Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 146. ENERO. Año 1977.
0. SUMARIO
PAZ. Una paz por hacer, que vamos a hacer, que ya estamos haciendo. Una paz que no es descanso ni reposo en algo cristalizado, estático, inmóvil; sino que surge del esfuerzo de cada día, de cada instante, de cada impulso.
Cristo vino a hacer, a comenzar a hacer, a iniciar lo que todos hemos de completar. Paz en la tierra; pero paz que la tierra quiera, busque, construya.
No la paz resignada al fatalismo de las injusticias o las mentiras inevitables; sino paz que conquista la verdad y que se acerca a la justicia, incesantemente, caminando con Cristo al lado.
ORACIÓN UNIVERSAL
LA PAZ, ¿QUIÉN LA QUIERE?
EL MOVIMIENTO DE OXFORD
LUTERO, SI TODAVÍA VIVIERA HOY
BALANCE DE LAS RELIGIONES
LAS EXIGENCIAS DE LA PAZ
AMÉRICA, LA FE COMO COMPROMISO
RUSIA, PUEBLO DE DIOS
DEFENDER LA VIDA, CONDICIÓN PARA LA PAZ
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1. tiempo de orar: ORACIÓN UNIVERSAL
Señor Jesucristo,
Rey del universo,
expectación y esperanza de todos los pueblos,
que pusiste tu sangre como precio
para el bien de todos los hombres,
extiende tu mirada piadosa
sobre todas las razas que cubren la inmensidad de la tierra,
y concédeles que lleguen al conocimiento de tu verdad.
Acuérdate, Señor,
de la amargura de tus sufrimientos de cuerpo y de espíritu,
de la traición que recibiste,
de la pasión padecida,
de la crucifixión en que expiraste,
y ten misericordia de sus almas.
Ya ves: una porción, solamente, de la humanidad,
tiene noticia de tu nombre,
y otra parte de hombres, no la mayor, te adora,
mientras quedan miles y miles de hombres,
desde Oriente al Ocaso, desde el Norte al Sur,
que pasan, cada hora, a la eternidad, sin haberte conocido...
... Vuelve a esta tierra, enseguida,
para que todos los hombres te conozcan,
para que todos crean en ti,
para que todos quieran servirte,
a ti, que eres nuestra salvación,
nuestra vida
y nuestra resurrección...
y que vives para siempre.
John H. card. Newman, C. O.
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2. La paz, ¿quién la quiere?
TAMBIÉN se han llamado "paz" las somnolencias y las perezas, los silencios impuestos por el miedo o aceptados por la complicidad flemática de los mediocres oportunistas y astutos; también la gélida mudez del campo de los muertos donde yacen insepultas las víctimas de la violencia institucionalizada, devorados por los buitres del terror. Paz la injusta justicia, paz la boca cerrada, paz la pluma rota, paz la mentira no protestada y el dolor escondido del inocente indefenso, paz la vida encerrada y paz la muerte.
De todas las palabras erosionadas, gastadas y adulteradas por la charlatanería, la hipocresía y el oportunismo logrero o de salón es, la paz, una de : las más heridas, de las peor tratadas por la falsedad humana.
Paz, palabra que muere rota en los labios, cuando la pronuncian los que preparan, emprenden o viven de las guerras, mientras cínicamente afirman que van a "defender la paz".
Paz escarnecida: tranquilidad del desorden establecido en favor del poderoso indiscutible. Paz traicionada por los silencios "prudentes" de los que deben anunciarla, por la impostura calculada de los que deben custodiarla y mantenerla, por la sed de justicia sofocada allí mismo donde debía proclamarse, protegerse y defenderse...
Paz vendida a sueldos enormes, progresivos e intangibles, a recompensas secretas de transferencia indetectable. Paz cenicienta, siempre demorada, posterior a todo o sólo admisible como abstracción conceptual o idílica y, sobre todo, lejana, de modo que únicamente pueda aludir a denuncias o plantear exigencias tan distantes que su ejercicio resulte descomprometido de toda urgencia o inmediatez con lo que todos vemos y nos afecta. Paz cuya invocación jamás moleste al aprovechado astuto ni indigne al cómplice privilegiado disfrazado de honestidad.
En fin, paz inútil, enajenadora, compatible con el cultivado letargo de la ignorante torpeza, estomacal y vegetativa, acompañada de vez en cuando, para no ser inelegante, del adorno pseudohumilde que esconde la mal disimulada vaciedad humana. Paz decorativa, léxico de circunstancias, programa {3} declamatorio; pero no la verdadera paz anhelada por los profetas y proclamada por Cristo: la paz que nace de la libertad, que es fruto de la justicia, que lleva al amor no manoseado por preceptivas de cumplido y mentira, de moral y fariseísmo, de estrategia y autodefensa, buscando incluso en Dios un cómplice al propio egoísmo o a la vanidad estulta, creando oposiciones maniqueas, que desfiguran la faz y la voluntad de Dios en vano provecho de seguridades de avestruz, cerrados los ojos y totalmente de espaldas a la esperanza, a la hermosura y a la consolación del deseado Reino de Dios, reino de paz y de justicia, reino de amor y de verdad.
¿Quién quiere la paz de Dios, la paz cristiana? ... Es la paz que Dios da, pero que el fiel ha de recoger, en la fuente misma del agua más pura de la propia conciencia, de donde mana el centelleo transparente de la sinceridad, de la verdad que crece en la vida afanosa por abrir surcos de justicia para sembrar en ellos el bien, y para que se multiplique, cerca o lejos, hoy v siempre, en uno mismo y en los demás. Paz dulce y subversiva, paz que compromete y libera, paz que empobrece y colma el alma, paz que gana cuando pierde y que resucita cuando muere; paz que amanece cada día, como sol nuevo y que es proclamada por los hijos de Dios, o por las "piedras", si hiciera falta, cuando estos hijos, renegados, callaran. Sufrirían la vergüenza de oir que les relevan, en la exigencia divina, los mismos que dicen que no conocen a Dios. Y surgirían voces de levante y de poniente, de mediodía y septentrión, para repetir el anuncio de los profetas y de los santos. Porque, al fin de los tiempos, será de Dios, no el que diga "Señor, Señor" sino el que haga su voluntad, proclame su verdad y busque su Reino.
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3. El Movimiento de Oxford, las comunidades religiosas anglicanas y el ecumenismo
CUANDO, en nuestros días, se quiere citar un espléndido ejemplo del espíritu ecuménico, fuera de la misma Iglesia católica —Juan XXIII, Concilio...—, se pronuncia el nombre de Taizé, ese lugar que el fervor juvenil, mezcla de curiosidad y entusiasmo cristiano, ha sabido descubrir y estimar. Pero se equivocarían los que imaginaran que las intuiciones, los esfuerzos y las esperanzas para la unión de los cristianos comienzan apenas ahora.
La radicalización de posiciones que provocó el estallido de la Reforma, en especial por la publicación del tratado De Votis, de Lutero, que contenía no sólo un estudio crítico sino fuertes arremetidas contra los votos y la vida monástica, mantuvo, por mucho tiempo a los protestantes a distancia y recelosos de lo que hoy ya no temen en denominar y fomentar, en el seno de sus respectivas Iglesias, "vida religiosa". Por otra parte, los príncipes que acogieron el surgir de los movimientos protestantes, anticiparon, en su provecho, la incautación de los bienes de los monasterios, como más tarde, el primer liberalismo burgués y católico (?) lo haría por medio de las leyes de desamortización, bajo el pretexto de reformas agrarias jamás emprendidas y siempre acabando por enriquecer a los ya ricos o en pagar favores a caciques o colaboradores políticos.
Pero desde mediados del siglo pasado y principios de éste, pacificadas las tensiones religiosas, los sectarismos tienden a debilitarse y nos encontramos con brotes de espiritualidad llevada a la máxima exigencia de una entrega total y evangélica, misionera, caritativa y contemplativa, en todas las áreas cristianas, católicas o no católicas. Y puede hacerse esta constatación generalizada: que el deseo de encuentro y de unión de los cristianos, si a veces no constituye –entre las nacientes comunidades religiosas protestantes, el motivo principal de la consagración de su vida —incluso, con frecuencia, por la emisión de votos religiosos—, por lo menos es uno de los propósitos contenidos en su ideal. Ello confirma que, por encima de programaciones o tácticas o discusiones, el ecumenismo —la posibilidad de una universal convergencia cristiana, para «que todos sean uno, como yo y tú, oh Padre»— depende más bien de la generosidad con que se entiende el ser cristiano y de la vida de oración y búsqueda sincera de Dios.
En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Escandinavia... y extensiones de tales iniciativas en USA, Japón, Nueva Zelanda, Australia, etc., sería {5} posible enumerarlas. Pero nuestro propósito es limitarnos, en esta ocasión, a Inglaterra y haciendo concreta referencia, para su inicio, en el llamado Movimiento de Oxford, protagonizado entre otros, y principalmente, por John Henry Newman, convertido al catolicismo en 1845 y fundador del Oratorio en Inglaterra.
No vamos a referirnos a la oleada de sacerdotes anglicanos que, como Newman, pasaron al catolicismo como consecuencia de la revisión y reflexiones que despertaron los Tracts publicados en la polémica universitaria de Oxford. El Movimiento de Oxford no sólo constituyó la aproximación de muchos anglicanos a la Iglesia católica, sino que marcó al mismo anglicanismo de modo que salió, más que diezmado, beneficiado por el reto que aquel éxodo suponía, inspirándole una mayor autenticidad cristiana.
El Movimiento de Oxford pretendía buscar, en la historia de los primeros siglos del Cristianismo, el fundamento de una renovación esencial de la Iglesia de Inglaterra, demasiado oficializada y en contradicción con la innegable universalidad querida por Cristo. Una búsqueda en el pasado, sin prejuicios sectarios, llevaría a unos a reconocer la conexión de los orígenes cristianos con la Iglesia católica, y a otros, aún permaneciendo anglicanos, mostraría importantes aspectos positivos —en la liturgia, en la espiritualidad, en la misma teología— de que se habían privado con las pasadas radicalizaciones de rechazo de cuanto pudiera parecer una coincidencia con la Iglesia de Roma. La vida de total consagración a Dios fue uno de estos aspectos recuperados y, enseguida, en estrecha relación con ella, la vertiente ecuménica.
Nacido el Movimiento de Oxford de una amistad profundamente espiritual entre jóvenes estudiantes, crecida y purificada con los años —Newman, Froude, Pusey... y al fondo la venerable figura de Keble—, la primera idea que se les ocurrió fue la de una comunidad de sacerdotes anglicanos célibes; pero el proyecto fue demorado hasta que las circunstancias llevaron a Newman y un grupo de sus compañeros al retiro de Littlemore, muy cerca de Oxford, en 1843, dos años antes de su conversión al catolicismo.
El mismo año de la conversión de Newman, tiene lugar, la fundación, también en Oxford, de una hermandad {6} de hombres que puede considerarse como un intento de vida de consagración religiosa. Lo mismo en Londres en 1855. Pero seguramente no se llega a una verdadera y propia cristalización de vida consagrada a Dios en comunidad hasta la de la Sociedad de San Juan Evangelista, en 1866. Luego seguirán otras.
Por el contrario, en lo referente a mujeres, y en el marco y efervescencia del citado Movimiento de Oxford y alentadas en primer lugar por sus líderes –Newman, Keble, Pusey...varias jóvenes se disponían a emprender la vida religiosa en el seno del anglicanismo, después de visitar y estudiar algunas comunidades del continente. La primera fundación se llamó de la Santa Cruz y tuvo lugar en 1845. A esta iniciativa se unieron otras, de modo que, a principios del s. XX eran más de cuarenta las distintas fundaciones femeninas llevadas a cabo. La vida comunitaria se asemeja a la de las religiosas católicas, rezan el breviario católico —resumido y traducido al inglés— y era nota generalizada el espíritu ecuménico.
No hace falta decir cuántos recelos suscitaron entre la misma Iglesia inglesa, que veía mal toda imitación o aproximación a ritos y estilos del catolicismo. No obstante, también el tiempo sirvió para vencer obstáculos y, en la actualidad, lo mismo que la Iglesia católica tiene una Congregación o dicasterio romano para los asuntos de todas las comunidades de vida de consagración a Dios, la Iglesia de Inglaterra, desde 1935, cuenta con el Advisory Council for Religious Communties, encargado de cuanto concierne a la vida religiosa y las relaciones de las comunidades con los obispos.
Educad para no regaléis juguetes de guerra a los niños
4. LUTERO, si todavía viviera hoy
NO HA faltado quien ha afirmado que, si Lutero viviera en nuestros días, estaría lejos de alinearse entre los que pugnan por las más progresistas renovaciones de la Iglesia.
Fueron más radicales los luteranos que el mismo Lutero. El prior de la comunidad protestante de Taizé, Roger Schutz, que fue observador en el pasado Concilio Vaticano II, cuenta cómo, al oír las intervenciones en el aula conciliar, pensó muchas veces que Lutero, de haber estado presente, "no hubiera hecho más que alegrarse al comprobar cómo allí se expresaban sus intenciones más esenciales, las aspiraciones más profundas que tenían su origen en lo íntimo de sí mismo", como si el Vaticano II fuese una respuesta dada a él después de cuatro siglos de haber sido invocada.
En realidad, el mismo Lutero no previó las consecuencias de su propia actitud ni tuvo conciencia de haber consumado una ruptura definitiva con la Iglesia. Aunque anteriores a la crisis protestante, existen testimonios que sólo son comprensibles si se admite esta verdad. En 1519 Lutero arremete contra los cristianos de Bohemia que quieren romper con Roma porque creen que la Iglesia romana alberga demasiados corrompidos. «Si crees, replica Lutero, que los sacerdotes y los papas o quien sea, se han corrompido, y si además ardes en verdadero amor cristiano, no {7} te alejarás de la Iglesia, sino que, por el contrario, acudirás más presuroso a ella, aunque tengas que atravesar la distancia de un extremo al otro del mundo, para llorar junto a ella, para exhortar, para persuadir, para removerlo todo... a fin de obedecer la enseñanza del Apóstol cuando dice "llevad las cargas unos de otros"».
En estas mismas fechas, no era solo en desear la reforma de la Iglesia. El papa Adriano VI, en 1522, el año de la dieta de Núremberg, enviaba a su nuncio con esta instrucción: «Has de decir que nosotros reconocemos libremente que Dios ha permitido esta persecución a causa de los pecados de los hombres y, en particular, de los sacerdotes y de los prelados. La Sagrada Escritura nos enseña, a lo largo de sus páginas, que los pecados del pueblo nacen, con frecuencia, de los pecados del clero. Por eso mismo, cuando Nuestro Señor quiso purificar de males la ciudad de Jerusalén, comenzó yendo a rogar en el templo. Sabemos que, incluso en la Santa Sede, y desde hace muchos años, se han cometido abominaciones: abuso de las cosas santas, transgresión de preceptos, y dado motivo de escándalo. Todos nosotros, prelados y eclesiásticos, nos hemos desviado del camino de la justicia».
Lo de Lutero fue un drama de conciencia, lo mismo que ocurrió con otros cristianos, seglares o sacerdotes, de su época, en el frenesí de una renovación y reforma acabada en el vértigo, por lo común no previsto, de la rebelión y los radicalismos maximalistas que corrientes e intereses políticos también aprovecharon para dar paso a Iglesias "nacionales", domesticadas, más distantes o separadas de Roma.
Pero hoy los tiempos han cambiado.
La unión de los cristianos no está a la vuelta de la esquina, pero los motivos de la separación se desmontan y los de convergencia y fraternidad se descubren, en el ánimo, los propósitos y las esperanzas de todos.
5. Balance de las religiones
Cualquier estadística tiene siempre un valor harto relativo, en especial cuando se refiere al fenómeno religioso, que trasciende el límite de lo meramente cuantitativo. La calidad no es computable; las conciencias escapan al control de las mediciones humanas; los grados de la Gracia los conoce sólo Dios.
Es una breve advertencia que hay que anteponer, siempre, a cualquier cifra, porque el "misterio cristiano" —la intensidad de la relación entre Dios y el fiel— es indescifrable.
Dicho esto, a modo de balance, un poco como se hace en otros aspectos de la vida al comenzar el ejercicio anual o llegar a un hito de las actividades humanas, podemos ofrecer estos números:
{8} Total de creyentes en el mundo de hoy: 3.873.733.000
De los cuales, son cristianos: 1.205.028.000
Po De los cristianos, son católicos: 705.028.000
son protestantes: 350.000.000
ortodoxos: 150.000.000
De los no cristianos, son musulmanes: 550.000.000
son hinduistas: 510.000.000
son budistas: 280.000.000
son sintoístas: 75.000.000 :
son taoístas: 50.000.000
son hebreos: 16.000.000
son confucianos: 310.000.000
Pertenecen a otras religiones: 877.705.000
En relación con la población mundial, y por continentes, resultan
estas cifras y porcentajes:
África con 391.178.000 hab., son católicos 46.292.000 (11,8 por 100)
América ‘’ 546.907.000 ‘’ ‘’ ‘’ 336.421.000 (61,5 ‘’ 100)
Asia 66 2.253.230.000  ‘’ ‘’ ‘’ 53.740.000 (2,5 ‘’ 100)
Europa 66 661.708.000  ‘’ ‘’ ‘’ 263.441.000 (40 ‘’ 100)
Oceanía" 20.710.000  ‘’ ‘’ ‘’  5.134.000 (24,9 ‘’ 100)
Proporcionalmente los fieles que pertenecen a la Iglesia católica constituyen el grupo religioso mayor del mundo, aunque sólo representa el 18,3 por 100 total de la población mundial.
¡Señor, que venga tu Reino, en paz y para bien de todos los hombres!
{9}
6. Las exigencias de la paz
Antes del Concilio Vaticano II —y en parte, inspirador de alguna de sus formulaciones en orden a las actitudes cristianas en el mundo de hoy—, el filósofo Jacques Maritain, había resumido, a modo de presupuestos para la paz, la posición del hombre y del creyente, en el discurso que pronunció en la segunda reunión de la Conferencia General de la UNESCO, en 1947. De él extraemos el siguiente párrafo.
SABEMOS todos que si la obra de la paz debe prepararse en el pensamiento de los hombres para que llegue a convertirse en la conciencia de las naciones, es a condición de que los espíritus lleguen a persuadirse profundamente de principios tales como los siguientes:
• que una buena política es ante todo y sobre todo una política justa,
• que cada pueblo debe esforzarse por comprender la psicología, el desarrollo y las tradiciones, las necesidades materiales y morales, la dignidad propia y la vocación histórica de los demás pueblos, porque cada pueblo debe considerar no sólo su propia ventaja, sino también el bien común de la familia de las naciones;
• que este despertar de la comprensión mutua y del sentido de la comunidad civilizada, si supone, dados los lamentables hábitos seculares de la historia humana, una especie de revolución espiritual, responde a una necesidad de salvación pública en un mundo que es desde ahora uno para la vida o para la muerte, sin dejar de seguir desastrosamente dividido en cuanto a los intereses y a las pasiones políticas;
• que colocar el interés nacional por encima de todo es el medio seguro de perderlo todo;
• que una comunidad de hombres libres no es concebible si no se reconoce que la verdad es la expresión de lo que es, y el derecho, de lo que es justo —y no de lo que sirve mejor en un momento dado al interés del grupo humano—;
{10} • que no es lícito matar a un inocente porque se haya convertido para la nación en una carga inútil o costosa o porque sea un estorbo para el éxito de las empresas de un grupo cualquiera;
• que la persona humana tiene una dignidad que el bien mismo de la comunidad supone y que ha de ser respetada, y que, como tal persona humana, como persona cívica, como persona social u obrera, tiene derechos fundamentales;
• que el bien común está sobre los intereses particulares, que el mundo del trabajo tiene derecho a las transformaciones sociales requeridas por su acceso a su mayoría de edad histórica, y que las masas tienen derecho a participar en los bienes de la cultura y del espíritu;
• que el fuero de las conciencias es inviolable;
• que los hombres de diferentes creencias y distintas familias espirituales deben reconocer sus derechos mutuos como conciudadanos en la comunidad civilizada;
• que el Estado tiene el deber, en servicio mismo del bien común, de respetar la libertad religiosa como la libertad de la investigación;
• que la igualdad fundamental de los hombres hace de los prejuicios de raza, de clase, o de casta, y de las discriminaciones raciales, una ofensa a la naturaleza humana y a la dignidad de la persona y un peligro radical para la paz.
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7. AMÉRICA, la libertad para todos y la fe como compromiso
EN ESTADOS UNIDOS de América, un 94 por ciento de sus habitantes confiesan que creen en Dios y, de ellos, un 71 por ciento pertenece a una Iglesia o a una sinagoga.
En la ciudad de Atlanta (1.700.000hab.), por ejemplo, hay una iglesia por cada 120 habitantes. Si nos guiamos por las estadísticas, hay que sacar la conclusión de que los Estados Unidos constituyen un país extraordinariamente religioso, y el que aventaja a todos los demás países, en este aspecto, entre los del mundo industrializado.
Los Estados Unidos de América, no sólo han evitado el tener ninguna guerra en su propio territorio (lo cual admite diferentes interpretaciones), después de haber constituido la Unión, sino que jamás han intervenido ni emprendido guerras "de religión"(lo que sí dice algo en su favor). Desde un principio la propia Constitución separa la Religión del Estado y proclama la libertad más explícita en materia de fe y creencias. Sin embargo, no hay acto ni discurso oficial importante en que no se invoque a Dios. El ser un ciudadano creyente siempre se considera como un valor positivo; blasonar de ateísmo para llamar la atención o hacerse más importante, es un recurso fallido, aunque no se discuta con los ateos, en realidad más escasos que en Europa.
Nadie es molestado por la fe que desee profesar, ni por la religión que invente... Es posible que, en parte, ello sea debido a que la población originaria allí llegada hace dos siglos, hubo de sufrir en Europa a causa de la fe abrazada y, alcanzar la orilla de América supuso algo parecido a la huida al desierto de los israelitas que escaparon de Egipto. Es posible también, que la religiosidad americana, cualquiera que sea la Iglesia o forma específica que revista, tiene algo que ver con la larga peregrinación del pueblo judío y, como en la antigüedad de éste, alberguen implícitamente el mito de una predilección providencial de Dios, para que, por medio de América, llegue la salvación al resto del mundo...
Pero esta sensación de pueblo predilecto o "elegido" la han experimentado también otros pueblos en coincidencia con el momento hegemónico que han vivido, a partir del supuesto de que los éxitos terrenos sean bendiciones de Dios y de que el poder de hecho que éstos confieren ha de emplearse en dominar a los demás a fin de mantener y conservar la preponderancia alcanzada. Lo cual lleva a confundir los conceptos de "Reino de Dios" y "reino de este mundo". Ningún pueblo que ha alcanzado un cierto grado relevante de poder se ha visto libre, desde la hegemonía, de esta tentación, aunque haya seguido invocando a Dios. ¿Le ocurre también ahora a América?
{12} Con ocasión del bicentenario de la fundación de los Estados Unidos de América, no han faltado, en su conmemoración, voces himnódicas, ingenuas, o triunfalistas, que podían hacerlo suponer: América tiene la misión de "arreglar el mundo"... Pero, al mismo tiempo también se han alzado los grupos más responsables de los creyentes americanos para poner en entredicho los resultados de tan general profesión de fe en Dios. En este sentido, el año pasado, el comité interreligioso compuesto por católicos, judíos y el Consejo Nacional de Iglesias protestantes, ha denunciado la "atmósfera de cinismo y crueldad" con que se ha pretendido justificar la propia seguridad y el propio egoísmo nacional, en vez de responder al espíritu revolucionario y generoso que inspiró el origen de la Unión.
En cambio se han querido justificar las desastrosas intervenciones militares en el Sureste asiático, y monopolizar las riquezas del mundo con manifiesto egoísmo: los americanos representan sólo el 6 por ciento de la población mundial, pero —dicen los denunciantes— consumen el 40 por ciento de la producción total de la Tierra, lo cual, si hay que ser fieles a la tradición nacional y religiosa del país, hay que hacer que el resto de la familia humana participe más equitativamente de las riquezas terrenas, bajo pena de ser causa de escándalo ante el mundo.
Hay que evitar tanto el descorazonamiento como el cinismo y la indiferencia: es posible y debemos ayudar a los pueblos oprimidos, lo mismo que deseábamos ser ayudados cuando, en el principio, los oprimidos éramos nosotros, dicen en conjunto.
Y no sólo son las Iglesias. También funcionan, aunque no sean tan numerosos, los lobbies parlamentarios de fuerte inspiración religiosa, formados por grupos de acción ecuménica o confesional cuya finalidad es presionar las decisiones políticas, desde Washington, en compromiso con la fe en Dios.
No cabe duda que el hecho de que Jimmy Carter se haya presentado como un creyente sincero, influyó en que fuese seleccionado para la candidatura a la presidencia y, en parte por lo menos, que haya triunfado sobre Gerald Ford. Que acierte, en sus decisiones políticas, a transformar la tentación de triunfalismo por la de compromiso cristiano. Después de Cristo ya no hay pueblos "elegidos"; sólo una humanidad en espera de ser fraternal, y sólo un deber para los creyentes: prepararla para que sea familia de Dios.
8. RUSIA, PUEBLO DE DIOS
Es el testimonio del arzobispo de Marsella, monseñor Roger Echegaray que, como se sabe, es además presidente de la Conferencia Episcopal de su país. El artículo ha sido publicado en francés en Hebdo TC, el 9 de septiembre de 1976.
INTENTO hablar, aquí, solamente de la Iglesia Ortodoxa, de la que he sido huésped mimado en el curso de un periplo de más de tres mil kilómetros.
Una Iglesia más bien reservada y púdica en relación con su pasado, pero resueltamente vuelta hacia el futuro.
Ha sido preciso que yo mismo tome su historia como punto de referencia para darme cuenta que su supervivencia depende de un milagro permanente. ¿Nos damos cuenta de que la Revolución de 1917 estalló en el mismo momento en que la Iglesia, después de diez años de trabajar en su preparación, abría un concilio lleno de promesas en orden a su necesaria renovación?
El Estado, a través de sucesivas tentativas, ha intentado la liquidación total de la Iglesia: en el año 1939 apenas existían cuatro obispos en libertad, sobre más de {160 (casi todos mártires de la fe), algunos {1}} cientos de sacerdotes (sobre 51.000), todos los monasterios clausurados (un {13} total de 1.025) y ningún seminario abierto (sobre 57).
Después de una breve tregua o, más bien, de una floración religiosa durante la guerra y la postguerra, se olvida que el período kruscheviano (de 1959 a 1964) fue uno de los más nefastos ya que supuso el cierre de más de 10.000 iglesias además de muchas otras exacciones mantenidas hasta nuestros días. Es penoso ver, todavía hoy, la antigua catedral de Nuestra Señora de Kazán, en Leningrado, transformada en museo antirreligioso de la especie más arcaica.
Cuando nos detenemos a pensar en la Iglesia de nuestros días, conviene no perder de vista este panorama de "tierra quemada" sobre la cual, obstinadamente, aprovechando afanosamente pequeños espacios de libertad, brotan de nuevo arbustos tenaces de la fe como podrían serlo plantas muy altas.
La vida de la Iglesia, despojada de sus actividades incluso educativas (está prohibida cualquier enseñanza religiosa a los menores de edad), se reduce y concentra en el culto. Pero hay que tener en cuenta que no todo cristiano que ejerce una función social se atreve abiertamente a ser practicante y que, además, para muchos, querer acercarse a la iglesia más próxima equivale a una larga peregrinación (por ejemplo, en Kiev, ciudad de dos millones de habitantes, existen solamente nueve iglesias ortodoxas, pero ninguna en los nuevos barrios, como en el gran conjunto de Darnitsa con sus 600.000 habitantes al otro lado de la ribera del Dnieper).
Con frecuencia, el obispo o el sacerdote oficiante me invitaba a hablar a estas multitudes que rogaban y cantaban: nunca sentí tanta avidez por las palabras más evangélicas y menos literarias, y comprendí mejor que nunca la plenitud del «buscad primero el Reino de Dios...» Lo que constituye la fortaleza de la Iglesia es la serenidad de este "pueblo de Dios" que renace incesantemente de las cenizas y consigue marcar con su fe la vida cotidiana infectada, más que en otra parte, por el ateísmo militante. Nadie sospecha la amplitud y la intensidad de la vida religiosa en la URSS. Es, sin duda alguna, el mayor volcán de la cristiandad; un volcán que retumba, hoy, a través de las voces patéticas de intelectuales o de jóvenes que van en busca de un nuevo "Padre Zósimo" de los Hermanos Karamazov. De otro modo, ¿cómo sería posible que quinientos seminaristas anuales, de vocación bien madura, no entendieran estas llamadas públicas o clandestinas que les empujan al servicio esperanzado de una Iglesia perseguida, que ya ha dado tantos santos y pensadores?
Sí, bienaventurada Iglesia donde el Evangelio se recopia a mano, o se arranca de los turistas, o se compra en el mercado negro: ¿qué no se puede esperar de esta Iglesia cuando volverá a caer sobre su inmenso territorio la lava incandescente y fecunda del volcán de su fe en Dios Trinidad?
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9. documento: CODE DEFENDER LA VIDA, CONDICIÓN PARA LA PAZ
En la presentación del tema de la Jornada Mundial de la Paz para el año 1977, la Políglota Vaticana ha difundido un texto, cuya versión en castellano ofrecemos resumidamente. En el tema propuesto por Pablo VI se establece la relación entre la defensa de la vida y la necesidad de la paz.
ANTE LOS DESALIENTOS Y FATALISMOS
PABLO VI nos apremia a todos con un grave interrogante: «¿Queremos de veras la paz?» ¿No estamos más bien resignados a una sociedad y a una civilización de las que está ausente la paz?
Ésta es la actitud de algunos, motivada por el desaliento ante los fracasos y el retorno a la barbarie; esperando, a lo más, que las tormentas que se amontonan no pasarán mientras ellos vivan.
Otros, al contrario, están persuadidos de que la guerra es, científicamente, la ley ineludible y estructura de la Historia. Entonces, se disponen fríamente a vivir en medio de ella, como un factor integrado de la vida en sociedad o, por lo menos, del cambio sin precedentes que experimenta nuestra generación sacrificada.
Otros también —y éstos son quizá cristianos— no esperan otra solución al desorden y a la inmoralidad que reinan sobre el planeta, sino los grandes cataclismos anunciados diariamente. Ven en ellos un justo castigo del pecado colectivo de la Humanidad, su cruz y su única salvación.
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LA INHIBICIÓN BURGUESA {1} Y LA FALSA PAZ
Finalmente, otros, a la inversa, se adaptan gustosamente a cualquier política o modelo de sociedad, con tal que la vida continúe, sin plantearse muchos problemas y, sobre todo, sin perjudicar sus intereses o su confort.
Evidentemente, aquí no nos ocupamos de este "desorden establecido", de esta falsa paz, sino de la verdadera paz, de aquella que, más allá o más acá de la "no guerra", laboriosamente, a través de los conflictos, extinguidos o surgidos de nuevo, pone de manifiesto la búsqueda común de un conjunto de valores sociales, culturales, espirituales, hacia una mayor justicia, seguridad, solidaridad, participación, creatividad, fraternidad.
Esta es la paz —si al menos creemos en ella, si la deseamos, si trabajamos por ella— que el Santo Padre pone en relación con la vida dentro del tema de 1977.
LA VIDA, CONTENIDO DE LA PAZ
La paz y la vida caminan juntas. Una y otra son el signo de una sociedad lograda, el síntoma de su salud; la prueba y la medida de su crecimiento; la razón, la verdadera ley de la historia humana y de su salvación.
Una y otra se condicionan mutuamente. La paz protege y desarrolla la vida; la vida ofrece a la paz su contenido y sus "motivaciones".
La vida es el primero de los bienes; lo más precioso que el hombre posee.
La palabra "vida" no se toma, en el tema de la próxima Jornada, en su más amplia acepción, a saber, la existencia temporal e inmortal del hombre; sino en el sentido limitado de su vida física, o más bien, psicofísica.
Pues su conciencia, su libertad, su naturaleza espiritual la sitúan radicalmente por encima de la vida animal de la que, sin embargo, participa plenamente.
Defender la vida es, pues, respetar, proteger este ser viviente "sui generis". En una palabra (por referirnos, analógicamente, a lo que la Encíclica "Populorum Progressio" dice del desarrollo: «Promover todo el hombre y todo en el hombre» ["Populorum Progressio", n. 14]) es defender y promover, en esta persona humana «dotada de una eminente dignidad» (GS., n. 26, 2), «todo viviente y todo lo viviente».
{16} Programa inmenso, pues incluye a la vez la totalidad de los hombres existentes y por nacer, tanto en su suma aritmética como en su globalidad, y la integridad de cada uno de ellos en su ser psicofísico.
¿Defender la vida? Sí, porque esta vida es, contradictoria y simultáneamente, apreciada, exaltada, buscada, socorrida y, por otra parte, contestada, rechazada, herida o suprimida. La solidaridad, nacional o internacional, se manifiesta frecuentemente y por todas partes en el planeta, con peligro de los salvadores, para curar un herido o evacuar una población amenazada. Pero, los mismos aviones empleados al servicio de la vida se transforman seguidamente, si hace falta, en aparatos de combate.
IMPERATIVOS DE LA PAZ
Sería larga la enumeración de los problemas actuales y acuciantes relativos a la vida humana. Pero pueden agruparse, sumaria y un poco arbitrariamente, en tres categorías, a las que poco más o menos corresponden tres imperativos: defender la vida, cuidar la vida, promover la vida.
DEFENDER LA VIDA HUMANA {1}
En el primer grupo —defender— deben distinguirse, primeramente, las agresiones que tienen por objeto (o que de hecho entrañan) la muerte de millones de seres humanos, adultos o por nacer.
En este campo surgen tres agresiones fundamentales en sí mismas y en relación a la paz: la guerra, el aborto, el hambre.
Sin la vida no hay paz: la paz es, ante todo y con anterioridad, ausencia de muerte, de matanzas, de exterminios, de heridas, de destrucción. Perder la vida es perder la paz. Quitar la vida es quitar la paz. La vida tiene los mismos enemigos que la paz.
LA INTEGRIDAD DE LA PERSONA
Entre las agresiones que no causan la muerte (normalmente), pero que «constituyen una violación de la integridad de la persona humana», el Concilio nombra «las mutilaciones, la tortura física o moral, las coacciones psicológicas; todo lo que es una ofensa a la dignidad y a la integridad del hombre, como las condiciones de vida {17} infrahumanas, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, el comercio de mujeres y de jóvenes; o también las condiciones de trabajo degradantes...»; «todas estas prácticas y otras semejantes son verdaderamente infames. A la vez que corrompen la civilización, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador» (GS., n. 27, 3).
Pablo VI repite y completa, poco después, este diagnóstico y esta enumeración: «Violencia, represalias, actos de terrorismo, torturas policiales, tráfico de drogas, secuestro de personas...» (Audiencia general del 25 de marzo de 1970).
LAS TORTURAS
Pero el Papa condena, con fuerza particular, la tortura: «Constituye para Nos un doloroso deber apelar a la reflexión de los hombres de buena voluntad sobre ciertos hechos que se ciernen hoy día sobre la escena del mundo... Las torturas, por ejemplo. Se habla como de una epidemia extendida en numerosas partes del mundo...
Estas torturas, es decir, los métodos policiales crueles e inhumanos para arrancar confesiones de labios de los prisioneros deben ser condenadas absolutamente. No son admisibles..., ni siquiera bajo pretexto de ejercitar la justicia y de defender el orden público... Hay que denunciarlas y abolirlas. Son una ofensa no solamente a la integridad {18} física, sino también a la dignidad de la persona humana.
Aplastan el sentido y la majestad de la justicia. Inspiran sentimientos implacables y contagiosos de odio y de venganza...» (Audiencia general del 21 de octubre de 1970).
EL RÉGIMEN PENAL Y CARCELARIO
Finalmente, ¿cómo no poner en entredicho otros graves ataques, en numerosos países, a la integridad de la vida humana: el régimen penal y carcelario, juicios y detenciones arbitrarias, procedimientos ilegales, encarcelamientos prolongados, malas condiciones alimenticias, sanitarias y sociales de los detenidos y de sus familiares; interrogatorios inhumanos, castigos corporales, lavados de cerebros?
Mención particular debe reservarse a los hospitales psiquiátricos y a todas las prácticas que atentan a la desintegración psíquica del internado o de su asentimiento al sistema que lo oprime.
Estos ataques físicos a la libertad se multiplican cruelmente en nuestros días: raptos, detención de personas como rehenes, secuestros de aviones. Y, asimismo, la droga, el alcohol, los estupefacientes, los medios deshumanizadores.
El lazo entre la paz y el respeto a la vida aparece ahí en toda su claridad. Una sociedad, una nación, ¿puede vivir en paz cuando se mata o cuando se ataca a sus "miembros pensantes," arrancándoles hasta su pensamiento, su voluntad y sus convicciones?
CUIDAR LA VIDA
Mucho habría que decir y que hacer, en el marco del tema del año 1977, sobre la relación entre la paz y la vida humana en este campo del "ministerio de la vida" (GS., 51). La mayoría de los Estados modernos han creado un Ministerio de la Salud. Luchar contra la enfermedad, aumentar la duración de la esperanza de la vida, velar por la suerte de los minusválidos, pero sobre todo mejorar constantemente la higiene, el medio ambiente humano, la alimentación es, con toda seguridad, crear un clima de serenidad y de paz. "Gaudium et Spes" precisa las principales exigencias contemporáneas «de una vida verdaderamente humana» (GS., 26, 2).
El pueblo chino.
El pueblo chino cree sin fanatismo en todo ser trascendente y acoge todas las religiones con una sonrisa escéptica. Puede practicarlas todas sin miedo a la contradicción, porque su sentido de la armonía le hace ver en cada una de ellas un camino, una verdad y una vida parciales. A su modo de ver todas ellas barajan sus contenidos en un mismo sincretismo religioso.
El espíritu chino ha aprendido recientemente de Occidente la intolerancia religiosa, no precisamente a través del cristianismo, sino del marxismo.
Desde hace un siglo, las humillaciones nacionales impuestas por el Occidente dinámico y expansivo, los trastornos políticos resultantes del derrumbamiento de las antiguas estructuras sociales, las guerras y las derrotas, han dado lugar a que los chinos dudasen de la eficacia de su prudencia y sabiduría y a que se planteasen problemas a cerca de su destino. Ansían ardientemente encontrar una fe, una luz y una verdad que les guíe. Así han estado sucesivamente fascinados por la mística nacionalista de una China fuerte, por la mística socialista de un mecanismo liberador y por la mística comunista de una sociedad en perspectiva, productiva, reconciliadora y feliz.
François Houang, del Oratorio en AME CHINOISE ET CHRISTIANISME