdadero Dios. Hi su modo de creer tiene espíritu de secta. No comprenderán a Cristo los que presumen de creer, ni los que presumen de no creer. No sabrán qué es la libertad, no tendrán el gozo de ser hijos de Dios, no conocerán a Dios como Padre. Do serán hermanos de Jesucristo, el hermano mayor de los hombres, el primogénito universal.
Leyendo la historia de todo lo que Cristo ha hecho, me parece que el cristianismo aún no ha sido realizado... En la vida de una religión, dos mil años pueden ser pocos.
MAHATMA GANDHI
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3. LOS PRIMEROS TESTIGOS DE JESUCRISTO
PARA las primeras generaciones cristianas un santo era, ante todo, un "testigo" de Cristo, una piedra viva de la Iglesia, un ser humano en el que se había realizado el Reino de Dios.
Si nosotros nos detuviéramos a considerarlos única y principalmente como "modelos de virtudes" o como "valederos intercesores", no podríamos comprender lo mejor del Evangelio, más allá de darle una coloración poética y sacarle una utilidad moralizadora.
Los santos eran ―son― miembros de la comunión mística con Cristo. No eran adheridos, sino unidos a Cristo.
Eran, sin borrar su personalidad, extensión y desarrollo, testimonio y hasta "palabra" de Cristo a los hombres, como Cristo era la Palabra del Padre.
Un ejemplo ―duda el más completo que podemos hallar en todo el calendario― lo tenemos en un grupo de santos que siguen inmediatamente a la celebración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Es claro que nos referimos a s. Esteban protomártir, los santos Inocentes y u. Juan evangelista.
Desde principios de la Edad Media ―siglos V y VI― ya aparece su relación con la celebración de la Navidad en todas las liturgias existentes, como figuras ceñidas armónicamente al significado de la fiesta del Señor, que les antecede como núcleo mistérico del que reverberan.
No es por azar, decía san Thomas Becket, que la Iglesia celebra la fiesta de san Esteban casi al mismo tiempo que la del nacimiento del Señor; cuando gozamos recordando el nacimiento de Cristo nos dolemos, al mismo tiempo, pensando en su muerte y cuando nos dolemos de la muerte ―de los pecadores causantes de la muerte― del primer mártir de Cristo, nos alegramos de que fuera éste su primer testigo en la tierra y su primer santo que nace al cielo. «No lo olvidéis ―concluía el santo inglés, al fin también él mártir― porque es posible que, dentro de poco, tengáis otro mártir que, con seguridad, tampoco será el último.
Pensad a menudo en ello».
Newman, a propósito del martirio de san Thomas Becket, veía en la acción de Enrique II de Inglaterra contra Becket, el inevitable contraste entre el mundo y la Iglesia. La Iglesia solamente no es perseguida cuando incumple su misión, decía Newman.
Los Herodes del mundo no la persiguen cuando no habla de conversión, o cuando vende adulaciones.
El llanto de las madres de Belén por el derramamiento de la sangre de sus hijos, apenas nacidos, es símbolo de los estragos que hasta en los más inocentes, comete el miedo del déspota, que no quiere otro reino que el suyo propio.
Juan, el más joven de los apóstoles del Señor, pero también el que sobrevive a todos, es la palabra encendida del Evangelio que ninguna persecución puede apagar; es la juventud inmarcesible de la fe; es la Navidad que no acaba, que culmina en ese mar de luz que él mismo nos descubrirá en el Apocalipsis, donde Dios iluminará los rostros de todos los que le han confesado, de todos los que han sido, con su valentía y su inocencia, "testigos" de Cristo en el mundo.
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4. Pensamientos de Gandhi sobre Jesucristo
Jesús pertenece al mundo entero, a todas las razas, a todos los pueblos, cualquiera que sea el modo como Dios se manifieste en ellos a través de la fe heredada de sus antepasados. No se debiera celebrar el nacimiento de Cristo en un solo día del año, sino cada día, porque él revive, continuamente, en cada uno de nosotros.
Estoy convencido de que, si Cristo volviera al mundo, bendeciría las vidas de muchos que jamás oyeron mentar su nombre, pero que, con su vida han reproducido las virtudes que Cristo practicó: virtudes de amar al prójimo más que a uno mismo, de hacer el bien a todos y de no hacer mal alguno a nadie.
No siento la necesidad de compartir la fe de los cristianos para que me dé cuenta del influjo de Cristo en mi vida. Yo también rechazo las armas impuras como él rechazaba el peso de todo pecado... Yo me siento unido al Creador, no al destructor de la vida.
Muchas veces me ha sucedido no saber por dónde tomar partido. En tales casos he acudido al Nuevo Testamento y he encontrado, en su mensaje, iluminación y fuerza.
{8 (168)} Dondequiera que reina el amor en plenitud, sin idea alguna de venganza, Cristo está allí, viviente. Cuando será establecida la verdadera paz, ya no será necesario hacer ninguna manifestación: se hará patente y esplendorosa en nuestra vida individual y colectiva. Entonces podremos decir que Cristo no nace en un día del año. Será un suceso que se realizará en cada una de nuestras vidas... Es posible permanecer en paz en medio de todos los conflictos y contradicciones, pero solamente cuando se hace sacrificio de la propia vida, y cuando se acepta la propia cruz para resolver tales contradicciones.
He aquí por qué no podemos pensar en el nacimiento de Cristo sin pensar, al mismo tiempo, en su muerte, en su muerte de cruz, que es un suceso eterno reproduciéndose, sin cesar, en esta nuestra tempestuosa vida.
Me sentí lleno de alegría cuando leí el Evangelio: encontraba en él una confirmación de mis pensamientos, precisamente allí donde menos se me había ocurrido que podía ocurrir.
Los hombres no han sido bastante humildes, ni bastante desprendidos de sus bienes, ni purificados de su afán de poder para alcanzar a comprender el mensaje de Cristo.
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5. Una mujer...
LAS MADRES, las esposas, las hermanas, las vírgenes... Todas las mujeres buenas se pueden ver en este espejo colosal que san Juan señala en el marco sin límites del cielo.
Juan, en Patmos, llegado a la ancianidad, no pudo contener más, sepultada en el corazón, la imagen que había recogido en aquel día de su juventud cuando, crujiendo la tarde, el Maestro, desangrándose en la Cruz, moría completamente desnudo, pero le ofrecía a él, discípulo amado, toda y su única riqueza terrena: una mujer, aquella mujer que le había comprendido, correspondido y ayudado: «He aquí a tu madre». Y a ella: «He aquí a tu hijo». Y Juan, abrazándola como un tesoro inmarcesible, la llevó a su casa y vivieron juntos todo el nacimiento de la Iglesia. La Iglesia era todo el precio del dolor y toda la gloria del amor de Cristo.
Una mujer era entonces, poco menos que ahora, un ser humano secundario. No obstante, para confusión de los fuertes, en Cristo había resultado el elemento humano colaborador más fiel, más generoso y más inteligente.
Acostumbrados, ya entonces, los varones, a presidir, a decidir y a depredar, despreciaban a las mujeres: se utilizaba su asistencia, se silenciaban sus méritos, se explotaban sus cansancios sin recompensa como sierva y criada gratuita, humillada como un objeto dócil al capricho del hombre.
Aunque el judaísmo superaba en sentido humano y espiritual las corrientes paganas, no se veía inmune de ese, por lo menos tácito, relegamiento indiscutido.
Pero Cristo habló con las mujeres.
Era imposible que no fueran o no se hicieran buenas al tratar con él. Juan, más cerca que nadie, recogió este dato, hizo, con él, una imagen en su corazón, y la guardó. Le fue creciendo en el cielo del alma, como el contemplativo que ve fuera lo que lleva, luminoso, {10 (170)} dentro. El cielo de su alma no perdió jamás el azul de su primera juventud y, un día, como tesoro guardado en cofre que rompe la cerradura, se abrió, en el Apocalipsis, con este grito glorioso para dar, en pocas palabras, en la fuerza viva de una visión celestial, lo que hermosamente veía y entendía que es la Iglesia. Es como una mujer: es una madre y esposa y hermana y virgen. Y se extasió contemplándola. Era la exaltación de lo femenino traducido en elocuencia cristiana, de lo que él había aprendido desde la Cruz y hasta la última Eucaristía y el último anuncio del Evangelio y la última confidencia que la Madre de Jesús le había hecho del Hijo.
Por eso, cuando Juan ha de hablar, sin poder callarse, del ideal, de la obra y del amor de Cristo, estiliza y multiplica por cifras de estrellas y envuelve con mantos de sol la figura de aquella mujer que amó y guardó por encargo de Cristo. Una mujer que fue la primera cristiana, la piedrecita primera y más limpia de la Iglesia.
Tan limpia hasta romperse en claridades refulgentes de los colores de todas las piedras preciosas, convertidas en muros translúcidos y en almenas centelleantes, en puertas de oro y en bóvedas de luz del Templo de Dios, de la Iglesia gloriosa.
Un día, meditándolo, Teilhard de Chardin escribiría: «Nada grande se construye en este mundo sin la mujer... ¡ni siquiera la Encarnación!».
Apareció en el cielo una magnífica señal: una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas... Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva... Y vi bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo... Y se acercó uno de los siete ángeles y me habló así: «Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero»... Templo no vi ninguno, su templo es el Señor Dios, soberano de todo, y el Cordero... La gloria de Dios la ilumina... y se pasearán las naciones bañadas en su luz.
(Apocalipsis, 12, 1; 21, 1, 2, 9, 23, 24)
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6. El Apocalipsis de san Juan
CUANDO, desde nuestro medio cultural, nos acercamos a la Biblia, influidos como estamos por el pensamiento griego y la practicidad romana, se nos hace difícil evitar reducciones en alguno de estos sentidos incluso en los escritos del Nuevo Testamento. Todavía podemos afinar más diciendo que, de las influencias recibidas, son creadoras de una verdadera historiografía, dos civilizaciones, dos pueblos: el griego y el israelita. Pero conviene que no olvidemos que, mientras en Grecia forman el centro de su historia e historiografía, la política y las luchas de los estados y de los poderes, en Israel su historia comienza con la creación del mundo por Dios y el centro de la misma es la acción de este Dios sobre los hombres y el mundo, hacia un fin que la escatología anuncia y que el desarrollo del profetismo, o sea la apocalíptica, describe cómo llegará.
Profecía y apocalipsis se relacionan.
El género apocalíptico no aparece, por supuesto, con el último libro del Nuevo Testamento, atribuido a san Juan.
Este libro está, en realidad, impregnado de imágenes, de ideas y de palabras del Antiguo Testamento, y se nutre del inmenso acervo de la tradición judía, y nada o muy poco de él comprenderá quien lo quiera interpretar a base de conceptos ajenos a esta cultura, rica, específica y relativamente cerrada, toda vez que los influjos que le llegaran de fuera, resultaban en cualquier caso integrados desde un tamiz espiritual y estricto, conscientes como eran los judíos de su identidad y de su "elección".
De donde, cuando se hace referencia a las dificultades interpretativas que tiene el libro del Apocalipsis, es que se llega a él con el desconocimiento previo de la tradición en que se apoya, en especial los libros de Daniel, de Isaías, de Zacarías y de Ezequiel, por citar los más significativos. Y conocer a estos profetas no es solamente leerlos, sino situarlos en el contexto histórico interno y paralelo.
San Juan escribió el Apocalipsis al final del siglo primero, cuando los males de la Iglesia no podían venirle de la falta de cohesión interna, sino de corrientes gnósticas y de un cierto racionalismo a fin de cuentas otra vez judaizante. Y más que esto, la presencia de un poder político, el del imperio romano, que amenazaba con aniquilar a la Iglesia apenas nacida: estamos en el momento de la persecución de Domiciano: que no es el Herodes judío, sino el Herodes universal, dispuesto a tragarse a ese hijo ―el Cristo místico― que la Iglesia engendra, como se nos describe en la imagen del dragón ―el césar― amenazando a la mujer ―la Iglesia―.
San Juan quiere confortar, dar esperanzas, insistiendo en la fidelidad hasta el triunfo total, que Dios, Señor del mundo y de la historia de los hombres, prepara para ser el mismo su fidelidad.
Los símbolos, nunca arbitrarios ―ni siquiera los contenidos en cifras matemáticas― disimulan frente al profano el significación que tenían para aquel presente, y alargan a todos los tiempos el valor de su aplicación a toda la historia de la obra de Cristo y de la misión y presencia en el mundo de la Iglesia.
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7. documento: EL CAMINO DE LA FE
En la encrucijada de un mundo nuevo, que surge entre angustias y esperanzas, los obispos holandeses publicaron, este año, una carta pastoral, invitando a abrir los ojos, para interrogar el momento presente, en el que, entre clamores de justicia y libertad, se anteponen radicalismos de violencia, que algunos creen justificada, pero que en realidad es opuesta al ansia y al destino de amor y felicidad, que el ser humano busca y necesita; violencia que, descarada o enmascarada de hipocresías, es siempre anti-cristiana, venga de donde venga.
¿La fe en Jesucristo, sirve para algo, en este momento de cambio? Sí, la fe nos permite llegar a ser verdaderamente hombres, aun entre las fluctuaciones entre la esperanza y el temor, entre los endurecimientos que retrasan y las ansias que empujan la irreversible renovación, entre las alegrías y las amarguras.
Seleccionamos algunos párrafos del cap. II de esta carta pastoral, cuando se refiere a Jesucristo.
Las enseñanzas y el destino de Jesús fueron vividos, por sus discípulos, como una liberación. Por esto se atrevieron a darles el nombre de "Evangelio", es decir, de Buena Nueva. Pero el vigor de este Evangelio parece como si se hubiera debilitado con el curso de los siglos.
Existen pensadores contemporáneos que se preguntan, con cierto desdén, qué clase de liberación pretende preconizar. Exhiben el argumento de que la mayoría de cristianos no tienen el aspecto de ser "liberados" de casi nada.
Además, estos cristianos, ¿acaso no participan, en gran parte, a la instalación de una cultura que no tiene nada de liberadora?
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Las grandes preguntas {1} sobre Jesucristo
Es preciso preguntarse que había en el corazón mismo de la vida de Jesús, y cómo se explica la intensidad de las esperanzas de sus primeros discípulos. ¿Cuál era:
la fuente de la alegría provocada por la promesa de una liberación general, prefigurada en el mismo destino de Jesús? Y, todavía más: existe una visión del mundo capaz de aportar algún apoyo al destino del hombre?¿0 es que permanece impotente en medio del dinamismo de nuestra época?
El camino de la fe
Nosotros creemos que Jesucristo es a un mismo tiempo, verdadero Dios y verdadero hombre. Por esto sabemos que su persona contiene, para nosotros, profundidades insondables y un misterio impenetrable. La grandeza misteriosa de Jesus se impuso también a sus contemporáneos en circunstancias determinadas. Los Evangelios refieren, repetidas veces, como la gente se maravillaba ante su persona, sus palabras, sus actos... «¿Quién es éste a quien hasta los vientos y el mar obedecen?» (Mt. 8, 27). Ni siquiera los mismos apóstoles comprendieron a fondo a Jesús durante su vida terrena. Su espíritu estaba entenebrecido. Sólo muy lentamente, a través de pruebas, de incertidumbres y de dudas, llegaron, finalmente, a la plena fe en Jesús. En este proceso de los apóstoles hacia la fe, podemos reencontrarnos también nosotros, cuando vemos en la historia que nos relata el Evangelio, que sólo lentamente arraigo en el corazón de los apóstoles.
Jesús, diferente de los fariseos
Del campo insignificante de Galilea un joven irrumpe, de manera inesperada, en la actualidad. Pero, ¿puede salir algo bueno de un pueblo como Nazaret? Se trata de un predicador que recorre el país enseñando. Pero no lo hace, como los fariseos, envolviendo conceptos entre sutilidades y charlatanerías; él enseña con autoridad.
¿Qué significa esto? Porque la autoridad difícilmente consiente ser definida, sino que se impone por los resultados:
puede, en el fondo de cuanto dice, reconocerse la semilla de la Ley de Moisés, pero como una tarea que debe ser llevada a término y como una salvación que hay que realizar.
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Jesús, presencia de de Dios
Esa autoridad insondable se exterioriza y prolonga en un poder sorprendente para transformar en práctica viva la palabra enseñada. Jesús cura enfermos y expulsa espíritus impuros; su acción libera vidas hundidas. Anuncia de modo convincente que el hombre puede encontrar la salvación, que Dios ha venido en busca del hombre.
Pero Jesús no solamente predica, sino que hace presente a este Dios esparciendo, con la vida de cada día, la gracia y el perdón. Sus hechos y sus gestos constituyen la presencia de Dios.
El choque y las contradicciones {1}
Su manera de obrar es tan inspiradora y purificadora que coge de improviso y sorprende a muchas personas Este choque produce resultados diferentes. Algunos se sienten atacados: ven que se derrumba la credibilidad de su propio personaje ―construido a la medida de su egoísmo o de su vanidad― y se cierran a la conversión pedida por Jesús. A partir de este momento andan en busca de una acusación contra Jesús, para hacerle desaparecer y morir.
Pero otros se llenan de entusiasmo, porque descubren que sus vidas se abren a rieras posibilidades, y de este descubrimiento sacan fuerzas para comenzar de nuevo, para convertirse. Se hacen discípulos de este rabí, de su maestro, el Maestro: ¿a quién iríamos, sino a él que posee palabras de vida eterna? (conf. Jo 6, 68). Sedientos de espíritu, beben su mensaje de confianza en Dios, de comunión fraternal y de servicio modesto.
Perciben que están liberados respecto a las fuerzas que les impedirían vivir en espíritu y de verdad.
Cuando se interrogan sobre las intenciones más profundas de la vida de Jesus, descubren la voluntad de llevar a los hombres al Reino de Dios. Este Reino se construye a partir del amor desinteresado a Dios y a los hombres. En Jesus mismo este reino se ha hecho realidad viva. En sus relaciones con el Padre, Jesús lo revela como un Padre que ama y que toma sobre si el cuidado de los hombres. Este cuidado y esta bondad hacia ellos, sobre todo hacia los más pobres, muestran que estos hombres que nos parecen extranjeros son, en realidad, nuestros hermanos.
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Lo esencial: Dios Padre de los hombres {1}
La conducta de Jesús atrae nuestra atención sobre un punto que, precisamente en nuestra situación, reviste gran importancia, porque puede constituir una fuente de valentía frente a la vida. Desde ahora, en la vida cotidiana, Dios es nuestro Padre; desde ahora, mientras el crecimiento doloroso se cumple en nuestra historia, todavía, con sus caprichos y sus ambigüedades; desde ahora, podemos.
{16 (176)} pues, aceptar nuestra existencia plenamente confiados, toda vez que Dios es nuestro Padre.
La vida de Jesús nos muestra cómo podemos nosotros sacar fuerzas insospechadas de este abandono a Dios, nuestro Padre. La certidumbre de que Dios nos ama puede convertirse en nuestra existencia, en una prueba de verdad indiscutible, en el sello que marca al creyente. Jesús nos da el ejemplo de una vida enteramente vivida en la intimidad del Padre, hasta el final.
El fracaso humano de Jesús
Cuando decimos hasta el final, queremos también indicar hasta el fondo de la amargura. Porque la historia de Jesús, cuyo inicio fue lleno de promesas, se acaba en el dolor, la humillación, el abandono y la muerte. Los enemigos de Jesús encontraron, por fin, una acusación que, a pesar de los fallos que contenía, pudo ser transformada en condenación. El suceso (en la "justicia" de los hombres se repite muchas veces) no logró atraer demasiado la atención. Excepto para algunos fieles adictos, la gente está demasiado ocupada en preparar las fiestas que se echan encima. Y es en esta soledad casi total que muere el profeta de la vida nueva e indestructible. Su Dios, ¿dónde está ahora? ¿Dónde están sus hermanos?
La última palabra no dicha
Las Escrituras enseñan que "la última palabra" no ha sido todavía pronunciada. El Dios fiel que mantiene sus promesas hará sus pruebas, durante el viaje a través del desierto árido y después de haberlo cruzado. El que orienta de este modo su fe no puede conocer jamás el fracaso definitivo; el dolor se transformará en fecundidad de bien, dará sus frutos. He aquí lo que dice el salmista a propósito del creyente, la vida del cual mira y camina hacia Dios: «Es como un árbol plantado junto al curso del agua, que da fruto cuando llega el tiempo; no se agostan, no caen sus hojas, y todo lo que emprende prospera» (Salmo 1).
La figura típica del justo
Jesús es la figura de este destino del justo. Ha sido clavado en la cruz y entregado a la muerte. Pero Dios lo ha llamado nuevamente a la vida, lo ha librado de las angustias de la muerte, porque no era posible, no podía permitir {17 (177)} que fuese retenido en poder de ésta (Act. 2, 23-24).
Dios no deja que se pierdan los que andan buscando sus caminos. Dios no abandona a la corrupción a los que caminan con la fe puesta en él y obedeciendo su voluntad:
los que son justos, los que son para los hombres una fuerza de salvación.
En Jesus ha sido revelado el destino final del justo. En el abandono más total, en la humillación más vergonzosa ha comenzado la realización esplendorosa del plan de Dios para la humanidad entera. El Salvador de tantas personas reencontradas, Dios, que lo había suscitado, no lo ha abandonado a la corrupción. Ha resucitado y se ha convertido en nuestro Salvador o, como dice Pedro a la multitud reunida en el primer Pentecostés, «que toda la casa de Israel sepa con certeza: que Dios lo ha constituido Salvador y Cristo» (Act. 2, 36).
El suceso de la resurrección ha abierto los ojos a sus discípulos y les ha dado el testimonio que resuena desde entonces, cuando lo pronunció el apóstol Tomás, en toda la Iglesia: «Señor mío y Dios mío» (Jo. 20, 28). Jesús es el Hijo de Dios.
El Cristianismo no es una promoción, sino un camino
Nosotros, los cristianos, no somos gente "que ha llegado", gente "que ha ascendido", gente que ha conseguido que el mundo reconozca su mérito... Somos, los cristianos, como dijo san Agustin, gente que está en marcha, que camina, y, el que camina, "no ha llegado". Simplemente, trabajamos como todos los hombres en la realización de una existencia digna del hombre. Este trabajo no es un pasatiempo, ni consiste en lograr una felicidad estrecha.
A la luz de la promesa de Dios, el esfuerzo que ponemos por su Reino distingue nuestra manera de entender la vida, ahora y aquí, en la obediencia creadora a su voluntad.
Obediencia que no sigue únicamente caminos de seguridades previamente señaladas. Se trata de una obediencia en la búsqueda, atentos a las exigencias cambiantes de cada tiempo. Esta obediencia muestra la fuerza del Evangelio que, sin descanso, nos empuja bien conscientemente a cómo la voluntad de Dios se ha de cumplir aquí ahora.
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
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Que Ramón Mas Cassanelles, como director de la revista es el responsable de su contenido.
Al cumplir con estas declaraciones lo que prescribe la Ley y, en especial, en orden a enterar a los lectores de los recursos y situación económica de la publicación, tomamos ocasión para expresar nuestro agradecimiento a todos cuantos nos alientan y ayudan en el sostenimiento de nuestra modesta tarea.